Un Erasmus diferente

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Invitado
Martina



Allí estaba, sentada en la escalinata de una iglesia. Con su maleta al lado y consultando el móvil. No tenía ni idea de dónde se encontraba, pero muy lejos no debería estar el apartamento. Le dijeron que se bajase en la última parada del tren que servía de transfer del aeropuerto al centro, y que allí preguntara. Estuvo semanas consultando a otros erasmus de años anteriores en foros de internet, ya que eso de viajar sola la estaba desconcertando. Era la primera vez que lo hacía. Ella, que siempre se dejaba guiar por los demás, que todavía no tenía el carnet de conducir (ni ganas), que se perdía en una cafetería y que tenía nulo sentido de la orientación. Al menos, a todo aquel que había preguntado desde que llegó al aeropuerto la había entendido, y ella comprendía bastante, a pesar de no haber estudiado nada de italiano. Benditas lenguas latinas. De repente se puso de pie y guardó el móvil en el bolsillo. Iba a preguntar una vez más.

Una simpática anciana romana le indicó con la mano el camino a seguir, con una amplia sonrisa. La mujer pensó para sí misma que esa bella chica española era muy parecida a ella cuando viajó a España por primera vez. Perdida, sonriente, bella. Feliz. Recordó las facciones de aquel chico con aquel nombre tan español, Paco, y eso le alegraría el resto de día, con un regusto a melancolía. Martina le devolvió la sonrisa. Cargada con la pequeña mochila y la maleta se dirigió hacia donde le habían indicado. Por el camino iba oliendo el aroma de las pizzas recién sacadas del horno. El hambre y el cansancio le estaban haciendo mella. Finalmente, llegó. El apartamento no era gran cosa: bastante viejo y pequeño. Su habitación era mínima, pero al menos no la compartía con nadie. Otros tres erasmus iban a convivir con ella: una chica alemana, otra checa y un chico francés. Todos en diferentes carreras. Martina estaba en segundo año de filología clásica. Un bicho raro. Era una apasionada de las lenguas muertas, pero era muy viva. Leía compulsivamente, y le gustaba también salir, aunque no era muy alocada, al contrario de la mayoría de sus amigas. Había tenido un novio un par de años, pero decidió centrarse en su carrera y seguir sola. Él fue el único con el que había tenido sexo. No estuvo mal, pero la realidad era que no podía comparar.

Después de presentarse a sus compañeros, decidió salir a comer algo. Se paró en la primera pizzería que encontró y pidió una pizza y una cerveza. Estaba segura que en estos seis meses iba a coger kilos, pero no le importaba lo más mínimo. Estaba tan delgada que le vendría hasta bien, pensó. Después de comer, se sintió mucho mejor. ¿Qué tal le sentaría una siesta en Italia? Pues iba a comprobarlo en unos minutos.

Ya descansada, bajó a comprar comida. Por la noche cenó con sus compañeros de piso. Parecían muy agradables. Llevaban pocos días allí. Charlaron en inglés y bebieron una botella de Chianti. La acogida de Roma no podría haber sido mejor. Sus nervios iban desapareciendo poco a poco. Eso de vivir sola por primera vez y encima en otro país iba a ser una prueba de fuego para ella. Quería sentirse autónoma, independiente. Pensaba compaginar sus estudios con algún trabajillo para poder mantenerse por sí misma, y no depender de sus padres, a los que no les sobraba el dinero.

Los dos primeros meses fueron de aprendizaje vital. Asistía siempre a clase, aprendía de la fuente del latín con magníficos profesores, lo que la hacía enormemente feliz, y salía de forma puntual con sus compañeros de piso o de clase, pero siempre teniendo todo bajo control. Era una chica muy responsable, aunque no apocada. De hecho, llevaba la alegría allá donde iba. Sus compañeros italianos la adoraban. En dos semanas tenía un examen importante, y se prometió que, si tenía un buen resultado, se permitiría una noche de descontrol, como muchos de sus compañeros de otros países. Y esa noche llegó disfrazada de fiesta de erasmus.

En el campus de filosofía se iba a celebrar una fiesta de bienvenida a los nuevos erasmus con música en directo. No se lo pensó dos veces. Fue con su compañera alemana y con el chico francés. La fiesta fue espectacular. Una vez terminada, muchos fueron a una discoteca en el centro, donde iban a tener precios especiales. Mal asunto: bebida barata significaba mañana de domingo para olvidar. Pero era inevitable, pensó para sí misma, riéndose. Su compañera alemana la miró extrañada. Estos españoles se ríen hasta solos.

En la discoteca no paró de bailar. Conoció a estudiantes de muchísimos países. De vez en cuando, se acercaba a la barra para pedir un ron con cola. Y en uno de esos viajes se encontró a Luca, acodado en la barra. Como buen italiano, no tardó en tirarle los tejos:

-Ciao, bella signorina.

Martina lo miró divertida. Le encantaba el acento italiano. Esa musicalidad y ese acento nasal. Le sonrió.

-¿Hola, cómo estás? -contestó en español.

Luca abrió los ojos. "Guapa, y española. Y, además, simpática. No se me puede escapar. Me he enamorado."

-¿De dónde eres? -Le preguntó en perfecto español.

-Del sur de España. Oye, hablas muy bien español -contestó Martina.

-Sí, estudio filología española aquí en Roma. Me encanta el español. Y las españolas. Y si son del sur, como yo, mejor. -respondió con una enorme sonrisa.

Martina estaba avisada del poder seductor y halagador de los italianos. Grandes expertos en convencer y conquistar. Ya lo habían intentado algunos con ella, pero no había sido el momento adecuado. Ni el chico adecuado. Pero esta noche era diferente. Estaba desatada. Y el chico era guapo, muy guapo.

Luca la miraba y no salía de su asombro. En este momento no podía imaginar a una chica más atractiva que ella. Sus ojos oscuros lo hipnotizaban. Sus rasgos finos y su sugerente boca completaban un cuadro clásico de enorme belleza. Enseguida congeniaron y se rieron de las diferencias entre las diferentes culturas y nacionalidades, sobre todo entre Italia y España. Un par de copas más y salieron a bailar. El contacto era inevitable, y lo que vino después, también.

Martina abrió con dificultad la puerta de la casa. Los dos se reían al ver que no atinaba con la llave. Habían bebido bastante, y no paraban de reírse. Pero las risas dejaron paso a otra cosa cuando entraron en la habitación de Martina. Ninguno de los dos tenía tiempo que perder. Luca cogió la cintura de Martina y la atrajo para sí. Los dos se besaron con una pasión descomunal. Las palabras dejaron de surgir de sus gargantas y a partir de entonces hablarían sus cuerpos. Mientras la besaba, Luca fue introduciendo sus manos dentro del pantalón de ella, despacio, hasta que agarró el culo y la apretó hacia sí. Su polla ya estaba dura, y ella la notó al instante, sintiendo un hormigueo desde su coño hacia sus pezones. Entonces Luca, como si ella se lo hubiera pedido, subió una de las manos hacia las tetas, descubriendo dos tiesos pezones listos para ser tocados. Acarició las tetas debajo del sujetador. Ella le desabotonó la camisa sin dejar de besarle y le acarició el pecho. Estaba tan caliente que tenía ganas de probar cosas nuevas, como chuparle a él los pezones, o deslizar su lengua desde su boca hasta el ombligo lentamente, hasta que él gimiera impaciente. Luca, por su parte, deseaba saborear el amor de Martina, que notaba fluir de su coño al tocarlo con un dedo. Entonces ella se puso en cuclillas, le desabotonó en pantalón y le sacó el miembro. Miró entonces hacia arriba y lo que vio Luca fue la lujuria personificada. Sin dejar de mirarle a los ojos, la lengua de Martina salió lentamente de su boca hasta rozar ligeramente el miembro ya completamente erecto. Lo iba a hacer sufrir. Quería excitarlo lo máximo posible porque quería el máximo posible de leche derramándosele por la boca. Antes de eso, quería una polla lo más dura posible dentro de su coño, rozándole todo su interior, y llegando hasta el final, embistiéndola sin piedad. Luca miraba esos ojos cargados de fuego y era consciente que estaba atrapado, que ella mandaba. Entonces la punta de la lengua de Martina empezó a dibujar una espiral de saliva en su polla, pero sin llegar al prepucio. Con una mano le acariciaba los testículos, algo que ninguna chica había hecho antes. Y le encantaba. Las piernas empezaban a flaquearle. Pero no quería moverse. No quería hacer nada que interrumpiera ese momento. Entonces ella le pasó la punta de la lengua por el anillo del prepucio. De repente, le faltó el aire. Su polla había desaparecido dentro de la boca de Martina. Y se la chupaba con intensidad. Tuvo que sentarse. Y después tenderse. Y entonces ella comenzó a lamerle los testículos, mientras con una mano le hacía una paja. Nunca había sentido una sensación así con ninguna chica.

Martina estaba disfrutando. El simple hecho de ver la cara de placer tan descomunal en la cara de ese chico le ponía, y mucho. Quería que disfrutara, pero incrementaba y disminuía el ritmo con la intención que no se corriera pronto. Esa polla prometía, y ella quería fiesta también. Entonces ella se levantó y se subió a la cama, poniéndose a cuatro patas, con su hermoso y esbelto culo mirando a Luca. Entonces giró su cabeza y le dijo al chico italiano:

-Chúpamelo todo, absolutamente todo.

Luca tragó saliva. Este polvo no iba a ser uno más. Ahora le tocaba a él devolverle todo el placer recibido. Y quería dejar bien alta la bandera italiana. Empezó a chuparle el coño desde atrás. Ella le facilitó la postura subiendo el culo y apoyando la cabeza en la cama. De esta forma su lengua podía llegar más profundo. Después de lamer e introducir un dedo, recordó las palabras de Martina y empezó a lamer toda la piel entre sus piernas. Todos esos lugares olvidados, faltos de atención, pero merecedores de cariño. Martina empezó a gemir. Por primera vez, sentía algo nuevo en esa zona tan erógena que ni ella misma conocía. Pero el premio gordo estaba por llegar. Con la lengua dibujó círculos alrededor del agujero del placer secreto, hasta que le introdujo la punta de la lengua. A Martina se le escapó un gritito de sorpresa, pero quería más. Cosquillas, sorpresa, placer. Pero quería algo más.

-Méteme un dedo. Suave. Uno en cada agujero.

Luca obedeció. Se lubricó los dos dedos con saliva y se los introdujo. Era la primera vez que hacía algo parecido. Pero no parecía estar haciéndolo mal. Martina alternaba también gemidos con gritos de placer. Los introducía y sacaba alternadamente. Y ella gemía y gritaba alternadamente. Entonces Luca sacó los dedos. Se produjo un segundo de pausa. Justo entonces cuando ella estaba a punto de abrir los ojos, justo cuando se le acababa el crédito de lo que estaba disfrutando, sintió una oleada de placer, un tsunami de sensaciones con forma de polla que había entrado en su coño por detrás, sin avisar. El grito fue atronador, pero nada comparado con los gemidos saliendo de esa boca abierta, con la punta de la lengua saliendo a duras penas por los labios apretados, como intentando emular a esa polla entrando en su coño. Era tan intensa la sensación que ella quiso tomar el control para decidir qué presión quería. Así que tumbó al chico y ella se subió encima. Cuando empezó a cabalgarle el que empezó a gritar era Luca. “Chica, cuidado, para un poco, que este se va”. Y fue entonces cuando lo vio. En un momento abrió un poco los ojos y vio que se habían dejado la puerta entreabierta. Y que la casa no estaba vacía, como pensaban. O quizás llegó después de ellos. Eso no importa. Lo importante es que René, su compañero de piso francés, estaba observándolos desde la rendija abierta de la puerta. Al principio, Martina se quedó parada. Pero entonces vio que tenía algo en la mano. Se estaba masturbando. Sentirse observada le chocaba, pero ser la causa de la excitación de un hombre le ponía. Y mucho. Y no se había dado cuenta hasta ahora. Así que le miró y siguió follándose a Luca. Entonces René se dio cuenta que lo habían descubierto, y se quedó frío. Pero Martina lo miró y se pasó la lengua por los labios, mientras aceleraba el ritmo de sus caderas. Luca gritó algo, ella se dio cuenta que llegaba el final. Así que dio un salto y masturbó rápidamente la polla mientras esperaba con la boca abierta. Y mirando a la puerta. El chorro de semen fue directo a su boca, y las siguientes embestidas se quedaron en su cara y sus labios. Entonces ella se relamió con cara de felicidad mientras René la miraba estupefacto. Había presenciado la escena más caliente de su vida. Y se imaginó siendo el siguiente actor en la película de Martina.

Luca se despidió en la puerta con un beso y le pasó el teléfono a Martina. Ella no le quiso dar el suyo. Estaba aprendiendo a ser ella la que elegía. Y eso fue lo que hizo. Una vez cerró la puerta, no perdió el tiempo. Se dirigió a la habitación de René. Llamó a la puerta. No hubo respuesta. Volvió a llamar.

-René, sé que estás ahí. Abre. -le dijo en inglés.

Pasados unos segundos René abrió la puerta. Y la vio allí parada, mirándole.

-¿Cuánto tiempo has estado mirándonos?-Preguntó Martina

René se quedó de piedra. No sabía qué contestar.

-No sé... Estaba la puerta abierta, escuché ruidos, perdona, no sabía que pasaba, no...

-Bueno, espero que no hayas terminado lo que empezaste. -Le dijo Martina.

Y acto seguido se agachó y le bajó los pantalones. Menos mal. Estaba claro que no había terminado. Su polla seguía tiesa. Y más se le iba a poner. René no daba crédito. Martina empezó a chupársela con fruición, en cuclillas.

-¿Sabes? Me he quedado con ganas. Espero que tú dures más. Así que voy a ir despacito contigo. Y tú conmigo. Fóllame duro. Sin piedad.

Dicho esto, puso una pierna encima de la cama y se puso de espaldas. Él captó el mensaje y le metió la polla, empujando poco a poco al principio. Pero después se acordó de sus palabras, y le hizo caso. Sin piedad. Sin compasión. Martina empezó a gritar. Nunca se la habían follado de pie. De hecho no sabía porqué se había puesto en esta postura. Esta noche estaba haciendo cosas nunca practicadas. Y todo le estaba encantando. Experimentar. Ser sucia. Mandar. Disfrutar sin ningún tipo de cortapisas. Los tíos estaban encantados con eso, pero ellos no sabían que estaban siendo usados. Estaba totalmente mojada, quería más. Giró su cabeza y besó a René, mientras él la seguía embistiendo. Entonces lo cogió de la mano y lo sentó en la silla de su escritorio. Ella se subió encima a horcajadas y empezó a dirigir el ritmo. René le agarró las tetas y empezó a mordisquearle los pezones. Magnífico complemento, chico. Sigue así. Me encanta. Pellízcame más fuerte. Muérdeme. Usa la lengua. La silla estaba a punto de partirse en mil pedazos. Martina aumentó el ritmo, René apretó sus pezones y ella profirió un grito:

-¡Me corro, me corro! Tú también, ¡córrete, córrete!-dijo Martina entre jadeos, gritos y gemidos. Por supuesto, con esos gritos, él no pudo más y llegaron juntos al clímax. Y la silla se partió. Una pata no pudo resistir más, y los dos cayeron al suelo. Al susto inicial le siguieron las risas por parte de ambos. Estaban los dos en el suelo, exhaustos, mojados en sudor y en fluidos, felices, ahítos, satisfechos, muertos. René la abrazó y la besó. Ella le correspondió, pero pasados un par de minutos se levantó, le lanzó un beso con la mano y se fue a su habitación. Yo en mi casa, tu en la tuya. El mensaje fue claro. Y así sería a partir de ahora.

Martina era una chica libre.

Y le encantaba.
 

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