Microrelatos rescatados

luis5acont

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Hola a todos.

He puesto este nombre al hilo porque se trata de microrrelatos que publiqué en el anterior foro. Los vuelvo a colgar aquí para recuperarlos por si son del gusto de los foreros/as de ForoPorno.

Un saludo y espero que los disfrutéis.
 
El viejo cementerio.



Ernesto se situó en su lugar preferido para desayunar. Entre dos panteones, pegado a la tapia y a la sombra de una frondosa higuera. Allí, sobre el suelo de mármol que rodeaba la construcción fúnebre, se estaba relativamente fresco y a salvo de miradas curiosas. No es que en el caso improbable, de que un día laborable por la mañana apareciera alguien, le fuera a importar encontrárselo desayunando. Allí en el pequeño pueblo todos se conocían. Pero él conservaba costumbres de la gran ciudad. Y prefería que siempre lo vieran trabajando. Y también estar en un sitio donde hacer una pausa y poder ver sin ser visto. Eso lo relajaba. Desde allí, podía ver la entrada y la calle principal del camposanto.

El viejo Eufrasio, el peón de mantenimiento y jardinería al que había sustituido, le había indicado que ese era el mejor lugar de todo el cementerio para sentarse a descansar. Y no se equivocaba. Sonrió al acordarse de Eufrasio. El alcalde había tenido buen tino al hacerles coincidir un par de meses, para que pudiera ponerlo al día antes de su jubilación. Menudo personaje. Le había enseñado todo lo necesario: del trabajo y del pueblo.

Ernesto se llevó el sandwich a la boca, pero justo antes de dar el primer bocado, se quedó paralizado. La mano no llego a completar el movimiento. La boca permaneció abierta, como queriendo morder el aire. No podía ser cierto. No podía creer lo que estaba viendo.

Eufrasio le había contado muchas historias. Y era condenadamente difícil distinguir las ciertas de las inventadas. A veces, cuando algo le parecía real y lo comentaba con el resto de vecinos, se reían poniendo de manifiesto que el viejo peón se había vuelo a quedar con él. Por el contrario, en otras ocasiones, ante una historia sorprendente o rara, que hubiese apostado todo a que era falsa, muy serios le decían: pues claro que pasó. Eso es cierto. Ya había renunciado a entender aquel sitio y a aquellas gentes. Le bastaba con saberse querido e integrado, tener sueldo fijo y una vivienda cedida por el ayuntamiento para él y su familia. La gente joven escaseaba por allí. Pero de todas las anécdotas que le contó Eufrasio, si había una que estaba convencido que no podía ser cierta de ninguna de las maneras, era aquella.

Una mujer joven y enlutada, a principios del verano, una vez al año. Siempre por la mañana y en día laborable. Cerciorándose que no hubiese ningún entierro. Asegurándose que el cementerio estuviese vacío, que el operario municipal estuviese en otras faenas por el pueblo. Sin duda no lo había visto, allí entre las sombras de la higuera.



Cerró los ojos y la recordó tal y como su viejo mentor la había descrito. Morena, pelo recogido en un moño, siempre de negro. Con medias transparentes con una raya negra atrás y un sombrero con velo. Todo combinado, de un gusto exquisito que no cuadraba en absoluto con aquel olvidado rincón de la serranía.

Volvió a abrirlos pasados un par de segundos. Tenía que ser un espejismo, una imagen creada por su mente, una sugestión al acordarse de su amigo. Sin duda ya habría desaparecido y...

¡Efectivamente! ¡Ahora el camino parecía desierto!

Pero algo no cuadraba. Seguían oyéndose pisadas sobre la grava. Ernesto se incorporó y salió con sigilo a la calle principal, justo a tiempo para ver a la figura negra girar hacia la derecha, entre unas tumbas descuidadas. Un escalofrío le recorrió la columna vertebral: Era real.

¿Sería una coincidencia? Bueno, si era la persona que Eufrasio le había descrito, ya sabía dónde se dirigía. A la esquina más alejada de cementerio. A una sepultura muy concreta. Ernesto dio un rodeo, accediendo al lugar pegado a la parilla exterior, procurando no hacer ningún ruido y ocultándose entre nichos y panteones familiares. Seguro que solo era una casualidad. Una chica de fuera del pueblo visitando la tumba de sus abuelos. Solo eso.

¡Mierda! se había detenido junto a la tumba que le había señalado Eufrasio.

Se pone allí…y hace cosas…

¿Cosas? ¿Qué cosas?
Había preguntado él, burlón.

Cosas de mujeres. Le contestó su amigo muy serio.

Ninguna explicación y ninguna pregunta más. Ernesto ni siquiera consideró la posibilidad que fuera cierto. Una mirada de desaprobación y un meneo de la cabeza a ambos lados, como mostrando su negativa a que Eufrasio le volviera a tomar el pelo.

Y ahora volvía a hacer ese gesto, pero de asombro: no puedo creerlo…murmuró.

Ella se situó frente a la tumba. A sus pies, una gruesa lápida de mármol gris, con una figura esculpida a modo de bajorrelieve, mostraba a un hombre joven tumbado boca arriba. Sus fracciones eran suaves y su rostro relajado, como si durmiera. Estaba vestido con un traje, elegante en su sueño eterno. Ernesto se había fijado a veces en aquella sepultura. Se preguntaba quién sería. Si la imagen era un reflejo fiel del allí enterrado o solo una alegoría.

La misteriosa mujer separó las piernas, quedándose en una postura muy poco considerada para el lugar. No le había visto aun la cara, pero el vestido negro ceñido dejaba adivinar un cuerpo hermoso, proporcionado y con redondeces muy sugerentes. Poco paño para visitar un camposanto. Se le quedaba tan corto que las ligas se advertían apenas ocultas en su borde. Pronto no hubo que adivinar nada. Ella giro la cabeza en todas direcciones para cerciorarse de que no la veía nadie y para sorpresa de Ernesto, se lo subió hasta la cintura dejando ver un culo perfecto, enmarcado por unas bragas transparentes ribeteadas de cinta negra. Una de las manos se fue a su vientre. Quizá a la entrepierna. No podía verlo desde esa posición, ella estaba de espaldas.

Luego, un suave balanceo de caderas, como si presentara o enseñara algo a la figura esculpida. Ernesto no tuvo que imaginar mucho que podía ser. Con una elegancia pasmosa se subió en la lápida, mientras contoneaban sus nalgas a cada paso que daba. Cuando llego a la altura de la entrepierna de la escultura, se dejó caer de rodillas, sentándose sobre el lugar donde debería estar la verga. Un momento embarazoso mientras se acomodaba a horcajadas, pero a pesar de todo, la chica tenía una gracia natural hasta cuando perdía la compostura.

Ahora, el vestido quedaba muy arriba y no ocultaba nada. El culo, (adornado por el liguero y las medias), se ofrecía como un manjar a la vista y se apreciaba claramente el contacto de su sexo con el mármol, recalentado ya a esas horas.

La joven viuda (esa categoría le había otorgado ya Ernesto), se inclinó hacia delante, echando los brazos sobre la cabeza. El tintineo del collar de plata al tocar el canto tallado, anunciaba que los pechos pronto rozarían la piedra tibia. Las manos rodearon la cara del inmóvil amante. Sus labios tocaron la boca de mármol. Un beso quedó depositado en ella, junto con restos de carmín.

La mujer se incorporó, apoyando las manos en el pecho de la estatua. Sus caderas iniciaron un lento movimiento que le permitió frotar su sexo contra la pétrea dureza. Durante un rato estuvo así jugando, aparentemente sin prisas, tomándose su tiempo. Luego, sus manos siguieron caminos diferentes. La derecha desapareció entre sus piernas. Un movimiento suave al principio. Frenético más adelante. Ernesto podía ver como encogía las nalgas al ritmo de las punzadas de gusto que sentía. La mano izquierda fue hacia su escote. En el momento de mayor placer, tiró de él hacia abajo y dos tetas redondas saltaron fuera. Ella agarró y pellizcó los pezones con fuerza, casi con rabia. El orgasmo fue instantáneo. Sus muslos se contraían contra los de la estatua, la boca hacia el cielo emitiendo un sordo rugido, como de pantera en celo, toda de negro, presa de sus instintos.

Luego cayó sobre el inmóvil amado. Un nuevo abrazo no correspondido. Un largo rato murmurándole palabras que Ernesto no podía oír, que no sabía si llegarían al más allá, pero que intuía que se dirigían más a ella misma que a su difunto.

El tiempo no corría, parecía haberse detenido allí, en aquel pueblo perdido de la montaña, donde un día, un desconocido para todos (excepto para la misteriosa mujer), fue a parar a una tumba que desentonaba con su entorno. Nadie supo quien era ni porque habían decidido enterrarlo allí. ¿Quizás por la soledad que le permitía a su viuda hacer esas visitas? ¿Era un hijo desconocido del pueblo?

Ella se levantó despacio. De pie frente a la lápida, se acomodó la ropa. Los pechos aun turgentes volvieron al sostén de encaje negro. El vestido bajó hasta poco menos que el inicio de sus muslos, dejando a la vista unas medias arañadas y con alguna carrera. El tocado y el velo fueron recolocados. Ella recobró la compostura y se dirigió a la salida. Apenas dio unos pasos, se giró y lanzo un último beso de adiós. O más bien de “hasta el año que viene, amor”.

Porque Ernesto no dudaba que volvería.

La siguió con la vista, el caminar elegante y sensual, el paso decidido. Apenas pudo moverse, diríase que se había convertido en uno de los ángeles de piedra que velaban el camposanto. Cuando oyó arrancar un coche, se acercó a observar de cerca la tumba. Algo brillaba en la entrepierna de la estatua, que formaba un pequeño bulto en el que nunca se había fijado. ¿Estaría hecho a propósito?

Una humedad aparentemente pegajosa estaba allí depositada. Posiblemente flujo fresco, aunque solo una pequeña mancha. Junto a la cabeza descansaba una rosa blanca. Arrugó la frente. No había visto a la mujer llevarla. Aunque ese detalle podía haberle pasado fácilmente desapercibido con todo lo demás, demasiado para él.

Se dio cuenta que tenía una erección… ¿Desde cuándo estaba así? Se sintió avergonzado de estar frente a esa tumba en aquellas condiciones y volvió la espalda, caminando hacia la casa que hacía las veces de oficina y almacén. Nada más entrar, se dirigió a la pared donde colgaba un gran calendario, propaganda de una funeraria. Tomo un rotulador del escritorio y marcó en rojo el día que era.
 

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¿Nos atrevemos?​








Pedro miraba de reojo mientras penetraba a su novia Pauli. Ella, abierta de piernas, mantenía los ojos cerrados mientras gemía con cada embestida suya. Embestidas que cada vez eran más fuertes e iban transformando sus gemidos en pequeños gritos de placer.

A su lado, Merche y Javi, su pareja amiga de toda la vida, desnudos y en la misma postura, follaban igual que ellos. Pedro les lanzaba miradas fugaces y con cada una de ellas, sentía la sangre bombeando a su pene, como si pudiera estar más hinchado y más duro aun de lo que ya estaba. No quería que lo pillaran mirando descaradamente, como si a esas alturas esto importara ya algo. Pero reconocía que la situación lo ponía cachondisimo. Y sentía que a Pauli también. La notaba temblorosa y muy mojada debajo suya, en una combinación de nervios y excitación. Abriéndose para sentirlo bien dentro.

Ella había solucionado el problema de la vergüenza que le provocaba esta situación, simplemente cerrando los ojos e imaginando que estaban solos, aunque eso no evitaba oír los jadeos de sus amigos, que empezaban a competir con los suyos. Antes, Merche y Pauli ya se habían visto desnudas muchas veces, compartiendo ducha, baños y habitación. Incluso en alguna ocasión habían practicado nudismo y tampoco los cuerpos de Pedro y Javi eran desconocidos para ellas. Los besos, los magreos y las caricias atrevidas, tampoco habían faltado, pero esto era muy diferente. Follar juntos (pero no revueltos) había sido una apuesta muy elevada, un salto cualitativo impensable para todos los demás e incluso para ellos mismos hacia tan solo una hora antes, si no fuera por el ambiente de desafío y reto entre las dos jóvenes parejas, aderezado con la euforia del alcohol consumido.

Merche abrió de repente los ojos, lanzando una mirada viciosa a su novio.

Para, para…yo arriba…

Ya habían hablado de sus intimidades entre ellos (se lo contaban todo) y Pedro sabía que esa era la postura que más gustaba a la novia de su amigo, con la que casi siempre acababa corriéndose. Estaba claro que quería llegar. Estaba muy excitada y quizás temía que Javi se corriera antes, dejándola a dos velas.

Los vio intercambiar sitio y aún más cachondo, viendo como ella agarraba la polla y la conducía directamente a su vagina, para hacerla desaparecer dentro de una sentada.

Pedro se detuvo. Pauli abrió los ojos sin entender…

Arriba…consiguió musitar. Pauli obedeció. También le gustaba esa postura. La sentía muy dentro y podía ayudarse al orgasmo con sus dedos. Ella decidía el ritmo, mientras Pedro aguantara, claro.

Pronto ambas chicas cabalgaban llegando al orgasmo casi simultáneamente, animándose una a otra con sus gemidos y gritos. Se corrieron mirándose descaradamente una a otra. Con los ojos turbios de placer y vicio. En ese momento no contaba la vergüenza ni importaba otra cosa que dar salida a la fiebre y el calentón que las poseía.

Pedro sintió que se iba sin poder contenerse más. La cara de vicio de su novia y la de Merche, que solo aparto la mirada de ella un segundo para mirarlo a él, como previendo que llego el momento en que se iba a vaciar entero, fueron el interruptor que dio paso a su propio orgasmo. Un pensamiento fugaz prolongó su placer, mientras aun eyaculaba…y si… ¿iban más allá?

No, eso era demasiado. Ya habían sido bastante locos… ¿o no?
 
Quitando manías.

La segunda noche en Ibiza y Carmen sin aparecer. Loli puso un mensaje en el grupo a ver si contestaba. Vaya tela. Nada de nada.

Era hora de recogerse, así que las tres amigas cogieron un taxi de vuelta al hotel. La segunda jornada en la isla comenzó prometedora, conociendo a unos chicos en la playa por la mañana y siguiendo por la noche para unas copas. Dos de ellos muy guapos y atléticos, con pinta de modelos. Pero la cita no fue bien. Solo vino uno de los apuestos con tres más que no daban la talla. Ni en hermosura ni en simpatía. Tampoco pedían tanto, eran chicas de juerga en Ibiza que solo querían pasárselo bien. Estaban dispuestas a bajar un poco el listón, pero no hubo manera.

Se centraron en el más guapo, compitiendo por él sin recatarse demasiado. Gestos, insinuaciones, miradas…Al menos que una pudiera follar bien esa noche. Pero incluso ahí, también el tipo metió la pata. Soltó una “perla” que las dejó frías a las cuatro. Hablaban de sexo y habían puesto la directa. Otra forma de llevarse la presa. Cada chica decía lo que le gustaba hacer en la cama, como ofertas de placer para que el guapete se decidiera al fin por alguna de las candidatas.

Cuando Inma comentó que le gustaba que le hicieran sexo oral, él torció el gesto, en un ademan que no pasó desapercibido a ninguna.

¿Qué pasa? ¿No te gusta comer almeja? Le soltó Bea de sopetón.

Bueno, la verdad es que no me gusta demasiado el sabor a marisco, no…

Pero seguro que te gusta que te la chupen ¿no?

No es lo mismo…

¿¿¿¿No es lo mismo???? Y eso… ¿Por qué?

Bueno, el coño (perdonadme por la expresión, pero mejor hablar claro) es más… no sé, como más propenso a acumular suciedad y olores. El flujo, la regla, etc…al fin y al cabo es un agujero natural y siempre es más difícil de mantener la higiene…a mí siempre me da algo de olor…

Es tan fácil como lavarse, igual que vosotros os laváis la polla y los huevos…bueno, algunos…
contestó Inma con sorna.

Menudo gilipollas. Al final todos iban a salir rana. El ambiente se enfrió, a pesar de los intentos de ellos de reconducir la situación. Parecía claro que esa noche se iban en blanco, cuando Carmen se empleó a fondo con el “modelo”. En un arranque que las dejó a las tres fuera de juego, mientras bailaban, le echó los brazos al cuello y le comió la boca. Sus curvas se ofrecieron a sus manos, sin más restricciones que las que él quiso poner por estar en un sitio público. Varios restregones de las tetas por su pecho y un contacto directo en los bajos, completaron la faena, convirtiendo al chico en una bola de testosterona, músculos y deseo, incapaz de seguir otra senda que la que Carmen le trazaba.

Luego, vieron atónitas como se iban juntos, sorprendidas tanto por el golpe de mano de su amiga, como porque no hubiese dado apenas importancia al comentario hecho por él. Carmen era la más guerrera de la pandilla, y aunque como las demás, estuviese loca por echar un buen polvo con un tío guapo y aparente, les extrañaba mucho que perdonara un desliz de ese calado. Por mucho menos se la había liado parda a otros.

¿Dónde estarían ahora? Estaban preocupadas por su amiga y se entretuvieron en la recepción un momento, comentándolo.

De repente, se oyó la notificación de entrada de un mensaje en el móvil. En realidad en los tres móviles casi simultáneamente. Había respondido en el grupo.

Ya vuelvo.

¿Ya? ¿Qué ha pasado?

Nada, ahora os cuento…


Una foto entró en el chat y cargó rápidamente.

Atónitas vieron una imagen tomada desde arriba en lo que parecía ser un aseo de un pub. Carmen sentada en el lavabo, abierta de piernas y sin bragas. No se le veía bien la cara pero era evidentemente ella. El vestido, las formas, su coñito sin depilar por completo como era su costumbre…

Entre sus muslos, una cabeza rubia, que tampoco costaba nada identificar. La boca en contacto directo con su coño. La nariz apenas sobresalía sobre su pubis.

La imagen estaba tomada desde arriba. Carmen la había hecho con el brazo extendido, sin flash, seguramente sin que el chaval se percatara.

No salían de su asombro.

Joder, con el que no le gustaba chupar almejas…

Unos minutos después, Carmen hacia su entrada en el hotel. Sus amigas la recibieron con aplausos que generaron miradas de desaprobación por parte de la recepcionista.

¿Pero ya estás aquí? ¿No habéis seguido?

No, solo de he dado de cenar un poco de marisco y lo he dejado sin postre
, rió Carmen…

Jajajaa que cabrona. Si sabíamos nosotras que había gato encerrado. ¿Carmen callándose? ¡Ni de coña!

Pues el pobre estaba como una moto. Lo puse a cien y en el siguiente garito me lo lleve al wáter. No veáis la cara cuando me quité las bragas y me senté en el lavabo. Me la quería meter del tirón. Cuando le dejé claro que tenía que pasar antes por ahí, no dijo ni mu. Se bajó al pilón de inmediato. Y que sepáis que desde esta mañana que me duché, aquello estaba sin tocar. Había ido varias veces a mear y además lo tenía convenientemente mojadito por el gusto que me estaba dando. Este, a partir de ahora, se lo come todo.

Jajajaaaaa…habrás aliviado al chaval al menos ¿no?

No, se me hacía tarde y le dije que ya lo llamaría otro día…que prefería continuar en un sitio más íntimo…

¡Venga ya! ¿Al final no follaste con él? ¿No le hiciste ni una paja al chaval?

Yo no follo con gilipollas…solo los curo de sus manías…





Subieron juntas al ascensor sin poder reprimir las risas…
 

La primera vez



Ellos andan delante de ti por el pasillo oscuro y enmoquetado. No sabes si es el ruido apagado de sus pasos sobre la alfombra, o los latidos sordos de tu corazón, lo que te golpea en las sienes. Tú no caminas, sino que pareces levitar apenas a un palmo del suelo.

Un ligero mareo te embarga. Estas en tensión y una leve nausea te sube por la garganta. El, la lleva cogida por la cintura, tomando por anticipado posesión de lo que ya entiende como suyo. Guiándola hasta la puerta de la habitación. Evitando dudas e indecisiones por su parte. Dando ya por consumado el trato.

Ella no le toca. Sus brazos caen a los lados y acompañan el movimiento de sus caderas. La sabes nerviosa. Aunque trata de aparentar seguridad, aun duda.

Piensas en echarte atrás, aún hay tiempo. No habéis cruzado la puerta. Todavía es posible un “vamos a dejarlo para otra ocasión, no estamos preparados”…pero sabes que él tiene razón. O lo estáis ahora o no lo estaréis nunca. Solo hay una forma de saber si este es el camino correcto. Hay que ser valientes. Hay que hacer realidad las fantasías.

Tiene experiencia, ha conseguido que sus palabras os empujen escaleras arriba, y no ha necesitado repetirlas para que aun resuenen en vuestros oídos, dándoos ánimos para traspasar esa puerta que os acaba de abrir.

Tu esposa duda un instante, y luego, sin volver la vista hacia ti, entra en la habitación.

Una botella de champan descorchada, una última copa tiembla en la mano de tu mujer que se la bebe de golpe, tratando de darse ánimos.

Vamos a lo que hemos venido ¿No os parece?...dice él mientras la agarra por la cintura y la lleva hasta la cama. Con estas palabras lo ha dicho todo. Te vuelve a dejar fuera de juego, dominando la situación, como corresponde su rol de macho dominante. Abajo, en el restaurante, no has hecho sino hablar y hablar sin decir nada. Tratando de romper el hielo inútilmente; de crear una atmosfera de complicidad sin conseguirlo; de rebajar la tensión para poder concentraros en disfrutar, pero ésta, no ha hecho sino aumentar. Y sin embargo, él con una sola frase pone las cosas en su sitio. No solo con palabras, son también sus movimientos, estudiados y seguros. Sin apelación posible. Los dos estáis como hipnotizados y le dejáis hacer.

Ella se deja quitar un tirante del vestido. Luego el otro. La ves estremecerse, inquieta, mientras le besa el cuello y lo recorre con sus labios. El sostén de encaje negro queda al descubierto.

Te desquicias. Estas perdiendo el control. Tienes la horrible sospecha de que quizás nunca lo has tenido.

Una caricia deja al aire sus pechos. Los pezones como dos pitones, furiosos, asustados y excitados, apuntan al cielo… si lo hubiera. Pero no hay cielo, solo un infierno preñado de lujuria, deseo y duda. El vestido cae a sus pies con solo unos movimientos de cadera. Manos expertas desaparecen entre sus muslos y buscan el tesoro bajo las braguitas semitransparentes.

Ella se deja hacer, al principio indiferente, luego obediente y más tarde, empieza a mover su pelvis, acompañando suavemente las caricias. La mirada se le vuelve turbia, te mira y cierra los ojos. La respiración se le acelera casi a su pesar.

Pasado un rato, cae de rodillas entre temblores, y se aferra a una verga que roza provocadora su cara. Él no le ha pedido que la tome, ha sido iniciativa suya, quizá un acto reflejo.

Cada suspiro, cada jadeo, se te clava en la mente. Luego baja formando un nudo por tu garganta y cae en el estómago, provocando un leve mareo que te hace tambalear. Luego, finalmente un cosquilleo atraviesa el vientre y se trasforma en una gran erección, dura y palpitante. Renuncias a hablar, ya es tarde para decir o hacer nada. Te dejas caer en un sofá…y miras…

Parece que apenas ha pasado un instante, pero no sabes cuánto tiempo llevan entrelazados en la cama. El que él ha considerado necesario para derribar sus defensas, para hacerla abstraerse de tu presencia, para que olvide la situación y se centre en el placer.

La vista se te nubla, te cuesta enfocar en la penumbra.

Crees que la has oído gemir. Piensas que se aferra a su carne con deseo. Sospechas que ha pronunciado su nombre mientras la penetra. Ves que cierra los ojos cuando llega al clímax y se corre entre convulsiones. ¿O eres tú el que los ha cerrado? Todo es como un sueño y luego, no sabrás con seguridad distinguir la realidad de lo imaginado.

Quizás lo único cierto será la mancha de semen en tu pantalón. Te has corrido solo frotándote, sin llegar a sacar la verga de su escondite. No eres apenas consciente de que ha sucedido. Notas la humedad pegajosa incrédulo, mientras la mancha se extiende.

Y como una alucinación lo ves salir de ella y levantarse de la cama. Se sitúa desnudo frente a ti, para que puedas ver bien su polla aun erecta y con un goterón de esperma que deja un hilo transparente al caer. Se mueve a los lados y el hilo se abraza a su falo, dejando un rastro brillante. Es curioso cómo te fijas en esos detalles y todo pasa a cámara lenta. Y también como ya estás tranquilo, una extraña paz te invade. De alguna forma sientes que ya no hay dudas porque ya es irreversible. Que la suerte está echada.

Esto ha sido solo el principio, afirma…Pronto habrá más…

Él, cumple el pacto y se viste. Debe dejaros ahora solos. Tenéis que digerir todo lo que ha sucedido, el paso que habéis dado y sus consecuencias.

Te acercas a la cama y recorres con la mirada el cuerpo de tu mujer. Las marcas en sus caderas, justo donde sus manos la han aferrado para embestirla; su vientre palpitante aun; su sexo depilado y húmedo de Dios sabe qué; sus pechos pequeños y arañados en el fragor del polvo…y por fin su cara. Ahí debe estar la respuesta.

El sudor cae por su frente, sus labios son un borrón de carmín, la expresión serena. No ves odio, ni arrepentimiento, ni rechazo. Solo brillar un destello de lujuria que parece ir apagándose poco a poco.

Y no habláis.

Te quitas la ropa y observas una nueva erección mientras te colocas entre sus muslos, que ella abre ahora para ti. Notas como el calor invade tu falo a medida que entra sin dificultad en sus entrañas. Ella exhala un sonoro suspiro y ves que de nuevo la luz de la lujuria vuelve a sus ojos.

Todo está bien, piensas mientras hacéis el amor…
 
Vecino y amigo.

Siempre has tenido una relación especial con Alberto. Amigo, confidente, compañero de juegos…pero últimamente, hay mucho más que eso. Hay bastante tensión sexual entre los dos. Y sabes que eres mala, que te gusta provocarlo aun sabiendo que los dos tenéis ya pareja. Hoy, en la piscina del chalet, sin ir más lejos. Bajo la mirada desaprobatoria de vuestros padres, vecinos de toda la vida, que no entienden vuestros juegos ya con 18 años. Juegos en el agua y sobre la toalla. Risas y provocación. Contacto de pieles mojadas, permitidas en críos y adolescentes, pero más allá de lo razonable con vuestra edad.

Alberto tímido y paradete, como siempre. Tú lanzada y sin vergüenza, disfrutando de su turbación cada vez que te abrazas a él y le clavas tus tetas en su espalda, cada vez que tu culo respingón roza su paquete, cada vez que sus manos te sujetan por las caderas en el fragor de vuestros combates de mentira.

Todo aderezado con un bikini que enseña demasiado y unas posturas y gestos provocativos al tomar el sol juntos. Y sobre todo, con una lengua picara y descarada, que lo pone en más de un apuro cuando le relatas lo que te hace tu ultimo novio, o cuando le preguntas con cara inocente si él y Laura ya han follado. No dices “si habéis hecho el amor”, utilizas a propósito el verbo “follar”, lo que lo deja aún más azorado, sin saber a qué atenerse contigo.

Cuando entráis en casa para ducharos y cambiaros, observas como va con una buena erección, aunque trata de disimularlo. Además de guapo y con un buen cuerpo, parece tener una verga razonablemente grande. Se te ocurre otra maldad. Puede ser ir demasiado lejos esta vez, pero sabes que con Alberto juegas sobre seguro. El jamás se enfadaría en serio contigo, ni aunque le hicieras la mayor de las putadas. Son años y años de haberlo acostumbrado a tu forma de ser y además, su devoción por ti es a prueba de bombas.

Estáis solos en la planta de arriba, vuestros padres aún continúan en la piscina. Sales de la ducha únicamente con un tanga de color blanco. Tu coñito depilado se transparenta a través de los encajes. Las tetas pequeñas y redondas, desafían a la gravedad, con unos pezones rosados en punta por el agua fría con que te has duchado…no es la primera vez que te las ve (eres aficionada al topless), pero si la primera que entras solo en bragas en su cuarto…

Berto, la ducha ya está libre!!!! Sabes donde hay un secador de…

Te has quedado sin habla. Esto no te lo esperabas. Alberto está de pie, totalmente desnudo. Te fijas en su verga. ¿Es así de grande sin erección?

No se mueve, no habla, parece que ni siquiera respira. Obviamente no esperaba que entraras por sorpresa. Buscabas ese efecto pero ahora la sorprendida eres tú. Ninguno dice nada.

Por fin, te recuperas y tomas la iniciativa. ¿Quién sino tú?

Un brillo de maldad cruza por tu mirada. Te acercas a él y extiendes tu mano hasta tocar su polla. Esta da un respingo solo con el contacto. La agarras cerrando la mano sobre el falo. Sin saber muy bien por qué, de forma casi inconsciente y automática, te la restriegas por tu pubis, por encima de la braguita. No es premeditado, no forma parte de un plan, como la mayoría de tus travesuras…no sabes quien disfruta ni quien se turba más, si tu o él. Te mojas y tus pezones se hinchan hasta casi dolerte…luego te das la vuelta y te vas corriendo a la otra habitación…esta vez te vistes y te vas sin despedirte.
 
Como ha sido siempre...



Caminas junto al muelle despistado y meditabundo. Delante, Rosa ríe y hace bromas con el resto del grupo. Está contenta y animada.

Tu sin embargo, ni siquiera sabes si alegrarte o no de que haya aparecido de nuevo en tu vida. Es la hermana mayor de tu amigo Pablo y te saca 14 años. Acaba de entrar en los cuarenta.

Tras mucho tiempo desaparecida, divorcio y vuelta a la ciudad. Han pasado años sin verla y ahora a todas horas la tienes alrededor. Recuerdas como ella era tu amor de juventud. Cuando apenas empezabas a salir con chicas, ella era tu diosa, tu referente. Libre, desinhibida, sensual, cercana pero inalcanzable, a otro nivel.

Te colabas en sus fiestas, oías su música, les veías beber y fumar cosas que para ti aún estaban prohibidas. Y ella disfrutaba provocándote, dejándose admirar, divertida ante la expectación que generaba entre los amigos de su “hermanito”. Ahora parece que todo se repite.

Vuelve a jugar contigo, a envolverse de un halo de picardía y sensualidad, a sacar temas inapropiados para un hombre que lleva tanto tiempo sin ver, que ya no es un chico atolondrado y embobado con ella…o eso debiera. ¿A que vienen esas confianzas, como si se hubiera ido ayer? ¿Por qué te cuenta detalles de su vida íntima? ¿Y ese interés en saber de la tuya?

Ha reconocido el terreno y ya sabe que estas libre. Se ha encargado de que sepas que ella está disponible y que viene con ganas, después de un mal final a su relación. Rompe la distancia tocándote, dándote un beso húmedo en la mejilla vez que se encuentra contigo, prolongando el contacto físico. Hace bromas (¿o no lo son?), acerca de si esta vez no está dispuesta a dejar pasar la oportunidad de follarse un yogurin si tiene la oportunidad…

Pero tú no estás dispuesto a que te trate como un crio. Ni eres ya adolescente, ni ella está en la veintena. Tú quieres dejar las cosas claras entre ambos. No soportas que sea condescendiente ni juegue contigo. Si pretende algo, que lo pida. Que muestre sus cartas. Y si no que te deje en paz.

Así se lo has dado a entender esta mañana en un aparte.

¿Vas en serio o qué? Me gustas pero no estoy dispuesto a perder el tiempo ni a hacer el bobo.

Ella te sonríe y muy calmada te dice que en un rato te dará la respuesta, casi molesta porque hayas interrumpido su diversión.

¿En un rato? ¿Qué es lo que tiene que cavilar? ¿Está riéndose de ti? No sabes que pensar. El tono ha sido neutro, sin asomo de burla.

Ella se descuelga del grupito y entra en unos aseos. Espérame un momento…te dice.

Cuando sale te mira con picardía. Retomáis el camino juntos tras el grupo de amigos. Está claro que ha parado porque quiere poner distancia. De repente, se da la vuelta y queda frente a ti, dándoles la espalda a los demás. El muelle esta desierto en ese momento. Con una mano, busca el pliegue de su falda y lo retira a un lado. Un triángulo surge ante tus pasmados ojos. Por arriba está delimitado por dos extremos del pubis, donde aparecen pelillos recortados, como césped en una pradera. En el vértice de abajo, su sexo se muestra sin ambages, al aire libre y perfectamente visibles los labios de su coño.

Desafiante, lo mantiene expuesto ante ti unos segundos eternos. Te has quedado paralizado y tu cara debe ser un poema porque ella suelta una risotada. Te estremeces pensando que todo el mundo la ha oído, que todos se han dado cuenta, pero ese momento parece perteneceros, porque nadie os observa. Y si no ha sido así… ¿A quién le importa?...parece decirte ella con la mirada.

Pero aún no ha acabado. Te da algo con la otra mano, en la que hasta ahora no te habías fijado. Son sus bragas. Lencería verde de seda.

Toma, guárdamelas. Ya me las darás esta noche cuando quedemos.

Y acto seguido se da la vuelta y camina al encuentro de los demás. Esta vez anda de forma un tanto diferente. Como moviendo más voluptuosamente las caderas. Hipnotizándote con el bamboleo de su culo. Está claro que te está dedicando el paseíllo…

Hasta entonces has estado atónito por la sucesión de hechos, pero ahora, una erección explota en tu entrepierna. Sabes que va desnuda y que ya es seguro que esta noche vas a gozar de lo que hay debajo de la falda, ese coñito que ella te ha dejado ver.

Bueno, aquí tienes su respuesta…piensas. Ha vuelto a demostrar quién tiene la iniciativa, quien es la que manda…pero eso a ti ya no te importa, casi que te gusta que sea de esa manera…como ha sido siempre.
 
Lo que a ella le gusta mas

Damián sonrió al subir al taxi que le llevaba de la estación a casa. Después de unos días fuera por motivos laborales tenía razones para estar contento


Sabía que su mujer le esperaba en casa y que como siempre que viajaba y estaban varios días sin verse, habría sorpresa.


Le había propuesto salir a cenar juntos, pero ella le había dicho que no, que ya haría algo de picar en casa. Rechazar una invitación a cenar solo podía significar una cosa y es que le había preparado una buena bienvenida.


Seguramente le recibiría como la última vez: en lencería de encaje y con un camisón semitransparente encima. No lo dejaría ni soltar la maleta. Lo llevaría de la mano al dormitorio y de allí no saldrían hasta un par de horas después, para cenar algo frío y descansar antes de continuar. Sería una de esas noches que dejan sensación de Jet Lag, que empalman una tarde con un nuevo día. De las que te dejan cansado y desubicado, como si no hubieses dormido y tu cuerpo siguiera un ritmo diferente al del momento en que vives.


Charo lo exprimiría al máximo, intensa e incansable, reclamando para si toda su esencia y vigor, hasta dejarlo agotado. Como siempre que estaban unos días sin verse. Damián volvió a sonreír. Quien la ha visto y quien la ve ahora. Recordó lo cerca que estuvo de dejar pasar al amor de su vida. Ella todavía se ríe al acordase de la cara que puso cuando le soltó que estaba dispuesta a llegar virgen al matrimonio.


Era su segunda cita. Habían conectado perfectamente. Se gustaron desde el primer momento y Damián se las prometía muy felices. Tras un primer encuentro de cortesía y de tanteo, creyó llegada la hora de apostar fuerte. Al principio, cuando ella se lo soltó con toda la tranquilidad del mundo, pensó que bromeaba. No podía ser.


Aquella chica inteligente, decidida y picara, no podía estar hablando en serio. ¿Nada de sexo hasta el matrimonio?


Es mi decisión, creí que debías saberlo antes de continuar con esto…


No lo entiendo…


¿Qué no entiendes? Son mis principios y es mi deseo. La que sea mi pareja debe respetarme y ser capaz de pasar esta prueba conmigo.



Lo que no se atrevió entonces a decirle es que hoy en día, algo así le resultaba increíble, a menos que fueras una friki, una fanática o una chica manipulada y sometida por su entorno. Y ella no tenía pinta de ser nada de eso. Tampoco se decidió a levantarse y a decirle: bueno guapa, hasta aquí hemos llegado. Ni de coña me echo una novia que no quiera tener sexo conmigo hasta la boda, que es lo que le pedía el cuerpo.


Algo le impulsó a quedarse todavía un rato más con ella. Le pareció fuera de lugar plantarla sin más. Esperaría a terminar la cita.


Pero el rato se convirtió en toda una noche juntos. Y la cita terminó, pero llegó otra. Y la cuarta vez que se vieron, Damián tuvo que admitir que estaba pillado. Se había enamorado, aunque no podía consumar esa pasión.


No podía creérselo. Él había sido un picaflor perenne, siempre dispuesto a la aventura y huyendo del compromiso. Tenía éxito con las chicas y sabía elegir. Rara era la vez que no conseguía sexo en las primeras citas. Y Charo no era ni mucho menos la más guapa con la que había estado, pero tenía algo…que la hacía distinta. Si cualquier otra le hubiese dicho lo que ella, habría salido por pies sin ni siquiera mirar atrás.


La única victoria que se pudo atribuir Damián al respecto, fue que una vez formalizada la relación, Charo consintió en tener sexo sin penetración. El límite era introducir su miembro en el cuerpo de su novia. Ni follar, ni sexo oral. Para él, solo masturbación. Y para ella…bueno, con Charo no habría problema en que le hiciera sexo oral. Al fin y al cabo, no la iba a desflorar con la lengua. Así que toda la calentura y excitación se la quitaban a base de masturbaciones mutuas y cunnilingus a su novia.


Ella no era ninguna mojigata, y la promesa de futuros placeres no hacía más que enervar a Damián. Y sus expectativas se vieron confirmadas. No tanto su noche de bodas, en que el cansancio y el alcohol recomendaron aguantar un día más. Una buena masturbación, ducha y a dormir, no era cuestión de desaprovechar esa tan esperada primera vez con un polvo cualquiera. Pero los días siguientes…madre mía. Él no recordaba jamás haber follado con esa intensidad, con ese deseo. Hasta la extenuación. Sin límites ni pegas. Charo se entregaba hasta el final. No había cosa que no probaran. Se corrió en todas las posturas posibles y penetró todos los orificios que la naturaleza dejaba penetrar. Fue el inicio de una nueva etapa, en la que quedó claro que también se entendían a la perfección en la cama. Había merecido la pena. Una apuesta arriesgada pero que había funcionado.


La única secuela que le había quedado a Damián, era su falta interés por la masturbación. De todas las practicas (y eran muchas) que le gustaba hacer con su mujer, que le sacara la leche manualmente era la que menos le atraía. Habían sido tantas pajas, que prefería gozar de otras formas.


En cambio Charo, sí que había desarrollado durante su corto noviazgo una gran afición a que le comieran el coño. Su novio se había convertido en un experto. No había llegado a depurar la técnica de masturbarla solo frotando su clítoris. Tenía tendencia a acabar introduciendo un dedo en su rajita, y eso la hacía dar un respingo y retirarse, cortando el rollo a ambos, por lo que siempre acababa lamiéndole el sexo. Era increíble lo que había aprendido a hacer con la lengua, la sensibilidad que había desarrollado para detectar donde, cuando y como tenía que lamer y chupar. Charo se volvía loca y era rara la vez que no lo practicaban. Normalmente, uno de sus orgasmos estaba reservado para ese tipo de placer. Frecuentemente, el único, si no había posibilidad o ganas de extenderse más.


Fin de trayecto. Había llegado a la puerta de casa. Un breve timbrazo. A Charo le gustaba que la avisara antes de entrar, cuando volvía después de viajar. Le daba tiempo a prepararse. Esta vez no tuvo que esperar apenas. Ella abrió enseguida y le hizo pasar.


Llevaba su bata de estar por casa y sus cómodas zapatillas de paño, nada morboso por cierto…nada de pintura en la cara y el pelo suelto, aunque cepillado y liso.


Si Damián sintió alguna decepción, no lo dejo traslucir. Estaba ahí y eso era lo que importaba. Una sonrisa le iluminó la cara mientras se acercaba a darle un beso. Ella le puso una mano en el pecho impidiéndole acercarse, mientras le sonreía a su vez.


Dio un paso hacia atrás y se quitó la bata, dejándola caer a sus pies. Estaba completamente desnuda. Sin bragas, sujetador, encajes o medias…simplemente sus pechos con los pezones ya erectos por la excitación, un vientre terso, que se agitaba con cada respiración, ansioso por el contacto… y un sexo totalmente depilado que ya dejaba entrever el brillo de alguna humedad.


Damián dejó caer la maleta al suelo. Lo había vuelto a sorprender. Qué maravilla de chica. La cogió en brazos y la llevo directamente al dormitorio, mientras se comían la boca por el camino con la ansiedad y desesperación de las ganas contenidas durante días.


En la cama, más besos, lametones, mordiscos y caricias que progresivamente iban dejando de ser tiernas, para convertirse en contactos directos y furiosos: de su boca en los pezones de Charo; de sus dedos hurgando entre las piernas de su mujer; de su polla presionando contra su vientre…


Ella casi le arrancó la ropa, reclamando lo que era suyo y necesitaba desde hacía tiempo. Con la mirada turbia y directa se lo decía todo. Damián estuvo tentado de entrar directamente en ella sin más preámbulos, pero sabía que se correría apenas lo hiciera. Desde que estaba con Charo, nunca pensaba primero en él. Todo su afán era satisfacerla y sabia, que ella necesitaba un primer orgasmo antes de que el la llenara de improviso, de una catarata de semen caliente.


Pídeme lo que quieras cariño…


A Charo se le iluminó la mirada…ya sabes lo que me gusta amor…


Sonrió y se situó entre sus piernas. Al principio, sus dedos acariciaban la cara interna de los muslos, anticipando el recorrido que luego haría su lengua, que avanzaba tras ellos. Cuando llego al sexo, ella suspiró con impaciencia. Deseaba ya que su boca se cerrara sobre su clítoris, succionándolo, a la vez que un par de dedos entraban en su vagina. Pero Damián decidió castigarla todavía un poco. El orgasmo más esperado, era el más intenso.


Para desesperación de Charo, se entretuvo en sus labios mayores, besándolos y mordisqueando levemente, para luego abrirse paso con la lengua, hasta donde pudo llegar en su húmedo coñito. Solo cuando su barbilla ya chorreaba de saliva y flujos, su boca busco el clítoris y se cerró sobre él, lamiéndolo primero, y succionando suavemente después, sabiendo que era la llave que abriría el placer de su chica.


Como un ladrón de guante blanco, seguía tomándose su tiempo en forzar la cerradura, con movimientos suaves y un contacto preciso, con una coreografía estudiada y ensayada de forma cuasi profesional.


Un dedo se introdujo sin ninguna oposición ni dificultad en la húmeda vagina. Los movimientos se acompasaron con los chupetones de su botón del placer. Charo comenzó a gemir de forma cada vez más descontrolada. Su pelvis se movía arriba y abajo. Deseaba ya un ataque en toda regla, esto iba demasiado lento para la calentura que la estaba poseyendo.


Mas…mas….fuerte….más rápido….suplicó.


Pero Damián no se dejó convencer, con una risita apagada siguió jugando sin querer entrar a matar…


Oh…venga ya!!!!! Eres maloooooo!!!! Quiero correrme ya!!!!


Todavía un poco más
, pensó él…


Entonces, su mujer se retiró bruscamente, y con una fuerza insospechada, le obligó a girarse y quedar boca arriba tumbado. Luego se situó a horcajadas, con el coñito directamente en su cara. Empezó a frotárselo por la boca, reclamando que empezara a lamer de nuevo. La lengua se introdujo en su vagina y desde dentro a fuera, estimuló otra vez los centros de placer. Ahora ella dirigía, y él solo tenía que concentrarse en chupar y chupar.


Damián reconoció el sabor inconfundible del coño de Charo. Estaba seguro que podría distinguirlo entre otros mil que probara a ciegas. Se lo había comido tantas veces, que reconocía el flujo y los olores característicos del sexo de Charo perfectamente. Era el olor y el sabor que siempre le venían a la cabeza cuando la echaba de menos. Mientras que otros novios recordaban el perfume preferido de su chica, el recordaba a que sabía su chocho, aunque se guardaba mucho de contarlo, claro. Antes de ella, ya se lo había hecho a otras chicas, pero nunca se detuvo a pensar en eso, y por supuesto, no habría sido capaz de recordar a ninguna por el olor o sabor.


Ella se movía cada vez más dislocada sobre su boca. Estaba empezando a perder el control. Damián sabía lo que significaba. Charo le presentaba su clítoris justo en los labios, suplicando que aumentara el ritmo. Tenía la boca llena, intentando abarcar sus labios mayores a la vez que concentraba su lengua en el punto preciso. Llenándosela de flujo y saliva, que resbalaban mezclados por su barbilla, formando una humedad considerable en su pecho.


Cuando empezó su mujer a contraerse, en la antesala del clímax, aferró sus dos nalgas, para evitar que se moviera y se perdiera el contacto. Ella se desbocó, rompiendo a correrse. Cuando estalló en su boca, un chorro de líquido salió de su coñito, pudiendo notarlo perfectamente, como si de una pequeña eyaculación se tratara. Eso también distinguía a su chica. Era de las que tenían un pequeño squirting al llegar al orgasmo.


Aguantó casi asfixiado a que ella dejara de temblar. Un pequeño chupetón a su clítoris, hizo que diera un salto y se dejara caer de lado. Ahora lo tenía hipersensible y pasarían unos minutos antes de que pudiera siquiera tocarlo o rozar alrededor. No le importaba, sabía que en breve tendría su merecido premio, así que sonrió satisfecho mientras Charo, aún continuaba en otro mundo y con los ojos cerrados.
 
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