La sobri

Capítulo 13



El verano seguía su curso cálido, el calor pegajoso envolvía la ciudad como una manta sofocante. Era el lunes por la mañana, y Itziar, se preparaba en su habitación para su primer día como canguro de su primo pequeño. La luz del sol se colaba por las cortinas blancas, tiñendo el aire con un brillo dorado, y el zumbido del ventilador en la esquina apenas aliviaba el sudor pegajoso que perlaba su piel. Acababa de salir de la ducha, el agua tibia aún goteando de su cuerpo mientras se envolvía en una toalla, el aroma a gel de manzana que tanto le gustaba impregnaba el espacio. Se miró al espejo, el pelo húmedo le caía en mechones sobre los hombros, y decidió vestirse con cuidado. Escogió un tanga blanco de encaje que se ajustaba perfectamente a su culazo firme, y que sabia que a Ricardo le encantaba, de hecho es el que llevaba cuando le folló el culo, seguido de un sujetador a juego que realzaba sus tetas perfectas. Sobre ello, se puso un vestido veraniego rosa, ligero y de corte suelto, que dejaba entrever las curvas de su figura cada vez que el viento lo movía. Se calzó unas sandalias blancas, se aplicó un poco de gloss en los labios y, tras un último vistazo, salió hacia la casa de su tía Laura, con el corazón latiéndole con una mezcla de nervios y anticipación. Estaba nerviosa, no lo podía negar pero no era por el trabajo sencillo de cuidar de su primo, sino por Ricardo, porque sabía lo que iba a pasar y encima lo deseaba. Había decidido dejar atrás todo aquella tarde en la cafetería, pero ahora no paraba de pensar en ello, y estaba muy excitada y dispuesta ante la idea de poder volver a follar con su tío.

Mientras caminaba bajo el sol abrasador, el calor subiendo por sus piernas desnudas, Itziar reflexionaba. Tomaba la píldora desde hacía meses para regular su regla, porque últimamente se le estaba descontrolado y no era regular, y el ginecólogo se la había recetado, un secreto que guardaba con celo, y esa mañana había decidido dejar que Ricardo se lo hiciera sin condón si la situación lo permitía. La idea de sentir por primera vez cómo un hombre se corría dentro de su coño la llenaba de una excitación prohibida, un deseo crudo que la hacía apretar los muslos mientras cruzaba la calle. Y quería darle ese privilegio a su tío que tanto le había dado en todos los sentidos. Pero al acercarse a la casa de su tía, un remordimiento la golpeó como un latigazo. Quería follarse al marido de Laura, su propia tía, un acto que la avergonzaba y excitaba a partes iguales. Era su secreto, un peso que llevaba en silencio, y ella nunca lo sabría. La culpa se mezclaba con el deseo, un torbellino que la hacía dudar con cada paso, pero el recuerdo de Ricardo —su voz, sus manos, su polla, su carácter— la empujaba adelante.

Llegó a las dos, el sol en lo alto castigaba la calle mientras subía las escaleras del portal camino del ascensor. Laura la recibió en la puerta, con el crío en brazos y una sonrisa agotada. —¡Itzi cariño, qué guapa estás! Ese vestido te queda genial, de verdad —dijo, ajustando al pequeño en su cadera mientras la invitaba a pasar—. Gracias por venir, me salvas la vida hoy. Mira que te diga, el enano come puré a las cuatro, luego le puedes poner dibujos o el sonajero si se pone pesado. Yo salgo a las nueve, así que te dejo al mando. Si pasa algo, llámame, ¿vale? Ah, y Ricardo llega sobre las 5 más o menos, así que no estarás mucho rato sola. Y cuando llegue si quieres ya te puedes ir.

—Tranquila tía, lo tengo controlado. Puré a las cuatro, dibujos, sonajero… fácil —respondió Itziar, sonriendo mientras tomaba al crío, que gorgoteaba y le tiraba del pelo con sus manitas regordetas—. Vete sin preocupaciones, que aquí estamos bien.

Laura asintió, recogiendo su bolso con prisa. —Eres un sol, de verdad. Te dejo el número del curro por si acaso. ¡Nos vemos luego! —dijo, dándole un beso rápido en la mejilla antes de salir, la puerta se cerró con un clic que dejó a Itziar sola con el pequeño.


Las horas transcurrieron entre juegos y caos infantil. Itziar preparó el puré a las cuatro como le había dicho su tía, el olor a zanahoria y patata empezó a llenar la cocina mientras el crío manoseaba la cuchara, dejando manchas naranjas por la mesa. Lo entretuvo con dibujos animados en su propio móvil para que comiera sin dar guerra, y luego lo arrulló con el sonajero hasta que se durmió en su cuna. El apartamento quedó en un silencio solo roto por el zumbido del ventilador, y Itziar se sentó en el sofá del salón, el mismo donde Ricardo le había dado por el culo meses atrás. El recuerdo la golpeó como un relámpago: el lubricante frío goteando, la presión en su ojete, el gruñido de él mientras la llenaba. Sintió un escalofrío de excitación recorrerle la espalda, sus muslos apretándose instintivamente mientras el tejido del sofá crujía bajo su peso. Cerró los ojos un instante, imaginando sus manos ásperas en su piel, el placer mezclado con la culpa de estar en la casa de su tía, traicionando a Laura con cada pensamiento. Se levantó, caminando por el salón para distraerse, pero el sentimiento de traición a su tía aún en el aire y el silencio opresivo la mantenían atrapada en su deseo prohibido. Miró el reloj: las cuatro y media ya. Faltaba poco para que Ricardo llegara, y el tiempo parecía estirarse, cada minuto avivaba su mezcla de ansiedad y anhelo.

El reloj marcaba las cinco y cuarto de la tarde cuando el sonido de la llave girando en la cerradura resonó en el apartamento de Laura, haciendo que el corazón de Itziar se acelerara como un tambor desbocado. Estaba sentada en el sofá, el ventilador zumbando en la esquina, el aire cargado de un calor pegajoso que se adhería a su piel, dejando un brillo de sudor en su frente. Ricardo entró, dejando las llaves en la mesa con un golpe seco, con su figura llenando el marco de la puerta con la camiseta gris ajustada pegada al torso por el sudor y los vaqueros marcando sus muslos robustos. El crío dormía plácidamente en su cuna, y el silencio del salón solo se rompía por el zumbido del electrodoméstico y la respiración entrecortada de Itziar, que jugueteaba nerviosa con el borde de su vestido rosa.

—Hola, princesa, ¿qué tal ha ido todo con el pequeño? ¿Te ha dado guerra o qué? —preguntó Ricardo, acercándose con una sonrisa cansada pero cálida, inclinándose para darle dos besos en las mejillas, el aroma a sudor y trabajo se mezclaba con el calor del ambiente. Se dejó caer en el sofá junto a ella, y se pasó una mano por la frente, quitándose el sudor.

—Bien, se durmió hace un rato después de comer. Es un encanto, la verdad, ha sido un día tranquilo —respondió Itziar, cruzando las piernas, el vestido subiendo un poco por sus muslos mientras lo miraba de reojo, notando cómo el calor había dejado marcas en su ropa—. ¿Y tú, cómo te ha ido?

—Una mierda, con este calor trabajar es un suplicio. Sudando como cerdo todo el día, pero qué le vamos a hacer, es lo que hay —dijo Ricardo con una risa seca, levantándose ya del sofá—. Oye, voy a darme un duchazo rápido para quitarme este calor de encima, ahora vengo, ¿vale?

—Claro, te espero aquí —asintió ella, recostándose un poco, el ventilador moviendo un mechón de su pelo mientras lo veía desaparecer hacia el baño.

Minutos después, Ricardo regresó con el pelo húmedo y una camiseta limpia, el aroma a jabón reemplazando el sudor. Se sentó de nuevo en el sofá, más cerca esta vez, y la conversación fluyó con naturalidad, saltando entre anécdotas del día y recuerdos compartidos. Itziar habló de la universidad, de cómo las clases de verano la estaban agotando, de las risas con Lucía y Sara planeando una escapada a la playa, y de un examen que había suspendido por llegar tarde. Ricardo la escuchaba, asintiendo y riendo cuando ella imitó a su profesora con un tono gruñón, pero sus ojos no podían despegarse de ella. Recorrían el contorno de su vestido rosa, la curva suave de sus tetas, el brillo tentador de sus labios con gloss, y el leve aroma que desprendía su piel. El deseo crecía en su interior como un incendio, mezclado con un nerviosismo que no podía controlar, haciendo que sus manos temblaran ligeramente sobre sus rodillas.

El silencio se instaló por un momento, y Ricardo carraspeó, mirando al suelo como si buscara las palabras adecuadas. Su corazón latía con fuerza, la excitación lo consumía, pero también lo paralizaba. Se pasó una mano por la barba canosa, nervioso, y finalmente giró la cabeza hacia ella, los ojos brillaban con una mezcla de anhelo y torpeza. —Itzi, yo… a ver, no sé ni cómo decirte esto —murmuró, la voz temblorosa, casi un susurro—. Estás… estás increíble hoy, y no dejo de pensar en ti. En nosotros. Me pones hasta nervioso, ¿sabes? Pero… mierda, quiero volver a estar contigo, a follarte otra vez. No sé cómo pedírtelo, pero lo deseo tanto que me quema. ¿Qué… qué piensas tú?

Itziar lo miró, sorprendida por su vulnerabilidad, pero en su interior el deseo también ardía, sabía a que había ido a su casa realmente y lo deseaba. El recuerdo de sus encuentros previos, el sexo tabú, el placer prohibido, la hizo morderse el labio. Sentía el pulso acelerado, una necesidad que coincidía con la de él, y asintió lentamente, su voz suave pero decidida. —Yo… también lo he estado pensando, Ricardo. Lo deseo. Vamos a hacerlo, anda ven y fóllame otra vez tío —susurró, inclinándose hacia él, los ojos brillantes de emoción y una calidez que la hacía sentirse expuesta pero receptiva.

Sus miradas se encontraron, y el aire entre ellos se cargó de una tensión eléctrica. Ricardo tragó saliva, acercándose más, mientras Itziar dejó que sus manos buscaran las de él, sellando con ese gesto su mutuo acuerdo. El ventilador seguía zumbando, pero ahora el sonido parecía un fondo lejano frente al latido de sus corazones, listos para dejarse llevar una vez más.

Sus bocas se encontraron con ternura al principio, un roce suave de labios que sabía al aroma a fresa de su gloss, un contacto tímido que pronto se volvió profundo. Los labios de Ricardo se movieron con lentitud, explorando los de ella, abriéndose para dejar que sus lenguas se encontraran en un baile húmedo y cálido. Itziar gimió bajito, un “mmmh” escapando mientras inclinaba la cabeza, profundizando el beso, sus manos subieron a la nuca de él para después acariciar su barba canosa. Él respondió con un gemido bajo, “joder, qué bien sabes”, sus manos subían por su torso, acariciando sus tetas por encima del vestido, sintiendo los pezones endurecerse bajo la tela fina. El beso se volvió más urgente, más guarro, sus respiraciones se mezclaban, la saliva compartida brillaba en sus labios mientras se devoraban con una pasión contenida.

Con coquetería, Itziar se apartó un segundo, mirándolo con ojos brillantes poniendo esa carita de niña mala que tan bien sabía hacer. Deslizó las tiras del vestido por sus hombros con movimientos lentos, dejando que la tela cayera poco a poco por su pecho, revelando el encaje blanco del sujetador. Ricardo la admiraba, los ojos oscurecidos por el deseo, siguiendo cada centímetro de piel que se exponía, el valle entre sus pechos, la curva de sus caderas, su ombliguito. Ella dejó que el vestido bajara hasta la cintura, luego lo empujó al suelo con un movimiento de cadera, quedándose solo con el tanga y el sujetador. Él gruñó de placer al verla, —eres jodidamente perfecta princesita—, y con dedos ansiosos, acarició sus tetas, pasando los dedos por los pezones, después sacó las tetas de las copas sin quitárselo, dejando los pezones rosados expuestos, con las areolas hinchadas muestra de sus tetas veinteañeras. Los chupó con deseo, la boca se cerraba sobre uno mientras su lengua lo lamía en círculos húmedos, succionando con fuerza hasta que ella jadeó, —ohhh… sí, tío. Cómetelas bien cabronazo, disfruta de tu sobri—. Pasó al otro, mordiendo suavemente, lamiendo la piel salada por el sudor, sus manos apretando la carne firme mientras ella se arqueaba con un escalofrío gimiendo “¡joder, qué bueno!”. Se quitó el sujetador para estar más cómoda.

—Quiero comerme tu ojete otra vez cariño, sabes que me tiene obsesionado ese agujerito que tienes—murmuró Ricardo, la voz ronca de excitación. La giró con suavidad, poniéndola a cuatro patas en el sofá, el tejido crujía bajo sus rodillas. El sudor del verano había dejado un aroma fuerte en su piel, un olor terroso y cálido que subía desde su coño, pero a Ricardo le encantaba, un afrodisíaco crudo que lo volvía loco. Separó sus nalgas con las manos, y apartó la fina tela de su tanga exponiendo el ojete rosado y apretado, y se inclinó, lamiendo con avidez. Su lengua trazó círculos alrededor de la rugosa entrada, presionando con firmeza, saboreando el sabor salado y almizclado mientras ella gemía alto, —¡ay, joder, sí. Me encanta que te comas el ojete, que cerda me pone eso tío!—. La sensación la atravesó, un placer intenso mezclado con la vergüenza del olor, pero el deseo de Ricardo la hacía rendirse. Él gruñó contra su piel, —me vuelves loco así putita, me tiene loco tu culito—, la lengua iba entrando un poco más, explorando la textura cálida y apretada, sus manos apretando sus nalgas mientras ella se retorcía, gimiendo “¡ohhh, no pares, chúpame bien, cerdo!”. Oírla así solo hacia que aumentar su deseo, y empezó a pasar la lengua desde abajo, desde el chochito. Recogía con la lengua sus flujos e iba subiendo pasando toda la lengua por la raja, hasta llegar al ojete que lamía lascivamente saboreando su íntimo sabor. Itziar estaba cachondísima al notar como se mezclaba el roce de la barba en el interior de sus nalgas con la lengua acariciando su rincón más íntimo.

Tras unos minutos, Ricardo se apartó, jadeando, el rostro enrojecido y empapado en su propia saliva y flujo. —Voy a por un condón nena, me muero por metértela cariño—dijo, levantándose con esfuerzo, la polla marcando sus vaqueros.

Itziar se giró y lo miró con picardía, y lo sujetó de la mano intensificando su mirada, el cuerpo temblaba de excitación. —No hace falta la gomita tío, tomo la píldora para regular la regla. Quiero que te corras dentro de mí… por primera vez. Vas a ser el primero que lo haga. Es una sorpresa que te tenía reservada—susurró, abriendo las piernas en una invitación descarada, el tanga blanco desplazado dejando su coño húmedo y rosado perfectamente depilado a la vista.

Ricardo bufó de placer, un sonido gutural escapó de su garganta mientras se desabrochaba los vaqueros, con la polla dura y gruesa saltando libre. —Joder, Itzi, eso es lo que quería oír. Te voy a llenar de leche calentita el chochito—dijo, sentándose en el sofá, guiándola con las manos para que se subiera. Ella se subió encima, alineándose con él, cogió la polla y restregando el capullo en sus labios húmedos lo guió dentro de ella poco a poco. La sensación de su polla entrando sin barreras la hizo gemir fuerte, un “¡ohhh, Ricardo, qué rico, que dura la tienes!” llenando el aire mientras sentía cada centímetro abriéndola, el calor y la presión llenándola por completo. Sus paredes internas se ajustaron a él, un placer ardiente que la hizo temblar y ponerse su piel de gallina, sus manos apoyadas en sus hombros.

Hicieron el amor con dulzura y cariño, esta vez no había sexo salvaje, esta vez era algo parecido al amor, sus caderas iban moviéndose en un ritmo lento al principio, frotando así su clitoris contra el pubis de Ricardo, luego más rápido, un vaivén sensual que hacía que el sofá crujiera. Ella se inclinaba para besarlo, sus lenguas entrelazándose en un beso húmedo, mientras él acariciaba sus tetas, pellizcando los pezones con dedos expertos, y bajaba a su culo, apretando las nalgas suaves y firmes, deslizando los dedos por la raja hasta rozar su ojete. Itziar gemía sin parar, un “¡sí, sí, más, joder. Me encanta tío como me follas, estoy deseando de que me llenes de leche calentita!” escapando entre jadeos, sus caderas se movían sincronizadas para tomar más de él, el sudor goteándole por la espalda. Ricardo gruñía, “eres mía, Itzi, me encantas princesa”, sus manos la adoraban, el placer creciendo con cada embestida.

El ritmo se volvió frenético, sus cuerpos se fundían en un vaivén húmedo y carnal, hasta que Ricardo, con un gemido ronco sintió que iba a explotar, “¡joder, Itzi cariño, me corro!”, se tensó, y apretando sus caderas contra él para llegar mas profundo se corrió dentro de ella con una intensidad que casi le hizo marearse. El calor de su semen la llenó, un torrente cálido en varias pulsaciones que la hizo gemir alto, “¡ohhh, sí tío, dame tu leche bien dentro! Me encantaaaaa”, ella al sentir como su tío se corría dentro de su coño sin barreras estalló en un orgasmo intenso y prohibido, sus paredes contrayéndose alrededor de él mientras temblaban juntos. Se quedaron así un rato, besándose con ternura mientras el acariciaba su espalda y ella su pelo, las respiraciones entrecortadas, el sudor uniéndolos. Luego, Itziar se salió despacio y se tumbó en el sofá, abriendo las piernas, y el semen de Ricardo empezó a salir despacio de su coño en un rastro blanco y espeso que brillaba bajo la luz. Una imagen perfecta para Ricardo el ver su coño rosita y húmedo con el contraste blanco de su semen que escurría lento hasta su ojete. Él, con una sonrisa satisfecha, recogía el líquido con los dedos y lo volvía a meter dentro jugando con sus labios y su rosado diamante, deslizándolos con cuidado para no desperdiciar ni una sola gota de su semilla fuera de su coño, mientras ella gemía bajito, “mmmh… qué rico tío, que gustito”.

Tras un momento de silencio, Itziar se levantó, con el cuerpo aún tembloroso y sensible, y se dirigió a la ducha. El agua caliente lavó el sudor y el semen, dejándola con una mezcla de satisfacción y culpa. Cuando salió, con el vestido rosa de nuevo puesto y el pelo húmedo, se acercó a Ricardo, que la esperaba en la puerta. —Me voy a casa tío —dijo, dándole un beso suave en los labios.

—Si cielo, antes de que venga tu tía. Cuídate, Itzi. Esto… gracias cariño por haberme dejado ser el primero —respondió él, con una sonrisa tensa sin saber muy bien qué más decir, abriendo la puerta para dejarla salir.

Ella se metió en el ascensor, el corazón aún acelerado, y el secreto de su deseo guardado como un tesoro prohibido.





El verano se desvaneció como un suspiro bajo el sol abrasador, dejando tras de sí un rastro de días calurosos y días cargados de secretos que ahora parecían pertenecer a otra vida. Era el 20 de septiembre ya, y el aire en la ciudad había adquirido un matiz fresco, de un otoño adelantado, un susurro de otoño que traía consigo el regreso a la rutina. Itziar, había dejado atrás su papel de canguro de su primo pequeño, retomando las clases universitarias que marcaban el inicio de un nuevo semestre. Las mañanas se llenaban ahora con el sonido de libros abriéndose, el murmullo de sus compañeras en los pasillos y el aroma a café recién molido de la máquina expendedora del campus. Pero bajo esa superficie de normalidad, el verano habían tejido una red de encuentros clandestinos con Ricardo, su tío político, que aún resonaban en su mente como ecos prohibidos, dulces y amargos a la vez.

Durante aquellos cálidos días, Itziar y Ricardo habían sucumbido al deseo en múltiples ocasiones, habían follado cerca de diez veces o más y cada encuentro quedaba grabado en su memoria con una intensidad que oscilaba entre la pasión desenfrenada y la ternura inesperada. Las tardes en el apartamento de Laura, mientras el crío dormía y el ventilador zumbaba, se convirtieron en su refugio secreto. Hubo momentos de fuego salvaje, como cuando Ricardo se la folló contra la pared del salón embistiéndola con fuerza mientras ella gemía desatada, sus manos ásperas arrancándole gemidos de placer al apretarle las tetas y mientras el sudor les corría por la piel, o en el sofá donde la ponía a cuatro patas, para lamer su ojete que era su fetiche preferido, con una avidez que la hacía gritar de placer. Había mamadas, comidas de coño, le volvió a follar el culo un par de veces, especialmente una tarde que en el sofá, donde la tumbó boca arriba y sujetándola por los tobillos para abrirla bien se la metió por el culo mientras veía su cara de placer al ser penetrada por su apretado ojete mientras ella se masturbaba, follaron incluso en la cama de matrimonio de Ricardo, en la ducha… Otras veces, el acto fue más suave, con besos lentos que sabían a deseo y ternura, sus cuerpos entrelazados en un ritmo cariñoso que los dejaba temblando de vulnerabilidad y conexión. Siempre lo hacían sin preservativo para tener más intimidad. Otras en cambio solo se masturbaban mutuamente mientras se besaban. Él jugueteaba con los labios y clitoris mientras ella lo pajeaba hasta correrse ambos. Cada encuentro estaba marcado por el riesgo de que cualquier día su tía volviera antes del trabajo y los pillara, la culpa y el placer, eran un juego peligroso y adictivo que ambos sabían que no podía durar eternamente.

Sin embargo, el verano trajo un cambio. A finales de agosto, Itziar conoció a Javi, un chico de su clase de anatomía, de ojos negros como el carbón y sonrisa tímida que la conquistó con su forma espontánea de ser, su voz suave envolviéndola como una caricia cada vez que hablaba. Sus citas comenzaron con cafés compartidos en una cafetería moderna de la ciudad, con mesas de madera pulida y plantas colgantes, caminatas por el parque al atardecer y conversaciones que fluían con una facilidad que la sorprendía. Javi era diferente: atento, respetuoso, sin la carga de secretos que la unía a Ricardo. A medida que su relación se formalizó, con un primer beso que la dejó sin aliento y planes para un fin de semana juntos, Itziar sintió que una nueva puerta se abría. Pero esa puerta también cerraba otra, la que la llevaba al mundo prohibido con Ricardo.

Ese día de septiembre, tras una sesión de estudio con Javi en la biblioteca, Itziar decidió que era hora de poner fin a su aventura definitivamente. Quedó con Ricardo en una cafetería moderna del centro que acababa de abrir, un lugar con paredes de ladrillo visto, luces cálidas colgando de una cuerda y el aroma a espresso flotando en el aire. Se sentaron en una mesa junto a la ventana, el sol de la tarde otoñal iba filtrándose a través de las cristaleras, proyectando rayos dorados sobre la mesa de madera. Ricardo llegó con las manos en los bolsillos, la barba canosa más desaliñada de lo habitual, y una expresión que mezclaba resignación y un dejo de tristeza. Itziar, con una taza de capuchino entre las manos, lo miró con ojos brillantes pero decididos.

—Hola tío —dijo dándole un beso en la mejilla— tenemos que hablar —dijo suavemente, removiendo la espuma con la cucharilla, el tintineo rompiendo el silencio entre ellos—. Bueno, me imagino que ya sabes de qué ¿verdad?. Esto… esto tiene que parar. Pero de verdad, no como la otra vez. He conocido a alguien, Javi, un chico de la uni. Estamos saliendo en serio, y siento que es lo que quiero ahora. No puedo seguir con esto contigo. Algún día nos van a pillar, y no quiero hacerle daño a Laura, ni a Javi, ni a mí misma. Me pesa demasiado.

Ricardo la miró en silencio, los ojos nublados por un remordimiento que no podía ocultar. Pasó una mano por la barba, suspirando mientras el aroma a café llenaba sus pulmones. —Princesita, tienes toda la razón. Este verano… ha sido una locura inesperada, ¿verdad? Algo que no deberíamos haber hecho, pero que no puedo borrar de mi cabeza. Tienes razón, el riesgo era una bomba a punto de estallar. Me arrepiento de haberte metido en esto, de haber traicionado a Laura otra vez. Pero… también lo recuerdo con cariño, esos momentos contigo… eran únicos —confesó, la voz quebrándose ligeramente mientras miraba la taza frente a él. Aunque había algo que nunca le contaría, y era que había podido disfrutar por fin de las tetas de su madre. — Al principio, el año pasado, en la comunión de tu primo, donde comenzó todo, cuando te propuse la primera vez lo de follar por dinero, no era más que deseo crudo por follar contigo, me ponías muy cerdo al ser tan pija, me decía a mí mismo, “niñata pija como te follaría el ojete” pero ahora es… es… cariño verdadero.

Itziar sintió un nudo en la garganta, se colocó un mechón de pelo detrás de la oreja y los recuerdos de sus encuentros la abordaban: el calor de su piel, la sensación de la primera vez teniendo sexo anal, los gemidos en el sofá, el polvazo en su propia cama, la ternura y fuego de sus besos. —Yo también lo recuerdo con cariño, Ricardo. Fue una locura, sí, pero algo especial a su manera. Me dabas asco antes, no te creas, me parecías un cerdo baboso, pero fíjate lo que son las cosas, luego era yo la que te buscaba. Me daba un subidón prohibido el conseguir mis caprichos con solo follar. Fíjate si te he cogido cariño, que he dejado que seas tú el primero en correrte dentro de mi coño sin condón, has sido un privilegiado. —Ricardo sonreía al oírla decir eso— Realmente solo me arrepiento de haberle fallado a mi tía, de haber jugado con fuego sabiendo que podía quemarnos a todos. Pero ahora… necesito dejarlo atrás. Esta despedida tiene que ser real —dijo, las lágrimas asomando a sus ojos y un ligero temblor en su barbilla mientras apretaba la taza con fuerza.

Él asintió lentamente, extendiendo una mano para rozar la de ella con suavidad, un gesto tierno que contrastaba con la intensidad de su pasado. —Lo entiendo, Itzi. Mereces algo limpio, algo con Javi que no tenga esta sombra. Nadie sabrá nada, te lo prometo. Gracias por estos meses, por haber sido… tú. Ojalá seas feliz con él, de verdad. Cuida de Javi, y cuídate tú también —murmuró, su voz estaba cargada de afecto y un dejo de melancolía, retirando la mano con un suspiro. Por cierto a ver si me lo presentas, que le de el visto bueno. — Le dijo con una sonrisa cómplice—.

Ella sonrió débilmente, secándose una lágrima con el dorso de la mano. Pero antes de levantarse, abrió el bolso con un movimiento lento, sacando una bolsita blanca de plástico que deslizó hacia él por la mesa. —Toma, pero no lo abras aquí —susurró con un brillo travieso en los ojos, inclinándose hacia él con un gesto de niña mala—. Es el tanga que llevaba cuando lo hicimos por primera vez… y es el mismo de la otra vez. Y, shh, no lo he lavado para que huela a mí y tengas un buen recuerdo, capullo.

Ricardo se quedó helado, los ojos abriéndose de par en par mientras un gruñido bajo escapaba de su garganta. —Joder, Itzi, eres una niña mala de cojones —dijo, la voz ronca, con una sonrisa canalla que le curvaba los labios—. Lo guardaré con cariño, te lo juro, y lo oleré cuando me apetezca hacerme una buena paja pensando en ese culazo tuyo. Eres un puto peligro, princesa.

Itziar soltó una risa baja, un eco de su antigua picardía, y se levantó colocándose el pelo. —Disfrútalo, golfo —respondió, guiñándole un ojo antes de añadir—. Cuídate, y… deja de ser un capullo, eh, que te conozco. Esto se queda aquí, será nuestro secreto entre nosotros, para siempre.

Se despidieron con un abrazo breve pero cálido y un tierno beso en la mejilla, el aroma a café y madera los envolvía por última vez. Ricardo la vio salir de la cafetería, su figura perdiéndose entre la multitud de peatones que paseaban ajenos al incendio que existió entre tío y sobrina, y se quedó mirando la ventana con nostalgia, pero el remordimiento le pesaba como una piedra mientras recordaba cada caricia, cada beso, cada orgasmo, cada risa compartida. Itziar, por su parte, caminó tranquila, con el sol tiñendo el cielo de naranja, sintiendo que cerraba un capítulo doloroso pero necesario, lista para abrazar una nueva vida con Javi, dejando los secretos atrás para siempre.





Epílogo



Era ya de noche cuando Ricardo llegó a casa tras su encuentro con Itziar en la cafetería. El aire fresco del anochecer se colaba por la ventana entreabierta, trayendo consigo el murmullo lejano de la ciudad. Laura estaba en la cocina, tarareando una canción mientras preparaba la cena, y el crío dormía plácidamente en su cuna, ajeno a los pensamientos que agitaban la mente de Ricardo. Cerró la puerta de su habitación con sigilo, el corazón le latía con una mezcla de nostalgia y deseo, y se sentó en el borde de la cama. Sacó la bolsita blanca del bolsillo de su chaqueta, abriéndola con dedos temblorosos. Dentro estaba el tanga de Itziar, un trozo de tela blanca que desprendía un aroma íntimo y prohibido. Lo desplegó con cuidado, notando una pequeña mancha amarillenta en la zona donde había rozado su coño, un rastro de su esencia que lo hizo cerrar los ojos. Lo llevó a la nariz y olió profundamente, dejando que el olor a su piel, a su sudor y a su deseo llenara sus pulmones. Cada inhalación traía consigo un recuerdo vívido: el primer encuentro en el sofá de su casa, el sexo anal que la hizo gemir como nunca, el polvo salvaje en la cama de Itziar, o los polvos en su casa mientras hacía de canguro. Incluso recordó aquel escarceo inesperado con las tetas de Maite, su cuñada. Un secreto que jamás le contaría a Itziar. Era un torbellino de placer y culpa, un fuego que aún ardía en su interior.

Guardó el tanga en una caja de madera vieja que escondió bajo un tablón suelto del armario de las herramientas, tratándolo como un tesoro prohibido, un último vestigio de su locura con Itziar. Mientras cerraba la caja, se sentó de nuevo, la mente le pesaba con reflexiones. Se juró a sí mismo, con una determinación que sentía en lo más hondo, que nunca más volvería a traicionar a Laura. Los recuerdos de Itziar —sus curvas, sus gemidos, la ternura de sus besos— eran un eco dulce pero doloroso, un error que no repetiría. “He sido un cabrón, pero esto se acaba aquí”, pensó, apretando los puños. “Laura y el crío son mi vida, y no voy a joderlo todo por un deseo que se fue de las manos. Ni con Itziar, ni con nadie.”

La noche se asentó sobre la casa de Ricardo, con el aroma a guiso de Laura llenando el aire, y él se unió a su familia con una paz recién encontrada, sabiendo que el tanga escondido sería su último secreto, un recuerdo que guardaría en silencio mientras miraba hacia adelante.



Los días avanzaban, Itziar seguía adelante con su carrera de enfermería, destacando en las prácticas del hospital con su actitud pija de diva pero dedicada. Las clases de la uni la habían agotado, pero su pasión por ayudar a los pacientes la mantenía firme. Con Javi, su novio, todo iba de maravilla; sus citas en cafeterías modernas y paseos al atardecer la llenaban de una felicidad que nunca había sentido con Ricardo. Un fin de semana, Ricardo conoció a Javi en una comida familiar. Lo encontró simpático, con esa sonrisa tímida y esos ojos que parecían sinceros. “Este chico cuida de mi princesita”, pensó Ricardo, aunque con una ligera sensación de envidia por ser ese chico el que se la follaba ahora. Dándole una palmada en la espalda le dijo un “cuídala bien, eh, que es un tesoro” con una sonrisa sincera. La tensión entre él e Itziar había desaparecido, reemplazada por un respeto mutuo y el alivio de haber cerrado aquel capítulo para siempre.



Fin.
 
Bueno, pues termina bien y han hecho lo mejor para no complicar las cosas.
Al final da la sensación de que se convirtió en algo más que sexo, pero era una relación prohibida y lo mejor es terminar con una charla sincera y con buen tono.
 
Al final, dos romanticos. Ricardo flojeando de remos e Iztiar, buscando un novio convencional.
Fueron felices, comieronse mutuamente, que no perdices y, las aguas turbulentas, volvieron a sus cauces..
En cualquier caso, la tensión sexual del relato, magnfica, brutal. El final no emapaña para nada.

Felicidades al autor., sin duda ninguna
 
Al final, dos romanticos. Ricardo flojeando de remos e Iztiar, buscando un novio convencional.
Fueron felices, comieronse mutuamente, que no perdices y, las aguas turbulentas, volvieron a sus cauces..
En cualquier caso, la tensión sexual del relato, magnfica, brutal. El final no emapaña para nada.

Felicidades al autor., sin duda ninguna
Muchas gracias, me alegra mucho que lo hayáis disfrutado 😁😇
 
Capítulo 13



El verano seguía su curso cálido, el calor pegajoso envolvía la ciudad como una manta sofocante. Era el lunes por la mañana, y Itziar, se preparaba en su habitación para su primer día como canguro de su primo pequeño. La luz del sol se colaba por las cortinas blancas, tiñendo el aire con un brillo dorado, y el zumbido del ventilador en la esquina apenas aliviaba el sudor pegajoso que perlaba su piel. Acababa de salir de la ducha, el agua tibia aún goteando de su cuerpo mientras se envolvía en una toalla, el aroma a gel de manzana que tanto le gustaba impregnaba el espacio. Se miró al espejo, el pelo húmedo le caía en mechones sobre los hombros, y decidió vestirse con cuidado. Escogió un tanga blanco de encaje que se ajustaba perfectamente a su culazo firme, y que sabia que a Ricardo le encantaba, de hecho es el que llevaba cuando le folló el culo, seguido de un sujetador a juego que realzaba sus tetas perfectas. Sobre ello, se puso un vestido veraniego rosa, ligero y de corte suelto, que dejaba entrever las curvas de su figura cada vez que el viento lo movía. Se calzó unas sandalias blancas, se aplicó un poco de gloss en los labios y, tras un último vistazo, salió hacia la casa de su tía Laura, con el corazón latiéndole con una mezcla de nervios y anticipación. Estaba nerviosa, no lo podía negar pero no era por el trabajo sencillo de cuidar de su primo, sino por Ricardo, porque sabía lo que iba a pasar y encima lo deseaba. Había decidido dejar atrás todo aquella tarde en la cafetería, pero ahora no paraba de pensar en ello, y estaba muy excitada y dispuesta ante la idea de poder volver a follar con su tío.

Mientras caminaba bajo el sol abrasador, el calor subiendo por sus piernas desnudas, Itziar reflexionaba. Tomaba la píldora desde hacía meses para regular su regla, porque últimamente se le estaba descontrolado y no era regular, y el ginecólogo se la había recetado, un secreto que guardaba con celo, y esa mañana había decidido dejar que Ricardo se lo hiciera sin condón si la situación lo permitía. La idea de sentir por primera vez cómo un hombre se corría dentro de su coño la llenaba de una excitación prohibida, un deseo crudo que la hacía apretar los muslos mientras cruzaba la calle. Y quería darle ese privilegio a su tío que tanto le había dado en todos los sentidos. Pero al acercarse a la casa de su tía, un remordimiento la golpeó como un latigazo. Quería follarse al marido de Laura, su propia tía, un acto que la avergonzaba y excitaba a partes iguales. Era su secreto, un peso que llevaba en silencio, y ella nunca lo sabría. La culpa se mezclaba con el deseo, un torbellino que la hacía dudar con cada paso, pero el recuerdo de Ricardo —su voz, sus manos, su polla, su carácter— la empujaba adelante.

Llegó a las dos, el sol en lo alto castigaba la calle mientras subía las escaleras del portal camino del ascensor. Laura la recibió en la puerta, con el crío en brazos y una sonrisa agotada. —¡Itzi cariño, qué guapa estás! Ese vestido te queda genial, de verdad —dijo, ajustando al pequeño en su cadera mientras la invitaba a pasar—. Gracias por venir, me salvas la vida hoy. Mira que te diga, el enano come puré a las cuatro, luego le puedes poner dibujos o el sonajero si se pone pesado. Yo salgo a las nueve, así que te dejo al mando. Si pasa algo, llámame, ¿vale? Ah, y Ricardo llega sobre las 5 más o menos, así que no estarás mucho rato sola. Y cuando llegue si quieres ya te puedes ir.

—Tranquila tía, lo tengo controlado. Puré a las cuatro, dibujos, sonajero… fácil —respondió Itziar, sonriendo mientras tomaba al crío, que gorgoteaba y le tiraba del pelo con sus manitas regordetas—. Vete sin preocupaciones, que aquí estamos bien.

Laura asintió, recogiendo su bolso con prisa. —Eres un sol, de verdad. Te dejo el número del curro por si acaso. ¡Nos vemos luego! —dijo, dándole un beso rápido en la mejilla antes de salir, la puerta se cerró con un clic que dejó a Itziar sola con el pequeño.


Las horas transcurrieron entre juegos y caos infantil. Itziar preparó el puré a las cuatro como le había dicho su tía, el olor a zanahoria y patata empezó a llenar la cocina mientras el crío manoseaba la cuchara, dejando manchas naranjas por la mesa. Lo entretuvo con dibujos animados en su propio móvil para que comiera sin dar guerra, y luego lo arrulló con el sonajero hasta que se durmió en su cuna. El apartamento quedó en un silencio solo roto por el zumbido del ventilador, y Itziar se sentó en el sofá del salón, el mismo donde Ricardo le había dado por el culo meses atrás. El recuerdo la golpeó como un relámpago: el lubricante frío goteando, la presión en su ojete, el gruñido de él mientras la llenaba. Sintió un escalofrío de excitación recorrerle la espalda, sus muslos apretándose instintivamente mientras el tejido del sofá crujía bajo su peso. Cerró los ojos un instante, imaginando sus manos ásperas en su piel, el placer mezclado con la culpa de estar en la casa de su tía, traicionando a Laura con cada pensamiento. Se levantó, caminando por el salón para distraerse, pero el sentimiento de traición a su tía aún en el aire y el silencio opresivo la mantenían atrapada en su deseo prohibido. Miró el reloj: las cuatro y media ya. Faltaba poco para que Ricardo llegara, y el tiempo parecía estirarse, cada minuto avivaba su mezcla de ansiedad y anhelo.

El reloj marcaba las cinco y cuarto de la tarde cuando el sonido de la llave girando en la cerradura resonó en el apartamento de Laura, haciendo que el corazón de Itziar se acelerara como un tambor desbocado. Estaba sentada en el sofá, el ventilador zumbando en la esquina, el aire cargado de un calor pegajoso que se adhería a su piel, dejando un brillo de sudor en su frente. Ricardo entró, dejando las llaves en la mesa con un golpe seco, con su figura llenando el marco de la puerta con la camiseta gris ajustada pegada al torso por el sudor y los vaqueros marcando sus muslos robustos. El crío dormía plácidamente en su cuna, y el silencio del salón solo se rompía por el zumbido del electrodoméstico y la respiración entrecortada de Itziar, que jugueteaba nerviosa con el borde de su vestido rosa.

—Hola, princesa, ¿qué tal ha ido todo con el pequeño? ¿Te ha dado guerra o qué? —preguntó Ricardo, acercándose con una sonrisa cansada pero cálida, inclinándose para darle dos besos en las mejillas, el aroma a sudor y trabajo se mezclaba con el calor del ambiente. Se dejó caer en el sofá junto a ella, y se pasó una mano por la frente, quitándose el sudor.

—Bien, se durmió hace un rato después de comer. Es un encanto, la verdad, ha sido un día tranquilo —respondió Itziar, cruzando las piernas, el vestido subiendo un poco por sus muslos mientras lo miraba de reojo, notando cómo el calor había dejado marcas en su ropa—. ¿Y tú, cómo te ha ido?

—Una mierda, con este calor trabajar es un suplicio. Sudando como cerdo todo el día, pero qué le vamos a hacer, es lo que hay —dijo Ricardo con una risa seca, levantándose ya del sofá—. Oye, voy a darme un duchazo rápido para quitarme este calor de encima, ahora vengo, ¿vale?

—Claro, te espero aquí —asintió ella, recostándose un poco, el ventilador moviendo un mechón de su pelo mientras lo veía desaparecer hacia el baño.

Minutos después, Ricardo regresó con el pelo húmedo y una camiseta limpia, el aroma a jabón reemplazando el sudor. Se sentó de nuevo en el sofá, más cerca esta vez, y la conversación fluyó con naturalidad, saltando entre anécdotas del día y recuerdos compartidos. Itziar habló de la universidad, de cómo las clases de verano la estaban agotando, de las risas con Lucía y Sara planeando una escapada a la playa, y de un examen que había suspendido por llegar tarde. Ricardo la escuchaba, asintiendo y riendo cuando ella imitó a su profesora con un tono gruñón, pero sus ojos no podían despegarse de ella. Recorrían el contorno de su vestido rosa, la curva suave de sus tetas, el brillo tentador de sus labios con gloss, y el leve aroma que desprendía su piel. El deseo crecía en su interior como un incendio, mezclado con un nerviosismo que no podía controlar, haciendo que sus manos temblaran ligeramente sobre sus rodillas.

El silencio se instaló por un momento, y Ricardo carraspeó, mirando al suelo como si buscara las palabras adecuadas. Su corazón latía con fuerza, la excitación lo consumía, pero también lo paralizaba. Se pasó una mano por la barba canosa, nervioso, y finalmente giró la cabeza hacia ella, los ojos brillaban con una mezcla de anhelo y torpeza. —Itzi, yo… a ver, no sé ni cómo decirte esto —murmuró, la voz temblorosa, casi un susurro—. Estás… estás increíble hoy, y no dejo de pensar en ti. En nosotros. Me pones hasta nervioso, ¿sabes? Pero… mierda, quiero volver a estar contigo, a follarte otra vez. No sé cómo pedírtelo, pero lo deseo tanto que me quema. ¿Qué… qué piensas tú?

Itziar lo miró, sorprendida por su vulnerabilidad, pero en su interior el deseo también ardía, sabía a que había ido a su casa realmente y lo deseaba. El recuerdo de sus encuentros previos, el sexo tabú, el placer prohibido, la hizo morderse el labio. Sentía el pulso acelerado, una necesidad que coincidía con la de él, y asintió lentamente, su voz suave pero decidida. —Yo… también lo he estado pensando, Ricardo. Lo deseo. Vamos a hacerlo, anda ven y fóllame otra vez tío —susurró, inclinándose hacia él, los ojos brillantes de emoción y una calidez que la hacía sentirse expuesta pero receptiva.

Sus miradas se encontraron, y el aire entre ellos se cargó de una tensión eléctrica. Ricardo tragó saliva, acercándose más, mientras Itziar dejó que sus manos buscaran las de él, sellando con ese gesto su mutuo acuerdo. El ventilador seguía zumbando, pero ahora el sonido parecía un fondo lejano frente al latido de sus corazones, listos para dejarse llevar una vez más.

Sus bocas se encontraron con ternura al principio, un roce suave de labios que sabía al aroma a fresa de su gloss, un contacto tímido que pronto se volvió profundo. Los labios de Ricardo se movieron con lentitud, explorando los de ella, abriéndose para dejar que sus lenguas se encontraran en un baile húmedo y cálido. Itziar gimió bajito, un “mmmh” escapando mientras inclinaba la cabeza, profundizando el beso, sus manos subieron a la nuca de él para después acariciar su barba canosa. Él respondió con un gemido bajo, “joder, qué bien sabes”, sus manos subían por su torso, acariciando sus tetas por encima del vestido, sintiendo los pezones endurecerse bajo la tela fina. El beso se volvió más urgente, más guarro, sus respiraciones se mezclaban, la saliva compartida brillaba en sus labios mientras se devoraban con una pasión contenida.

Con coquetería, Itziar se apartó un segundo, mirándolo con ojos brillantes poniendo esa carita de niña mala que tan bien sabía hacer. Deslizó las tiras del vestido por sus hombros con movimientos lentos, dejando que la tela cayera poco a poco por su pecho, revelando el encaje blanco del sujetador. Ricardo la admiraba, los ojos oscurecidos por el deseo, siguiendo cada centímetro de piel que se exponía, el valle entre sus pechos, la curva de sus caderas, su ombliguito. Ella dejó que el vestido bajara hasta la cintura, luego lo empujó al suelo con un movimiento de cadera, quedándose solo con el tanga y el sujetador. Él gruñó de placer al verla, —eres jodidamente perfecta princesita—, y con dedos ansiosos, acarició sus tetas, pasando los dedos por los pezones, después sacó las tetas de las copas sin quitárselo, dejando los pezones rosados expuestos, con las areolas hinchadas muestra de sus tetas veinteañeras. Los chupó con deseo, la boca se cerraba sobre uno mientras su lengua lo lamía en círculos húmedos, succionando con fuerza hasta que ella jadeó, —ohhh… sí, tío. Cómetelas bien cabronazo, disfruta de tu sobri—. Pasó al otro, mordiendo suavemente, lamiendo la piel salada por el sudor, sus manos apretando la carne firme mientras ella se arqueaba con un escalofrío gimiendo “¡joder, qué bueno!”. Se quitó el sujetador para estar más cómoda.

—Quiero comerme tu ojete otra vez cariño, sabes que me tiene obsesionado ese agujerito que tienes—murmuró Ricardo, la voz ronca de excitación. La giró con suavidad, poniéndola a cuatro patas en el sofá, el tejido crujía bajo sus rodillas. El sudor del verano había dejado un aroma fuerte en su piel, un olor terroso y cálido que subía desde su coño, pero a Ricardo le encantaba, un afrodisíaco crudo que lo volvía loco. Separó sus nalgas con las manos, y apartó la fina tela de su tanga exponiendo el ojete rosado y apretado, y se inclinó, lamiendo con avidez. Su lengua trazó círculos alrededor de la rugosa entrada, presionando con firmeza, saboreando el sabor salado y almizclado mientras ella gemía alto, —¡ay, joder, sí. Me encanta que te comas el ojete, que cerda me pone eso tío!—. La sensación la atravesó, un placer intenso mezclado con la vergüenza del olor, pero el deseo de Ricardo la hacía rendirse. Él gruñó contra su piel, —me vuelves loco así putita, me tiene loco tu culito—, la lengua iba entrando un poco más, explorando la textura cálida y apretada, sus manos apretando sus nalgas mientras ella se retorcía, gimiendo “¡ohhh, no pares, chúpame bien, cerdo!”. Oírla así solo hacia que aumentar su deseo, y empezó a pasar la lengua desde abajo, desde el chochito. Recogía con la lengua sus flujos e iba subiendo pasando toda la lengua por la raja, hasta llegar al ojete que lamía lascivamente saboreando su íntimo sabor. Itziar estaba cachondísima al notar como se mezclaba el roce de la barba en el interior de sus nalgas con la lengua acariciando su rincón más íntimo.

Tras unos minutos, Ricardo se apartó, jadeando, el rostro enrojecido y empapado en su propia saliva y flujo. —Voy a por un condón nena, me muero por metértela cariño—dijo, levantándose con esfuerzo, la polla marcando sus vaqueros.

Itziar se giró y lo miró con picardía, y lo sujetó de la mano intensificando su mirada, el cuerpo temblaba de excitación. —No hace falta la gomita tío, tomo la píldora para regular la regla. Quiero que te corras dentro de mí… por primera vez. Vas a ser el primero que lo haga. Es una sorpresa que te tenía reservada—susurró, abriendo las piernas en una invitación descarada, el tanga blanco desplazado dejando su coño húmedo y rosado perfectamente depilado a la vista.

Ricardo bufó de placer, un sonido gutural escapó de su garganta mientras se desabrochaba los vaqueros, con la polla dura y gruesa saltando libre. —Joder, Itzi, eso es lo que quería oír. Te voy a llenar de leche calentita el chochito—dijo, sentándose en el sofá, guiándola con las manos para que se subiera. Ella se subió encima, alineándose con él, cogió la polla y restregando el capullo en sus labios húmedos lo guió dentro de ella poco a poco. La sensación de su polla entrando sin barreras la hizo gemir fuerte, un “¡ohhh, Ricardo, qué rico, que dura la tienes!” llenando el aire mientras sentía cada centímetro abriéndola, el calor y la presión llenándola por completo. Sus paredes internas se ajustaron a él, un placer ardiente que la hizo temblar y ponerse su piel de gallina, sus manos apoyadas en sus hombros.

Hicieron el amor con dulzura y cariño, esta vez no había sexo salvaje, esta vez era algo parecido al amor, sus caderas iban moviéndose en un ritmo lento al principio, frotando así su clitoris contra el pubis de Ricardo, luego más rápido, un vaivén sensual que hacía que el sofá crujiera. Ella se inclinaba para besarlo, sus lenguas entrelazándose en un beso húmedo, mientras él acariciaba sus tetas, pellizcando los pezones con dedos expertos, y bajaba a su culo, apretando las nalgas suaves y firmes, deslizando los dedos por la raja hasta rozar su ojete. Itziar gemía sin parar, un “¡sí, sí, más, joder. Me encanta tío como me follas, estoy deseando de que me llenes de leche calentita!” escapando entre jadeos, sus caderas se movían sincronizadas para tomar más de él, el sudor goteándole por la espalda. Ricardo gruñía, “eres mía, Itzi, me encantas princesa”, sus manos la adoraban, el placer creciendo con cada embestida.

El ritmo se volvió frenético, sus cuerpos se fundían en un vaivén húmedo y carnal, hasta que Ricardo, con un gemido ronco sintió que iba a explotar, “¡joder, Itzi cariño, me corro!”, se tensó, y apretando sus caderas contra él para llegar mas profundo se corrió dentro de ella con una intensidad que casi le hizo marearse. El calor de su semen la llenó, un torrente cálido en varias pulsaciones que la hizo gemir alto, “¡ohhh, sí tío, dame tu leche bien dentro! Me encantaaaaa”, ella al sentir como su tío se corría dentro de su coño sin barreras estalló en un orgasmo intenso y prohibido, sus paredes contrayéndose alrededor de él mientras temblaban juntos. Se quedaron así un rato, besándose con ternura mientras el acariciaba su espalda y ella su pelo, las respiraciones entrecortadas, el sudor uniéndolos. Luego, Itziar se salió despacio y se tumbó en el sofá, abriendo las piernas, y el semen de Ricardo empezó a salir despacio de su coño en un rastro blanco y espeso que brillaba bajo la luz. Una imagen perfecta para Ricardo el ver su coño rosita y húmedo con el contraste blanco de su semen que escurría lento hasta su ojete. Él, con una sonrisa satisfecha, recogía el líquido con los dedos y lo volvía a meter dentro jugando con sus labios y su rosado diamante, deslizándolos con cuidado para no desperdiciar ni una sola gota de su semilla fuera de su coño, mientras ella gemía bajito, “mmmh… qué rico tío, que gustito”.

Tras un momento de silencio, Itziar se levantó, con el cuerpo aún tembloroso y sensible, y se dirigió a la ducha. El agua caliente lavó el sudor y el semen, dejándola con una mezcla de satisfacción y culpa. Cuando salió, con el vestido rosa de nuevo puesto y el pelo húmedo, se acercó a Ricardo, que la esperaba en la puerta. —Me voy a casa tío —dijo, dándole un beso suave en los labios.

—Si cielo, antes de que venga tu tía. Cuídate, Itzi. Esto… gracias cariño por haberme dejado ser el primero —respondió él, con una sonrisa tensa sin saber muy bien qué más decir, abriendo la puerta para dejarla salir.

Ella se metió en el ascensor, el corazón aún acelerado, y el secreto de su deseo guardado como un tesoro prohibido.





El verano se desvaneció como un suspiro bajo el sol abrasador, dejando tras de sí un rastro de días calurosos y días cargados de secretos que ahora parecían pertenecer a otra vida. Era el 20 de septiembre ya, y el aire en la ciudad había adquirido un matiz fresco, de un otoño adelantado, un susurro de otoño que traía consigo el regreso a la rutina. Itziar, había dejado atrás su papel de canguro de su primo pequeño, retomando las clases universitarias que marcaban el inicio de un nuevo semestre. Las mañanas se llenaban ahora con el sonido de libros abriéndose, el murmullo de sus compañeras en los pasillos y el aroma a café recién molido de la máquina expendedora del campus. Pero bajo esa superficie de normalidad, el verano habían tejido una red de encuentros clandestinos con Ricardo, su tío político, que aún resonaban en su mente como ecos prohibidos, dulces y amargos a la vez.

Durante aquellos cálidos días, Itziar y Ricardo habían sucumbido al deseo en múltiples ocasiones, habían follado cerca de diez veces o más y cada encuentro quedaba grabado en su memoria con una intensidad que oscilaba entre la pasión desenfrenada y la ternura inesperada. Las tardes en el apartamento de Laura, mientras el crío dormía y el ventilador zumbaba, se convirtieron en su refugio secreto. Hubo momentos de fuego salvaje, como cuando Ricardo se la folló contra la pared del salón embistiéndola con fuerza mientras ella gemía desatada, sus manos ásperas arrancándole gemidos de placer al apretarle las tetas y mientras el sudor les corría por la piel, o en el sofá donde la ponía a cuatro patas, para lamer su ojete que era su fetiche preferido, con una avidez que la hacía gritar de placer. Había mamadas, comidas de coño, le volvió a follar el culo un par de veces, especialmente una tarde que en el sofá, donde la tumbó boca arriba y sujetándola por los tobillos para abrirla bien se la metió por el culo mientras veía su cara de placer al ser penetrada por su apretado ojete mientras ella se masturbaba, follaron incluso en la cama de matrimonio de Ricardo, en la ducha… Otras veces, el acto fue más suave, con besos lentos que sabían a deseo y ternura, sus cuerpos entrelazados en un ritmo cariñoso que los dejaba temblando de vulnerabilidad y conexión. Siempre lo hacían sin preservativo para tener más intimidad. Otras en cambio solo se masturbaban mutuamente mientras se besaban. Él jugueteaba con los labios y clitoris mientras ella lo pajeaba hasta correrse ambos. Cada encuentro estaba marcado por el riesgo de que cualquier día su tía volviera antes del trabajo y los pillara, la culpa y el placer, eran un juego peligroso y adictivo que ambos sabían que no podía durar eternamente.

Sin embargo, el verano trajo un cambio. A finales de agosto, Itziar conoció a Javi, un chico de su clase de anatomía, de ojos negros como el carbón y sonrisa tímida que la conquistó con su forma espontánea de ser, su voz suave envolviéndola como una caricia cada vez que hablaba. Sus citas comenzaron con cafés compartidos en una cafetería moderna de la ciudad, con mesas de madera pulida y plantas colgantes, caminatas por el parque al atardecer y conversaciones que fluían con una facilidad que la sorprendía. Javi era diferente: atento, respetuoso, sin la carga de secretos que la unía a Ricardo. A medida que su relación se formalizó, con un primer beso que la dejó sin aliento y planes para un fin de semana juntos, Itziar sintió que una nueva puerta se abría. Pero esa puerta también cerraba otra, la que la llevaba al mundo prohibido con Ricardo.

Ese día de septiembre, tras una sesión de estudio con Javi en la biblioteca, Itziar decidió que era hora de poner fin a su aventura definitivamente. Quedó con Ricardo en una cafetería moderna del centro que acababa de abrir, un lugar con paredes de ladrillo visto, luces cálidas colgando de una cuerda y el aroma a espresso flotando en el aire. Se sentaron en una mesa junto a la ventana, el sol de la tarde otoñal iba filtrándose a través de las cristaleras, proyectando rayos dorados sobre la mesa de madera. Ricardo llegó con las manos en los bolsillos, la barba canosa más desaliñada de lo habitual, y una expresión que mezclaba resignación y un dejo de tristeza. Itziar, con una taza de capuchino entre las manos, lo miró con ojos brillantes pero decididos.

—Hola tío —dijo dándole un beso en la mejilla— tenemos que hablar —dijo suavemente, removiendo la espuma con la cucharilla, el tintineo rompiendo el silencio entre ellos—. Bueno, me imagino que ya sabes de qué ¿verdad?. Esto… esto tiene que parar. Pero de verdad, no como la otra vez. He conocido a alguien, Javi, un chico de la uni. Estamos saliendo en serio, y siento que es lo que quiero ahora. No puedo seguir con esto contigo. Algún día nos van a pillar, y no quiero hacerle daño a Laura, ni a Javi, ni a mí misma. Me pesa demasiado.

Ricardo la miró en silencio, los ojos nublados por un remordimiento que no podía ocultar. Pasó una mano por la barba, suspirando mientras el aroma a café llenaba sus pulmones. —Princesita, tienes toda la razón. Este verano… ha sido una locura inesperada, ¿verdad? Algo que no deberíamos haber hecho, pero que no puedo borrar de mi cabeza. Tienes razón, el riesgo era una bomba a punto de estallar. Me arrepiento de haberte metido en esto, de haber traicionado a Laura otra vez. Pero… también lo recuerdo con cariño, esos momentos contigo… eran únicos —confesó, la voz quebrándose ligeramente mientras miraba la taza frente a él. Aunque había algo que nunca le contaría, y era que había podido disfrutar por fin de las tetas de su madre. — Al principio, el año pasado, en la comunión de tu primo, donde comenzó todo, cuando te propuse la primera vez lo de follar por dinero, no era más que deseo crudo por follar contigo, me ponías muy cerdo al ser tan pija, me decía a mí mismo, “niñata pija como te follaría el ojete” pero ahora es… es… cariño verdadero.

Itziar sintió un nudo en la garganta, se colocó un mechón de pelo detrás de la oreja y los recuerdos de sus encuentros la abordaban: el calor de su piel, la sensación de la primera vez teniendo sexo anal, los gemidos en el sofá, el polvazo en su propia cama, la ternura y fuego de sus besos. —Yo también lo recuerdo con cariño, Ricardo. Fue una locura, sí, pero algo especial a su manera. Me dabas asco antes, no te creas, me parecías un cerdo baboso, pero fíjate lo que son las cosas, luego era yo la que te buscaba. Me daba un subidón prohibido el conseguir mis caprichos con solo follar. Fíjate si te he cogido cariño, que he dejado que seas tú el primero en correrte dentro de mi coño sin condón, has sido un privilegiado. —Ricardo sonreía al oírla decir eso— Realmente solo me arrepiento de haberle fallado a mi tía, de haber jugado con fuego sabiendo que podía quemarnos a todos. Pero ahora… necesito dejarlo atrás. Esta despedida tiene que ser real —dijo, las lágrimas asomando a sus ojos y un ligero temblor en su barbilla mientras apretaba la taza con fuerza.

Él asintió lentamente, extendiendo una mano para rozar la de ella con suavidad, un gesto tierno que contrastaba con la intensidad de su pasado. —Lo entiendo, Itzi. Mereces algo limpio, algo con Javi que no tenga esta sombra. Nadie sabrá nada, te lo prometo. Gracias por estos meses, por haber sido… tú. Ojalá seas feliz con él, de verdad. Cuida de Javi, y cuídate tú también —murmuró, su voz estaba cargada de afecto y un dejo de melancolía, retirando la mano con un suspiro. Por cierto a ver si me lo presentas, que le de el visto bueno. — Le dijo con una sonrisa cómplice—.

Ella sonrió débilmente, secándose una lágrima con el dorso de la mano. Pero antes de levantarse, abrió el bolso con un movimiento lento, sacando una bolsita blanca de plástico que deslizó hacia él por la mesa. —Toma, pero no lo abras aquí —susurró con un brillo travieso en los ojos, inclinándose hacia él con un gesto de niña mala—. Es el tanga que llevaba cuando lo hicimos por primera vez… y es el mismo de la otra vez. Y, shh, no lo he lavado para que huela a mí y tengas un buen recuerdo, capullo.

Ricardo se quedó helado, los ojos abriéndose de par en par mientras un gruñido bajo escapaba de su garganta. —Joder, Itzi, eres una niña mala de cojones —dijo, la voz ronca, con una sonrisa canalla que le curvaba los labios—. Lo guardaré con cariño, te lo juro, y lo oleré cuando me apetezca hacerme una buena paja pensando en ese culazo tuyo. Eres un puto peligro, princesa.

Itziar soltó una risa baja, un eco de su antigua picardía, y se levantó colocándose el pelo. —Disfrútalo, golfo —respondió, guiñándole un ojo antes de añadir—. Cuídate, y… deja de ser un capullo, eh, que te conozco. Esto se queda aquí, será nuestro secreto entre nosotros, para siempre.

Se despidieron con un abrazo breve pero cálido y un tierno beso en la mejilla, el aroma a café y madera los envolvía por última vez. Ricardo la vio salir de la cafetería, su figura perdiéndose entre la multitud de peatones que paseaban ajenos al incendio que existió entre tío y sobrina, y se quedó mirando la ventana con nostalgia, pero el remordimiento le pesaba como una piedra mientras recordaba cada caricia, cada beso, cada orgasmo, cada risa compartida. Itziar, por su parte, caminó tranquila, con el sol tiñendo el cielo de naranja, sintiendo que cerraba un capítulo doloroso pero necesario, lista para abrazar una nueva vida con Javi, dejando los secretos atrás para siempre.





Epílogo



Era ya de noche cuando Ricardo llegó a casa tras su encuentro con Itziar en la cafetería. El aire fresco del anochecer se colaba por la ventana entreabierta, trayendo consigo el murmullo lejano de la ciudad. Laura estaba en la cocina, tarareando una canción mientras preparaba la cena, y el crío dormía plácidamente en su cuna, ajeno a los pensamientos que agitaban la mente de Ricardo. Cerró la puerta de su habitación con sigilo, el corazón le latía con una mezcla de nostalgia y deseo, y se sentó en el borde de la cama. Sacó la bolsita blanca del bolsillo de su chaqueta, abriéndola con dedos temblorosos. Dentro estaba el tanga de Itziar, un trozo de tela blanca que desprendía un aroma íntimo y prohibido. Lo desplegó con cuidado, notando una pequeña mancha amarillenta en la zona donde había rozado su coño, un rastro de su esencia que lo hizo cerrar los ojos. Lo llevó a la nariz y olió profundamente, dejando que el olor a su piel, a su sudor y a su deseo llenara sus pulmones. Cada inhalación traía consigo un recuerdo vívido: el primer encuentro en el sofá de su casa, el sexo anal que la hizo gemir como nunca, el polvo salvaje en la cama de Itziar, o los polvos en su casa mientras hacía de canguro. Incluso recordó aquel escarceo inesperado con las tetas de Maite, su cuñada. Un secreto que jamás le contaría a Itziar. Era un torbellino de placer y culpa, un fuego que aún ardía en su interior.

Guardó el tanga en una caja de madera vieja que escondió bajo un tablón suelto del armario de las herramientas, tratándolo como un tesoro prohibido, un último vestigio de su locura con Itziar. Mientras cerraba la caja, se sentó de nuevo, la mente le pesaba con reflexiones. Se juró a sí mismo, con una determinación que sentía en lo más hondo, que nunca más volvería a traicionar a Laura. Los recuerdos de Itziar —sus curvas, sus gemidos, la ternura de sus besos— eran un eco dulce pero doloroso, un error que no repetiría. “He sido un cabrón, pero esto se acaba aquí”, pensó, apretando los puños. “Laura y el crío son mi vida, y no voy a joderlo todo por un deseo que se fue de las manos. Ni con Itziar, ni con nadie.”

La noche se asentó sobre la casa de Ricardo, con el aroma a guiso de Laura llenando el aire, y él se unió a su familia con una paz recién encontrada, sabiendo que el tanga escondido sería su último secreto, un recuerdo que guardaría en silencio mientras miraba hacia adelante.



Los días avanzaban, Itziar seguía adelante con su carrera de enfermería, destacando en las prácticas del hospital con su actitud pija de diva pero dedicada. Las clases de la uni la habían agotado, pero su pasión por ayudar a los pacientes la mantenía firme. Con Javi, su novio, todo iba de maravilla; sus citas en cafeterías modernas y paseos al atardecer la llenaban de una felicidad que nunca había sentido con Ricardo. Un fin de semana, Ricardo conoció a Javi en una comida familiar. Lo encontró simpático, con esa sonrisa tímida y esos ojos que parecían sinceros. “Este chico cuida de mi princesita”, pensó Ricardo, aunque con una ligera sensación de envidia por ser ese chico el que se la follaba ahora. Dándole una palmada en la espalda le dijo un “cuídala bien, eh, que es un tesoro” con una sonrisa sincera. La tensión entre él e Itziar había desaparecido, reemplazada por un respeto mutuo y el alivio de haber cerrado aquel capítulo para siempre.



Fin.
Estupendo relato, sí señor, aunque siempre pensé que en algún momento acabaría teniendo algo más con la madre de Itziar 🙈
 
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