La ventana

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Invitado
La ventana

Era ya muy tarde, casi las nueve de la noche. Estaba a punto de cerrar la oficina. Empezó a apagar las luces. Había sido un día muy largo pero poco provechoso. Muchas visitas y ningún comprador serio, al menos en apariencia. Era frustrante poner tanto esfuerzo y no recibir absolutamente nada, ni un mail o llamada para concertar una segunda visita. La racha estaba siendo mala, pero en este mundo las cosas siempre funcionaban así. A veces se vendía una casa casi sin esfuerzo y otras pasaban semanas sin ninguna oferta. “Venga, una última mirada al correo antes de irme. Quién sabe. Vaya, ha entrado algo. Un tal Mark. Inglés. Ha visto un par de casas en las afueras del pueblo, listadas en varios cientos de miles de euros. Llevaban tiempo en el mercado debido a su valor. Orientadas al mercado extranjero. Visita exprés: Llega mañana sábado y se va el domingo. Quiere una visita a la inmobiliaria por la mañana y después ir directamente a ver la casa. Parece sobre todo estar interesado en la casa de casi un millón de euros. Piscina, terreno enorme. Dos plantas. Una de las mejores construcciones de la zona, solo al alcance de unos pocos. Pues vamos a contestarle. Ya está. Cita a las 10 de la mañana en la oficina. Otro sábado sin descansar, pero no podemos dejar pasar esta oportunidad. Y si...”
Al día siguiente se levantó temprano, y a las nueve ya estaba en la oficina. Dejó a su marido y a los hijos, que se iban a celebrar un cumpleaños todo el día. No le apetecía trabajar, pero menos pasar el día rodeada de niños gritando. Así que pensó tomarse el día con tranquilidad. Con suerte, sería un simpático viejecito inglés acompañado por su mujer y a las doce estarían listos. Y tenía preparada la coartada que habían querido ver más propiedades y había estado liada hasta las seis de la tarde. Y lo que haría es llegar a casa, abrir un vino, calentar una pizza y ponerse a leer ese libro que tanto le gustaba leer a solas, que le ponía tanto. Planazo. Si vendía, bien. Si no lo hacía, también.
Nada más encender el ordenador, ya vio el correo. Retraso en el vuelo. Llega a las dos. Y solo tiene esa tarde disponible. ¿Es posible hablar de la casa en un restaurante en lugar de la oficina, mientras comen, y después ir directamente a verla? Se fastidiaron los planes ¿Qué le iba a decir? Y, además de romperle la tarde, quizás tendría que invitarle. Lo que faltaba. Ah, no. No lo había leído bien. Invita él, por las molestias. Quiere un buen sitio. Pues no sabe lo que ha dicho. Hoy almuerzo en mi restaurante favorito, y gratis. Bueno, quizás el plan no es tan malo.
Le mandó por correo la ubicación del restaurante. Estuvo trabajando hasta las una y decidió irse a tomar una cerveza antes que él llegara. Pidió una mesa para tres, en previsión que viniera con su esposa. Y se sentó en la barra a tomarse una caña, que pronto pasó a una copa de vino. "Cuando lleguen", pensó, "paso al agua. No quiero enseñar la casa borracha..."
Eran ya las dos y media, y todavía no habían llegado. Ya estaba sentada en la mesa, comiendo aceitunas. Se pidió otra copa de vino. La última. Y entonces entró un hombre de tez morena. Se dirigió a la barra, y habló con el camarero, que parecía no entenderle. Ella se le quedó mirando, y las otras mujeres de la sala también. Tenía el pelo corto, pero muy rizado. Iba vestido con ropa cómoda, pero con estilo. Rondaría entre los cuarenta y los cincuenta. Imposible de determinar. Se le veía perdido, pero con una gran sonrisa en la cara. Y entonces, se dirigió a ella con determinación. Mientras se acercaba, veía como balanceaba sus caderas, de forma varonil pero cadenciosa. Tenía ojos verdes, y efectivamente era mulato. Qué pena que no fuera su cliente. Trabajar en sábado habría merecido la pena solo por eso. Pero se le acercó y le dijo en un español aceptable: “¿Eres Isabel? Soy Mark”. Y dejó ver de nuevo sus grandes blancos que tanto contrastaban con su piel.
Isabel bebió un gran sorbo de vino. Y se atragantó. Como en las películas. Maldita sea. Empezó a toser. El cliente la miró con preocupación. Pero Isabel se repuso y le hizo un gesto que estaba bien. Vaya comienzo. Y vaya sorpresa. Bueno, definitivamente, a veces merecía la pena trabajar, aunque fuera en sábado.
-Perdona por haber llegado tan tarde. Ya sabes, los aviones. Y disculpa por el cambio de planes. Pero no soy un buen cliente con hambre. Imagino que te interesa que esté contento (risas). Estoy muy interesado en ver la villa más grande. El precio no es un problema. Simplemente necesito ver si es lo que estoy buscando. Bueno, vamos a pedir. Es tarde hasta para los españoles. Por supuesto, invito yo por las molestias- Dijo Mark.
Isabel sonrió. Estaba desbordada. Nada era como lo había imaginado.
-Lo primero, no es molestia, sobre todo si invitas a comer (risas). La verdad es que no imaginaba que hablaras español, y tan bien. ¿Dónde has aprendido? -Dijo Isabel.
-Trabajé seis meses en Madrid. Mi compañía me destinó allí. Tuve una profesora particular. Y, aparte de la comida y el clima, lo que más me gusta de España son las mujeres. Ese carácter. Sois difíciles, pero no te aburres. Y guapas, raciales, y dominadoras ¿Quién dijo que la vida era fácil? -Mark se rio.
-Efectivamente, no eres un inglés típico. Hablas bastante bien español y no pareces para nada un típico anglosajón. Físicamente, digo- dijo Isabel mirándolo fijamente con una media sonrisa.
- Bueno, es que mi padre es jamaicano. Mi madre fue allí de vacaciones y se lo llevó a Londres. Y todavía se queja de haber dejado la playa por el magnífico tiempo inglés (más risas)- Así que tengo todo lo bueno, y también lo malo, de las dos culturas. -confesó Mark.
"No sé lo que te refieres a todo lo malo". "Hasta el momento no he visto nada ni mínimamente regular" -Pensó para sí misma Isabel.
Pidieron la comida. Pero ella prestó poca atención a lo que comía, a pesar que era uno de sus restaurantes favoritos. Él pidió una botella de vino -"Sigo sin entender lo barato que es el vino en España"- a la que siguió otra. Isabel se olvidó de su promesa del agua. Una copa llevaba a la otra, y hablaban de temas diversos. A él le encantó la comida, y no paraban de reír. La gente empezó a irse. Pidieron café. Lo tomaron con las dos manos en la taza, los dos. Mirando fijamente al otro, sorprendidos de la química existente. Era tan evidente, que hablaban echados encima de la mesa, acercándose lo máximo posible uno a otro. Parecían estar a punto de cogerse las manos. A él le fascinaban sus ojos. Ese brillo español del que tanto se habla en su país. Ese abismo que hay detrás de los ojos oscuros. Aún sabiendo el peligro que entrañan, es imposible resistirse. Y los labios, brillantes y carnosos. Y la sonrisa. El toque final. A ella le hipnotizaba el color verde claro de sus pupilas. Debería estar prohibido que alguien con la piel tostada tuviera esos ojos. Es tan injusto con el resto de posibles contendientes. Ningún tío tiene nada que hacer contra esa combinación. Y esa camisa negra entreabierta, con esos vaqueros descuidados. Definitivamente, esto era mejor que un cumpleaños con niños. Y, además, estaba trabajando. Coartada perfecta.
Pidieron la cuenta. Eran las seis, con lo que no quedaba mucho tiempo de luz natural. Al levantarse, se dieron cuenta de la cantidad de vino que habían bebido. Y no les importaba. Fueron en el coche de Isabel. No pararon de hacer bromas. Y al llegar Mark se bajó rápido del coche para abrirle la puerta y cogerle la mano, acompañado de una sonrisa traviesa. Ese pequeño gesto era una tontería, pero ese mínimo contacto de sus manos fue suficiente para animarle a Isabel su calenturienta imaginación. Intentó tranquilizarse. "Eres una profesional, y vas a vender una casa. Punto. Repítelo tres veces. No, diez veces"
La casa era una verdadera mansión. Necesitaba ciertos retoques, pero cumplía con todas las expectativas de Mark. Jardín inmenso en la parte trasera, en una zona tranquila pero habitada. Dos plantas con vistas a la piscina en la parte frontal. Se veía pasear a la gente por encima de los muros exteriores. El interior de la casa era aún mejor. Necesitaba amueblarse, pero Isabel le ofreció que ellos podrían encargarse de todo. Vieron habitación por habitación. Entonces Isabel tropezó y apoyó sus manos en el pecho de Mark -¿El vino? ¿Casualidad? ¿Nervios? ¿Intencionado?-. Mark la agarró por la cintura con sus fuertes manos.”Quizás ha sobrado la segunda botella”, dijo riéndose. Se miraron. Después de unos segundos incómodos, Isabel le dijo:
-Ahora te voy a enseñar la joya de la casa. La habitación principal. Cincuenta metros, y jacuzzi en el baño. Pero lo mejor de todo, las vistas. Sígueme. Te va a encantar. -Le dijo con una cercanía que le chocaba hasta a ella misma.
-No me cabe la menor duda -Dijo Mark.
Entraron en la habitación. Parecía que Isabel hubiera esperado a ese minuto exacto para entrar. El atardecer estaba enviando los últimos rayos de sol, que se colaban sin permiso por las cortinas translúcidas. Ella se adelantó y fue a abrir la ventana, sabiendo que la vista era uno de los puntos cumbres de la casa. Descorrió las cortinas y abrió. Un agradable olor cítrico se coló al instante. Se veía la piscina y los árboles frutales. A unos cincuenta metros estaba el muro que separaba la casa de la calle, y por encima de él, las cabezas de gente paseando, mientras que, a lo lejos el sol estaba a punto de ponerse detrás de la montaña. Una increíble sensación de paz lo envolvía todo. Para Isabel sería la casa de sus sueños. Cada vez que la enseñaba se quedaba embelesada. Apoyó sus manos en el quicio de la ventana y exclamó:
-Pues aquí tienes una de las razones del precio de la casa. No hay mejores vistas que estas en todo el pueblo. Es simplemente espectacular, como puedes ver. Acércate.
Mark estaba detrás. La ventana era lo suficientemente grande como para que se asomaran los dos. Pero Isabel no se dio cuenta que estaba justo detrás de ella, pegado, mientras ella le explicaba indicando con la mano las diferentes partes del pueblo. Insistió:
-Ven más cerca, te va a gustar.
Entonces Mark dio el paso. Se pegó a ella por detrás, y se produjo un intenso silencio. Ella notó en su espalda su pecho, y en su culo algo muy duro. Después de un par de segundos, siguió hablando:
-Y eso que ves allí a la izquierda, es el terreno para la futura construcción de un parque.
Mark se pegó completamente a su espalda. Puso sus manos junto a las de ella, y su cabeza por encima de su hombro derecho. Ya, sin lugar a dudas, Isabel sabía qué era eso tan duro, que ahora estaba entre sus glúteos. Su falda era tan fina que no ofrecía resistencia.
-Y aquello, a la derecha, es la salida del pueblo a la autovía -Dijo con un tono de voz diferente, más pausado, casi entrecortado.
Podía notar la respiración de Mark en su oído. Podía oler perfectamente su perfume. Podía notar el contacto de su barbilla en su hombro. Podía notar el contacto de uno de sus dedos de la mano. Y entonces, no pudo evitar mover su culo suavemente, muy suavemente, de derecha a izquierda, como intentando acomodar a su nuevo huésped.
-Y..allí..a un par de kilómetros, está la piscina...municipal.- Dijo Isabel casi susurrando.
Mark vio la puerta abierta, y entendió que tenía permiso para pasar. Así que dio un leve beso en el cuello de Isabel, solo con los labios, solo rozándolo. E Isabel dobló su cuello para facilitárselo. Sus vellos se le pusieron de punta. Y entonces se agachó, y mirando hacia abajo, dijo:
-También puedes ver el buen...estado...del...césped.
Su cuerpo estaba apoyado en la ventana. Su torso y cabeza estaban fuera. Su culo miraba hacia Mark, desafiante, meciéndose hacia los lados, impaciente. Y Mark no la hizo esperar. Levantó su falda, y con el dedo pulgar de su mano derecha le masajeó el agujero prohibido por encima del tanga, mientras que con el índice le frotaba el clítoris. Isabel abría y cerraba la boca. Una pareja observó desde la calle a distancia ¿Estaría esa chica a punto de caerse? Mark retiró el fino tanga e introdujo la punta del dedo gordo en su culo, previamente lubricada con saliva, entrando y saliendo suavemente. Después de unos segundos le bajó el tanga. Isabel seguía apoyada en la ventana, impaciente. Entonces Mark empezó a frotar rápidamente el clítoris, mientras ahora apoyaba su dura polla entre los glúteos. Isabel empezó a gemir. Entonces giró su cabeza y buscó la boca de su cliente. Sus lenguas luchaban como dos espadas en el campo de batalla, mientras Mark continuaba lubricando el agujero y acariciando el clítoris. Entonces Isabel exclamó:
-Fóllame ya, fóllame ya. No puedo aguantar más. Méteme la polla fuerte. Hazme gritar. Estoy muy cachonda- decía esto mientras lo miraba con cara de lujuria. A lo lejos, desde la acera, la pareja intentaba adivinar qué estaba pasando. No distinguían bien, y seguían extrañados.
Mark se quitó los pantalones y los slips, y le metió la polla en el coño. Isabel no pudo reprimir un pequeño grito, pero ella no sabía que no había entrado toda. Después de entrar suavemente tres o cuatro veces, Mark la empotró definitivamente. Ahora sí se pudo escuchar el grito de forma clara, también desde la calle. La pareja se miró con la boca abierta. Ella se agarró con fuerza al marco de la ventana, y Mark le metió las manos debajo de la blusa, agarrándole las tetas. Isabel miraba hacia el horizonte, pero no veía nada. Solo sentía. Y lo que experimentaba era un placer tan salvaje que solo quería más. A cada embestida se le escapaba un pequeño grito, y eso ponía más caliente a Mark. Entonces retiró la mano izquierda de su teta, se metió el dedo índice en su boca, salivándolo, y se lo introdujo poco a poco en su ya dilatado culo. La sensación de esa doble penetración casi hizo que Isabel perdiera el equilibrio. El placer era tan intenso que sus brazos apoyados en la ventana no la aguantaban. Tuvo su primer orgasmo. Él notó las contracciones en su dedo. Entonces se acercó al oído de Isabel:
-¿Quieres probar por detrás?- dijo Mark con voz decidida
-Estoy loca por probar. Pero ten cuidado. Nunca me han follado por el culo. Suave, por favor- dijo con voz intermitente.
Entonces Mark se mojó la mano con saliva y lubricó profusamente su polla erecta. Entonces introdujo el glande y paró, mientras con su mano derecha le masturbaba el clítoris. Y escuchó con atención la reacción de ella, sus jadeos, sus gemidos, sus silencios, para ir metiendo cada vez más, poco a poco, su enorme polla en su culo. Para ella era una sensación completamente nueva, tan sucia, tan porno, tan lujuriosa, que su cuerpo temblaba de la combinación de la masturbación y la penetración anal. Se relajó y se dejó transportar a un mundo de placer total. Sus gritos se mezclaban con jadeos y gemidos según se movieran los dedos o entrara o saliera la polla. Entonces Mark aceleró el ritmo y sacó su polla, corriéndose en su espalda y su culo. Isabel casi no podía respirar. Había experimentado tres orgasmos de una forma completamente nueva para ella. Entonces se dio la vuelta y besó a Mark en la boca. Se sentó en la ventana y su culo desnudo bañado en semen miró hacia las montañas, y hacia los vecinos que llevaban cinco minutos mirando. Estos, al ver que el espectáculo había terminado, se dirigieron una mirada, pero no se hablaron, y aceleraron el paso hacia su casa.
Entonces Mark le cogió la cara entre sus manos y le dijo:
-Definitivamente, me quedo la casa. Me has convencido. Me da igual el precio. Solamente pongo una condición: Necesito hacer reformas, y muchas. Y quiero que tú te encargues de todo.
-Será un tremendo placer encargarme de todo. Tendré que venir mucho a tu casa. -Dijo con sonrisa pícara.
-Intentaré complacer a mi encargada cada vez que me visite a gestionar mis asuntos. -Dijo sonriendo.
-¿A qué hora sale mañana tu vuelo? Quizás tengamos que vernos antes para elaborar un plan de trabajo -exclamó Isabel.
-Me parece una magnífica idea. Te espero a las diez de la mañana. Desayunaremos aquí en el suelo con champagne...
 
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