Restaurante

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Invitado
A ver qué os parece esta historia de cornudo...

El restaurante

Esa noche iban a ir a cenar. Por fin sin niños. Después de unas semanas agotadoras, iban a tener tiempo para ellos solos. Habían reservado en el nuevo restaurante del que todo el mundo hablaba, pero casi nadie había estado porque era bastante caro. Pero querían probar algo diferente y hacer de esa noche algo especial. Ella se encargó de la reserva. “Dos personas. Sí, a las diez. Si fuera posible, en la terraza. Ok, no hay problema, dentro, pero en un sitio tranquilo. Perfecto, sí, a nombre de Silvia”. Llevaron los niños a casa de su madre temprano. Así tendrían tiempo para prepararse y no tener estrés. Javi se lo tomó con tranquilidad, siesta incluida. Ella aprovechó para hacerse las uñas, depilarse, arreglarse el pelo y maquillarse. Buscó en los cajones y encontró un conjunto de lencería que había comprado semanas atrás para darle una sorpresa a su marido en una noche especial. Y esa era esa noche. Un sujetador que a duras penas tapaba los pezones. Un tanga que no dejaba absolutamente nada a la imaginación, y un liguero de los que ella sabía que volvía loco a Javi. Necesitaba sentirse sexy, y al mirarse al espejo le dio un subidón. "No estoy tan mal para lo poco que me cuido. Los tíos todavía giran el cuello cuando paso, y esa es una magnífica señal" -pensó, riéndose para sus adentros. Estaba de muy buen humor.
Llegaron al restaurante. El ambiente era muy moderno, pero acogedor a la vez. Pidieron una cerveza para empezar pero Javi le echó un vistazo a la carta de vinos. Mientras la leía, Silvia se dio cuenta de algunos detalles en su cara. Unas perceptibles arrugas en el cuello. El pelo ligeramente canoso en los alrededores de las sienes. Una incipiente barriga. Evidentemente, no era exactamente el mismo chaval que conoció con diecinueve años, pero todavía tenía la misma sonrisa que la enganchó la primera vez que lo vio, y la misma masculinidad sencilla pero sensual que la enamoró aquella noche en la que se enrollaron en el camping por primera vez. A pesar de los años, seguía poniéndole. Y ese sentimiento era mutuo. Pero lo que había cambiado era que muchas noches se daban un beso y cada uno se volvía de su lado a dormir. Y ya no había ese aquí te pillo aquí te mato en los pocos ratos libres que tenían. No es que no tuvieran ganas de sexo. Simplemente es que no coincidían en el momento. Ella sabía que él veía porno a veces y ella se acariciaba a veces en el parking al salir del trabajo, cuando no había coches alrededor. Era su momento para dar rienda suelta a sus fantasías.
La comida fue fantástica. Mucho mejor de lo esperado. Y del vino, qué decir. A pesar de los precios, pidieron dos botellas de tinto. No paraban de reír contando anécdotas de sus trabajos, del que normalmente no hablaban, y recordando momentos juntos dignos de rememorar, como aquella vez que a ella le tiraron en aquel hotel la copa en el vestido y la cena, las copas y la tintorería les salieron gratis. Javi miraba a Silvia y veía los mismos ojos con esa vida desbordante que lo hechizaron hace tantos años. Y se sintió un hombre afortunado. Ese pequeño lunar en la cara tan especial. Sus tetas que parecían a punto de salirse de ese vestido, y esos pezones que se insinuaban ligeramente. Se había arreglado el pelo, y se había maquillado como a él le gusta. Definitivamente, su mujer seguía estando muy buena, pensó mientras apuraba otro sorbo de vino sin escuchar realmente lo que ella estaba diciendo. Se perdió un momento mirando sus labios carnosos.
-No me estás escuchando.
-¿Qué? -Contestó él
-Te he dicho una cosa y estás con la mirada perdida. No estarás ya borracho, ¿no? - Dijo Silvia riéndose.
-Perdona, me he distraído. ¿Qué me decías?
-Simplemente que voy al baño.
-Vale, aquí te espero. Mientras tanto, le voy a pedir otra copa a la camarera que nos atendió en un principio. No es por nada, simplemente para darle conversación. Así que no tardes mucho.
-Si tú le das conversación a esa de las tetas operadas que nos dio la mesa, yo se la daré al que nos ha atendido toda la noche. Hablaremos de cómo tiene esos brazos y cómo hace para tener ese culo. Tiene pinta de ir todos los días al gym. Pero, claro, tendría que preguntarle detalles.
-Bueno, puedes hacerlo cuando yo vaya al servicio. Ya casi está terminando todo el mundo, así que lo mismo la camarera se queda libre y puede mostrarme dónde está el baño de caballeros.
Los dos se rieron. Silvia entonces se levantó y fue al baño. Cuando regresó, Javi estaba mirando la carta de postres.
-¿Pedimos postre o una copa? -Preguntó.
-¿Y por qué no las dos cosas? -Dijo Silvia riéndose.
-Ya veo que hoy lo quieres todo. Pues venga. Un día es un día. Toma la carta. Yo ya sé lo que quiero.
Ella cogió la carta y le dijo: -Uy, por favor, se me ha caído la servilleta debajo de la mesa. ¿Puedes cogerla? Aquí estoy medio atascada.
Javi se agachó a recogerla. Pero no fue lo único que vio. Su mujer tenía las piernas ligeramente abiertas, y no tenía bragas. De repente se puso a mil. Le encantaban esas provocaciones por parte de ella, en lugares públicos, donde ella sabía que él iba a cortarse. Pero esta provocación iba a ir algo más allá. De repente, vio aparecer la mano de su mujer y su dedo índice empezar a tocar su coño. La mano desapareció y apareció de nuevo con el dedo lubricado con saliva. Empezó a tocarse. Javi se quedó en shock. La imagen le puso burrísimo. Escuchó una conversación. De repente se dio cuenta que estaba debajo de la mesa, y que no sabía cuánto tiempo llevaba allí. Habían pasado solo unos segundos, pero a él le pareció media hora. Se incorporó y miró a su mujer. Estaba hablando con el camarero, y una de sus manos seguía debajo de la mesa. No pudo evitar ponerse colorado. Puso la servilleta encima de la mesa.
-¿Entonces qué? -Preguntó Silvia.
-¿Qué de qué?-contestó Javi.
-¡Que qué postre quieres!- dijo Silvia riéndose.
-Ehh, no sé, bueno, comparto contigo lo que hayas pedido- Dijo atropelladamente.
El camarero sonrió atolondrado y se fue. Javi la miró y ella tenía esa sonrisa pícara, casi infantil, de niña inocente, que escondía una mente calenturienta y que a él siempre le había puesto tanto.
-Dios, Silvia, eso se avisa. Me has dejado sin palabras.
-El que se ha quedado sin palabras ha sido el camarero cuando te ha visto salir debajo de la mesa. Aunque se lo ha tomado muy bien. Yo creo se ha acercado a pedirme el postre porque ha visto mi mano...
-¡No me digas! ¿Tú crees que se ha dado cuenta de todo?- preguntó Javi
-Es muy posible. Solo quedamos dos mesas, y ha venido en cuanto ha visto que no estabas. Imagino que pensaría que te habías ido al baño. No me ha sonreído como un camarero normal, ya sabes. Yo creo que he calentado a dos por el precio de uno -dijo entre risas.
Juan la miró y vio que estaba en su salsa. Muchas veces habían fantaseado con la posibilidad de liarse con un camarero o camarera, pero siempre estando solos. Esas conversaciones subidas de tono en la cama donde él le decía que en una cafetería una camarera le había rozado la mano, o ella le contaba que almorzando un camarero le había dejado una vez su número de teléfono junto con la cuenta. En el calentón se dicen muchas cosas, pero ahí se quedan. No se suelen llevar a la práctica. Hasta ese momento.
-Pues vamos a comprobarlo. Voy a ir al baño. Llámalo de nuevo, y dile que no te decides por el postre. Que quieres su opinión. Y hazlo con una mano tocándote. ¿A que no te atreves? Además, somos la única mesa que queda.
Silvia lo miró con cara divertida. -¿Estás hablando en serio? Ya sabes que yo soy capaz de hacer eso y más. No me pongas a prueba porque podría pasar.
-Bueno, yo me voy al baño. Tardaré entre cinco y diez minutos. Después me iré fuera a echar un cigarro y a llamar acerca del tema de una venta. Eso pueden ser otros veinte minutos. Te dejo la tarjeta para que pagues. Cuando vuelva ya me cuentas si te ha gustado el postre o no...
Javi le mandó un beso con la mano y se fue al baño. Silvia se quedó sorprendida de lo lanzado que veía a su marido. "¿Será el vino? Yo también estoy un poco borracha. Pues si quiere que flirtee, lo haré. Este se cree que no soy capaz. Y, además, el tío me pone. A ver si soy capaz de calentarle"
Silvia esperó que pasara cerca el camarero y lo llamó con la mano. El chico se acercó sonriendo y ella le preguntó:
-Perdona, es que no me decido por el postre. Necesito tu recomendación. Solo voy a comer yo. Mi marido no puede más. Quiero algo que esté realmente bueno, ya sabes. Algo casero, si es posible.
Mientras decía esto, se tocaba de forma casi imperceptible, pero era evidente que algo estaba pasando debajo de esa mesa. Y el chico no podía apartar la mirada de su brazo. Ella se dio cuenta, y supo que había picado el anzuelo. Los ojos de Silvia empezaron a chispear. Y el chico se quedó hipnotizado. Pero solo fue un segundo. Enseguida contestó:
-Entiendo. Ya sé lo que busca. Tenemos un postre perfecto para usted. Ya he terminado mi turno, pero si me quiere acompañar, puedo enseñarle la muestra de postres para que usted decida in situ.
Silvia tiró de la caña:
-Espero que el postre que me enseñes merezca la pena. Tengo más hambre que al principio de la noche.
El chico la miró y contestó:
-Para saber si merece la pena hay que probar. Es como la vida misma. Si siempre come el mismo postre, no sabe lo que se pierde. Acompáñeme.
Silvia le sonrió y le siguió. El chico le abrió la puerta de la cocina. Ya no había cocineros. Solo quedaba el barman que solía cerrar una o dos horas después del cierre, ya que la terraza solía estar muy animada en verano. Pasaron la cocina y llegaron al back office. Allí había una mesa con un ordenador y un sofá. El chico le dijo:
-Espere un momento aquí que le traigo la muestra de postres.
Silvia se quedó sola en la pequeña oficina y su corazón se le aceleró. Era evidente que había dado un paso de más. Esto ya no era flirtear ni tontear. Era entrar en territorio prohibido. Y le gustaba. Le gustaba tanto que su respiración la notaba acelerada.
El chico entró por la puerta con una bandeja de postres. Tenían una pinta espectacular, pero ella no tenía ganas de algo dulce. Quería algo caliente, picante, sabroso, lujurioso. E iba a conseguirlo. No había paso atrás.
-Ese de fresa tiene buena pinta. ¿Tienes alguna copa de espumoso para acompañarlo? -Preguntó sugerente.
-Por supuesto, ahora traigo unas copas. Yo también voy a probarlo así. Hoy ha sido un día duro y si lo le importa la voy a acompañar, si a su marido no le importa tampoco.
-Ni le importa a él, ni me importa a mí en absoluto. Pero no tardes que estoy hambrienta.
El chico llegó literalmente en dos minutos con una botella de champán y dos copas. Las sirvió y brindaron. Silvia cogió una fresa y la mordisqueó juguetona, lentamente, mirando fijamente al chico. Él la miraba fijamente, claramente excitado. Entonces ella bebió de la copa y dejó caer líquido por la comisura de sus labios. Se convirtieron en dos hilos que se unieron en su escote y desaparecieron allí.
-Qué tonta, siempre me pasa igual. Siempre tengo que mancharme. ¿Tienes una servilleta para secarme?
El chico la miró con ojos encendidos de lujuria y le dijo -Claro, espera.
Cuando se dio la vuelta para darle una servilleta, el escote de Silvia llegaba ya al sujetador. La miró y no podía retirar sus ojos de sus hermosas tetas, voluptuosas, con pezones que se insinuaban con claridad. “Ya está el pescado en la red”, pensó Silvia.
El chico se le acercó y empezó a secarle el escote, pero Silvia le dijo:
-No me creo que seas capaz de secar champán francés con un trapo. Eso se bebe siempre. Se disfruta. Y se saborea. Chúpalo -Dijo eso mientras vertió un poco de su copa en su escote.
El chico no necesitó que le repitiera la orden. Cogió sus tetas con ambas manos y las acarició, mientras pasaba su lengua por el canalillo. Silvia empezó a ponerse húmeda. Entonces el chico le terminó de desabotonar la camisa, le quitó el sujetador con maestría (“menos mal, no es de los torpes” -pensó ella) y empezó a chupar suavemente los pezones. Primero ligeramente con la punta de la lengua, en círculos, desde la aureola hasta la punta, chupando más intensamente poco a poco, mientras con la otra mano pellizcaba ligeramente el otro pezón. Silvia recibía varias descargas eléctricas cada vez que eso sucedía, y le costaba seguir de pie. Le temblaban las piernas y no había hecho más que empezar. Entonces ella lo apartó un poco, se bajó las bragas y desvistió al chico poco a poco. Le quitó primero la camisa y tocó con pasión sus marcados pectorales. Cada minuto que pasaba hervía de excitación. Le bajó los pantalones, y el chico se dejaba hacer. Le quitó el slip y surgió una hermosa polla con un glande radiante en completa erección. Entonces ella se puso en cuclillas y empezó a mamársela con fruición. Suavemente al principio pero engulléndola cada vez más hasta casi metérsela completamente en la boca, a pesar de su tamaño. Ella sabía que eso ponía loco a cualquier tío, y este chico no era una excepción. El chico cerró los ojos. No podía creerse lo que estaba pasando. Entonces Silvia paró y le dijo al oído:
-Sigue por donde estabas, me estaba gustando. Si consigues que me corra con tu boca y con tus manos, tendrás vía libre para pedirme lo que quieras.
El chico le dijo:
-Acepto el reto. Prepárate. Vas a disfrutar. Y después me tocará a mí.
Entonces la recostó en el pequeño sofá de dos plazas, le alzó una pierna y empezó a lamerle el clítoris, mientras con las dos manos le acariciaba los pezones. Después se centró en uno e introdujo un dedo de la otra mano en la boca de Silvia para humedecerlo. Jugó con su lengua y lo sacó. Se lo introdujo en el coño y empezó a moverlo por todo el interior, excitando cada centímetro de su vagina y finalmente parándose en el punto G. Allí se tomó su tiempo con delicada suavidad hasta que notó la respiración más acelerada de Silvia. Empezó a pellizcarle el pezón con más fuerza, a chuparle más intensamente el clítoris y a mover el dedo dentro y fuera más rápido, de forma rítmica. Silvia estaba a punto de correrse; sus gemidos no engañaban. De repente, el chico paró. Y recomenzó de nuevo de forma suave, lo que hizo que ella gritara: -¡No pares ahora!- El chico le dijo: -Ahora mando yo. Te correrás cuando yo quiera-. Fue decir eso, y empezar a tener el orgasmo. Él le estaba presionando con fuerza el punto G mientras aceleró todos sus movimientos de forma brutal. El grito de placer de Silvia fue escandaloso. Sus espasmos, incontrolables. Su felicidad, sublime. Se sintió levitar. Seguía moviendo su cuerpo de forma descontrolada. Había sido uno de los orgasmos más intensos de su vida.
Se incorporó poco a poco, con las mejillas sonrosadas y miró a chico con cara de satisfacción y lujuria desenfrenada.
-Ahora dime qué quieres que te haga. Lo que sea. Te mereces lo que sea -dijo con voz entrecortada.
-Pues quiero que me hagas una mamada y quiero correrme en las tetas más hermosas que he visto en mi vida. - contestó.
-Tus deseos son órdenes para mí. Y aparte, te daré un extra-. Y empezó a saborear su polla. Primero le chupó la pequeña gota que tenía en la punta, y se pasó la lengua por sus labios carnosos. Después empezó a chupar más y más profundamente, cada vez succionando más. Con una mano le masajeaba los testículos y con la otra le tocaba el pecho. Empezó a incrementar el ritmo, y cuando escuchó la respiración entrecortada apretó con fuerza en la base del pene diciendo:
-Tranquilo, no te corras. Ahora mando yo.
El chico se iba a volver loco. Silvia repitió el movimiento dos veces más, y estaba a punto de explotar. Entonces ella acercó sus tetas y empezó a masturbarle con ellas. El chico echó la cabeza hacia atrás y se dejó hacer, respirando cada vez más rápido. Cuando ella vio que llegaba el momento, apretó sus pechos con fuerza contra la polla. El chorro de semen salió disparado y se deslizó por ellas, bajando por su cuerpo. Parecía no tener fin.
Entonces se derrumbó en el sofá y ella lo besó en la boca. Se levantó y se limpió con la servilleta. "¿Ves, cariño? Para esto te la pedí" - Le dijo riéndose. Se vistió y se despidió lanzándole un beso con la mano.
El restaurante estaba casi a oscuras. En la terraza había gente todavía. El barman se quedó boquiabierto cuando la vio salir. Ella se dirigió al parking, donde la esperaba su marido. Estaba en el coche hablando por teléfono. Cuando la vio entrar, acabó la conversación.
-¿Qué tal el postre? .-preguntó
-Mejor que la última vez.
 
A ver qué os parece esta historia de cornudo...

El restaurante

Esa noche iban a ir a cenar. Por fin sin niños. Después de unas semanas agotadoras, iban a tener tiempo para ellos solos. Habían reservado en el nuevo restaurante del que todo el mundo hablaba, pero casi nadie había estado porque era bastante caro. Pero querían probar algo diferente y hacer de esa noche algo especial. Ella se encargó de la reserva. “Dos personas. Sí, a las diez. Si fuera posible, en la terraza. Ok, no hay problema, dentro, pero en un sitio tranquilo. Perfecto, sí, a nombre de Silvia”. Llevaron los niños a casa de su madre temprano. Así tendrían tiempo para prepararse y no tener estrés. Javi se lo tomó con tranquilidad, siesta incluida. Ella aprovechó para hacerse las uñas, depilarse, arreglarse el pelo y maquillarse. Buscó en los cajones y encontró un conjunto de lencería que había comprado semanas atrás para darle una sorpresa a su marido en una noche especial. Y esa era esa noche. Un sujetador que a duras penas tapaba los pezones. Un tanga que no dejaba absolutamente nada a la imaginación, y un liguero de los que ella sabía que volvía loco a Javi. Necesitaba sentirse sexy, y al mirarse al espejo le dio un subidón. "No estoy tan mal para lo poco que me cuido. Los tíos todavía giran el cuello cuando paso, y esa es una magnífica señal" -pensó, riéndose para sus adentros. Estaba de muy buen humor.
Llegaron al restaurante. El ambiente era muy moderno, pero acogedor a la vez. Pidieron una cerveza para empezar pero Javi le echó un vistazo a la carta de vinos. Mientras la leía, Silvia se dio cuenta de algunos detalles en su cara. Unas perceptibles arrugas en el cuello. El pelo ligeramente canoso en los alrededores de las sienes. Una incipiente barriga. Evidentemente, no era exactamente el mismo chaval que conoció con diecinueve años, pero todavía tenía la misma sonrisa que la enganchó la primera vez que lo vio, y la misma masculinidad sencilla pero sensual que la enamoró aquella noche en la que se enrollaron en el camping por primera vez. A pesar de los años, seguía poniéndole. Y ese sentimiento era mutuo. Pero lo que había cambiado era que muchas noches se daban un beso y cada uno se volvía de su lado a dormir. Y ya no había ese aquí te pillo aquí te mato en los pocos ratos libres que tenían. No es que no tuvieran ganas de sexo. Simplemente es que no coincidían en el momento. Ella sabía que él veía porno a veces y ella se acariciaba a veces en el parking al salir del trabajo, cuando no había coches alrededor. Era su momento para dar rienda suelta a sus fantasías.
La comida fue fantástica. Mucho mejor de lo esperado. Y del vino, qué decir. A pesar de los precios, pidieron dos botellas de tinto. No paraban de reír contando anécdotas de sus trabajos, del que normalmente no hablaban, y recordando momentos juntos dignos de rememorar, como aquella vez que a ella le tiraron en aquel hotel la copa en el vestido y la cena, las copas y la tintorería les salieron gratis. Javi miraba a Silvia y veía los mismos ojos con esa vida desbordante que lo hechizaron hace tantos años. Y se sintió un hombre afortunado. Ese pequeño lunar en la cara tan especial. Sus tetas que parecían a punto de salirse de ese vestido, y esos pezones que se insinuaban ligeramente. Se había arreglado el pelo, y se había maquillado como a él le gusta. Definitivamente, su mujer seguía estando muy buena, pensó mientras apuraba otro sorbo de vino sin escuchar realmente lo que ella estaba diciendo. Se perdió un momento mirando sus labios carnosos.
-No me estás escuchando.
-¿Qué? -Contestó él
-Te he dicho una cosa y estás con la mirada perdida. No estarás ya borracho, ¿no? - Dijo Silvia riéndose.
-Perdona, me he distraído. ¿Qué me decías?
-Simplemente que voy al baño.
-Vale, aquí te espero. Mientras tanto, le voy a pedir otra copa a la camarera que nos atendió en un principio. No es por nada, simplemente para darle conversación. Así que no tardes mucho.
-Si tú le das conversación a esa de las tetas operadas que nos dio la mesa, yo se la daré al que nos ha atendido toda la noche. Hablaremos de cómo tiene esos brazos y cómo hace para tener ese culo. Tiene pinta de ir todos los días al gym. Pero, claro, tendría que preguntarle detalles.
-Bueno, puedes hacerlo cuando yo vaya al servicio. Ya casi está terminando todo el mundo, así que lo mismo la camarera se queda libre y puede mostrarme dónde está el baño de caballeros.
Los dos se rieron. Silvia entonces se levantó y fue al baño. Cuando regresó, Javi estaba mirando la carta de postres.
-¿Pedimos postre o una copa? -Preguntó.
-¿Y por qué no las dos cosas? -Dijo Silvia riéndose.
-Ya veo que hoy lo quieres todo. Pues venga. Un día es un día. Toma la carta. Yo ya sé lo que quiero.
Ella cogió la carta y le dijo: -Uy, por favor, se me ha caído la servilleta debajo de la mesa. ¿Puedes cogerla? Aquí estoy medio atascada.
Javi se agachó a recogerla. Pero no fue lo único que vio. Su mujer tenía las piernas ligeramente abiertas, y no tenía bragas. De repente se puso a mil. Le encantaban esas provocaciones por parte de ella, en lugares públicos, donde ella sabía que él iba a cortarse. Pero esta provocación iba a ir algo más allá. De repente, vio aparecer la mano de su mujer y su dedo índice empezar a tocar su coño. La mano desapareció y apareció de nuevo con el dedo lubricado con saliva. Empezó a tocarse. Javi se quedó en shock. La imagen le puso burrísimo. Escuchó una conversación. De repente se dio cuenta que estaba debajo de la mesa, y que no sabía cuánto tiempo llevaba allí. Habían pasado solo unos segundos, pero a él le pareció media hora. Se incorporó y miró a su mujer. Estaba hablando con el camarero, y una de sus manos seguía debajo de la mesa. No pudo evitar ponerse colorado. Puso la servilleta encima de la mesa.
-¿Entonces qué? -Preguntó Silvia.
-¿Qué de qué?-contestó Javi.
-¡Que qué postre quieres!- dijo Silvia riéndose.
-Ehh, no sé, bueno, comparto contigo lo que hayas pedido- Dijo atropelladamente.
El camarero sonrió atolondrado y se fue. Javi la miró y ella tenía esa sonrisa pícara, casi infantil, de niña inocente, que escondía una mente calenturienta y que a él siempre le había puesto tanto.
-Dios, Silvia, eso se avisa. Me has dejado sin palabras.
-El que se ha quedado sin palabras ha sido el camarero cuando te ha visto salir debajo de la mesa. Aunque se lo ha tomado muy bien. Yo creo se ha acercado a pedirme el postre porque ha visto mi mano...
-¡No me digas! ¿Tú crees que se ha dado cuenta de todo?- preguntó Javi
-Es muy posible. Solo quedamos dos mesas, y ha venido en cuanto ha visto que no estabas. Imagino que pensaría que te habías ido al baño. No me ha sonreído como un camarero normal, ya sabes. Yo creo que he calentado a dos por el precio de uno -dijo entre risas.
Juan la miró y vio que estaba en su salsa. Muchas veces habían fantaseado con la posibilidad de liarse con un camarero o camarera, pero siempre estando solos. Esas conversaciones subidas de tono en la cama donde él le decía que en una cafetería una camarera le había rozado la mano, o ella le contaba que almorzando un camarero le había dejado una vez su número de teléfono junto con la cuenta. En el calentón se dicen muchas cosas, pero ahí se quedan. No se suelen llevar a la práctica. Hasta ese momento.
-Pues vamos a comprobarlo. Voy a ir al baño. Llámalo de nuevo, y dile que no te decides por el postre. Que quieres su opinión. Y hazlo con una mano tocándote. ¿A que no te atreves? Además, somos la única mesa que queda.
Silvia lo miró con cara divertida. -¿Estás hablando en serio? Ya sabes que yo soy capaz de hacer eso y más. No me pongas a prueba porque podría pasar.
-Bueno, yo me voy al baño. Tardaré entre cinco y diez minutos. Después me iré fuera a echar un cigarro y a llamar acerca del tema de una venta. Eso pueden ser otros veinte minutos. Te dejo la tarjeta para que pagues. Cuando vuelva ya me cuentas si te ha gustado el postre o no...
Javi le mandó un beso con la mano y se fue al baño. Silvia se quedó sorprendida de lo lanzado que veía a su marido. "¿Será el vino? Yo también estoy un poco borracha. Pues si quiere que flirtee, lo haré. Este se cree que no soy capaz. Y, además, el tío me pone. A ver si soy capaz de calentarle"
Silvia esperó que pasara cerca el camarero y lo llamó con la mano. El chico se acercó sonriendo y ella le preguntó:
-Perdona, es que no me decido por el postre. Necesito tu recomendación. Solo voy a comer yo. Mi marido no puede más. Quiero algo que esté realmente bueno, ya sabes. Algo casero, si es posible.
Mientras decía esto, se tocaba de forma casi imperceptible, pero era evidente que algo estaba pasando debajo de esa mesa. Y el chico no podía apartar la mirada de su brazo. Ella se dio cuenta, y supo que había picado el anzuelo. Los ojos de Silvia empezaron a chispear. Y el chico se quedó hipnotizado. Pero solo fue un segundo. Enseguida contestó:
-Entiendo. Ya sé lo que busca. Tenemos un postre perfecto para usted. Ya he terminado mi turno, pero si me quiere acompañar, puedo enseñarle la muestra de postres para que usted decida in situ.
Silvia tiró de la caña:
-Espero que el postre que me enseñes merezca la pena. Tengo más hambre que al principio de la noche.
El chico la miró y contestó:
-Para saber si merece la pena hay que probar. Es como la vida misma. Si siempre come el mismo postre, no sabe lo que se pierde. Acompáñeme.
Silvia le sonrió y le siguió. El chico le abrió la puerta de la cocina. Ya no había cocineros. Solo quedaba el barman que solía cerrar una o dos horas después del cierre, ya que la terraza solía estar muy animada en verano. Pasaron la cocina y llegaron al back office. Allí había una mesa con un ordenador y un sofá. El chico le dijo:
-Espere un momento aquí que le traigo la muestra de postres.
Silvia se quedó sola en la pequeña oficina y su corazón se le aceleró. Era evidente que había dado un paso de más. Esto ya no era flirtear ni tontear. Era entrar en territorio prohibido. Y le gustaba. Le gustaba tanto que su respiración la notaba acelerada.
El chico entró por la puerta con una bandeja de postres. Tenían una pinta espectacular, pero ella no tenía ganas de algo dulce. Quería algo caliente, picante, sabroso, lujurioso. E iba a conseguirlo. No había paso atrás.
-Ese de fresa tiene buena pinta. ¿Tienes alguna copa de espumoso para acompañarlo? -Preguntó sugerente.
-Por supuesto, ahora traigo unas copas. Yo también voy a probarlo así. Hoy ha sido un día duro y si lo le importa la voy a acompañar, si a su marido no le importa tampoco.
-Ni le importa a él, ni me importa a mí en absoluto. Pero no tardes que estoy hambrienta.
El chico llegó literalmente en dos minutos con una botella de champán y dos copas. Las sirvió y brindaron. Silvia cogió una fresa y la mordisqueó juguetona, lentamente, mirando fijamente al chico. Él la miraba fijamente, claramente excitado. Entonces ella bebió de la copa y dejó caer líquido por la comisura de sus labios. Se convirtieron en dos hilos que se unieron en su escote y desaparecieron allí.
-Qué tonta, siempre me pasa igual. Siempre tengo que mancharme. ¿Tienes una servilleta para secarme?
El chico la miró con ojos encendidos de lujuria y le dijo -Claro, espera.
Cuando se dio la vuelta para darle una servilleta, el escote de Silvia llegaba ya al sujetador. La miró y no podía retirar sus ojos de sus hermosas tetas, voluptuosas, con pezones que se insinuaban con claridad. “Ya está el pescado en la red”, pensó Silvia.
El chico se le acercó y empezó a secarle el escote, pero Silvia le dijo:
-No me creo que seas capaz de secar champán francés con un trapo. Eso se bebe siempre. Se disfruta. Y se saborea. Chúpalo -Dijo eso mientras vertió un poco de su copa en su escote.
El chico no necesitó que le repitiera la orden. Cogió sus tetas con ambas manos y las acarició, mientras pasaba su lengua por el canalillo. Silvia empezó a ponerse húmeda. Entonces el chico le terminó de desabotonar la camisa, le quitó el sujetador con maestría (“menos mal, no es de los torpes” -pensó ella) y empezó a chupar suavemente los pezones. Primero ligeramente con la punta de la lengua, en círculos, desde la aureola hasta la punta, chupando más intensamente poco a poco, mientras con la otra mano pellizcaba ligeramente el otro pezón. Silvia recibía varias descargas eléctricas cada vez que eso sucedía, y le costaba seguir de pie. Le temblaban las piernas y no había hecho más que empezar. Entonces ella lo apartó un poco, se bajó las bragas y desvistió al chico poco a poco. Le quitó primero la camisa y tocó con pasión sus marcados pectorales. Cada minuto que pasaba hervía de excitación. Le bajó los pantalones, y el chico se dejaba hacer. Le quitó el slip y surgió una hermosa polla con un glande radiante en completa erección. Entonces ella se puso en cuclillas y empezó a mamársela con fruición. Suavemente al principio pero engulléndola cada vez más hasta casi metérsela completamente en la boca, a pesar de su tamaño. Ella sabía que eso ponía loco a cualquier tío, y este chico no era una excepción. El chico cerró los ojos. No podía creerse lo que estaba pasando. Entonces Silvia paró y le dijo al oído:
-Sigue por donde estabas, me estaba gustando. Si consigues que me corra con tu boca y con tus manos, tendrás vía libre para pedirme lo que quieras.
El chico le dijo:
-Acepto el reto. Prepárate. Vas a disfrutar. Y después me tocará a mí.
Entonces la recostó en el pequeño sofá de dos plazas, le alzó una pierna y empezó a lamerle el clítoris, mientras con las dos manos le acariciaba los pezones. Después se centró en uno e introdujo un dedo de la otra mano en la boca de Silvia para humedecerlo. Jugó con su lengua y lo sacó. Se lo introdujo en el coño y empezó a moverlo por todo el interior, excitando cada centímetro de su vagina y finalmente parándose en el punto G. Allí se tomó su tiempo con delicada suavidad hasta que notó la respiración más acelerada de Silvia. Empezó a pellizcarle el pezón con más fuerza, a chuparle más intensamente el clítoris y a mover el dedo dentro y fuera más rápido, de forma rítmica. Silvia estaba a punto de correrse; sus gemidos no engañaban. De repente, el chico paró. Y recomenzó de nuevo de forma suave, lo que hizo que ella gritara: -¡No pares ahora!- El chico le dijo: -Ahora mando yo. Te correrás cuando yo quiera-. Fue decir eso, y empezar a tener el orgasmo. Él le estaba presionando con fuerza el punto G mientras aceleró todos sus movimientos de forma brutal. El grito de placer de Silvia fue escandaloso. Sus espasmos, incontrolables. Su felicidad, sublime. Se sintió levitar. Seguía moviendo su cuerpo de forma descontrolada. Había sido uno de los orgasmos más intensos de su vida.
Se incorporó poco a poco, con las mejillas sonrosadas y miró a chico con cara de satisfacción y lujuria desenfrenada.
-Ahora dime qué quieres que te haga. Lo que sea. Te mereces lo que sea -dijo con voz entrecortada.
-Pues quiero que me hagas una mamada y quiero correrme en las tetas más hermosas que he visto en mi vida. - contestó.
-Tus deseos son órdenes para mí. Y aparte, te daré un extra-. Y empezó a saborear su polla. Primero le chupó la pequeña gota que tenía en la punta, y se pasó la lengua por sus labios carnosos. Después empezó a chupar más y más profundamente, cada vez succionando más. Con una mano le masajeaba los testículos y con la otra le tocaba el pecho. Empezó a incrementar el ritmo, y cuando escuchó la respiración entrecortada apretó con fuerza en la base del pene diciendo:
-Tranquilo, no te corras. Ahora mando yo.
El chico se iba a volver loco. Silvia repitió el movimiento dos veces más, y estaba a punto de explotar. Entonces ella acercó sus tetas y empezó a masturbarle con ellas. El chico echó la cabeza hacia atrás y se dejó hacer, respirando cada vez más rápido. Cuando ella vio que llegaba el momento, apretó sus pechos con fuerza contra la polla. El chorro de semen salió disparado y se deslizó por ellas, bajando por su cuerpo. Parecía no tener fin.
Entonces se derrumbó en el sofá y ella lo besó en la boca. Se levantó y se limpió con la servilleta. "¿Ves, cariño? Para esto te la pedí" - Le dijo riéndose. Se vistió y se despidió lanzándole un beso con la mano.
El restaurante estaba casi a oscuras. En la terraza había gente todavía. El barman se quedó boquiabierto cuando la vio salir. Ella se dirigió al parking, donde la esperaba su marido. Estaba en el coche hablando por teléfono. Cuando la vio entrar, acabó la conversación.
-¿Qué tal el postre? .-preguntó
-Mejor que la última vez.
Magnífico relato, te acabo de descubrir he leído un par de relatos tuyos, y eres un maestro, no termino ninguno de tus relatos sin tener una erección
 
A ver qué os parece esta historia de cornudo...

El restaurante

Esa noche iban a ir a cenar. Por fin sin niños. Después de unas semanas agotadoras, iban a tener tiempo para ellos solos. Habían reservado en el nuevo restaurante del que todo el mundo hablaba, pero casi nadie había estado porque era bastante caro. Pero querían probar algo diferente y hacer de esa noche algo especial. Ella se encargó de la reserva. “Dos personas. Sí, a las diez. Si fuera posible, en la terraza. Ok, no hay problema, dentro, pero en un sitio tranquilo. Perfecto, sí, a nombre de Silvia”. Llevaron los niños a casa de su madre temprano. Así tendrían tiempo para prepararse y no tener estrés. Javi se lo tomó con tranquilidad, siesta incluida. Ella aprovechó para hacerse las uñas, depilarse, arreglarse el pelo y maquillarse. Buscó en los cajones y encontró un conjunto de lencería que había comprado semanas atrás para darle una sorpresa a su marido en una noche especial. Y esa era esa noche. Un sujetador que a duras penas tapaba los pezones. Un tanga que no dejaba absolutamente nada a la imaginación, y un liguero de los que ella sabía que volvía loco a Javi. Necesitaba sentirse sexy, y al mirarse al espejo le dio un subidón. "No estoy tan mal para lo poco que me cuido. Los tíos todavía giran el cuello cuando paso, y esa es una magnífica señal" -pensó, riéndose para sus adentros. Estaba de muy buen humor.
Llegaron al restaurante. El ambiente era muy moderno, pero acogedor a la vez. Pidieron una cerveza para empezar pero Javi le echó un vistazo a la carta de vinos. Mientras la leía, Silvia se dio cuenta de algunos detalles en su cara. Unas perceptibles arrugas en el cuello. El pelo ligeramente canoso en los alrededores de las sienes. Una incipiente barriga. Evidentemente, no era exactamente el mismo chaval que conoció con diecinueve años, pero todavía tenía la misma sonrisa que la enganchó la primera vez que lo vio, y la misma masculinidad sencilla pero sensual que la enamoró aquella noche en la que se enrollaron en el camping por primera vez. A pesar de los años, seguía poniéndole. Y ese sentimiento era mutuo. Pero lo que había cambiado era que muchas noches se daban un beso y cada uno se volvía de su lado a dormir. Y ya no había ese aquí te pillo aquí te mato en los pocos ratos libres que tenían. No es que no tuvieran ganas de sexo. Simplemente es que no coincidían en el momento. Ella sabía que él veía porno a veces y ella se acariciaba a veces en el parking al salir del trabajo, cuando no había coches alrededor. Era su momento para dar rienda suelta a sus fantasías.
La comida fue fantástica. Mucho mejor de lo esperado. Y del vino, qué decir. A pesar de los precios, pidieron dos botellas de tinto. No paraban de reír contando anécdotas de sus trabajos, del que normalmente no hablaban, y recordando momentos juntos dignos de rememorar, como aquella vez que a ella le tiraron en aquel hotel la copa en el vestido y la cena, las copas y la tintorería les salieron gratis. Javi miraba a Silvia y veía los mismos ojos con esa vida desbordante que lo hechizaron hace tantos años. Y se sintió un hombre afortunado. Ese pequeño lunar en la cara tan especial. Sus tetas que parecían a punto de salirse de ese vestido, y esos pezones que se insinuaban ligeramente. Se había arreglado el pelo, y se había maquillado como a él le gusta. Definitivamente, su mujer seguía estando muy buena, pensó mientras apuraba otro sorbo de vino sin escuchar realmente lo que ella estaba diciendo. Se perdió un momento mirando sus labios carnosos.
-No me estás escuchando.
-¿Qué? -Contestó él
-Te he dicho una cosa y estás con la mirada perdida. No estarás ya borracho, ¿no? - Dijo Silvia riéndose.
-Perdona, me he distraído. ¿Qué me decías?
-Simplemente que voy al baño.
-Vale, aquí te espero. Mientras tanto, le voy a pedir otra copa a la camarera que nos atendió en un principio. No es por nada, simplemente para darle conversación. Así que no tardes mucho.
-Si tú le das conversación a esa de las tetas operadas que nos dio la mesa, yo se la daré al que nos ha atendido toda la noche. Hablaremos de cómo tiene esos brazos y cómo hace para tener ese culo. Tiene pinta de ir todos los días al gym. Pero, claro, tendría que preguntarle detalles.
-Bueno, puedes hacerlo cuando yo vaya al servicio. Ya casi está terminando todo el mundo, así que lo mismo la camarera se queda libre y puede mostrarme dónde está el baño de caballeros.
Los dos se rieron. Silvia entonces se levantó y fue al baño. Cuando regresó, Javi estaba mirando la carta de postres.
-¿Pedimos postre o una copa? -Preguntó.
-¿Y por qué no las dos cosas? -Dijo Silvia riéndose.
-Ya veo que hoy lo quieres todo. Pues venga. Un día es un día. Toma la carta. Yo ya sé lo que quiero.
Ella cogió la carta y le dijo: -Uy, por favor, se me ha caído la servilleta debajo de la mesa. ¿Puedes cogerla? Aquí estoy medio atascada.
Javi se agachó a recogerla. Pero no fue lo único que vio. Su mujer tenía las piernas ligeramente abiertas, y no tenía bragas. De repente se puso a mil. Le encantaban esas provocaciones por parte de ella, en lugares públicos, donde ella sabía que él iba a cortarse. Pero esta provocación iba a ir algo más allá. De repente, vio aparecer la mano de su mujer y su dedo índice empezar a tocar su coño. La mano desapareció y apareció de nuevo con el dedo lubricado con saliva. Empezó a tocarse. Javi se quedó en shock. La imagen le puso burrísimo. Escuchó una conversación. De repente se dio cuenta que estaba debajo de la mesa, y que no sabía cuánto tiempo llevaba allí. Habían pasado solo unos segundos, pero a él le pareció media hora. Se incorporó y miró a su mujer. Estaba hablando con el camarero, y una de sus manos seguía debajo de la mesa. No pudo evitar ponerse colorado. Puso la servilleta encima de la mesa.
-¿Entonces qué? -Preguntó Silvia.
-¿Qué de qué?-contestó Javi.
-¡Que qué postre quieres!- dijo Silvia riéndose.
-Ehh, no sé, bueno, comparto contigo lo que hayas pedido- Dijo atropelladamente.
El camarero sonrió atolondrado y se fue. Javi la miró y ella tenía esa sonrisa pícara, casi infantil, de niña inocente, que escondía una mente calenturienta y que a él siempre le había puesto tanto.
-Dios, Silvia, eso se avisa. Me has dejado sin palabras.
-El que se ha quedado sin palabras ha sido el camarero cuando te ha visto salir debajo de la mesa. Aunque se lo ha tomado muy bien. Yo creo se ha acercado a pedirme el postre porque ha visto mi mano...
-¡No me digas! ¿Tú crees que se ha dado cuenta de todo?- preguntó Javi
-Es muy posible. Solo quedamos dos mesas, y ha venido en cuanto ha visto que no estabas. Imagino que pensaría que te habías ido al baño. No me ha sonreído como un camarero normal, ya sabes. Yo creo que he calentado a dos por el precio de uno -dijo entre risas.
Juan la miró y vio que estaba en su salsa. Muchas veces habían fantaseado con la posibilidad de liarse con un camarero o camarera, pero siempre estando solos. Esas conversaciones subidas de tono en la cama donde él le decía que en una cafetería una camarera le había rozado la mano, o ella le contaba que almorzando un camarero le había dejado una vez su número de teléfono junto con la cuenta. En el calentón se dicen muchas cosas, pero ahí se quedan. No se suelen llevar a la práctica. Hasta ese momento.
-Pues vamos a comprobarlo. Voy a ir al baño. Llámalo de nuevo, y dile que no te decides por el postre. Que quieres su opinión. Y hazlo con una mano tocándote. ¿A que no te atreves? Además, somos la única mesa que queda.
Silvia lo miró con cara divertida. -¿Estás hablando en serio? Ya sabes que yo soy capaz de hacer eso y más. No me pongas a prueba porque podría pasar.
-Bueno, yo me voy al baño. Tardaré entre cinco y diez minutos. Después me iré fuera a echar un cigarro y a llamar acerca del tema de una venta. Eso pueden ser otros veinte minutos. Te dejo la tarjeta para que pagues. Cuando vuelva ya me cuentas si te ha gustado el postre o no...
Javi le mandó un beso con la mano y se fue al baño. Silvia se quedó sorprendida de lo lanzado que veía a su marido. "¿Será el vino? Yo también estoy un poco borracha. Pues si quiere que flirtee, lo haré. Este se cree que no soy capaz. Y, además, el tío me pone. A ver si soy capaz de calentarle"
Silvia esperó que pasara cerca el camarero y lo llamó con la mano. El chico se acercó sonriendo y ella le preguntó:
-Perdona, es que no me decido por el postre. Necesito tu recomendación. Solo voy a comer yo. Mi marido no puede más. Quiero algo que esté realmente bueno, ya sabes. Algo casero, si es posible.
Mientras decía esto, se tocaba de forma casi imperceptible, pero era evidente que algo estaba pasando debajo de esa mesa. Y el chico no podía apartar la mirada de su brazo. Ella se dio cuenta, y supo que había picado el anzuelo. Los ojos de Silvia empezaron a chispear. Y el chico se quedó hipnotizado. Pero solo fue un segundo. Enseguida contestó:
-Entiendo. Ya sé lo que busca. Tenemos un postre perfecto para usted. Ya he terminado mi turno, pero si me quiere acompañar, puedo enseñarle la muestra de postres para que usted decida in situ.
Silvia tiró de la caña:
-Espero que el postre que me enseñes merezca la pena. Tengo más hambre que al principio de la noche.
El chico la miró y contestó:
-Para saber si merece la pena hay que probar. Es como la vida misma. Si siempre come el mismo postre, no sabe lo que se pierde. Acompáñeme.
Silvia le sonrió y le siguió. El chico le abrió la puerta de la cocina. Ya no había cocineros. Solo quedaba el barman que solía cerrar una o dos horas después del cierre, ya que la terraza solía estar muy animada en verano. Pasaron la cocina y llegaron al back office. Allí había una mesa con un ordenador y un sofá. El chico le dijo:
-Espere un momento aquí que le traigo la muestra de postres.
Silvia se quedó sola en la pequeña oficina y su corazón se le aceleró. Era evidente que había dado un paso de más. Esto ya no era flirtear ni tontear. Era entrar en territorio prohibido. Y le gustaba. Le gustaba tanto que su respiración la notaba acelerada.
El chico entró por la puerta con una bandeja de postres. Tenían una pinta espectacular, pero ella no tenía ganas de algo dulce. Quería algo caliente, picante, sabroso, lujurioso. E iba a conseguirlo. No había paso atrás.
-Ese de fresa tiene buena pinta. ¿Tienes alguna copa de espumoso para acompañarlo? -Preguntó sugerente.
-Por supuesto, ahora traigo unas copas. Yo también voy a probarlo así. Hoy ha sido un día duro y si lo le importa la voy a acompañar, si a su marido no le importa tampoco.
-Ni le importa a él, ni me importa a mí en absoluto. Pero no tardes que estoy hambrienta.
El chico llegó literalmente en dos minutos con una botella de champán y dos copas. Las sirvió y brindaron. Silvia cogió una fresa y la mordisqueó juguetona, lentamente, mirando fijamente al chico. Él la miraba fijamente, claramente excitado. Entonces ella bebió de la copa y dejó caer líquido por la comisura de sus labios. Se convirtieron en dos hilos que se unieron en su escote y desaparecieron allí.
-Qué tonta, siempre me pasa igual. Siempre tengo que mancharme. ¿Tienes una servilleta para secarme?
El chico la miró con ojos encendidos de lujuria y le dijo -Claro, espera.
Cuando se dio la vuelta para darle una servilleta, el escote de Silvia llegaba ya al sujetador. La miró y no podía retirar sus ojos de sus hermosas tetas, voluptuosas, con pezones que se insinuaban con claridad. “Ya está el pescado en la red”, pensó Silvia.
El chico se le acercó y empezó a secarle el escote, pero Silvia le dijo:
-No me creo que seas capaz de secar champán francés con un trapo. Eso se bebe siempre. Se disfruta. Y se saborea. Chúpalo -Dijo eso mientras vertió un poco de su copa en su escote.
El chico no necesitó que le repitiera la orden. Cogió sus tetas con ambas manos y las acarició, mientras pasaba su lengua por el canalillo. Silvia empezó a ponerse húmeda. Entonces el chico le terminó de desabotonar la camisa, le quitó el sujetador con maestría (“menos mal, no es de los torpes” -pensó ella) y empezó a chupar suavemente los pezones. Primero ligeramente con la punta de la lengua, en círculos, desde la aureola hasta la punta, chupando más intensamente poco a poco, mientras con la otra mano pellizcaba ligeramente el otro pezón. Silvia recibía varias descargas eléctricas cada vez que eso sucedía, y le costaba seguir de pie. Le temblaban las piernas y no había hecho más que empezar. Entonces ella lo apartó un poco, se bajó las bragas y desvistió al chico poco a poco. Le quitó primero la camisa y tocó con pasión sus marcados pectorales. Cada minuto que pasaba hervía de excitación. Le bajó los pantalones, y el chico se dejaba hacer. Le quitó el slip y surgió una hermosa polla con un glande radiante en completa erección. Entonces ella se puso en cuclillas y empezó a mamársela con fruición. Suavemente al principio pero engulléndola cada vez más hasta casi metérsela completamente en la boca, a pesar de su tamaño. Ella sabía que eso ponía loco a cualquier tío, y este chico no era una excepción. El chico cerró los ojos. No podía creerse lo que estaba pasando. Entonces Silvia paró y le dijo al oído:
-Sigue por donde estabas, me estaba gustando. Si consigues que me corra con tu boca y con tus manos, tendrás vía libre para pedirme lo que quieras.
El chico le dijo:
-Acepto el reto. Prepárate. Vas a disfrutar. Y después me tocará a mí.
Entonces la recostó en el pequeño sofá de dos plazas, le alzó una pierna y empezó a lamerle el clítoris, mientras con las dos manos le acariciaba los pezones. Después se centró en uno e introdujo un dedo de la otra mano en la boca de Silvia para humedecerlo. Jugó con su lengua y lo sacó. Se lo introdujo en el coño y empezó a moverlo por todo el interior, excitando cada centímetro de su vagina y finalmente parándose en el punto G. Allí se tomó su tiempo con delicada suavidad hasta que notó la respiración más acelerada de Silvia. Empezó a pellizcarle el pezón con más fuerza, a chuparle más intensamente el clítoris y a mover el dedo dentro y fuera más rápido, de forma rítmica. Silvia estaba a punto de correrse; sus gemidos no engañaban. De repente, el chico paró. Y recomenzó de nuevo de forma suave, lo que hizo que ella gritara: -¡No pares ahora!- El chico le dijo: -Ahora mando yo. Te correrás cuando yo quiera-. Fue decir eso, y empezar a tener el orgasmo. Él le estaba presionando con fuerza el punto G mientras aceleró todos sus movimientos de forma brutal. El grito de placer de Silvia fue escandaloso. Sus espasmos, incontrolables. Su felicidad, sublime. Se sintió levitar. Seguía moviendo su cuerpo de forma descontrolada. Había sido uno de los orgasmos más intensos de su vida.
Se incorporó poco a poco, con las mejillas sonrosadas y miró a chico con cara de satisfacción y lujuria desenfrenada.
-Ahora dime qué quieres que te haga. Lo que sea. Te mereces lo que sea -dijo con voz entrecortada.
-Pues quiero que me hagas una mamada y quiero correrme en las tetas más hermosas que he visto en mi vida. - contestó.
-Tus deseos son órdenes para mí. Y aparte, te daré un extra-. Y empezó a saborear su polla. Primero le chupó la pequeña gota que tenía en la punta, y se pasó la lengua por sus labios carnosos. Después empezó a chupar más y más profundamente, cada vez succionando más. Con una mano le masajeaba los testículos y con la otra le tocaba el pecho. Empezó a incrementar el ritmo, y cuando escuchó la respiración entrecortada apretó con fuerza en la base del pene diciendo:
-Tranquilo, no te corras. Ahora mando yo.
El chico se iba a volver loco. Silvia repitió el movimiento dos veces más, y estaba a punto de explotar. Entonces ella acercó sus tetas y empezó a masturbarle con ellas. El chico echó la cabeza hacia atrás y se dejó hacer, respirando cada vez más rápido. Cuando ella vio que llegaba el momento, apretó sus pechos con fuerza contra la polla. El chorro de semen salió disparado y se deslizó por ellas, bajando por su cuerpo. Parecía no tener fin.
Entonces se derrumbó en el sofá y ella lo besó en la boca. Se levantó y se limpió con la servilleta. "¿Ves, cariño? Para esto te la pedí" - Le dijo riéndose. Se vistió y se despidió lanzándole un beso con la mano.
El restaurante estaba casi a oscuras. En la terraza había gente todavía. El barman se quedó boquiabierto cuando la vio salir. Ella se dirigió al parking, donde la esperaba su marido. Estaba en el coche hablando por teléfono. Cuando la vio entrar, acabó la conversación.
-¿Qué tal el postre? .-preguntó
-Mejor que la última vez.
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