Little Malay
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Me inclino sobre él para besarle suavemente en los labios mientras los últimos chorros de mi joven amante me rellenan el coño, rebosándolo. Me ha guardado una semana entera de leche en los huevos, y por tanto, tras esta corrida, aún podré sentir una buena lefada caliente en mi garganta. Tengo todo el fin de semana, además. Ha pagado cien mil.
Soy precisa cuando digo “amante”, porque este precioso jovenzuelo realmente me ama. Tengo experiencias suficientes como para no valorar la cursilería. No me llamo a mí misma “escort”, sino puta. Y no uso eufemismos salvo por error u omisión.
Se llama Leandro, como su padre. Tan guapo como lo era él a su edad, aunque con menos aspecto de hombre. No consigue aparentar los diecinueve años que tiene ni con su carísima ropa de ejecutivo, que cuesta lo mismo que una casa. De ejecutivo de una petrolera, ha puesto al niño. En recursos humanos, para tener muchas oportunidades de que se burlen de él. Manda cojones.
No lo sabe, pero es mi hijo. Siempre pidió a la agencia mujeres mayores, y estuvo un poco decepcionado por mi aspecto; incluso tuve que enseñarle una identificación falsa para que creyese que tenía treinta y dos años. Pero pronto la milf aniñada lo tuvo entre sus fauces. Y jamás un humano ha disfrutado tanto el roleo sexual como yo con mi Leandro. No hay otra puta sobre la faz de la tierra que haya gozado tanto que un cliente le diga “juguemos a que eres mi madre”.
Mi móvil suena y pego mis tetas a su pecho, sonriendo, para alargar la mano hacia la mesilla.
— ¿Te importa que lo coja? Me puedes seguir follando mientras hablo. — Le encanta hacer eso.
Al otro lado de la línea, el acentazo ruso de Oleg.
— Hola Miriam. ¿Crees que podrás venir en Marzo conmigo a Bali? Necesito una semana por lo menos. Voy desde Barcelona con mi mujer, y ya me ha dicho que sí a hacer un trío. No me fío de nadie más para hacerlo.
— ¡Claro, medvedúshka! Ahhh… Me va a encantar, sabes que el roleo es lo que más me encantufla. ¿Seguro que te ha dicho que sí, volcharuelo?
— Un sí rotundo. ¿Quieres que lo prepare para que estemos en el mismo hotel o lo haces a tu manera?
Barcelona significa que lo han hecho los suyos, los de casa, y saberlo es un alivio para mí. “Su mujer ha dicho que sí” significa que el italiano loco, el hijo mayor de Leandro, está muerto ya. Bali significa que lo tengo todo preparado en Argentina. Que estemos en el mismo hotel o no es un “chorizo”, un añadido tomado de anteriores conversaciones: creo que me está pidiendo permiso para visitarme de vez en cuando.
— En el mismo, Oleg. Siempre en el mismo. Buff… — Oleg es un buen hombre atrapado en un trono que no pudo evitar y del que no puede levantar el culo sin que se lo agujereen. Necesita hacérmelo saber cada vez con el tono de su voz.
— Te lo mereces. — Añade, justo antes de colgar.
— En Marzo voy a estar en Madrid yo. — Interviene mi niño, con sus ojazos brillando de deseo.
— En ese caso tendré que cancelar… Si puedes follarme durante un mes entero…
“No vas a estar en Madrid”, pienso, mientras lo miro a los ojos y siento esa punzada puñetera que a veces me ha hecho desear dejar las cosas como están: haberlo disfrutado, seguir disfrutándolo hasta que se canse de mí y seguir después como espectadora de su vida y muy ocasional amante. Me aplasta entonces la idea de que sólo soy y seré una madre puta follándose a su hijo. Pero hoy es fácil apartarla. Cada vez que dejo avanzar ese pensamiento unos minutos y visualizo esa vida, me odio a muerte, por mala madre, por mala puta y por zorra cobarde. Hoy miro a mi hijo y me da risa. Hoy es mi cumpleaños.
Me muevo sobre él, pero me agarra del culo y me empuja la polla desde abajo hasta el fondo, sacándome el mismo gemido grave de cuando toma las riendas. Su polla, siempre gorda y dura, después incluso de correrse varias veces. Es un auténtico portento, mi niño. Menos mal que tengo tres agujeros, mucho oficio y aún más ganas, porque ha llegado a follarme durante 20 horas casi ininterrumpidas. Bendita juventud.
— Mmm… así, cariño…
Coloco el móvil junto a su cabeza y abro ********. En el chat con mi jefe, el dueño de la agencia, aparece un emoticono y una frase.
> Cristoph:

> Cristoph: Anda que no te gusta el niño, ¿eh? Se está dejando la pasta del padre, jajaja…
Demasiadas sutilezas no me ayudan. Cristoph, aleccionado con códigos más sencillos, me está indicando que el fideicomiso ya está recibiendo el dinero, aunque probablemente no todo. Pero eso significa que Leandro ya ha muerto, tras hacer todas las llamadas y las firmas que sus captores holandeses pidieron.
Pobre Leandro, ya no tendrá tiempo de aprender la lección. No se desprecia el poder, aunque tenga una forma distinta al que tú ejerces. La belleza que le hizo prendarse conmigo cuando acababa de cumplir catorce años le ha robado a su hijo, su fortuna, su legado y su vida. Toma vagina dentada, pedazo de imbécil petulante y soberbio.
Pasé mi decimoquinto cumpleaños sola en el hospital, llorando. Leandro me había quitado a mi hijo la víspera, horas después del parto, y obligó a mis padres a que me enviasen a Chicago, con mi tía. La enfermera que se llevó a mi bebé no pudo esconder la sombra en su cara. Y desde que me miró, con él en brazos y diciendo “vamos a bañarlo, enseguida vuelvo”, supe que debía empezar a pensar en cómo recuperarlo. Esa enfermera tiene que estar sufriendo una sinfonía de fallo multiorgánico, ya sin pelo, tras días sin comer. La envenené yo misma hace quince días, al estilo ruso más caro, gracias a Oleg.
Al día siguiente permitieron venir a mis padres, que me abrazaron mientras me juraban que irían a verme. Yo ya no lloraba. Ni siquiera me dejaron hablar con Acindino, el jefe de mi tío. Quizá, sólo quizá, él hubiera podido ayudarme.
En mi decimosexto cumpleaños, mi tía Magdalena murió en un accidente. Y Thomas, su marido, cedió a mis súplicas permitiendo que comenzase a trabajar como modelo en su agencia. Tres meses después ya ahorraba, trabajando de escort. No sólo he ahorrado dinero. Desde el primer día atesoré amigos, contactos, favores y todas las habilidades que pude.
Bastaron diez años de belleza, dedicación y paciencia para que me sintiese capaz de atacar; y después llegó la última fase, la más lenta y compleja: un lustro de pizarras, viajes y pequeñas trampas para tender la gran trampa. Primero, para que la única agencia de putas con la que MakroMed permitía trabajar a sus ejecutivos fuese la que me captase a mí, sin tener que ofrecerme. Después, otro año para conseguir que mi niño, que aún ni siquiera era mayor de edad, fuese quien me reclamase.
También hizo falta tiempo para acabar de limpiar los pequeños flecos de mi pasado que no había tenido tiempo de barrer. Pero al fin cumplí treinta y dos con el mejor regalo de mi vida: mi bebé de nuevo en mis brazos, diciéndome que me amaba mientras acariciaba su polla y le besaba con más hambre de la que me hubiera imaginado.
Cuando volví a verle, esa primera vez después de que me lo robaran, estaba más nerviosa que cuando su padre me folló por primera vez. Y cien mil millones de veces más cachonda. Esa primera vez tuve que contener las lágrimas en el ascensor, después de saludar a Niko, el conserje griego que ahora llama a la habitación.
— ¿Lo quieres coger tú mientras te la chupo? Porrfavoooorrr… Quiero que lo oigan…
Mi pequeño suelta mi culo y empieza a girarse. Doy un lametón a su cuello mientras él se mueve, arrastrándose de espaldas con el impulso de los pues, para llegar a la otra mesilla. Lo persigo andando con las rodillas mientras muerdo su pecho, y en cuanto alcanza el auricular del teléfono me lanzo con la lengua por delante y la boca abierta a su polla, brillante de flujos y semen.
— ¿Diga? Auff…
— Buenas tardes señor, soy Niko, de recepción. Quería decirles que su cena subirá en una hora si así lo desean, y que, aunque no hemos podido conseguir el Louis Roederer que pidió, he hecho el mayor esfuerzo y he conseguido un Krug Private Cuvée de 1915. Estoy seguro de que a la señora le agradará saberlo.
Niko escuchaba perfectamente el glogf oummm de mi boca, los gemidos descontrolados por la excitación que me produce la tensión y el placer de estar tan cerca de la victoria. Chupé como una descontrolada la polla de mi pequeño y mi lengua estaba tan hambrienta que tardé pocos segundos en hacer que estuviese en peligro de correrse de nuevo. Encajé su capullo en mi garganta y empecé a emitir sonidos parecidos a la arcada, fuertes, pero lo justo para asegurarme de que mi hijo escuchase con claridad al conserje.
Miré a su cara y seguí mamando mientras él reproducía, entre gemidos, el mensaje del afectuoso recepcionista.
“Krug de 1915”, una de las botellas que Antonio, el auténtico jefe de Niko, le hizo guardar para mí, luego la esposa de Leandro también está muerta. Dormida plácidamente en un sueño químico del que no despertará jamás. Pienso beberme las otras dos botellas, por supuesto. La de las incrustaciones de oro y la que sacaron de un barco en 2008. Quizá le ponga un condón después y me folle con ellas para darle a mi precioso uno de sus espectáculos favoritos.
Clavo los codos en la cama, entre sus piernas. Agarro sus huevos y los amaso mientras cierro la presa de la otra mano sobre la base de su polla, hincándome el resto hasta la garganta y retorciendo mi lengua contra el tronco. Necesito que se corra en mi boca para celebrar que al fin vuelve a ser mío.
El luto pasará con el tiempo. Su padre nunca se ocupó demasiado de él, y un correo electrónico ya está en su bandeja, informándole de que la desaparecida Antonella no es su madre biológica. El dinero y yo conseguiremos que pase el mal trago.
Mi pequeño intenta aguantar, yo trago y chupo y chupo sin parar hasta que cede y los chorros comienzan a llenar mi garganta. Me retraigo unos centímetros, succionando, para que parte de su leche vaya a mi boca.
— Aahh… Quiero… que seas… mía, sólo mía…
— Glugb… glubgg… ahh… Soy tuya… Ya soy tuya…
Está enamorado de mí. Y, aunque lo disfruto, cuando se canse un poco de su puta amada seré incluso más feliz. No quiero ser su reina, no me interesa atarlo. Quiero ser su madame, su consejera. La gestora de su harén, su amiga y confidente. O lo más parecido a una madre que se me ocurra en cada momento, hasta que le empuje a descubrir quién soy realmente.
Y ahora, mientras limpio su capullo hasta dejarlo limpio, siento la necesidad de hacer un chiste sólo para mí misma. Aún más de lo que necesito hacerlo disfrutar, que es mucho.
— Soy tu mamá… esto no está bien…
Y sus ojos se encienden con una sonrisa.
Soy precisa cuando digo “amante”, porque este precioso jovenzuelo realmente me ama. Tengo experiencias suficientes como para no valorar la cursilería. No me llamo a mí misma “escort”, sino puta. Y no uso eufemismos salvo por error u omisión.
Se llama Leandro, como su padre. Tan guapo como lo era él a su edad, aunque con menos aspecto de hombre. No consigue aparentar los diecinueve años que tiene ni con su carísima ropa de ejecutivo, que cuesta lo mismo que una casa. De ejecutivo de una petrolera, ha puesto al niño. En recursos humanos, para tener muchas oportunidades de que se burlen de él. Manda cojones.
No lo sabe, pero es mi hijo. Siempre pidió a la agencia mujeres mayores, y estuvo un poco decepcionado por mi aspecto; incluso tuve que enseñarle una identificación falsa para que creyese que tenía treinta y dos años. Pero pronto la milf aniñada lo tuvo entre sus fauces. Y jamás un humano ha disfrutado tanto el roleo sexual como yo con mi Leandro. No hay otra puta sobre la faz de la tierra que haya gozado tanto que un cliente le diga “juguemos a que eres mi madre”.
Mi móvil suena y pego mis tetas a su pecho, sonriendo, para alargar la mano hacia la mesilla.
— ¿Te importa que lo coja? Me puedes seguir follando mientras hablo. — Le encanta hacer eso.
Al otro lado de la línea, el acentazo ruso de Oleg.
— Hola Miriam. ¿Crees que podrás venir en Marzo conmigo a Bali? Necesito una semana por lo menos. Voy desde Barcelona con mi mujer, y ya me ha dicho que sí a hacer un trío. No me fío de nadie más para hacerlo.
— ¡Claro, medvedúshka! Ahhh… Me va a encantar, sabes que el roleo es lo que más me encantufla. ¿Seguro que te ha dicho que sí, volcharuelo?
— Un sí rotundo. ¿Quieres que lo prepare para que estemos en el mismo hotel o lo haces a tu manera?
Barcelona significa que lo han hecho los suyos, los de casa, y saberlo es un alivio para mí. “Su mujer ha dicho que sí” significa que el italiano loco, el hijo mayor de Leandro, está muerto ya. Bali significa que lo tengo todo preparado en Argentina. Que estemos en el mismo hotel o no es un “chorizo”, un añadido tomado de anteriores conversaciones: creo que me está pidiendo permiso para visitarme de vez en cuando.
— En el mismo, Oleg. Siempre en el mismo. Buff… — Oleg es un buen hombre atrapado en un trono que no pudo evitar y del que no puede levantar el culo sin que se lo agujereen. Necesita hacérmelo saber cada vez con el tono de su voz.
— Te lo mereces. — Añade, justo antes de colgar.
— En Marzo voy a estar en Madrid yo. — Interviene mi niño, con sus ojazos brillando de deseo.
— En ese caso tendré que cancelar… Si puedes follarme durante un mes entero…
“No vas a estar en Madrid”, pienso, mientras lo miro a los ojos y siento esa punzada puñetera que a veces me ha hecho desear dejar las cosas como están: haberlo disfrutado, seguir disfrutándolo hasta que se canse de mí y seguir después como espectadora de su vida y muy ocasional amante. Me aplasta entonces la idea de que sólo soy y seré una madre puta follándose a su hijo. Pero hoy es fácil apartarla. Cada vez que dejo avanzar ese pensamiento unos minutos y visualizo esa vida, me odio a muerte, por mala madre, por mala puta y por zorra cobarde. Hoy miro a mi hijo y me da risa. Hoy es mi cumpleaños.
Me muevo sobre él, pero me agarra del culo y me empuja la polla desde abajo hasta el fondo, sacándome el mismo gemido grave de cuando toma las riendas. Su polla, siempre gorda y dura, después incluso de correrse varias veces. Es un auténtico portento, mi niño. Menos mal que tengo tres agujeros, mucho oficio y aún más ganas, porque ha llegado a follarme durante 20 horas casi ininterrumpidas. Bendita juventud.
— Mmm… así, cariño…
Coloco el móvil junto a su cabeza y abro ********. En el chat con mi jefe, el dueño de la agencia, aparece un emoticono y una frase.
> Cristoph:
> Cristoph: Anda que no te gusta el niño, ¿eh? Se está dejando la pasta del padre, jajaja…
Demasiadas sutilezas no me ayudan. Cristoph, aleccionado con códigos más sencillos, me está indicando que el fideicomiso ya está recibiendo el dinero, aunque probablemente no todo. Pero eso significa que Leandro ya ha muerto, tras hacer todas las llamadas y las firmas que sus captores holandeses pidieron.
Pobre Leandro, ya no tendrá tiempo de aprender la lección. No se desprecia el poder, aunque tenga una forma distinta al que tú ejerces. La belleza que le hizo prendarse conmigo cuando acababa de cumplir catorce años le ha robado a su hijo, su fortuna, su legado y su vida. Toma vagina dentada, pedazo de imbécil petulante y soberbio.
Pasé mi decimoquinto cumpleaños sola en el hospital, llorando. Leandro me había quitado a mi hijo la víspera, horas después del parto, y obligó a mis padres a que me enviasen a Chicago, con mi tía. La enfermera que se llevó a mi bebé no pudo esconder la sombra en su cara. Y desde que me miró, con él en brazos y diciendo “vamos a bañarlo, enseguida vuelvo”, supe que debía empezar a pensar en cómo recuperarlo. Esa enfermera tiene que estar sufriendo una sinfonía de fallo multiorgánico, ya sin pelo, tras días sin comer. La envenené yo misma hace quince días, al estilo ruso más caro, gracias a Oleg.
Al día siguiente permitieron venir a mis padres, que me abrazaron mientras me juraban que irían a verme. Yo ya no lloraba. Ni siquiera me dejaron hablar con Acindino, el jefe de mi tío. Quizá, sólo quizá, él hubiera podido ayudarme.
En mi decimosexto cumpleaños, mi tía Magdalena murió en un accidente. Y Thomas, su marido, cedió a mis súplicas permitiendo que comenzase a trabajar como modelo en su agencia. Tres meses después ya ahorraba, trabajando de escort. No sólo he ahorrado dinero. Desde el primer día atesoré amigos, contactos, favores y todas las habilidades que pude.
Bastaron diez años de belleza, dedicación y paciencia para que me sintiese capaz de atacar; y después llegó la última fase, la más lenta y compleja: un lustro de pizarras, viajes y pequeñas trampas para tender la gran trampa. Primero, para que la única agencia de putas con la que MakroMed permitía trabajar a sus ejecutivos fuese la que me captase a mí, sin tener que ofrecerme. Después, otro año para conseguir que mi niño, que aún ni siquiera era mayor de edad, fuese quien me reclamase.
También hizo falta tiempo para acabar de limpiar los pequeños flecos de mi pasado que no había tenido tiempo de barrer. Pero al fin cumplí treinta y dos con el mejor regalo de mi vida: mi bebé de nuevo en mis brazos, diciéndome que me amaba mientras acariciaba su polla y le besaba con más hambre de la que me hubiera imaginado.
Cuando volví a verle, esa primera vez después de que me lo robaran, estaba más nerviosa que cuando su padre me folló por primera vez. Y cien mil millones de veces más cachonda. Esa primera vez tuve que contener las lágrimas en el ascensor, después de saludar a Niko, el conserje griego que ahora llama a la habitación.
— ¿Lo quieres coger tú mientras te la chupo? Porrfavoooorrr… Quiero que lo oigan…
Mi pequeño suelta mi culo y empieza a girarse. Doy un lametón a su cuello mientras él se mueve, arrastrándose de espaldas con el impulso de los pues, para llegar a la otra mesilla. Lo persigo andando con las rodillas mientras muerdo su pecho, y en cuanto alcanza el auricular del teléfono me lanzo con la lengua por delante y la boca abierta a su polla, brillante de flujos y semen.
— ¿Diga? Auff…
— Buenas tardes señor, soy Niko, de recepción. Quería decirles que su cena subirá en una hora si así lo desean, y que, aunque no hemos podido conseguir el Louis Roederer que pidió, he hecho el mayor esfuerzo y he conseguido un Krug Private Cuvée de 1915. Estoy seguro de que a la señora le agradará saberlo.
Niko escuchaba perfectamente el glogf oummm de mi boca, los gemidos descontrolados por la excitación que me produce la tensión y el placer de estar tan cerca de la victoria. Chupé como una descontrolada la polla de mi pequeño y mi lengua estaba tan hambrienta que tardé pocos segundos en hacer que estuviese en peligro de correrse de nuevo. Encajé su capullo en mi garganta y empecé a emitir sonidos parecidos a la arcada, fuertes, pero lo justo para asegurarme de que mi hijo escuchase con claridad al conserje.
Miré a su cara y seguí mamando mientras él reproducía, entre gemidos, el mensaje del afectuoso recepcionista.
“Krug de 1915”, una de las botellas que Antonio, el auténtico jefe de Niko, le hizo guardar para mí, luego la esposa de Leandro también está muerta. Dormida plácidamente en un sueño químico del que no despertará jamás. Pienso beberme las otras dos botellas, por supuesto. La de las incrustaciones de oro y la que sacaron de un barco en 2008. Quizá le ponga un condón después y me folle con ellas para darle a mi precioso uno de sus espectáculos favoritos.
Clavo los codos en la cama, entre sus piernas. Agarro sus huevos y los amaso mientras cierro la presa de la otra mano sobre la base de su polla, hincándome el resto hasta la garganta y retorciendo mi lengua contra el tronco. Necesito que se corra en mi boca para celebrar que al fin vuelve a ser mío.
El luto pasará con el tiempo. Su padre nunca se ocupó demasiado de él, y un correo electrónico ya está en su bandeja, informándole de que la desaparecida Antonella no es su madre biológica. El dinero y yo conseguiremos que pase el mal trago.
Mi pequeño intenta aguantar, yo trago y chupo y chupo sin parar hasta que cede y los chorros comienzan a llenar mi garganta. Me retraigo unos centímetros, succionando, para que parte de su leche vaya a mi boca.
— Aahh… Quiero… que seas… mía, sólo mía…
— Glugb… glubgg… ahh… Soy tuya… Ya soy tuya…
Está enamorado de mí. Y, aunque lo disfruto, cuando se canse un poco de su puta amada seré incluso más feliz. No quiero ser su reina, no me interesa atarlo. Quiero ser su madame, su consejera. La gestora de su harén, su amiga y confidente. O lo más parecido a una madre que se me ocurra en cada momento, hasta que le empuje a descubrir quién soy realmente.
Y ahora, mientras limpio su capullo hasta dejarlo limpio, siento la necesidad de hacer un chiste sólo para mí misma. Aún más de lo que necesito hacerlo disfrutar, que es mucho.
— Soy tu mamá… esto no está bien…
Y sus ojos se encienden con una sonrisa.
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