maphia
Miembro muy activo
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- 2 Nov 2023
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Empezando por el momento en que nacimos, Ana y yo hemos estado juntos en casi todo. No somos iguales físicamente, ni pensamos igual, pero siempre hemos funcionado como un equipo. Al principio compartimos cuna, y más adelante dormíamos en camas separadas pero en la misma habitación. Si uno lloraba, el otro se despertaba. Si uno reía, el otro intensificaba las tonterías. En el colegio, aunque nos pusieran en clases distintas, comíamos juntos, salíamos al recreo juntos y volvíamos a casa hablando sin parar.
Siempre fue fácil entenderla. No hacía falta que me explicara mucho; con mirarla ya sabía si estaba bien o si había tenido un mal día. A veces, la gente no entendía esa conexión y pensaban que era raro que un chico y una chica estuvieran tan unidos, pero a nosotros nos daba igual.
En la adolescencia, comencé a fijarme en ella como mujer. No lo pude evitar, yo era un revoltijo de hormonas con patas y me daba cuenta de que se estaba convirtiendo en una chica muy atractiva. Pelo rizado, piernas delgadas pero culito respingón y tetitas incipientes. Me castigaba por pensar así de ella, pero a veces, discretamente bajo las sábanas y a pesar de que ella estaba en la cama de al lado, no podía evitar tocarme. Esas primeras pajas, qué maravillosas e inocentes eran! Simplemente imaginaba que acariciaba su espalda, sus piernas y que alcanzaba a tocar sus suaves pies con mis manos, y con sólo eso ya estallaba de placer.
Con el tiempo, comencé a espiarla mientras se duchaba. El pudor se apodera de las mentes a partir de determinada edad, y ya no tenía tanto acceso a ver su cuerpo como cuando éramos más críos y pasábamos las vacaciones en cualquier pueblo costero que papá y mamá considerasen oportuno. Me gustaba mirar por la rendija de la puerta, aunque sólo pudiera ver, como máximo, su culito de refilón. Pero aprovechaba para oler sus braguitas sucias, y a veces, al terminar, limpiaba mi semen con ellas si no encontraba otra cosa.
Seguíamos teniendo una buena relación de hermanos, ella confiaba en mí y me contaba experiencias con sus primeros novietes. Me contó su primer beso, que fue jugando a la botella con un grupo de chicos y chicas de su clase. Fui testigo de cómo se enamoraba por primera vez, de Raúl, un chico del colegio un par de años mayor. Y también me habló de su primer desengaño amoroso, también con Raúl, que después de meterle la mano por dentro de las bragas y ante el miedo de ella a ir un paso más allá, comenzó a hacerle el vacío y a coquetear con sus amigas.
Comencé a odiar a Raúl, no sé bien si por el hecho de romper en mil pedazos a mi hermana, o por la envidia de haber conseguido tocar lo que yo más ansiaba sentir. Pero nunca le solté a Ana un “te lo dije”, solo me senté a su lado y me quedé en silencio, escuchando sus sentimientos. Aquel "gracias", y su besito en mi mejilla mientras me abrazaba, me reconfortó y excitó a partes iguales. Aquel día continuamos abrazados, en pijama, hasta que se quedó dormida. No pude evitar sentir que no llevaba sujetador.
Con el tiempo, nos fuimos distanciando. Nuevos amigos, yo con mi primera "novia", con la que no llegué a hacer nada más que unos besos horribles de tornillo metiendo la lengua y girándola en molinillo mientras retorcíamos el cuello a un lado y otro. Extraña coreografía de adolescentes. Ana también con sus líos amorosos, sus idas y venidas. Ambos perdimos la virginidad a los 17, ella con un cabrón con el que no sintió nada, yo sin condón en un portal de mala muerte al lado de una discoteca, con una chica gordita de mi clase, que me tuvo en vilo medio mes hasta que me confirmó que le había bajado la regla. Cada uno teníamos nuestros problemas, y aunque nos los contábamos, los dos nos refugiábamos más en nuestros respectivos grupos de amigos que el uno en el otro, como hacíamos antes.
Al cumplir los 18 separamos nuestros caminos. Yo me fui a Madrid a estudiar podología en la Complutense, siempre tuve una obsesión un poco enfermiza por los pies femeninos y me pareció una buena opción. Ella se fue a Salamanca a estudiar Psicología, quizás para entender a un hermano con tantas taras como yo. El caso es que durante unos años, aunque hablábamos por teléfono habitualmente, solo nos veíamos en Navidades y verano, cuando no teníamos otros compromisos. Recuerdo nuestro primer reencuentro, solo habían pasado unos meses desde el principio de curso pero ya noté cambios, estaba hecha toda una mujer. Juraría que hasta la había crecido el pecho, o quizás eran mis ganas de volver a mirárselo. Nos dimos los regalos el día de Reyes y prometimos buscar un fin de semana para hacer una escapada juntos y ponernos al día, pero eso nunca sucedió.
Finalmente nos vimos en verano. Coincidimos en casa de mis padres, primero una semana con ellos, hasta que se fueron de vacaciones. Ya no contaban con nosotros y habían reservado un apartamento en Vera. Ana estaba guapísima, no cabía duda que el estilo universitario le sentaba fenomenal. Shorts, piernas largas y morenitas y sandalias de tacón, todo ello hacía imposible no fijarse en una belleza que, a pesar de su metro cincuenta y cinco no dejaba indiferente a nadie. Ya el primer día me prometí que intentaría no espiarla en la ducha, aún sabiendo que no iba a ser capaz de cumplirlo.
Pasada una semana ya lo había hecho varias veces, y no podía sentirme peor, me sentía como un enfermo y me planteaba seriamente ir al psicólogo. Matarme a pajas con mi hermana melliza no me parecía ni medio normal, pero, sinceramente, objetivamente, estaba buenísima. Cuando me dijo que al día siguiente había quedado con sus amigas de toda la vida, celebré. Por fin un espacio de tiempo solo, para ver porno convencional y reconducirme. En cuanto ella salió por la puerta me fui a la ducha y a depilarme, una especie de ritual purificador que tengo antes de una paja larga. Salí desnudo del baño, y cuando enfilé el pasillo, ahí estaba ella.
-J...Joder, Ana!! No te habías ido??? Qué verguenza! - le dije, tapándome el rabo como pude.
- Olvidé el movil! Qué haces, Josín? - respondió mientras se partía de risa- No hay toallas en esta casa, o qué?
Yo no sabía dónde meterme, la ropa estaba en mi habitación y ella bloqueaba el pasillo, porque la situación le parecía súper divertida.
- No te preocupes hombre, pasa! Si yo me voy ya...
Pasé a mi habitación, pero aún me dio tiempo a escuchar entre risas un "pues sí que te ha crecido... Yo la recordaba de otra forma!". En cuanto cerró la puerta, mi paja larga con porno convencional se vino al traste. Dos sacudidas y sus bragas sucias ya estaban empapadas de tres chorros de semen espeso, blanco, casi amarillento de denso que era.
A la noche todo fueron risas por parte de ambos recordando la escena, tuvimos un rato como los de antes, cuando éramos más jóvenes. Sentí que habíamos vuelto a conectar, aunque fuera por unas horas. Cuando nos íbamos ya a la cama, me dijo:
- ¿Sabes, Josín? Cuando dormíamos en la misma habitación, de peques, siempre intentaba verte el pito. Te espiaba cuando ibas a la ducha, estaba como obsesionada. Incluso, mira cómo son los niños... Alguna vez me toqué bajo las sábanas escuchándote respirar mientras dormías en la cama de al lado. No lo tomes a mal eh? Cosas de niños, supongo, jiji...
(Continuará...)
Siempre fue fácil entenderla. No hacía falta que me explicara mucho; con mirarla ya sabía si estaba bien o si había tenido un mal día. A veces, la gente no entendía esa conexión y pensaban que era raro que un chico y una chica estuvieran tan unidos, pero a nosotros nos daba igual.
En la adolescencia, comencé a fijarme en ella como mujer. No lo pude evitar, yo era un revoltijo de hormonas con patas y me daba cuenta de que se estaba convirtiendo en una chica muy atractiva. Pelo rizado, piernas delgadas pero culito respingón y tetitas incipientes. Me castigaba por pensar así de ella, pero a veces, discretamente bajo las sábanas y a pesar de que ella estaba en la cama de al lado, no podía evitar tocarme. Esas primeras pajas, qué maravillosas e inocentes eran! Simplemente imaginaba que acariciaba su espalda, sus piernas y que alcanzaba a tocar sus suaves pies con mis manos, y con sólo eso ya estallaba de placer.
Con el tiempo, comencé a espiarla mientras se duchaba. El pudor se apodera de las mentes a partir de determinada edad, y ya no tenía tanto acceso a ver su cuerpo como cuando éramos más críos y pasábamos las vacaciones en cualquier pueblo costero que papá y mamá considerasen oportuno. Me gustaba mirar por la rendija de la puerta, aunque sólo pudiera ver, como máximo, su culito de refilón. Pero aprovechaba para oler sus braguitas sucias, y a veces, al terminar, limpiaba mi semen con ellas si no encontraba otra cosa.
Seguíamos teniendo una buena relación de hermanos, ella confiaba en mí y me contaba experiencias con sus primeros novietes. Me contó su primer beso, que fue jugando a la botella con un grupo de chicos y chicas de su clase. Fui testigo de cómo se enamoraba por primera vez, de Raúl, un chico del colegio un par de años mayor. Y también me habló de su primer desengaño amoroso, también con Raúl, que después de meterle la mano por dentro de las bragas y ante el miedo de ella a ir un paso más allá, comenzó a hacerle el vacío y a coquetear con sus amigas.
Comencé a odiar a Raúl, no sé bien si por el hecho de romper en mil pedazos a mi hermana, o por la envidia de haber conseguido tocar lo que yo más ansiaba sentir. Pero nunca le solté a Ana un “te lo dije”, solo me senté a su lado y me quedé en silencio, escuchando sus sentimientos. Aquel "gracias", y su besito en mi mejilla mientras me abrazaba, me reconfortó y excitó a partes iguales. Aquel día continuamos abrazados, en pijama, hasta que se quedó dormida. No pude evitar sentir que no llevaba sujetador.
Con el tiempo, nos fuimos distanciando. Nuevos amigos, yo con mi primera "novia", con la que no llegué a hacer nada más que unos besos horribles de tornillo metiendo la lengua y girándola en molinillo mientras retorcíamos el cuello a un lado y otro. Extraña coreografía de adolescentes. Ana también con sus líos amorosos, sus idas y venidas. Ambos perdimos la virginidad a los 17, ella con un cabrón con el que no sintió nada, yo sin condón en un portal de mala muerte al lado de una discoteca, con una chica gordita de mi clase, que me tuvo en vilo medio mes hasta que me confirmó que le había bajado la regla. Cada uno teníamos nuestros problemas, y aunque nos los contábamos, los dos nos refugiábamos más en nuestros respectivos grupos de amigos que el uno en el otro, como hacíamos antes.
Al cumplir los 18 separamos nuestros caminos. Yo me fui a Madrid a estudiar podología en la Complutense, siempre tuve una obsesión un poco enfermiza por los pies femeninos y me pareció una buena opción. Ella se fue a Salamanca a estudiar Psicología, quizás para entender a un hermano con tantas taras como yo. El caso es que durante unos años, aunque hablábamos por teléfono habitualmente, solo nos veíamos en Navidades y verano, cuando no teníamos otros compromisos. Recuerdo nuestro primer reencuentro, solo habían pasado unos meses desde el principio de curso pero ya noté cambios, estaba hecha toda una mujer. Juraría que hasta la había crecido el pecho, o quizás eran mis ganas de volver a mirárselo. Nos dimos los regalos el día de Reyes y prometimos buscar un fin de semana para hacer una escapada juntos y ponernos al día, pero eso nunca sucedió.
Finalmente nos vimos en verano. Coincidimos en casa de mis padres, primero una semana con ellos, hasta que se fueron de vacaciones. Ya no contaban con nosotros y habían reservado un apartamento en Vera. Ana estaba guapísima, no cabía duda que el estilo universitario le sentaba fenomenal. Shorts, piernas largas y morenitas y sandalias de tacón, todo ello hacía imposible no fijarse en una belleza que, a pesar de su metro cincuenta y cinco no dejaba indiferente a nadie. Ya el primer día me prometí que intentaría no espiarla en la ducha, aún sabiendo que no iba a ser capaz de cumplirlo.
Pasada una semana ya lo había hecho varias veces, y no podía sentirme peor, me sentía como un enfermo y me planteaba seriamente ir al psicólogo. Matarme a pajas con mi hermana melliza no me parecía ni medio normal, pero, sinceramente, objetivamente, estaba buenísima. Cuando me dijo que al día siguiente había quedado con sus amigas de toda la vida, celebré. Por fin un espacio de tiempo solo, para ver porno convencional y reconducirme. En cuanto ella salió por la puerta me fui a la ducha y a depilarme, una especie de ritual purificador que tengo antes de una paja larga. Salí desnudo del baño, y cuando enfilé el pasillo, ahí estaba ella.
-J...Joder, Ana!! No te habías ido??? Qué verguenza! - le dije, tapándome el rabo como pude.
- Olvidé el movil! Qué haces, Josín? - respondió mientras se partía de risa- No hay toallas en esta casa, o qué?
Yo no sabía dónde meterme, la ropa estaba en mi habitación y ella bloqueaba el pasillo, porque la situación le parecía súper divertida.
- No te preocupes hombre, pasa! Si yo me voy ya...
Pasé a mi habitación, pero aún me dio tiempo a escuchar entre risas un "pues sí que te ha crecido... Yo la recordaba de otra forma!". En cuanto cerró la puerta, mi paja larga con porno convencional se vino al traste. Dos sacudidas y sus bragas sucias ya estaban empapadas de tres chorros de semen espeso, blanco, casi amarillento de denso que era.
A la noche todo fueron risas por parte de ambos recordando la escena, tuvimos un rato como los de antes, cuando éramos más jóvenes. Sentí que habíamos vuelto a conectar, aunque fuera por unas horas. Cuando nos íbamos ya a la cama, me dijo:
- ¿Sabes, Josín? Cuando dormíamos en la misma habitación, de peques, siempre intentaba verte el pito. Te espiaba cuando ibas a la ducha, estaba como obsesionada. Incluso, mira cómo son los niños... Alguna vez me toqué bajo las sábanas escuchándote respirar mientras dormías en la cama de al lado. No lo tomes a mal eh? Cosas de niños, supongo, jiji...
(Continuará...)
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