GeorgeRMartin
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Este relato está dedicado y basado en 2 maridos maduros morbosos que les gustaría que esta historia se hiciera realidad. Como hecho excepcional se publican 2 capítulos. Si a los lectores les gusta, seguiré incorporando capítulos, saludos
CAPITULO 1 - ENTRE DESEOS Y SECRETOS
El aire acondicionado del Exe Gran Hotel Almenar Las Rozas susurraba con un zumbido constante, casi hipnótico, mientras filtraba el calor sofocante de la tarde madrileña. La habitación, decorada en tonos beige y gris perla, olía a jabón fresco y a la colonia cítrica que Jordi se había aplicado horas antes. Las cortinas gruesas, de un tejido opaco que apenas dejaba pasar destellos dorados del sol poniente, creaban un ambiente íntimo, casi clandestino. Sobre la cama king-size, con su colchón mullido y las sábanas de algodón egipcio ligeramente arrugadas, dos hombres se sentaban uno al lado del otro, sus respiraciones ya agitadas, sus miradas fijas en la pantalla plana que colgaba frente a ellos.
Jordi, con su cabello negro peinado hacia atrás en un slick back impecable, llevaba una camisa de lino blanca, desabotonada justo lo suficiente para dejar ver el vello oscuro de su pecho. Sus pantalones de vestir, de corte italiano, yacían en un montón desordenado a los pies de la cama, junto a los zapatos de piel negra que había dejado caer con urgencia. A su lado, Jorge, con su barba canosa recortada con precisión y el pelo corto peinado hacia un lado, vestía una camiseta ajustada de algodón que resaltaba sus hombros anchos, producto de años de ciclismo. Sus pantalones deportivos, de esos que se ajustaban como una segunda piel, estaban ahora enredados alrededor de sus tobillos, dejando al descubierto un calzoncillo bóxer de color oscuro que ya no ocultaba nada.
En la pantalla, las imágenes comenzaban a reproducirse. Era un vídeo grabado en ángulo bajo, probablemente desde un móvil apoyado en algún mueble, que mostraba a Marta, la esposa de Jordi, recostada sobre la cama de su ático, con las piernas abiertas en una invitación silenciosa. Llevaba un conjunto de encaje negro, pero las bragas ya estaban apartadas, dejando ver su coño depilado y brillante de excitación. Sus dedos, con las uñas pintadas de un rojo oscuro, se movían en círculos sobre su clítoris, mientras su otra mano masajeaba uno de sus pechos, apretando el pezón entre el índice y el pulgar. Un gemido ahogado escapó de sus labios carnosos, pintados de un tono burdeos que contrastaba con su piel morena.
- Mira cómo se abre de piernas, la muy puta- murmuró Jordi, su voz ronca, mientras su mano se deslizaba hacia su entrepierna. No llevaba calzoncillos, y su polla, ya semierecta, se irguió con rapidez al contacto. Sus dedos, largos y ágiles, se cerraron alrededor del tronco, comenzando un ritmo pausado, como si quisiera saborear cada segundo—. Siempre ha sido una exhibicionista, pero verla así, sabiendo que no somos nosotros quienes la estamos viendo… —Su aliento se entrecortó cuando en la pantalla, Marta introducía dos dedos dentro de sí, arqueando la espalda—. Joder, qué caliente está.
Jorge no respondió de inmediato. Sus ojos, de un verde apagado que delataba años de secretos guardados, estaban clavados en la pantalla, donde ahora aparecía Raquel, su esposa. Ella estaba de pie frente a un espejo, con las piernas ligeramente separadas y una mano apoyada en el cristal frío. Llevaba un vestido ceñido de color esmeralda que resaltaba sus curvas, pero lo había subido hasta la cintura, dejando al descubierto que no llevaba nada debajo. Su coño, más poblado que el de Marta, brillaba bajo la luz del baño, y sus dedos ya trabajaban en él con una urgencia que denotaba cuánto tiempo llevaba excitada.
—Dios mío —Jorge exhaló, su mano moviéndose hacia su propia entrepierna. Su bóxer ya no podía contener su erección, y su polla, gruesa y venosa, se liberó con un leve sonido de tela rozando piel—. Mira cómo se frota, la muy zorra. Como si supiera que la estamos viendo. —Su voz tembló cuando Raquel se giró ligeramente, mostrando su culo redondo y firme, marcado aún por las líneas del tanga que había llevado antes—. Y ese culo… —Tragó saliva—. Perfecto para aguantar una buena polla.
Jordi soltó una risita baja, casi un gruñido, mientras aceleraba el ritmo de su mano. El sonido húmedo de su piel moviéndose sobre su glande llenó el silencio de la habitación.
—¿Te gustaría verla con otra, Jorge? —preguntó, sus ojos brillando con malicia—. Imagínatela de rodillas, con esa boca pintada alrededor de una buena verga, mientras Marta y yo la observamos. O mejor… —Hizo una pausa dramática, disfrutando la forma en que el cuerpo de Jorge se tensaba al escuchar—. Que las dos se toquen. Que Raquel le coma el coño a Marta mientras tú y yo las grabamos.
Jorge gimió, su mano moviéndose más rápido. El precum ya brillaba en la punta de su polla, resbaladizo entre sus dedos.
—Joder, Jordi…— Su voz era un susurro áspero. — No me hagas esto. Sabes que me vuelve loco solo pensarlo.
En la pantalla, Marta había cambiado de posición. Ahora estaba a cuatro patas, con el culo en alto, mientras se penetraba con un consolador de color negro, grueso y realista. Cada embestida hacía que sus pechos, libres del sujetador, se balancearan, y sus gemidos se volvieron más altos, más desesperados.
—¡Ah, sí! ¡Así, cabrón, así me gusta! ¡Dame más! —gritó, aunque no había nadie más en la habitación con ella. Pero eso no importaba. Lo que importaba era el espectáculo.
Jordi no pudo resistirse. Se inclinó hacia adelante, su mano libre buscando el control remoto sobre la mesita de noche.
—Pongámoslo en cámara lenta —dijo, su voz cargada de lujuria—. Quiero ver cómo se corre.
El vídeo obedeció, y el movimiento de Marta se volvió más pausado, casi obsceno en su detalle. Se podía ver cómo sus músculos internos se contraían alrededor del consolador, cómo su coño se apretaba y relajaba con cada embestida, cómo su jugo resbalaba por sus muslos.
—¡Mierda! —Jorge jadeó, su cuerpo tenso como un arco—. Me voy a correr.
—No aún —Jordi ordenó, su mano deteniendo la de Jorge con un gesto rápido—. Espera. Quiero que lo hagamos juntos.
Jorge asintió, sus fosas nasales dilatadas, el sudor perlándole la frente. En la pantalla, Raquel ahora estaba sentada en el borde de la bañera, con las piernas abiertas y los dedos hundidos en su coño, sus caderas moviéndose en círculos obscenos.
—¡Vamos a corrernos sobre las sábanas! —anunció Jordi, su voz un gruñido animal—. Como dos adolescentes. Pero antes… —Se inclinó hacia Jorge, sus labios rozando el lóbulo de su oreja—. Dime que quieres ver a Raquel con otro. Dime que quieres que Marta y ella se toquen.
—¡Sí! —Jorge casi gritó, su control desvaneciéndose—. ¡Quiero verlas! ¡Quiero que se follen, que se chupen, que se corran la una a la otra mientras nosotros las observamos!
Esa fue la gota que colmó el vaso. Jordi apretó su polla con fuerza, sintiendo cómo el orgasmo lo recorría desde la base de la columna hasta la punta de sus dedos. Un chorro espeso de semen brotó de él, salpicando su pecho y manchando las sábanas blancas con manchas lechosas. Jorge lo siguió un segundo después, su eyaculación más violenta, alcanzando incluso el borde de la mesita de noche. Sus gemidos se mezclaron, ahogados, mientras sus cuerpos se sacudían con los últimos espasmos del placer.
Durante un largo momento, solo se escuchó el zumbido del aire acondicionado y sus respiraciones entrecortadas. El olor a sexo —sudor, semen, colonia— impregnaba la habitación, denso y embriagador. Jordi fue el primero en moverse, tomando un pañuelo de papel de la mesita para limpiarse con pereza.
—Esto ha sido… —murmuró, sin terminar la frase.
Jorge, aun jadeando, se apoyó sobre los codos, mirando el techo como si allí estuviera la respuesta a todo.
—La próxima vez —dijo, su voz recuperando poco a poco su tono normal, aunque aún teñida de excitación—, deberíamos traerlas a las dos.
Jordi giró la cabeza hacia él, una sonrisa lenta extendiéndose por su rostro.
—¿Aquí? ¿En este hotel?
—¿Por qué no? —Jorge se encogió de hombros, aunque sus ojos brillaban con una idea que ya tomaba forma—. Imagínatelo. Una habitación como esta. Las dos desnudas. Nosotros sentados, observando. O… —Hizo una pausa, disfrutando la forma en que Jordi se incorporaba, intrigado—. Que ellas nos den un espectáculo. Que se toquen. Que se follen. Y nosotros… —Su mano se deslizó hacia la de Jordi, sus dedos entrelazándose por un instante, en un gesto que era tanto camaradería como complicidad—. Nosotros decidimos cuándo y cómo nos unimos.
Jordi no respondió de inmediato. En su mente, las imágenes se sucedían con una claridad casi dolorosa: Raquel y Marta, sus cuerpos entrelazados, sus bocas encontrándose, sus manos explorándose. Él y Jorge, sentados como reyes, observando, dirigiendo, disfrutando.
—Podría funcionar —admitió al fin, su voz baja, casi un susurro—. Pero tendríamos que prepararlo bien. Que ellas no sospechen nada hasta el último momento.
Jorge asintió, una sonrisa pícara curvando sus labios.
—Ya me encargo yo de Raquel —dijo, con la confianza de quien llevaba años manipulando deseos a través de una pantalla—. Y tú… —Señaló a Jordi con un dedo—. Convence a Marta. Dile que es una sorpresa. Que queremos grabar algo… especial.
Afuera, la luz dorada de la tarde se filtraba entre las cortinas, pintando franjas cálidas sobre sus cuerpos desnudos, sobre las sábanas manchadas, sobre el futuro que acababan de comenzar a tejer. Un futuro en el que las reglas del juego estaban a punto de cambiar para siempre.
CAPITULO 2 – ENCUENTROS EN EL PARAISO
La brisa marina se colaba por las amplias ventanas del ático de Barcelona, arrastrando consigo el salitre del mediterráneo y el murmullo lejano de las olas rompiendo contra la costa. Jordi, de pie junto al ventanal, sostenía el teléfono entre sus dedos con una calma estudiada, como si el peso de la llamada que estaba a punto de hacer no le afectara lo más mínimo. Vestía un traje de lino beige, impecablemente planchado, que contrastaba con el azul intenso del cielo vespertino. El sol comenzaba a descender, tiñendo el horizonte de tonos dorados y rojizos, como si la naturaleza misma conspiraba para crear el ambiente perfecto para lo que estaba por venir.
Al otro lado de la línea, en Las Rozas, el teléfono sonó dos veces antes de que Jorge lo atendiera. Su voz, cálida y relajada, llegó nítida a través del auricular.
—¿Jordi? ¿Todo bien?
Jordi esbozó una sonrisa casi imperceptible, el tipo de sonrisa que solo aparece cuando se está a punto de desvelar un plan meticulosamente orquestado.
—Mejor que bien, Jorge. Tengo una propuesta que creo te va a interesar.
Jorge, sentado en el sofá del salón, giró ligeramente la cabeza hacia la terraza. Allí, Raquel estaba tendida en una hamaca, con el cuerpo bronceado resaltando bajo las tiras doradas de su bikini. Llevaba el cabello rubio recogido en un moño desordenado, y sus gafas de sol reflejaban el resplandor del atardecer. Un libro descansaba abierto sobre su regazo, pero sus ojos estaban cerrados, como si el calor del sol la hubiera sumido en un estado de relajación absoluta. Jorge bajó la voz, aunque sabía que el rumor de la calle y el viento ahogarían cualquier palabra que pudiera escapar.
—Adelante, tengo curiosidad.
Jordi respiró hondo, saboreando el momento. No era un hombre dado a los rodeos, pero esta vez quería asegurarse de que cada palabra calara hondo.
—Imagina un lugar donde el sol brilla todo el día, donde el aire huele a sal y a flores exóticas, y donde el tiempo parece detenerse. Un resort en Lanzarote, para ser exactos. He estado mirando opciones, y hay uno que es… perfecto para lo que tenemos en mente.
Hubo una pausa al otro lado de la línea. Jorge no necesitaba que Jordi fuera más explícito; bastaba con el tono de su voz, con esa entonación que delataba algo más que un simple viaje de placer.
—¿Lanzarote? —repitió Jorge, como si el nombre de la isla le hubiera evocado imágenes instantáneas de playas de arena negra y aguas cristalinas—. Raquel siempre ha querido ir. Dice que es el único lugar de Canarias que le falta por conocer.
—Perfecto— respondió Jordi, acercándose al ventanal para observar cómo el sol se reflejaba en las olas—. Y no sería solo nosotros. Marta también está deseando escapar de la rutina. Podríamos… coordinar las fechas.
Un encuentro casual, como si el destino hubiera querido que nos cruzáramos allí. Jorge no pudo evitar una sonrisa. La idea era brillante en su simplicidad. Dos parejas, dos reservas independientes, un "casual" encuentro en el paraíso. Nada que pudiera levantar sospechas, pero todo calculado al milímetro.
—¿Y cómo lo planteamos? Quiero decir, Raquel no es tonta. Si de repente le digo que nos vamos a Lanzarote la misma semana que vosotros, podría preguntarse por qué no lo hablamos antes.
Jordi se rio suavemente, como si la preocupación de Jorge fuera algo que ya había anticipado y resuelto.
—Por eso es clave que no lo hagamos al mismo tiempo. Nosotros iremos unos días antes. Tú reservas para la misma semana, pero como si fuera una decisión de último momento. Algo así como: "Cariño, he encontrado una oferta increíble en un resort en Lanzarote, ¿Qué te parece si nos escapamos unos días?". Raquel no sospechará. Y cuando nos vea allí, será solo una feliz coincidencia.
Jorge asintió, aunque Jordi no pudiera verlo. La lógica era impecable. Raquel, con su naturaleza confiada y su amor por los viajes espontáneos, no cuestionaría una propuesta así. Y si además el lugar era tan idílico como Jordi lo pintaba, no habría resistencia posible.
—Suena bien —admitió Jorge, bajando aún más la voz—. Pero hay algo que me preocupa. ¿Y si en el resort nos comportamos… diferente? Quiero decir, no somos actores. Si Raquel o Marta notan que hay algo raro entre nosotros, todo se vendría abajo.
Jordi se acercó a la barra de mármol donde descansaba una copa de vino tinto, casi intacta. Tomó un sorbo, dejando que el líquido le bañara la lengua antes de responder.
—Por eso el lugar es clave. He elegido un resort grande, con múltiples zonas de ocio, restaurantes y actividades. No tendremos que forzar nada. Un saludo casual en la piscina, una cena en el mismo restaurante, quizá un cóctel en el bar al atardecer. Todo natural. Y si en algún momento queremos… profundizar en nuestra amistad, siempre podremos encontrar un rincón discreto.
Jorge sintió cómo el corazón le latía con más fuerza. No era solo la emoción del plan, sino la posibilidad de que, por primera vez, sus fantasías pudieran materializarse sin riesgos. Sin pantallas de por medio, sin excusas. Solo el juego, la tensión y el placer compartido.
—De acuerdo —dijo al fin, con una determinación que no admitía dudas—. Lo hablo con Raquel esta misma noche. Y si todo va bien, nos vemos en Lanzarote.
—Perfecto —Jordi colgó el teléfono con una sonrisa satisfecha. El primer paso estaba dado.
Mientras, en Barcelona, Marta estaba sentada en el sofá del salón, con las piernas cruzadas y un libro de tapa dura abierto sobre el regazo. Llevaba unas gafas de lectura de montura dorada que resaltaban la elegancia de sus rasgos, y un conjunto de lencería fina de seda color marfil asomaba bajo el albornoz de gasa que la cubría. El sonido de los pasos de Jordi la hizo levantar la vista.
—¿Todo bien, cariño? —preguntó, marcando la página con un separador de seda.
Jordi se acercó y se sentó a su lado, pasando un brazo por sus hombros con un gesto que era a la vez posesivo y cariñoso.
—Más que bien —respondió, con una sonrisa que delataba la excitación contenida—. Acabo de hablar con un amigo que me ha recomendado un resort en Lanzarote. Dice que es el lugar perfecto para desconectar. ¿Qué te parece si nos escapamos unos días?
Marta lo miró con los ojos brillantes. No era frecuente que Jordi propusiera viajes espontáneos, pero cuando lo hacía, solían ser experiencias inolvidables.
—¿Lanzarote? —repitió, como si el nombre le evocara imágenes de volcanes dormidos y playas de ensueño—.
Hace años que no vamos. ¿Cuándo pensabas ir?
—A final de mes —Jordi dejó caer el nombre del resort con naturalidad, como si fuera una decisión ya meditada—. Hay disponibilidad, y el clima en esta época es ideal. Sol, relax… y quién sabe qué más.
Marta no necesitó más. La idea de escapar de la rutina, de sentir el sol en la piel y el viento en el cabello, era demasiado tentadora.
—Me encanta —dijo, cerrando el libro con un gesto decidido—. Será nuestro pequeño secreto. Nadie tiene por qué saber que nos hemos escapado.
Jordi la atrajo hacia sí y depositó un beso suave en su sien.
—Exactamente —murmuró—. Un secreto solo nuestro.
En Las Rozas, la noche había caído con suavidad, envolviendo la terraza en una penumbra cálida. Raquel, ya vestida con un ligero camisón de seda, estaba sentada en el sofá junto a Jorge, quien fingía interés en un documental sobre la naturaleza. Pero su mente estaba en otro lugar.
—¿En qué piensas? —preguntó Raquel, notando su distracción—. Llevas cinco minutos mirando la pantalla sin parpadear.
Jorge apartó la vista de la televisión y giró el cuerpo hacia ella, tomando sus manos entre las suyas.
—En ti —dijo, con una sinceridad que no requería esfuerzo—. Y en lo mucho que nos merecemos un descanso. He estado mirando opciones, y hay un resort en Lanzarote con una oferta increíble. Podríamos irnos en unos días, solo nosotros dos. Sin horarios, sin preocupaciones.
Raquel lo miró con los ojos muy abiertos. El brillo de la luna se reflejaba en sus iris azules, dándoles un tono casi plateado.
—¿En serio? —preguntó, con una sonrisa que iluminó su rostro—. ¡Lanzarote es uno de los únicos sitios de Canarias que no conozco! Pero… ¿y el trabajo? ¿Y la casa?
—Todo está bajo control —Jorge le acarició el dorso de la mano con el pulgar, en un gesto que era a la vez tranquilizador y posesivo—. Necesitamos esto, Raquel. Necesitamos recordarnos que la vida no es solo rutina.
Ella no lo dudó ni un segundo.
—Entonces sí —dijo, acercándose para besarlo—. Reservemos ya. Antes de que cambies de opinión.
Jorge sonrió contra sus labios.
—No hay nada que pueda hacerme cambiar de opinión —susurró—. Nada.
Los días siguientes transcurrieron en un torbellino de preparativos. Maletas abiertas sobre las camas, listas de qué llevar, reservas confirmadas. Jordi y Marta partieron primero, como estaba planeado, en un vuelo matutino que los llevó sobre el mar Mediterráneo, donde el azul se fundía con el cielo en un horizonte infinito. El avión despegó con suavidad, y Jordi, sentado junto a la ventana, observó cómo Barcelona se alejaba hasta convertirse en un conjunto de luces diminutas.
—¿Nervioso? —preguntó Marta, ajustándose las gafas de sol mientras el avión alcanzaba la altitud de crucero.
Jordi giró la cabeza hacia ella, con una sonrisa que no llegaba del todo a sus ojos.
—Impresionado —corrigió—. A veces la vida nos regala oportunidades que ni siquiera habíamos soñado.
Marta lo observó con curiosidad, pero no preguntó más. Confiaba en él, y eso, por ahora, era suficiente.
Dos días después, Jorge y Raquel embarcaron en su propio vuelo. El aeropuerto de Madrid-Barajas bullía con el ir y venir de viajeros, pero ellos parecían moverse en una burbuja propia. Raquel llevaba un vestido floreado que realzaba sus curvas, y una bolsa de playa colgaba de su hombro, como si ya estuviera soñando con la arena bajo sus pies.
—¿Seguro que no se te olvida nada? —preguntó Jorge, revisando por enésima vez los documentos del viaje.
Raquel se rio, pasando un brazo por su cintura.
—La única cosa que se me podría olvidar es lo que no quiero recordar —dijo, con un guiño. Ahora relájate. Esto es para disfrutar, no para estresarnos.
Jorge asintió, aunque su mente ya estaba en otro lugar. En el resort. En Jordi. En el juego que estaba por comenzar.
El avión despegó, y mientras Madrid se perdía entre las nubes, Jorge no pudo evitar preguntarse si el destino, esta vez, jugaría a su favor. O si, por el contrario, sería el inicio de algo que ninguno de ellos podría controlar.
CAPITULO 1 - ENTRE DESEOS Y SECRETOS
El aire acondicionado del Exe Gran Hotel Almenar Las Rozas susurraba con un zumbido constante, casi hipnótico, mientras filtraba el calor sofocante de la tarde madrileña. La habitación, decorada en tonos beige y gris perla, olía a jabón fresco y a la colonia cítrica que Jordi se había aplicado horas antes. Las cortinas gruesas, de un tejido opaco que apenas dejaba pasar destellos dorados del sol poniente, creaban un ambiente íntimo, casi clandestino. Sobre la cama king-size, con su colchón mullido y las sábanas de algodón egipcio ligeramente arrugadas, dos hombres se sentaban uno al lado del otro, sus respiraciones ya agitadas, sus miradas fijas en la pantalla plana que colgaba frente a ellos.
Jordi, con su cabello negro peinado hacia atrás en un slick back impecable, llevaba una camisa de lino blanca, desabotonada justo lo suficiente para dejar ver el vello oscuro de su pecho. Sus pantalones de vestir, de corte italiano, yacían en un montón desordenado a los pies de la cama, junto a los zapatos de piel negra que había dejado caer con urgencia. A su lado, Jorge, con su barba canosa recortada con precisión y el pelo corto peinado hacia un lado, vestía una camiseta ajustada de algodón que resaltaba sus hombros anchos, producto de años de ciclismo. Sus pantalones deportivos, de esos que se ajustaban como una segunda piel, estaban ahora enredados alrededor de sus tobillos, dejando al descubierto un calzoncillo bóxer de color oscuro que ya no ocultaba nada.
En la pantalla, las imágenes comenzaban a reproducirse. Era un vídeo grabado en ángulo bajo, probablemente desde un móvil apoyado en algún mueble, que mostraba a Marta, la esposa de Jordi, recostada sobre la cama de su ático, con las piernas abiertas en una invitación silenciosa. Llevaba un conjunto de encaje negro, pero las bragas ya estaban apartadas, dejando ver su coño depilado y brillante de excitación. Sus dedos, con las uñas pintadas de un rojo oscuro, se movían en círculos sobre su clítoris, mientras su otra mano masajeaba uno de sus pechos, apretando el pezón entre el índice y el pulgar. Un gemido ahogado escapó de sus labios carnosos, pintados de un tono burdeos que contrastaba con su piel morena.
- Mira cómo se abre de piernas, la muy puta- murmuró Jordi, su voz ronca, mientras su mano se deslizaba hacia su entrepierna. No llevaba calzoncillos, y su polla, ya semierecta, se irguió con rapidez al contacto. Sus dedos, largos y ágiles, se cerraron alrededor del tronco, comenzando un ritmo pausado, como si quisiera saborear cada segundo—. Siempre ha sido una exhibicionista, pero verla así, sabiendo que no somos nosotros quienes la estamos viendo… —Su aliento se entrecortó cuando en la pantalla, Marta introducía dos dedos dentro de sí, arqueando la espalda—. Joder, qué caliente está.
Jorge no respondió de inmediato. Sus ojos, de un verde apagado que delataba años de secretos guardados, estaban clavados en la pantalla, donde ahora aparecía Raquel, su esposa. Ella estaba de pie frente a un espejo, con las piernas ligeramente separadas y una mano apoyada en el cristal frío. Llevaba un vestido ceñido de color esmeralda que resaltaba sus curvas, pero lo había subido hasta la cintura, dejando al descubierto que no llevaba nada debajo. Su coño, más poblado que el de Marta, brillaba bajo la luz del baño, y sus dedos ya trabajaban en él con una urgencia que denotaba cuánto tiempo llevaba excitada.
—Dios mío —Jorge exhaló, su mano moviéndose hacia su propia entrepierna. Su bóxer ya no podía contener su erección, y su polla, gruesa y venosa, se liberó con un leve sonido de tela rozando piel—. Mira cómo se frota, la muy zorra. Como si supiera que la estamos viendo. —Su voz tembló cuando Raquel se giró ligeramente, mostrando su culo redondo y firme, marcado aún por las líneas del tanga que había llevado antes—. Y ese culo… —Tragó saliva—. Perfecto para aguantar una buena polla.
Jordi soltó una risita baja, casi un gruñido, mientras aceleraba el ritmo de su mano. El sonido húmedo de su piel moviéndose sobre su glande llenó el silencio de la habitación.
—¿Te gustaría verla con otra, Jorge? —preguntó, sus ojos brillando con malicia—. Imagínatela de rodillas, con esa boca pintada alrededor de una buena verga, mientras Marta y yo la observamos. O mejor… —Hizo una pausa dramática, disfrutando la forma en que el cuerpo de Jorge se tensaba al escuchar—. Que las dos se toquen. Que Raquel le coma el coño a Marta mientras tú y yo las grabamos.
Jorge gimió, su mano moviéndose más rápido. El precum ya brillaba en la punta de su polla, resbaladizo entre sus dedos.
—Joder, Jordi…— Su voz era un susurro áspero. — No me hagas esto. Sabes que me vuelve loco solo pensarlo.
En la pantalla, Marta había cambiado de posición. Ahora estaba a cuatro patas, con el culo en alto, mientras se penetraba con un consolador de color negro, grueso y realista. Cada embestida hacía que sus pechos, libres del sujetador, se balancearan, y sus gemidos se volvieron más altos, más desesperados.
—¡Ah, sí! ¡Así, cabrón, así me gusta! ¡Dame más! —gritó, aunque no había nadie más en la habitación con ella. Pero eso no importaba. Lo que importaba era el espectáculo.
Jordi no pudo resistirse. Se inclinó hacia adelante, su mano libre buscando el control remoto sobre la mesita de noche.
—Pongámoslo en cámara lenta —dijo, su voz cargada de lujuria—. Quiero ver cómo se corre.
El vídeo obedeció, y el movimiento de Marta se volvió más pausado, casi obsceno en su detalle. Se podía ver cómo sus músculos internos se contraían alrededor del consolador, cómo su coño se apretaba y relajaba con cada embestida, cómo su jugo resbalaba por sus muslos.
—¡Mierda! —Jorge jadeó, su cuerpo tenso como un arco—. Me voy a correr.
—No aún —Jordi ordenó, su mano deteniendo la de Jorge con un gesto rápido—. Espera. Quiero que lo hagamos juntos.
Jorge asintió, sus fosas nasales dilatadas, el sudor perlándole la frente. En la pantalla, Raquel ahora estaba sentada en el borde de la bañera, con las piernas abiertas y los dedos hundidos en su coño, sus caderas moviéndose en círculos obscenos.
—¡Vamos a corrernos sobre las sábanas! —anunció Jordi, su voz un gruñido animal—. Como dos adolescentes. Pero antes… —Se inclinó hacia Jorge, sus labios rozando el lóbulo de su oreja—. Dime que quieres ver a Raquel con otro. Dime que quieres que Marta y ella se toquen.
—¡Sí! —Jorge casi gritó, su control desvaneciéndose—. ¡Quiero verlas! ¡Quiero que se follen, que se chupen, que se corran la una a la otra mientras nosotros las observamos!
Esa fue la gota que colmó el vaso. Jordi apretó su polla con fuerza, sintiendo cómo el orgasmo lo recorría desde la base de la columna hasta la punta de sus dedos. Un chorro espeso de semen brotó de él, salpicando su pecho y manchando las sábanas blancas con manchas lechosas. Jorge lo siguió un segundo después, su eyaculación más violenta, alcanzando incluso el borde de la mesita de noche. Sus gemidos se mezclaron, ahogados, mientras sus cuerpos se sacudían con los últimos espasmos del placer.
Durante un largo momento, solo se escuchó el zumbido del aire acondicionado y sus respiraciones entrecortadas. El olor a sexo —sudor, semen, colonia— impregnaba la habitación, denso y embriagador. Jordi fue el primero en moverse, tomando un pañuelo de papel de la mesita para limpiarse con pereza.
—Esto ha sido… —murmuró, sin terminar la frase.
Jorge, aun jadeando, se apoyó sobre los codos, mirando el techo como si allí estuviera la respuesta a todo.
—La próxima vez —dijo, su voz recuperando poco a poco su tono normal, aunque aún teñida de excitación—, deberíamos traerlas a las dos.
Jordi giró la cabeza hacia él, una sonrisa lenta extendiéndose por su rostro.
—¿Aquí? ¿En este hotel?
—¿Por qué no? —Jorge se encogió de hombros, aunque sus ojos brillaban con una idea que ya tomaba forma—. Imagínatelo. Una habitación como esta. Las dos desnudas. Nosotros sentados, observando. O… —Hizo una pausa, disfrutando la forma en que Jordi se incorporaba, intrigado—. Que ellas nos den un espectáculo. Que se toquen. Que se follen. Y nosotros… —Su mano se deslizó hacia la de Jordi, sus dedos entrelazándose por un instante, en un gesto que era tanto camaradería como complicidad—. Nosotros decidimos cuándo y cómo nos unimos.
Jordi no respondió de inmediato. En su mente, las imágenes se sucedían con una claridad casi dolorosa: Raquel y Marta, sus cuerpos entrelazados, sus bocas encontrándose, sus manos explorándose. Él y Jorge, sentados como reyes, observando, dirigiendo, disfrutando.
—Podría funcionar —admitió al fin, su voz baja, casi un susurro—. Pero tendríamos que prepararlo bien. Que ellas no sospechen nada hasta el último momento.
Jorge asintió, una sonrisa pícara curvando sus labios.
—Ya me encargo yo de Raquel —dijo, con la confianza de quien llevaba años manipulando deseos a través de una pantalla—. Y tú… —Señaló a Jordi con un dedo—. Convence a Marta. Dile que es una sorpresa. Que queremos grabar algo… especial.
Afuera, la luz dorada de la tarde se filtraba entre las cortinas, pintando franjas cálidas sobre sus cuerpos desnudos, sobre las sábanas manchadas, sobre el futuro que acababan de comenzar a tejer. Un futuro en el que las reglas del juego estaban a punto de cambiar para siempre.
CAPITULO 2 – ENCUENTROS EN EL PARAISO
La brisa marina se colaba por las amplias ventanas del ático de Barcelona, arrastrando consigo el salitre del mediterráneo y el murmullo lejano de las olas rompiendo contra la costa. Jordi, de pie junto al ventanal, sostenía el teléfono entre sus dedos con una calma estudiada, como si el peso de la llamada que estaba a punto de hacer no le afectara lo más mínimo. Vestía un traje de lino beige, impecablemente planchado, que contrastaba con el azul intenso del cielo vespertino. El sol comenzaba a descender, tiñendo el horizonte de tonos dorados y rojizos, como si la naturaleza misma conspiraba para crear el ambiente perfecto para lo que estaba por venir.
Al otro lado de la línea, en Las Rozas, el teléfono sonó dos veces antes de que Jorge lo atendiera. Su voz, cálida y relajada, llegó nítida a través del auricular.
—¿Jordi? ¿Todo bien?
Jordi esbozó una sonrisa casi imperceptible, el tipo de sonrisa que solo aparece cuando se está a punto de desvelar un plan meticulosamente orquestado.
—Mejor que bien, Jorge. Tengo una propuesta que creo te va a interesar.
Jorge, sentado en el sofá del salón, giró ligeramente la cabeza hacia la terraza. Allí, Raquel estaba tendida en una hamaca, con el cuerpo bronceado resaltando bajo las tiras doradas de su bikini. Llevaba el cabello rubio recogido en un moño desordenado, y sus gafas de sol reflejaban el resplandor del atardecer. Un libro descansaba abierto sobre su regazo, pero sus ojos estaban cerrados, como si el calor del sol la hubiera sumido en un estado de relajación absoluta. Jorge bajó la voz, aunque sabía que el rumor de la calle y el viento ahogarían cualquier palabra que pudiera escapar.
—Adelante, tengo curiosidad.
Jordi respiró hondo, saboreando el momento. No era un hombre dado a los rodeos, pero esta vez quería asegurarse de que cada palabra calara hondo.
—Imagina un lugar donde el sol brilla todo el día, donde el aire huele a sal y a flores exóticas, y donde el tiempo parece detenerse. Un resort en Lanzarote, para ser exactos. He estado mirando opciones, y hay uno que es… perfecto para lo que tenemos en mente.
Hubo una pausa al otro lado de la línea. Jorge no necesitaba que Jordi fuera más explícito; bastaba con el tono de su voz, con esa entonación que delataba algo más que un simple viaje de placer.
—¿Lanzarote? —repitió Jorge, como si el nombre de la isla le hubiera evocado imágenes instantáneas de playas de arena negra y aguas cristalinas—. Raquel siempre ha querido ir. Dice que es el único lugar de Canarias que le falta por conocer.
—Perfecto— respondió Jordi, acercándose al ventanal para observar cómo el sol se reflejaba en las olas—. Y no sería solo nosotros. Marta también está deseando escapar de la rutina. Podríamos… coordinar las fechas.
Un encuentro casual, como si el destino hubiera querido que nos cruzáramos allí. Jorge no pudo evitar una sonrisa. La idea era brillante en su simplicidad. Dos parejas, dos reservas independientes, un "casual" encuentro en el paraíso. Nada que pudiera levantar sospechas, pero todo calculado al milímetro.
—¿Y cómo lo planteamos? Quiero decir, Raquel no es tonta. Si de repente le digo que nos vamos a Lanzarote la misma semana que vosotros, podría preguntarse por qué no lo hablamos antes.
Jordi se rio suavemente, como si la preocupación de Jorge fuera algo que ya había anticipado y resuelto.
—Por eso es clave que no lo hagamos al mismo tiempo. Nosotros iremos unos días antes. Tú reservas para la misma semana, pero como si fuera una decisión de último momento. Algo así como: "Cariño, he encontrado una oferta increíble en un resort en Lanzarote, ¿Qué te parece si nos escapamos unos días?". Raquel no sospechará. Y cuando nos vea allí, será solo una feliz coincidencia.
Jorge asintió, aunque Jordi no pudiera verlo. La lógica era impecable. Raquel, con su naturaleza confiada y su amor por los viajes espontáneos, no cuestionaría una propuesta así. Y si además el lugar era tan idílico como Jordi lo pintaba, no habría resistencia posible.
—Suena bien —admitió Jorge, bajando aún más la voz—. Pero hay algo que me preocupa. ¿Y si en el resort nos comportamos… diferente? Quiero decir, no somos actores. Si Raquel o Marta notan que hay algo raro entre nosotros, todo se vendría abajo.
Jordi se acercó a la barra de mármol donde descansaba una copa de vino tinto, casi intacta. Tomó un sorbo, dejando que el líquido le bañara la lengua antes de responder.
—Por eso el lugar es clave. He elegido un resort grande, con múltiples zonas de ocio, restaurantes y actividades. No tendremos que forzar nada. Un saludo casual en la piscina, una cena en el mismo restaurante, quizá un cóctel en el bar al atardecer. Todo natural. Y si en algún momento queremos… profundizar en nuestra amistad, siempre podremos encontrar un rincón discreto.
Jorge sintió cómo el corazón le latía con más fuerza. No era solo la emoción del plan, sino la posibilidad de que, por primera vez, sus fantasías pudieran materializarse sin riesgos. Sin pantallas de por medio, sin excusas. Solo el juego, la tensión y el placer compartido.
—De acuerdo —dijo al fin, con una determinación que no admitía dudas—. Lo hablo con Raquel esta misma noche. Y si todo va bien, nos vemos en Lanzarote.
—Perfecto —Jordi colgó el teléfono con una sonrisa satisfecha. El primer paso estaba dado.
Mientras, en Barcelona, Marta estaba sentada en el sofá del salón, con las piernas cruzadas y un libro de tapa dura abierto sobre el regazo. Llevaba unas gafas de lectura de montura dorada que resaltaban la elegancia de sus rasgos, y un conjunto de lencería fina de seda color marfil asomaba bajo el albornoz de gasa que la cubría. El sonido de los pasos de Jordi la hizo levantar la vista.
—¿Todo bien, cariño? —preguntó, marcando la página con un separador de seda.
Jordi se acercó y se sentó a su lado, pasando un brazo por sus hombros con un gesto que era a la vez posesivo y cariñoso.
—Más que bien —respondió, con una sonrisa que delataba la excitación contenida—. Acabo de hablar con un amigo que me ha recomendado un resort en Lanzarote. Dice que es el lugar perfecto para desconectar. ¿Qué te parece si nos escapamos unos días?
Marta lo miró con los ojos brillantes. No era frecuente que Jordi propusiera viajes espontáneos, pero cuando lo hacía, solían ser experiencias inolvidables.
—¿Lanzarote? —repitió, como si el nombre le evocara imágenes de volcanes dormidos y playas de ensueño—.
Hace años que no vamos. ¿Cuándo pensabas ir?
—A final de mes —Jordi dejó caer el nombre del resort con naturalidad, como si fuera una decisión ya meditada—. Hay disponibilidad, y el clima en esta época es ideal. Sol, relax… y quién sabe qué más.
Marta no necesitó más. La idea de escapar de la rutina, de sentir el sol en la piel y el viento en el cabello, era demasiado tentadora.
—Me encanta —dijo, cerrando el libro con un gesto decidido—. Será nuestro pequeño secreto. Nadie tiene por qué saber que nos hemos escapado.
Jordi la atrajo hacia sí y depositó un beso suave en su sien.
—Exactamente —murmuró—. Un secreto solo nuestro.
En Las Rozas, la noche había caído con suavidad, envolviendo la terraza en una penumbra cálida. Raquel, ya vestida con un ligero camisón de seda, estaba sentada en el sofá junto a Jorge, quien fingía interés en un documental sobre la naturaleza. Pero su mente estaba en otro lugar.
—¿En qué piensas? —preguntó Raquel, notando su distracción—. Llevas cinco minutos mirando la pantalla sin parpadear.
Jorge apartó la vista de la televisión y giró el cuerpo hacia ella, tomando sus manos entre las suyas.
—En ti —dijo, con una sinceridad que no requería esfuerzo—. Y en lo mucho que nos merecemos un descanso. He estado mirando opciones, y hay un resort en Lanzarote con una oferta increíble. Podríamos irnos en unos días, solo nosotros dos. Sin horarios, sin preocupaciones.
Raquel lo miró con los ojos muy abiertos. El brillo de la luna se reflejaba en sus iris azules, dándoles un tono casi plateado.
—¿En serio? —preguntó, con una sonrisa que iluminó su rostro—. ¡Lanzarote es uno de los únicos sitios de Canarias que no conozco! Pero… ¿y el trabajo? ¿Y la casa?
—Todo está bajo control —Jorge le acarició el dorso de la mano con el pulgar, en un gesto que era a la vez tranquilizador y posesivo—. Necesitamos esto, Raquel. Necesitamos recordarnos que la vida no es solo rutina.
Ella no lo dudó ni un segundo.
—Entonces sí —dijo, acercándose para besarlo—. Reservemos ya. Antes de que cambies de opinión.
Jorge sonrió contra sus labios.
—No hay nada que pueda hacerme cambiar de opinión —susurró—. Nada.
Los días siguientes transcurrieron en un torbellino de preparativos. Maletas abiertas sobre las camas, listas de qué llevar, reservas confirmadas. Jordi y Marta partieron primero, como estaba planeado, en un vuelo matutino que los llevó sobre el mar Mediterráneo, donde el azul se fundía con el cielo en un horizonte infinito. El avión despegó con suavidad, y Jordi, sentado junto a la ventana, observó cómo Barcelona se alejaba hasta convertirse en un conjunto de luces diminutas.
—¿Nervioso? —preguntó Marta, ajustándose las gafas de sol mientras el avión alcanzaba la altitud de crucero.
Jordi giró la cabeza hacia ella, con una sonrisa que no llegaba del todo a sus ojos.
—Impresionado —corrigió—. A veces la vida nos regala oportunidades que ni siquiera habíamos soñado.
Marta lo observó con curiosidad, pero no preguntó más. Confiaba en él, y eso, por ahora, era suficiente.
Dos días después, Jorge y Raquel embarcaron en su propio vuelo. El aeropuerto de Madrid-Barajas bullía con el ir y venir de viajeros, pero ellos parecían moverse en una burbuja propia. Raquel llevaba un vestido floreado que realzaba sus curvas, y una bolsa de playa colgaba de su hombro, como si ya estuviera soñando con la arena bajo sus pies.
—¿Seguro que no se te olvida nada? —preguntó Jorge, revisando por enésima vez los documentos del viaje.
Raquel se rio, pasando un brazo por su cintura.
—La única cosa que se me podría olvidar es lo que no quiero recordar —dijo, con un guiño. Ahora relájate. Esto es para disfrutar, no para estresarnos.
Jorge asintió, aunque su mente ya estaba en otro lugar. En el resort. En Jordi. En el juego que estaba por comenzar.
El avión despegó, y mientras Madrid se perdía entre las nubes, Jorge no pudo evitar preguntarse si el destino, esta vez, jugaría a su favor. O si, por el contrario, sería el inicio de algo que ninguno de ellos podría controlar.