Tentando a mi padrastro

Tiravallas

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13 Jul 2024
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Subí la escalera sintiendo tras de mí su mirada, fija y ardiente. Sus ojos dejaron de leer el periódico, con el que llevaba un rato enredando en el salón, para fijarse en mi culo, en mi precioso culo: algo respingón, redondito, del tamaño perfecto y perfectamente envuelto en unos leggins, de color verde aceituna, tan apretados y ajustados, que no dejaban ningún lugar a la imaginación.


Me gustaba y me producía un morbo innegable, y casi insuperable, sentir su mirada en mi cuerpo, hacerle arder, ponerle al límite de su autocontrol. Ya hacía un rato que, de forma disimulada, lanzaba sus miradas sobre mí, tratando de que no me diera cuenta, pero yo sabía lo que ocurría, tanto dentro de su cabeza, como dentro de sus calzoncillos.


Antes de encerrarme en mi dormitorio, aún me volví para vigilar a hurtadillas qué estaba haciendo: permanecía con la mirada perdida hacia la escalera, sin mirar nada concreto. Estaba segura de que en su mente estaba viendo lo que no había visto, de que estaba viviendo lo que no había vivido. Estaba segura de que su mente ardía con el mismo fuego con el que ardía la mía.


Me contemplé en el espejo y una sonrisa, entre maléfica y pícara, se dibujó en mis labios: viéndome como me vi era lógico que él estuviera en el sofá del salón, ardiendo en deseo, dándole rienda suelta a su imaginación y, estoy segura, que a punto de zumbarse una buena paja a mi salud. Pero ese no era mi plan. No iba a dejar que desperdiciara otra vez su semen de aquella forma.


Sí, otra vez. Sabía, porque le había oído muchas veces en los últimos meses, que era el objeto de sus pajas. Que su polla se hinchaba y endurecía hasta sentir las sacudidas propinadas por sus huevos, expulsando el semen que mi presencia en su imaginación, le provocaba.


Me quité la camiseta, aprovechando al hacerlo para acariciar mis senos. Qué fina soy a veces: para sobar mis tetas y endurecer de paso mis pezones, para hacerlos resaltar aún más bajo el sujetador.


Tan sólo llevaba un sujetador, de color blanco, un poco más pequeño de la talla que debería utilizar, pero perfecto para mis intenciones, y mis preciosos leggins, que era casi lo mismo como no llevar nada de cintura para abajo: todo mi cuerpo se marcaba en su tejido, incluidos los pronunciados labios de mi depilado coñito. Siempre me ha encantado el efecto que produce llevar los leggins tan ajustados, sin ninguna ropa interior que interfiriera entre mi cuerpo y su tejido.


- Pablo, ¿puedes subir un momento? –le llamé, con voz melosa.


No respondió, pero de inmediato oí cómo se puso en marcha y subió cadenciosamente, cada uno de los escalones que separaban el piso superior de la planta baja. En menos de un minuto estaba frente a la puerta de mi dormitorio, probablemente cortado de entrar al verme semidesnuda.


- Pasa hombre, que estás en tu casa –le dije risueña.


- ¿Qué es lo que quieres? –me dijo, tratando de no mirarme, aunque no pudo evitar fijarse en las pronunciadas marcas de mis pezones en el sujetador.


- El cabecero de la cama, suena mucho. No sé qué le ocurre, pero me da rabia, no puedo moverme en la cama sin que golpeé contra la pared –le expliqué, a la vez que toqué un poco el cabecero para reproducir el sonido que tanto había dicho que me molestaba.


- Ya veo –dijo sin moverse.


- ¿Y no vas a hacer nada? –le dije, mirándole de arriba abajo. A pesar de tener casi 30 años más que yo, era un hombre atractivo: moreno, tanto de piel como de pelo, del cual lo conservaba casi todo. Sin ser demasiado alto, su cuerpo tenía las proporciones perfectas, al menos para mi criterio de la perfección masculina. ¡Cuántas veces había soñado con ser estrechada por sus fuertes brazos, con apoyar mi cabeza en su pecho, sintiéndolo latir bajo mis mejillas, y con envolver su polla con mi lengua, buscando la descarga de su semen maduro en mi boca!


- No sé, ¿qué quieres que haga? –me preguntó mirándome, ahora sí, con descaro.


- Al menos que compruebes lo que te digo –le respondí.


Pablo anduvo los 3 pasos que le separaban del cabecero de la cama. Pasó a mi lado, casi rozándome. El aroma a macho, a masculinidad ardiente, a deseo sexual prohibido y reprimido, abofetearon mi cara y mi nariz, haciendo que todo mi ser se estremeciera por dentro.


Cuando llegó hasta el cabecero lo movió con una de sus manos, pudiendo comprobar lo que ya le había demostrado hacía menos de un minuto: al más leve roce, el cabecero golpeaba contra la pared.


- ¿Ves? Suena muchísimo, es un rollo. Cada vez que me muevo de noche suena, y cuando… bueno ya sabes, cuando me masturbo tengo que hacerlo con cuidado. Imagino que el vecino de la casa de al lado se pajeará cada vez que me oiga hacerlo. Tú mismo seguro que me has escuchado más de una vez –añadí, con la más melosa y cautivadora voz que pude poner.


- Por Dios, Alicia … -me dijo bajando su mirada desde mis ojos hasta mi entrepierna dónde, las formas de mis labios lo atraparon.


- A ver, es la verdad. ¿O acaso mamá y tú pensáis que no me masturbo? –le solté sin dejar de taladrarle con la mirada-. Además, no puedes no haberme oído de hacerlo, no me corto ni me escondo para hacerlo, es natural que lo haga –le dije de nuevo, acariciando con mi mano derecha su brazo izquierdo.


- Sí, claro, es normal. Todos lo hacemos, …, quiero decir que todos lo hemos hecho –me dijo, un poco azorado, y sin reconocer que me había oído hacerlo, aunque estaba segura de que así había sido en más de una ocasión, puesto que, en varias ocasiones, tras correrme yo, le oí hacerlo a él en su dormitorio.


- ¿Tú ya no lo haces? –le pregunté, haciéndome ahora la inocente.


- No creo que deba contestar a esa pregunta –dijo muy serio.


- Yo te he dicho que sí lo hago, estás en deuda conmigo, me debes esa información –le dije sonriendo y rozando de nuevo levemente su brazo izquierdo, lo que casi le hace dar un salto hacia atrás.


- No te he pedido esa “información”, como tú la llamas –volvió a responder.


- No, no te la he pedido, pero tampoco es un delito que me digas si lo haces, si es que lo haces…, pero no creo que no lo hagas. Tampoco os oigo a mamá y a ti follando como locos. Todo lo que he podido oíros últimamente ha sido de follar alguna vez, no más de una vez al mes, y eso para un hombre no es nada. Desde luego, para mí no lo es –le solté del tirón, mientras en su rostro comencé a ver signos de debilidad, y alguna perlada gota de sudor naciendo en su frente.


- Sí Alicia, claro que me masturbo. Todos los adultos lo hacemos, independientemente de que tengamos pareja o no. Es natural hacerlo. Lo que no es normal es hablarlo así, como si tal cosa –insistió en su incomodidad.


Me senté en el borde la cama, a su lado. Apenas le dejé espacio para salir de dónde estaba, con mis piernas por un lado y la mesita de noche por el otro, y con la pared lateral del dormitorio detrás de él.


- ¿Y en qué o quién piensas cuándo lo haces? –le pregunté, mirándole de nuevo con mi más pícara mirada.


- En nada. No hace falta pensar en nada –me dijo, tratando de salir de la pregunta lo antes posible.


- No me lo creo. Yo sí pienso. Lo hago porque así, pensando en alguien que me ponga muy cachonda, siento mucho más placer. Ya que lo hago, lo hago bien, y no me creo que tú, con la edad y la experiencia que debes tener, no utilices la mente para crearte un ambiente más sensual y morboso –le dije, volviendo a rozar su brazo con mi mano.


- Sí, a veces sí pienso en cosas… imagino situaciones, personas. Joder, no debería contarte todo esto –me dijo, haciendo un primer intento por escapar del lugar en el que estaba, pero estiré levemente una de mis piernas y, todo lo que logró, fue rozar las suyas con las mías.


Volvió a mirarme de arriba abajo. Al estar él de pie y yo sentada, tenía una imagen privilegiada de mi pecho, apenas cubierto por el sujetador y, tras estirar una de mis piernas, las separé levemente, permitiendo así una mejor visión del magnífico triángulo de mi cuerpo sobre el que se insertan los labios de mi coño.


- Dime en quién piensas. Si tú me lo dices, yo te diré en quién pienso yo. Será nuestro secreto. ¿No te apetece tener un secreto conmigo? –le dije, rozando esta vez su pierna, subiendo mi mano por su muslo hasta casi llegar a su entrepierna.


- No deberíamos contarnos estas cosas, Alicia. No está bien, podemos meternos en un lío –trató de convencerme.


- No creo que nos metamos en ningún lío. Intuyo en quién piensas cuándo te masturbas, en cómo utilizas tu mente con la chica que eliges para tus fantasías. Sólo quiero oírlo de tus labios –insistí.


Durante unos segundos, Pabló dudó. Cerró los ojos, cerró los puños de sus manos. A punto estuvo de salir de allí, de huir de mi presión, de mis preguntas y de la realidad ante la que le estaba poniendo. Pero el deseo, la pasión, el morbo y el fuego de su cuerpo fueron ganando la partida, y acabó claudicando:


- Pienso en ti, Alicia. Te imagino a ti. Te imagino en todas las posiciones posibles, de todas las maneras conocidas. Pienso en que devoro tu joven coño, en que mamo tus tetas, dulces y tersas. Pienso que tu boca se adueña de mi verga para lamerla y chuparla como una diosa, para exprimir hasta la última gota de la leche de mis huevos. Te imagino debajo de mí, o encima, recibiendo, una tras otra, todas mis embestidas, hasta hacerte gritar de placer, entregada por completo a mí –dijo por fin, sin pensarlo más, tensando todo su cuerpo, y cerrando los ojos con fuerza al hablar.


- Mmmmm, me encanta que lo hagas así, que me uses de ese modo para tu placer, porque, ¿sabes quién es el macho que aparece en todas mis fantasías? –le pregunté, esperando para responderle a que abriera sus ojos- Ese macho eres tú. Te imagino conmigo, sobre mí, debajo de mí y dentro de mí. Y siempre que lo hago, mi chochito se inunda con los fluidos que tu presencia en mi imaginación me provocan –añadí.


No necesité decir más. Pablo me empujó con fuerza sobre la cama. De un movimiento mucho más ágil de lo que yo había imaginado, me arrancó el sujetador, y mis dos tetas se ofrecieron desnudas, con sus pezones rosados, endurecidos y desafiantes apuntándole a la cara, para ser de inmediato devorados por su boca.


Pude sentir por fin el calor y la humedad de su aliento sobre mi piel. Su lengua rodeó y aplastó cada uno de mis pezones, una y otra vez, mientras que sus manos, locas y sin control, recorrían cada centímetro de mi cuerpo, en busca de los rincones más escondidos y oscuros de mi ser, cada vez más encendido y caliente.


Pronto sus labios abrazaron mis pezones, succionándolos y mordiéndolos, besándolos y lamiéndolos, arrancando mis primeros gemidos de placer, haciéndolos crecer mucho más de lo que ya lo estaban, y mucho más de lo que cualquiera de los niñatos con los que había follado hasta entonces, había logrado hacerlos crecer.


Mis manos sujetaban su cabeza, enredando mis dedos en su cabello revuelto, mientras que sus manos se enredaron en mi cuerpo, subiendo y bajando por él, recorriéndolo desde mis tetas hasta mis caderas, mis muslos y mi culo, bordeando, sin tocarlo, mi coño cada vez más ardiente y mojado.


De pronto soltó mis pezones. Quedó por un instante quieto, parado, contemplándome semidesnuda, a su merced, tan cachonda como lo estaba él, suplicándole con la mirada que continuara, que me hiciera suya, que me hiciera lo que le placiera, dejando que mis manos se hundieran en la hendidura que los labios de mi coñito dibujaban en los leggins.


A continuación se colocó de rodillas entre mis piernas. Sus ojos estaban ardiendo, su mirada era la mirada con la que, hacía mucho tiempo, había soñado: Por fin Pablo se había convertido en el macho con el que siempre soñé, el macho a quién mi madre no le daba todo lo que merecía, ni le hacía sentir todo lo que debería. El macho que tantas veces me había llevado a soñar con lugares desconocidos e inexplorados.


Se quitó la camiseta. Su pecho desnudo, cubierto por una leve cortina de vello suave y sedoso, era una tentación irresistible. Me incorporé como pude en la cama y, tras acariciarle el pecho y los pezones, ahora fui yo quien se los besó y lamió, quién se llenó la boca con aquellas deliciosas protuberancias, succionándolos y besándolos a cada instante.


Sus manos sujetaron mi cabeza, oprimiéndome con fuerza contra su propio pecho, a la vez que de su boca escaparon algunos gemidos y suspiros, que primero fueron leves y suaves pero que, de inmediato ganaron fuerza e intensidad.


Tras algún minuto más, Pablo empujó de nuevo mi cuerpo contra la cama, haciendo que otra vez quedara completamente echada sobre ella, y a su merced. Aunque esta vez, y antes de que él pudiera hacer nada, atrapé su verga a través del pantalón, con una de mis manos: era gruesa, dura y caliente. Cómo siempre la había imaginado. Cómo a mí me gustan.


No necesité pedirle ayuda a para quitarle el pantalón. En cuanto sintió mi mano sobre su polla, tratando de tantearla y sopesarla, él mismo se desnudó. Cuando se quitó el bóxer, una llamativa polla, de un tamaño considerable, y bastante gruesa, saltó como si hubiera sido impulsada mecánicamente por un resorte.


Aquello era demasiado para mí. No la iba a dejar escapar. Ahora fui yo quién le obligó a echarse sobre la cama. Me coloqué sobre él, sintiendo la fuerza de sus manos sobre mis tetas, presionándolas y tirando a la vez de mis pezones, haciéndome gemir al sentir aquella mezcla de dolor y placer que me volvía loca. En cuanto pude besé su boca, mientras acomodé su polla erecta entre mis piernas, sintiendo su dura presión en mi coño y en mi clítoris, ocupando todo el arco que se formaba en mi entrepierna.


Sus labios y su lengua me supieron a la más dulce miel y a deseo. Sus manos se agarraron con fuerza a mi culo, sobándolo a conciencia, hundiendo sus manos en la profunda hendidura que los leggins dibujaban en mitad de las nalgas, haciendo que mi cuerpo se moviera, arrastrándome sobre su verga, presionando mi coño, mientras que su boca y la mía, fundidas en un apasionado beso, se convirtieron en una sola boca con dos lenguas alocadas y juguetonas. La una buscaba a la otra, la una se enredaba con la otra, se acariciaban, se huían y se volvían a unir.


Una primera oleada de fluidos inundó mi almeja, haciendo que mis labios chapotearan en la viscosidad húmeda y pegajosa que lo llenó todo. En cuanto tuve oportunidad, abandoné su boca, y deslicé mis labios por la piel de su cuerpo, descendiendo despacio por su pecho y por su vientre, acercándome a hasta su erecta y dura verga. Podía sentir, a medida que me acercaba a ella, el calor y el aroma que emanaban de aquel trozo tan deseado de su cuerpo.


Cuando llegué hasta su polla, se la sujeté suavemente con los dedos de una de mis manos, para disfrutar contemplándola: era de buen tamaño, gruesa, muy dura y ardiente. Su piel, estirada hasta el límite, era tremendamente suave, y en ella se marcaban sus venas, sobre todo una de ellas, longitudinal, gruesa y oscura, de una manera fenomenal. Me resultó completamente imposible resistirme a lamérsela. Llegados a este punto, tampoco tenía intención de no hacerlo.


Se la envolví con la lengua, llevándola a recorrer cada milímetro de su caliente y estirada piel, subiendo y bajando despacio por el tronco de su verga, sin apartar mi mirada de la suya, y sin dejar de acariciar sus huevos con mis manos, los cuales se endurecían por momentos.


Tras algún minuto de darle suaves caricias con la lengua, abrí la boca e introduje en ella todo su glande: rosado, grueso y abultado. Mis labios se cerraron sobre su tronco, y los deslicé despacio, hundiendo aquel cilindro de carne dura y caliente en mi boca, hasta succionar la punta de su delicioso capullo. Pablo gimió, con más fuerza e intensidad de lo que había hecho hasta ese momento. Después de varias succiones más, abrí más la boca y dejé que la mayor parte de su tranca la llenaran, para comenzar a mamársela. Muy despacio al principio, abriendo y cerrando mis labios, jugando con mi lengua en su capullo, e incrementando poco a poco la intensidad y la velocidad de la mamada.


Pablo comenzó a gemir de forma notoria, mucho más fuerte e intensamente que antes. Tenerle y sentirle así era superior a mi capacidad de autocontrol. Me volvía loca escucharle gemir. No era la primera vez que le escuchaba, muchas veces le había espiado mientras se masturbaba en el baño o en el dormitorio que compartía con mamá, pero nunca había sido yo quién le hubiera hecho gemir así, al menos no directamente, aunque ahora sabía que también él se calentaba y excitaba pensando en mí. Sentirle y oírle de ese modo, me hizo sentir poderosa, una especie de diosa que iba a obtener por fin lo que tanto ansiaba.


Incrementé aún más el ritmo de mi mamada, ensalivando su verga todo cuánto pude, haciendo que mis babas se deslizaran por su tranca hasta mojar sus huevos, sin que mis labios y mi lengua dejaran de succionar y acariciar su preciada polla.


Cuando sentí que el momento final estaba a punto de llegar, que había rebasado el punto de no retorno, una nueva oleada de fluidos llenaron mi chocho, empapándolo aún más de lo que ya estaba, y haciendo a la vez que Pablo se retorciera y convulsionara de placer, arqueando su pelvis, presionando mi cabeza contra su polla, ayudándose para ello de sus manos que, fuera de sí, empujaban mi cabeza con fuerza, tras acariciar y sobar mis tetas, y tirar con fuerza de mis endurecidos pezones.


Por fin llegó. Por fin Pablo, emitiendo un sonido gutural, llenó mi boca con la esencia de su placer. Una esencia blanquecina, espesa y viscosa que inundó mi boca, a la vez que mi propia esencia inundó mi coño. Durante unos segundos más continué mamando aquella deliciosa polla, exprimiendo hasta la última gota de su néctar.


Con la boca completamente llena con su semen, por fin me incorporé, para colocar mi boca a escasos centímetros de la suya, y comencé a tragar su corrida. Antes de que pudiera hacerlo, Pablo tiró de mí y llenó de nuevo mi boca con su lengua, lamiendo los últimos restos de su corrida.


Apenas me dio tiempo de echarme a su lado, sin dejar de acariciar su polla que, a diferencia de otros hombres con los que había estado, apenas había perdido un ápice de su erección, tan sólo un poquito de dureza: no me había equivocado: era un buen macho, cuando Pablo se incorporó, colocándose de nuevo entre mis piernas. Volvió a sobar mis tetas, tiró de nuevo de mis pezones y los volvió a morder, con fuerza, casi con saña, volviendo a arrancar algún gemido de mi garganta.


A continuación bajó sus manos hasta mi entrepierna. Esta vez sí, posó su mano derecha sobre mi coño. Estaba completamente empapada. Llevaba muchos minutos emanando fluidos de mi coño que habían empapado mi ropa. Pablo me quitó los leggins, llevándose de inmediato la parte mojada, en la que una gran mancha oscura lo delataba, hasta su rostro, aspirando profundamente, llenando sus pulmones con el aroma de una zorrita como yo.


Sin mediar palabra lanzó su boca contra mi coño. Lamió mis labios de abajo a arriba, hasta llegar a la parte ocupada por el clítoris, aún cubierto por su capuchón protector. Me estremecí de placer. Ese sería el comienzo de un estremecimiento sin fin.


Su lengua comenzó a lamer mis labios, una y otra vez, abriéndolos poco a poco hasta poder penetrar dentro de mi coñito. Una vez dentro, comenzó a follarme como si se tratase de una pequeña polla. Una polla vivaz e incansable, que penetraba y salía de mi cuerpo a conciencia, sin reposo, mientras con sus manos acariciaba mis tetas y mi culo, elevando mi pelvis para permitir una mejor penetración en mi coñito.


Lo siguiente fue dedicarle tiempo a mi clítoris. Una vez que mi excitación se hizo aún más evidente, mi clítoris afloró de su envoltorio, empapado y pegajoso, pasando a ser lamido y acariciado por su lengua, a la vez que dos de sus dedos penetraron en mi encharcado coño, produciendo un sonido de chapoteo que a mí me sonó a música celestial, provocando con todo ello una nueva oleada de fluidos que fueron a parar a sus labios y lengua.


Mis gemidos fueron incrementándose, a la vez que lo hizo la intensidad de su comida de coño. Sus labios succionaron con firmeza mi clítoris, haciéndome retorcer de placer, llevando mis manos a su cabeza, para presionarle y apretarle contra mi cuerpo, mientras que sus dedos follaban cada vez con más intensidad mi coño, ardiente y hambriento.


Cuando su lengua volvió a dibujar rápidos e intensos círculos sobre mi clítoris, mis gemidos se convirtieron en casi gritos y cuando, a continuación, sus labios volvieron a morderlo, tirando de mi botoncito del placer con fuerza y seguridad, mi orgasmo estalló: me temblaron las piernas, a continuación todo mi cuerpo lo hizo, cerré los ojos con fuerza, sentí como una tremenda ola de placer sacudió todo mi cuerpo, apenas me dejó fuerzas para continuar respirando y para gritar, mientras una descarga, más abundante que todas las anteriores, salió a borbotones por mi coño.


Tras un minuto en el que Pablo continuó lamiendo y acariciando mis labios y mi clítoris, y en el que mi cuerpo no dejó de temblar, por fin se dio por satisfecho y se echó a mi lado, casi tan exhausto como yo, y con la misma cara de satisfacción.


- ¿Esto es lo que habías soñado? –le pregunté, acariciándole de nuevo la polla, que seguía bastante erecta y casi igual de dura que antes.


- Esto… y alguna cosa más –respondió.


- Pablo, este es tú momento, aprovéchalo –le dije.


No necesitó que le dijera nada más. Él mismo comenzó a besarme de nuevo, mientras que la mano con la que acariciaba su polla comenzó a moverse sobre ella, arriba y abajo, logrando en apenas un minuto, que su erección volviera a ser tan potente como antes.


Después de un largo y apasionado beso, Pablo se incorporó e hizo que me pusiera a 4 patas sobre la cama. Con una mano se sujetó a mi cabello, largo y sedoso, mientras que con la otra sujetó su polla para llevarla a la entrada de mi vagina. La sensación de tener pegada a mi coño su dura y caliente polla hizo que un nuevo borbotón de fluidos se deslizara al exterior de mi cuerpo.


Sin mediar palabra, sentí como una especie de lanza de fuego, dura y gruesa, atravesó mi cuerpo, llenando mi coño con su verga: me había penetrado de un solo y potente empujón, tirando a la vez con fuerza de mi cabello hacia atrás. Grité de placer, de dolor, de deseo…


Pablo comenzó a bombear su polla dentro de mis entrañas. Me estaba partiendo por la mitad, pero me estaba volviendo loca de placer. Su polla, gruesa y dura, estaba reventando mi coño, estirando su piel hasta el límite, chapoteando en mis jugos, mientras mi garganta no podía parar de gemir, y mis dedos, de manera automática, buscaban darme placer en el clítoris.


Entraba y salía de mi cuerpo a una velocidad cada vez mayor, con mayor intensidad y profundidad, haciéndome sentir sus huevos golpeando en mis nalgas y golpeando estas con sus manos, azotándome de forma sonora, haciéndome sentir un intenso picor y escozor que, lejos de resultarme desagradable, me excitó aún más.


Apenas cinco minutos después, un primer orgasmo invadió mi cuerpo. Todo mi ser se convulsionó y tensionó, hasta hacerme derramar mis fluidos sobre su polla, gritando de placer, gozando como una buena zorra que ha logrado su objetivo, sintiéndome partir por dentro con cada una de sus potentes embestidas.


Pero Pablo aún no había terminado, y quería hacerlo. Y, por supuesto, yo quería que lo hiciera. Siguió bombeándome con fuerza, con más fuerza y con más rabia que antes, seguramente que impulsado por mi propia corrida.


Volvió a azotar mis nalgas, provocando de nuevo esa sensación entre escozor, picor y placer que había descubierto que tanto me gustaba. De pronto oí como comenzó a gemir. No lo había hecho hasta ese momento. Su final estaba cerca, lo que hizo que mi propio cuerpo se excitara de nuevo aún más.


Culeé como pude, tratando de coordinar mis movimientos con los suyos. Lo logré, haciendo que sus penetraciones fueran aún más profundas, llenando mis entrañas hasta lo más hondo, provocando que mi vagina abrazara y se cerrara sobre su verga, queriéndola exprimir, queriéndola dejar ahí dentro, para siempre, para mí.


Por fin Pablo se corrió. Un orgasmo intenso y prolongado acompañado por varios chorros de su pegajoso y caliente semen, que fueron a llenar mis entrañas y mi vagina, mezclándose con mis propios fluidos.


Pablo continuó bombeando unas cuantas veces más, fuera de sí, gritando de placer, palmeando con fuerza mis nalgas y apretando su cuerpo, con toda su alma, contra mi coño.


Mientras tanto, mis dedos frotaron con más intensidad y fuerza sobre mi clítoris, excitada de nuevo hasta el límite, volviendo a sentir un nuevo e intenso orgasmo. Más corto que el anterior, pero tan placentero como aquél, que me llevó de nuevo a sentir como mis piernas, tras un estertor de placer que, en forma de latigazo, sacudió todo mi cuerpo, comenzaron a temblar, hasta obligarme a echarme sobre la cama.


Pablo se echó a mi lado, acariciando suavemente mis pechos y mis mejillas, rodeando con la yema de sus dedos mis labios, antes de besarme de nuevo, aunque esta vez, el beso fue menos apasionado y mucho más cariñoso.


- Alicia, hemos hecho una locura –me dijo Pablo, mirándome a los ojos, aunque sin signos de reproche.


- Quizá sí, pero quizá es algo que debíamos hacer para no volvernos locos de ganas–le dije.


- Seguramente que tengas razón pero, ni tu madre ni nadie, puede saber una sola palabra de lo que ha sucedido –me dijo, ahora un poco más serio.


- Claro que no lo va a saber. Yo no se lo diré –le dije, sonriéndole antes de besarle de nuevo-, y estoy segura de que tú tampoco lo harás. Pero no quiero que esta sea la primera y la última vez. No mereces la indiferencia de mamá, no sabe lo que se pierde no follando contigo –añadí.


- No le culpes a tu madre. Las cosas son más complicadas. A veces no podemos hacer lo que realmente deseamos, ni los problemas nos dejan desear lo que deberíamos –me respondió.


- Sabes que, cuando quiera, me será muy fácil convencerte de que tienes en casa todo lo que puedas desear –le dije.


Pablo me miró fijamente, recorriendo todo mi cuerpo, acompañando a su mirada con una larga y suave caricia, que llevó a sus dedos desde una de mis mejillas hasta el húmedo y cálido rincón de mi chochito, haciéndome estremecer de nuevo.


- Alicia, deberíamos ducharnos antes de que tu madre vuelva, como nos encuentre así, aquí va a terminar nuestro idilio –me dijo sin dejar de observarme


- Tienes toda la razón, deberíamos ducharnos ya –le respondí.


- Perfecto, pasa tú primero, si quieres –me dijo, separando por fin su mano de mi cuerpo.


- Gracias. Eres el padrastro perfecto –le dije y, después de besarle de nuevo, esta vez en su amorcillada y pegajosa verga, abandoné mi dormitorio, desnuda, sudorosa e impregnada de fluidos, camino de la ducha.
 
Yo soy padrastro y desgraciadamente, nunca (o mejor dicho: casi, si se cuenta algún flirteo) han sido tan cariñosas conmigo... Pero siempre es una gozada encontrar esta temática aquí y más escrita con este morbo... No dejes de compartir tus relatos.
 
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