Punteada en el metro.
(Querida CDMX 1)
(Querida CDMX 1)
Como algunos de ustedes ya sabrán, en México tenemos como una de las formas más básicas de transporte, al Metro, el cual te permite llegar a muchos lugares por poco dinero y de una manera medianamente veloz (aunque no siempre muy cómoda). Este relato toma lugar en ese sitio.
Me levanté temprano por la mañana como cada día, mi novio estaba de viaje (como casi siempre), así que me tocaba llevar a mi nena al colegio. Para los que no me conocen, mi nombre es Ana, mujer muy normalita, ni gorda ni flaca, pero medianamente caderona, de senos grandes y trasero medianito. Me gusta (siempre que mi novio no está) vestirme con ropa muy ajustada, escotada o cortita, además de que soy medio coqueta y bastante alegre. En pocas palabras, llamo mucho la atención a los hombres, más aún a aquellos que les gustan las mujeres bajitas (1.56) y de lentes (soy medio ciega, pero afortunadamente, dicen que me veo intelectual con ellos puestos), de piel blanca (sin exagerar, aunque si se me marcan las manos de un hombre tras una buena nalgada) y cabello castaño que de un tiempo acá llevo en rizos no tan marcados. Así pues, terminando la descripción, continuo.
Luego de llevar a mi nena al colegio regresé a casa a ducharme, lista para salir a comprar un nuevo par de zapatos, puesto que uno de los pares que tenía se había roto de forma que mi zapatero ya no podía hacer por repararlos. Tenía, pues, algunas horas antes de tener que regresar por mi nena a la escuela (y es que podría ir con ella, pero los que tienen hijos lo saben, salir al centro con ellos a comprar zapatos es recorrer todo el centro, comprar muchísimos dulces y olvidarse de los zapatos). En fin. Aquella mañana al volver a casa opté, luego de todo, por un vestido color Azul cielo, cortito, a medio muslo, de esos que son como medio de lycra y se pegan completamente al cuerpo resaltando más las curvas, y, como ya se podrán imaginar, con un vestido así, es mejor llevar ropa interior que no pueda marcarse demasiado (ya sea un cachetero o una tanga), y yo, elegí simplemente un hilo blanco. Así pues, me perfumé, me puse los tacones y salí a la calle.
Afuera de casa había un sol tremendo, de ese que más que calentar te quema entera, así que traté de caminar lo más rápido que podía hasta la estación con mi cartera en mano, y al bajar las escaleras y llegar al torniquete… sorpresa, no traía la tarjeta del metro. Pensé por un instante en regresarme a casa por ella, pero pues, con ese calor, no me pareció muy buena idea. Las opciones eran pocas, podría comprar una nueva y hacerle una recarga, pero… ¿para que quiero luego dos tarjetas si con trabajos uso una muy de vez en cuando? La otra opción, ver si el policía en turno me dejaría pasar.
Me acerqué despacio al lugar desde donde él vigilaba junto a los torniquetes de acceso y comencé a hacerle la plática juguetonamente.
-Hola, señor, eh… disculpe que lo moleste –y comencé a contarle mi situación mientras él me miraba fijamente. –Olvidé mi tarjeta en casa y no quiero regresar por ella porque se me haría más tarde y en unas horas debo recoger a mi niña, además no quiero comprar otra porque luego apenas y las uso y nomás es gastar a lo tonto… ¿será que puedo pagarle el valor y me deja pasar con la suya?
-Señorita –me dijo sonriendo. –la puedo dejar pasar, pero tendría que comprarla luego de todos modos para su regreso. (Y sí, el oficial tenía toda la razón.)
Y ahí estaba yo, parada como idiota apenas cayendo en cuenta de lo que decía.
-No se preocupe, –me dijo entonces en tono de burla y queriendo ocultar una risita. –hagamos algo, le presto la mía, a final de cuentas… yo estoy aquí todo el día y, si somos sinceros, como guardia de seguridad, no es como que la necesite demasiado para entrar o salir del metro. Ya me la devolverá luego, no se preocupe –me dijo mirándome por un instante de arriba abajo y pasando la tarjeta por el lector para que yo pudiera atravesar por entre los torniquetes.
El bip de la tarjeta resonó en el silencio de la estación y poco a poco el ruido de los torniquetes girando al compás de los tacones contra el suelo. Al pasar por el lado del guardia, y como recompensa y coqueteo, moví un poco mi cabello intentando que le llegase, de alguna forma el aroma del champú, de mi perfume, de mi cuerpo.
Fue un breve instante apenas, pero lo escuche inhalar con fuerza, intentando sujetar ese aroma, pero temeroso a que yo me diera cuenta, y entonces, en un giro, me puse de nuevo frente a él, sin ninguna división o barda de por medio, sonriendo muy coquetamente y prometiendo, con la voz más fina que podía, que se la devolvería luego. Él, parado como estatua, no dijo nada, creo que no atinaba a hacerlo, simplemente me entregó su tarjeta… y yo pude sentirlo, al dar la vuelta y comenzar a caminar hacia las escaleras… indiscretamente mirándome el trasero.
Me alejé despacio moviendo más las caderas obligándolo a mirarme toda con sus ojos bien abiertos, y al llegar a la escalera… me giré para lanzarle un beso y una leve despedida.
Subida en las escaleras eléctricas no dejaba de pensar en la travesura hecha, como una niña inquieta y emocionada que guarda un secreto curioso y a la vez caliente. El primer trayecto de transborde fue tranquilo, aunque el metro era como un pequeño hornito, el infierno sobre (o más bien, bajo) la tierra. El segundo, lento e incómodo, aburrido, pues no había realmente casi gente.
Al llegar al centro, al ser entre semana, todo estaba más o menos tranquilo, sin tanta gente caminando, así pues, no tardaría tanto tiempo caminando entre un inmenso mar de gente. Comencé entonces mi recorrido por las zapaterías de la zona una tras otra (y alguna tienda departamental o changarrito de ropa, no voy a mentirles) pero nada, no encontraba unos zapatos que pudieran gustarme, aunque sí algunos vestidos pa la nena, una bufanda pal novio, una diadema de orejitas para mí (que terminó usando mi niña en sus juegos) y una botella de agua pa no morir deshidratada frente a bellas artes.
El tiempo se fue pasando entonces sin darme cuenta, sudando, muriendo bajo el sol y cargando en bolsas… todo menos mis zapatos, pero, neciamente, no quería volver otro día y hacer la misma danza, así que, en mi afán de no rendirme, seguí caminando mientras llamaba por teléfono a una de mis vecinas para pedirle (responsablemente como soy, aunque se burlen) que si podía de favor pasar a recoger a mi nena del colegio. Una vez atendido eso, seguí mirando y mirando hasta que encontré, al fin, un par de zapatos bajitos en color azul marino y blanco que me gustaron mucho para los días tranquilos.
Pensé por un instante, por el cansancio de tanto caminar, en ponerme los zapatos nuevos para volver más cómodamente a casa, pero al final… preferí por vanidad no hacerlo, pues los tacones realzan el culo y a mí siempre me ha gustado que me lo miren. Así pues, salí de la tienda con mis nuevos zapatos en una bolsa mientras el sol comenzaba al fin a ocultarse. Era ya bastante tarde.
Caminé como pude a la estación más cercana (Allende) desde donde planeaba sin más emprender mi regreso a casa. Eran ya casi las 5:30 pm, el andén estaba súper abarrotado y los metros tardaban demasiado en pasar, y para colmo, los que pasaban… venían llenos a reventar. Afuera se escuchaba, irónicamente ahora, un viento fuerte y una lluvia pesada. Así es el clima a veces en estos tiempos, el problema de ello es… que el metro, cuando llueve, se ralentiza bastante más.
Los minutos pasaban lenta y pesadamente mientras esperaba formadita a que llegase el siguiente convoy. La gente se acumulaba más y más a cada instante detrás de mí, desesperados todos por llegar a casa luego de sus horas de trabajo y mojados por la lluvia, y de pronto, llegó al fin el siguiente metro a la estación, lleno, extremadamente lleno, tanto que pensé en mejor no subirme y seguir esperando, pero los que conocen el metro saben perfectamente… que a veces, en la marea humana, uno termina por ser arrastrado dentro, empujado fuera o de plano no logra salir. En mi caso fue lo primero, una vez que la gente terminó de bajar del vagón, los que se morían de desesperación por entrar hicieron lo suyo, y en el mar de empujones… logré entrar con todo y bolsas, empujada de cara hacia la puerta contraria, apretada entre un mar de personas y el olor a humanidad, sin poder mover ni un solo musculo, ni siquiera para sostenerme si es que el metro llegase a frenar.
Incómodamente acomodada, de espalda a todos y sin poder moverme, pensé al menos que ya iría camino a casa, unas cuantas estaciones, un transborde, unas cuantas estaciones más… y al fin podría llegar a casa a descansar. Mientras pensaba en eso, no podía evitar sentir la incomodidad de estar tan apretada contra la puerta, y entonces, sonó el clásico anuncio del metro “próxima estación, bellas artes” y luego el sonido de las puertas al intentar cerrarse. La marcha entre una estación y otra, contando que no están tan lejos, fue a vuelta de rueda por la lluvia, y mientras el vagón se movía y frenaba a ratos, yo intentaba de alguna forma darme vuelta, pero no tardé mucho en darme en cuenta… que no era la única persona que había quedado atorada mirando a la puerta incorrecta del vagón. Y no solo eso, sino que al llegar a bellas artes… había entrado incluso mucha gente más.
Fue en ese instante, en la parada en bellas artes que al fin pude escucharlo tras de mi… un chico, no sé de qué edad, pero con una voz muy linda y un tono un poco fresa que me pedía disculpas y ponía un brazo contra la puerta para evitar aplastarme, y, sin embargo, con todo y su brazo manteniendo la distancia entre su pecho y mi espalda… yo podía sentir su pelvis contra mí, intentando mantener distancia, pero fallando en cada movimiento del vagón.
“A la brevedad continuaremos la marcha” sonó en los altavoces apenas dos estaciones más tarde. El calor dentro del metro era ya bastante insoportable, y en esa posición, luego de tanto movimiento… el estímulo había sido, para él, en realidad, inevitable. Podía sentirlo duro en cada movimiento del vagón… rozando entre mis nalgas una vez tras otra, pues la tela del pantalón no parecía muy gruesa, sino apenas muy ligera, como si llevase apenas y unos joggers, así pues, podía sentirlo todo… duro, apretado… y mientras pensaba en eso, logre mirar un poco su rostro a través del reflejo en las ventanas de la puerta. Un chico si acaso unos años mayor que yo, medianamente más alto, con una melena rizada y teñida con rayitos rubios por el frente y un aparente problema de acné en la cara. De piel blanca, pero sudada y enrojecida por el calor, y la vergüenza, y, al concentrarme un poco más en su apariencia… me percaté de que llevaba una camiseta de tirantes, sin nada que cubriera ni sus hombros ni sus brazos, y al fin, en ese instante por primera vez, mis ojos se posaron en el brazo con el que se sostenía para no aplastarme. Un brazo fuerte, trabajado, musculoso. El chico fresa era, sin duda, un chico de gimnasio.
No sé cuánto tiempo estuvimos en ese túnel hasta que el metro retomó la marcha, ambos sin decir palabra, pero yo sintiéndolo cada vez más y más duro… podía sentir su miembro bien parado recorriendo constantemente entre mis nalgas mientras él se disculpaba con sus ojitos desde el reflejo en la ventana y yo asentía un poco como perdonándolo mientras intentaba no morderme el labio por la excitación.
Sucedió entonces en un enfrenón del metro en una curva que, en el vaivén de los cuerpos por la fuerza… lo sentí, pero esta vez, bajo la tela del vestido al volver a nuestra posición “normal”.
Como recordarán, al principio del relato les dije que me había puesto un vestido corto y muy ajustado ese día y pues, con todo y el sudor y entre tanto movimiento, el vestido se había ido arremangando sin darme cuenta. Así pues, en ese enfrenón… al fin había terminado de subirse casi hasta mi cadera, dejando bien expuesto mi trasero únicamente “cubierto” por un hilo.
Apenas lo entendí intenté reaccionar lo más rápido ´posible y cubrirme, pero entre tanta gente era imposible, no me podía ni mover. La única ventaja era que en ese enfrenón… el metro había quedado varado, sin energía. Con las luces apagadas… al menos me consolaba que nadie pudiera verme así de expuesta. Me alegre por un instante ante esa perspectiva, pero como todo lo bueno en la vida… se desvaneció casi apenas al instante, pues una pequeña luz medianamente tenue comenzaba a iluminar casi a nivel del piso, desde dentro de una de las bolsas. Un mensaje de mi nena que yo no podía leer en ese instante, preguntándome si acaso ya estaría por llegar a casa, mientras esa tenue luz iluminaba apenas y lo suficiente… como para mostrarle casi a ciegas a un cercano todo lo que tenía justo en frente, al alcance de su mano, de su miembro.
-¡Wow…! –le escuché decir en un susurro. –Lo siento… que emm… que bonita se mira usted así… yo… le juro que lo siento, no era mi intención mirar… yo…
-No digas nada, por favor... –Le interrumpí. –Por favor. –y me quedé quieta, estupefacta, sin poder decir otra palabra mientras intentaba, inútilmente, mover mi brazo libre para intentar acomodarme ya el vestido.
-¡Hey! –me dijo una voz cercana, desconocida, molesta y masculina. –todos estamos apretados aquí, deje de empujar por favor.
-Lo siento –dijo de la nada el chico fresa… –es que yo la he empujado sin querer, no se moleste con ella, ha sido mi culpa y como usted dijo, todos venimos fastidiados y apretados, le ruego me perdone.
Luego de esa caballeresca disculpa en mi nombre no me quedó de otra sino estarme quieta para no volver a molestar a nadie. Y entonces, sin aviso, la voz del chico fresa susurrándome al oído la frase… “Para que estemos iguales”.
Mis ojos entonces se abrieron como platos… no lo podía creer, sentía su verga firme y caliente contra mi culo, frotándose de arriba abajo por entre mis nalgas…
-¿Te gusta? –me susurró de nuevo mientras me punteaba. –porque a mí me encanta lo que vi hace apenas un momento…
-No… no podemos… no debemos… –le dije con la respiración entrecortada.
-Pero te gusta –me repitió con malicia y calma.
-No… ósea sí pero ¡ahhh! –suspiré bajito. –La tienes muy rica… mucho… –y entonces sentí sus dedos recorriendo por el borde superior de un lado de mi tanga. –No, por favor… para ya…
-Shh, lo único que nos estorba es tu tanga, putita, y ese culo será mío…
Intenté moverme para evitarlo, pero de pronto el peso de su pecho contra mi espalda fue mayor, obligándome así a recargar mi cara contra el vidrio. El chico fresa me tenía aprisionada entre su cuerpo y la puerta del vagón… incapaz de moverme, de defenderme, y de pronto, la mano que ya no sostenía su peso contra la puerta para intentar no aplastarme se encontraba infiltrándose entre el escote de mi vestido y mi seno, apretándome, acariciándome con toda su palma mientras su aliento se sentía resoplando excitado contra mi nuca… y de pronto, de un tirón, bajó todo el escote liberando al aire mis senos. Si las luces se hubieran encendido en el vagón en ese instante… la gente me habría visto con el vestido arremangado, mostrando el culo, y con las tetas colgando libres, lista para ser follada por un desconocido.
-Para –le dije mientras una de sus manos jugaba con mis senos y la otra buscaba bajarme la tanga por el lateral mientras yo, con mi mano libre, la sostenía por el frente como podía. –para por favor… nos van a ver… ufff –Sentía su verga recorriendo entre mis nalgas, resbaladiza, dura, caliente, húmeda…
Quería gemir, gemir fuerte, pero no podía.
-Vamos, putita… muéstrame que quieres… –me dijo mientras se separaba un poco de mi para forzar una de sus rodillas entre mis piernas obligándome a abrirlas. Sentí su verga entonces resbalar por entre mis piernas, protegida de ella únicamente por la tela del hilo blanco…
-Wow –dijo de nuevo sorprendido – dices que no zorrita, pero ya estas hasta escurriendo el hilo, se siente fuerte el calorcito entre tu piernas… toda una perrita en celo.
-Mphh –gemí bajito mientras mi cuerpo comenzaba a convulsionarse por la excitación del momento y perdía todas mis fuerzas.
-¿Es en serio? –dijo de pronto en tono burlón mientras su vos se escuchaba desde lejos y un gran mareo me invadía por un instante. –Acabas de correrte y aún ni te la meto… se ve que eres bien caliente, ahora si entiendo porque usarías este tipo de puti vestidos para viajar en metro. Imagina entonces lo que vas a sentir cuando te la meta por el culo, preciosa… –y de la nada, colocando hábilmente sus manos a cada lado de mi cadera… tiró con fuerza hacia abajo, haciendo que mi mano, en ese instante sin nada de resistencia, no pudiese detener el recorrido de mi tanga por mis piernas hasta casi llegar al suelo, atorándose uno de los laterales en la hebilla de los tacones.
Yo estaba pérdida, intentando recuperar el aliento, el aire, la compostura… mientras mi culo quedaba ya completamente expuesto al igual que mi sexo, completamente a merced de un desconocido en un algún oscuro túnel dentro de un vagón del metro.
Sentí de pronto una fuerte presión sobre mi ano… un calor muy fuerte… y un dolor intenso.
-No… no… nooo… mphh… –y lo sentí abrirme de golpe mientras mis piernas temblaban y mi cabeza chocaba suavemente contra el vidrio mientras sus manos sujetaban y jalaban contra su pelvis mi cadera apretando fuertemente mi carne con sus dedos.
-Eres mía zorrita… ¿quién diría que mi día sería tan bueno? –Se burlaba mientras besaba suavemente mi nuca de mujer perdida y me metía hasta el fondo el resto de su delicioso miembro.
-Mmph… –gemía yo despacito mientras mi lengua inconscientemente patinaba sobre el vidrio de la puerta, sintiendo toda su hombría invadir mi culo, reclamarlo como suyo… poseerlo como solamente un hombre lo había hecho en el pasado, sin permiso, sin resistencia, como si no fuese más que una muñeca para sus deseos de macho.
Y entonces, de la nada, sentí su aliento desesperado chocando contra mi nuca y mi mejilla, una de sus manos sujetándose fuertemente de mi vientre… y los dedos de la otra invadiendo mi boca mientras las embestidas a mi culo se hacían cada vez más fuertes y profundas, y de pronto… los espasmos, su verga soltándome los chorros, unos adentro, otros en las nalgas… y su palma esparciéndolos sobre las mismas y luego llevando sus dedos a mi boca, alimentando los movimientos involuntarios de mi lengua mientras yo intentaba volver en mí, agotada, perdida.
Comenzó entonces a acomodarme el vestido como si nada hubiese pasado, mientras mi ano palpitaba fuertemente y comenzaba a escurrí por entre mis muslos su semilla. El vestido totalmente empapado de sudor y ahora pegándose a su lechita en mis nalgas… Y yo, mareada, sin poder pensar en nada, al borde de no poder ni mantenerme en pie yo sola, cuando de pronto, las luces comenzaron nuevamente a parpadear y el altavoz arrojaba nuevamente su mensaje “en breve retomaremos la marcha, disculpe los inconvenientes”.
Y mientras todos los pasajeros celebraban con gritos y comentarios jubilosos… yo estaba ahí, recién cogida por el culo, agotada, sí pero rememorando a un hombre del pasado que, luego de tanto tiempo, aún me tenía totalmente fascinada.
El resto del viaje fue tranquilo, sin casi contratiempos, puesto que la lluvia había parado. El chico fresa, sin decir palabra luego de todo, se había bajado una estación antes que la mía, y yo, casi al llegar al final de la línea, en la parada donde me toca hacer transborde… casi me tropiezo al salir por la puerta, pues en todo el tramo luego de lo sucedido… ni él ni yo nos habíamos acordado de que la tanga había quedado casi al nivel del piso, atorada entre la hebilla de mis tacones y mis pantorrillas. Así pues, al dar mal el paso, casi me voy de boca contra el suelo. Al darme cuenta me sentí súper apenada, pues no solamente significaba que no traía nada bajo el vestido, sino que, además, toda la gente que quedaba en el convoy acababa de darse cuenta de lo sucedido.
Me apresuré a recogerla y a meterla dentro de una de las bolsas que llevaba, toda mojada y con olor a mí. Y mientras las puertas del convoy se cerraban al fin a mis espaldas… logre sentir, por un instante, el juicio silencioso de sus miradas.
Caminé en silencio entonces hacia el transborde y al otro andén, a esperar el metro nuevamente, las últimas estaciones para llegar a casa luego de un día tan… difícil. Y al entrar en el vagón, por una vez, en todo el día, me alegre. El aire acondicionado estaba encendido, bajito, sí, pero se sentía la brisa reconfortante luego del calor insoportable del otro viaje, y cuando las puertas finalmente se cerraron… me encontraba sola, sentada al fin luego de tantas horas, sin un alma además de mí, y en la (in)comodidad de los asientos… comencé a checar todas mis compras y el mensaje en el móvil que lo había causado todo sin querer. Aproveche para responderle a mi nena “ya casi llego, hubo unos problemas en el metro, pero ya todo está bien.” Distraídamente al guardar mi móvil en la cartera me encontré con la tarjeta de metro que me había prestado el guardia y decidí entonces llevármela en la mano para devolverla si es que lo veía al salir.
Mientras las estaciones pasaban… yo no dejaba de pensar en lo ocurrido, y al meter mi mano a una de las bolsas para buscar mi diadema de orejitas de gato y tomarme una selfi, lo que sentí fue la humedad del hilo y, avergonzada nuevamente, decidí meterla en una bolsita de cartón que tenía donde juntaba la basura para no tirarla a media a calle (el plan era tirarlo todo en algún lugar antes de llegar a casa para que mi nena no pudiera esculcar y verlo, ni modo que me lo pusiera a media calle…) En fin y para no hacer el cuento largo, luego de tomarme las selfis para mi nena, decidí quedarme con la diadema puesta hasta llegar a casa para que ella me viera, y de paso, ociosamente, se me ocurrió jugarle una broma al guardia para entregarle su tarjeta (eso en caso de que siguiera en turno).
Cabe aclarar que las dos bolsitas de cartón eran iguales, y dado que estaba a punto de llegar ya a mi estación… pues, distraídamente, no puse mucha atención a lo que hacía. (¿Quién podría equivocarse con una broma tan simple…?) El objetivo era poner la tarjeta del guardia en una de las bolsas y argumentar, coquetamente, que le había comprado un regalo en agradecimiento al préstamo de su tarjeta de metro, así pues, cuando él la abriera… encontraría, además de su tarjeta, toda mi basura guardada (unas envolturas de chocolate y una botella de plástico pequeña) y lista para ser depositada en el basurero y una sonrisa mía de oreja a oreja, mientras que, en la otra bolsa… yo llevaría mi tanga, lista para ser depositada con todo y bolsa, sin que nadie viera, en otro basurero de la calle. Así pues, distraídamente y absurdamente segura de mi plan, preparé ambas bolsas.
Rápidamente salí del metro al llegar a mi andén, y con la emoción de una niña y su travesura preparada… subí las escaleras casi corriendo, con todas las ganas de encontrarlo.
Al llegar hasta arriba no lo vi en su sitio. Era tarde, supuse que se habría ido y alguien más tendría a esa hora el turno, alguien, al parecer, un poco irresponsable. Mientras me alejaba hacia la salida un poco decepcionada por la broma fallida, una voz me hizo girarme.
-Hey, señorita, reconocería ese vestido donde fuera, no me diga que ha venido a buscarme tan tarde.
-Sí, le dije, deudas son deudas y una es mujer de palabra, vengo… –le dije pícaramente y con la vos y el caminar más sexys que pude mientras el corazón me latía a tope. –a devolverle su tarjeta y agradecerle con un pequeñísimo regalo, pa que no me olvide nunca, aunque yo venga por aquí tan poco.
Y mientras él me miraba completamente sorprendido y sin decir palabra… yo me acerque despacio, muy despacio, mientras le sonreía coquetamente y le guiñaba un ojo, y ya muy cerca de su oído y en un total susurro mientras me mordía el labio (y nomas por calentar y sin pensarlo…)
-Y sé que es poca cosa, pero si usted llegase a pedírmelo y le gusta mi regalo… le juro por mi vida y la de hija, que yo misma vendría cuando usted quiera y me lo diga a modelarlo…
Así pues, ¿se imaginan la cara que pondría el guardia al sacar su tarjeta, dos envolturas y una botella? Yo estaba a punto de soltar la carcajada al verlo tan nervioso, una broma cruel, sí, pero divertida para mí, para olvidarme un poco de lo vivido en ese día, además de que, como no uso el metro tanto, pues tampoco es que lo volvería a ver muy seguido y su enojo quizás se iría en apenas unos días, y sin embargo… la sorpresa fue la mía.
Al meter la mano a la bolsita, lo primero que el guardia sacó fue justamente su tarjeta, pero parecía incomodarle algo, como si su tarjeta estuviese manchada de algo o algo por el estilo, pero era imposible, yo recordaba haber cerrado perfectamente la botellita de agua, además de haberla dejado totalmente vacía, y con respecto a las envolturas… digamos que soy del tipo de persona que las lame hasta no dejarles nada pegado. Así pues, yo misma no entendía que pasaba, cuando de pronto, y extrañados ambos por lo que poco a poco iba colgando de sus dedos… ambos lo entendimos, aunque de distinto modo.
Estúpidamente en mi cansancio y distracción había confundido las bolsas, eran iguales y solo tomé aquella en la que estaba segura de haber metido la tarjeta, pero nunca me fije si había caído en la correcta o no, y al parecer, no. Así pues, ese hombre tenía en sus manos mi hilo, mojado de mis fluidos, y la coqueta y caliente promesa de que podría modelárselo cuando él quisiera.
Él estaba ahí, con los ojos abiertos como platos, sosteniendo mi tanga mojada entre sus dedos, imaginándose quizás (y estando en lo correcto) que yo no traía nada ya bajo el vestido, y no solo eso, sino que además… quizás y yo misma lo había ido a buscar adrede, aun probablemente fuera de su hora, pensando en demostrarle como me tenía, más aun después de tanta coquetería y tanto calentarlo con mis acciones y palabras. Que pendeja había sido.
Y mientras el miraba como estatua pensando Dios sabe en qué, yo estaba ahí, paralizada, roja como tomate y muerta de vergüenza, sosteniendo en una de mis manos la bolsa con basura en vez de la bolsa con mi tanga, con unas enormes ganas de correr… pero sin poder en realidad hacerlo.
-Vaya –dijo de pronto volviendo en sí – la verdad pensé que no me la devolverías, incluso que no te volvería a ver o que cuando te viera habría pasado tanto tiempo, que quizás ni te reconocería, y sin embargo estás aquí, frente a mí, tan coqueta como en la mañana… pero oliendo a sexo, moviendo las nalgas para que te miren y con manchas por la parte de atrás de tu vestido.
Me quedé helada y muda, sorprendida, sin saber que hacer o decir en ese instante, como si fuese incapaz de negarlo todo y salir de ahí…
-Me alegra haberme quedado a cubrir el turno de mi compañero, al principio me molestó, te soy sincero, pero me alegra ahora haberlo hecho. –me dijo mientras se guardaba mi hilo en la bolsa lateral del pantalón. –Y créeme, te tomo la palabra en lo dicho, más aún porque lo juraste por tu hija también, ¿No es así?
-Sí… –le dije llena de duda y miedo y con lágrimas a punto de salir por mi propia estupidez.
-No te preocupes, yo también soy hombre de palabra y solo te haré cumplir lo que dijiste, vas a modelarme tu regalo el día que yo quiera, zorrita, aquí…
-¿Aquí? –lo interrumpí.
-Aquí mismo, en el metro, y ya tengo hasta pensado el día. Ven –me dijo tomándome del hombro fuertemente con sus dedos –hablemos un momento donde nadie nos pueda ver, hay cámaras aquí y hay alguna cosilla que quiero confirmar.
-¡Gloría! –Gritó de pronto a la cajera –iré a ayudar a esta chica a ver si no encontraron los de limpieza su identificación en el suelo al limpiar, a ver si no está en la covacha. La mujer ya algo mayor y con cara de pocos amigos, simplemente asintió.
Bajamos nuevamente por las escalaras hasta una puerta cerrada con llave, al abrirla solo había una especie de pileta para llenar cubetas y repisas con limpiadores. Estábamos solos y cerró la puerta.
-Deja tus bolsas ahí y dame tu identificación –le obedecí.
-Vives cerca, muy bien, esto es lo que va a pasar, tú me vas a anotar aquí tu nombre y número –me dijo mientras me daba su móvil para hacerlo. –y el día que yo te diga tú debes de venir sí o sí, sin excusas. Yo no voy a mandarte mensajes para nada más ni a molestarte, pero, si te niegas a venir, iré a buscarte donde vives y te armaré un escándalo frente a quién sea, ¿entendiste?
-Sí –le respondí.
-Una vez que cumplas tu juramento, si eso deseas, yo borraré tu número y no volveré a contactarte nunca más, ¿de acuerdo?
-Sí –respondí dubitativa y resignada.
-Ahora, antes de que te vayas a casa… ponte de espaldas a mí, levántate la falda y recarga las palmas en el filo de la pileta, quiero ver si ese culo realmente no está usando nada, además, es lo mínimo que puedes hacer luego de haberme estado antojando a cada instante como toda una cualquiera.
Sus palabras me dolieron, pero tenían a la vez un poco de razón, había terminado así por mi propia culpa, solamente estaba pagando por haber intentado reírme de él. Así pues, antes de volver a casa, le dedique a él mi última humillación del día. Yo, inclinada ante sus ojos, sin tanga para cubrirme, con restos de leche seca aún en las nalgas, exhibiéndome en cuartucho del metro unas horas luego de haber sido cogida en un vagón por un desconocido…
-Un día te voy a cabalgar bien duro, ya verás –cerró el instante con una promesa antes de irnos.
-Continuara-
Nota: este relato es independiente de la historia de "Extraña calma", aunque posiblemente a futuro habrá menciones leves de ciertos sucesos. Por lo pronto, esta primera parte es gratuita, el resto... no.
No olviden seguirme en mi página: https://ko-fi.com/ecosdetinta donde estaré subiendo mis poemas y algunas otras ocurrencias cuando tenga tiempo. Y si gustan cooperar con una moneda... eso ayudaría mucho a esta pobre relatora sin sueldo. XD Saludos.