albacetemete
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Y el Ama, escribió la ley, y sonrió satisfecha, el esclavo, sonrío para sí, por muy dura que fuera (la ley digo), él era capaz de todo por ella, pero además era el poseedor de los puntos suspensivos que el Ama había dejado al final de la ley. Tenía el conocimiento para encontrar esos puntos en el cuerpo del Ama, la maestría de excitarlos hasta que el Ama, suspendida en el placer, cayese ahora ella en la esclavitud, que no era otra cosa que desear en libertad, amar sin leyes.
(Por cierto, ¡qué mono tan mono!).











