Mi Hermano (Oscuro Deseo)

Tiravallas

Miembro
Desde
13 Jul 2024
Mensajes
23
Reputación
100
David, mi único hermano mayor, siempre había sido un misterio para mí, un enigma envuelto en una combinación de peligrosidad y atractivo irresistible. Su presencia en mi vida era una constante fuente de conflicto interno y deseo prohibido. Ahora, como adultos, cada mirada suya, cada roce accidental, alimentaba aún más un fuego en mi interior que no podía apagar.


Bueno, les contaré algo de mí, para conocernos, digo yo: Como buena familia Andaluza, disfrutábamos de las reuniones familiares llenas de bulerías y palmas. En esos momentos de música y alegría, David parecía transformarse, mostrando una pasión gitana y una energía que pocas veces dejaba ver y que al mismo tiempo me cautivaba. No era músico, ni cantante ni bailarín. Nada de na'. Solo intentaba llevar las palmas a duras penas. Pero había algo en su torpeza que me hacía querer más, algo que despertaba mis instintos más primitivos y salvajes.


Recuerdo una noche en particular. Mi novio, de ese momento, estaba emocionado, lleno de entusiasmo por tanta música y baile. Había traído su guitarra para acompañar nuestra sesión de flamenco, pero al abrir el estuche, su rostro se tornó lleno de incredulidad y frustración frente a lo que veía. Las cuerdas estaban cortadas por una tijera, a la altura del mango, (tercer diapasón para ser exacta) dejándolas absolutamente inservibles. Yo sospeché de inmediato de David. ¿Quién más podría hacer algo tan deleznable, tan cruel? No se llevaba bien con mi novio, y ésta era una manera muy suya de expresar su desaprobación sin palabras. Su envidia y celos eran palpables, casi tangibles. Pero no tenía pruebas fehacientes para acusarlo, solo una sensación incómoda en el estómago.


Hubo otras señales, momentos en los que sentí que él quería algo más conmigo. Una vez, en medio de una discusión por sus malas juntas, me acorraló con fuerza contra la pared, inmovilizando mis manos sobre mi cabeza. Sus ojos oscuros brillaban llenos de una mezcla de desafío y deseo que me confundía y excitaba a partes iguales. Sus labios estaban tan cerca de los míos que podía sentir su aliento, cálido y tentador. Me escabullí como pude, amenazándolo con gritar que me estaba acosando sexualmente si no me dejaba en paz. En esos ojos, además de su energía maligna, vi algo más profundo, algo que me perturbaba y me atraía de una manera que no podía explicar. Era mi hermano, pero ¿Qué me estaba ocurriendo?¿Por qué me atraía'


El punto de quiebre llegó cuando David, ya siendo adulto responsable de sus actos, fue puesto bajo arresto domiciliario con firma quincenal. Se había involucrado con un mafioso mayor, un gitano cuarentón con varias condenas a cuestas. Intentaron robar a un transeúnte, pero la víctima se opuso tenazmente. El mafioso sacó un cuchillo y, afortunadamente, fue detenido por otras personas que circulaban por las inmediaciones, antes de que pudiera hacerle daño. Llegó la guardia civil (los miñones como les dicen) al sitio del suceso y, al abrirse la investigación, se descubrió que David era uno de sus secuaces involucrados. Irremediablemente, él estaba atrapado en un camino delictual que parecía no tener vuelta atrás.


Lo bueno de esa situación, si es que puedo llamarlo así, es que David estaba, obligatoriamente, en casa gran parte del tiempo. Esta cercanía constante me ofrecía la oportunidad de tenerlo solo para mí, de explorar y saborear cada momento compartido. La tentación de su presencia, la proximidad de su cuerpo, se convirtió en un deleite diario que avivaba mi deseo prohibido, intensificando el fuego que ardía entre nosotros.


David Nunca fue el chico más inteligente del barrio. Por el contrario, era torpe y poco prolijo. Su destino estaba trazado para ser cargador en las ferias o algo donde sólo se requiriese capacidad física. Inteligente nunca lo fue, astuto tampoco. De hecho, era un tanto bobo e ingenuo, siempre buscando la aprobación en los lugares equivocados. Pero, como les dije anteriormente, había algo en él, una chispa de peligro que lo hacía irresistible. Me excitaban los tipos rudos, los malos de las películas, las escorias humanas, y David, con su atractivo físico y su actitud desafiante, encajaba perfectamente en ese molde. “¡Pero es mi hermano! ¿Qué pasa contigo, Isa?” me cuestionaba.


Su cabello oscuro y rebelde, sus ojos que parecían capaces de ver a través de mi alma, y esa musculatura marcada por horas en el gimnasio, todo en él emanaba una masculinidad cruda y peligrosa. Cada vez que me miraba, sentía un hormigueo que me recorría el cuerpo, una mezcla de miedo y deseo que me dejaba sin aliento. No podía evitar admirar su cuerpo. David tenía ese vello oscuro, negro, muy negro y espeso en el pecho y también en las piernas. Eso es algo que siempre me ha excitado de manera indescriptible. Me encantaba imaginar cómo esos vellos se enredaban entre mis dedos cuando lo abrazaba, cómo el sudor brillaba sobre ellos, resaltando su masculinidad bruta. Incluso podía imaginar su vello púbico, oscuro y rizado, entre mis labios, mezclándose con mi saliva mientras lo saboreaba.


Esa noche en particular, después de la escena con la guitarra, me encontré en mi habitación, intentando calmar la mezcla de frustración y deseo que se arremolinaba dentro de mí. El sueño me venció y me sumergí en un sueño húmedo, uno de esos en los que la realidad se desdibuja con la fantasía, y David estaba en el centro de todo. Lo sentía acercarse a mí, con sus manos firmes y decididas recorriendo mi cuerpo, desnudándome con una urgencia que me dejaba sin aliento. Su boca exploraba mi piel, cada beso y mordisco, encendiendo un fuego que me consumía.


En mis sueños, él era todo lo que deseaba y más. Su cuerpo duro y musculoso se movía contra el mío, con su pene enorme y palpitante deslizándose dentro de mí con una facilidad y una pasión que me llevaban al borde de la locura. Me desperté jadeando, con mi vagina fluyendo líquidos calientes y mi cuerpo temblando por el orgasmo que había experimentado mientras dormía, mi mente se llenó con la imagen de David, mi hermano, llevándome al éxtasis.


La realidad no era muy diferente. Cada vez que estábamos cerca, sentía una tensión eléctrica entre nosotros, una atracción que era imposible de ignorar. Los encuentros casuales en los pasillos de la casa, las miradas furtivas, los roces accidentales, todo contribuía a aumentar mi deseo por él. Sabía que estaba mal, que estaba jugando con fuego, pero no podía detenerme. La lujuria y el deseo eran demasiado fuertes, y cada día que pasaba, la línea entre lo prohibido y lo inevitable se desvanecía un poco más.


Finalmente, llegó un día, cuando me encontré a solas con él en la cocina. El aire estaba cargado de tensión y deseo. Sin pensar, me acerqué a él, mis pasos ligeros pero decididos. David levantó la vista, sorprendido al principio, pero luego vi cómo la chispa del deseo encendía sus ojos oscuros.


—Isa, ¿qué estás haciendo? —murmuró, pero no hizo ningún movimiento para alejarse.


En lugar de responder, tomé su rostro entre mis manos y lo besé. Fue un beso urgente, cargado de años de deseo contenido. Al principio, sentí su resistencia, su duda, pero en cuestión de segundos, sus brazos, fácilmente, me rodearon, atrayéndome más cerca. Nuestros cuerpos se presionaron juntos, y el calor de su piel a través de la ropa encendió cada célula de mi femenino ser.


—Isa... —jadeó entre besos, su voz un susurro lleno de anhelo y confusión.


No pares, David... por favor, no pares —murmuré contra sus labios, mi voz temblorosa por la intensidad del momento.


Sus manos comenzaron a explorar mi cuerpo con una familiaridad que solo intensificaba mi deseo. Sentí sus dedos deslizándose por mi espalda, bajando hasta mis caderas, y luego más abajo, apretando mis nalgas con posesión. Arqueé la espalda, presionándome contra él, sintiendo la dureza de su erección a través de la tela.


Cada segundo que pasaba, el mundo exterior se desvanecía, dejando solo el calor y la urgencia de nuestros cuerpos. Mis dedos encontraron el borde de su camiseta y la levanté, exponiendo su torso musculoso y cubierto de ese vello oscuro que me calentaba tanto y que siempre había deseado tocar. Pasé mis manos por su pecho, por sus pelos tan negros, sintiendo cómo sus músculos se contraían bajo mi toque.


—Isa... esto está mal... —susurró, pero sus palabras carecían de convicción.


No me importa, David. Te deseo... te he deseado siempre —respondí, con mi voz quebrada por la necesidad.


Él me miró, sus ojos oscuros buscando los míos, y en ese momento, supe que habíamos cruzado un punto de no retorno. Sus manos se movieron con más urgencia, levantando mi camiseta y dejándola caer al suelo dejó expuestas mis tetas blanquecinas. Sus labios encontraron mi cuello, besando y mordisqueando la piel sensible, enviando oleadas de placer a través de mi delgado cuerpo.


David me giró con un movimiento decidido, presionándome contra la encimera fría de la cocina. Sus manos, firmes y urgentes, se deslizaron por mis muslos pálidos, levantando la falda ligera que llevaba puesta. Sentí cómo sus dedos hábiles apartaban mi diminuta ropa interior de encaje, una prenda tan íntima y delicada que apenas cubría lo esencial, dejando al descubierto mi húmeda y ansiosa intimidad.


Sus dedos rudos, largos y expertos, acariciaron los bordes de mis labios vaginales, notando cómo se abrían con la excitación. Mi vello púbico, suave, delicado y recortado, enmarcaba mi concha, que palpitaba con cada roce comenzó a empaparse. Podía sentir la humedad creciente, el calor que se irradiaba desde lo más profundo de mi ser, anticipando el placer que sabía estaba a punto de experimentar, esta delgada, pero curvy chica sevillana.


De repente, sin previo aviso, uno de sus dedos se deslizó dentro de mí. El gemido que escapó de mis labios fue profundo y cargado de deseo. La invasión de su dedo dentro de mi vagina envió oleadas de placer por todo mi cuerpo. Cada movimiento, cada pequeño ajuste de sus dedos dentro de mí, era un nuevo recordatorio de cuánto lo deseaba.


Mis ardientes labios vaginales, ahora completamente abiertos, abrazaban con avidez cada incursión de sus dedos, deseando más. Sentía cómo el contacto de sus dedos contra mis paredes internas enviaba choques eléctricos a mi clítoris, que palpitaba en sincronía con mi corazón acelerado.Sentía cómo los metía y cada vez que su pulgar rozaba mi clítoris, un nuevo gemido, más profundo y cargado de anhelo, salía de mi boca.


Mi vello púbico, como les dije, se humedecía con mis jugos, creando un aroma dulce y almizclado entre orina y playa que llenaba el aire alrededor de nosotros. Podía sentir la humedad cremosa extendiéndose, chorriando, un testimonio tangible de mi excitación. David se movía con una precisión casi cruel, empujando sus dedos más profundamente, encontrando ese punto exacto que me hacía ver estrellas.


—Oh, David, sí, así… —gemí, sintiendo cómo la presión dentro de mí aumentaba, cómo mi cuerpo se tensaba en anticipación de un clímax que sabía sería devastador.


—Te sientes increíble, Isabel, tan caliente, flaquita y húmeda… — David susurró cerca de mi oído, con su gitana voz ronca repleta de de deseo. Sus palabras enviaron un escalofrío de placer directo a mi entrepierna.


Mis gemidos se volvieron más fuertes, más urgentes, mientras sus dedos seguían su danza íntima dentro de mí. Podía sentir cómo mis paredes vaginales se contraían alrededor de sus dedos, atrapándolos, suplicando por más. El placer era una ola, creciendo, amenazando con desbordarse en cualquier momento.


—Sí, David, no pares... —mi voz era un susurro ronco, cargado de necesidad.


David respondió a mis súplicas intensificando sus movimientos, con sus dedos ahora empujando con más fuerza, su pulgar aplicando la cantidad justa de presión sobre mi clítoris hinchado. Mi cuerpo se arqueó contra la encimera, buscando más contacto, más fricción, mientras la ola de placer crecía, imparable.


—Dios, Isabel, estás tan apretada... —gruñó David, con su respiración rápida y entrecortada. Podía sentir su dureza contra mi trasero, y la promesa de lo que vendría después me hizo gemir aún más fuerte.


—David... sigue...por favor... —gemí, con mi voz casi inaudible.


Él no necesitaba más aliento. Sus dedos trabajaban en mí con maestría, explorando y provocando, llevando mi cuerpo al borde del éxtasis. Sentía que el calor de su deseo era casi insoportable.


—Isa, te necesito... —jadeó, con su respiración pesada y llena de lujuria.


—Hazlo, David... hazme tuya —respondí, con mis palabras delgadas llenas de anhelo.


Con un movimiento rápido, se deshizo de sus pantalones y boxers, dejándolos caer al suelo, liberando su inmensa erección. Sentí la punta de su pene humedo y goteante rozando mi entrada, y mi cuerpo se arqueó en respuesta. Con un empuje firme, se deslizó dentro de mí, llenándome por completo. Me incliné, de espaldas a él, ofreciéndole mi cola levantada. El placer fue inmediato y abrumador; cada embestida envíaba oleadas de éxtasis a través de mi cuerpo.


—Ahhh... sí... David... —gemí, de espaldas a él, aferrándome a la encimera mientras él se movía en un ritmo frenético, haciendo bambolear mis tetas. Me estaba culeando mi hermano y lo disfrutaba como una enferma.


Sus manos apretaban mis caderas, sus dedos clavándose en mi piel, mientras sus embestidas se volvían más rápidas y profundas. Sentía cada pulgada de su grosor, cada vena, cada pulso de su deseo dentro de mí. El sonido jugoso y armónico de nuestros aparatos sexuales chocándose llenaban la cocina, mezclándose con nuestros gemidos y suspiros de placer.


—Isa... eres increíble... —jadeó, con su voz entrecortada por la intensidad del momento.


Mis uñas se clavaban en la encimera, con mi cuerpo temblando con cada empuje. Sentía cómo mi orgasmo se acercaba, una ola inminente de placer que amenazaba con arrastrarme por completo. Mis gemidos se hicieron más fuertes, más desesperados, y supe que él también estaba cerca.


Finalmente, la ola se rompió. Un grito de pura liberación escapó de mis labios mientras mi cuerpo se estremecía con el clímax. Sentía cómo mis jugos fluían, cubriendo su glande cabezón he hinchado, empapando los muslos, chorreando hasta el piso. Cada músculo de mi cuerpo se tensó, y luego se relajó en una espiral de placer.


David no dejó de moverse, su verga imponente aún dentro de mí, prolongando mi clímax, arrancándome gemidos y suspiros mientras la intensidad del placer se desvanecía lentamente.


—Dios, David… —susurré, todavía temblando, mientras él retiraba su polla estilando, con suavidad, acariciando con ella mis muslos blandos con una ternura que contrastaba con la urgencia de nuestros actos anteriores.


Me giré para mirarlo, encontrando sus ojos llenos de una mezcla de deseo y satisfacción. Sonreí, sintiendo cómo mi cuerpo aún vibraba con los ecos del placer.


—Nunca me cansaré de ti... —le dije, mientras mis dedos apretaban su verga dura y dispuesta. Me incliné y me acerqué para estrujar su verga con la boca, saboreando además el residuo de mi propio placer en su pene.


El ruido lejano del auto de mis padres entrando al garaje resonó en mi mente como una alarma, pero no podía detenerme. Mi corazón latía frenéticamente mientras quedaba de rodillas frente a su verga, deseaba oír más de sus gemidos. Lo necesitaba imperiosamente. Movía mi cabeza de adelante hacia atrás, llevando su verga hasta el fondo de mi boca con cada arremetida. Sus manos, que antes acariciaban mis caderas y mis tetas, ahora se aferraban a mi cabello, marcando el ritmo que más placer le daba.


Sentía cómo su verga entraba y salía de mi boca, completamente cubierta de saliva y semen. Necesitaba, de vez e cuando, sacar su polla de mi boca para tomar aire, pero solo era un momento antes de volver deseosa a tomarla entre mis labios.


Desde la calle, el sonido de la llave girando en la cerradura de la reja me hizo temblar de pasión y miedo. No había tiempo de perder. Apreté los muslos y disfruté de la excitación que sentía al mamársela. Su verga estaba embadurnada con mi saliva y crema pegajosa de mi juegos vaginales. Fue ahí, cuando empujó mi cabeza más abajo, hasta sus saco apretado y la piel rugosa estremeciéndose bajo mi lengua. Metí una de sus bolas en mi boca, chupándola suavemente mientras él se estremecía de placer.


"Sí, Isa, sigue... No pares," jadeó, su voz cargada de deseo.


Nuestros padres estaban cada vez más cerca; sus pasos resonaban en el pasillo. Pero mi deseo era más fuerte que el miedo. Con un dedo presioné suavemente la base de sus bolas, tratando de meter las dos en mi boca mientras su mano se movía rápidamente de arriba abajo por mi cabello despeinado. Chupaba hambienta sus bolas peludas con avidez, disfrutando del poder que tenía sobre su placer. Estaba enoiquecida de placer y amaba, a más no poder, ese estado.


De repente, lo escuché suspirar profundamente, un sonido cargado de deseo y necesidad. "¡Qué rico se siente...Uhhh!", exhaló, y su voz era un susurro oscuro y masculino que me hizo temblar. "¡Rico está tu pene, dulzura!” respondí, con mi voz ronca de lujuria.


El sonido de la puerta principal, abriéndose, me sacó de mi trance libidinoso. La adrenalina se disparó, mi corazón retumbando en mis oídos como un tambor. Podía escuchar las voces acercándose, familiares y peligrosas. Nuestros padres estaban entrando a la casa.


El pánico me golpeó como un balde de agua fría. ¿Qué haríamos si nos encontraban así? Yo no me iba a detener, de eso estaba segura. Mi mente corría con mil escenarios, pero mi cuerpo seguía en llamas, deseando más. Su verga se deslizó fuera de mi boca, dejando un largo rastro de saliva y semen en mis labios. Me levanté rápidamente, intentando recuperar la compostura mientras las voces se acercaban.


Desde la entrada, podía oír cómo mis padres se acercaban, su conversación ininteligible mezclándose con el sonido de sus pasos. Por suerte, una llamada al móvil sobre el tema de la tienda de artesanías en Sevilla los detuvo. Aproveché esos segundos de regalo y me arrodillé, de mejor manera, acomdándome sobre la camiseta en el piso. Deslice mis manos entre sus piernas, tomando su verga de nuevo en mi boca. Empecé por el glande cabezón, succionándolo con intensidad mientras mi mano se movía rítmicamente por toda su longitud. Eché saliva en mi mano, deslizándola más suavemente mientras mi boca tomaba cada vez más de él, llenándome hasta el fondo de mi garganta.


Sentí cómo su dureza crecía más y más mientras se abría camino en mi garganta. Su verga, caliente y palpitante, llenaba mi boca con su presencia imponente. Mi lengua se movía con destreza, humedeciéndola, haciendo que brillara con mi saliva, y recorriendo cada vena, cada curva, hasta el último milmetro. Sentía el peso y la textura de su piel, suave pero firme, mientras la mimaba con la lengua, apretándola contra mis labios, disfrutando cada pulgada.


Me la metió tan profundamente que mis arcadas vomitivas se convierten en oleadas de placer, un placer que recorre mi cuerpo desde la boca hasta mi sexo mojado. Se inundó mi boca con su sabor salino, ese sabor único y embriagador de su semen que me hacía querer más y más. Le rocé la polla con mis dientes, aplicando la presión justa, sintiendo cómo cada suave mordisco lo hacía temblar y gemir. Mi lengua juguetea con su glande, succionandolo y deslizandose por su extenso tronco, sacándole suspiros y gruñidos.


Le acaricié la verga con mis labios, envolvíendola con mi calor, aumentando la intensidad, saboreando cada segundo. Mi saliva resbalaba por su eje, haciendo que brillara aún más bajo la luz suave. Luego, con una pasión incontrolable, tomaba su polla, y la golpeaba contra mis mejillas, primero una, luego la otra, hacía que recorriera mi rostro, sintiendo el impacto húmedo y resbaladizo.LLenándose de sus jugos seminales. Los gemidos burbujeaban en mi garganta, creando vibraciones que me hacían estremecer.


Mis manos inquietas se deslizaban por sus muslos firmes y repletos de pelos negros ensortijados, sosteniéndolo, guiándolo, y entonces, en ese momento, sentí cómo se hinchaba aún más en mi boca, cada movimiento, cada succión, lo llevaba al borde del éxtasis. Los sonidos de nuestra lujuria llenaban la habitación: los gemidos, los jadeos, el chasquido húmedo de mi boca, trabajando en su polla. Me entregué completamente, dejando que el deseo nos consumiera sintiendo la electricidad del momento, sabiendo que estabas al borde de un abismo de placer sin retorno.


Los pasos de nuestros padres estaban cada vez más cerca, el sonido de sus voces despidiéndose en la llamada era cada vez más claro. El riesgo de ser descubiertos era inminente y hacía que mi excitación aumentara más y más, pero no podía detenerme. Me separé brevemente, chupé un dedo, y lo introduje, lentamente, en su peludo ano, sintiendo cómo se tensaba y luego se relajaba. Lo moví rítmicamente mientras seguía chupándole la verga, disfrutando de cada gemido y espasmo de su placer.


Sin embargo, no dejaba de concentrarme en controlar el reflejo cuando volvía a entrar en contacto con la base de mi lengua. ¿Sabes de qué reflejo hablo?. El reflejo que sólo las expertas en mamar vergas conocen.


Sentía que me atragantaba, pero podía soportarlo. Me daban arcadas, pero seguía. Notaba que su polla tenía la curvatura perfecta, que encajaba en lo más hondo de mi paladar como una espada en su vaina.


"Quiero todo tu semen en mi boca," le susurré, y su reacción fue inmediata.


Sentí cómo se sacudía, atragantándome ligeramente con su verga. Dos sacudidas más, y finalmente se corrió, llenando mi boca de espeso semen caliente. Ahhhhh! Explotó dando gritos retenidos por causa de nuestros padres.No dejé de succionarlo, saboreando cada gota mientras él temblaba de placer. Lo tragué todo. Mi lengua recorría su glande, lamiendo los restos de su esencia, asegurándome de que no se desperdiciara ni una gota.


Los pasos de nuestros padres resonaban ahora justo fuera de la cocina. Mi padre regresó por fortuna al auto, pues olvidó algo en su interior. Mi corazón latía con fuerza, pero había una satisfacción profunda y oscura en saber que habíamos compartido ese momento prohibido. Sus voces se hacían más claras, más cercanas, susurros de preocupación que se desvanecían en el pasillo.


Aún con el sabor de su semen en mi lengua, me levanté, limpiando mis labios con la lengua y mi rostro con la camiseta que recogi del suelo. Nos miramos una conexión intensa y oscura en nuestros ojos. No era solo el placer físico; era el riesgo, el peligro, la sensación de lo prohibido lo que hacía todo más electrizante.


"Debes irte antes de que nos descubran," susurré, aún sintiendo la adrenalina correr por mis venas. Asintió, ambos conscientes de que el tiempo jugaba en nuestra contra. Nos arreglamos rápidamente, compartiendo miradas cómplices y sonrisas traviesas. Él se subio los pantalones y por mi parte me puse la camiseta como pude para taparme las tetas.


"Te veré más rato,” le dije al oído, dejando un suave beso en su cuello antes de alejarse. Caminé hacia la puerta, sintiendo cada latido de mi corazón con una intensidad renovada. El sabor de su semen aún en mi boca era un recordatorio constante del peligro y la excitación de nuestro encuentro.


Al abrir la puerta, me encontré con mi madre, quien me miró con una mezcla de sorpresa y curiosidad. "¿Todo bien, cariño?" preguntó con su voz llena de preocupación maternal al verme seguramente con el placer en el rostro el cabello enmarañado y las mejillas ardiendo. El aroma de sexo era inminente por lo que abrí las ventanas para refrescar el ambiente.


"Sí, mamá, todo está bien,estaba haciendo ejercicios" respondí abriendo la llave de agua fría para dejarla escurrir por mi rostro, con mi ronca voz tan calmada como pude. No podía mirarla a los ojos. Era imposible. Si la miraba, me delataba. La adrenalina seguía corriendo por mis venas, pero me esforcé por mantener una fachada de normalidad. "Ademas estaba preparando el almuerzo como siempre.” Le dije minetras retiraba una lágrima de mis ojos que cayó sin pedir permiso.


Ella asintió, aparentemente satisfecha con mi respuesta, pero mi madre es zorra correteada y sabe de estas cosas. Se alejó dubitativa por el pasillo en busca de mi padre. Cerré la puerta detrás de mí y me apoyé contra ella, respirando profundamente mientras trataba de calmar los latidos de mi corazón. “Guau, eso estuvo muy cerca," Pensé en silencio.


El delicioso sabor de su semen amarillento espeso aún en mi boca y su paso por mi garganta hasta quemar el estómago vacío era un recordatorio constante del peligro y la excitación de nuestro encuentro. Sabía que esto no era más que el comienzo, que cada momento furtivo, cada mirada cómplice, solo alimentaría más nuestro deseo prohibido.


El tabú de estar con mi hermano mayor, de hacer el amor con él, se entrelazaba con una mezcla de emociones tan intensas que cada uno de los instantes se grabó en mi memoria con fuego. Era una mezcla de lujuria prohibida y de un deseo que ardía más brillante, precisamente, porque no debería existir. Era como un fuego en el interior, una llama que consumía y que a la vez me daba vida. Lo hecho, hecho está. No hay nada que hacer al respecto.


Sentir su aliento en mi piel, su cuerpo presionando el mío, me envolvió en un manto de sensaciones que oscilaba entre lo celestial y lo infernal. Era la contradicción de lo prohibido, de saber que estábamos traspasando líneas que no deberían cruzarse, y aun así, no poder detenernos. Cada embestida, cada caricia, era una reafirmación de que estábamos en un terreno donde el deseo superaba cualquier lógica, cualquier norma.


El sentimiento de tenerlo dentro de mí, de sentir toda la dureza de su verga llenándome, me hizo perderme en un océano de frágiles sensaciones. Mis pensamientos se volvieron confusos, transformándose en una maraña de placer y culpa, de amor y lujuria. Y, sin embargo, en esos momentos, todo lo que me importaba era el aquí y ahora, el placer que compartíamos en ese instante, nada más que el éxtasis que nos abrazaba indefectiblemente.


La culpa y el remordimiento podrían aparecer después, seguramente así será, cuando la realidad nos alcance y recordemos el tabú que estábamos rompiendo. Pero en esos instantes, cuando nuestros cuerpos se movían al unísono, todo parecía justificado, todo parecía correcto. Era una danza de lujuria y amor, una mezcla de placer y dolor que nos consumía y, al mismo tiempo, nos definía.
 
Atrás
Top Abajo