Las Sombras de la Rutina

0jorgs

Miembro muy activo
Desde
7 Feb 2024
Mensajes
120
Reputación
171
Capítulo 1: Las Sombras de la Rutina


Jorge se despertó esa mañana con el peso de la duda presionando su pecho. El reloj marcaba las 7:15, y el sol de finales de verano se filtraba a través de las persianas semiabiertas del dormitorio, pintando rayas doradas sobre la cama deshecha. A sus 35 años, Jorge se sentía como un hombre que había vivido media vida en la sombra de sus propias inseguridades. Su cuerpo no era el de un modelo de revista: tenía una complexión media, con una ligera barriga que se había formado por años de trabajo sedentario en una oficina de contabilidad, y músculos que nunca habían sido esculpidos por el gimnasio o el deporte. Era reservado por naturaleza, introvertido, el tipo de persona que prefería observar desde un rincón en las fiestas en lugar de ser el centro de atención. Y en la intimidad, esa reserva se convertía en una barrera insuperable.


Nunca había estado con otra mujer que no fuera Laura. Ella era su primer y único amor, desde aquellos días en la universidad donde se conocieron en una clase de literatura española. Recordaba claramente el momento: ella sentada dos filas adelante, con su cabello rubio cayendo en ondas suaves sobre sus hombros, tomando notas con una concentración que lo hipnotizaba. Jorge había reunido coraje para invitarla a un café después de clase, y de ahí había florecido una relación que parecía destinada a durar para siempre. Pero ahora, quince años después, esa certeza se resquebrajaba bajo el peso de sus limitaciones.


¿Soy suficiente para ella?, se preguntaba Jorge mientras se levantaba de la cama, sintiendo el frío del piso de baldosa bajo sus pies. Su pene, estrecho y propenso a perder la erección en los momentos cruciales, era una fuente constante de frustración. En las noches de intimidad, intentaba compensarlo con caricias y besos, pero sabía que Laura fingía satisfacción. Lo veía en sus ojos, en la forma en que su cuerpo se tensaba sin llegar al éxtasis completo. Amaba profundamente a Laura, la adoraba como a una diosa terrenal, pero se sentía insuficiente, como un amante a medio camino.


Laura, por su parte, aún dormía, su respiración suave y rítmica llenando la habitación. A sus 30 años, era una mujer de belleza natural, sin necesidad de maquillaje excesivo o ropa ostentosa para destacar. Medía apenas 1,60 metros, con una figura delgada que se mantenía gracias a caminatas diarias y una dieta equilibrada. Sus pechos eran pequeños, talla 80, firmes y sensibles al tacto, con pezones rosados que se endurecían con facilidad. Su piel blanca, casi traslúcida, se sonrojaba con el menor esfuerzo o emoción, y sus ojos claros —un azul verdoso que cambiaba con la luz— reflejaban una inteligencia viva y un deseo latente. Su cabello rubio, cortado en capas hasta los hombros, enmarcaba un rostro ovalado con labios carnosos y una nariz pequeña.


Quería a Jorge, lo quería de verdad, con esa mezcla de ternura y hábito que viene con los años. Pero a veces, en la quietud de la noche, sentía que su juventud se había escapado sin ser plenamente vivida. Hubo una ruptura breve en el pasado, durante el segundo año de universidad: un par de meses en los que Jorge y ella se separaron por discusiones tontas sobre el futuro. En ese tiempo, Laura exploró su libertad. Salidas nocturnas a bares con amigas, flirteos que terminaban en besos apasionados bajo luces neón, y un par de encuentros casuales con hombres que la hicieron sentir deseada de una forma cruda, animal. Uno de ellos, un estudiante de arte con manos hábiles, le había mostrado placeres que Jorge nunca había explorado. Pero ella había regresado a Jorge, atraída por su estabilidad emocional, su amor incondicional. Él nunca había preguntado detalles sobre esa ruptura; quizá por miedo a las respuestas.


Ahora, la relación era estable, como un barco anclado en un puerto seguro. Vivían en un apartamento modesto en las afueras de Barcelona, con vistas parciales al mar Mediterráneo que les recordaba vacaciones pasadas en la Costa Brava. Jorge trabajaba de 9 a 5 en una firma de contabilidad, lidiando con números y balances que lo mantenían ocupado pero no apasionado. Laura era diseñadora gráfica freelance, trabajando desde casa en proyectos para pequeñas empresas, lo que le daba flexibilidad para soñar con aventuras que raramente se materializaban. Cenaban juntos todas las noches, veían series en Netflix, y los fines de semana salían a caminar por el paseo marítimo o visitaban a amigos.


Pero debajo de esa estabilidad bullía el conflicto interno de Jorge. Era consciente de que no satisfacía plenamente a Laura en la intimidad. Su pene estrecho, combinado con problemas de erección causados por el estrés y la ansiedad, lo dejaba jadeando en la oscuridad, mientras ella se acurrucaba a su lado con una sonrisa forzada. Ella merece más, pensaba Jorge, imaginando cómo sería verla con otros hombres, cómo su cuerpo respondería a toques más seguros, más dominantes. Era una mezcla tóxica de culpa, deseo y curiosidad. Un fetiche que había descubierto en foros anónimos de internet: el cuckold, el placer masoquista de ver a tu pareja con otro. Lo excitaba en secreto, aunque lo aterrorizaba. Laura, ajena a estos pensamientos, solo sentía la distancia emocional, la frustración que se acumulaba como nubes de tormenta.


Capítulo 2: La Semilla de la Transgresión


Una noche de jueves, mientras cenaban una simple ensalada con pollo a la plancha —Laura siempre insistía en comidas saludables para mantener su figura delgada—, Jorge decidió plantar la semilla de su idea transgresora. El aire estaba cargado de la humedad del mar, y el sonido distante de las olas rompía el silencio del apartamento. "Oye, amor", dijo Jorge con voz casual, aunque su pulso se aceleraba como si estuviera confesando un crimen, "he estado pensando en cómo podríamos poner un poco de picante a nuestra relación. Algo diferente, para salir de la rutina diaria".


Laura levantó la vista de su plato, sus ojos claros brillando con una mezcla de sorpresa e intriga. Picante, pensó ella. Jorge proponiendo algo así. Normalmente es tan predecible. Había notado su distancia en las últimas semanas, cómo sus intentos de intimidad terminaban en frustración. Atribuía sus problemas de erección al estrés del trabajo, quizás a la edad, pero nunca imaginó que él estuviera rumiando ideas como esta. "Cuéntame más", respondió ella, inclinándose hacia adelante en la mesa, su blusa ligera dejando entrever el contorno sutil de sus pechos pequeños. El aroma de su perfume, un toque floral suave, flotaba en el aire, recordándole a Jorge por qué la amaba tanto.


Jorge tragó saliva, sintiendo un nudo en la garganta. "Podríamos organizar una salida en barco con Alex y David. Solo amigos cercanos, sol, mar, cervezas, risas. Nada complicado. Y... como un juego inocente, podrías vestirte un poco más atrevida. Solo para divertirnos, para sentirnos vivos de nuevo". Las palabras salieron atropelladas, pero en su mente ya visualizaba la escena: Laura expuesta, atrayendo miradas, y él observándolo todo con una mezcla de celos y excitación.


Alex era el amigo de Jorge del equipo de rugby amateur en el que jugaba los sábados. Alto y corpulento, medía casi 1,90 metros, con músculos forjados por horas de entrenamiento y partidos intensos. Moreno, con cabello corto y una barba espesa que le daba un aire rudo, casi primitivo. Tenía un tatuaje en la espalda: un dragón negro y rojo que se enroscaba desde los hombros hasta la cintura, simbolizando fuerza y dominio, algo que había hecho durante un viaje a Tailandia. Alex era dominante por naturaleza; en las conversaciones, tomaba el control con su voz grave, gesticulando con manos robustas que parecían hechas para sujetar no solo balones, sino también cuerpos con autoridad. Era soltero, con un historial de conquistas que contaba en bromas durante las cervezas post-partido, pero siempre respetuoso con las parejas de sus amigos.


David, en cambio, era el opuesto perfecto para equilibrar el grupo. Delgado, casi flaco, con un cuerpo que parecía sostenido por alambres en lugar de músculos. Fumador empedernido de marihuana, tenía ojos hundidos y una expresión perpetuamente relajada, como si el mundo se moviera a un ritmo más lento para él. Su adicción no era destructiva —fumaba para "relajar la mente", decía—, pero lo convertía en un observador silencioso, alguien que prefería analizar desde las sombras en lugar de participar activamente. Trabajaba como programador freelance, pasando horas frente a la computadora, y su delgadez se acentuaba por una dieta irregular de snacks y café.


Laura dudó al principio ante la propuesta de Jorge. ¿Atrevida delante de Alex y David?, pensó, sintiendo un rubor subir por su piel blanca, tiñendo sus mejillas de rosa. La idea la avergonzaba: imaginaba sus miradas, el juicio implícito. Pero también la intrigaba. Recordaba su ruptura pasada, cómo se había sentido libre, deseada por extraños. ¿Por qué no?, se dijo finalmente. "Suena divertido, Jorge. Hagámoslo. Pero solo como un juego, ¿eh? Nada que nos haga sentir incómodos". Su voz era ligera, pero en su interior bullía una curiosidad por ver cómo reaccionaría Jorge, si esto avivaría el fuego que parecía extinguirse en su relación.


Jorge sintió una oleada de emociones contradictorias: nervios que le retorcían el estómago, excitación que hacía que su pene se agitara ligeramente en sus pantalones, y celos anticipados que lo pinchaban como agujas. ¿Y si les gusta demasiado? ¿Y si ella responde a sus atenciones?, se preguntaba, pero esa duda era precisamente lo que lo excitaba. Esa noche, después de la cena, intentaron hacer el amor. Jorge besó su cuello, sus pechos pequeños, sintiendo cómo sus pezones se endurecían bajo su lengua. Pero cuando llegó el momento de la penetración, su erección flaqueó. Laura lo consoló con besos, pero en su mente ya germinaba la anticipación por la salida en barco.


Capítulo 3: Preparativos y Anticipación


Los días siguientes fueron un torbellino de preparativos, cada uno cargado de tensión subcutánea. Laura decidió ir de compras sola para elegir el atuendo "atrevido". Caminó por las calles comerciales de Barcelona, el sol calentando su piel blanca a través de la blusa ligera. Entró en una tienda de bikinis, probándose varios frente al espejo del probador. Finalmente, eligió uno pequeño, blanco, que resaltaba su figura delgada sin caer en la vulgaridad excesiva. La parte superior era un triángulo mínimo que cubría apenas sus pechos pequeños, atado con cuerdas delgadas que se anudaban en la espalda. El tanga era un hilo delgado que se hundía entre sus nalgas, dejando expuestas curvas suaves y redondas. Mirándose en el espejo, notó cómo el tejido ajustado delineaba su coño, con pelitos recortados en forma de triángulo invertido asomando sutilmente por los bordes. Esos pelitos rebeldes que la avergonzaban profundamente —un detalle natural que no depilaba por completo, por una mezcla de pereza y gusto secreto por su crudeza—. Me hace sentir salvaje, pensó, un cosquilleo de excitación humedeciendo el tanga nuevo.


De vuelta en casa, se lo mostró a Jorge en una "prueba privada". "¿Qué te parece?", preguntó, girando sobre sí misma en el dormitorio. Jorge la miró, boquiabierto, "Estás impresionante, amor. Vas a ser el centro de atención". Sus palabras eran sinceras, pero en su voz temblaba la anticipación.


Jorge, por su parte, se encargó de los logística. Alquiló un barco modesto pero cómodo para cuatro personas en un puerto cercano, un barco de 10 metros con cubierta abierta, proa para tomar el sol y una pequeña cabina para guardar cosas. Compró cervezas, snacks, protector solar y música para el viaje. Llamó a Alex y David para confirmar. "Va a ser una salida relajada, tíos. Sol, mar, buena compañía", les dijo por teléfono. Alex respondió con entusiasmo: "Perfecto, Jorge. Llevo el rugby para jugar en la playa si paramos". Su voz dominante hacía que Jorge se sintiera pequeño, pero excitado. David, más lacónico, murmuró: "Suena bien. Llevo algo para relajar el ambiente".


La anticipación crecía con cada hora. Laura soñaba despierta en su escritorio mientras trabajaba en un logo para un cliente: imaginaba el sol en su piel, las miradas de los amigos de Jorge, el roce accidental que podría ocurrir. ¿Me harán sentir deseada?, se preguntaba, su coño humedeciéndose al pensamiento. La vergüenza la hacía sonrojar, pero le gustaba la idea de ser vista así real. Jorge, en la oficina, casi no podía concentrarse en los balances financieros. Su pene se agitaba en los pantalones, una erección parcial que lo torturaba durante el día.


La noche antes de la salida, durmieron poco. Jorge abrazó a Laura en la cama, sus manos explorando su cuerpo delgado. "Mañana va a ser especial", murmuró. Ella asintió, besándolo, pero notando cómo su excitación no se traducía en acción. Ojalá quisiera poseerme y llenarme con su polla bien dura, pensó ella, frustrada pero comprensiva.


Capítulo 4: El Día en el Barco – El Despertar de los Sentidos


El día amaneció con un sol radiante, el cielo un lienzo azul sin nubes, y una brisa marina que prometía aventura. Jorge y Laura llegaron al puerto temprano, cargando neveras y toallas. Alex y David ya esperaban junto al yate, Alex con su figura imponente destacando contra el horizonte, vestido con shorts de baño y una camiseta sin mangas que mostraba sus brazos musculosos y el borde de su tatuaje de dragón. "¡Buenos días, pareja!", exclamó con su voz grave, abrazando a Jorge con una palmada que resonó como un trueno y besando a Laura en la mejilla, su barba rozando su piel blanca. David, más reservado, fumaba un cigarrillo —no marihuana aún, por discreción— y saludó con un asentimiento, su cuerpo flaco envuelto en una camisa holgada y shorts largos.


Subieron al barco, el motor ronroneando mientras Alex tomaba el control del timón con autoridad dominante. "Yo piloto, vosotros relajad". El yate se alejó de la costa, las olas mecían, y la música reggae comenzó a sonar desde un altavoz portátil: ritmos suaves de Bob Marley que invitaban a la relajación. El ambiente era veraniego, con el sol calentando la cubierta de madera, el olor a sal y protector solar llenando el aire.


Laura se quitó la ropa de calle con naturalidad, revelando el bikini blanco. Su piel blanca contrastaba dramáticamente con el tejido ajustado, el tanga hundido entre sus nalgas, dejando expuestas curvas suaves que el sol comenzaba a besar. Sus pechos pequeños se delineaban bajo los triángulos mínimos, pezones asomando sutilmente a través del material delgado. Atraía miradas sin proponérselo: Alex la miró de reojo mientras maniobraba el barco, pensando Joder, Laura está buena. Jorge tiene suerte, pero parece que no la sabe controlar. David, sentada en la proa, inhaló humo de un porro que había encendido discretamente, observando con ojos vidriosos los pelitos que asomaban por los bordes del tanga. Natural, sexy, pensó, pero mantuvo su expresión neutral.


Laura se tumbó boca abajo en la proa para tomar el sol, quitándose la parte de arriba para hacer topless. Sus pechos pequeños se aplastaban contra la toalla azul, pezones rozando el tejido áspero, enviando pequeñas ondas de placer a su cuerpo. El tanga exponía sus nalgas redondas, firmes por las caminatas diarias, y el sol calentaba su piel, haciendo que gotas de sudor perlaran su espalda. Se sentía expuesta, vulnerable, pero poderosa. "Alguien que me ponga crema, por favor", dijo con voz casual, aunque su corazón latía rápido. ¿Quién se ofrecerá?, pensó, un flujo sutil humedeciendo su coño.


Alex se ofreció de inmediato, dejando el timón a Jorge temporalmente. Sus manos robustas tomaron el bote de crema con autoridad, exprimiendo una cantidad generosa. "Yo me encargo, Laura. No vaya a ser que te quemes esa piel tan delicada y blanca". Empezó por los pies, masajeando con dedos fuertes, presionando los arcos y los dedos uno por uno. "Tienes pies bonitos, eh. Delicados, como de bailarina. Suaves al tacto, con uñas pintadas de rojo que contrastan perfecto". Sus palabras eran sutiles, halagadoras pero no agresivas, para no enfadar a Jorge, que observaba desde el timón, fingiendo concentración en el mar. Laura sintió el calor de sus palmas, un roce firme que subía por sus pantorrillas, rodillas, muslos internos. Dios, sus manos son tan diferentes a las de Jorge —grandes, seguras, dominantes, pensó ella, mordiéndose el labio para contener un gemido. El tacto era eléctrico, enviando ondas a su clítoris.


Alex llegaba a las nalgas, untando crema con movimientos circulares lentos, casi eróticos. Notaba los pelitos que sobresalían del hilo del tanga, rebeldes y naturales, alrededor del ano expuesto sutilmente. Interesante, no es de las que se depilan todo. Me gusta, es real, pensó él, pero no comentó nada, solo un "Cuidado con el sol aquí atrás, que es zona sensible". Sus dedos rozaban el borde del tanga, accidentalmente —o no— tocando la humedad que se acumulaba. Laura arqueó ligeramente la espalda, sintiendo un calor interno crecer. Cuando terminó con las nalgas, subió a la espalda, sus manos rozando los costados de sus pechos pequeños, dedos deslizándose bajo para untar crema cerca de los pezones. El aroma a coco de la crema se mezclaba con el sudor de Laura, creando un olor intoxicante.


Jorge grababa videos y sacaba fotos a escondidas con su móvil, zoom en las manos de Alex sobre el cuerpo de Laura, capturando cada roce, cada curva. Su pene empezaba a endurecerse bajo los shorts, una erección parcial que lo torturaba con placer masoquista. Mírala, tan segura, dejándose manosear por él, pensaba, el voyeurismo alimentando su fetiche cuckold. Laura se movía con naturalidad, gimiendo suavemente "Gracias, Alex. Eres un experto en esto". Él respondió con una sonrisa dominante, su barba curvándose: "Para eso estamos los amigos, Laura. Si necesitas más, solo dímelo".


El barco seguía mecidiendo con las olas, y la tensión sensual se espesaba como la humedad en el aire. Por broma y confianza, mientras charlaban sobre trivialidades —el último partido de rugby de Alex, el trabajo de David en un proyecto de app—, Laura se sentó en las piernas de David en la popa. "Aquí hay más sombra", dijo ella, riendo, pero su movimiento era calculado para probar límites. El balanceo del barco hacía que diera botes suaves, su culo rozando contra la entrepierna de David a través de los shorts. Él, observador silencioso, notó la fricción inmediatamente; su polla, más gruesa que la de Jorge, se endurecía bajo la tela, presionando contra el tanga húmedo de Laura. Joder, es suave y cálida, su culo perfecto, pensó David, pero solo rió nervioso, mirando a Jorge con complicidad para ver su reacción. "Cuidado con el mar, Laura, no vaya a ser que nos hundas con tanto movimiento", bromeó sutilmente, su voz ronca por el humo de marihuana que había inhalado.


Silencios incómodos se intercalaban con risas, y Laura sentía el bulto creciendo, caliente y firme, mucho más sustancial que el pito estrecho de Jorge. Es grande, se siente viril, pensó ella, un aroma sutil a marihuana invadiéndola, mezclado con el sal del mar. Movía las caderas ligeramente, disimulando como si se acomodara, aumentando el roce. David pasaba el porro a Alex, quien dio una calada profunda, exhalando humo que se disipaba en el viento. Jorge observaba desde su asiento, su mente en ebullición. Ella lo nota, y no se aparta. Le gusta el contacto, se decía, excitado por la humillación implícita, su propia polla luchando por endurecerse completamente.


La conversación fluía banal: Alex contando anécdotas de rugby, su voz dominante llenando el aire con historias de tackles y victorias; David comentando sobre una nueva cepa de marihuana que había probado, su tono relajado contrastando con la tensión subyacente. Laura participaba, riendo, pero su cuerpo respondía al roce con David, sus flujos aumentando, manchando el tanga blanco. Jorge tomaba más fotos, capturando el momento: Laura en las piernas de David, su expresión de placer disimulado.


Más tarde, Laura, cansada por el sol y el movimiento constante, se estiró disimuladamente en la cubierta, colocando su cabeza en la entrepierna de Alex mientras él estaba sentado en un banco, con las piernas abiertas. "Solo un momento para descansar", dijo ella con inocencia fingida. El cuerpo de Alex reaccionó al instante: su polla, gruesa y venosa, creció bajo los shorts, presionando contra la mejilla de Laura como una barra caliente. Ella lo notó inmediatamente, el bulto endureciéndose, pulsante con vida propia. Un aroma a polla — humedad profunda, salado, viril, mezclado con sudor del día y un toque de loción— invadió sus fosas nasales, haciendo que su coño se contrajera en respuesta. Dios, es enorme, comparado con el pito blando de Jorge. Huele a hombre real, pensó Laura, moviendo la cabeza como si se acomodara, rozando adrede para sentir más la textura, la dureza.


Alex sabía que ella lo notaba; su barba ocultando una sonrisa interna. Pero no dijo nada, manteniendo la fachada; solo continuó la conversación banal con Jorge y David: el tiempo cálido, los planes para el próximo fin de semana, el mar infinito. "Este sol es brutal, pero vale la pena", comentó Alex, su voz grave ocultando la excitación, mientras su polla palpitaba contra la cara de Laura. Jorge, desde su posición, veía todo: la cabeza de Laura allí, el bulto visible en los shorts de Alex, el sutil movimiento de ella. Ella huele su aroma, lo siente crecer, y le gusta, pensaba Jorge, su propia excitación mezclada con celos punzantes. El sonido de las olas chocando contra el casco del barco puntuaba el momento, un ritmo hipnótico que aumentaba la tensión sensual, como un latido colectivo.


Laura luchaba internamente con la vergüenza: sus pelitos que sobresalian del tanga la hacían sentir expuesta, vulnerable, pero le gustaba la crudeza, la naturalidad que la diferenciaba de las mujeres "perfectas" de las revistas. Me hace sentir viva, deseada tal como soy, pensaba, un flujo abundante humedeciendo el tanga, gotas deslizándose por sus muslos internos.


Horas pasaron así, con toques sutiles, miradas cómplices y risas que ocultaban el deseo. Pararon en una cala remota para nadar, Laura sumergiéndose en el agua fresca, su bikini blanco volviéndose translúcido, revelando más de su intimidad. Alex y David la miraban desde el barco, comentando sutilmente: "Laura se ve genial en el agua", dijo Alex, y David añadió "Sí, natural y fresca". Jorge nadaba cerca, pero su mente estaba en las fotos que tomaría después.


Capítulo 5: El Regreso y la Explosión Íntima


Cuando el sol comenzó a bajar, tiñendo el cielo de naranja y rosa, decidieron regresar. El viaje de vuelta fue silencioso, cargado de electricidad no resuelta. Laura se sentó junto a Jorge, su mano en su muslo, pero su mente repasaba los roces del día: las manos de Alex, el bulto de David. Jorge conducía el coche de vuelta al apartamento, su móvil lleno de videos y fotos secretas, su pene semierecto por los recuerdos.


Al llegar al apartamento, apenas cerraron la puerta, Laura lo besó con urgencia salvaje. "Fóllame, Jorge. Necesito sentirte ahora", pidió, quitándose el bikini con manos temblorosas, su cuerpo aún salado por el mar. Él intentó, besándola apasionadamente, chupando sus pechos pequeños, sintiendo los pezones endurecidos. Bajó a su coño, saboreando el jugo mezclado con sal. Pero cuando intentó penetrarla, su pene estrecho no mantuvo la erección, flácido y frustrante.


Laura, encendida por el día, se quitó el tanga completamente, mostrando sus flujos abundantes: el coño húmedo, hinchado, pelitos empapados en jugo translúcido y viscoso, y alrededor del ano, esos pelitos rebeldes brillando con sudor y excitación. "Lámelos, lame mis jugos, Jorge. Prueba lo que me provocaron tus amigos", ordenó con voz ronca, empujando su cabeza. Jorge obedeció, su lengua explorando cada pliegue, saboreando el sabor salado, ácido, el olor a mar, deseo y un toque de crema solar. El sonido húmedo de su lamer era obsceno, resonaba en en la habitación silenciosa. Laura gemía, sus caderas moviéndose, "Sí, lame como un buen chico".


Luego, pidió el móvil. "Dame las fotos y videos. Quiero verlos mientras me toco". Se tumbó en la cama, piernas abiertas obscenamente, masturbándose con furia. Sus dedos rozaban el clítoris hinchado, penetrándose con dos dedos, el sonido chapoteante de su humedad llenando el aire como un eco erótico. Mirando las imágenes, comentaba con crudeza: "Mira a Alex, con esas manos robustas untándome crema... sentí como si me follara con los dedos, apretando mis nalgas con fuerza y deseo. Su polla creció contra mi cara, enorme, gruesa, la sentia palpitar y olia a macho de verdad —no como tu pito chico y blando. Imagínalo penetrándome, Jorge, como va entrando en mi coño estrecho poco a poco y va dilatandome toda.". Luego, sobre David: "Cuando me senté en él, su bulto era tan duro, mucho más viril que tú, casi me corro alli mismo mientras me estava rozando. Podría haberlo follado allí, con su polla gruesa".


Comentarios directos, crueles pero excitantes, enfatizando comparaciones: Alex el dominante con su polla masiva, David el observador con su grosor adictivo. Jorge, humillado y cachondo por ser cornudo, se pajeaba su pito blando, el sonido de su mano resbaladiza uniéndose al de ella. Para ayudarlo, Laura mojó un dedo en su jugo abundante y apretó el perineo de Jorge, luego el ano, masajeando con presión firme, insertando la punta. Jorge no se quejó, gimiendo con placer anal inesperado, logrando una media erección suficiente para continuar la paja. El olor a sexo —su flujo, su sudor, su semen incipiente— era abrumador, un cóctel sensorial.


Jorge se corrió poco, eyaculando en chorros débiles sobre su barriga. Laura lamió el semen, salado y espeso, saboreándolo con deleite, luego se lo pasó con un beso profundo, lenguas entrelazadas, forzándolo a tragar su propia carga. Él lo aceptó, sintiéndose pequeño, sometido, pero vivo en su fetiche. Laura alcanzó su orgasmo entonces, gritando, su cuerpo convulsionando, flujos squirteando ligeramente sobre la sábana.


Capítulo 6: Reacciones Emocionales y el Cierre Abierto


Agotados, se abrazaron en la cama, el sudor enfriándose en sus cuerpos. Laura notaba la atención del día, se sentía deseada, poderosa como nunca. Me miraron, me tocaron, y Jorge lo permitió. Me hace sentir viva, pensó, preguntándose si querría repetir, quizás yendo más lejos. La vergüenza persistía, pero le gustaba el poder que le daba.


Jorge luchaba entre el orgullo de verla brillar —su belleza natural, su confianza— y el miedo a perderla. ¿Y si quiere más que roces? ¿Soportaría verla follar con ellos?, se preguntaba, excitado por la idea cuckold. Se refuerzaba la idea de que esto era solo un juego... por ahora.


El regreso a la rutina traía tensión no resuelta. Al día siguiente, desayunando, tuvieron una conversación pendiente: "Fue divertido, ¿verdad?", dijo Laura, sus ojos claros buscando los de él. "Sí, amor. Podríamos repetir", respondió Jorge, su voz temblando. La puerta quedaba abierta a futuras experiencias, límites por probar, decisiones que podrían cambiarlo todo. ¿Querría Laura invitar a Alex y David a casa? ¿Pensarían ambos en una sesión más íntima? El mar susurraba promesas en sus mentes, dejando el relato abierto para capítulos futuros donde el deseo desbordaría las barreras.
 
LA SOMBRA DE LA RUTINA II
Capítulo 2: El Chantaje del Jefe El Error que lo Cambió Todo



Jorge entró en la oficina esa mañana de lunes con el estómago revuelto. Habían pasado exactamente siete días desde la salida en barco, y los recuerdos aún lo perseguían: las manos robustas de Alex untando crema en la espalda de Laura, el bulto endurecido de David bajo su culo al balancearse el barco, la cabeza de ella rozando la entrepierna de Alex, notando su aroma viril y el calor pulsante. Cada noche, Jorge revisaba las fotos y vídeos en secreto, excitándose y su pene latiendo débilmente bajo las sábanas mientras imaginaba a Laura gimiendo bajo cuerpos más potentes. Pero esa distracción había sido fatal.


Sentado frente a su ordenador, abrió el balance final del trimestre para una auditoría interna. Los números no cuadraban. Un error de traslado, una cifra mal copiada en una transferencia bancaria, había generado un desfase de casi 1.400.000 euros. No era intencional, pero en una firma como la suya, equivalía a fraude contable. Jorge sintió que el suelo se abría bajo sus pies. Sudor frío le recorrió la espalda, empapando su camisa. Si lo descubren, estoy acabado. Despido inmediato, denuncia, quizás prisión. ¿Cómo se lo explico a Laura?.


No tuvo que esperar mucho. A media tarde, recibió un correo de Martín: "Pasa por mi despacho. Ahora".


Martín era el director financiero, 45 años, alto y atlético gracias a años de gimnasio y maratones. Calvo por elección, con una perilla gris perfectamente recortada que le daba un aire de autoridad implacable. Sus ojos oscuros parecían leer pensamientos, y su voz grave resonaba como una sentencia. En la oficina corrían rumores: affaires con secretarias, un pene legendario —grueso, venoso, capaz de dejar huella en más de una conquista—. Jorge siempre lo había admirado desde lejos, envidiando su seguridad, su dominio natural, imaginando cómo sería un hombre así con Laura: tomándola con fuerza, haciendo que gimiera de placer verdadero, no como sus intentos fallidos.


"Siéntate", ordenó Martín cuando Jorge entró, cerrando la puerta con llave. El despacho olía a colonia cara —un aroma masculino, almizclado, con notas de cuero y madera—, mezclado con el de café fuerte y poder absoluto. Martín giró la pantalla del ordenador: allí estaba el error, destacado en rojo brillante. "Explícame esto, Jorge".


Jorge balbuceó excusas: estrés, distracción, un descuido humano. Martín lo interrumpió con frialdad: "Es fraude. Podría denunciarte ahora mismo. Despido fulminante, antecedentes penales. Tu vida se iría a la mierda en un instante".


Jorge palideció, su mente acelerada. Pensó en Laura, en su apartamento con vistas al mar, en la estabilidad que tanto valoraban desde la universidad. "Por favor, Martín... puedo arreglarlo. Nadie tiene que saberlo. Haré horas extras, lo que sea".


Martín se recostó en su sillón de cuero negro, cruzando las manos detrás de la cabeza. Sus bíceps se marcaron bajo la camisa ajustada. "Quizás haya una forma. He visto fotos de tu esposa Laura en tus redes sociales —esa sonrisa natural, esos ojos claros, esa figura esbelta—. Quiero conocerla mejor".


Jorge sintió un nudo en la garganta, un calor traicionero en la entrepierna. No, no puede ser. Pero también un cosquilleo prohibido: imaginó a Martín, viril y dominante, con Laura, sus manos grandes explorando su piel blanca, su polla gruesa penetrándola mientras él observaba, excitado y humillado. Martín continuó: "Organiza una cena en tu casa. Este viernes. Tú serás el mayordomo —servirás, obedecerás—. Yo cenaré con Laura, como si fuera una cita romántica. Si todo va bien, este error desaparece para siempre. Si no... ya sabes lo que pasa".


Jorge intentó protestar, su voz un hilo: "Martín, por favor, no involucres a Laura. Es mi vida privada". Pero Martín lo cortó con una risa baja: "Tu error es mi oportunidad. Te mandaré una caja para ella. Instrucciones claras. Sin ropa interior, por supuesto. Quiero que brille". Le entregó una caja negra sellada. "Para que luzca adecuada. Piénsatelo bien, Jorge. O esto, o la cárcel".


De camino a casa, Jorge condujo como un autómata, el tráfico de Barcelona un borrón. Su mente era un torbellino: terror por perderlo todo —el trabajo, la casa, a Laura—, pero también fantasías prohibidas que lo avergonzaban. Imaginaba a Martín desvistiendo a Laura lentamente, su polla endureciéndose contra su muslo delgado, penetrándola con embestidas firmes mientras ella gemía nombres que no eran el suyo. Su pene estrecho se agitó ligeramente en los pantalones, una erección parcial que le provocó náuseas de culpa. No puedo hacer esto. Pero no tengo elección. ¿Cómo se lo digo a ella?.


La Confesión


Laura estaba en la cocina preparando una ensalada ligera cuando Jorge llegó. Lo notó inmediatamente: pálido como un fantasma, ojeras profundas, manos temblorosas como si hubiera visto un espectro. "¿Qué pasa, amor?", preguntó, acercándose para abrazarlo con ternura, su cuerpo delgado presionándose contra el suyo.


Jorge se sentó en el sofá del salón, cabeza entre las manos, el peso del mundo aplastándolo. Las palabras salieron atropelladas, entrecortadas por el pánico: el error en los balances, la cantidad enorme, la amenaza de Martín con despido y denuncia. Laura escuchaba en silencio, sentada a su lado, sus ojos claros ensanchándose por la sorpresa y luego estrechándose con rabia contenida. Cuando Jorge mencionó la cena, ella explotó, poniéndose de pie: "¿Me estás diciendo que tu jefe quiere una cita conmigo para tapar tu error? ¿Me estás ofreciendo como pago, como una mercancía?".


Jorge negó con vehemencia, arrodillándose frente a ella: "No, no es eso. Solo una cena. Yo estaré allí, sirviendo como mayordomo. Nada más, te lo juro". Pero su voz temblaba, traicionando el conflicto interno. Laura caminó de un lado a otro del salón, su cabello rubio ondeando con cada paso airado. "Esto es increíble, Jorge. ¿Cómo pudiste ser tan descuidado? ¿Y ahora esperas que yo me vista de guarrilla para salvarte el pellejo? ¿Qué clase de hombre eres?".


Se sentaron a hablar durante horas, la tensión espesa como humo. Jorge suplicó, lágrimas rodando por sus mejillas: "Si no lo hacemos, lo pierdo todo. Nosotros lo perdemos todo. Por favor, Laura, es solo una noche". Admitió parte de su conflicto interno, su voz un susurro avergonzado: "Sé que suena loco, pero... una parte de mí se excita pensando en ti con alguien más fuerte, más... capaz que yo. Pero no quiero que pase de verdad. Es solo para salvarnos".


Laura lo miró incrédula, sentada en el brazo del sofá. "Estás enfermo, Jorge. Enfermo de verdad. ¿Excitado? ¿Con otro hombre tocándome? ¿Es eso lo que quieres?". Pero en su interior, un cosquilleo prohibido se agitaba: recordaba el barco, las miradas de Alex y David, el poder de sentirse deseada. Finalmente, después de un silencio largo, aceptó a regañadientes, cruzando los brazos sobre sus pechos pequeños: "Solo por ti. Solo la cena. Nada más. Si intenta algo, se larga de allí o llamo a la policía".


No hubo sexo esa noche. Ni caricias íntimas. Solo un abrazo incómodo en la cama, ambos despiertos hasta el amanecer, cada uno perdido en sus pensamientos turbulentos. Laura sentía rabia hirviendo, pero también un miedo mezclado con curiosidad que la avergonzaba profundamente. Jorge, culpa y excitación entremezcladas, imaginando lo que vendría.


La Caja y la Preparación


El viernes por la mañana, una caja adicional de Martín llegó por mensajero. Laura la abrió con manos temblorosas mientras Jorge miraba desde la puerta del dormitorio, el corazón latiéndole con fuerza. Dentro, un vestido de seda negra, corto y ceñido como una segunda piel. El escote profundo apenas contenía sus pechos pequeños, y el largo era tan justo que al moverse amenazaba con subir, insinuando la curva inferior de sus nalgas. Una nota manuscrita: "Sin nada debajo. Quiero sentir tu naturalidad en cada movimiento".


Laura se lo probó en el dormitorio, frente al espejo grande. La seda se adhería a su cuerpo delgado como una caricia constante, rozando sus pezones rosados hasta endurecerlos visiblemente bajo el tejido delgado. Sin bragas ni sujetador, el aire fresco de la habitación acariciaba su coño desnudo, haciendo que se sintiera expuesta, vulnerable, como una presa a la espera. Al inclinarse ligeramente para ajustar el escote, el vestido subía lo suficiente para dejar ver la parte inferior de sus nalgas redondas y firmes. "Me siento como una puta", murmuró, su voz un hilo, mirando su reflejo con una mezcla de vergüenza y un calor inesperado entre las piernas.


Jorge la observó desde el umbral, su pene agitándose débilmente bajo los pantalones, una erección parcial que le provocaba dolor. "Estás preciosa", dijo con voz ronca, pero no se acercó. No la tocó, aunque su mente bullía con imágenes: Martín viendo eso, tocando eso.


Jorge preparó la casa como un mayordomo profesional, siguiendo las instrucciones detalladas de Martín: mesa para dos con velas aromáticas, flores blancas perfumadas, vino caro enfriado en cubitera de plata. Él llevaba camisa blanca impecable y pajarita negra, ridículo en su propio comedor, como un sirviente en una obra de teatro grotesca. A las ocho en punto sonó el timbre, puntual como un reloj.


Martín entró como si el apartamento fuera suyo: traje gris impecable, ajustado a su cuerpo atlético, colonia intensa que llenó la habitación —un aroma masculino, almizclado, con notas de cuero y especias que hacía pensar en noches de dominación—. Besó la mano de Laura largamente, sus labios cálidos rozando su piel blanca, demorándose más de lo necesario. "Estás espectacular, Laura. Mucho mejor en persona que en las fotos que he visto en las redes de Jorge". A Jorge lo saludó con un asentimiento despectivo: "Buen chico. Ya pareces un sirviente de verdad. Sirve el vino".


Jorge obedeció, sirviendo aperitivos y vino, de pie junto a la mesa como un fantasma humillado mientras ellos se sentaban frente a frente, la luz de las velas danzando en los ojos claros de Laura.


La Cena: Las Pruebas de Martín


La cena comenzó con aparente normalidad, pero Martín dirigía todo con autoridad absoluta, su voz grave marcando el ritmo como un director de orquesta. Cada prueba era una escalada calculada, diseñada para humillar a Jorge y probar los límites de Laura, construyendo una tensión sexual que se palpaba en el aire, espesa como humo de incienso.


Prueba 1: La inclinación Martín miró la botella de vino tinto al otro lado de la mesa, su mirada fija en Laura con una sonrisa depredadora que hacía que sus ojos brillaran bajo la luz tenue. "Laura, ¿podrías pasarme el Rioja? Quiero probarlo contigo, ver si sabe tan dulce como tus labios parecen prometer", dijo con voz baja, casi un ronroneo, extendiendo la mano pero obligándola a inclinarse para alcanzarla. Ella dudó un segundo, sintiendo el calor subir por su cuello como una ola ardiente, pero se inclinó hacia adelante para alcanzarlo. El movimiento hizo que el vestido de seda subiera lentamente por sus muslos, dejando ver la parte inferior de sus nalgas redondas, suaves y blancas bajo la luz parpadeante de las velas. El aire fresco rozó su coño desnudo, haciendo que un cosquilleo eléctrico la recorriera, humedeciéndola ligeramente, un flujo sutil que hacía que sus muslos internos se sintieran pegajosos. Martín soltó un suspiro apreciativo, su voz baja y ronca, cargada de deseo: "Qué vista tan deliciosa. Perfectamente suave, como debe ser una mujer de verdad. Jorge, ¿no estás de acuerdo? Tu novia es un espectáculo que merece ser admirado". Laura se enderezó rápidamente, sonrojada hasta la raíz del cabello, ajustándose el vestido con manos temblorosas que rozaban accidentalmente sus pezones endurecidos. Jorge sintió un pinchazo de celos que le quemaba el pecho como ácido, pero también una excitación traicionera: su pene se agitó bajo los pantalones mientras servía el vino, sus manos temblando lo suficiente para que el líquido se agitara en las copas, el sonido tintineante rompiendo el silencio cargado. Dios, la está devorando con la mirada, y ella... ella no se aparta del todo, pensó Jorge, dividido entre el terror y el morbo.


Prueba 2: Las preguntas íntimas La conversación derivó hacia lo personal con una naturalidad forzada por Martín, quien cortaba el filete con precisión quirúrgica, su cuchillo raspando el plato en un sonido que parecía eco de tensión. "Dime, Laura", dijo con voz grave y directa, clavando sus ojos en los de ella como si pudiera ver a través de su alma, " ¿estás plenamente satisfecha con tu vida sexual actual? Sé honesta, no hay secretos aquí esta noche. Jorge no se ofenderá, ¿verdad?". Ella dudó, mirando de reojo a Jorge, que permanecía de pie como una estatua, su rostro una máscara de humillación. "Sí... estamos bien", respondió, su voz un susurro, sintiendo un calor traicionero entre las piernas al recordar el barco, los roces accidentales que la habían hecho sentir viva. ¿Por qué pregunta esto? ¿Y por qué mi cuerpo responde así?, pensó Laura, sus pezones endureciéndose más bajo la seda.


Martín sonrió, una curva cruel en sus labios, inclinándose ligeramente hacia adelante para que su colonia la envolviera. "Vamos, detalla. ¿Es Jorge quien te hace llegar al clímax cada vez, o hay noches en que finges para no herirlo? He visto parejas como la vuestra: estables, pero aburridas". Laura se removió en la silla, la seda rozando sus pezones endurecidos, un roce que enviaba ondas de placer involuntario. "No fingo... no siempre. Pero la rutina...". Martín asintió, su voz bajando a un ronroneo íntimo: "La rutina mata el deseo. ¿Fantasías, entonces? ¿Qué cosas te gustaría probar que aún no has hecho? Imagina... un hombre que te domine de verdad, que te ate las manos con seda suave, que te haga suplicar por más, o quizás algo como roleplay donde eres la sumisa y él el amo absoluto". Laura tragó saliva, un flujo más abundante humedeciendo entre sus piernas, el aroma sutil de su excitación comenzando a flotar. ¿Atarme? ¿Suplicar? Dios, Jorge nunca ha sido así, pero... ¿y si?, pensó ella, avergonzada. "No sé... cosas normales, como... probar lugares nuevos". Jorge observaba, su pene latiendo débilmente, imaginando a Martín atando a Laura, dominándola, pero el terror real lo paralizaba.


Martín no se detenía, llevando la conversación con maestría: "Normales, dices. ¿Y si te digo que muchas mujeres como tú fantasean con ser dominadas? Imagina unas esposas suaves en tus muñecas, un vendaje en los ojos, sintiendo manos firmes explorando tu cuerpo sin ver quién es. ¿O quizás algo más intenso, como un látigo ligero en tus nalgas, dejando marcas rojas que duelen pero excitan?". Laura negó con la cabeza, pero su respiración se aceleraba, los pezones duros como piedras. "No... eso suena doloroso". Martín rió: "El dolor y el placer se mezclan Laura. ¿Y hacerlo cornudo? ¿Has pensado en ver a Jorge mirando mientras otro hombre te toma, más viril, más capaz, haciendo que grites de placer?". Jorge sintió un golpe en el estómago, excitado y aterrorizado. Laura murmuró: "No... eso es humillante para Jorge, seguro que me genera placer pero no puedo hacerlo por él". Martín insistió: "¿Algo que nunca harías? Por ejemplo anal. Muchas mujeres dicen que les resulta desagradable solo de pensarlo, que el mero roce ahí las hace retroceder, pero con lubricante caliente y dedos expertos, se convierte en éxtasis". Laura enrojeció intensamente, su piel blanca tiñéndose de rojo, un flujo abundante ahora, haciendo que sus muslos se sintieran resbaladizos. "Exacto. Nunca lo he probado y no lo haría. Me parece... desagradable y sucio". Martín rió suavemente, su risa resonando en el comedor: "Eso dicen todas al principio. Hasta que encuentran al hombre adecuado que sabe cómo hacerlo bien, cómo preparar ese culito perfecto con dedos firmes, lubricante cálido, haciendo que gimas de placer en lugar de dolor. ¿Y tú, Jorge? ¿Te excita imaginarla así?". Jorge no respondió, pero su erección ya dolía.


Prueba 3: Los toques progresivos Durante los brindis repetidos —"por la honestidad en los negocios", "por la belleza que ilumina la noche", "por las segundas oportunidades que saben a vino"— Martín comenzó a tocar con una osadía creciente. Primero, sus dedos rozaron los brazos desnudos de Laura al chocar las copas, una caricia ligera que envió escalofríos por su piel, haciendo que sus pezones se endurecieran más. "Tu piel es como seda, suave y cálida, perfecta para caricias más profundas", murmuró. Luego, bajo el mantel, sus manos subieron por los muslos desnudos de ella, dedos gruesos trazando patrones lentos en la carne interna, presionando ligeramente, sintiendo el calor irradiando de su coño húmedo. Laura se tensa, apartando suavemente la mano las primeras veces. "Martín, por favor...", murmuró, su voz entrecortada por un gemido involuntario, pero el roce persistía, sus dedos acercándose cada vez más, rozando el borde de su humedad. El aroma sutil de su excitación se mezclaba con la colonia de Martín, creando un cóctel embriagador. Jorge veía los movimientos del mantel, el brazo de su jefe desapareciendo bajo la mesa, y no decía nada, su propia excitación creciendo en silencio, el pene estrecho endureciéndose parcialmente contra sus pantalones, pero el miedo lo mantenía inmóvil.


Prueba 4: El pis con puerta abierta En medio del plato principal —un solomillo jugoso que Martín cortaba con deleite, el jugo rojo goteando en el plato—, anunció con naturalidad: "Disculpad, necesito ir al baño". Se levantó y dejó la puerta entreabierta a propósito, como si fuera una invitación deliberada. Desde el comedor, la vista era clara y obscena: Martín sacó su polla de los pantalones, enorme, gruesa, venosa, mucho más grande que cualquier cosa que Jorge hubiera imaginado o Laura sentido, el glande hinchado brillando bajo la luz del baño. Orinó con fuerza, el chorro golpeando el agua con un sonido resonante, salpicando fuera del inodoro en gotas que caían al suelo con un chapoteo audible. El aroma urinario, fuerte y masculino, mezclado con su colonia, llegó sutilmente al comedor, invadiendo las narices de Laura, quien sintió un escalofrío extraño. Al volver, con tono casual pero autoritario: "Mayordomo, limpia eso. No quiero que huela mal en casa de Laura". Jorge, rojo de humillación, entró al baño y se arrodilló para limpiar el suelo salpicado con papel, oliendo el aroma fuerte del pis de Martín mientras ellos continuaban charlando, Martín comentando a Laura: "Un hombre de verdad sabe marcar territorio, ¿no crees?".


Prueba 5: El juego de postres El postre era nata montada con fresas rojas y jugosas, la nata espesa y blanca recordando fluidos más íntimos. Martín tomó una cucharada espesa y la ofreció a Laura directamente de su dedo. "Prueba esto, Laura. Imagina que es algo más... dulce, algo que sale de un hombre como yo". Ella lamió la nata de sus dedos lentamente, su lengua rosa rozando la piel áspera de él, el sabor cremoso en su boca mezclado con el calor de su tacto, un sonido húmedo escapando de sus labios. El roce de su lengua contra su dedo hizo que Martín gruñera ligeramente. Luego Martín puso una cantidad generosa de nata en su propia palma: "Ahora de aquí. Lame despacio, como si fuera mi...". Laura dudó, pero lamió, su lengua trazando círculos lentos, sintiendo el pulso de su vena bajo la piel, el sabor dulce mezclándose con el salado sutil de su sudor. Jorge servía más nata, temblando al ver cómo Martín disfrutaba del contacto, sus ojos fijos en la boca de Laura, gimiendo: "Buena chica".


Prueba 6: El baile pegado Martín puso música lenta desde su móvil, un blues sensual con ritmo hipnótico que llenaba el comedor de notas graves. "Bailemos, Laura. Un buen postre necesita digestión, y tu cuerpo parece hecho para moverse contra el mío". Se levantó y la tomó de la mano, tirando de ella con firmeza dominante. Se pegaron completamente: sus manos robustas en la cintura de ella, bajando lentamente a apretar sus nalgas con fuerza, presionándola contra su erección evidente bajo los pantalones —dura, gruesa, palpitante contra su vientre, el calor irradiando a través de la tela—. El vestido subía con cada movimiento, exponiendo casi todo su culo perfecto, el roce de su polla haciendo que Laura sintiera un flujo abundante, humedeciendo sus muslos. Un aroma a viril la invadió, mezclado con sudor. "Jorge, saca fotos", ordenó Martín. "Quiero recuerdos de cómo tu novia se mueve contra mí, su culo perfecto en cada imagen". Jorge obedeció, fotografiando y haciendo video de cómo Martín apretaba a Laura, su culo capturado, la cara de ella entre placer y conflicto, gemidos ahogados escapando, el sonido de sus cuerpos rozando audible.


Prueba 7: La pregunta sobre límites De vuelta en la mesa, Martín miró a Laura fijamente, su mano aún rozando su muslo bajo el mantel: "Dime sinceramente, Laura. ¿Hasta dónde estarías dispuesta a llegar para evitar que tu novio vaya a prisión por fraude? ¿Un beso profundo, con lengua explorando tu boca? ¿Una noche en mi cama, dejando que te tome como mereces? Piénsalo bien. No hace falta respuesta hoy, pero quiero que lo medites mientras sientes mi calor presionando contra ti".


La Noche Después


Martín se fue dejando un silencio pesado como plomo. Laura se sentó en el sofá, piernas temblorosas, el vestido aún subido, exponiendo sus muslos. Estaba furiosa, humillada, pero su cuerpo traicionaba: coño empapado en flujos viscosos, pezones duros contra la seda, un aroma a excitación flotando. Jorge estaba destrozado: celos que le quemaban el pecho, pero una erección dolorosa que no podía satisfacer.


No hablaron mucho. Laura fue al dormitorio y sacó su dildo del cajón: realista, grueso, venoso, mucho más grande que el pene de Jorge. Se tumbó en la cama, piernas abiertas y comenzó a masturbarse con furia. El sonido húmedo de su coño llenaba la habitación, gemidos ahogados escapando. Jorge se sentó en una silla, observando en silencio, su pito estrecho en la mano.


"Mira esto, Jorge", dijo ella entre jadeos, introduciendo el dildo profundamente. "Esto es lo que necesitaría... algo grueso, que me llene de verdad. Como lo que sentí contra Martín cuando bailábamos, su polla enorme presionando, un hombre de verdad". El chapoteo obsceno resonaba, flujos salpicando. Jorge se pajeó, eyaculando poco y rápido en su mano. Laura alcanzó un orgasmo violento, gritando, flujos squirteando ligeramente sobre la sábana.


Después, aún jadeando, le tendió el dildo cubierto de sus jugos. "Límpialo". Jorge lamió obediente, saboreando su sabor salado y ácido.


El móvil de Laura vibró. Un mensaje de Martín: "Gracias por la velada. Envíame las fotos que hizo tu mayordomo como recuerdo. Pronto concretaremos el siguiente pago. Piensa en mi pregunta".


Laura miró la pantalla, luego a Jorge. Ninguno dijo nada. Pero ambos sabían que esto no había terminado. La puerta estaba abierta, y Martín volvería a empujarla.
 
ufff como me ha puesto,que relato más excitante,esperando impaciente la continuación.Gracias
 
Atrás
Top Abajo