Tormenta con Lucia (Real)

taurus97

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27 Mar 2025
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Soy Marco, 19 años, y joder, todavía no me creo lo que pasó con mi prima Lucía. Fue en verano, en su pueblo, un sitio perdido en la costa donde las casas son de piedra y huele a mar todo el tiempo. Había ido a pasar el finde en su casa, que es una especie de chabola vieja con muebles que parecen sacados de un rastro. Lucía tiene 18, es morena, con la piel tostada por el sol, ojos verdes que te clavan, y una melena negra que siempre lleva suelta, como si le diera igual todo. En la familia siempre había rumores de que era bollera, pero yo nunca me lo tomé muy en serio. Siempre me pareció una tía cañón, aunque nunca pensé que pasaría nada.
Esa noche se desató una tormenta de cojones. Relámpagos que parecían partir el cielo, lluvia que aporreaba las ventanas, y de repente, zas, se fue la luz. Nos quedamos a oscuras, con un par de velas que apenas alumbraban y los fogonazos de los rayos que entraban por las cortinas. No había mucho que hacer, así que decidimos dormir juntos en el sofá cama del salón, porque el cuarto de invitados estaba hecho un desastre. Nos metimos bajo unas mantas finas, y aunque intentábamos hacernos los duros, la tormenta ponía los pelos de punta.
Estábamos pegados, y el calor de su cuerpo se sentía un montón. Lucía llevaba un short de algodón gris, de esos que se pegan al culo, y una camiseta blanca fina que dejaba poco a la imaginación. Yo iba con unos bóxers y una camiseta vieja. Estaba medio dormido cuando me giré sin querer y mi cadera rozó su culo. Joder, qué sensación. Sus nalgas eran firmes, redondas, pero con esa suavidad que te hace querer tocar más. La tela del short era tan fina que noté cada curva, hasta el calor que desprendía su piel. Pensé que me iba a decir algo, pero no. Su respiración se hizo más pesada, como si estuviera despierta y esperando a ver qué hacía yo.
No me dio tiempo a pensar. De repente, noté su mano en mi pecho, y antes de que pudiera abrir la boca, Lucía se giró y me besó. Fue un morreo de los que te dejan tonto. Su boca era cálida, húmeda, y su lengua se metió en la mía como si llevara tiempo planeándolo. Sabía un poco a menta, supongo que del chicle que siempre anda mascando. Nos liamos a tope, y en dos segundos, ella se subió encima de mí, con sus muslos apretándome las caderas. La camiseta se le había subido, y sus tetas estaban justo ahí, marcándose. Sus pezones eran pequeños, de un marrón claro, duros como piedras. Las areolas tenían una textura un poco rugosa, como si estuvieran pidiendo que las tocara. Cada vez que se movía, rozaban contra mi pecho, y ella soltaba un gemido bajito, como si le diera un calambre.
Estábamos ya como locos. Lucía se echó a un lado la braguita que llevaba, una negra de encaje que estaba empapada. Vi su coño clarísimo con la luz de un relámpago. Los labios externos eran gorditos, de un rosa oscuro, con un vello púbico negro y rizado que cubría justo lo necesario. No era una selva, pero tampoco estaba depilada al cero, como suele pasar con las tías de nuestra edad. El vello estaba húmedo, pegado a la piel, y brillaba un poco. Los labios internos eran más pequeños, de un rosa más claro, y se abrían un poco, dejando ver una entrada que estaba tan mojada que parecía brillar. Olía a ella, un olor fuerte pero jodidamente excitante, como a sexo puro.
Mi polla ya estaba a tope, y Lucía no se anduvo con rodeos. Me bajó los bóxers, me agarró la polla, y se la metió ella misma, despacio pero sin parar. Entrar en su coño fue una puta locura. Estaba apretado, caliente, y tan húmedo que se deslizaba como si nada. Sentía cada centímetro, como si sus paredes me abrazaran con cada movimiento. Ella empezó a moverse encima de mí, subiendo y bajando, con las manos apoyadas en mi pecho. Sus tetas rebotaban un poco, y los pezones se veían aún más duros, casi brillando con el sudor que empezaba a cubrirle la piel.
Mientras follábamos, le agarré el culo con las dos manos. Era suave, redondo, y la piel estaba caliente. Noté su ano con los dedos, un circulito pequeño, más oscuro que el resto, de un marrón suave, rodeado por un pelito fino que casi no se veía. Estaba apretado, pero con la humedad que había por todos lados, mi dedo se deslizó un poco. Decidí probar, y metí la punta del dedo, despacio. Al principio estaba duro, pero luego se relajó, y joder, qué sensación. Era cálido, suave, y apretaba de una forma que me puso aún más cachondo. Lucía se tensó y soltó un gemido que me volvió loco, como si le hubiera dado justo donde quería.
Seguimos dándole duro. Ella se inclinó, y yo aproveché para chuparle los pezones. Eran firmes, y cuando los lamí, sentí esa textura rugosa contra la lengua. Lucía temblaba cada vez que lo hacía, y su coño se apretaba más alrededor de mi polla. El vello púbico me rozaba la base con cada embestida, y eso era como una guinda al pastel. No aguantamos mucho. Ella empezó a gemir más alto, su coño se contrajo como si quisiera exprimirme, y yo exploté dentro de ella. Los dos acabamos jadeando, sudados, con la tormenta todavía sonando de fondo. Nos quedamos ahí, ella encima de mí, hasta que nos dormimos.
Por la mañana, me desperté antes que ella. Lucía seguía durmiendo, boca abajo, con el short bajado hasta los muslos y las bragas todavía a un lado. Ver su culo al aire, con esa curva perfecta, y el vello púbico asomando, me puso burro otra vez. No sé qué me pasó, pero vi sus bragas negras tiradas en la sábana, y me dio por agarrarlas. Olían a ella, a sexo, a todo lo de anoche. Me las llevé a la cara, y mientras me la cascaba, no pude evitar correrme en ellas. Dejé una buena cantidad de corrida en la tela, justo en la parte que iría contra su coño. Las dejé donde estaban, como si nada, y me quedé mirando cómo Lucía empezaba a moverse.
Se despertó, se estiró, y sin decir nada, se levantó y se fue a la ducha. Yo me quedé en el sofá cama, todavía flipando. Cuando volvió, envuelta en una toalla, vi cómo buscaba su ropa. Agarró las bragas negras, las miró un segundo, y notó la corrida. Pensé que me iba a caer una bronca, pero no. Me miró fijamente, con esos ojos verdes que te atraviesan, y dijo: “Qué cerdo eres, Marco”. Pero no las tiró. Se las puso, despacio, como si quisiera que lo viera todo. La tela se pegó a su coño, y vi cómo mi corrida se mezclaba con su vello púbico, quedándose atrapada en los pelos negros y rizados. Algunos pegotes blancos se notaban contra su piel, y ella no hizo nada por limpiarlo. Solo me miró, con una media sonrisa, mientras se subía el short y seguía como si nada.
No hablamos de eso, pero esa mirada suya me dejó claro que sabía lo que hacía. La tormenta ya había pasado, pero lo que pasó entre nosotros se quedó grabado a fuego.
 

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