El dormitorio estaba caldeado, el aire denso con el aroma salado de sus cuerpos entrelazados. Las sábanas, revueltas y pegadas a su piel, guardaban el calor de una sesión que había dejado el ambiente cargado de intimidad. Norma y Daniel yacían desnudos, sus piernas enredadas bajo la brisa perezosa del ventilador de techo, que zumbaba con un ritmo monótono. Siete años de matrimonio les habían forjado una confianza sin filtros, donde podían hablar de todo: los ligues fugaces de juventud, las noches locas que aún recordaban entre risas, las fantasías que confesaban en susurros entre besos robados. Pero esta noche, un destello en los ojos de Daniel prometía algo nuevo, un terreno inexplorado que vibraba con audacia.
A sus 34 años, Daniel conservaba un encanto juvenil que lo hacía irresistible: cabello oscuro desordenado, una sonrisa traviesa que desarmaba, y un cuerpo tonificado por las horas voluntarias en el centro comunitario, donde cargaba cajas bajo el sol del mediodía o montaba escenarios para eventos que llenaban el barrio de risas. Norma, a sus 39, exudaba una seducción natural que se acentuaba con los años: curvas suaves que hablaban de vida vivida, ojos castaños que chispeaban con picardía, y una seguridad que provenía de sus días más salvajes, antes de que Daniel entrara en su mundo y lo estabilizara con su devoción constante. Ahora, recostada contra las almohadas, su piel brillaba bajo la luz ámbar de la lámpara, mientras Daniel trazaba círculos lentos en su muslo, su toque cálido y familiar.
—Oye, Normita —dijo él, su voz baja, juguetona, con ese tono que usaba para encenderla. —Hojeé una revista en el centro hoy. Una de esas de psicología barata, pero tenía algo… intrigante.
Norma alzó una ceja, girándose hacia él con una sonrisa divertida, su cuerpo relajado pero alerta. —¿Qué? ¿Ahora lees revistas de chismes? —bromeó, dándole un empujón suave en el pecho. —Cuéntame, ¿qué encontraste?
Daniel rió, sus dedos subiendo por la curva de su cadera, deteniéndose donde la piel era más sensible, justo en el pliegue entre muslo y vientre. —Era sobre fantasías sexuales. Decía que la número dos para las mujeres es… un trío con dos hombres.
Un calor súbito trepó por las mejillas de Norma, traicionando su risa ligera. Se incorporó, la sábana deslizándose para revelar sus pechos pequeños pero perfectamente formados, que subían con cada respiración. —¿Un trío? ¿Y eso te puso a pensar, eh? —dijo, su tono mitad burlón, mitad intrigado, mientras sus ojos se entrecerraban, escudriñándolo.
Daniel sintió un nudo en el estómago, no de nervios, sino de pura excitación. Había imaginado esto antes: Norma, en el centro, adorada, tomando el control mientras él observaba, deleitándose en su poder. No era solo sexo; era verla en su máxima expresión, libre, deseada, mientras él saboreaba cada instante. —Digamos que sí —respondió, su voz más grave, sus dedos apretando ligeramente su cadera. —Pensar en ti, en el centro, con dos tipos pendientes de cada movimiento tuyo… joder, Norma, es una imagen que me quema.
Ella lo miró, sus labios entreabiertos, la sorpresa dando paso a una curiosidad que no podía ocultar. Habían hablado de todo, pero esto era audaz, un juego que rozaba lo prohibido. Dentro de ella, una chispa de duda se mezclaba con un cosquilleo de deseo: ¿y si esto cambiaba algo? Pero la forma en que Daniel la miraba, con esa mezcla de adoración y fuego, la hacía sentirse invencible. —¿Es eso lo que quieres? —preguntó, inclinándose hacia él, su aliento rozando su mejilla. —¿Verme con otro hombre, tocándome, mientras tú… qué, miras?
Daniel tragó saliva, su cuerpo reaccionando al desafío en su voz. —Sí —admitió, su voz casi un gruñido. —Quiero verte, Norma. Quiero verte tomar lo que quieres, ser el centro de todo. Saber que al final eres mía, pero verte libre… me vuelve loco.
Un escalofrío recorrió a Norma, sus muslos apretándose bajo la sábana. La idea era escandalosa, pero la seguridad de su cama, con Daniel a su lado, la hacía menos imposible. Recordó sus días más salvajes, noches de bares y desconocidos, pero esto era diferente: era un juego compartido, un acto de confianza. —¿Y cómo sería, señor voluntario? —preguntó, su voz baja, provocadora, acercándose hasta que sus labios casi rozaban los de él. —¿Quién sería el otro? ¿Algún amigo tuyo del centro?
Daniel rió, el sonido entrecortado por el deseo que ardía en sus ojos. —Podría ser —dijo, su mano deslizándose por su espalda, atrayéndola más cerca. —Alguien que sepamos, que entienda que esto es nuestro. Te tocaría, te besaría, y yo estaría ahí, viendo cómo te dejas llevar. Y después… te tendría solo para mí.
Norma sintió un calor nuevo, no solo en su piel, sino en la certeza de que Daniel lo deseaba tanto como ella empezaba a imaginarlo. —¿Y no te pondrías celoso? —preguntó, sus dedos rozando su pecho, deteniéndose sobre su corazón, que latía rápido. —Verme con otro, dejando que me toque…
—Tal vez un poco —confesó él, sus manos apretándola más fuerte, su voz ronca. —Pero eso es lo que lo hace tan jodidamente caliente. Saber que eres mía, pero verte libre, tomando todo… me enciende, Norma.
Ella sonrió, traviesa, y lo besó con una intensidad que los dejó sin aliento, sus cuerpos apretándose como si quisieran sellar esa chispa recién encendida. Esa noche no hablaron más, pero mientras se dormían, enredados, Norma sabía que habían abierto una puerta. No sabía si la cruzarían, pero la idea ya los consumía.
Norma intentaba mantener la compostura, pero su respiración se aceleraba, sus mejillas enrojeciendo. —Eres imposible —respondía, dándole un empujón juguetón, pero la semilla estaba plantada. Marcos, un conocido del centro comunitario, tenía 36 años, un aire relajado pero seguro, una risa fácil que llenaba el espacio. No era el típico galán, pero su presencia cálida, su forma de moverse, sugería que sabía lo que hacía. Cada mención de su nombre hacía la imagen más vívida: sus manos fuertes, su mirada confiada, la idea de ser deseada por dos hombres a la vez.
Una noche, mientras veían una película subidita de tono en el sofá, Daniel apagó el televisor y la miró fijamente. —Hablo en serio, Norma —dijo, su tono más firme, aunque sus ojos brillaban. —No es solo una fantasía. Quiero que lo hagamos. Quiero verte con él.
Norma sintió su corazón latir con fuerza, una mezcla de excitación y nervios. Había algo en la vulnerabilidad de Daniel, en cómo le entregaba el control, que la hacía sentir más cerca de él. Pero la duda persistía. —No sé, Dani —dijo, su voz suave, casi insegura. —¿Y si cambia algo entre nosotros? ¿Y si no es como lo imaginamos?
Daniel tomó su mano, entrelazando sus dedos. —Nada cambiará lo que siento por ti —dijo, su voz firme. —Esto es algo que hacemos juntos, como equipo. Tú pones los límites, tú decides. Pero piénsalo, Normita. Piensa en lo que se sentiría, dejar que te toquen, mientras yo estoy ahí, asegurándome de que todo sea nuestro.
Ella tragó saliva, el calor subiendo por su cuerpo. La idea de ser el centro, de tomar el control, era embriagadora. Pero también había miedo, una punzada de vulnerabilidad. —¿Y si me gusta demasiado? —preguntó, medio en broma, pero con un dejo de verdad.
Daniel rió, besándola suavemente. —Entonces me encantará verte disfrutarlo —susurró contra sus labios. —Eres mía, Norma. Y si esto te hace sentir viva, quiero ser parte de eso.
Esa conversación marcó un nuevo nivel de intimidad. Daniel seguía dejando caer comentarios, pequeños recordatorios de la fantasía, pero siempre dándole espacio. Le hablaba de cómo la veía, de lo hermosa que era, de cómo cualquier hombre caería a sus pies. Cada palabra erosionaba la resistencia de Norma, reemplazada por una curiosidad ardiente.
Una tarde, mientras cortaban verduras para la cena, Norma rompió el silencio. —Está bien, Dani —dijo, su voz temblando ligeramente, pero con determinación. —Quiero hacerlo. Pero con reglas. Yo decido cómo, cuándo y hasta dónde. Y tú estás conmigo en cada paso.
Daniel sonrió, su corazón acelerado, y la atrajo hacia él, besándola con una intensidad que sellaba el trato. —Eres increíble —murmuró, sus manos apretando su cintura. —Vamos a hacer que esto sea nuestro.
—Reglas —dijo, mirándolo con una mezcla de seriedad y picardía, tamborileando los dedos en la mesa. Una oleada de nervios le subió por el estómago; ¿y si esto cambiaba todo? Pero la admiración en los ojos de Daniel la ancló. —Si vamos a hacer esto, lo hacemos bien. Nada de improvisaciones que nos dejen raros después.
Daniel asintió, su sonrisa ocultando un destello de emoción. Amaba esa faceta de Norma, la que tomaba el control sin dudar. —Tú mandas, Normita. ¿Cuáles son las reglas?
Ella escribió, pensativa. —Primero, el otro tiene que ser alguien en quien confiemos. No quiero un desconocido. Segundo, nada de sentimientos, solo físico. Esto es nuestro, no de él. Tercero, yo pongo los límites en el momento, y si digo que paramos, paramos. Sin preguntas. Y cuarto… —hizo una pausa, mirándolo a los ojos— tú y yo hablamos después, siempre. No quiero que esto nos separe.
Daniel sintió un calor en el pecho, no solo por el deseo, sino por la certeza de que esto era real. —Me parece perfecto —dijo, besando su mano. —¿Y quién es el afortunado? ¿Sigues pensando en Marcos?
Marcos, con sus 36 años, era soltero, discreto, con una presencia que no abrumaba pero destacaba. No era un galán de película, pero su risa fácil y su forma de moverse sugerían experiencia. Daniel lo había mencionado varias veces, y aunque Norma bromeaba, la idea había echado raíces. Marcos era de confianza, lo suficiente cercano, pero no tanto como para complicar las cosas.
Norma se mordió el labio, considerando. —Marcos podría funcionar —admitió, su voz baja, como si decirlo lo volviera real. —Es respetuoso, y… bueno, no está mal, ¿no? —añadió con una risita nerviosa.
Daniel rió, acariciando su mejilla. —No está mal —bromeó, aunque sus ojos brillaban con un toque de celos juguetones. —Hagamos una prueba. Invitémoslo a tomar algo, algo casual, y vemos cómo fluye. Si no te sientes cómoda, lo dejamos en una cerveza.
Ella asintió, el nudo en su estómago mezclado con emoción. —Trato hecho. Pero tú lo invitas, que no pienso hacer el papel de femme fatale todavía.
—¿Sabes, Marcos? —dijo Daniel, con una sonrisa que parecía inocente. —Norma y yo hemos estado hablando de probar cosas nuevas. Aventuras, ya sabes. Sacudir la rutina.
Marcos alzó una ceja, tomando un sorbo de su cerveza. —¿Aventuras? ¿Qué, como paracaidismo o algo más… interesante? —preguntó, su tono ligero pero curioso, sus ojos posándose brevemente en Norma.
Ella sintió el calor subirle al rostro, pero sostuvo su mirada. —Algo más interesante —respondió, su voz firme, aunque su corazón latía rápido. —Pero solo con la gente adecuada.
Marcos no era tonto. Captó la insinuación, y su sonrisa se volvió cómplice. —Bueno, si necesitan un compañero de aventuras, ya saben dónde encontrarme —dijo, levantando su cerveza en un brindis.
La noche pasó entre risas y un coqueteo sutil. Cuando Marcos se despidió, su beso en la mejilla de Norma duró un segundo más de lo necesario, dejando un rastro cálido en su piel. En el camino a casa, Daniel tomó su mano, apretándola con urgencia.
—¿Qué te pareció? —preguntó, su voz baja, ansiosa.
Norma lo miró, una sonrisa lenta creciendo en sus labios. —Creo que puede funcionar —dijo, y el apretón de su mano le dijo a Daniel todo lo que necesitaba saber.
Tras la segunda copa de vino, Norma se levantó para poner música, un ritmo lento y sensual que llenaba el silencio. Daniel, en el sofá, la observaba con una intensidad que la hacía sentirse invencible. Marcos, desde el otro lado de la sala, seguía el movimiento de sus caderas, su admiración evidente.
—Ven, Marcos —dijo Norma, su voz baja pero firme, extendiendo una mano. —Baila conmigo.
Daniel sintió un nudo en el estómago, no de celos, sino de adrenalina pura. Marcos tomó su mano, y comenzaron a moverse al ritmo de la música, sus cuerpos apenas rozándose. Norma giró la cabeza hacia Daniel, sus ojos brillando con desafío y deseo. —¿Estás seguro? —preguntó, su voz un susurro cargado de significado.
Daniel asintió, su voz grave. —Nunca he estado más seguro.
Ella sonrió, y en ese momento, la línea estaba a punto de cruzarse.
La música envolvía la sala, un pulso sensual que acompasaba sus latidos acelerados. Norma, entre Daniel y Marcos, sintió un escalofrío cuando Daniel se acercó por detrás, su calor evidente al presionar su cuerpo contra el de ella. Sus labios encontraron el hueco sensible de su cuello, y un jadeo suave escapó de Norma mientras él besaba su piel con una mezcla de ternura y urgencia. Las manos de Daniel, firmes pero cuidadosas, comenzaron a deslizar el vestido negro desde sus hombros, la tela cayendo lentamente, revelando de inmediato sus pechos desnudos, de tamaño pequeño a mediano, redondeados y firmes, con pezones pequeños y puntiagudos, rodeados de aureolas medianas de un marrón claro que contrastaban con su piel, erguidos y endurecidos por la excitación. No llevaba sujetador, y la exposición súbita hizo que Marcos contuviera el aliento, sus ojos fijos en la curva suave de sus senos, mientras Daniel sonreía contra su piel, sus manos deteniéndose en su cintura.
Marcos, frente a ella, detuvo su baile, sus ojos recorriendo su cuerpo con una intensidad que la hizo sentir desnuda mucho antes de que el vestido tocara el suelo. Pero en su mirada había respeto, una pregunta silenciosa. Norma, con el corazón latiendo con fuerza, asintió ligeramente, dando permiso.
Daniel, aún detrás, deslizó sus manos por su cintura, atrayéndola más cerca, sus labios explorando su cuello, su aliento cálido enviando ondas de placer. —Eres tan hermosa —murmuró, su voz cargada de adoración. Sus manos subieron, rozando la curva de sus caderas, deteniéndose justo debajo de sus pechos, esperando su señal.
Norma giró la cabeza, buscando los ojos de Daniel, y encontró esa mezcla de fuego y seguridad que la hacía sentir invencible. Con un movimiento lento, extendió una mano hacia Marcos, atrayéndolo más cerca. —Ven —susurró, su voz temblando de excitación, pero firme.
Marcos se acercó, sus manos encontrando las caderas de Norma con una delicadeza que contrastaba con la intensidad de su mirada. Sus dedos rozaron la piel expuesta, y por un momento, los tres quedaron suspendidos en un silencio cargado, roto solo por el ritmo de la música y sus respiraciones. Norma sintió el calor de ambos, Daniel detrás, Marcos frente a ella, y en lugar de sentirse abrumada, se sintió en control, orquestando cada segundo.
—¿Estás bien, Normita? —preguntó Daniel, su voz clara, asegurándose de que ella estuviera al mando.
Ella asintió, una sonrisa traviesa curvando sus labios. —Más que bien —respondió, inclinándose hacia Marcos, permitiendo que sus cuerpos se acercaran más.
Daniel sonrió, besando su cuello mientras sus manos subían para acariciar sus pechos, sus pulgares rozando los pezones con una lentitud que la hizo arquearse contra él. Marcos, captando la dinámica, se inclinó para besar el otro lado de su cuello, sus labios suaves pero decididos, siguiendo el ritmo que Norma marcaba.
La sala se desvanecía, el mundo reducido a sus cuerpos, al calor de sus pieles y al deseo que los unía. Norma cerró los ojos, dejándose llevar por la sensación de ser adorada por dos hombres. Pero incluso en la intensidad, sabía que Daniel era su ancla, y cada caricia suya lo confirmaba.
Norma, frente a Marcos, lo miró a los ojos, sus iris castaños brillando con desafío y deseo. Sin romper el contacto visual, se arrodilló lentamente, su movimiento deliberado, cargado de confianza. Cada centímetro que descendía era una declaración de control. Sus manos encontraron el cinturón de cuero de Marcos, desabrochándolo con un clic suave. Mantuvo su mirada fija, una sonrisa apenas perceptible mientras desabotonaba los jeans y bajaba el cierre con una lentitud torturante.
Cuando el pantalón cayó, Marcos quedó expuesto, sin ropa interior, su miembro erecto a la altura de su rostro, grueso y venoso, al menos cuatro centímetros más largo que el de Daniel, con un grosor que hacía que su mano pareciera pequeña al sostenerlo. El aire se cargó aún más, el silencio roto por las respiraciones aceleradas. Norma no se inmutó; su expresión seguía siendo de control, aunque su corazón latía con fuerza, la adrenalina corriendo por sus venas. Una oleada de admiración la recorrió al notar su tamaño, el glande rosado y húmedo brillando bajo la luz, un hilo de presemen corriendo por el tronco. Mantuvo esa fachada de dominio, sus dedos rozando los muslos de Marcos con suavidad, sus uñas trazando líneas que lo hacían estremecerse.
Daniel se sentó en el sillón cercano, sus ojos fijos en Norma. Con movimientos rápidos pero deliberados, desabrochó su cinturón y se quitó los jeans, dejándolos caer al suelo junto al sillón, su propia erección liberada, pulsante y pesada, un hilo de presemen brillando en la punta. Su mano se cerró lentamente alrededor de su miembro, masturbándose con un ritmo pausado, casi torturante, mientras observaba a su esposa, hipnotizado por su control. —Eres increíble —susurró, su voz grave, asegurándose de que ella sintiera su apoyo.
Norma giró la cabeza, lanzándole una mirada rápida que decía: Esto es nuestro. Luego, volvió su atención a Marcos, su mano libre posándose suavemente en su estómago, un gesto que indicaba que él debía dejarla liderar. Con una mezcla de curiosidad y audacia, deslizó su mano izquierda hacia el miembro de Marcos, cerrando los dedos alrededor de su grosor caliente y pulsante, tan grande que sus dedos apenas se tocaban. El calor de su piel, la textura de las venas bajo sus dedos, y el leve temblor de su cuerpo la encendieron, un cosquilleo de anticipación creciendo en su bajo vientre. Su agarre era firme pero lento, explorando con calma deliberada, sintiendo cómo el prepucio se retraía, exponiendo el glande húmedo. Marcos dejó escapar un gemido grave, su cuerpo tensándose, sus caderas temblando ligeramente mientras respetaba su control.
Norma, segura de sí misma, inclinó la cabeza, su aliento cálido rozando el glande, prolongando la anticipación. Daniel, incapaz de quedarse al margen, se acercó, arrodillándose a su lado, su rostro cerca del de ella, su aliento cálido rozando su oído. —Muy despacio, ¿podrás tragarlo todo? —susurró, su voz baja y juguetona, un desafío cargado de admiración.
Norma abrió la boca tanto como pudo, preparándose para el grosor de Marcos, y lo tomó lentamente, sus labios estirándose alrededor de la punta, la lengua rozando la piel suave y caliente, saboreando el sabor salado y ligeramente amargo del presemen. Intentó tomarlo más profundamente, sus labios esforzándose por abarcar su longitud, pero el grosor y la longitud la abrumaron. Se retiró ligeramente, jadeando, una sonrisa traviesa en sus labios brillando con saliva y presemen. —Lo intenté, pero me ahogo —dijo, riendo suavemente, sus ojos encontrando los de Daniel con una chispa de complicidad.
Marcos, atrapado, dejó escapar un gemido gutural, sus manos temblando, el sonido resonando en la sala. Norma aumentó el ritmo, su boca deslizándose más rápido, su lengua jugando con la punta, saboreando cada reacción, cada pulso, mientras su mano izquierda seguía sosteniendo el tronco, guiando el ritmo. El sonido de su boca se mezclaba con los gemidos de Marcos, creando una sinfonía de deseo. Cada pocos segundos, sus ojos buscaban a Daniel, asegurándose de que él estuviera conectado, parte de este fuego.
Sintiéndose en control, Norma se puso de pie, su cuerpo vibrando con la intensidad del momento. Tomó a Daniel y a Marcos de la mano, uno en cada lado, y con un paso firme los guió hacia el dormitorio, su sonrisa cargada de autoridad, sus ojos castaños brillando con un fuego que los tenía a ambos al borde.
—Dani, bájame la tanga, amor. Despacio —dijo Norma, su tono firme, cada palabra un desafío que hacía que el aire vibrara, mientras se giraba hacia Daniel, sus ojos encontrándose con los suyos, una chispa de complicidad y deseo en ellos.
Daniel sintió un escalofrío de excitación ante la orden, su corazón latiendo como tambor. La idea de despojarla de su última prenda, exponiéndola ante Marcos, lo encendía de una manera visceral. Se la estoy entregando a él, pensó, la fantasía de ceder el control momentáneamente avivando su deseo, aunque sabía que Norma seguía al mando. Sus manos temblaban ligeramente mientras deslizaban la tanga negra por las caderas de Norma, revelando su sexo hermoso y perfectamente cuidado, con vellos púbicos recortados en un triángulo impecable, sus labios vaginales hinchados, húmedos y brillantes bajo la luz ámbar, un rastro de su excitación corriendo por el interior de su muslo. La tanga cayó al suelo, y Daniel sintió un nudo en el estómago, una mezcla de celos juguetones y admiración al ver a su esposa en todo su esplendor.
Marcos, aún de pie frente a Norma, dejó escapar un suspiro audible, sus ojos abriéndose ligeramente mientras recorrían el cuerpo de Norma. Había intuido su belleza bajo el vestido, pero verla así, completamente expuesta, era otra cosa. Su mirada se detuvo en su sexo, hermoso y meticulosamente cuidado, el triángulo de vello púbico recortado con precisión, y luego bajó por sus largas y torneadas piernas, cada curva una revelación que superaba cualquier fantasía que hubiera tenido. La admiración en sus ojos era innegable, mezclada con un deseo crudo que respetaba los límites que Norma imponía.
Norma se sentó en el borde de la cama, sus pies aún en el suelo, sus rodillas ligeramente juntas, su postura relajada pero cargada de control. Marcos, captando la dinámica, se sentó a su izquierda, su cuerpo tenso, su erección evidente, pulsando contra su abdomen. Daniel, sin dudar, se arrodilló entre las piernas de Norma, sus manos cálidas y firmes posándose en sus muslos, separándolos lentamente con una delicadeza que contrastaba con la urgencia en sus ojos. Norma sintió un escalofrío cuando Daniel abrió sus piernas, exponiendo su sexo completamente, la humedad brillando bajo la luz ámbar, el aroma de su excitación llenando el aire. Daniel se acercó, su aliento cálido rozando sus labios vaginales antes de que su boca encontrara su clítoris con una precisión nacida de años de intimidad. Su lengua trazó círculos lentos, saboreando el sabor salado y alquimizado de su excitación, un néctar que lo volvía loco. Norma jadeó, sus manos apoyándose en la cama, su espalda inclinándose hacia atrás, sus pechos subiendo con cada respiración acelerada mientras la lengua de Daniel lamía con una mezcla de ternura y urgencia, sus labios succionando suavemente, luego con más fuerza, siguiendo el ritmo de sus gemidos. Los sonidos de su boca y los jadeos de Norma llenaban la habitación, un lamento visceral de placer que resonaba en el aire cálido. —Sí, Dani, justo ahí —jadeó, su voz entrecortada, sus muslos temblando mientras él presionaba con más intensidad, su lengua explorando cada pliegue, el calor líquido acumulándose en su bajo vientre.
Marcos, a su izquierda, se acercó más, su cuerpo alineado con el de ella, sus ojos buscando los suyos. Norma, con un brillo de desafío, asintió, invitándolo. Él se inclinó, capturando sus labios en un beso apasionado, sus lenguas entrelazándose con una urgencia que hacía que el corazón de Norma latiera más rápido. El beso era profundo, crudo, sus labios moviéndose con hambre, mientras la lengua de Daniel seguía trabajando entre sus piernas, enviando descargas eléctricas por su espina. Norma, en el centro de ambos, extendió su mano izquierda hacia el miembro de Marcos, cerrando sus dedos alrededor de su grosor cálido y pulsante. Su pequeña mano no podía abarcar completamente la circunferencia, el contraste entre su delicadeza y el tamaño de él intensificando su excitación. Comenzó a masturbarlo suavemente, sus dedos moviéndose con un ritmo lento pero firme, sintiendo las venas prominentes, el calor de su piel, y el leve temblor de su cuerpo bajo su toque. Marcos gruñó contra su boca, el sonido vibrando en su pecho, su respiración pesada mientras luchaba por mantener el control.
Daniel, con el rostro enterrado entre los muslos de Norma, saboreaba cada reacción, sus manos apretando sus muslos mientras su lengua presionaba con más fuerza, succionando su clítoris hasta que ella gritó, un sonido crudo que llenó la habitación. La visión de Norma besando a Marcos, su mano izquierda trabajando en él, avivaba un nudo de celos juguetones mezclado con una excitación visceral. —Eres jodidamente perfecta, Normita —susurró, su voz vibrando contra su sexo, intensificando el placer, su tono cargado de admiración mientras seguía lamiendo, prolongando cada sensación.
Norma, atrapada entre el beso de Marcos y la boca de Daniel, sintió el placer acumularse como una tormenta. Rompió el beso por un instante, sus labios brillando, y miró a Marcos con una sonrisa traviesa. —Bésame aquí —dijo, señalando sus pechos, su voz temblando de deseo pero firme. Marcos obedeció, inclinándose para besar sus pechos, sus labios capturando un pezón puntiagudo, succionándolo suavemente mientras su lengua trazaba círculos alrededor de la aureola marrón claro, la piel sensible erizándose bajo su toque. Norma jadeó, su mano izquierda acelerando ligeramente el ritmo sobre el miembro de Marcos, sintiendo cómo pulsaba, un hilo de presemen corriendo por sus dedos.
El contraste era embriagador: la boca de Daniel, familiar y experta, enviando olas de placer desde su clítoris; los labios de Marcos en sus pechos, cálidos y nuevos, intensificando cada sensación; y su propia mano en el miembro de Marcos, controlando su placer. Norma sintió un subidón de poder, su cuerpo vibrando con la intensidad de ser el centro de ambos hombres. Sus gemidos se mezclaban con los gruñidos bajos de Marcos y los sonidos de la lengua de Daniel, creando una sinfonía de deseo. —Más fuerte, Dani —jadeó, sus caderas empujando contra su boca, mientras su mano seguía masturbando a Marcos, arrancándole un gemido gutural que vibró contra su piel.
Su primer orgasmo llegó como una explosión, un grito escapando de su garganta mientras sus paredes vaginales se contraían, su clítoris palpitando contra la lengua de Daniel, un calor líquido corriendo por sus muslos. Él no se detuvo, lamiendo con más intensidad, prolongando las olas de placer mientras ella temblaba, sus rodillas casi cediendo, sus pies aún en el suelo. Marcos, con los labios aún en su pezón, sintió su cuerpo temblar, su mano apretando más fuerte su miembro, llevándolo al borde.
Norma, aún temblando, jaló a Daniel hacia arriba, sus manos enredándose en su cabello para besarlo, saboreando su propia esencia en sus labios, un sabor salado y alquimizado que la encendía aún más. —Eres increíble, amor —susurró contra su boca, antes de girarse hacia él con una intensidad nueva. Sus ojos se encontraron con los de Daniel, y en ellos había una mezcla de deseo crudo y confianza absoluta. —Dani, quiero que Marcos me penetre —dijo, su voz baja pero clara, cada palabra cargada de intención. —Quiero sentirlo dentro de mí, ahora.
Daniel sintió un nudo en el estómago, una mezcla de celos ardientes y excitación visceral. La declaración de Norma, tan directa, tan cruda, lo golpeó como una corriente eléctrica. Verla tomar el control, expresar su deseo por otro hombre, lo volvía loco. Asintió con la cabeza, sus ojos brillando, antes de decir, con voz ronca, —Hazlo.
Norma, con un brillo de triunfo en los ojos, indicó a Marcos que se pusiera boca arriba. Él obedeció, acostándose en la cama, su cuerpo tenso, su erección pulsante contra su abdomen. Norma se posicionó sobre él, sus rodillas a ambos lados de sus caderas, sus manos guiando su miembro hacia su entrada. Daniel se movió rápidamente, subiendo a la cama y arrodillándose a su izquierda, sus ojos fijos en el punto donde el cuerpo de Norma se encontraba con el de Marcos, sin tocarla, solo observando, deslumbrado por la escena. La anticipación la hizo jadear; sabía que el tamaño de Marcos sería un desafío. Lentamente, bajó sobre él, sintiendo cómo la punta de su pene abría sus labios vaginales, estirándola con una presión intensa pero deliciosa. —Dios… —jadeó, sus ojos cerrándose mientras se ajustaba, sus paredes vaginales abrazando cada centímetro con una fricción ardiente que le robaba el aliento. El grosor de Marcos la llenaba de una manera nueva, abrumadora, cada vena pulsante enviando ondas de placer a través de su cuerpo.
Cuando finalmente lo tomó por completo, Norma hizo una pausa, su respiración entrecortada, sus manos apoyadas en el pecho de Marcos. El tamaño de él, más grande y profundo de lo que había experimentado antes, la sorprendía; pensó que no podría contenerlo todo, pero lo había logrado, y un destello de orgullo cruzó su mente, mezclado con una satisfacción casi desafiante. Lo hice, pensó, su cuerpo temblando ligeramente mientras se acostumbraba, sus paredes internas adaptándose al grosor y la longitud, un calor líquido acumulándose en su bajo vientre. Marcos gruñó, sus manos apretando las sábanas, luchando por no moverse mientras ella tomaba el control. —Norma, estás tan… joder, tan apretada —jadeó, su voz ronca, su cuerpo tenso bajo ella, sintiendo cómo sus paredes lo envolvían con una intensidad que lo llevaba al límite.
Daniel, a su izquierda, observaba sin tocar, sus ojos brillando con admiración y deseo, hipnotizado por la visión de su esposa, poderosa y abierta, tomando lo que quería. Es jodidamente hermoso verla así, pensó, su respiración pesada, su erección latiendo mientras veía el miembro de Marcos completamente dentro de Norma, sus labios vaginales estirados alrededor de su grosor, un hilo de humedad brillando bajo la luz ámbar. La intensidad de la escena, el control de Norma, lo tenía al borde.
Norma, tras acostumbrarse al tamaño de Marcos, comenzó a moverse rítmicamente, sus caderas subiendo y bajando con una cadencia lenta pero deliberada, cada movimiento enviando ondas de placer a través de su cuerpo. La fricción de Marcos, más grueso, más largo, era intensa, cada embestida llenándola hasta el límite, sus paredes internas palpitando alrededor de él. Mírame, amor, pensó, su mirada buscando a Daniel, sus ojos castaños brillando con complicidad, anhelando que él viera su poder, su deseo, su conexión con él incluso en este acto.
Marcos, incapaz de contenerse más, levantó las caderas ligeramente, encontrando su ritmo, sus manos subiendo para apretar sus pechos, sus dedos pellizcando sus pezones con una presión que la hizo gemir. —Estoy por terminar, Norma —gruñó, su voz ronca, sus caderas chocando contra las de ella, su cuerpo tenso al borde del clímax.
Norma, encendida por su declaración, aceleró sus movimientos, sus caderas bajando con más fuerza, sus paredes vaginales apretándolo con cada embestida. —Sí, lléname, acaba dentro —jadeó, su voz temblando de deseo, sus ojos brillando con un fuego desafiante. El placer crecía como una tormenta, sus músculos tensándose, su cuerpo vibrando mientras alcanzaba un nuevo orgasmo antes que Marcos. Un grito visceral desgarró su garganta, su cuerpo estremeciéndose violentamente, cada músculo tenso, sus paredes vaginales contrayéndose con fuerza alrededor de Marcos, su clítoris palpitando, un calor líquido corriendo por sus muslos. El clímax era electrizante, su cuerpo temblando incontrolablemente, el aire lleno de sus gemidos y el aroma de su excitación.
Marcos, llevado al límite por sus contracciones y su orden, empujó con fuerza, su clímax estallando dentro de ella, el calor de su semen llenándola, un torrente cálido que intensificaba las sensaciones de Norma, desencadenando un segundo orgasmo más corto pero feroz, sus gritos resonando en la habitación.
Marcos, captando la intimidad del momento, comprendió que su papel había terminado. Silenciosamente, se levantó, recogió su ropa en la sala, vistiéndose con rapidez, y salió con un clic suave de la puerta, dejando a Norma y Daniel en su refugio. El dormitorio, ahora lleno solo de sus respiraciones, olía a sexo, sudor y el perfume de Norma.
Daniel, con las manos temblando de excitación, guió a Norma a la posición del misionero, sus ojos fijos en los de ella, una mezcla de posesión y adoración en su mirada. Entró en ella lentamente, pero la sensación fue diferente, casi sin fricción, sus paredes vaginales aún estiradas por el grosor de Marcos, más grande de lo habitual para ella. El calor resbaladizo del semen de Marcos, mezclado con la humedad de Norma, envolvía su pene, una textura cálida y húmeda que lo hacía gruñir de placer. —Joder, Normita, me encanta poseerte así, con el semen de otro dentro de ti —murmuró, su voz cruda, cargada de una excitación visceral, mientras empujaba con un ritmo lento pero profundo, sintiendo cómo sus paredes, aún sensibles, lo abrazaban apenas, el calor líquido intensificando cada movimiento. La falta de fricción, lejos de disminuir el placer, añadía una crudeza erótica, una sensación de compartirla y reclamarla al mismo tiempo, su erección pulsando con cada embestida.
Norma, sintiendo la diferencia, jadeó, sus piernas envolviéndose alrededor de la cintura de Daniel, atrayéndolo más cerca. —Eres un loco, Dani —susurró, sus labios curvándose en una sonrisa traviesa mientras lo besaba, intensificando su conexión. —Lléname, amor. Hazme tuya. —Sus manos se deslizaron por su espalda, sus uñas clavándose ligeramente, su cuerpo respondiendo a pesar de la sensibilidad, cada embestida de Daniel enviando pequeñas descargas de placer a través de su cuerpo.
Daniel intensificó sus movimientos, sus caderas chocando contra las de ella, los sonidos de sus cuerpos llenando la habitación, mezclado con el aroma de su excitación y el semen de Marcos. —Siempre serás mía, Normita —dijo, su voz temblando de emoción mientras la besaba, sus manos entrelazadas con las de ella, sus embestidas volviéndose más urgentes. La sensación de sus paredes estiradas, el calor resbaladizo, y la conexión emocional los llevaban al límite. Norma, aún sensible, sintió un nuevo clímax construyéndose, más suave pero profundo, sus gemidos mezclándose con los gruñidos de Daniel.
Ambos alcanzaron el orgasmo juntos, un grito compartido resonando en el dormitorio, sus cuerpos temblando mientras se aferraban el uno al otro. Daniel se derrumbó sobre ella, sus respiraciones entrecortadas, sus manos aún entrelazadas. Enredados en las sábanas, con el ventilador zumbando suavemente, Norma y Daniel se abrazaron, sus corazones latiendo al unísono. Habían cruzado una línea, pero lo habían hecho juntos, bajo sus reglas. un amor sin límites que los unía más que nunca.
Continuará...
A sus 34 años, Daniel conservaba un encanto juvenil que lo hacía irresistible: cabello oscuro desordenado, una sonrisa traviesa que desarmaba, y un cuerpo tonificado por las horas voluntarias en el centro comunitario, donde cargaba cajas bajo el sol del mediodía o montaba escenarios para eventos que llenaban el barrio de risas. Norma, a sus 39, exudaba una seducción natural que se acentuaba con los años: curvas suaves que hablaban de vida vivida, ojos castaños que chispeaban con picardía, y una seguridad que provenía de sus días más salvajes, antes de que Daniel entrara en su mundo y lo estabilizara con su devoción constante. Ahora, recostada contra las almohadas, su piel brillaba bajo la luz ámbar de la lámpara, mientras Daniel trazaba círculos lentos en su muslo, su toque cálido y familiar.
—Oye, Normita —dijo él, su voz baja, juguetona, con ese tono que usaba para encenderla. —Hojeé una revista en el centro hoy. Una de esas de psicología barata, pero tenía algo… intrigante.
Norma alzó una ceja, girándose hacia él con una sonrisa divertida, su cuerpo relajado pero alerta. —¿Qué? ¿Ahora lees revistas de chismes? —bromeó, dándole un empujón suave en el pecho. —Cuéntame, ¿qué encontraste?
Daniel rió, sus dedos subiendo por la curva de su cadera, deteniéndose donde la piel era más sensible, justo en el pliegue entre muslo y vientre. —Era sobre fantasías sexuales. Decía que la número dos para las mujeres es… un trío con dos hombres.
Un calor súbito trepó por las mejillas de Norma, traicionando su risa ligera. Se incorporó, la sábana deslizándose para revelar sus pechos pequeños pero perfectamente formados, que subían con cada respiración. —¿Un trío? ¿Y eso te puso a pensar, eh? —dijo, su tono mitad burlón, mitad intrigado, mientras sus ojos se entrecerraban, escudriñándolo.
Daniel sintió un nudo en el estómago, no de nervios, sino de pura excitación. Había imaginado esto antes: Norma, en el centro, adorada, tomando el control mientras él observaba, deleitándose en su poder. No era solo sexo; era verla en su máxima expresión, libre, deseada, mientras él saboreaba cada instante. —Digamos que sí —respondió, su voz más grave, sus dedos apretando ligeramente su cadera. —Pensar en ti, en el centro, con dos tipos pendientes de cada movimiento tuyo… joder, Norma, es una imagen que me quema.
Ella lo miró, sus labios entreabiertos, la sorpresa dando paso a una curiosidad que no podía ocultar. Habían hablado de todo, pero esto era audaz, un juego que rozaba lo prohibido. Dentro de ella, una chispa de duda se mezclaba con un cosquilleo de deseo: ¿y si esto cambiaba algo? Pero la forma en que Daniel la miraba, con esa mezcla de adoración y fuego, la hacía sentirse invencible. —¿Es eso lo que quieres? —preguntó, inclinándose hacia él, su aliento rozando su mejilla. —¿Verme con otro hombre, tocándome, mientras tú… qué, miras?
Daniel tragó saliva, su cuerpo reaccionando al desafío en su voz. —Sí —admitió, su voz casi un gruñido. —Quiero verte, Norma. Quiero verte tomar lo que quieres, ser el centro de todo. Saber que al final eres mía, pero verte libre… me vuelve loco.
Un escalofrío recorrió a Norma, sus muslos apretándose bajo la sábana. La idea era escandalosa, pero la seguridad de su cama, con Daniel a su lado, la hacía menos imposible. Recordó sus días más salvajes, noches de bares y desconocidos, pero esto era diferente: era un juego compartido, un acto de confianza. —¿Y cómo sería, señor voluntario? —preguntó, su voz baja, provocadora, acercándose hasta que sus labios casi rozaban los de él. —¿Quién sería el otro? ¿Algún amigo tuyo del centro?
Daniel rió, el sonido entrecortado por el deseo que ardía en sus ojos. —Podría ser —dijo, su mano deslizándose por su espalda, atrayéndola más cerca. —Alguien que sepamos, que entienda que esto es nuestro. Te tocaría, te besaría, y yo estaría ahí, viendo cómo te dejas llevar. Y después… te tendría solo para mí.
Norma sintió un calor nuevo, no solo en su piel, sino en la certeza de que Daniel lo deseaba tanto como ella empezaba a imaginarlo. —¿Y no te pondrías celoso? —preguntó, sus dedos rozando su pecho, deteniéndose sobre su corazón, que latía rápido. —Verme con otro, dejando que me toque…
—Tal vez un poco —confesó él, sus manos apretándola más fuerte, su voz ronca. —Pero eso es lo que lo hace tan jodidamente caliente. Saber que eres mía, pero verte libre, tomando todo… me enciende, Norma.
Ella sonrió, traviesa, y lo besó con una intensidad que los dejó sin aliento, sus cuerpos apretándose como si quisieran sellar esa chispa recién encendida. Esa noche no hablaron más, pero mientras se dormían, enredados, Norma sabía que habían abierto una puerta. No sabía si la cruzarían, pero la idea ya los consumía.
La Semilla Plantada
Los días siguientes fueron un torbellino de tensión y deseo. La rutina diaria —cafés matutinos, cenas en la cocina, risas compartidas— estaba impregnada de una electricidad nueva. Daniel no dejaba pasar oportunidad para avivar la chispa. Durante el desayuno, mientras Norma servía café, él se acercaba por detrás, sus manos rodeando su cintura, sus labios rozando su oído. —Te vi mirando a Marcos ayer, Normita —susurraba, su voz grave, cargada de intención. —¿Te lo imaginaste? Sus manos en tus caderas, levantándote la falda, mientras yo te miro desde la puerta.Norma intentaba mantener la compostura, pero su respiración se aceleraba, sus mejillas enrojeciendo. —Eres imposible —respondía, dándole un empujón juguetón, pero la semilla estaba plantada. Marcos, un conocido del centro comunitario, tenía 36 años, un aire relajado pero seguro, una risa fácil que llenaba el espacio. No era el típico galán, pero su presencia cálida, su forma de moverse, sugería que sabía lo que hacía. Cada mención de su nombre hacía la imagen más vívida: sus manos fuertes, su mirada confiada, la idea de ser deseada por dos hombres a la vez.
Una noche, mientras veían una película subidita de tono en el sofá, Daniel apagó el televisor y la miró fijamente. —Hablo en serio, Norma —dijo, su tono más firme, aunque sus ojos brillaban. —No es solo una fantasía. Quiero que lo hagamos. Quiero verte con él.
Norma sintió su corazón latir con fuerza, una mezcla de excitación y nervios. Había algo en la vulnerabilidad de Daniel, en cómo le entregaba el control, que la hacía sentir más cerca de él. Pero la duda persistía. —No sé, Dani —dijo, su voz suave, casi insegura. —¿Y si cambia algo entre nosotros? ¿Y si no es como lo imaginamos?
Daniel tomó su mano, entrelazando sus dedos. —Nada cambiará lo que siento por ti —dijo, su voz firme. —Esto es algo que hacemos juntos, como equipo. Tú pones los límites, tú decides. Pero piénsalo, Normita. Piensa en lo que se sentiría, dejar que te toquen, mientras yo estoy ahí, asegurándome de que todo sea nuestro.
Ella tragó saliva, el calor subiendo por su cuerpo. La idea de ser el centro, de tomar el control, era embriagadora. Pero también había miedo, una punzada de vulnerabilidad. —¿Y si me gusta demasiado? —preguntó, medio en broma, pero con un dejo de verdad.
Daniel rió, besándola suavemente. —Entonces me encantará verte disfrutarlo —susurró contra sus labios. —Eres mía, Norma. Y si esto te hace sentir viva, quiero ser parte de eso.
Esa conversación marcó un nuevo nivel de intimidad. Daniel seguía dejando caer comentarios, pequeños recordatorios de la fantasía, pero siempre dándole espacio. Le hablaba de cómo la veía, de lo hermosa que era, de cómo cualquier hombre caería a sus pies. Cada palabra erosionaba la resistencia de Norma, reemplazada por una curiosidad ardiente.
Una tarde, mientras cortaban verduras para la cena, Norma rompió el silencio. —Está bien, Dani —dijo, su voz temblando ligeramente, pero con determinación. —Quiero hacerlo. Pero con reglas. Yo decido cómo, cuándo y hasta dónde. Y tú estás conmigo en cada paso.
Daniel sonrió, su corazón acelerado, y la atrajo hacia él, besándola con una intensidad que sellaba el trato. —Eres increíble —murmuró, sus manos apretando su cintura. —Vamos a hacer que esto sea nuestro.
Los Preparativos
Los días siguientes fueron una danza de anticipación. Norma y Daniel no hablaban del plan cada día, pero la idea flotaba entre ellos, cargando cada roce con electricidad. Norma, pragmática, tomó las riendas. Si iban a cruzar esta línea, lo harían a su manera. Durante una cena tranquila, con una copa de vino en la mano, sacó una libreta y un bolígrafo, su gesto tan natural como si planeara el menú semanal.—Reglas —dijo, mirándolo con una mezcla de seriedad y picardía, tamborileando los dedos en la mesa. Una oleada de nervios le subió por el estómago; ¿y si esto cambiaba todo? Pero la admiración en los ojos de Daniel la ancló. —Si vamos a hacer esto, lo hacemos bien. Nada de improvisaciones que nos dejen raros después.
Daniel asintió, su sonrisa ocultando un destello de emoción. Amaba esa faceta de Norma, la que tomaba el control sin dudar. —Tú mandas, Normita. ¿Cuáles son las reglas?
Ella escribió, pensativa. —Primero, el otro tiene que ser alguien en quien confiemos. No quiero un desconocido. Segundo, nada de sentimientos, solo físico. Esto es nuestro, no de él. Tercero, yo pongo los límites en el momento, y si digo que paramos, paramos. Sin preguntas. Y cuarto… —hizo una pausa, mirándolo a los ojos— tú y yo hablamos después, siempre. No quiero que esto nos separe.
Daniel sintió un calor en el pecho, no solo por el deseo, sino por la certeza de que esto era real. —Me parece perfecto —dijo, besando su mano. —¿Y quién es el afortunado? ¿Sigues pensando en Marcos?
Marcos, con sus 36 años, era soltero, discreto, con una presencia que no abrumaba pero destacaba. No era un galán de película, pero su risa fácil y su forma de moverse sugerían experiencia. Daniel lo había mencionado varias veces, y aunque Norma bromeaba, la idea había echado raíces. Marcos era de confianza, lo suficiente cercano, pero no tanto como para complicar las cosas.
Norma se mordió el labio, considerando. —Marcos podría funcionar —admitió, su voz baja, como si decirlo lo volviera real. —Es respetuoso, y… bueno, no está mal, ¿no? —añadió con una risita nerviosa.
Daniel rió, acariciando su mejilla. —No está mal —bromeó, aunque sus ojos brillaban con un toque de celos juguetones. —Hagamos una prueba. Invitémoslo a tomar algo, algo casual, y vemos cómo fluye. Si no te sientes cómoda, lo dejamos en una cerveza.
Ella asintió, el nudo en su estómago mezclado con emoción. —Trato hecho. Pero tú lo invitas, que no pienso hacer el papel de femme fatale todavía.
El Encuentro Inicial
Esa semana, Daniel organizó el encuentro en un bar tranquilo cerca de casa, con luces tenues y jazz suave de fondo. Marcos llegó con una camiseta ajustada que marcaba su torso trabajado y una sonrisa despreocupada, saludando a Daniel con un abrazo y a Norma con un guiño amistoso. La conversación fluyó: historias del centro comunitario, chistes malos, recuerdos de salidas grupales. Pero había una corriente sutil. Norma notaba las miradas de Marcos, no descaradas, pero lo bastante largas para hacerla sentir un cosquilleo. Daniel, atento, dejaba caer comentarios con doble sentido, probando el terreno.—¿Sabes, Marcos? —dijo Daniel, con una sonrisa que parecía inocente. —Norma y yo hemos estado hablando de probar cosas nuevas. Aventuras, ya sabes. Sacudir la rutina.
Marcos alzó una ceja, tomando un sorbo de su cerveza. —¿Aventuras? ¿Qué, como paracaidismo o algo más… interesante? —preguntó, su tono ligero pero curioso, sus ojos posándose brevemente en Norma.
Ella sintió el calor subirle al rostro, pero sostuvo su mirada. —Algo más interesante —respondió, su voz firme, aunque su corazón latía rápido. —Pero solo con la gente adecuada.
Marcos no era tonto. Captó la insinuación, y su sonrisa se volvió cómplice. —Bueno, si necesitan un compañero de aventuras, ya saben dónde encontrarme —dijo, levantando su cerveza en un brindis.
La noche pasó entre risas y un coqueteo sutil. Cuando Marcos se despidió, su beso en la mejilla de Norma duró un segundo más de lo necesario, dejando un rastro cálido en su piel. En el camino a casa, Daniel tomó su mano, apretándola con urgencia.
—¿Qué te pareció? —preguntó, su voz baja, ansiosa.
Norma lo miró, una sonrisa lenta creciendo en sus labios. —Creo que puede funcionar —dijo, y el apretón de su mano le dijo a Daniel todo lo que necesitaba saber.
La Noche Decisiva y el Juego en Marcha
El viernes llegó con una mezcla de nervios y expectación. Norma eligió un vestido negro que abrazaba sus curvas, no demasiado evidente, pero sí lo suficiente para sentirse poderosa. Daniel, con una camisa ajustada y jeans, no podía quitarle los ojos de encima. Cuando Marcos llegó con una botella de vino y esa sonrisa confiada, la tensión en el aire era palpable. La cena transcurrió con risas y anécdotas, pero cada mirada, cada roce, parecía cargado de intención.Tras la segunda copa de vino, Norma se levantó para poner música, un ritmo lento y sensual que llenaba el silencio. Daniel, en el sofá, la observaba con una intensidad que la hacía sentirse invencible. Marcos, desde el otro lado de la sala, seguía el movimiento de sus caderas, su admiración evidente.
—Ven, Marcos —dijo Norma, su voz baja pero firme, extendiendo una mano. —Baila conmigo.
Daniel sintió un nudo en el estómago, no de celos, sino de adrenalina pura. Marcos tomó su mano, y comenzaron a moverse al ritmo de la música, sus cuerpos apenas rozándose. Norma giró la cabeza hacia Daniel, sus ojos brillando con desafío y deseo. —¿Estás seguro? —preguntó, su voz un susurro cargado de significado.
Daniel asintió, su voz grave. —Nunca he estado más seguro.
Ella sonrió, y en ese momento, la línea estaba a punto de cruzarse.
La música envolvía la sala, un pulso sensual que acompasaba sus latidos acelerados. Norma, entre Daniel y Marcos, sintió un escalofrío cuando Daniel se acercó por detrás, su calor evidente al presionar su cuerpo contra el de ella. Sus labios encontraron el hueco sensible de su cuello, y un jadeo suave escapó de Norma mientras él besaba su piel con una mezcla de ternura y urgencia. Las manos de Daniel, firmes pero cuidadosas, comenzaron a deslizar el vestido negro desde sus hombros, la tela cayendo lentamente, revelando de inmediato sus pechos desnudos, de tamaño pequeño a mediano, redondeados y firmes, con pezones pequeños y puntiagudos, rodeados de aureolas medianas de un marrón claro que contrastaban con su piel, erguidos y endurecidos por la excitación. No llevaba sujetador, y la exposición súbita hizo que Marcos contuviera el aliento, sus ojos fijos en la curva suave de sus senos, mientras Daniel sonreía contra su piel, sus manos deteniéndose en su cintura.
Marcos, frente a ella, detuvo su baile, sus ojos recorriendo su cuerpo con una intensidad que la hizo sentir desnuda mucho antes de que el vestido tocara el suelo. Pero en su mirada había respeto, una pregunta silenciosa. Norma, con el corazón latiendo con fuerza, asintió ligeramente, dando permiso.
Daniel, aún detrás, deslizó sus manos por su cintura, atrayéndola más cerca, sus labios explorando su cuello, su aliento cálido enviando ondas de placer. —Eres tan hermosa —murmuró, su voz cargada de adoración. Sus manos subieron, rozando la curva de sus caderas, deteniéndose justo debajo de sus pechos, esperando su señal.
Norma giró la cabeza, buscando los ojos de Daniel, y encontró esa mezcla de fuego y seguridad que la hacía sentir invencible. Con un movimiento lento, extendió una mano hacia Marcos, atrayéndolo más cerca. —Ven —susurró, su voz temblando de excitación, pero firme.
Marcos se acercó, sus manos encontrando las caderas de Norma con una delicadeza que contrastaba con la intensidad de su mirada. Sus dedos rozaron la piel expuesta, y por un momento, los tres quedaron suspendidos en un silencio cargado, roto solo por el ritmo de la música y sus respiraciones. Norma sintió el calor de ambos, Daniel detrás, Marcos frente a ella, y en lugar de sentirse abrumada, se sintió en control, orquestando cada segundo.
—¿Estás bien, Normita? —preguntó Daniel, su voz clara, asegurándose de que ella estuviera al mando.
Ella asintió, una sonrisa traviesa curvando sus labios. —Más que bien —respondió, inclinándose hacia Marcos, permitiendo que sus cuerpos se acercaran más.
Daniel sonrió, besando su cuello mientras sus manos subían para acariciar sus pechos, sus pulgares rozando los pezones con una lentitud que la hizo arquearse contra él. Marcos, captando la dinámica, se inclinó para besar el otro lado de su cuello, sus labios suaves pero decididos, siguiendo el ritmo que Norma marcaba.
La sala se desvanecía, el mundo reducido a sus cuerpos, al calor de sus pieles y al deseo que los unía. Norma cerró los ojos, dejándose llevar por la sensación de ser adorada por dos hombres. Pero incluso en la intensidad, sabía que Daniel era su ancla, y cada caricia suya lo confirmaba.
Norma, frente a Marcos, lo miró a los ojos, sus iris castaños brillando con desafío y deseo. Sin romper el contacto visual, se arrodilló lentamente, su movimiento deliberado, cargado de confianza. Cada centímetro que descendía era una declaración de control. Sus manos encontraron el cinturón de cuero de Marcos, desabrochándolo con un clic suave. Mantuvo su mirada fija, una sonrisa apenas perceptible mientras desabotonaba los jeans y bajaba el cierre con una lentitud torturante.
Cuando el pantalón cayó, Marcos quedó expuesto, sin ropa interior, su miembro erecto a la altura de su rostro, grueso y venoso, al menos cuatro centímetros más largo que el de Daniel, con un grosor que hacía que su mano pareciera pequeña al sostenerlo. El aire se cargó aún más, el silencio roto por las respiraciones aceleradas. Norma no se inmutó; su expresión seguía siendo de control, aunque su corazón latía con fuerza, la adrenalina corriendo por sus venas. Una oleada de admiración la recorrió al notar su tamaño, el glande rosado y húmedo brillando bajo la luz, un hilo de presemen corriendo por el tronco. Mantuvo esa fachada de dominio, sus dedos rozando los muslos de Marcos con suavidad, sus uñas trazando líneas que lo hacían estremecerse.
Daniel se sentó en el sillón cercano, sus ojos fijos en Norma. Con movimientos rápidos pero deliberados, desabrochó su cinturón y se quitó los jeans, dejándolos caer al suelo junto al sillón, su propia erección liberada, pulsante y pesada, un hilo de presemen brillando en la punta. Su mano se cerró lentamente alrededor de su miembro, masturbándose con un ritmo pausado, casi torturante, mientras observaba a su esposa, hipnotizado por su control. —Eres increíble —susurró, su voz grave, asegurándose de que ella sintiera su apoyo.
Norma giró la cabeza, lanzándole una mirada rápida que decía: Esto es nuestro. Luego, volvió su atención a Marcos, su mano libre posándose suavemente en su estómago, un gesto que indicaba que él debía dejarla liderar. Con una mezcla de curiosidad y audacia, deslizó su mano izquierda hacia el miembro de Marcos, cerrando los dedos alrededor de su grosor caliente y pulsante, tan grande que sus dedos apenas se tocaban. El calor de su piel, la textura de las venas bajo sus dedos, y el leve temblor de su cuerpo la encendieron, un cosquilleo de anticipación creciendo en su bajo vientre. Su agarre era firme pero lento, explorando con calma deliberada, sintiendo cómo el prepucio se retraía, exponiendo el glande húmedo. Marcos dejó escapar un gemido grave, su cuerpo tensándose, sus caderas temblando ligeramente mientras respetaba su control.
Norma, segura de sí misma, inclinó la cabeza, su aliento cálido rozando el glande, prolongando la anticipación. Daniel, incapaz de quedarse al margen, se acercó, arrodillándose a su lado, su rostro cerca del de ella, su aliento cálido rozando su oído. —Muy despacio, ¿podrás tragarlo todo? —susurró, su voz baja y juguetona, un desafío cargado de admiración.
Norma abrió la boca tanto como pudo, preparándose para el grosor de Marcos, y lo tomó lentamente, sus labios estirándose alrededor de la punta, la lengua rozando la piel suave y caliente, saboreando el sabor salado y ligeramente amargo del presemen. Intentó tomarlo más profundamente, sus labios esforzándose por abarcar su longitud, pero el grosor y la longitud la abrumaron. Se retiró ligeramente, jadeando, una sonrisa traviesa en sus labios brillando con saliva y presemen. —Lo intenté, pero me ahogo —dijo, riendo suavemente, sus ojos encontrando los de Daniel con una chispa de complicidad.
Marcos, atrapado, dejó escapar un gemido gutural, sus manos temblando, el sonido resonando en la sala. Norma aumentó el ritmo, su boca deslizándose más rápido, su lengua jugando con la punta, saboreando cada reacción, cada pulso, mientras su mano izquierda seguía sosteniendo el tronco, guiando el ritmo. El sonido de su boca se mezclaba con los gemidos de Marcos, creando una sinfonía de deseo. Cada pocos segundos, sus ojos buscaban a Daniel, asegurándose de que él estuviera conectado, parte de este fuego.
Sintiéndose en control, Norma se puso de pie, su cuerpo vibrando con la intensidad del momento. Tomó a Daniel y a Marcos de la mano, uno en cada lado, y con un paso firme los guió hacia el dormitorio, su sonrisa cargada de autoridad, sus ojos castaños brillando con un fuego que los tenía a ambos al borde.
El Clímax en el Dormitorio
La habitación estaba bañada por la luz ámbar de una lámpara en la mesita, proyectando sombras danzantes sobre las paredes. El aire olía a sudor, vino y un deseo crudo, mezclado con el aroma salado de la excitación de Norma. Las sábanas blancas perfectamente tendidas en la cama eran un preludio de lo que estaba por acontecer. Norma, con su vestido olvidado en la sala, estaba desnuda salvo por una tanga negra que apenas cubría su piel. Su cuerpo, con curvas marcadas por los años y la vida, brillaba con una fina capa de sudor, sus pechos pequeños a medianos, redondeados, con pezones puntiagudos y aureolas marrón claro medianas, erguidos por la anticipación. Sus largas y torneadas piernas, definidas por años de caminatas y una vida activa, se extendían con una elegancia natural, cada movimiento resaltando su fuerza y feminidad.—Dani, bájame la tanga, amor. Despacio —dijo Norma, su tono firme, cada palabra un desafío que hacía que el aire vibrara, mientras se giraba hacia Daniel, sus ojos encontrándose con los suyos, una chispa de complicidad y deseo en ellos.
Daniel sintió un escalofrío de excitación ante la orden, su corazón latiendo como tambor. La idea de despojarla de su última prenda, exponiéndola ante Marcos, lo encendía de una manera visceral. Se la estoy entregando a él, pensó, la fantasía de ceder el control momentáneamente avivando su deseo, aunque sabía que Norma seguía al mando. Sus manos temblaban ligeramente mientras deslizaban la tanga negra por las caderas de Norma, revelando su sexo hermoso y perfectamente cuidado, con vellos púbicos recortados en un triángulo impecable, sus labios vaginales hinchados, húmedos y brillantes bajo la luz ámbar, un rastro de su excitación corriendo por el interior de su muslo. La tanga cayó al suelo, y Daniel sintió un nudo en el estómago, una mezcla de celos juguetones y admiración al ver a su esposa en todo su esplendor.
Marcos, aún de pie frente a Norma, dejó escapar un suspiro audible, sus ojos abriéndose ligeramente mientras recorrían el cuerpo de Norma. Había intuido su belleza bajo el vestido, pero verla así, completamente expuesta, era otra cosa. Su mirada se detuvo en su sexo, hermoso y meticulosamente cuidado, el triángulo de vello púbico recortado con precisión, y luego bajó por sus largas y torneadas piernas, cada curva una revelación que superaba cualquier fantasía que hubiera tenido. La admiración en sus ojos era innegable, mezclada con un deseo crudo que respetaba los límites que Norma imponía.
Norma se sentó en el borde de la cama, sus pies aún en el suelo, sus rodillas ligeramente juntas, su postura relajada pero cargada de control. Marcos, captando la dinámica, se sentó a su izquierda, su cuerpo tenso, su erección evidente, pulsando contra su abdomen. Daniel, sin dudar, se arrodilló entre las piernas de Norma, sus manos cálidas y firmes posándose en sus muslos, separándolos lentamente con una delicadeza que contrastaba con la urgencia en sus ojos. Norma sintió un escalofrío cuando Daniel abrió sus piernas, exponiendo su sexo completamente, la humedad brillando bajo la luz ámbar, el aroma de su excitación llenando el aire. Daniel se acercó, su aliento cálido rozando sus labios vaginales antes de que su boca encontrara su clítoris con una precisión nacida de años de intimidad. Su lengua trazó círculos lentos, saboreando el sabor salado y alquimizado de su excitación, un néctar que lo volvía loco. Norma jadeó, sus manos apoyándose en la cama, su espalda inclinándose hacia atrás, sus pechos subiendo con cada respiración acelerada mientras la lengua de Daniel lamía con una mezcla de ternura y urgencia, sus labios succionando suavemente, luego con más fuerza, siguiendo el ritmo de sus gemidos. Los sonidos de su boca y los jadeos de Norma llenaban la habitación, un lamento visceral de placer que resonaba en el aire cálido. —Sí, Dani, justo ahí —jadeó, su voz entrecortada, sus muslos temblando mientras él presionaba con más intensidad, su lengua explorando cada pliegue, el calor líquido acumulándose en su bajo vientre.
Marcos, a su izquierda, se acercó más, su cuerpo alineado con el de ella, sus ojos buscando los suyos. Norma, con un brillo de desafío, asintió, invitándolo. Él se inclinó, capturando sus labios en un beso apasionado, sus lenguas entrelazándose con una urgencia que hacía que el corazón de Norma latiera más rápido. El beso era profundo, crudo, sus labios moviéndose con hambre, mientras la lengua de Daniel seguía trabajando entre sus piernas, enviando descargas eléctricas por su espina. Norma, en el centro de ambos, extendió su mano izquierda hacia el miembro de Marcos, cerrando sus dedos alrededor de su grosor cálido y pulsante. Su pequeña mano no podía abarcar completamente la circunferencia, el contraste entre su delicadeza y el tamaño de él intensificando su excitación. Comenzó a masturbarlo suavemente, sus dedos moviéndose con un ritmo lento pero firme, sintiendo las venas prominentes, el calor de su piel, y el leve temblor de su cuerpo bajo su toque. Marcos gruñó contra su boca, el sonido vibrando en su pecho, su respiración pesada mientras luchaba por mantener el control.
Daniel, con el rostro enterrado entre los muslos de Norma, saboreaba cada reacción, sus manos apretando sus muslos mientras su lengua presionaba con más fuerza, succionando su clítoris hasta que ella gritó, un sonido crudo que llenó la habitación. La visión de Norma besando a Marcos, su mano izquierda trabajando en él, avivaba un nudo de celos juguetones mezclado con una excitación visceral. —Eres jodidamente perfecta, Normita —susurró, su voz vibrando contra su sexo, intensificando el placer, su tono cargado de admiración mientras seguía lamiendo, prolongando cada sensación.
Norma, atrapada entre el beso de Marcos y la boca de Daniel, sintió el placer acumularse como una tormenta. Rompió el beso por un instante, sus labios brillando, y miró a Marcos con una sonrisa traviesa. —Bésame aquí —dijo, señalando sus pechos, su voz temblando de deseo pero firme. Marcos obedeció, inclinándose para besar sus pechos, sus labios capturando un pezón puntiagudo, succionándolo suavemente mientras su lengua trazaba círculos alrededor de la aureola marrón claro, la piel sensible erizándose bajo su toque. Norma jadeó, su mano izquierda acelerando ligeramente el ritmo sobre el miembro de Marcos, sintiendo cómo pulsaba, un hilo de presemen corriendo por sus dedos.
El contraste era embriagador: la boca de Daniel, familiar y experta, enviando olas de placer desde su clítoris; los labios de Marcos en sus pechos, cálidos y nuevos, intensificando cada sensación; y su propia mano en el miembro de Marcos, controlando su placer. Norma sintió un subidón de poder, su cuerpo vibrando con la intensidad de ser el centro de ambos hombres. Sus gemidos se mezclaban con los gruñidos bajos de Marcos y los sonidos de la lengua de Daniel, creando una sinfonía de deseo. —Más fuerte, Dani —jadeó, sus caderas empujando contra su boca, mientras su mano seguía masturbando a Marcos, arrancándole un gemido gutural que vibró contra su piel.
Su primer orgasmo llegó como una explosión, un grito escapando de su garganta mientras sus paredes vaginales se contraían, su clítoris palpitando contra la lengua de Daniel, un calor líquido corriendo por sus muslos. Él no se detuvo, lamiendo con más intensidad, prolongando las olas de placer mientras ella temblaba, sus rodillas casi cediendo, sus pies aún en el suelo. Marcos, con los labios aún en su pezón, sintió su cuerpo temblar, su mano apretando más fuerte su miembro, llevándolo al borde.
Norma, aún temblando, jaló a Daniel hacia arriba, sus manos enredándose en su cabello para besarlo, saboreando su propia esencia en sus labios, un sabor salado y alquimizado que la encendía aún más. —Eres increíble, amor —susurró contra su boca, antes de girarse hacia él con una intensidad nueva. Sus ojos se encontraron con los de Daniel, y en ellos había una mezcla de deseo crudo y confianza absoluta. —Dani, quiero que Marcos me penetre —dijo, su voz baja pero clara, cada palabra cargada de intención. —Quiero sentirlo dentro de mí, ahora.
Daniel sintió un nudo en el estómago, una mezcla de celos ardientes y excitación visceral. La declaración de Norma, tan directa, tan cruda, lo golpeó como una corriente eléctrica. Verla tomar el control, expresar su deseo por otro hombre, lo volvía loco. Asintió con la cabeza, sus ojos brillando, antes de decir, con voz ronca, —Hazlo.
Norma, con un brillo de triunfo en los ojos, indicó a Marcos que se pusiera boca arriba. Él obedeció, acostándose en la cama, su cuerpo tenso, su erección pulsante contra su abdomen. Norma se posicionó sobre él, sus rodillas a ambos lados de sus caderas, sus manos guiando su miembro hacia su entrada. Daniel se movió rápidamente, subiendo a la cama y arrodillándose a su izquierda, sus ojos fijos en el punto donde el cuerpo de Norma se encontraba con el de Marcos, sin tocarla, solo observando, deslumbrado por la escena. La anticipación la hizo jadear; sabía que el tamaño de Marcos sería un desafío. Lentamente, bajó sobre él, sintiendo cómo la punta de su pene abría sus labios vaginales, estirándola con una presión intensa pero deliciosa. —Dios… —jadeó, sus ojos cerrándose mientras se ajustaba, sus paredes vaginales abrazando cada centímetro con una fricción ardiente que le robaba el aliento. El grosor de Marcos la llenaba de una manera nueva, abrumadora, cada vena pulsante enviando ondas de placer a través de su cuerpo.
Cuando finalmente lo tomó por completo, Norma hizo una pausa, su respiración entrecortada, sus manos apoyadas en el pecho de Marcos. El tamaño de él, más grande y profundo de lo que había experimentado antes, la sorprendía; pensó que no podría contenerlo todo, pero lo había logrado, y un destello de orgullo cruzó su mente, mezclado con una satisfacción casi desafiante. Lo hice, pensó, su cuerpo temblando ligeramente mientras se acostumbraba, sus paredes internas adaptándose al grosor y la longitud, un calor líquido acumulándose en su bajo vientre. Marcos gruñó, sus manos apretando las sábanas, luchando por no moverse mientras ella tomaba el control. —Norma, estás tan… joder, tan apretada —jadeó, su voz ronca, su cuerpo tenso bajo ella, sintiendo cómo sus paredes lo envolvían con una intensidad que lo llevaba al límite.
Daniel, a su izquierda, observaba sin tocar, sus ojos brillando con admiración y deseo, hipnotizado por la visión de su esposa, poderosa y abierta, tomando lo que quería. Es jodidamente hermoso verla así, pensó, su respiración pesada, su erección latiendo mientras veía el miembro de Marcos completamente dentro de Norma, sus labios vaginales estirados alrededor de su grosor, un hilo de humedad brillando bajo la luz ámbar. La intensidad de la escena, el control de Norma, lo tenía al borde.
Norma, tras acostumbrarse al tamaño de Marcos, comenzó a moverse rítmicamente, sus caderas subiendo y bajando con una cadencia lenta pero deliberada, cada movimiento enviando ondas de placer a través de su cuerpo. La fricción de Marcos, más grueso, más largo, era intensa, cada embestida llenándola hasta el límite, sus paredes internas palpitando alrededor de él. Mírame, amor, pensó, su mirada buscando a Daniel, sus ojos castaños brillando con complicidad, anhelando que él viera su poder, su deseo, su conexión con él incluso en este acto.
Marcos, incapaz de contenerse más, levantó las caderas ligeramente, encontrando su ritmo, sus manos subiendo para apretar sus pechos, sus dedos pellizcando sus pezones con una presión que la hizo gemir. —Estoy por terminar, Norma —gruñó, su voz ronca, sus caderas chocando contra las de ella, su cuerpo tenso al borde del clímax.
Norma, encendida por su declaración, aceleró sus movimientos, sus caderas bajando con más fuerza, sus paredes vaginales apretándolo con cada embestida. —Sí, lléname, acaba dentro —jadeó, su voz temblando de deseo, sus ojos brillando con un fuego desafiante. El placer crecía como una tormenta, sus músculos tensándose, su cuerpo vibrando mientras alcanzaba un nuevo orgasmo antes que Marcos. Un grito visceral desgarró su garganta, su cuerpo estremeciéndose violentamente, cada músculo tenso, sus paredes vaginales contrayéndose con fuerza alrededor de Marcos, su clítoris palpitando, un calor líquido corriendo por sus muslos. El clímax era electrizante, su cuerpo temblando incontrolablemente, el aire lleno de sus gemidos y el aroma de su excitación.
Marcos, llevado al límite por sus contracciones y su orden, empujó con fuerza, su clímax estallando dentro de ella, el calor de su semen llenándola, un torrente cálido que intensificaba las sensaciones de Norma, desencadenando un segundo orgasmo más corto pero feroz, sus gritos resonando en la habitación.
La Reconexión
Norma, aún temblando por la intensidad de sus orgasmos, se desacopló lentamente de Marcos, su cuerpo resbaladizo por el sudor y la humedad. El pene de Marcos, perdiendo rigidez y tamaño tras su clímax, se deslizó lentamente fuera de ella, un rastro de semen brillando en su piel mientras ella se movía. Ignorándolo, Norma buscó a Daniel con urgencia, sus ojos brillando con amor y deseo. Sus manos encontraron su rostro, atrayéndolo hacia ella, y lo besó apasionadamente, sus lenguas entrelazándose con una intensidad que hablaba de su conexión inquebrantable. El beso era crudo, desesperado, sus labios fusionándose en un calor compartido, su cuerpo aún vibrando por el clímax.Marcos, captando la intimidad del momento, comprendió que su papel había terminado. Silenciosamente, se levantó, recogió su ropa en la sala, vistiéndose con rapidez, y salió con un clic suave de la puerta, dejando a Norma y Daniel en su refugio. El dormitorio, ahora lleno solo de sus respiraciones, olía a sexo, sudor y el perfume de Norma.
Daniel, con las manos temblando de excitación, guió a Norma a la posición del misionero, sus ojos fijos en los de ella, una mezcla de posesión y adoración en su mirada. Entró en ella lentamente, pero la sensación fue diferente, casi sin fricción, sus paredes vaginales aún estiradas por el grosor de Marcos, más grande de lo habitual para ella. El calor resbaladizo del semen de Marcos, mezclado con la humedad de Norma, envolvía su pene, una textura cálida y húmeda que lo hacía gruñir de placer. —Joder, Normita, me encanta poseerte así, con el semen de otro dentro de ti —murmuró, su voz cruda, cargada de una excitación visceral, mientras empujaba con un ritmo lento pero profundo, sintiendo cómo sus paredes, aún sensibles, lo abrazaban apenas, el calor líquido intensificando cada movimiento. La falta de fricción, lejos de disminuir el placer, añadía una crudeza erótica, una sensación de compartirla y reclamarla al mismo tiempo, su erección pulsando con cada embestida.
Norma, sintiendo la diferencia, jadeó, sus piernas envolviéndose alrededor de la cintura de Daniel, atrayéndolo más cerca. —Eres un loco, Dani —susurró, sus labios curvándose en una sonrisa traviesa mientras lo besaba, intensificando su conexión. —Lléname, amor. Hazme tuya. —Sus manos se deslizaron por su espalda, sus uñas clavándose ligeramente, su cuerpo respondiendo a pesar de la sensibilidad, cada embestida de Daniel enviando pequeñas descargas de placer a través de su cuerpo.
Daniel intensificó sus movimientos, sus caderas chocando contra las de ella, los sonidos de sus cuerpos llenando la habitación, mezclado con el aroma de su excitación y el semen de Marcos. —Siempre serás mía, Normita —dijo, su voz temblando de emoción mientras la besaba, sus manos entrelazadas con las de ella, sus embestidas volviéndose más urgentes. La sensación de sus paredes estiradas, el calor resbaladizo, y la conexión emocional los llevaban al límite. Norma, aún sensible, sintió un nuevo clímax construyéndose, más suave pero profundo, sus gemidos mezclándose con los gruñidos de Daniel.
Ambos alcanzaron el orgasmo juntos, un grito compartido resonando en el dormitorio, sus cuerpos temblando mientras se aferraban el uno al otro. Daniel se derrumbó sobre ella, sus respiraciones entrecortadas, sus manos aún entrelazadas. Enredados en las sábanas, con el ventilador zumbando suavemente, Norma y Daniel se abrazaron, sus corazones latiendo al unísono. Habían cruzado una línea, pero lo habían hecho juntos, bajo sus reglas. un amor sin límites que los unía más que nunca.
Continuará...