amorclandestino
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- 23 Ene 2024
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Es una historia un poco larga, pero va a merecer la pena. No solo hablo de sexo, sino de temáticas de lo más variopintas como historia, política y muchas emociones y sentimientos.
Olga, 35 años. Rusa. Oficial de policía y militar en las fuerzas de seguridad y las fuerzas armadas de su país. Mujer de mucho carácter y dura como el acero, «rojiparda» ultranacionalista y de mentalidad rusa hasta la médula, lo que implica ser profundamente homófoba, pese a no ser demasiado femenina y a haberse educado en un entorno libre de roles de género.
Pese a todo, ya se dice que las personas son como son por alguna razón y Olga no ha tenido una vida nada fácil, algo que la ha endurecido profundamente hasta el punto de parecer una persona cruel y despiadada y de reprimir su verdadero yo y sus sentimientos y no saber cómo expresarlos.
Yo, Clara, 27 años. Española, catalana. Autista. Chica introvertida y excéntrica apasionada de la historia, la religión y el arte y que ama pasar su tiempo libre en soledad, sobre todo viajando y visitando lugares históricos. Esta vez viaja por Rusia ya que en especial le interesa este país, sobre todo por sus bonitos lugares y paisajes, su historia y al mismo tiempo su desconcertante panorama político.
Pese a mi autismo y a ser muy introvertida y encerrada en mi misma, soy una persona más bien débil de carácter, muy sensible, sentimental y enamoradiza.
Soy Clara, una chica de 27 años. Soy bajita (mido 1,59), muy delgada y de tez muy blanca. Tengo el cabello largo y castaño siempre recogido con una coleta, los labios carnosos, los ojos cafés y llevo gafas.
En cuanto a mi carácter, soy una chica muy tímida e introvertida, hasta el punto de gustarme viajar a solas. Soy una apasionada de la historia y cada vez más de los países del este de Europa y Asia Menor, sobre todo por Grecia, el imperio macedonio, el imperio bizantino, los eslavos de la Rus de Kiev donde se encuentra el germen del Imperio ruso y de la Rusia actual y la Unión Soviética. También me apasiona el arte religioso medieval y moderno, en especial el bizantino. Como se puede deducir, mis viajes no son para salir de fiesta ni nada de estas cosas sino para visitar lugares históricos y culturizarme más.
Pese a mi Asperger y a mi introversión, soy una persona más bien débil de carácter, además de muy sensible, sentimental y enamoradiza.
Todo sucede un sábado de otoño en pleno anochecer en Moscú, pasando unos días de mis vacaciones en Rusia. La Rusia de Putin es un estado muy complicado, me atrevería a decir que es lo más cercano a una dictadura que puede haber hoy por hoy en el continente europeo, aunque dejando de lado lo que hacen sus gobernantes, es un país muy bonito e interesante, tanto por su gran extensión, por su naturaleza y por ser un estado multiétnico como por su historia.
Todo sucede un sábado por la noche. Me encuentro en una parada de autobuses en una zona bastante aislada de Moscú, esperando el que me lleve de vuelta al pueblo, al hotel donde me encuentro alojada. Voy muy elegante, con mi abrigo largo marrón y mi vestido beige de manga larga con estampado de flores marrones bien ceñido a mi esbelta figura con un cinturón a juego, de media manga y largo hasta las rodillas, dos pares de medias transparentes y mis botines negros. Aunque sea otoño, tengo un poco de frío, debería haberme abrigado tal vez un poco más.
He pasado un bonito día en Moscú. He visitado el Kremlin, la Plaza Roja, el mausoleo de Lenin y las catedrales de San Basilio y de Cristo Salvador, entre más lugares de interés.
Estoy con mi teléfono móvil con la iluminación muy alta, en una aplicación en la que te puedes crear más de un avatar virtual y con ellos jugar a juegos o crear imágenes mediante cientos de filtros. En esta app me he creado dos avatares en 3D: uno en el que me represento a mí misma y otro en el que represento a una mujer que me gusta, a través de los cuales creo imágenes románticas, representando una bonita relación lésbica. También estoy viendo con cara de enamorada y a la vez con indisimulable deseo y cara de «hazme tuya» fotos y vídeos de esa mujer madura que ronda ya la cuarentena, hetero, casada y con hijos, de la que llevo ya un tiempo platónicamente enamorada.
Me encuentro sola en la parada. No hay nadie más en esta calle. Llevo un rato sintiendo una presencia a mi alrededor, aunque no le doy importancia. En un momento dado, pero, no sé exactamente cómo ni por qué, tal vez por mera intuición, me percato de esta presencia cada vez más cercana a mí, más amenazante, seguida de un fuerte aroma como a menta, plantas varias y madera y una respiración fuerte y tensa cerca de mi espalda. No sé por qué, pero empiezo a sentir miedo y no me atrevo a volver la cabeza, hasta que en cuestión de segundos siento como de repente unas grandes y calientes manazas envueltas en unos guantes negros de cuero me toman agresivamente de los brazos haciendo que mi teléfono móvil caiga al suelo y me ata de las muñecas con esposas. Mi inmediata reacción es gritar desesperadamente y empezar a llorar, aterrada del susto e intentando zafarme de las esposas.
–¡¡AAAAAAHHHHH, AYUDA!!! HELP ME, PLEASE!!! –grito infructuosamente.
Siento de nuevo estas manazas en mis brazos, haciendo agresivamente que camine unos pasos y que me vuelva hacia su persona portadora. Entonces me percato del panorama... Y la veo.
Una oficial de policía con cara de muy pocos amigos con una sonrisa canalla y socarrona acaba de detenerme. Me mira de pies a cabeza, inquisitivamente e intimidante. Increíblemente alta, le pondría 1,90 de estatura y con el calzado que lleva incluso casi dos metros. Además, bien gordita, proporcionada con grandes atributos que puedo intuir pese a sus gruesas y abrigantes prendas. Tiene la piel blanca casi como la nieve, los labios rosados y carnosos y una larga, ondulada y salvaje cabellera pelirroja natural como una cascada de lava, que puedo entrever por debajo de la ushanka negra (el gorro típico ruso) que lleva con el águila bicéfala dorada bordada con San Jorge dentro, patrón de Rusia, al igual que de mi tierra catalana. El escudo de la Federación Rusa, el águila bizantina adoptada por el zar de todas las Rusias Iván III el Grande. Además, lleva puesto su uniforme negro: un abrigo grueso sin botones ni cremallera y con la bandera rusa con el escudo del águila y San Jorge bordado en el antebrazo de la manga y en el pecho junto con más escudos y condecoraciones, unos pantalones bien abrigantes bastante ajustados a sus abundantes curvas con un cinturonazo del que penden unos cuantos pares de esposas más, una porra negra de cuero y una pistola, sus armas reglamentarias. Lleva además unas botas altas negras de cuero y plataforma de cuña alta por encima de los pantalones, a juego con los guantes. Lleva gafas y tiene los ojos grises más bien pequeños. Pese a su actitud y su pose de mujer dura, fría como el hielo y sin sentimientos me digan una cosa, el brillo en su mirada me transmite otra muy diferente. Veo tristeza y muchos sentimientos reprimidos en esta mirada.
En resumidas líneas, una mujer enorme, un armario ropero, una bestia parda, toda una ursa. Nada que ver con el típico y generalísimo estereotipo de mujer eslava como si todas tuvieran que ser delgadas, finas y ultra femeninas. Además, yo puedo decir que he visto mujeres eslavas rusas, ucranianas y bielorrusas de todo tipo en cuanto al físico y al aspecto. No entiendo de dónde saca tanta gente dicho estereotipo. Es más, si tuviera que hacer una metáfora sobre ella, podría decir que es el oso enorme y feroz de los más remotos bosques de taiga que representa la madre Rusia.
Tengo una sensación muy extraña al verla y al fijarme bien en ella. Siento miedo, estoy realmente aterrada aunque al mismo tiempo siento una intensa palpitación y mi respiración entrecortada, seguidas de una contracción en mi estómago y en mi vientre y de una sensación de escalofríos en mis extremidades hasta el punto de sentir que tiembla el suelo bajo mis pies. Reconozco que estoy sintiendo una increíble atracción hacia esta mujer tan solo a primera vista. Me repulsa y la deseo al mismo tiempo.
–¿Tú ver qué yo haser con esto? –me grita presa de la ira, en un español mediocre con un marcado acento ruso. Tiene una voz femenina realmente fuerte y gruesa al mismo tiempo. ¿Cómo sabe español?
Veo como se dirige a mi teléfono móvil a paso militar y le pega un fuerte pisotón con una de sus botazas de cuero y plataforma, rompiéndome la pantalla pese a llevar protector. Se nota que tiene unos pies bien grandes, mucho para ser mujer. Acto seguido, lo toma del suelo y se lo mete con agresividad en el bolsillo del pantalón. Empiezo a llorar y a temblar con más y más intensidad.
–¡AJÁ! ¡Ocsidental y española tú ser! Yo hablar español... ¡Ja, ja, ja, ja, ja! –me grita en un tono de burla y riéndose con desprecio, como una mala bruja.
–Por favor, te lo ruego, déjame ir... –le suplico entre lágrimas, agachada delante de ella mientras, presa de la rabia, aprieta los puños con los guantes negros de cuero, ruge y resopla como la ursa y bestia parda que es.
–¡TÚ CALLAR!! –me grita de repente, a lo que yo me sobresalto y mis ojos derraman más lágrimas.
Entonces, se pone detrás de mí, me toma del pecho y de mi pequeña cintura con sus brazacos con mucha fuerza, casi asfixiándome, agacha la cabeza y acerca sus labios a mi oído y medio susurra en un tono de voz cruel, mientras toma su arma reglamentaria del cinturón.
–¿Tú saber qué nosotros haser en madre Rusia con degenerados estremistas como tú, sí o no? –alza el tono de voz– ¿DA O NET?
Entonces, con una mirada y una sonrisa crueles, me clava su pistola en la sien. Estoy paralizada del miedo y en este preciso instante, mi llanto se torna más angustiante y suplicante. Transcurridos unos tormentosos segundos, me la aparta lentamente y se la guarda de nuevo. Estoy realmente desesperada.
–¡Por favor, te lo ruego, déjame ir! ¡No he hecho nada malo! –le suplico una y otra vez.
–¡TÚ CALLAR DE UNA PUTA VES, PERRA! –me grita cruelmente al oído y presionando con más fuerza el brazo contra mi cuerpo– ¡¡Tú no ser una serda donde tú no poder!!
De inmediato, me suelta quedándome yo desconcertada. Respiro con desesperación después de haber sentido mi pecho oprimido y continuo llorando desconsoladamente. Seguidamente me clava dos bofetadas dejándome su manaza con el guante negro de cuero bien marcada en cada una de mis delicadas mejillas y, sin necesidad de que me empuje, caigo al suelo rendida y agachada de rodillas, hiriéndomelas. Se saca la porra y me da fuerte en la espalda y en el trasero. Seguidamente, me pega un par de patadas en la espalda y en la cintura con una de sus botazas de plataforma.
–¡¡¡Así nosotros tratar enfermos mentales como tú en la Rusia!!! –me grita mientras me agrede.
Fruto de la golpiza, me retuerzo por el suelo del dolor y lloro con mayor desconsuelo, voz en grito, tanto del dolor físico como emocional. Esta mujer tiene una fuerza descomunal y está empleando un desproporcionado uso de esta conmigo, sobre todo teniendo en cuenta lo enorme que es ella y lo menuda que soy yo.
Ya conocía lo que sucede en la Rusia de Putin con la homosexualidad. Ahora lo sé más que nunca.
Entonces, siento como de repente ella también se agacha detrás de mí y como presiona fuertemente sus piernazas contra mi cintura, sus brazacos contra mi pecho y sus dos manazas contra mi boca, ahogándome de nuevo. Entonces acerca de nuevo su boca a mi oído.
–¡¡Tú gritar más y por Dios y por Putin que tú morir!! –me susurra al oído, presa de odio y crueldad, presionando bien los dientes y rugiendo como la ursa y la bestia parda sin piedad que es.
De repente, me toma fuertemente de mis delicadas y esposadas muñecas, forzándome a levantarme.
–¡Tú caminar, joder!! ¡Yo no esperar todo puto día!!! –me grita en su español mediocre una vez estoy ya en pie delante de ella.
Entonces empezamos a caminar calle desierta arriba, estando ella detrás de mí, tomándome con fuerza de los antebrazos, después agarrándome agresivamente de mi coleta del cabello y después de una oreja, haciéndome más y más daño.
Caminamos unos metros hasta que llegamos a su gran coche de policía. Abre de malas formas la puerta del copiloto y me empuja con fuerza hacia el respectivo asiento. Estoy muerta de miedo y dolida física y psicológicamente y no dejo de llorar, aunque sea en silencio.
Acto seguido, ella se sube al asiento del conductor y arranca. A lo largo del trayecto, se pone a hablar por el walkie-talkie de radiocomunicación y por el teléfono. Efectivamente no entiendo nada de ruso más allá de da, net, pochemu, zapad, vostok, doma y poca cosa más, aunque por su seriedad y frialdad al hablar, lógicamente deduzco que son conversaciones de trabajo sin más. Escucho su voz esta vez relajada, de manera natural, una voz femenina gruesa, áspera, aunque con su encanto. Pese a que no me esté haciendo daño ahora, no dejo de llorar del dolor de la golpiza y del susto, haciendo todo el silencio posible. Pese a lo mal que me está tratando, es tan y tan hermosa...
Transcurridos unos veinte minutos, llegamos a comisaría y aparca rápidamente. Entonces, vuelve la cabeza hacia mí, que no dejo de llorar.
–¿Tú solo llorar?? ¡Yo nada ahora!! ¡TÚ CALLAR!! –me grita, cruel, mientras me desata el cinturón de mala gana, dañando mi delicada mano. Me suelta una bofetada con una de sus manazas con los guantes y lloro todavía más.
Inmediatamente baja del furgón, abre la puerta del copiloto, me toma a la fuerza de las muñecas y me empuja hacia fuera. Mi sentido de la vista se ve invadido por el primer plano de un imponente y tétrico edificio alrededor del cual izan tres banderas: una rusa con el águila bicéfala, una imperial, otra con el escudo de la ciudad y otra con el de las fuerzas del orden. Entonces, tomándome de los antebrazos desde detrás y presionándome con sus manazas con una fuerza descomunal, haciéndome daño, entramos en dependencias policiales y me lleva a su despacho, una sala con una mesa grande, detrás de la cual hay las tres mismas banderas que en la entrada, igual o todavía más grandes y muchos cuadros en las cuatro paredes, con pancartas propagandísticas sobre las glorias del pueblo ruso, fotografías de la historia de las fuerzas armadas y las fuerzas del orden rusas desde la guardia varega (la guardia personal del emperador bizantino), las druzinhas y los voivodas, que eran la guardia de los principados de la época de la Rus de Kiev y posteriores ducados en tiempos del dominio mongol, pasando por la época zarista e imperial de los últimos ruríkidas y de la dinastía Romanov, por el papel que tuvieron los tártaros cosacos en la defensa de las fronteras rusas y posteriormente por la Unión Soviética hasta la actualidad. También en las paredes laterales puedo ver un cuadro con una imagen ortodoxa de Jesucristo y la Virgen y una bandera roja de la Unión Soviética con la hoz y el martillo y otra junto con un cuadro de Stalin apoyados a la pared. Sin embargo, el cuadro más grande de todos y el que más destaca en primer plano es uno con la foto de Putin, en la pared de detrás de la mesa. Es asombroso el panorama ideológico de la Rusia actual. Se nota que la nostalgia por la Unión Soviética, más que por el comunismo (al que, en mi opinión, nunca se llegó) es por todo lo que significa para Rusia como nación y como potencia imperialista.
Decanta de muy malas maneras la silla de delante de la mesa y me empuja tirándome hacia ella para que me siente. Entonces, ella se sienta en su sillón negro de cuero al otro lado y se quita agresivamente los guantes, dejando a mi vista unas preciosas manazas. Acto seguido, enciende de malas maneras el ordenador.
–¿NOMBRE? ¿APELLIDOS? –me pregunta alzando excesivamente el tono de voz y mirándome con desprecio.
–M...Me... Me llamo... Me llamo Clara (apellido 1, apellido 2) –le respondo con la voz temblorosa y medrando por no llorar.
–¿AÑOS?!! –me grita.
–T... Ten... Tengo 27 años.
–¿QUÉ??? ¡MI NO ENTENDER! ¡TÚ HABLAR FUERTE, POR FAVOR! –me grita mientras propina un estridente puñetazo en la mesa, haciendo que me sobresalte y me salten lágrimas, que las acabo conteniendo rápidamente.
Me toma los datos personales y va escribiendo el parte de detención. Me pregunto qué estará escribiendo y qué estará exagerando e inventándose. Teclea con mucha fuerza y rapidez mientras resopla como la ursa y bestia parda que es, propina algún que otro puñetazo en la mesa y dice algunas cosas en ruso, supongo que maldiciendo la lentitud del sistema informático y también insultándome y maldiciendo mi existencia.
Pregunta a pregunta y fruto de la ansiedad y de tener la boca y la garganta secas y el estómago vacío de llevar ya unas cuantas horas sin comer ni beber nada, voy sintiéndome peor. Empiezo a sentir como fríos y sofocados sudores empapan mi frente, un creciente silbido en mis oídos y hormigueo en mis extremidades, así como un intenso dolor de cabeza y confusión en mi sentido de la vista. Está más que claro que me está bajando la tensión como nunca antes.
–Estoy mareada... Me encuentro mal... Por favor... ¿Podría beber un poco de agua...? Por favor... –le suplico con un fino y aterrorizado hilo de voz.
–¿TÚ, MAREADA? –acerca su cara a la mía– ¡Tú, escoria! ¡Tú, NADA! ¡NA-DA! –me dice en un tono de voz a una escala auditiva que va de los susurros a los gritos y acto seguido propina otro puñetazo en la mesa.
–¡Por favor...! –le suplico con una vocecilla muy aguda, deshaciéndome en un profundo y doloroso llanto. Nunca en mi vida me había sentido tan débil y vulnerable ante alguien.
Entonces solo logro ver su preciosa mirada detrás de sus gafas clavada en mí, una mirada que paulatinamente, segundo a segundo, deja atrás su dureza y crueldad y se ablanda, cediendo el paso a ese brillo en sus pequeños ojos grises del que me percaté ya en el primer momento que la vi. Ese intenso destello que oculta una notable tristeza y muchos sentimientos reprimidos.
Ya no escucho su tono de voz agresivo y cruel ni sus insultos, amenazas ni demás improperios. Tan solo entreveo como se levanta rápidamente del sillón y se dirige a un armario, del que toma una botella de agua de litro y medio junto con un vaso que llena y como acto seguido se acerca a mí con el vaso de agua.
Entonces escucho lo siguiente, esta vez hablándome con delicadeza y preocupación, acercándose rápidamente a mí con la intención de ayudarme y tengo la sensación de que me toma en brazos:
–Uy, uy... Tú verdad, tú mucho blanca... Tú no bien, tú no bien. Yo... Izvini! ¡Perdón! ¡Yo ayudar, yo ayudar!
Me percato de que sus preciosos ojos se ponen cada vez más llorosos hasta empezar a derramar lágrimas. Transcurridos unos segundos que podrían ser eternos, todo en mí da vueltas hasta tornarse confuso, borroso, gris, negro, hasta que se hacen la oscuridad y el silencio totales.
Olga, 35 años. Rusa. Oficial de policía y militar en las fuerzas de seguridad y las fuerzas armadas de su país. Mujer de mucho carácter y dura como el acero, «rojiparda» ultranacionalista y de mentalidad rusa hasta la médula, lo que implica ser profundamente homófoba, pese a no ser demasiado femenina y a haberse educado en un entorno libre de roles de género.
Pese a todo, ya se dice que las personas son como son por alguna razón y Olga no ha tenido una vida nada fácil, algo que la ha endurecido profundamente hasta el punto de parecer una persona cruel y despiadada y de reprimir su verdadero yo y sus sentimientos y no saber cómo expresarlos.
Yo, Clara, 27 años. Española, catalana. Autista. Chica introvertida y excéntrica apasionada de la historia, la religión y el arte y que ama pasar su tiempo libre en soledad, sobre todo viajando y visitando lugares históricos. Esta vez viaja por Rusia ya que en especial le interesa este país, sobre todo por sus bonitos lugares y paisajes, su historia y al mismo tiempo su desconcertante panorama político.
Pese a mi autismo y a ser muy introvertida y encerrada en mi misma, soy una persona más bien débil de carácter, muy sensible, sentimental y enamoradiza.
Soy Clara, una chica de 27 años. Soy bajita (mido 1,59), muy delgada y de tez muy blanca. Tengo el cabello largo y castaño siempre recogido con una coleta, los labios carnosos, los ojos cafés y llevo gafas.
En cuanto a mi carácter, soy una chica muy tímida e introvertida, hasta el punto de gustarme viajar a solas. Soy una apasionada de la historia y cada vez más de los países del este de Europa y Asia Menor, sobre todo por Grecia, el imperio macedonio, el imperio bizantino, los eslavos de la Rus de Kiev donde se encuentra el germen del Imperio ruso y de la Rusia actual y la Unión Soviética. También me apasiona el arte religioso medieval y moderno, en especial el bizantino. Como se puede deducir, mis viajes no son para salir de fiesta ni nada de estas cosas sino para visitar lugares históricos y culturizarme más.
Pese a mi Asperger y a mi introversión, soy una persona más bien débil de carácter, además de muy sensible, sentimental y enamoradiza.
Todo sucede un sábado de otoño en pleno anochecer en Moscú, pasando unos días de mis vacaciones en Rusia. La Rusia de Putin es un estado muy complicado, me atrevería a decir que es lo más cercano a una dictadura que puede haber hoy por hoy en el continente europeo, aunque dejando de lado lo que hacen sus gobernantes, es un país muy bonito e interesante, tanto por su gran extensión, por su naturaleza y por ser un estado multiétnico como por su historia.
Todo sucede un sábado por la noche. Me encuentro en una parada de autobuses en una zona bastante aislada de Moscú, esperando el que me lleve de vuelta al pueblo, al hotel donde me encuentro alojada. Voy muy elegante, con mi abrigo largo marrón y mi vestido beige de manga larga con estampado de flores marrones bien ceñido a mi esbelta figura con un cinturón a juego, de media manga y largo hasta las rodillas, dos pares de medias transparentes y mis botines negros. Aunque sea otoño, tengo un poco de frío, debería haberme abrigado tal vez un poco más.
He pasado un bonito día en Moscú. He visitado el Kremlin, la Plaza Roja, el mausoleo de Lenin y las catedrales de San Basilio y de Cristo Salvador, entre más lugares de interés.
Estoy con mi teléfono móvil con la iluminación muy alta, en una aplicación en la que te puedes crear más de un avatar virtual y con ellos jugar a juegos o crear imágenes mediante cientos de filtros. En esta app me he creado dos avatares en 3D: uno en el que me represento a mí misma y otro en el que represento a una mujer que me gusta, a través de los cuales creo imágenes románticas, representando una bonita relación lésbica. También estoy viendo con cara de enamorada y a la vez con indisimulable deseo y cara de «hazme tuya» fotos y vídeos de esa mujer madura que ronda ya la cuarentena, hetero, casada y con hijos, de la que llevo ya un tiempo platónicamente enamorada.
Me encuentro sola en la parada. No hay nadie más en esta calle. Llevo un rato sintiendo una presencia a mi alrededor, aunque no le doy importancia. En un momento dado, pero, no sé exactamente cómo ni por qué, tal vez por mera intuición, me percato de esta presencia cada vez más cercana a mí, más amenazante, seguida de un fuerte aroma como a menta, plantas varias y madera y una respiración fuerte y tensa cerca de mi espalda. No sé por qué, pero empiezo a sentir miedo y no me atrevo a volver la cabeza, hasta que en cuestión de segundos siento como de repente unas grandes y calientes manazas envueltas en unos guantes negros de cuero me toman agresivamente de los brazos haciendo que mi teléfono móvil caiga al suelo y me ata de las muñecas con esposas. Mi inmediata reacción es gritar desesperadamente y empezar a llorar, aterrada del susto e intentando zafarme de las esposas.
–¡¡AAAAAAHHHHH, AYUDA!!! HELP ME, PLEASE!!! –grito infructuosamente.
Siento de nuevo estas manazas en mis brazos, haciendo agresivamente que camine unos pasos y que me vuelva hacia su persona portadora. Entonces me percato del panorama... Y la veo.
Una oficial de policía con cara de muy pocos amigos con una sonrisa canalla y socarrona acaba de detenerme. Me mira de pies a cabeza, inquisitivamente e intimidante. Increíblemente alta, le pondría 1,90 de estatura y con el calzado que lleva incluso casi dos metros. Además, bien gordita, proporcionada con grandes atributos que puedo intuir pese a sus gruesas y abrigantes prendas. Tiene la piel blanca casi como la nieve, los labios rosados y carnosos y una larga, ondulada y salvaje cabellera pelirroja natural como una cascada de lava, que puedo entrever por debajo de la ushanka negra (el gorro típico ruso) que lleva con el águila bicéfala dorada bordada con San Jorge dentro, patrón de Rusia, al igual que de mi tierra catalana. El escudo de la Federación Rusa, el águila bizantina adoptada por el zar de todas las Rusias Iván III el Grande. Además, lleva puesto su uniforme negro: un abrigo grueso sin botones ni cremallera y con la bandera rusa con el escudo del águila y San Jorge bordado en el antebrazo de la manga y en el pecho junto con más escudos y condecoraciones, unos pantalones bien abrigantes bastante ajustados a sus abundantes curvas con un cinturonazo del que penden unos cuantos pares de esposas más, una porra negra de cuero y una pistola, sus armas reglamentarias. Lleva además unas botas altas negras de cuero y plataforma de cuña alta por encima de los pantalones, a juego con los guantes. Lleva gafas y tiene los ojos grises más bien pequeños. Pese a su actitud y su pose de mujer dura, fría como el hielo y sin sentimientos me digan una cosa, el brillo en su mirada me transmite otra muy diferente. Veo tristeza y muchos sentimientos reprimidos en esta mirada.
En resumidas líneas, una mujer enorme, un armario ropero, una bestia parda, toda una ursa. Nada que ver con el típico y generalísimo estereotipo de mujer eslava como si todas tuvieran que ser delgadas, finas y ultra femeninas. Además, yo puedo decir que he visto mujeres eslavas rusas, ucranianas y bielorrusas de todo tipo en cuanto al físico y al aspecto. No entiendo de dónde saca tanta gente dicho estereotipo. Es más, si tuviera que hacer una metáfora sobre ella, podría decir que es el oso enorme y feroz de los más remotos bosques de taiga que representa la madre Rusia.
Tengo una sensación muy extraña al verla y al fijarme bien en ella. Siento miedo, estoy realmente aterrada aunque al mismo tiempo siento una intensa palpitación y mi respiración entrecortada, seguidas de una contracción en mi estómago y en mi vientre y de una sensación de escalofríos en mis extremidades hasta el punto de sentir que tiembla el suelo bajo mis pies. Reconozco que estoy sintiendo una increíble atracción hacia esta mujer tan solo a primera vista. Me repulsa y la deseo al mismo tiempo.
–¿Tú ver qué yo haser con esto? –me grita presa de la ira, en un español mediocre con un marcado acento ruso. Tiene una voz femenina realmente fuerte y gruesa al mismo tiempo. ¿Cómo sabe español?
Veo como se dirige a mi teléfono móvil a paso militar y le pega un fuerte pisotón con una de sus botazas de cuero y plataforma, rompiéndome la pantalla pese a llevar protector. Se nota que tiene unos pies bien grandes, mucho para ser mujer. Acto seguido, lo toma del suelo y se lo mete con agresividad en el bolsillo del pantalón. Empiezo a llorar y a temblar con más y más intensidad.
–¡AJÁ! ¡Ocsidental y española tú ser! Yo hablar español... ¡Ja, ja, ja, ja, ja! –me grita en un tono de burla y riéndose con desprecio, como una mala bruja.
–Por favor, te lo ruego, déjame ir... –le suplico entre lágrimas, agachada delante de ella mientras, presa de la rabia, aprieta los puños con los guantes negros de cuero, ruge y resopla como la ursa y bestia parda que es.
–¡TÚ CALLAR!! –me grita de repente, a lo que yo me sobresalto y mis ojos derraman más lágrimas.
Entonces, se pone detrás de mí, me toma del pecho y de mi pequeña cintura con sus brazacos con mucha fuerza, casi asfixiándome, agacha la cabeza y acerca sus labios a mi oído y medio susurra en un tono de voz cruel, mientras toma su arma reglamentaria del cinturón.
–¿Tú saber qué nosotros haser en madre Rusia con degenerados estremistas como tú, sí o no? –alza el tono de voz– ¿DA O NET?
Entonces, con una mirada y una sonrisa crueles, me clava su pistola en la sien. Estoy paralizada del miedo y en este preciso instante, mi llanto se torna más angustiante y suplicante. Transcurridos unos tormentosos segundos, me la aparta lentamente y se la guarda de nuevo. Estoy realmente desesperada.
–¡Por favor, te lo ruego, déjame ir! ¡No he hecho nada malo! –le suplico una y otra vez.
–¡TÚ CALLAR DE UNA PUTA VES, PERRA! –me grita cruelmente al oído y presionando con más fuerza el brazo contra mi cuerpo– ¡¡Tú no ser una serda donde tú no poder!!
De inmediato, me suelta quedándome yo desconcertada. Respiro con desesperación después de haber sentido mi pecho oprimido y continuo llorando desconsoladamente. Seguidamente me clava dos bofetadas dejándome su manaza con el guante negro de cuero bien marcada en cada una de mis delicadas mejillas y, sin necesidad de que me empuje, caigo al suelo rendida y agachada de rodillas, hiriéndomelas. Se saca la porra y me da fuerte en la espalda y en el trasero. Seguidamente, me pega un par de patadas en la espalda y en la cintura con una de sus botazas de plataforma.
–¡¡¡Así nosotros tratar enfermos mentales como tú en la Rusia!!! –me grita mientras me agrede.
Fruto de la golpiza, me retuerzo por el suelo del dolor y lloro con mayor desconsuelo, voz en grito, tanto del dolor físico como emocional. Esta mujer tiene una fuerza descomunal y está empleando un desproporcionado uso de esta conmigo, sobre todo teniendo en cuenta lo enorme que es ella y lo menuda que soy yo.
Ya conocía lo que sucede en la Rusia de Putin con la homosexualidad. Ahora lo sé más que nunca.
Entonces, siento como de repente ella también se agacha detrás de mí y como presiona fuertemente sus piernazas contra mi cintura, sus brazacos contra mi pecho y sus dos manazas contra mi boca, ahogándome de nuevo. Entonces acerca de nuevo su boca a mi oído.
–¡¡Tú gritar más y por Dios y por Putin que tú morir!! –me susurra al oído, presa de odio y crueldad, presionando bien los dientes y rugiendo como la ursa y la bestia parda sin piedad que es.
De repente, me toma fuertemente de mis delicadas y esposadas muñecas, forzándome a levantarme.
–¡Tú caminar, joder!! ¡Yo no esperar todo puto día!!! –me grita en su español mediocre una vez estoy ya en pie delante de ella.
Entonces empezamos a caminar calle desierta arriba, estando ella detrás de mí, tomándome con fuerza de los antebrazos, después agarrándome agresivamente de mi coleta del cabello y después de una oreja, haciéndome más y más daño.
Caminamos unos metros hasta que llegamos a su gran coche de policía. Abre de malas formas la puerta del copiloto y me empuja con fuerza hacia el respectivo asiento. Estoy muerta de miedo y dolida física y psicológicamente y no dejo de llorar, aunque sea en silencio.
Acto seguido, ella se sube al asiento del conductor y arranca. A lo largo del trayecto, se pone a hablar por el walkie-talkie de radiocomunicación y por el teléfono. Efectivamente no entiendo nada de ruso más allá de da, net, pochemu, zapad, vostok, doma y poca cosa más, aunque por su seriedad y frialdad al hablar, lógicamente deduzco que son conversaciones de trabajo sin más. Escucho su voz esta vez relajada, de manera natural, una voz femenina gruesa, áspera, aunque con su encanto. Pese a que no me esté haciendo daño ahora, no dejo de llorar del dolor de la golpiza y del susto, haciendo todo el silencio posible. Pese a lo mal que me está tratando, es tan y tan hermosa...
Transcurridos unos veinte minutos, llegamos a comisaría y aparca rápidamente. Entonces, vuelve la cabeza hacia mí, que no dejo de llorar.
–¿Tú solo llorar?? ¡Yo nada ahora!! ¡TÚ CALLAR!! –me grita, cruel, mientras me desata el cinturón de mala gana, dañando mi delicada mano. Me suelta una bofetada con una de sus manazas con los guantes y lloro todavía más.
Inmediatamente baja del furgón, abre la puerta del copiloto, me toma a la fuerza de las muñecas y me empuja hacia fuera. Mi sentido de la vista se ve invadido por el primer plano de un imponente y tétrico edificio alrededor del cual izan tres banderas: una rusa con el águila bicéfala, una imperial, otra con el escudo de la ciudad y otra con el de las fuerzas del orden. Entonces, tomándome de los antebrazos desde detrás y presionándome con sus manazas con una fuerza descomunal, haciéndome daño, entramos en dependencias policiales y me lleva a su despacho, una sala con una mesa grande, detrás de la cual hay las tres mismas banderas que en la entrada, igual o todavía más grandes y muchos cuadros en las cuatro paredes, con pancartas propagandísticas sobre las glorias del pueblo ruso, fotografías de la historia de las fuerzas armadas y las fuerzas del orden rusas desde la guardia varega (la guardia personal del emperador bizantino), las druzinhas y los voivodas, que eran la guardia de los principados de la época de la Rus de Kiev y posteriores ducados en tiempos del dominio mongol, pasando por la época zarista e imperial de los últimos ruríkidas y de la dinastía Romanov, por el papel que tuvieron los tártaros cosacos en la defensa de las fronteras rusas y posteriormente por la Unión Soviética hasta la actualidad. También en las paredes laterales puedo ver un cuadro con una imagen ortodoxa de Jesucristo y la Virgen y una bandera roja de la Unión Soviética con la hoz y el martillo y otra junto con un cuadro de Stalin apoyados a la pared. Sin embargo, el cuadro más grande de todos y el que más destaca en primer plano es uno con la foto de Putin, en la pared de detrás de la mesa. Es asombroso el panorama ideológico de la Rusia actual. Se nota que la nostalgia por la Unión Soviética, más que por el comunismo (al que, en mi opinión, nunca se llegó) es por todo lo que significa para Rusia como nación y como potencia imperialista.
Decanta de muy malas maneras la silla de delante de la mesa y me empuja tirándome hacia ella para que me siente. Entonces, ella se sienta en su sillón negro de cuero al otro lado y se quita agresivamente los guantes, dejando a mi vista unas preciosas manazas. Acto seguido, enciende de malas maneras el ordenador.
–¿NOMBRE? ¿APELLIDOS? –me pregunta alzando excesivamente el tono de voz y mirándome con desprecio.
–M...Me... Me llamo... Me llamo Clara (apellido 1, apellido 2) –le respondo con la voz temblorosa y medrando por no llorar.
–¿AÑOS?!! –me grita.
–T... Ten... Tengo 27 años.
–¿QUÉ??? ¡MI NO ENTENDER! ¡TÚ HABLAR FUERTE, POR FAVOR! –me grita mientras propina un estridente puñetazo en la mesa, haciendo que me sobresalte y me salten lágrimas, que las acabo conteniendo rápidamente.
Me toma los datos personales y va escribiendo el parte de detención. Me pregunto qué estará escribiendo y qué estará exagerando e inventándose. Teclea con mucha fuerza y rapidez mientras resopla como la ursa y bestia parda que es, propina algún que otro puñetazo en la mesa y dice algunas cosas en ruso, supongo que maldiciendo la lentitud del sistema informático y también insultándome y maldiciendo mi existencia.
Pregunta a pregunta y fruto de la ansiedad y de tener la boca y la garganta secas y el estómago vacío de llevar ya unas cuantas horas sin comer ni beber nada, voy sintiéndome peor. Empiezo a sentir como fríos y sofocados sudores empapan mi frente, un creciente silbido en mis oídos y hormigueo en mis extremidades, así como un intenso dolor de cabeza y confusión en mi sentido de la vista. Está más que claro que me está bajando la tensión como nunca antes.
–Estoy mareada... Me encuentro mal... Por favor... ¿Podría beber un poco de agua...? Por favor... –le suplico con un fino y aterrorizado hilo de voz.
–¿TÚ, MAREADA? –acerca su cara a la mía– ¡Tú, escoria! ¡Tú, NADA! ¡NA-DA! –me dice en un tono de voz a una escala auditiva que va de los susurros a los gritos y acto seguido propina otro puñetazo en la mesa.
–¡Por favor...! –le suplico con una vocecilla muy aguda, deshaciéndome en un profundo y doloroso llanto. Nunca en mi vida me había sentido tan débil y vulnerable ante alguien.
Entonces solo logro ver su preciosa mirada detrás de sus gafas clavada en mí, una mirada que paulatinamente, segundo a segundo, deja atrás su dureza y crueldad y se ablanda, cediendo el paso a ese brillo en sus pequeños ojos grises del que me percaté ya en el primer momento que la vi. Ese intenso destello que oculta una notable tristeza y muchos sentimientos reprimidos.
Ya no escucho su tono de voz agresivo y cruel ni sus insultos, amenazas ni demás improperios. Tan solo entreveo como se levanta rápidamente del sillón y se dirige a un armario, del que toma una botella de agua de litro y medio junto con un vaso que llena y como acto seguido se acerca a mí con el vaso de agua.
Entonces escucho lo siguiente, esta vez hablándome con delicadeza y preocupación, acercándose rápidamente a mí con la intención de ayudarme y tengo la sensación de que me toma en brazos:
–Uy, uy... Tú verdad, tú mucho blanca... Tú no bien, tú no bien. Yo... Izvini! ¡Perdón! ¡Yo ayudar, yo ayudar!
Me percato de que sus preciosos ojos se ponen cada vez más llorosos hasta empezar a derramar lágrimas. Transcurridos unos segundos que podrían ser eternos, todo en mí da vueltas hasta tornarse confuso, borroso, gris, negro, hasta que se hacen la oscuridad y el silencio totales.