La primavera había comenzado I

capinemo

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27 Jun 2023
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La primavera había comenzado hacía dos semanas; las tardes ya eran más largas, el frío nos abandonaba y mis instintos comenzaban a despertar de su letargo invernal.



Ese día, como hacía habitualmente, me puse a mirar el correo después de cenar. Había un mensaje de Alejandro. Nos escribíamos con mucha frecuencia pero ese mensaje era diferente porque me decía que a finales de junio regresaba a casa y lo hacía para quedarse definitivamente. Hasta ese momento nunca había pensado en él como pareja pero me sentí tan feliz al recibir esa noticia que empecé a preguntarme para mi interior si no sentiría algo más. Él era mi mejor amigo, mi cómplice y confidente. Creo que me conocía mejor que nadie y desde luego era la única persona para la que no había tenido secretos de ninguna clase. Yo me sentía a gusto con él, protegida, comprendida y admirada. Además, aunque él no tenía un cuerpo espectacular, tampoco estaba mal; era constante, en algunos momentos, brillante y sobre todo muy imaginativo. Ahora podía pensar en él de otro modo porque regresaba y lo hacía para quedarse.



Yo sabía que durante este tiempo no había tenido ninguna pareja y tampoco había logrado tener ninguna otra cómplice, a pesar de que había realizado algún intento. También intuía que si lo quería para mí debería ser yo quien diera el paso porque él nunca se atrevería a hacerlo.



Pasé los siguientes días pensando en Alejandro como pareja y cuanto más pensaba en ello, más me convencía de que acertaba con esa decisión. Alejandro había sido mi vecino cuando ambos vivíamos en la casa de nuestros respectivos padres. Al poco tiempo de encontrar su primer trabajo, su empresa, que era una multinacional, le destinó a Londres y yo había empezado a trabajar en un banco unos meses después. Sin embargo, mi destino fue un poco menos internacional: era un pueblecito de la sierra llamado Collado Mediano pero estaba contenta. Vivía tranquila y me sentía bien acogida por la gente.



Desde luego, nadie en el pueblo conocía que me gustaba mostrar mi cuerpo y yo no tenía la menor intención de cambiar esa situación. Para mí, ésta es una faceta de la vida que quiero mantener en privado. Parece un contrasentido pero no lo es. Yo soy una persona normal y no me gusta llamar la atención en mi día a día. No obstante, en ocasiones me gusta abrir otra puerta y sentirme princesa, atraer las miradas, mostrar mi cuerpo, sabiendo que en cuanto cierre de nuevo esa puerta, volveré a ser la de antes, la muchacha formalita que trabaja en el banco de Collado y recibe a sus clientes con una sonrisa, tratándoles con mucha profesionalidad.



Alejandro llegó el 24 de junio pero no pudimos vernos hasta el sábado siguiente en el que él se acercó hasta mi casa. Ambos teníamos muchas ganas de vernos. Me contó sus planes y en la sobremesa de la comida me preguntó si yo querría que él volviera a ser mi cómplice de juegos o si ya tenía a alguna otra persona fija. Yo le contaba por e-mail todos los juegos que realizaba y por ese motivo, él sabía que no había sido mi único cómplice pero lo que no sabía era que no había habido ninguno como él. Yo, como respuesta, le cogí la mano y me acerqué a él. Le miré a los ojos y le dije que no quería ser solamente su cómplice. Además de eso, quería ser algo más para él. En su cara se dibujó una sonrisa de felicidad. Sin decir nada, yo sabía que le había hecho muy feliz y cuando, en lugar de besarme, me abrazó diciéndome un larguísimo sí, no me sorprendió porque yo sabía cuánto respeto tenía hacia mí a pesar de las situaciones que habíamos vivido. Él aún no era consciente de que ahora tenía permiso para sobrepasar ciertas barreras.



Yo mantenía alguna duda al respecto de nuestra afición y le pregunté si creía que siendo su pareja también le gustaría que me siguiera mostrando como hacíamos antes. Él lo tenía muy claro porque antes de que yo terminase la frase, me respondió que con mucho mayor motivo. Me dijo que, al ser su pareja, se sentiría mucho más orgulloso de que me mirasen. Después me contó que en todo este tiempo fuera había conocido a través de Internet a varios chicos con ideas interesantes y de cuyo comportamiento se fiaba. No me había contado gran cosa porque no sabía que iba a venirse de nuevo a España y tampoco sabía si yo estaría a su disposición cuando volviera, aunque lo que menos se imaginaba es que pudiera presentarme como su pareja. Yo le di vía libre porque si bien antes confiaba en él, ahora estaba aún mas tranquila. Él siempre me había protegido y ahora ese instinto seguramente se vería reforzado.



Para el segundo fin de semana de julio ya me había propuesto un juego que me había parecido muy bueno, así que nos fuimos a pasar el fin de semana a Gijón, que era donde Raúl iba a inaugurar su próxima exposición. Raúl era profesor de plástica en un instituto pero también hacía sus pinitos artísticos. En su tiempo libre realizaba algunas esculturas y también pintaba. Ese sábado se inauguraba una exposición suya en una galería de arte y yo iba a formar parte de dicho evento.



Llegamos a Gijón a eso de la una y conocimos a Raúl en el hotel. Era un chico agradable y educado. Yo pensé: “Dios los cría y ellos se juntan” pero en realidad lo que sucede es que hablando, la gente afín conecta mejor y por eso, Raúl era en muchos aspectos como Alejandro. Raúl había estudiado Bellas Artes y por este motivo, había tenido muchas vivencias que a Alejandro le parecían soberbias. En particular, se entusiasmó cuando supo que en uno de sus exámenes de la oposición tuvo que pintar a unas modelos que subían y bajaban continuamente por una escalinata, completamente desnudas y le hizo un interrogatorio exhaustivo sobre ese suceso. Raúl también era aficionado a estos juegos pero justamente cuando trabajaba, no disfrutaba de ellos porque tenía que centrarse en lo que hacía y esto le quitaba el morbo a la situación. Yo, que iba a ser su modelo, me sentía, en cierto modo, un poco defraudada por el hecho de saber que no iba a disfrutar mirándome. Esto hizo que a mí también se me ocurriera una idea.



Después de comer, nos acercamos a la galería en la que se iba a realizar la exposición; estaba enfrente de la playa de San Lorenzo. La temperatura era muy agradable y había alguna gente bañándose y sobre todo, paseando. El paseo por la orilla del mar, escuchando la melodía compuesta por los lejanos graznidos de las gaviotas, junto al suave batir de las olas sobre la arena y las vocecillas de unos niños que correteaban por la arena, era muy agradable. Casi sin darnos cuenta, llegamos a la galería; era un local amplio formado por tres estancias, una más pequeña que daba a la calle y tenía un pequeño escaparate frente al cual Raúl había colocado una instalación que se asemejaba a un estanque con una fina capa de agua. Había piedras de diversos tamaños en un rincón y una pequeña rueda giratoria que provocaba pequeñas ondas en el extremo opuesto. Las otras dos salas eran de mayor tamaño y en sus paredes estaban colgados los cuadros. En el centro de la segunda sala había otra instalación. A mí, me parecía una cosa rara con troncos de árbol colocados sobre bloques de piedra de tal forma que parecía un puente que en su punto más alto estaba cortado. En la tercera sala, que era igual que le segunda, tenía en el centro el proyector de diapositivas. Raúl nos enseñó todos sus cuadros e hicimos una especie de ensayo general de lo que íbamos a hacer después pero sin quitarme la ropa. En todos los cuadros que tenía en la exposición había una silueta; en cada cuadro estaba en una posición diferente y ése era el único elemento en común que tenían todos los cuadros porque el resto de los elementos de la composición eran completamente diferentes de unos cuadros a otros, incluso alguno de ellos lo había realizado con otros materiales. Sin embargo, la silueta siempre aparecía. En el centro de la tercera sala había un proyector de diapositivas apuntando a una pared en blanco y ahí iba a ser donde yo me situaría. Todo nos pareció muy bien pero observamos que no había ningún cartel de advertencia de que no se podían tomar fotos. Raúl nos dijo que era obvio; en una galería de arte no se podían sacar fotos pero no obstante, preparó varios carteles para colocar en lugares estratégicos.



Volvimos al hotel para descansar un rato porque la inauguración iba a ser a las nueve de la noche y preferíamos estar descansados para nuestro juego. A las siete y media me desperecé y me di una ducha. Como la temperatura era muy agradable, me puse solamente un vestido. Prefería no llevar ropa interior para no tener marcas de gomas por el cuerpo. A las ocho salimos hacia la galería. De nuevo fuimos caminando para poder disfrutar de la brisa marina; era un placer relajante. Raúl se había quedado en la galería ultimándolo todo. Cuando entramos, pude ver que ahora en la pared donde yo me debía colocar, había una alfombra blanca y una sábana colgada un poco delante de la pared. Raúl nos presentó al dueño de la galería y nos contó que durante la hora que duraba la inauguración esperaba que pasasen por allí al menos unas cien personas pero que si Raúl le hubiera dejado hacer alguna publicidad de la performance que iba a realizar, seguramente habría acudido más gente. En ese momento, Alejandro le explicó que yo no era modelo y que hacíamos esto como un favor a Raúl. Por eso, le habíamos puesto como condición que no hiciera publicidad del acto para que no hubiera prensa gráfica.



Quince minutos antes de las ocho me fui con Alejandro al cuarto que me habían reservado. Me quité el vestido y el reloj pero me dejé los pendientes y me eché un poquito de perfume. En ese momento estaba realmente nerviosa; no daba pie con bola, se me cayó el tapón del frasco y tenía el pulso acelerado. No era la primera vez que me sentía así; sabía que era normal pero en esta ocasión Alejandro me abrazó y me dijo que estaba guapísima, así que mi momento de pánico, justo antes de realizar un juego, se vio atenuado por la calma que me proporcionó mi novio.



Salimos del cuarto y nos dirigimos al lugar en el que estaba la alfombra. Allí me descalcé y Alejandro se ocupó de llevarse los zapatos. El dueño de la galería apartó la sábana y yo me situé detrás. Raúl puso la primera diapositiva. Las diapositivas eran fotografías de los cuadros que había en la exposición. Yo adopté la postura de la primera silueta. En ese cuadro la silueta estaba de espaldas sobre un suelo de roca viendo pasar un tren que estaba comenzando a entrar en un pantalán infinito sobre el mar. El dueño dejó caer de nuevo la sabana tras de mí de modo que no se me veía y Raúl apagó el proyector y me informaron de que iban a abrir.



Los tres se fueron a la primera sala y al rato escuché cómo saludaban a alguna gente y les invitaban a pasar a la tercera sala. Mucha de la gente que acudía eran conocidos del dueño, que era el único que vivía en Gijón. Yo estaba desnuda mirando a la pared, nerviosa y también excitada, pensando en cómo serían las personas que habían entrado a la exposición y las que podrían entrar en cualquier momento porque la entrada era libre y gratuita. Después de unos diez minutos noté que la luz del proyector iluminó la sábana y que al momento se accionó el mecanismo que la hacía descender lentamente hasta que llegó al suelo y yo aparecí a la vista de todo el mundo. Al cabo de un minuto, que era el tiempo establecido para cada diapositiva, escuché el clic-clac que me indicaba que debía poner la siguiente postura, adaptándome a la nueva silueta. Esta vez me debía poner de costado apoyándome en la pared, con la pierna derecha cruzada sobre la izquierda. Con esta posición yo ya podía ver a parte del público. No había demasiada gente y la mayor parte eran varones. No noté ningún gesto o comentario de disgusto y eso me relajó un poco más. Durante el siguiente minuto me tuve que colocar con la espalda apoyada en la pared y flexionando la pierna izquierda, tenía que apoyar la planta del pie en la pared. Esta postura me permitía poder ver claramente a todo el público. Era fabuloso poder notar cómo me contemplaban sin ningún reparo por su parte y sin ningún pudor por la mía en un ambiente de respeto estupendo. La siguiente silueta estaba de rodillas sentada sobre mis pies y a partir de ahí, me dediqué a detenerme en los rostros de aquellas personas que notaba que estaban mirándome más a mí que a la obra. En la siguiente foto me tumbé boca arriba, así que no podía ver a nadie pero, aún así, me sentía observada. Este minuto se me hizo más largo pero después vinieron una serie de posturas que me gustaron más. En la siguiente tenía que separar un poco las piernas y poner los brazos en jarras. Ahí pude recrearme en un hombre de unos treinta años que paseaba sus ojos por mi cuerpo. Yo lo notaba muy claramente. Era consciente del lugar en que detenía su mirada en cada momento: primero, estaba mirando mis pechos y luego fue bajando a mi pubis, donde se detuvo hasta que tuve que cambiar de posición de nuevo. En esta ocasión me tuve que poner como si fuera a comenzar una carrera mirando al público. Estando en esa postura, pude ver entrar a cuatro personas nuevas a la sala y la cara de sorpresa de los chicos me agradó muchísimo. A esas alturas ya estaba disfrutando del juego completamente. Después de unas cuantas posturas más, dimos por terminada esa parte de la presentación y comenzamos con la segunda acción. Alejandro me acercó unas zapatillas y un albornoz. Mientras tanto, Raúl se llevó a todos los visitantes a la segunda sala para explicarles en qué consistía la siguiente acción. Ésta se basaba en que Raúl me tomaría fotografías relacionándome con la escultura que había en el medio y lo haría según el modo que los asistentes fueran sugiriendo. A algunos les entusiasmó la idea y yo me encontraba entre ellos. Me dirigí al centro de la escultura y me despojé de las zapatillas y del albornoz. Entonces Raúl preguntó a un hombre que tenía a su lado si quería decirme la primera postura. Él estaba un poco cortado y le empezó a decir a Raúl que me diera la vuelta. Rápidamente Raúl le cortó y le dijo que fuera a donde yo estaba y me lo dijera a mí, no a él. El hombre se acercó y parecía mucho más cortado que yo, así que me dirigí a él primero. Le dije:



Hola, ¿cómo te apetece que me ponga?

Pues, ponte así, abrazándote al tronco con una pierna rodeándolo- me indicó haciendo el gesto.



Yo me coloqué como él decía.



¿Así te parece bien?

Sí, muy bien.



Él se separó y Raúl me tomó la foto.



A partir de ahí ya la gente participó con más naturalidad. Cuando Raúl les daba permiso, se me acercaban y me indicaban una postura. Estaban muy cerca de mí. Mientras me colocaban, podían verme con detalle y en algún caso, notaba que al hablarme, no me miraban precisamente a la cara. Incluso un chico joven me puso a hacer el puente imitando así la estructura que había diseñado Raúl pero como yo sola no era capaz de conseguirlo, él me ayudó y claro, al levantarme aprovechó para plantarme las manos en el culo aunque no me disgustó. Poco a poco, aquello se iba convirtiendo en un guirigay que me encantaba. Ya la gente estaba más cerca de mí. Me hablaban varios a la vez, hacían bromas pero nadie fue grosero y a alguien se le ocurrió aparecer también en la foto, así que estaba siendo mejor de lo que me había esperado. A un chico se le ocurrió preguntar que por qué no me hacía alguna foto en la “charca”, refiriéndose a la obra que había en la primera sala pero ahí estaría a la vista de los transeúntes. ¡Guau! Me quedé esperando a ver qué opinaba Raúl y él, a su vez, estaba esperando por la opinión del galerista. Como nadie decíamos nada, alguna otra persona secundó el comentario, así que tome la iniciativa y me encaminé a la primera sala. Me gustaba la idea pero tampoco quería estar mucho tiempo allí para evitar que se causara mucho revuelo, así que como ya estábamos en un plan de confianza, les dije que en esa sala solamente tres fotos porque se podía molestar a alguien en la calle. Primero, me pidieron ponerme de rodillas sentada sobre los talones pero con las piernas separadas. Luego me tumbaron boca abajo, apoyando las manos en el suelo y elevando así el torso. Por último, le dijeron a Raúl que se saliera a la calle y yo me pusiere de pie estirándome como si me acabara de levantar de la cama. No hay que decir que a esas alturas ya había alguna gente parada mirando el escaparate. Después de esa foto apareció Alejandro con el albornoz y las zapatillas y me fui despidiendo de la gente que se había portado tan bien y ellos de mí, pensando que la cosa ya se terminaba ahí.



Alguna gente entró en ese momento a ver la exposición. ¡Menudo reclamo había sido! Una de las chicas me preguntó cómo me había sentido y yo le dije que muy bien, era una idea estupenda y se la recomendé. Ella se quedó pensativa y Alejandro, que estaba al quite, le dijo que se podía animar a participar. Como ella no dijo rápidamente que no, Alejandro que piensa muy rápido, comentó en voz alta que ahora podía participar cualquier persona del público. Dirigiéndose directamente a esta chica, la animó a participar. Todas las miradas se dirigieron hacia ella y se sintió abrumada, así que aceptó a medias, es decir, dijo que el tanga no se lo quitaba y que no quería fotos, así que fuimos de nuevo al proyector y ella se iba colocando en el lugar de las siluetas. Otra segunda chica se apuntó después pero, al contrario de la anterior, dijo que se haría la foto pero solamente dos y si se las daban después. La sorpresa fue que, cuando todos esperábamos que saliese con el tanga como la chica anterior, apareció desnuda por completo. Yo, de inmediato, empecé a fijarme en los rostros de los chicos que, en general, dejaban deducir con bastante evidencia su asombro. El resto de las chicas ya no se animaron, así que Raúl invitó a la gente a tomar algunos canapés que había en un rincón. Como estaba charlando con una pareja muy agradable que se había sorprendido al saber que no era modelo, me acerqué con ellos a la zona en la que estaban las vituallas sin preocuparme por mi atuendo. Estuve charlando con unos y con otros y de vez en cuando me tenía que colocar el albornoz hasta que al final, cuando ya había poca gente, dejé que se quedase abierto. Fue una experiencia estupenda que nunca olvidaré.



Como colofón al día, antes de irnos a acostar, les propuse a Alejandro y a Raúl que fuéramos a dar un paseo cerca del mar. Yo sabía que al lado del camping comenzaba un paseo que discurría por una zona tranquila y a ellos también les pareció una buena idea dar un paseo tranquilo y comentar la experiencia. Fuimos caminando hasta allí porque no estaba demasiado lejos. Raúl nos iba contando lo que le había dicho la gente y lo satisfecho que estaba con la experiencia, desde su punto de vista profesional y también estuvimos repasando las fotos que había hecho en su cámara pero que llevaba mi memoria. Una vez que hubimos sobrepasado el camping, el camino era solamente peatonal y no era visible desde la carretera, así que le dije a Raúl:



Raúl, tú no has podido disfrutar como los demás porque estabas ocupado en tu trabajo, así que he pensado que podía quitarme el vestido para el resto del paseo y así dejar que tu también puedas recrearte relajadamente de este día.

Sería estupendo- contestó Raúl.



Así que me situé ante Raúl y me quité el vestido de nuevo. A esas alturas ya confiábamos en él lo suficiente como para saber que no iba a hacer otra cosa más que mirarme. Continuamos el paseo, ahora en silencio escuchando el arrullo del mar golpeando contra las rocas. El aroma de la hierba fresca aumentaba progresivamente al ir alejándonos de la ciudad. Al poco tiempo, escuchamos el sonido de una bicicleta que se acercaba y Alejandro me preguntó si quería el vestido a lo que yo respondí:



Como tú prefieras.

Me gustaría que no te lo pusieras, ¿te atreves?

Si a ti te apetece, no me lo pongo.



Continué caminando desnuda, situándome entre Raúl y Alejandro, esperando ver la expresión de sorpresa de la persona que se acercara. Era un hombre de unos cuarenta años, que se quedó sorprendido y al pasar se me quedó mirando descaradamente y dijo: “¡Qué rapazuca más maja! Con ese cuerpo haces muy bien en enseñarlo”- mientras continuaba su camino. Nosotros ya nos dimos la vuelta y cuando escuchamos de nuevo voces, me puse el vestido. Raúl estaba muy agradecido por el regalo que le había hecho.

El paseo fue muy agradable pero ya estábamos un poco cansados, así que al llegar al hotel nos despedimos de Raúl y nos fuimos a nuestra habitación. Esa noche fue la primera vez que Alejandro y yo hicimos el amor. Fue fabuloso.



Durante la mañana del domingo nos dedicamos a pasear por la ciudad. Primero, estuvimos por el puerto y después fuimos hasta el rastro que estaba en el otro extremo, al lado del campo de futbol. El mercadillo estaba muy animado y un chico que me reconoció nos saludó efusivamente. Eso me gustó. Después de comer, nos volvimos a Madrid.



Durante la semana Alejandro preparó otra excursión para el fin de semana. Había conocido a bastante gente mientras estaba fuera y ahora no le resultaba difícil hacer planes.



El viernes nos fuimos a Salamanca, estaba a dos horas solamente, así que esa misma tarde pudimos dar un pequeño paseo hasta la Plaza Mayor, luego nos encaminamos hacia las catedrales y después Alejandro me llevó a un jardín muy romántico que se llama el huerto de Calixto y Melibea, era una ciudad preciosa y con mucha vida. Paseando por sus calles me sentía transportada a otro tiempo, los vitores me hacían imaginar a esos estudiantes con medias, capas y puñetas, la piedra de Villamayor que lo inundaba todo, tomaba un color rojizo con los últimos rayos de sol de la tarde que le dándole un tono muy cálido.

Después del paseo regresamos al hotel para ducharnos y arreglarnos un poco. Alejandro había quedado para cenar con una pareja, pero en esta ocasión no me había querido desvelar de antemano cual iba a ser el juego. Aunque si me había dejado claro que solamente iba a jugar yo y que la otra chica no se había atrevido a dar el paso de dejarse ver, pero le parecía algo interesante y divertido.

Esa noche simplemente fuimos a cenar y estuvimos charlando de muchas cosas, al poco tiempo de estar con ellos me di cuenta de que eran gente muy normal, como nosotros, el era médico y ella también trabajaba en un banco como yo, así que charlamos bastante sobre el trabajo. Yo creo que los cuatro estábamos muy agusto y hasta los postres no salió el tema de los juegos. Cecilia me preguntó con real interés como me sentía cuando tenía esas experiencias y nos confesó que ella no creía que fura capaz de mostrarse así, aunque la idea le gustaba. Yo le explique que siempre sentía vergüenza antes de dejarme ver y que en esos momentos Alejandro tenía que darme un empujoncillo, pero ambos sabíamos que eso era así, si yo no sintiera vergüenza seguramente no sería una experiencia tan impactante, una cierta sensación de vergüenza era una parte importante que hacía que se te pusiera el vello de punta. A Cecilia esto le sorprendió un poco porque por lo que me contó cundo ya íbamos caminando hacia el hotel, ella se esperaba a una pareja un tanto alocada y algo hippy. Después de conocernos y de contarles de nuevo que nuestro juego consistía exclusivamente en mostrar y que yo pasaba nervios y algo de vergüenza, comenzó a comprendernos mejor.

Esa noche intenté sonsacarle a Alejandro en que iba a consistir el juego, pero no logré nada. No insistí demasiado porque me gustan las sorpresas, además confiaba en mi novio y la pareja que habíamos conocido esa noche me había transmitido confianza, así que no le dí mas vueltas y me dormí.

A la mañana siguiente nos levantamos a las diez y después de desayunar cogimos un taxi para ir a la casa de Daniel y Cecilia, a mi me parecía algo temprano, pero la noche anterior ya habíamos quedado en eso. Nos recibieron en su casa y como buenos anfitriones nos la fueron mostrando comenzando por el salón, era moderno con poco muebles y muy luminoso, en el suelo había una gran alfombra negra muy amorosa que contrastaba con los muebles que en su mayor parte eran blancos, continuamos por la cocina que era la única parte de la casa que daba a un patio interior, luego pasamos a un dormitorio con dos camitas que tenían destinadas a las visitas familiares que recibían con cierta frecuencia, otro dormitorio más que no estaba amueblado y utilizaban como cuarto para la plancha, el despacho que estaba repleto de libros de medicina, había también alguna que otra novela y varias revistas económicas y de decoración sobre unas cajas que al parecer contenían libros que aún no habían encontrado su lugar en aquella biblioteca en miniatura, después nos mostraron el cuarto de baño que era enorme, tenían un grifo muy llamativo de esos que el agua al salir lo hace en forma de cascada, muy chulo, a continuación pasamos a su dormitorio en el que me quedé impresionada con una enorme foto que ocupaba casi toda la pared del cabecero, era un foto en la que aparecían ellos dos paseando por las calles empedradas de un pueblo con casas de piedra y balconadas de madera llenas de flores predominantemente rojas. Nos explicaron que lo que conservaban era el soporte y cambiaban la foto de vez en cuando. En último lugar una estupenda terraza que daba a una amplia avenida y justo enfrente tenía la única pequeña porción de lienzo de la muralla que Salamanca había tenido años atrás y que por desgracia había sido derruida. En un primer momento no me percaté, pero al momento me fije en que los tres me miraban sonrientes y entonces me di cuenta. Esa terraza iba a ser el escenario de mi actuación y es que al otro lado de la calle justo sobre la muralla estaba ese jardín al que me había llevado Alejandro la tarde anterior. Me pareció una idea muy buena desnudarme para los turistas.

Cecilia me dijo que habíamos quedado temprano porque más tarde venía mucha gente al jardín y para lo que Alejandro les había contado era mejor que no tuviera demasiado público y así podríamos seleccionar mejor. Daniel me explicó después que la idea era que estaríamos mirando desde otra habitación a través de las cortinas quien se asomaba a la calle desde el parque y cuando nosotros eligiéramos yo saldría a tender ropa desnuda.

Que buena idea, dije yo.

¿Entonces, te vas a preparar cariño?

Puedes ir al baño para quitarte la ropa, dijo Cecilia.

Yo fui al baño para desnudarme y al salir del baño ya sin la ropa, di una voz.

Chicos ya estoy lista, ¿Dónde estáis?

En el salón, me dijo Alejandro.

Voy ya, ¿verdad?, pregunté.

No se parece que Daniel está muy nervioso y no le va a sentar muy bien, que no es broma, ven ya, dijo Alejandro.

Lo de los nervios no es broma, está como un flan, dijo Cecilia.

Asomé primero la cabeza y un hombro, así que ya todos podían notar que me había quitado la ropa que llevaba.

¿Qué tal?, les dije.

¿Quieres verme, no? Dije dirigiéndome a Daniel.

Por supuesto, contestó el.

En ese momento di un paso y caminé hacia el.

Ves, le dije a Cecilia.

La cosa no es para tanto.

¿Y como estás?, me pregunto ella.

Estoy nerviosa, pero a la vez me siento muy bien porque noto que Daniel me mira, que le gusta y que está disfrutando, pero además estoy segura de que no va a pasar nada más, ni nada desagradable.

Bueno y ahora que tal si sales a la terraza, dijo Alejandro.

Vamos a ver quien hay en el jardín, dio Daniel.

Estuvimos observando durante un rato, pero era demasiado pronto. Al cabo de un rato se asomaron dos parejas, pero preferíamos que fueran chicos, así que esperamos un poco más. Un rato después, una pandilla de tres chicos se situó en el balcón que había en el jardín. Daniel me dio un cubo con ropa y yo me dirigí a la terraza. Cuando salí me pareció que estaba más cerca de lo que me había parecido, los chicos rápidamente se dieron cuenta de mi presencia y de mi desnudez, yo no podía escucharles, pero poco me faltaba. En un principio traté de concentrarme en la ropa y les miraba solo de reojo. Luego desaparecieron, así que pensé en volver a meterme en la casa, pero al momento aparecieron de nuevo en el punto mas cercano a la terraza en la que yo me encontraba. Nos pillamos mutuamente, yo les pille a ellos asomándose para mirarme, pero ellos a su vez me pillaron a mi mirando en su dirección, así que no podía seguir haciendo como antes. Ellos sabían que les había visto, así que podía hacer dos cosas, o irme rápidamente al interior o quedarme y ver como me miraban. Me encaminaba ya hacia la puerta me di cuenta de que dentro estaban Daniel, Cecilia y Alejandro pendientes de la situación, así que sentí que a ellos les gustaría más que me quedara. Cogí el caldero con la poca ropa que me quedaba, lo posé sobre la mesa y me dirigí hacia la barandilla en la que me apoye, manteniendo mi mirada fija en los tres chicos. Notaba que me miraban y hablaban, pero en un momento dado uno de ellos sacó una cámara o un móvil y entonces si que me di rápidamente la vuelta y me metí en la casa.

¿Me han hecho la foto?, entré preguntando un poco nerviosa.

Yo creo que no les ha dado tiempo, Sara y si te la han logrado sacar ha sido de espaldas, así que no te preocupes, dijo Alejandro.

Esto es lo que menos me gusta, cuando surge algo inesperado, ¿No podían quedarse tranquilitos disfrutando de la vista?

Cecilia se preocupó un poco por mi enfado y me preguntó si quería vestirme ya.

Que va, esto es normal, además hasta que han sacado la cámara ha sido fabuloso, ¿no?, les pregunté.

Si, si por supuesto, respondieron ellos a dúo.

¿Y a ti?, dijo Alejandro dirigiéndose a Cecilia.

Me ha gustado, he sentido envidia de Sara, pero de la sana, me he imaginado en su lugar y he tenido una sensación diferente a lo que esperaba, una sensación buena, le contestó Cecilia.

Pues anímate tu también, le dijo Daniel.

No me agobies, contestó ella.

No es buena idea, añadí yo.

Hacer cosas en tu propia casa no es aconsejable porque entonces el juego entra en tu vida y no lo controlas, para mi es importante jugar cuando me apetece y cuando no tengo mi vida normal, mi trabajo y mis amigos que están totalmente al margen de esto, Alejandro es la única persona que forma parte de esto y de mi vida “normal”, les expliqué.

Bueno, estos se van a quedar vigilando toda la mañana dijo Daniel.

Ante esa situación decidimos ir a dar un paseo para conocer bien la ciudad, ya que ahora íbamos con unos estupendos guías.

Mientras caminábamos yo charlaba más con Cecilia y Alejandro con Daniel. Noté que Cecilia estaba más receptiva y animada a iniciarse en este tipo de juegos, pero creía que era mucho más vergonzosa que yo, así que se me ocurrió una idea.

¿Qué te parece Alejandro?, ¿te da confianza?, le dije.

Si, muchísima, es muy educado y se le ve formal, pero simpático, me contestó.

Pues yo creo que sería un buen espectador para tu primera exhibición, ¿no?

Entonces le plantee mi idea, a ella le gustó, pero insistía en que no sabía si se atrevería. Yo le comentaba que en este caso todos sabíamos que era un juego y que la primera ocasión en que se mostraría y trataríamos de ayudarla. Me pidió que le dejara pensárselo y entonces cambiamos de tema de conversación.

El tiempo se nos pasó volando y nuestros amigos nos llevaron a comer a un lugar que había a la orilla del río, el panorama era espléndido y el lugar muy tranquilo. Había sido un antiguo molino y modernamente lo habían transformado en un casino, pero habían respetado su estructura, era un lugar muy bucólico.
 
Cuando estábamos en la sobremesa Daniel nos preguntó que queríamos hacer, porque si quería volver a asomarme a su terraza la hora del mediodía ya se nos había pasado, así que al un poco antes de que cerrasen el parque si nos apetecía podíamos hacer otro pase.

Por mi está bien, si que me apetecería salir otra vez, hay que aprovechar la ocasión, les dije yo.

Podemos ir a la Casa Lis, que es un museo muy peculiar sobre Art Deco y así hacemos tiempo, dijo Cecilia.

¿Y tu por fin te animas?, le pregunté con la mejor de mis sonrisas.

Podemos intentarlo, respondió ella.

Los chicos que no sabían de qué hablábamos pero se lo imaginaron estaban expectantes. Yo les esplique que Cecilia iba a intentar hacer su primer juego que consistiría en darse una ducha con ellos como público y ambos aplaudieron la idea y el arrojo de Cecilia. Estoy segura de la buena reacción de los chicos y las alabanzas que le dirigieron fue el último empujón que Cecilia necesitaba.

Pasamos la tarde visitando el museo que en efecto era muy peculiar, el edificio en sí era una obra de arte, tenía una cristalera de colores muy llamativa, era algo así como pasear por la mansión de un acaudalado mecenas del siglo pasado, muñecas, autómatas, juguetes, figuras decorativas, joyas, desde luego no me esperaba encontrar un sitio así en esa ciudad.

Al salir del museo regresamos a la casa y como era ya un poco tarde fui rápidamente al baño para desnudarme mientras ellos se asomaban a la ventana para ver quien había en el jardín.

Daniel salió para recoger disimuladamente la ropa y el caldero que yo había dejado sobre la mesa. Como el sol ya estaba bajando y la luz se iba reduciendo esta vez no fuimos tan selectivos y salí casi sin pensármelo, en cuanto vimos que una familia se iba. Había tres parejas y un par de señores mayores que fue a quienes quería agradar esta vez. Mi paseo fue más corto que el de la mañana y más disimulado también, hasta el punto que yo no pude saber si me habían visto o no, pero ya a Daniel se la había ocurrido coger la videocámara y grabar a la gente que me miraba, con lo cual después pude ver que si me habían visto y que hablaban de mi entre ellos.

Bromeamos un poco sobre lo que pensábamos que estaban diciendo, pero en realidad ninguno de nosotros sabía leer en los labios, nos reímos mucho con eso.

Cuando el video ya no daba para nada más, Alejandro le preguntó a Cecilia si estaba animada a hacer su juego. Ella respondió que si, pero que la ayudáramos, a lo cual todos asentimos. Yo no me vestí para que ella se sintiera menos incómoda y yo les plantee el plan.

La idea es poner un par de sillas delante de la bañera y que Cecilia se duche con las cortinas abiertas, charlando con vosotros y vosotros con la conversación la tenéis que relajar, les dije.

Ellos se fueron a colocar las sillas en el baño y yo le dije a Cecilia que lo mejor era que ella entrara sola a la ducha y cerrase las cortinas, cuando escuchásemos el agua entraríamos nosotros, Alejandro se sentaría en la silla y Daniel por un lado y yo por el otro de repente descorreríamos las cortinas, porque el primer momento es el peor y si era ella quien las tenía que abrir es posible que no lo hiciera. Esta idea a Cecilia le pareció estupenda, así que una vez los chicos colocaron las dos sillas frente a la bañera me llevé a los chicos de allí y les explique el plan.

Tardamos un poco en escuchar el agua, cosa que me pareció lógica, suponía que le había costado abrir el grifo porque ese era su punto de no retorno. Entramos en el baño hablando alto para que Cecilia nos oyera, Alejandro se sentó en su lugar y Daniel y yo nos pusimos junto a las cortinas. Yo asomé la cabeza y le dije a Cecilia que tuviera claro que si en algún momento quería parar el juego solo tenía que decirlo. Y cuando ella se disponía a contestarme abrí la cortina de mi lado y acto seguido Daniel tiró del suyo. Yo suponía que Cecilia estaría de espaldas, pero me equivoque y apareció ante los chicos enjabonándose un brazo. De su boca surgió un tímido hola al que los chicos contestaron más animadamente. Daniel le preguntó a Cecilia muy oportunamente a donde nos podían llevar a cenar y así empezaron una charla que hizo que Cecilia se acostumbrara a la situación y se relajara.

A que no estas tan nerviosa, le dije yo después.

Mucho menos de lo que me pensaba, contesto.

Te estas divirtiendo, continué.

Si, estoy agusto, me gusta, nos dijo.

Celia termino ya había terminado de enjabonarse y se estaba aclarando cuando Alejandro le hizo una observación.

Cecilia, si no te parece mal, antes de terminar ¿podrías girarte un poco para poder verte completa?, le dijo Alejandro.

Ahí si, perdona, no me había dado cuenta de que no me había puesto nada de espaldas, contestó Cecilia dándose la vuelta rápidamente.

Daniel se echó a reír y los tres nos quedamos esperando que nos contara el motivo, pero como no decía nada Cecilia le preguntó.

¿Qué es lo que te ha hecho tanta gracia?

Bueno me ha hecho gracia y me ha gustado que conste, me ha parecido estupendo, nos dijo.

¿El qué?, insistió Cecilia.

Bueno, pues que en realidad Alejandro te ha dicho me enseñas el culo Cecilia, pero de una manera muy educada y tu le has contestado algo así como, uy que despiste, no me había dado cuenta de que aún no te lo había enseñado.

Es verdad, dijo ella, sonriendo también.

Alejandro y yo también nos reímos, ahora el clima ya era totalmente distendido.

Cecilia tenía una melena morena que había dejado crecer hasta la altura de los hombros, sus ojos de un tono gris verdoso eran muy peculiares, su dentadura era perfecta y en general tenía una muy cara bonita, era de complexión delgada, tenía algo mas de pecho que yo, sus senos eran firmes y bien redondeados, con unos pezones más bien pequeños, llevaba el pubis arreglado pero no estaba depilada, solamente se había quitado el vello de las ingles hasta la raya del bikini, como hago yo.

Sin embargo a pesar de estar más delgada tenía una ligera curvita en el vientre, pero muy sutil y su culete aunque estaba muy bien no era tan redondo como el mío. A mi modo de ver ella me ganaba en algunos aspectos, pero en otros yo salía más favorecida, aunque no había en mi ningún afán de competencia, me resultaba inevitable compararme con ella.

Cecilia no se dio ninguna prisa en terminar de ducharse y los chicos le daban conversación para distraerla, aunque yo creo que ya no lo necesitaba, porque después del comentario gracioso de Daniel ella ya se había relajado y el tiempo que tardó en acabar de ducharse era buena muestra de ello. Al salir Daniel le acercó una toalla, pero Cecilia no se enrolló en ella, sino que se seco con parsimonia, mientras charlábamos animadamente sobre un viaje que habían hecho recientemente a Londres, ya que Alejandro acababa de llegar de vivir allí durante unos años.

Decidimos que ya era buena hora para ir a cenar, así que los chicos se fueron al salon y nosotras nos fuimos s vestir.

La cena fue estupenda gastronómica mente hablando, pero fue fastuosa en cuanto a la conversación. Si bien por la tarde Cecilia y yo habíamos mostrado nuestros cuerpos, en esa cena todos desnudamos nuestros pensamientos.

Ahora que ya se terminó, ¿Qué te ha parecido la experiencia Cecilia?, le pregunte cuando nos sirvieron el café.

Ha sido estupenda, me he sentido muy bien y no solo entonces, ahora también. Quiero decir que hace un rato me he mostrado desnuda, pero ha sido tan natural, tan respetuoso y ahora estamos aquí cenando y comportándonos exactamente igual que la noche anterior cuando nadie había visto a nadie, contesto.

Es verdad, a mi me parece fundamental que se comporten así. Yo estoy segura que habría muchas mas mujeres dispuestas a mostrarse si se imaginaran que podía ser algo tan, no se como decir, tan limpio, tan sano, tan educado y tan lleno de morbo a su vez, conteste yo.

Estoy de acuerdo. Yo misma no me planteaba hacer una cosa así porque pensaba que sería algo sórdido que inevitablemente llevaría a algo más. Nunca imaginé que podía ser algo tan sutil, que los chicos se iban a comportar así de bien y no iban a pedir nada más o a decir nada inoportuno, continuó diciendo Cecilia.

¿Pasaste mucho nervios?, le pregunté de nuevo.

Estaba muy nerviosa mientras me desvestía y cuando me iba a meter en la ducha no me creía lo que iba a hacer. Fue una buena idea lo de que vosotros descorrierais las cortinas, se nota que ya tienes tablas en este tema. Me dijo Cecilia.

Pues a mi me sorprendió que al abrir las cortinas estuvieras de frente, yo suponía que estarías de espaldas. No se porque supongo que yo lo hubiera hecho así para acostumbrarme despacio a la situación, le dije.

Ni pensé en ello. Ya que me mostraba lo que quería era ver la cara de los chicos, supongo que fue una sorpresa mutua, ¿no chicos?

Para mi desde luego, contestó Alejandro.

Y para mi ni te cuento, dijo también Daniel.

Mira otra cosa que me llamó la atención es que a pesar de que Daniel me ha visto miles de veces, cuando estaba en la ducha me miraba con un brillo especial en los ojos, como si no me hubiera visto antes y no perdía detalle, dijo Cecilia.

Hombre era una situación diferente y me gustaba muchísimo, pero también miraba de un poco a Alejandro, comentó Daniel.

Por la tarde cuando tu te desnudaste Daniel se quedó estupefacto, pero note que Alejandro miraba mucho a Daniel, repuso Cecilia.

Si, es que disfrutamos doblemente, disfrutamos al veros y al ver como otros os admiran. Cuando Sara asomó la cabeza antes de aparecer por la puerta era como el redoble de tambor previo al inicio de la actuación y me fijé en la expresión de asombro de Daniel y cuando Sara por fin apareció por la puerta fue genial. Sara estaba estupenda y la expresión de Daniel delataba que le gustaba muchísimo lo que estaba viendo, nos confesó Alejandro.

Desde luego que me gustaba, respondió Daniel.

Pero tu también me mirabas un montón le dije yo a Alejandro.

Lo hago siempre que puedo, estás fabulosa y en esas situaciones más, me dijo él.

Tu también Cecilia, disfruté muchísimo mirándote, no quería ni pestañear, le dijo a ella.

Anda que yo, tonta de mi, si no me lo llegas a decir, no me doy la vuelta para enseñarte el culo, le contestó Cecilia dándose un toquecito en la frente con toda naturalidad.

Me encanta la naturalidad con la que lo dices, yo creo que te ha picado el gusanillo, comentó Alejandro.

A mi me encantó ese momento, fue muy gracioso y morboso a la vez, dijo Daniel.

Pues yo no lo hice con intención, lo dije como lo sentía, cuando Alejandro me dijo eso fue cuando me di cuenta de que había estado todo el tiempo de cara, me sentí como tonta, porque estaba agusto notando que me miraba y me apetecía de verdad que me mirase también el culo, no por el culo en sí, más bien porque me viera todo y claro el culo es una de las cosas en las que más os gusta fijaros, dijo Cecilia.

Bueno a mi me gusta mas ver el conjunto, no unas partes del cuerpo en concreto, pero si es verdad que una vista de la parte de atrás, pero viendo también la espalda, los hombros y las piernas además del culo claro, es algo muy bonito y por eso te lo pedí, aunque me daba un poco de miedo meter la pata, dijo él.

Ante chicos como vosotros no tendría nunca inconveniente en mostrarme, respondió Cecilia.

Ni yo tampoco, apostillé yo.

Me ha encantado conoceros porque me hace sentir más normal, a veces me sentía un poco diferente por tener esta afición y conocer a otras personas con una vida normal como nosotros a quienes también les gustan estos juegos me resulta muy reconfortante, proseguí diciendo.

A nosotros también nos ha encantado conoceros, dijo Daniel.

Yo me he iniciado gracias a vosotros, así que nunca lo olvidaré como supondréis, dijo Cecilia.

Después de despedirnos y prometernos que nos veríamos de vez en cuando para jugar, nos fuimos al hotel y disfrutamos de otra noche de pasión.

Al día siguiente por la mañana habíamos planeado conocer algunos rincones que Cecilia y Daniel nos habían indicado, pero cuando estábamos desayunando Alejandro recibió una llamada. Era Daniel que habló un poco con Alejandro y luego me pasó el móvil para que yo hablase con Cecilia. Nos pedían que nos acercáramos a su casa si no teníamos un plan mejor porque habían pensado que les gustaría tener un recuerdo grafico. Cecilia me había comentado que esa noche hablando habían llegado a la conclusión de que hubiera sido genial grabar la situación, así que habían pensado que a lo mejor no nos importaba repetirla y grabarla. Ellos querían que yo me dedicara a grabar una situación que consistía en que llega un amigo a su casa y Daniel le invita a pasar, al despacho para mostrarle algo y por el pasillo se cruzan con Cecilia que iba desnuda aduciendo que se iba a dar una ducha y les ofrecía algo para tomar, así que ante un plan tan sugerente aceptamos.

Yo subí a su casa y Alejandro esperó abajo. Daniel me explicó el funcionamiento de su videocámara y después de hacer algunas pruebas Cecilia se fue a su cuarto para desnudarse. Yo le di un toque a Alejandro con mi móvil y al momento sonó el portero automático. Cuando sonó el timbre de casa me puse a grabar, Daniel abrió la puerta e invitó a pasar a Alejandro, ambos actuaban como si yo no estuviera allí.

Pasa al despacho que te quiero enseñar un artículo sobre un nuevo tipo de tratamiento del asma que he visto en Internet, dijo Daniel.

Vale, contestó Alejandro.

Se encaminaron hacia el pasillo en dirección al despacho y yo les seguí, cuando estaban a medio pasillo Cecilia salió desnuda de la habitación.

Hola Pedro, dijo Cecilia refiriéndose a Alejandro.

No sabía que habías venido, prosiguió.

Si, tu marido me va a enseñar un artículo en Internet, por cierto estas guapísima desnuda, dijo Alejandro.

Muchas gracias, me iba a dar una ducha, por eso no llevo ropa, pero me alegro de que te guste. ¿Queréis tomar algo?, les preguntó.

Bueno, si no te importa traernos unas cervezas cariño, te lo agradeceríamos, dijo Daniel.

Ellos continuaron hacia el despacho y yo fui detrás. Los chicos se pusieron en el ordenador y Daniel hablaba de temas médicos que ni Alejandro ni yo entendíamos, pero él le seguía la corriente. Al poco apareció Cecilia con unas cervezas y un cuenquito con frutos secos.

Anda si no te has vestido, comentó Alejandro.

Si, como me voy a duchar en un momento para que me voy a vestir para entrar aquí y volver a desnudarme en cuanto salga. Además ya me has visto y por lo que me has dicho te ha parecido muy bien, dijo ella.

Desde luego que si, dijo Alejandro.

Tienes esto un poco desordenado Daniel, casi ni tenéis donde poneros, dijo Cecilia.

Entonces ella se puso a colocar cosas a llevarse alguna cosa de ese cuarto e incluso apareció con el aspirador para limpiar un rincón del que había retirado unas cajas, es evidente que tenía preparada esa parte porque se puso de espaladas a los chicos y un poco inclinada con toda la intención de que se recrearan con su culo un rato. La escena era totalmente surrealista, pero genial. Cuando ya había terminado de recoger Cecilia dio que se iba ya a la ducha, pero Alejandro que es muy rápido de reflejos le preguntó si no le apetecía tomarse una cervecita con ellos y ya se ducharía después. Ella se dio cuenta que era el pie para seguir jugando un poco más, así que aceptó y se quedó allí charlando con ellos otro ratito más. En un principio simplemente charlaban, Cecilia se había apoyado en una mesa con las piernas cruzadas pero yo me di cuenta de que podíamos explotar un poco eso, así que giré la cámara hacia los chicos y me acerque a Cecilia para decirle que podía poner alguna posturita sentándose en la mesa. La idea le gustó, así que primero se sentó descruzando las piernas, al rato flexionó una pierna y se sentó sobre ella dejando la otra estirada, después subió la otra y se puso en plan jefe indio y por ultimo se volvió a poner de pie y al sentarse agarró su rodilla derecha poniendo el talón del pie en la mesa y dejando la pierna izquierda apoyada en el suelo, haciéndolo todo con naturalidad mientras charlaba con los chicos.

En fin, que se quedaron contentísimos con el recuerdo gráfico que habían conseguido.

Lógicamente, después de un fin de semana tan satisfactorio nos prometimos vernos en más ocasiones.
 
Gracias capinemo. Me encantan tus relatos con ese exhibicionismo tan fino y siempre cargados de sutilezas
 
Está genial tu relato. Son morbosos de verdad. Anda que no me gustaría a mi tener una de esas experiencias....:rolleyes:
 
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