DeRiviaGerald69
Miembro
- Desde
- 9 Ago 2023
- Mensajes
- 6
- Reputación
- 38
Hoy he salido de fiesta con mis amigos. Primero hemos cenado y después hemos ido a tomar unas copas. Quizá no debería haberme tomado la última; estoy un poco borracho y sé que es hora de regresar a casa.
Cuando entro, todo está en silencio. Mi mujer duerme ya. La veo tumbada en la cama, medio cubierta por una sábana ligera. El tejido apenas alcanza a taparle la cadera, dejando a la vista unas braguitas blancas de algodón que se ajustan a su culo redondo. La imagen me enciende todavía más.
Me tumbo a su lado con el pulso acelerado, sintiendo cómo mi erección me late bajo el pantalón. Me acerco, me pego a su cuerpo cálido y, con cuidado de no despertarla, bajo despacio sus braguitas. Quedan a medio camino en sus muslos, y mi miembro roza ya la curva suave de su culo.
Ella se mueve, se gira lentamente y me mira con los ojos entreabiertos, todavía envuelta en la niebla del sueño. Me sonríe con ternura.
—Cari, tengo sueño… —susurra, con una voz suave y adormilada.
Me inclino hacia ella y la beso, sintiendo el calor de sus labios contra los míos.
—Estoy muy cachondo… —le confieso, con un murmullo ronco.
Ella suspira y me responde sin abrir del todo los ojos:
—Hazte una paja… tengo sueño.
Sus palabras me sorprenden. No suele hablarme así, tan directa, y esa franqueza me excita más de lo que esperaba. Llevo la mano a sus pechos, suaves bajo la tela, y cuando la rozo me detiene con un gesto leve.
—No puedo… —dice, casi como un lamento.
Me quedo quieto un instante, dudando. Pienso en levantarme, ir al baño y correrme allí, pero entonces su voz me retiene:
—No te vayas… háztela aquí, si quieres
La miro con deseo y desconcierto, y en ese instante sé que la noche acaba de cambiar.
Me acomodo a su lado, con el corazón desbocado. La habitación está en penumbra, apenas iluminada por la luz anaranjada de una farola que se cuela por la persiana. El silencio se llena poco a poco con el sonido áspero de mi respiración.
Me bajo del todo los calzoncillos que habían y me quedo desnudo junto a ella. Su cuerpo cálido me roza la piel. Llevo la mano a mi miembro, lo envuelvo con fuerza y empiezo a moverla despacio, sintiendo cómo se endurece aún más bajo la presión de mis dedos.
El primer suspiro me escapa entre los labios: un ahh… que rompe la quietud. Cada movimiento me enciende, la piel tensa, caliente, palpitando en mi mano. La excitación sube rápido, pero intento controlarla, escuchando mis jadeos cada vez más irregulares.
Yo cierro los ojos un instante. Los músculos del abdomen se me tensan, la respiración se vuelve rápida, entrecortada: haa… haa… haa…
Cuando vuelvo a mirarla, sigue ahí, mirándome entre dormida y despierta, más despierta de lo que parece. Sus labios se curvan en una sonrisa tranquila, y ese gesto me lleva al borde.
El alcohol hace que todo se vuelva más lento. La excitación me abrasa por dentro, pero el clímax se resiste. Mi mano sigue el vaivén húmedo y en la penumbra solo se escucha mi respiración agitada y el chof, chof de mi polla resbalando al compás.
Ella mantiene los ojos cerrados, pero sonríe. Entre dientes murmura con dulzura burlona:
—Eres muy guarro…
Sus palabras me estremecen. Me muerdo el labio, jadeo más fuerte.
—Córrete… —me susurra.
—Dios… —jadeo.
Un escalofrío me recorre entero, la tensión se libera y me corro con un gemido ahogado, temblando hasta quedar rendido. Ella sonríe, me acaricia la cara como si nada, y se acurruca de nuevo contra mí.
Cuando despierto, ella ya no está en la cama. El aire conserva ese olor denso, inconfundible. Apenas puedo incorporarme; la luz entra por la ventana. Escucho la cadena del baño, pasos suaves. La puerta se abre, la luz se apaga y nuestras miradas se cruzan.
—Buenos días —dice, con una sonrisa ligera.
—Buenos días —respondo, ronco todavía.
—¿Quieres desayunar?
La miro, la deseo otra vez y murmuro:
—Ven.
Se acerca, con los ojos brillantes. Me mira, sabe lo que quiero, sonríe y pregunta juguetona:
—¿Y cómo te lo pasaste anoche?
—Me hubiera gustado follarte… —le confieso.
Ella ladea la cabeza, sonríe.
—Lo sé… pero estaba muerta.
Se sienta en el borde de la cama, me acaricia el pecho, y me susurra:
—Todavía puedes hacerlo…
Pero no se queda ahí. Inclina el rostro, me roza con la voz:
—¿Cómo es que viniste tan cachondo? ¿Alguna chica?
Respiro agitado, mis dedos se pierden entre sus muslos.
—Hubo una… —admito.
Ella suspira, se excita, sonríe con picardía.
—¿Era más guapa que yo? ¿Estaba más buena?
—No. Ninguna es como tú —le respondo mientras la penetro con un dedo.
Ella gime, húmeda, y sigue provocando:
—¿Te hubiera gustado llegar más lejos?
—No… solo pensaba en ti y que ojalá ella fueras tú.
Su sonrisa se vuelve traviesa, su cuerpo delata la excitación. Me tumba de espaldas y se coloca a mi lado. Recorre mi pecho con la lengua, baja hasta mi vientre, y me envuelve con su aliento caliente. Mi miembro late bajo su boca, pero no lo chupa; lo sujeta con la mano, firme, jugando con la espera.
Luego arquea la espalda, levanta el culo, abre las piernas y se ofrece con naturalidad. El sexo húmedo, los labios entreabiertos, palpitan con cada respiración puedo ver su ano, me excita. Yo le amaso las nalgas, le doy un azote que resuena excitante, y ella se arquea, dejándose hacer.
—Chúpamela… —le pido.
Ella sonríe:
—No… te lo tienes que ganar.
Se coloca a horcajadas dándome la espalda sobre mi cabeza, acercando su humedad a mi boca.
—Méteme la lengua —susurra.
Lo hago, pero enseguida me guía.
—No ahí… chúpame el culito un poquito.
Me sorprende no es lo habitual, apenas me deja que juegue con su culo, aunque la gusta no suele sentirse cómoda con eso.
Me aprieta contra ella, mueve las caderas, y jadea con cada roce húmedo de mi lengua. Su culito tiembla, palpita, se abre apenas, y cada espasmo suyo me excita aún más.
De pronto se aparta, baja hasta mí y envuelve mi miembro con su boca. El calor húmedo me arranca un gemido ronco. Me la chupa con ansia, intentando metérsela entera, pero no puede. Sonrío entre jadeos:
—Nunca has podido…
Ella se ríe con los ojos encendidos y vuelve a hundirse sobre mí.
El juego continúa hasta que, excitada, abre el cajón de la mesilla, saca un preservativo y un bote de lubricante. Me lo da mientras me chupa de nuevo, y cuando por fin me lo pongo, unta mi polla y su sexo con el líquido viscoso que sale del bote, se coloca encima, y gime al sentirme dentro.
—Dios… qué gorda la tienes… —jadea, bajando despacio.
Yo la sujeto fuerte, y al oído le susurro:
—¿Te gustaría sentir otra polla?
Acerco el bote a su culito y presiono. Ella grita, sorprendida y excitada a la vez, y apenas aguanta unos segundos antes de correrse con fuerza, temblando sobre mí, dejándose llevar por su orgasmo.
Cuando termina, exhausta, me aparta la mano para que saque el bote de su culo y se queda sobre mí, respirando entrecortada, con una sonrisa luminosa.
—Eres un guarro… —susurra.
Yo río, todavía dentro de ella. Duro aguantándome las ganas de follarla con fuerza.
—e ha puesto cachonda…
Se ríe conmigo. La miro a los ojos, provocador:
—¿Te gustaría que te follaran dos pollas?
Ella sonríe más, me clava la mirada y, con voz juguetona, me lanza:
—Ya lo han hecho.
No sé si habla en serio o en broma. La observo, intentando leerla, y ella se ríe, disfrutando de mi desconcierto, encendiendo aún más la chispa de un juego que sé que no ha terminado.
Cuando entro, todo está en silencio. Mi mujer duerme ya. La veo tumbada en la cama, medio cubierta por una sábana ligera. El tejido apenas alcanza a taparle la cadera, dejando a la vista unas braguitas blancas de algodón que se ajustan a su culo redondo. La imagen me enciende todavía más.
Me tumbo a su lado con el pulso acelerado, sintiendo cómo mi erección me late bajo el pantalón. Me acerco, me pego a su cuerpo cálido y, con cuidado de no despertarla, bajo despacio sus braguitas. Quedan a medio camino en sus muslos, y mi miembro roza ya la curva suave de su culo.
Ella se mueve, se gira lentamente y me mira con los ojos entreabiertos, todavía envuelta en la niebla del sueño. Me sonríe con ternura.
—Cari, tengo sueño… —susurra, con una voz suave y adormilada.
Me inclino hacia ella y la beso, sintiendo el calor de sus labios contra los míos.
—Estoy muy cachondo… —le confieso, con un murmullo ronco.
Ella suspira y me responde sin abrir del todo los ojos:
—Hazte una paja… tengo sueño.
Sus palabras me sorprenden. No suele hablarme así, tan directa, y esa franqueza me excita más de lo que esperaba. Llevo la mano a sus pechos, suaves bajo la tela, y cuando la rozo me detiene con un gesto leve.
—No puedo… —dice, casi como un lamento.
Me quedo quieto un instante, dudando. Pienso en levantarme, ir al baño y correrme allí, pero entonces su voz me retiene:
—No te vayas… háztela aquí, si quieres
La miro con deseo y desconcierto, y en ese instante sé que la noche acaba de cambiar.
Me acomodo a su lado, con el corazón desbocado. La habitación está en penumbra, apenas iluminada por la luz anaranjada de una farola que se cuela por la persiana. El silencio se llena poco a poco con el sonido áspero de mi respiración.
Me bajo del todo los calzoncillos que habían y me quedo desnudo junto a ella. Su cuerpo cálido me roza la piel. Llevo la mano a mi miembro, lo envuelvo con fuerza y empiezo a moverla despacio, sintiendo cómo se endurece aún más bajo la presión de mis dedos.
El primer suspiro me escapa entre los labios: un ahh… que rompe la quietud. Cada movimiento me enciende, la piel tensa, caliente, palpitando en mi mano. La excitación sube rápido, pero intento controlarla, escuchando mis jadeos cada vez más irregulares.
Yo cierro los ojos un instante. Los músculos del abdomen se me tensan, la respiración se vuelve rápida, entrecortada: haa… haa… haa…
Cuando vuelvo a mirarla, sigue ahí, mirándome entre dormida y despierta, más despierta de lo que parece. Sus labios se curvan en una sonrisa tranquila, y ese gesto me lleva al borde.
El alcohol hace que todo se vuelva más lento. La excitación me abrasa por dentro, pero el clímax se resiste. Mi mano sigue el vaivén húmedo y en la penumbra solo se escucha mi respiración agitada y el chof, chof de mi polla resbalando al compás.
Ella mantiene los ojos cerrados, pero sonríe. Entre dientes murmura con dulzura burlona:
—Eres muy guarro…
Sus palabras me estremecen. Me muerdo el labio, jadeo más fuerte.
—Córrete… —me susurra.
—Dios… —jadeo.
Un escalofrío me recorre entero, la tensión se libera y me corro con un gemido ahogado, temblando hasta quedar rendido. Ella sonríe, me acaricia la cara como si nada, y se acurruca de nuevo contra mí.
Cuando despierto, ella ya no está en la cama. El aire conserva ese olor denso, inconfundible. Apenas puedo incorporarme; la luz entra por la ventana. Escucho la cadena del baño, pasos suaves. La puerta se abre, la luz se apaga y nuestras miradas se cruzan.
—Buenos días —dice, con una sonrisa ligera.
—Buenos días —respondo, ronco todavía.
—¿Quieres desayunar?
La miro, la deseo otra vez y murmuro:
—Ven.
Se acerca, con los ojos brillantes. Me mira, sabe lo que quiero, sonríe y pregunta juguetona:
—¿Y cómo te lo pasaste anoche?
—Me hubiera gustado follarte… —le confieso.
Ella ladea la cabeza, sonríe.
—Lo sé… pero estaba muerta.
Se sienta en el borde de la cama, me acaricia el pecho, y me susurra:
—Todavía puedes hacerlo…
Pero no se queda ahí. Inclina el rostro, me roza con la voz:
—¿Cómo es que viniste tan cachondo? ¿Alguna chica?
Respiro agitado, mis dedos se pierden entre sus muslos.
—Hubo una… —admito.
Ella suspira, se excita, sonríe con picardía.
—¿Era más guapa que yo? ¿Estaba más buena?
—No. Ninguna es como tú —le respondo mientras la penetro con un dedo.
Ella gime, húmeda, y sigue provocando:
—¿Te hubiera gustado llegar más lejos?
—No… solo pensaba en ti y que ojalá ella fueras tú.
Su sonrisa se vuelve traviesa, su cuerpo delata la excitación. Me tumba de espaldas y se coloca a mi lado. Recorre mi pecho con la lengua, baja hasta mi vientre, y me envuelve con su aliento caliente. Mi miembro late bajo su boca, pero no lo chupa; lo sujeta con la mano, firme, jugando con la espera.
Luego arquea la espalda, levanta el culo, abre las piernas y se ofrece con naturalidad. El sexo húmedo, los labios entreabiertos, palpitan con cada respiración puedo ver su ano, me excita. Yo le amaso las nalgas, le doy un azote que resuena excitante, y ella se arquea, dejándose hacer.
—Chúpamela… —le pido.
Ella sonríe:
—No… te lo tienes que ganar.
Se coloca a horcajadas dándome la espalda sobre mi cabeza, acercando su humedad a mi boca.
—Méteme la lengua —susurra.
Lo hago, pero enseguida me guía.
—No ahí… chúpame el culito un poquito.
Me sorprende no es lo habitual, apenas me deja que juegue con su culo, aunque la gusta no suele sentirse cómoda con eso.
Me aprieta contra ella, mueve las caderas, y jadea con cada roce húmedo de mi lengua. Su culito tiembla, palpita, se abre apenas, y cada espasmo suyo me excita aún más.
De pronto se aparta, baja hasta mí y envuelve mi miembro con su boca. El calor húmedo me arranca un gemido ronco. Me la chupa con ansia, intentando metérsela entera, pero no puede. Sonrío entre jadeos:
—Nunca has podido…
Ella se ríe con los ojos encendidos y vuelve a hundirse sobre mí.
El juego continúa hasta que, excitada, abre el cajón de la mesilla, saca un preservativo y un bote de lubricante. Me lo da mientras me chupa de nuevo, y cuando por fin me lo pongo, unta mi polla y su sexo con el líquido viscoso que sale del bote, se coloca encima, y gime al sentirme dentro.
—Dios… qué gorda la tienes… —jadea, bajando despacio.
Yo la sujeto fuerte, y al oído le susurro:
—¿Te gustaría sentir otra polla?
Acerco el bote a su culito y presiono. Ella grita, sorprendida y excitada a la vez, y apenas aguanta unos segundos antes de correrse con fuerza, temblando sobre mí, dejándose llevar por su orgasmo.
Cuando termina, exhausta, me aparta la mano para que saque el bote de su culo y se queda sobre mí, respirando entrecortada, con una sonrisa luminosa.
—Eres un guarro… —susurra.
Yo río, todavía dentro de ella. Duro aguantándome las ganas de follarla con fuerza.
—e ha puesto cachonda…
Se ríe conmigo. La miro a los ojos, provocador:
—¿Te gustaría que te follaran dos pollas?
Ella sonríe más, me clava la mirada y, con voz juguetona, me lanza:
—Ya lo han hecho.
No sé si habla en serio o en broma. La observo, intentando leerla, y ella se ríe, disfrutando de mi desconcierto, encendiendo aún más la chispa de un juego que sé que no ha terminado.