Mi Tía la Fulana

Lilith Duran

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10 Oct 2025
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Allí estaba yo, con el coche en marcha, en ese puto polígono de mierda, viendo pasar a gente que iba y venía… parando, únicamente, para recoger mujeres. ¿Por qué estaba en aquel lugar en medio de la nada y de noche? El motivo era simple, puesto que era una idea que me comía desde hacía par de meses atrás. Leed con atención.

Todo lo descubrí de pura casualidad, un día de fiesta junto a mis amigos, donde quisimos hacer una broma e ir a ese polígono a dar una vuelta. Lo conocíamos de sobra y sabíamos lo que se cocía, aunque nadie iba a pagar por lo que allí se vendía.

Ninguno de nosotros iba a follar con una fulana, eran esas cosas que se hacen cuando se está borracho y la fiesta ya había pasado de largo, con algo nos teníamos que divertir. Sin embargo…, en aquel sitio apartado de la ciudad, vi algo que me heló la sangre y… me dejó la picha de piedra.

Estaba en la parte trasera del SEAT León de mi colega, justo en la ventanilla izquierda, con cuatro de mis cachondos amigotes queriendo reírnos un rato y sí, eso no lo voy a negar, juguetear con alguna.

Fue Aitor el que bajó la ventanilla y chistó a una de esas damas de la noche. Eran dos las que estaban apoyadas contra la pared fumando un pitillo a la luz de la farola. Una de ellas se sintió aludida y se acercó con una botas que la llegaban a las rodillas y unas tetas que no cabían en el sujetador.

Me reía como los demás, tratando de mantenerme en silencio mientras Aitor le decía a ver cuánto cobraba. “¡Joder, sí que está caro!”, soltó mi amigo de una manera bastante cómica, aunque poco más pude escuchar, puesto que cuando la mujer se asomó un poco por la ventanilla, me quedé de piedra.

No había dudas, por mucho que hubiera bebido esa noche y pese a que llevaba una peluca rubia casi platino… la reconocí al instante, ¡era mi tía Julia!, la hermana de mi madre. Iba preparada igual que una furcia… ¡Porque lo era! Con ese pelo dorado, bien maquillada, mascando un chicle con aire desenfadado y con una vestimenta que dejaba demasiada carne a la vista.

Estaba increíble, sin duda, la mejor de todas las mujeres de la noche. Contuve el aliento al verla de esa guisa, puesto que era un shock. Solía estar con ella tardes normales de sobremesa junto a su marido y ahora…, contemplarla con unas prendas que más bien parecían trapitos que cubrieran partes de piel, era chocante.

No me vio de puro milagro, porque la zona era bastante oscura y era el más alejado de su visión. Me dieron ganas de pedir que saliéramos quemando rueda, sin embargo, no fue necesario, puesto que con par de frases más, mi tía se largó por donde había venido, moviendo esa falda que parecía un cinturón y con sus medias de rejilla que ahogaban sus muslos.

Me sentí aliviado cuando llegué a casa, cómo que si mi tía me pillase en aquel polígono fuera algo malo, aunque la verdad… malo sería lo suyo, que era puta y, al menos, mis padres, no tenían conocimientos de ello.

Pasaron par de meses y sí… aquí estoy, en el mismo puto polígono de mierda, mirando de lejos a mi tía que viste idéntico atuendo de prostituta que la otra vez. Había acudido por tres noches, pero no tuve la suerte de verla, por lo que deduje que no trabajaría siempre que el sol se escondía, no obstante…, en esa ocasión… sí.

Sujetando el volante con ambas manos, me tuve que convencer para pisar el acelerador. Normal, lo que pretendía no era sencillo, el plan estaba elaborado en mi mente, no obstante, era complicado llevarlo a cabo. Una cosa era follarme a mi tía una y otra vez en mi cabeza y otra… pretender hacerlo en la realidad.

Pese a ello, mi pene mandaba y me enviaba continuamente, recuerdos de todas las pajas que me hice en mi vida pensando en ella. Siempre me puso muy cachondo, con esas tetas gordas y un culo bien duro, me volvía loco. En las partes más lujuriosas de mi cerebro, me la había imaginado haciéndola de todo… no tenía secretos para mí. Ahora quería convertirlo en realidad, porque saber su secreto… me excitaba hasta un punto sin retorno.

Me armé de valor, apretando con fuerza el volante y diciéndome a mí mismo que acelerara. El recuerdo de verla en bikini cuando era un niñato y estábamos pasando un verano en la playa, me asoló por completo y sin pensar dos veces mis actos, pisé el pedal. Era ahora o nunca.

—Chicas…

Solté timorato al llegar a su altura, menudo comienzo más alentador…, algunas veces soy ridículo. Con la ventanilla bajada, dos mujeres me miraron, una de ellas era Julia y menos mal que con la oscuridad del lugar, todavía no era capaz de verme desde la pared. Alcé mi dedo y la señalé.

—Tú, ¿un servicio? —esperaba que se dijera así y no quedar como un payaso por segunda vez.

—Luego hablamos, cielo —comentó Julia a su… ¿Amiga, compañera de curro…? Lo que fuera, bien poco me importaba—. Buenas noches, rey. Mamada son treinta, sesenta polvo y una hora son noventa euros. Cien completo. ¿Cómo lo ves?

Estaba apoyada en el coche, metiendo ese par de melones por la ventanilla y sonriéndome con unos labios que pedían polla a mares. No le podía ver los ojos, aunque sí que contemplaba esa peluca dorada que colgaba hasta sus hombros…, ¡qué mal la quedaba…! Prefería el moreno natural de su cabello.

—Tengo los cien.

—Has ahorrado para invertirlo bien, cariño. —me sorprendió su tono neutro, igual que esas teleoperadoras que te sueltan todo el texto sin trabarse, solo que Julia, vendía su cuerpo— Luego nos vemos, Carla —se despidió de la que llamaré su amiga y abrió la puerta del coche.

Se sentó de la misma, igual que si supiera que yo era su sobrino y la estuviera recogiendo para llevarla a casa. No me miró, ni siquiera hizo el intento… ¿Gajes del oficio? A saber. Lo único que hizo, fue sacar de su pequeño bolso una barra de labios de color rosa con la que se dio un retoque mirando al espejo del copiloto.

—Un poquito más adelante… —arranqué mientras se ponía guapa y tiré hacia donde me dijo— Eso es. Vete hasta el primer giro y allí tenemos un sitio muy íntimo.

Apretó los labios, produciendo un sonido seco con su boca que no silenció el motor del coche. Metió de nuevo el lápiz labial en su diminuto bolso y rebuscó con calma hasta que sacó una tira de condones del interior. Partió uno con una maña increíble y se lo quedó en la mano mientras guardaba el resto.

—Entonces… —giré donde me decía y mi tía… también giró su rostro para contemplarme por primera vez. Un segundo después, volvió a hablar, aunque… con un grito ensordecedor— ¡¡TU PUTA MADRE!! ¿¿¡¡QUÉ COÑO HACES AQUÍ, MIKEL!!??

La reacción me la esperaba, incluso me imaginé algo peor, pero, simplemente, se quedó en silencio y perpleja, mirándome con los ojos abiertos como platos, aguardando que la contestase. Conduje por unos tres segundos más, viendo la amplia explanada salpicada de unos solitarios coches. Estaba claro que ese era mi destino.

—Pues… a leer no he venido… —solté con media sonrisa.

Julia seguía atónita, y me dio tiempo a aparcar el coche debajo de una farola que nos iluminaba igual que el foco de un teatro. Antes de que pudiera salir del coche o, mejor dicho, huir de su sobrino, pulsé el botón de cierre centralizado.

—¿¡Sabías que era yo!? —dijo señalándose un pecho que no dudé en admirar, ¡menudas tetas…, una locura…! Mi tía de tonta no tiene un pelo y saltó con la siguiente pregunta— ¿Desde cuándo lo sabes, Mikel?

—Par de meses atrás. Te vi un día que pasé con los amigos. —torció el gesto y negó con la cabeza.

—¿Eres un putero? —no fue un insulto, sino que buscaba información.

—¡Qué va! Nunca he ido de putas, el día que te vi estábamos de cachondeo.

—Vale, muy bien… —mascó su chicle e hizo un gesto de indiferencia. Viró su mano para abrir la manilla y… a la segunda, comprobó que estaba cerrada— Abre la puerta, que tengo que trabajar.

—Estás trabajando —sentencié con mi mejor tono de adulador.

Ella me miró con sus bonitos ojos de color avellana y sentí un calor que no recordaba por ninguna otra, mi tía me ponía muchísimo. Incluso vestida de manera tan extravagante, mi pene empezaba a arder de puro frenesí.

—¡Ni loca voy a hacerte nada, chaval! ¿¡Estás tarado!? ¡Qué soy la hermana de tu madre! Te he visto nacer y te conozco desde que eras un bebé. Abre la puta puerta ahora mismo que me quiero pirar. —jamás la había escuchado usar ese lenguaje, solía ser más recatada cuando estaba cerca de mis padres.

—Ya no soy un bebé, la tengo más grande.

—Me imagino que, en veinte años, algo te habrá crecido.

Eso sí que fue un comentario tratando de molestarme, pero no lo consiguió, solo logró que la erección que iba a medio camino, terminara de ser completa cuando mentó mi polla con sus jugosos labios.

—¿Cuántos te has follado hoy? —abrió los ojos de par en par.

—¿¡A ti qué coño te importa, chaval!? —aulló dentro del coche y, por un momento, pensé que iba a levantar la mano para cruzarme la cara.

Sin embargo, no era el caso, sino que trató de abrir de nuevo la puerta, obviamente, no lo consiguió. Puse mi mano en el botón de cierre automático, quizá demasiado cantoso, pero no quería que se fuera.

—Mira tía, habla conmigo un poco, no seas tan sosa. Seguro que a los demás les das más amor que a mí y eso que yo soy tu querido sobrino.

—¡Imbécil…! —lo soltó con asco y quedó quieta con los brazos cruzados— ¿A cuántos me he follado esta noche? ¿Eso quieres saber? Pues a dos. ¿Algo más?

—¿Cómo eran? —torció el rostro y se sacó un cigarro— ¿Gordos, flacos, viejos…?

—Dos clientes habituales, un viejo verde que no sé cómo se le levanta y un padre de familia gordo que le gusta que se la mame mientras le meto un dedo en el culo. —cuando encendió el cigarro y le dio una calada, supe que esos labios debían de chuparla de maravilla.

—¿O sea que te follas a dos asquerosos y me rechazas a mí?

—¡Ni que tú fueras un dios griego, niñato…! —sacó una sonrisa altiva y tiró el humo del cigarro al interior del vehículo.

—Mira, tía, no te voy a engañar… tengo muchas ganas de follarte y para eso he venido. —chistó para reírse— Si te los follas a ellos, también a mí, el dinero vale lo mismo. Además, —iba a ir por la vía rápida— no quiero llegar a decirte que si me rechazas, tal vez se me pueda escapar este secretito a mis padres. No pasemos por ese mal trago… que yo te quiero mucho.

—¡Eres un cerdo…! —eso lo dijo de verdad y si contaba tal cosa, era consciente de que lo sería, pero… me la tenía que follar. Costase lo que costase— No te atreverías, si no tendrás que dar explicaciones de que hacías aquí. —sonrió convencida de su victoria, pero mi dura polla era difícil de doblegar. Puse mi cara más retadora y esa… sí que me salía bien.

—¿Te la vas a jugar por un polvo? Puedo mentir con facilidad, “pasaba por aquí…”, “quedé con uno…”, “me perdí…” —solté una pequeña risa y Julia retiró sus ojos del botón del cierre automático— Me imagino que Carlos lo sabe, ¿no? —se ahorró la respuesta, era evidente de que su marido debía de ser consciente— Eso será que sí. Pero si se enteran mis padres… puede enterarse cualquiera.

¡¡Uuff!! —bufó con rabia— ¡Qué asco me estás dando ahora mismo, niñato! —soltó visiblemente cabrada, dando una buena bocanada al cigarro— ¡Me encantaría partirte la cara! Aunque sé que no va a valer de nada.

Bajó la ventanilla y, por un momento, supuse que se lanzaría como una loca por ella al exterior, pero solo tiró el cigarro a medio consumir, que se quedó brillando como una luz solitaria hasta apagarse en mitad de la noche.

—Abre bien esas orejas, Mikel, porque ni en tus mejores sueños me vas a follar, eso que lo sepas. —esas palabras eran ciertas y lo sentí idéntico a una línea roja. Claro… eso… de momento…— Una mamada, te largas corriendo a casa y nos olvidamos de esto de por vida. ¿Claro?

—Tengo la pasta… —le enseñé mi cartera y ella me cortó a la vez que le daba al botón del cierre automático.

—Más te vale que la tengas, porque te voy a cobrar el “plus Hijoputa”.

CONTINUARÁ...
 

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