Mírame

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Invitado
Mírame



En la sala de espera solo había tres personas. Ella, un hombre de mediana edad y una señora mayor, enfrascada en la lectura de una revista del corazón con los bordes gastados y con las grapas cedidas, con noticias de hacía seis meses.
Desde una sala cercana se escuchaba el horrible zumbido de los instrumentos de tortura del dentista. Era la segunda vez que Sonia venía, y repetía porque al menos la iba a torturar un chico guapo y apuesto. Se lo recomendó una compañera del trabajo, y vaya si acertó. Se encontraba en un momento de su vida dulce. No tenía que rendir cuentas a nadie. La separación de Nicolás había sido todo lo amistosa que puede ser un divorcio de dos personas que han perdido mutuamente su atracción por el otro. Cuando firmó, decidió que se iba a tomar un largo tiempo, sino definitivo, sin relaciones serias. Un cosquilleo nervioso invadió su estómago.
La sala de espera era aséptica y aburrida. Pretendía parecer elegante-chic, pero no pasaba de moderno-hortera. No había nada que leer, así que se dedicó a observar a sus dos compañeros de sala. La mujer no ofrecía nada interesante. Su vida sería aburrida y monótona, y lo peor es que ella se sentía cómoda así. Se dedicaría a criticar la vida de los demás en lugar de vivir la suya propia, y eso es exactamente lo contrario que Sonia hacía. Odiaba profundamente ese tipo de gente, así que no le dedicó ni un segundo más de su tiempo.
El hombre era diferente. Tenía una mirada interesante. No era guapo, aunque tenía algo que lo hacía más interesante. Era como un aura. Desprendía buenas vibraciones. A pesar de no poder ver su boca debido a la mascarilla, se la imaginaba con dientes blancos y bien cuidados. Le gustaba como estaba sentado, y su lenguaje corporal. Sus miradas se cruzaron en varias ocasiones. Ella se fijó entonces en el primer botón desabrochado de su camisa. Por allí dejaba entrever un hueco entre dos pectorales bien formados. Esa era una de sus debilidades. Automáticamente se acordó de aquel polvo en la playa por la noche. Tendría unos veinte años. Se folló al chico subida arriba y con sus manos apretando los duros pectorales. Empezó a ponerse cachonda (¡en una consulta dentista!). Cogió una revista y la puso en su regazo. Debajo, metió una mano entre sus piernas, apretando fuerte con ellas. Movió sus caderas de forma casi imperceptible, y comenzó la fiesta. Después de un par de minutos de suave roce, simulando leer, miró hacia el techo un par de veces. Parecía mentira como se le vinieron a la cabeza todos los detalles de aquel polvo estival, que ya creía olvidado. En un momento determinado, se dio cuenta que estaba siendo observada. El hombre la miraba. Cuando sus ojos se encontraron, él desvió la mirada, como avergonzado. Entonces apareció por la puerta la secretaria.
-Puede pasar usted, señora Villena.

Se quedaron solos.

Sonia decidió hacerle un regalo a su compañero de sala. Ella estaba disfrutando, y le encantaba que la vieran. Había sido así siempre. Lo miró fijamente, y se bajó la cremallera del pantalón muy poco a poco. La revista seguí tapando lo que pasaba allí abajo, pero pasar, pasaba algo. El hombre miró a Sonia y después a la revista. Ya está, capturado, pensó ella.
La mano que estaba debajo de la revista apareció y se dirigió a su boca. Allí entraron los dedos índice y corazón, y salieron mojados. Sonia miró al hombre, y vio perfectamente como su nuez subió y bajó, tragando saliva. Entonces metió de nuevo la mano debajo de la revista y siguió con su actividad. Abrió las piernas y los dedos entraron lentamente, con suavidad. Empezó a acariciarse el clítoris, sin parar de mirar al hombre. Para él, la revista era ya plástico transparente. Podía ver en su cabeza lo que estaba pasando perfectamente. Sonia siguió, y aceleró el placentero masaje. El hombre se desabrochó otro botón de la camisa. No había aire acondicionado que pudiera refrescarlo en ese momento. Lo que le faltaba a Sonia. Le miró el pecho y su mano se desbocó. Dejó de disimular, y la revista se movía tanto que terminó cayendo al suelo. Sonia ni se dio cuenta. Su cremallera estaba totalmente abierta, pero el tanga tapaba su mano, aunque a duras penas. El sentirse observada, saber estar poniendo cachondo a alguien y la posibilidad de ser descubierta por alguien al entrar en la consulta multiplicó sus sensaciones y explotó como un volcán, contoneándose en la silla, disfrutando cada uno de los escalofríos finales del orgasmo. El hombre enfrente era la pura imagen de la lujuria. Sus ojos estaban inyectados de fantasías sexuales, de sucios deseos, de lugares ocultos en su mente que acababa de descubrir. A ella le encantaba ver eso en los ojos de los hombres. Le servía como gasolina para calentarse. Simplemente cerraba los ojos, rememoraba la cara de los tíos a los que ponía cachondos y su mano o un consolador hacía el resto.



Sonia se sentó derecha, cerró su cremallera y miró pícara a su compañero de sala. Seguro que podía imaginar su sonrisa de satisfacción a pesar de la mascarilla. Entonces vio que el hombre hizo el ademán de levantarse, cuando en ese preciso instante se abrió la puerta:

-Señor González, puede pasar.

El hombre se quedó a medio camino entre sentarse y levantarse, y estuvo así un par de segundos. La situación era extrañamente cómica. A Sonia se le escapó una risita. El hombre terminó de incorporarse y se dirigió hacia la puerta, pero sin dejar de mirarla. A ella le encantó la situación. No pensaba volver a verle, y le gustaba imaginar que habría pasado. ¿Le habría sugerido algo allí? ¿La habría intentado besar, o algo más? ¿Habría querido llevarla a algún sitio y follársela como un loco? ¿En su coche, quizás? ¿En el mismo aparcamiento del edificio? No sería la primera vez que le surgía esa situación. De nuevo esa cosquilleante sensación se poder ser descubierta. Decidió salir de la sala de espera y esperar en otro lugar. El tío no le ponía lo suficiente como para querer algo más. Además, había venido a conocer al dentista, y comprobar de primera mano si estaba tan bueno como decía su amiga. Avisó a la secretaria que no se sentía cómoda con otras personas al lado debido al virus y esperó en un pasillo semi escondida. Allí la buscó la chica a la media hora. Imaginó la cara de sorpresa del hombre al no verla en la sala de espera. Sabía que a veces era un poco mala pero no podía evitarlo. Entró en la consulta.

-Buenas tardes. Soy Jorge. Veo que es su primera vez conmigo. Ya me dirá qué problema tiene.

-Hola, un placer. Soy Sonia. Sí, es la primera vez con usted, pero tengo que confesarle que he estado con muchos otros antes. Y con algunos me ha ido bien y con otros no tanto -replicó Sonia.

El dentista no pudo contener una sonora carcajada. Ella lo secundó. Fue una buena forma de romper el hielo, y de relajar el ambiente.

-Vengo a una revisión. Hace un año que no voy al dentista. Suelo tener una buena higiene bucal, por mi trabajo. Pero quiero asegurarme que no tengo ninguna caries -dijo Sonia.

-¿Por su trabajo? Eso despierta mi curiosidad. ¿A qué se dedica? -dijo él visiblemente interesado.

-Digamos que usted se dedica a producir dolor en la gente y yo hago todo lo contrario.

La cara de Jorge era un poema. Era una persona abierta, de broma fácil y especialmente extrovertido, pero esa respuesta lo había dejado desarmado. No supo reaccionar. A ella le entró la risa floja.

-Es una broma. Me encanta hacerlas, sobre todo cuando estoy nerviosa. No se lo crea, ¿eh? Trabajo en una oficina. Pero vamos, lo de que ustedes se dedican a provocar dolor lo decía en serio -dijo mirándolo de soslayo.

Jorge se recompuso un poco y se rió, pero de forma nerviosa. Paciente 1, dentista 0. Eso no le solía pasar. Supo entonces que no iba a ser una consulta como las demás. Estaba cansado, y minutos antes estaba deseando que le cancelaran la última cita de la tarde para poder irse a casa y acostarse, pero de repente todo el cansancio desapareció.

-Pues siéntese e intentaré no hacerle daño. Suelo ser bastante bueno en eso, no se preocupe -dijo con voz pretendidamente segura.

-Es una pena. Un poco de dolor me gusta -dijo Sonia.

-Por favor, dígame que es otra broma de las suyas. Al final me va a poner nervioso de verdad.

Los dos estallaron en risas. Se escucharon desde la oficina, en la entrada. La secretaria levantó la vista de las cuentas de pagos, sorprendida. Era la primera vez que escuchaba a alguien reírse en una consulta de odontología. La tarde estaba siendo rara. Minutos antes, ese paciente raro mirando a todos lados mientras pagaba, como buscando a alguien. Menos mal que en media hora terminaría. Tenía ganas de regresar a casa.

-Bueno, pues le pondré menos cantidad de anestesia de lo normal, si tengo que hacerle un empaste. Eso le producirá algo de dolor, y yo ahorraré en gastos.¿Le parece? -dijo

-Bueno, empiece por la revisión. Ya hablaremos si necesito anestesia o lo podemos arreglar de forma natural. Espero que sea así. Por cierto, aquí nadie pasa frío, ¿no? -dijo Sonia desabrochando otro botón de su blusa. Su sujetador de encaje negro se dejó ver. Paciente 2 -dentista 0, pensó ella riéndose para sus adentros.

La revisión duró solo unos minutos. No podría haber sido más superficial. A Sonia le pareció que las manos de Jorge estaban algo temblorosas. Uno de sus muslos rozó la mano de ella. Le gustó comprobar que el músculo estaba trabajado. Y seguro que no sería lo único duro en él. Había dejado de hablar y podía sentir que luchaba entre ser un profesional o dejar desatar el animal que quería fundirse en ella. Estaba cada vez más inclinado sobre ella.

-Puede enjuagarse la boca. Tiene la dentadura en perfectas condiciones. De hecho, creo que está mejor cuidada que la mía. -dijo Jorge.

Ella se enjuagó y se puso de pie. Se acercó por detrás mientras él recogía el instrumental.

-Una cosa más. Tengo cierta obsesión por el mal aliento. No aguanto tenerlo ni olerlo en los demás. ¿Podría serme sincero y decirme si me huele bien?

Él la miró y no supo qué responder. No sabía si dar él el primer paso. No podía arriesgarse. Podría malinterpretarse, o podría entrar su secretaria. Era la hora de cerrar.

-Definitivamente, su aliento no huele mal. Se lo puedo asegurar -dijo él.

Ella puso su boca a escasos diez centímetros de él. Podían sentir sus alientos en los labios del otro.

-Quiero la comprobación definitiva de un profesional.

Sonia acercó su boca y sus labios se rozaron. Notó pasividad, así que pasó al ataque. Su lengua se deslizó por el labio superior de él, y bajó por el inferior de forma circular. Después penetró sus labios entreabiertos con su húmeda y ensalivada lengua. Eso derribó la última defensa. Él la agarró por el culo y la atrajo. Sonia notó su polla durísima debajo de sus pantalones. Le gustaban los hombres así. Le pasó los brazos detrás de su cabeza y le exploró la boca inyectándole el veneno de su lujuria. Sus pezones se endurecieron al rozar con su pecho. Se apartó un poco y le quitó la bata blanca. Arrancó de un tirón la camisa y sus labios se acercaron a su pecho. Bingo, pectorales duros. Su lengua los lamió con fruición, sin dejar ni un centímetro sin chupar. Mientras, se quitó el cierre del sujetador e hizo que sus senos turgentes rozaran con su pecho. Él notó perfectanente el roce de sus duros pezones. Entonces Sonia se apartó un poco de él, se desabotonó el pantalón y se lo quitó. La vista del finísimo y negro tanga deslumbró a Jorge. Ella se sentó en la silla lentamente y se tendió.

-Necesito una exploración más pormenorizada. A ver qué sabes hacer.
Dicho ésto, apartó su tanga a un lado y unos hermosos, sonrosados y húmedos labios aparecieron, llamando sutilmente a la boca del dentista. No tardaron en conseguir lo que buscaban. Sonia apoyó una pierna en un soporte de la silla, facilitándole la labor. Mientras él chupaba, ella se tocaba las tetas, cerrando los ojos de placer.

Eran las 9. Hora de cerrar.

La secretaria miró su reloj por tercera vez. No era la primera vez que tenía que esperar, ni sería la última, pero hoy estaba especialmente cansada. Ya había terminado con el papeleo del día, y llevaba un rato mirando los mensajes en su móvil. "Si te da tiempo, ve a comprar sushi antes de volver a casa". Otra vez sin hacer la cena. Lleva tres meses parado y no cocina ni limpia. Ella hace la compra en el descanso del mediodía y tiene que preparar la cena cuando llega a casa. Pues hoy ni va a comprar comida, ni va a cocinar. Comerá un bocadillo, y se lo hará para ella sola. Después se duchará y se irá a la cama. Habrá poca conversación, o más bien ninguna. No aguanta más. De cualquier forma, esta relación no tenía futuro.

Eva se levantó de la mesa. Decidió ver qué le quedaba a Jorge para terminar. Posiblemente se había olvidado de la hora. Seguro si hubiera tenido a una señora mayor como última clienta habría terminado ya. Pero esa chica tan elegante, con esa forma de andar tan sexy, seguro haría olvidar a cualquier hombre el significado de las agujas del reloj. Según se iba acercando por el pasillo, un ruido extraño, como un lamento, se hacía más fuerte. Eva se asustó y aceleró el paso. ¿Habría pasado algo? Paró junto a la puerta. El sonido era rítmico, aunque lo identificaba ahora como un jadeo. No podía ser. Sonaba como... como... sexo. No pudo aguantar la curiosidad y entreabrió la puerta mínimamente. El sonido subió. Lo que vio la impactó. Su jefe estaba follándose a su clienta. La silla estaba completamente tumbada y ella estaba desnuda de cintura para abajo, a excepción de las bragas. Estaba a cuatro patas. Los veía desde atrás. Jorge la embestía y a cada penetración ella gemía de forma tan sensual que era hipnótico hasta para ella. Jorge jadeaba a causa del esfuerzo. Eva estaba alucinando. Parecía una película porno, pero en directo. De repente, la clienta se giró y Eva pudo ver la polla de Jorge. Lo fuerte es que algunas veces había fantaseado con esa situación. Hora de cierre y los dos solos. Ella era consciente que él le miraba el culo, pero con disimulo. En una de sus fantasías había imaginado como él se tendía en la silla y ella se subía encima, exprimiéndole dentro hasta la última gota de su leche. ¡Espera, cambian de postura! ¡él se acaba de tender! ¡No me lo puedo creer!

Sonia lo tumbó de espaldas y ella se quitó el tanga. Desde la rendija de la puerta Eva observaba todo con detenimiento. Sonia se acercó, abrió sus piernas y con una mano dirigió el pene erecto hacia la entrada de su vagina. Cuando entró, los dos cerraron los ojos y exhalaron un suspiro, pero Eva abrió los suyos un poco más. Pasado el shock inicial, ella también empezó a calentarse. Abrió su bata y los botones de sus pantalones blancos y empezó a tocarse. Hacía mucho que no se masturbaba.

El culo de Sonia era pura sensualidad. Se movía arriba y abajo lentamente, y a veces hacía unos pequeños giros laterales, como circulares. Jorge se sentía transportado a otro mundo. Hacía rato que había perdido el sentido del tiempo y en contacto con la realidad. Solo quería follarse a esa mujer cada vez más profundo, y hacerla gritar de placer. Sonia incrementó el ritmo y los jadeos, y dijo a duras penas:

-Avísame cuando vayas a correrte.

Eva se masturbó más rápido. Quería correrse al mismo tiempo que ellos. Imaginó ser ella la que tenía la polla de Jorge en su interior, y sus dos dedos consiguieron ser por fin la llave que abrió las puertas del paraíso. Sonia apretó con sus músculos vaginales bien entrenados por las bolas chinas y se corrió, temblándole lis brazos apoyados en el pecho de él. Jorge dio un grito y apartó a Sonia. Chorros de esperma brotaron de su polla, y ella terminó su obra maestra con su mano, ordeñándolo hasta la última gota. Detrás de la puerta, las piernas no sostenían a Eva. Cada centímetro de su cuerpo estaba sensible. Apoyó su espalda en la pared del pasillo y rogó para que no hubieran escuchado su grito al tener el orgasmo. Se dirigió rápidamente a la oficina en la entrada e intentó recomponerse.
Pasados unos minutos, apareció Jorge.

-Perdona, Eva. La revisión ha durado más de lo esperado. No me había dado cuenta de la hora que es. No le cobres nada. Ya te llamará para pedir cita. Dásela siempre a última hora; trabaja hasta tarde.

Dicho esto, se volvió hacia la consulta. Unos segundos después, salió la clienta. Su blusa estaba mal metida en sus pantalones. Dio las buenas noches y salió.

Cinco minutos después, salió Jorge.

-Eva, disculpa de nuevo. Te compensaré este tiempo de más, no te preocupes. Ya se me ocurrirá algo. Buenas noches y hasta mañana.

Eva se dio cuenta que Jorge no la miraba a los ojos. Le hizo gracia esa repentina vergüenza en alguien tan extrovertido. Y entonces pensó para sí misma, después de despedirse de él:

-"No te preocupes, me compensarás una noche cuando todo el mundo se haya ido, como hoy. Y te aseguro que haré que olvides a esa chica. Gracias por haberme devuelto mi deseo. Te devolveré el favor con creces".
 
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En la sala de espera solo había tres personas. Ella, un hombre de mediana edad y una señora mayor, enfrascada en la lectura de una revista del corazón con los bordes gastados y con las grapas cedidas, con noticias de hacía seis meses.
Desde una sala cercana se escuchaba el horrible zumbido de los instrumentos de tortura del dentista. Era la segunda vez que Sonia venía, y repetía porque al menos la iba a torturar un chico guapo y apuesto. Se lo recomendó una compañera del trabajo, y vaya si acertó. Se encontraba en un momento de su vida dulce. No tenía que rendir cuentas a nadie. La separación de Nicolás había sido todo lo amistosa que puede ser un divorcio de dos personas que han perdido mutuamente su atracción por el otro. Cuando firmó, decidió que se iba a tomar un largo tiempo, sino definitivo, sin relaciones serias. Un cosquilleo nervioso invadió su estómago.
La sala de espera era aséptica y aburrida. Pretendía parecer elegante-chic, pero no pasaba de moderno-hortera. No había nada que leer, así que se dedicó a observar a sus dos compañeros de sala. La mujer no ofrecía nada interesante. Su vida sería aburrida y monótona, y lo peor es que ella se sentía cómoda así. Se dedicaría a criticar la vida de los demás en lugar de vivir la suya propia, y eso es exactamente lo contrario que Sonia hacía. Odiaba profundamente ese tipo de gente, así que no le dedicó ni un segundo más de su tiempo.
El hombre era diferente. Tenía una mirada interesante. No era guapo, aunque tenía algo que lo hacía más interesante. Era como un aura. Desprendía buenas vibraciones. A pesar de no poder ver su boca debido a la mascarilla, se la imaginaba con dientes blancos y bien cuidados. Le gustaba como estaba sentado, y su lenguaje corporal. Sus miradas se cruzaron en varias ocasiones. Ella se fijó entonces en el primer botón desabrochado de su camisa. Por allí dejaba entrever un hueco entre dos pectorales bien formados. Esa era una de sus debilidades. Automáticamente se acordó de aquel polvo en la playa por la noche. Tendría unos veinte años. Se folló al chico subida arriba y con sus manos apretando los duros pectorales. Empezó a ponerse cachonda (¡en una consulta dentista!). Cogió una revista y la puso en su regazo. Debajo, metió una mano entre sus piernas, apretando fuerte con ellas. Movió sus caderas de forma casi imperceptible, y comenzó la fiesta. Después de un par de minutos de suave roce, simulando leer, miró hacia el techo un par de veces. Parecía mentira como se le vinieron a la cabeza todos los detalles de aquel polvo estival, que ya creía olvidado. En un momento determinado, se dio cuenta que estaba siendo observada. El hombre la miraba. Cuando sus ojos se encontraron, él desvió la mirada, como avergonzado. Entonces apareció por la puerta la secretaria.
-Puede pasar usted, señora Villena.

Se quedaron solos.

Sonia decidió hacerle un regalo a su compañero de sala. Ella estaba disfrutando, y le encantaba que la vieran. Había sido así siempre. Lo miró fijamente, y se bajó la cremallera del pantalón muy poco a poco. La revista seguí tapando lo que pasaba allí abajo, pero pasar, pasaba algo. El hombre miró a Sonia y después a la revista. Ya está, capturado, pensó ella.
La mano que estaba debajo de la revista apareció y se dirigió a su boca. Allí entraron los dedos índice y corazón, y salieron mojados. Sonia miró al hombre, y vio perfectamente como su nuez subió y bajó, tragando saliva. Entonces metió de nuevo la mano debajo de la revista y siguió con su actividad. Abrió las piernas y los dedos entraron lentamente, con suavidad. Empezó a acariciarse el clítoris, sin parar de mirar al hombre. Para él, la revista era ya plástico transparente. Podía ver en su cabeza lo que estaba pasando perfectamente. Sonia siguió, y aceleró el placentero masaje. El hombre se desabrochó otro botón de la camisa. No había aire acondicionado que pudiera refrescarlo en ese momento. Lo que le faltaba a Sonia. Le miró el pecho y su mano se desbocó. Dejó de disimular, y la revista se movía tanto que terminó cayendo al suelo. Sonia ni se dio cuenta. Su cremallera estaba totalmente abierta, pero el tanga tapaba su mano, aunque a duras penas. El sentirse observada, saber estar poniendo cachondo a alguien y la posibilidad de ser descubierta por alguien al entrar en la consulta multiplicó sus sensaciones y explotó como un volcán, contoneándose en la silla, disfrutando cada uno de los escalofríos finales del orgasmo. El hombre enfrente era la pura imagen de la lujuria. Sus ojos estaban inyectados de fantasías sexuales, de sucios deseos, de lugares ocultos en su mente que acababa de descubrir. A ella le encantaba ver eso en los ojos de los hombres. Le servía como gasolina para calentarse. Simplemente cerraba los ojos, rememoraba la cara de los tíos a los que ponía cachondos y su mano o un consolador hacía el resto.



Sonia se sentó derecha, cerró su cremallera y miró pícara a su compañero de sala. Seguro que podía imaginar su sonrisa de satisfacción a pesar de la mascarilla. Entonces vio que el hombre hizo el ademán de levantarse, cuando en ese preciso instante se abrió la puerta:

-Señor González, puede pasar.

El hombre se quedó a medio camino entre sentarse y levantarse, y estuvo así un par de segundos. La situación era extrañamente cómica. A Sonia se le escapó una risita. El hombre terminó de incorporarse y se dirigió hacia la puerta, pero sin dejar de mirarla. A ella le encantó la situación. No pensaba volver a verle, y le gustaba imaginar que habría pasado. ¿Le habría sugerido algo allí? ¿La habría intentado besar, o algo más? ¿Habría querido llevarla a algún sitio y follársela como un loco? ¿En su coche, quizás? ¿En el mismo aparcamiento del edificio? No sería la primera vez que le surgía esa situación. De nuevo esa cosquilleante sensación se poder ser descubierta. Decidió salir de la sala de espera y esperar en otro lugar. El tío no le ponía lo suficiente como para querer algo más. Además, había venido a conocer al dentista, y comprobar de primera mano si estaba tan bueno como decía su amiga. Avisó a la secretaria que no se sentía cómoda con otras personas al lado debido al virus y esperó en un pasillo semi escondida. Allí la buscó la chica a la media hora. Imaginó la cara de sorpresa del hombre al no verla en la sala de espera. Sabía que a veces era un poco mala pero no podía evitarlo. Entró en la consulta.

-Buenas tardes. Soy Jorge. Veo que es su primera vez conmigo. Ya me dirá qué problema tiene.

-Hola, un placer. Soy Sonia. Sí, es la primera vez con usted, pero tengo que confesarle que he estado con muchos otros antes. Y con algunos me ha ido bien y con otros no tanto -replicó Sonia.

El dentista no pudo contener una sonora carcajada. Ella lo secundó. Fue una buena forma de romper el hielo, y de relajar el ambiente.

-Vengo a una revisión. Hace un año que no voy al dentista. Suelo tener una buena higiene bucal, por mi trabajo. Pero quiero asegurarme que no tengo ninguna caries -dijo Sonia.

-¿Por su trabajo? Eso despierta mi curiosidad. ¿A qué se dedica? -dijo él visiblemente interesado.

-Digamos que usted se dedica a producir dolor en la gente y yo hago todo lo contrario.

La cara de Jorge era un poema. Era una persona abierta, de broma fácil y especialmente extrovertido, pero esa respuesta lo había dejado desarmado. No supo reaccionar. A ella le entró la risa floja.

-Es una broma. Me encanta hacerlas, sobre todo cuando estoy nerviosa. No se lo crea, ¿eh? Trabajo en una oficina. Pero vamos, lo de que ustedes se dedican a provocar dolor lo decía en serio -dijo mirándolo de soslayo.

Jorge se recompuso un poco y se rió, pero de forma nerviosa. Paciente 1, dentista 0. Eso no le solía pasar. Supo entonces que no iba a ser una consulta como las demás. Estaba cansado, y minutos antes estaba deseando que le cancelaran la última cita de la tarde para poder irse a casa y acostarse, pero de repente todo el cansancio desapareció.

-Pues siéntese e intentaré no hacerle daño. Suelo ser bastante bueno en eso, no se preocupe -dijo con voz pretendidamente segura.

-Es una pena. Un poco de dolor me gusta -dijo Sonia.

-Por favor, dígame que es otra broma de las suyas. Al final me va a poner nervioso de verdad.

Los dos estallaron en risas. Se escucharon desde la oficina, en la entrada. La secretaria levantó la vista de las cuentas de pagos, sorprendida. Era la primera vez que escuchaba a alguien reírse en una consulta de odontología. La tarde estaba siendo rara. Minutos antes, ese paciente raro mirando a todos lados mientras pagaba, como buscando a alguien. Menos mal que en media hora terminaría. Tenía ganas de regresar a casa.

-Bueno, pues le pondré menos cantidad de anestesia de lo normal, si tengo que hacerle un empaste. Eso le producirá algo de dolor, y yo ahorraré en gastos.¿Le parece? -dijo

-Bueno, empiece por la revisión. Ya hablaremos si necesito anestesia o lo podemos arreglar de forma natural. Espero que sea así. Por cierto, aquí nadie pasa frío, ¿no? -dijo Sonia desabrochando otro botón de su blusa. Su sujetador de encaje negro se dejó ver. Paciente 2 -dentista 0, pensó ella riéndose para sus adentros.

La revisión duró solo unos minutos. No podría haber sido más superficial. A Sonia le pareció que las manos de Jorge estaban algo temblorosas. Uno de sus muslos rozó la mano de ella. Le gustó comprobar que el músculo estaba trabajado. Y seguro que no sería lo único duro en él. Había dejado de hablar y podía sentir que luchaba entre ser un profesional o dejar desatar el animal que quería fundirse en ella. Estaba cada vez más inclinado sobre ella.

-Puede enjuagarse la boca. Tiene la dentadura en perfectas condiciones. De hecho, creo que está mejor cuidada que la mía. -dijo Jorge.

Ella se enjuagó y se puso de pie. Se acercó por detrás mientras él recogía el instrumental.

-Una cosa más. Tengo cierta obsesión por el mal aliento. No aguanto tenerlo ni olerlo en los demás. ¿Podría serme sincero y decirme si me huele bien?

Él la miró y no supo qué responder. No sabía si dar él el primer paso. No podía arriesgarse. Podría malinterpretarse, o podría entrar su secretaria. Era la hora de cerrar.

-Definitivamente, su aliento no huele mal. Se lo puedo asegurar -dijo él.

Ella puso su boca a escasos diez centímetros de él. Podían sentir sus alientos en los labios del otro.

-Quiero la comprobación definitiva de un profesional.

Sonia acercó su boca y sus labios se rozaron. Notó pasividad, así que pasó al ataque. Su lengua se deslizó por el labio superior de él, y bajó por el inferior de forma circular. Después penetró sus labios entreabiertos con su húmeda y ensalivada lengua. Eso derribó la última defensa. Él la agarró por el culo y la atrajo. Sonia notó su polla durísima debajo de sus pantalones. Le gustaban los hombres así. Le pasó los brazos detrás de su cabeza y le exploró la boca inyectándole el veneno de su lujuria. Sus pezones se endurecieron al rozar con su pecho. Se apartó un poco y le quitó la bata blanca. Arrancó de un tirón la camisa y sus labios se acercaron a su pecho. Bingo, pectorales duros. Su lengua los lamió con fruición, sin dejar ni un centímetro sin chupar. Mientras, se quitó el cierre del sujetador e hizo que sus senos turgentes rozaran con su pecho. Él notó perfectanente el roce de sus duros pezones. Entonces Sonia se apartó un poco de él, se desabotonó el pantalón y se lo quitó. La vista del finísimo y negro tanga deslumbró a Jorge. Ella se sentó en la silla lentamente y se tendió.

-Necesito una exploración más pormenorizada. A ver qué sabes hacer.
Dicho ésto, apartó su tanga a un lado y unos hermosos, sonrosados y húmedos labios aparecieron, llamando sutilmente a la boca del dentista. No tardaron en conseguir lo que buscaban. Sonia apoyó una pierna en un soporte de la silla, facilitándole la labor. Mientras él chupaba, ella se tocaba las tetas, cerrando los ojos de placer.

Eran las 9. Hora de cerrar.

La secretaria miró su reloj por tercera vez. No era la primera vez que tenía que esperar, ni sería la última, pero hoy estaba especialmente cansada. Ya había terminado con el papeleo del día, y llevaba un rato mirando los mensajes en su móvil. "Si te da tiempo, ve a comprar sushi antes de volver a casa". Otra vez sin hacer la cena. Lleva tres meses parado y no cocina ni limpia. Ella hace la compra en el descanso del mediodía y tiene que preparar la cena cuando llega a casa. Pues hoy ni va a comprar comida, ni va a cocinar. Comerá un bocadillo, y se lo hará para ella sola. Después se duchará y se irá a la cama. Habrá poca conversación, o más bien ninguna. No aguanta más. De cualquier forma, esta relación no tenía futuro.

Eva se levantó de la mesa. Decidió ver qué le quedaba a Jorge para terminar. Posiblemente se había olvidado de la hora. Seguro si hubiera tenido a una señora mayor como última clienta habría terminado ya. Pero esa chica tan elegante, con esa forma de andar tan sexy, seguro haría olvidar a cualquier hombre el significado de las agujas del reloj. Según se iba acercando por el pasillo, un ruido extraño, como un lamento, se hacía más fuerte. Eva se asustó y aceleró el paso. ¿Habría pasado algo? Paró junto a la puerta. El sonido era rítmico, aunque lo identificaba ahora como un jadeo. No podía ser. Sonaba como... como... sexo. No pudo aguantar la curiosidad y entreabrió la puerta mínimamente. El sonido subió. Lo que vio la impactó. Su jefe estaba follándose a su clienta. La silla estaba completamente tumbada y ella estaba desnuda de cintura para abajo, a excepción de las bragas. Estaba a cuatro patas. Los veía desde atrás. Jorge la embestía y a cada penetración ella gemía de forma tan sensual que era hipnótico hasta para ella. Jorge jadeaba a causa del esfuerzo. Eva estaba alucinando. Parecía una película porno, pero en directo. De repente, la clienta se giró y Eva pudo ver la polla de Jorge. Lo fuerte es que algunas veces había fantaseado con esa situación. Hora de cierre y los dos solos. Ella era consciente que él le miraba el culo, pero con disimulo. En una de sus fantasías había imaginado como él se tendía en la silla y ella se subía encima, exprimiéndole dentro hasta la última gota de su leche. ¡Espera, cambian de postura! ¡él se acaba de tender! ¡No me lo puedo creer!

Sonia lo tumbó de espaldas y ella se quitó el tanga. Desde la rendija de la puerta Eva observaba todo con detenimiento. Sonia se acercó, abrió sus piernas y con una mano dirigió el pene erecto hacia la entrada de su vagina. Cuando entró, los dos cerraron los ojos y exhalaron un suspiro, pero Eva abrió los suyos un poco más. Pasado el shock inicial, ella también empezó a calentarse. Abrió su bata y los botones de sus pantalones blancos y empezó a tocarse. Hacía mucho que no se masturbaba.

El culo de Sonia era pura sensualidad. Se movía arriba y abajo lentamente, y a veces hacía unos pequeños giros laterales, como circulares. Jorge se sentía transportado a otro mundo. Hacía rato que había perdido el sentido del tiempo y en contacto con la realidad. Solo quería follarse a esa mujer cada vez más profundo, y hacerla gritar de placer. Sonia incrementó el ritmo y los jadeos, y dijo a duras penas:

-Avísame cuando vayas a correrte.

Eva se masturbó más rápido. Quería correrse al mismo tiempo que ellos. Imaginó ser ella la que tenía la polla de Jorge en su interior, y sus dos dedos consiguieron ser por fin la llave que abrió las puertas del paraíso. Sonia apretó con sus músculos vaginales bien entrenados por las bolas chinas y se corrió, temblándole lis brazos apoyados en el pecho de él. Jorge dio un grito y apartó a Sonia. Chorros de esperma brotaron de su polla, y ella terminó su obra maestra con su mano, ordeñándolo hasta la última gota. Detrás de la puerta, las piernas no sostenían a Eva. Cada centímetro de su cuerpo estaba sensible. Apoyó su espalda en la pared del pasillo y rogó para que no hubieran escuchado su grito al tener el orgasmo. Se dirigió rápidamente a la oficina en la entrada e intentó recomponerse.
Pasados unos minutos, apareció Jorge.

-Perdona, Eva. La revisión ha durado más de lo esperado. No me había dado cuenta de la hora que es. No le cobres nada. Ya te llamará para pedir cita. Dásela siempre a última hora; trabaja hasta tarde.

Dicho esto, se volvió hacia la consulta. Unos segundos después, salió la clienta. Su blusa estaba mal metida en sus pantalones. Dio las buenas noches y salió.

Cinco minutos después, salió Jorge.

-Eva, disculpa de nuevo. Te compensaré este tiempo de más, no te preocupes. Ya se me ocurrirá algo. Buenas noches y hasta mañana.

Eva se dio cuenta que Jorge no la miraba a los ojos. Le hizo gracia esa repentina vergüenza en alguien tan extrovertido. Y entonces pensó para sí misma, después de despedirse de él:

-"No te preocupes, me compensarás una noche cuando todo el mundo se haya ido, como hoy. Y te aseguro que haré que olvides a esa chica. Gracias por haberme devuelto mi deseo. Te devolveré el favor con creces".
Hola, buenas noches.

A mi me ha gustado mucho.

Saludos y gracias.

Hotam
 
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