La Influencer Influenciada.

superthor69

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La Influencer Influenciada


Hacía poco tiempo que acababa de superar los cien mil seguidores en Inst. Estaba emocionada, pero sobre todo, muy orgullosa de sí misma.

Habían sido muchos años de perseverancia y trabajo, que finalmente y contra todo pronóstico, se veían de cierta manera recompensados.
Contra todo pronóstico porque, si de algo había ido sobrada, era de faltas de apoyo, una ausencia total de confianza que la venía acompañando desde siempre a lo largo de todo su periplo…

Ni sus amigas de entonces, ni sus compañeros de instituto cuando recién comenzaba esta aventura, ni siquiera sus familiares; nadie creyó en ella.

Años después de eso, y gracias a la democratización de un internet bastante más maduro y asentado en la vida de todos de lo que lo estaba muy a principios de los 2000', permitieron que una chica, provista solo de su imaginación y de los pocos medios materiales de los que disponía, lograra obtener una reputación en la red y asentar una comunidad bastante fiel, que le fueron allanando el camino hasta el momento presente.

Si bien, de cara a la galería, procuraba mostrarse segura en todos los sentidos, y siempre orientar sus post e imágenes desde un punto de vista positivo y rebosante de optimismo y belleza. Así como cuando colaboraba con otras influencers o acudía a eventos, se dejaba percibir como una chica abierta y repleta de vida social, con más interacciones de las que muchos, ni disponiendo de dos vidas, podríamos alcanzar a experimentar.

En el fondo, como en casi todo lo que nos rodea, se hallaba una verdad bastante más mundana y simplificada de su realidad.

Había dado tanto por su pasión, que durante mucho tiempo se vio obligada a apartar a todas esas personas, que por no creer en ella, consideraba tóxicas; hasta tal punto que su personalidad llegó a verse implicada, desvelándose hoy como un ser significativamente más cerrado e introvertido de lo que lo había sido, cuando aún comenzaba con todo esto.

En sus ratos libres, que eran bastantes, solía entrar a chats de forma anónima para distraerse.

Si bien, a principios del 2000', estas salas disponían de un torrente de usuarios casi ilimitado, de todas las edades y casi a cualquier hora. Hoy, en pleno 2024, la cosa es bastante diferente.

Lo que habían sido salas repletas de dinamismo, genuina intención por sociabilizar y una variedad de temas y personas que parecía casi inagotable. Dieron paso a un lugar más parecido a la sala de espera de un tanatorio.

Por suerte, o por desgracia, cuando Lara, nuestra influencer, entró por primera vez a uno de estos chats, la cosa ya había decaído bastante. Y lo que una vez fueron salas repletas de juventud y vigor, habían ido dejando paso a una serie de acólitos, cuya media de edad no había dejado de aumentar dramáticamente con el paso de los años.

Por lo tanto, a falta de referencias con las que compararlo, su decadente estado actual fue siempre para ella lo habitual.

Ya estaba acostumbrada a hablar con maduros. Pasaba gran parte de su tiempo libre tratando casi en su totalidad con hombres de cierta edad. Interactuando con ellos y riendo, contándoles sus penas, distrayendo su atención, en definitiva, pasando el tiempo con ellos.

Nunca desvelaba su identidad, por supuesto. Pues si bien no era el perfil de influencer más popular, ni su contenido iba dirigido a personas con ese rango de edad, siempre cabía la posibilidad de que pudieran reconocerla, por lo que se cuidaba mucho de no revelar quién era realmente.

En el apartado ''mensajes privados'' de sus redes sociales, se acumulaban cientos de ellos. La mayoría eran de chicas preguntándole de dónde era tal o cual outfit, si iba a ir a tal evento o si conocía a esta u otra influencer, etc. Parecían muchos de ellos un corta y pega. Las preguntas y comentarios que recibía eran propios de chicas de corta edad, pues eran casi en su totalidad el tipo de perfil de seguidoras que tenía.

Pero de vez en cuando, y casi desde el mismo comienzo de su andadura en las redes, recibía de tanto en cuanto algún que otro comentario proveniente de un perfil muy diferente.
Hombres de cierta madurez, que por algún extraño motivo, el algoritmo había tenido a bien llevarlos hasta ella.

No fueron nunca una constante, pero sí como un goteo, pues iba recibiendo mensajes así periódicamente, desde que tenía memoria para recordarlo.


Nunca es fácil relacionar dos hechos, por muchos puntos en común que tengan o por más aristas que se toquen.

Quizás, si la soledad no hubiera sido una constante en su vida, no se hubiese visto impulsada a buscar una vía de escape a través de ese entorno, el mismo que precisamente le resultaba tan familiar y estaba tan unido a ella, la red.

Puede que, de haber nacido antes y gracias a ello, poder conocer el entorno de los chats en su momento álgido, antes de que todos esos jóvenes huyeran despavoridos de un día para otro, atendiendo a la llamada del surgimiento de las redes sociales, hubiese valido para mostrarle un lugar, que en ese entonces resultaba completamente diferente.

Tal vez fuera por costumbre o por esa frialdad que hemos adquirido todos para lograr normalizar sin dificultades aspectos tales como lo insólito, lo oculto, lo disparatado o lo prohibido.

El resultado final fue la consecuencia de una serie de elementos aleatorios, que una vez dispuestos todos sobre la mesa, decidieron encajar así.

Como sea, Lara se acostumbró a confraternizar con hombres más maduros desde que era bien joven. Algo que, en muchos casos, le ayudó a adoptar una perspectiva más profunda y elaborada; así como unas formas de proceder más trabajadas y creativas cuando se trataba de enfrentar y resolver toda clase de conflictos.

El balance de su experiencia, habiendo tenido contacto habitual con hombres de avanzada edad, lo encontraba positivo.

No solo por todos los consejos útiles que recibió de muchos de ellos, ni por el apoyo incondicional que obtuvo siempre por parte de la mayoría de aquellos que podría describir como ''amigos''.

Sobre todo, por haberse sentido tan acompañada durante aquellos períodos oscuros que le tocaron vivir, y por distraerla hasta un punto que, verdaderamente, le llenaba de esperanza, cariño, y aunque resultase contradictorio por su posición; atención.


Lara, de cara al mundo, parecía una chica transparente. Transmitía, de forma natural y totalmente inconsciente, una enorme aura de inocencia que lo abarcaba todo. Algo que provocaba que se desvaneciera cualquier tipo de sospecha de engaño o actuación por su parte; lo que le otorgaba mucha fiabilidad y un buen ''feedback'' cada vez que promocionaba un producto con el que estaba contenta o una marca de ropa que decía gustarle.

Pero de puertas hacia dentro, las mismas que separaban su pequeño apartamento, ubicado no muy lejos del centro de su ciudad, del resto del mundo. Se mostraba, a veces, como una chica bien distinta.

No siempre aquellos hombres que le escribían por los chats buscaban animarla o compartir con ella pequeños momentos de distensión. En muchas ocasiones, las conversaciones derivaban en situaciones algo más juguetonas de lo que cualquiera de sus seguidoras sería capaz de imaginar.

Cuando buscaba provocar esos momentos, solía elegir para ello un Nick que llevase su edad adherida, por ejemplo ''Aburrida20'' o ''Viajera20'', de ese estilo.

Abría varias salas, y no tardaban en llegarle los primeros mensajes. Que casi siempre eran los mismos, "hola, ¿qué tal?, de donde eres?" ...

Pero después de un rato y de llevar a cabo una pequeña criba, solía quedarse solo con 2 o 3. Aquellos con los que hubiese congeniado mejor o que tuviesen más labia y capacidad de conversación.

Las más de las veces, solía dejar que las circunstancias tomaran el control, sin adoptar un rol claro. Aunque, personalmente, prefería que le marcaran el camino y que fuesen ellos los que dominaran la situación.

Algo de lo que no tardaba en percatarse la mayoría, y que, a poco tardar, corrían a explotar de ella.

La mayor parte de las conversaciones terminaban ahí. Morían en la página. Pero, de vez en cuando, si con alguno de ellos disfrutaba de una charla interesante, y gracias a ello, lograr una conexión especial antes de pasar a tratar temas más ''candentes'', podía llegar a acceder a las continuas peticiones de ''mantener el contacto'' con las que continuamente le increpaban, y, en contadas ocasiones, darles su Inst. Uno distinto al profesional que tiempo atrás se había terminado haciendo para poder, así, mantener la relación otro día, sin necesidad de depender de la aleatoriedad del chat.

Con el tiempo, fue ampliando esta lista de contactos, hasta convertirse en su agenda de amistades principal.

Cada día, después de terminar de trabajar en su Inst. profesional, lo cerraba inmediatamente y abría el personal, que era donde realmente pasaba la mayor parte del tiempo.


Una mañana de un lunes de noviembre, veía amanecer a una Lara que, como era costumbre en ella, lo primero que hacía al despertarse era estirarse sobre su colchón y apartar con cuidado la cortina con su mano izquierda, para ver así el tiempo que hacía fuera.

Ese día resultó ser gris, lluvioso y con un cielo carente de cualquier color.
Eso significaba dos cosas; que la sesión de fotos que iba a hacer esa misma mañana con una amiga del ''mundillo'', quedaba anulada, y, por otro lado, que acababa de encontrarse con que el resto del día lo tenía solo para ella.

Después de pasarse un ratito tratando de despejarse bajo las sábanas y de escribir los ''Buenos Días'' y un par de cosas más en sus redes, procedió a levantarse y a meterse en el baño, que, a los pies de su cama, le aguardaba enfrente.

Se sentó en la taza del váter y comenzó a hacer pis. Mientras, miraba a su alrededor, procurando esquivar la bombilla que, en el techo del baño y todavía a la intemperie, colgaba aún sin que aplique alguno la ocultase.

Cuando terminó de orinar, se limpió con un trocito de papel, y, tras tirar de la cisterna, se levantó y se aproximó al lavabo.
Se lavó la cara, los dientes, y después de secarse, se maquilló.

Cuando terminó, se fue directa a la cocina, y tras desayunar un bol de cereales con unas rodajas de kiwi, abandonó todo en la mesa sin recoger, y se marchó.

Dejó caer su culo sobre el sofá, algo de lo que se arrepintió al instante, pues, si bien la parte de arriba de su pijama era larga y mullida, su parte inferior era cortita, pues le agobiaba dormir con prendas largas.

El sofá estaba helado y todavía faltaban unas pocas horas para que prendieran la calefacción, por lo que agarró una de las muchas mantas de Ikea que yacían sobre un puff y la extendió sobre los esponjosos cojines. Acto seguido, se sentó y se cubrió con una manta más ancha, que llevaba allí desde el mismo día que se había mudado, cortesía de su abuela.

Luego de encender la tele y pasar un rato eligiendo qué canal dejar, arrojó el mando sobre la mesa y se puso inmediatamente a trastear con su móvil.
Después de comprobar que no había mensajes ni correos importantes ese día. Cerró su Inst. profesional y abrió el personal.

Enseguida, la bandeja de entrada le informó de que tenía 7 mensajes no leídos.

Saludó a todos con un ''Hola, que tal'' de lo más genérico, y se centró en aquellos que la aplicación mostraba como conectados.


Juan_Ignacio le habló.


-¡Pero qué madrugadora! ¿Quién eres tú y qué has hecho con mi Lara? jejeje

-Jaja, calla, que me he despertado para nada. Tenía hoy una cosa que hacer y al final, ¡nada!, anulada.

-¿Y eso? ¿Por qué lo habéis anulado? Preguntó Juan Ignacio.

-Por nada. Lo hemos dejado para más adelante.

-Hace muy mal tiempo, hemos quedado otro día, añadió rápidamente Lara.

-¡Que faena! ¿Así que te has levantado para nada? Jejeje, pobrecita mía. Escribió él.

-jaja lo sé. Era lo único que tenía que hacer hoy. Ahora no sé a qué me dedicaré todo el día.

-Bueno, puedes ir estudiando y adelantando temario, que luego siempre te vienen las prisas y el ''ay ay ay'' que no llegó. Jejeje. Le recordó Juan Ignacio.

-Sí, sí tienes razón. Pero aún voy sobrada de tiempo. Queda mucho para los exámenes de diciembre. ¡Tranquilo! Que voy bien, por el momento. Sentenció Lara.


Una de sus ''tapaderas'', podríamos decir, era afirmar que estudiaba, como contestación a esa pregunta que siempre terminaba llegando, la perenne ''¿Estudias o trabajas?''.

Para evitar dar más explicaciones de las necesarias, solía indicar que cursaba una carrera a través de la UNED, en concreto psicología.
Por ningún motivo en realidad. Elegiría esa en algún momento, al principio, y la mantuvo como respuesta fácil.
Tenía algunas conocidas de su edad que sí estaban estudiando de verdad, así que más o menos se conocía la ''jerga'' estudiantil, y, sobre todo, los tiempos de exámenes.

No solía ahondar en ello más de lo necesario, ni tampoco el resto de hombres, que por conveniencia o desinterés, elegían aparcar el tema y centrarse en otros aspectos más interesantes e íntimos de la vida de Lara.

Permanecieron así, hablando durante un rato. Él se encontraba en el trabajo, en su oficina, y, exceptuando algunos momentos puntuales en los que llamadas o alguna secretaria que, por irrumpir en su despacho, les interrumpía, el resto del tiempo, lo pasaron haciéndose compañía el uno al otro.


Se conocían desde hacía año y pico. Era de los hombres con los que más hablaba, con el que tenía más confianza, o al menos, uno de los que más.

A pesar de rondar una edad considerable, en torno a los 56 años, y que, comparándose con los 20 de Lara, era como ver a dos mundos paralelos entrando en rumbo de colisión; su aspecto se veía bien cuidado. Era alto, con el pelo algo canoso, pero no del todo, pues un matiz oscuro parecía resistir por unos instantes una ofensiva, que, sin embargo, se presentaba perdida de antemano.

Se jactaba de conservar todavía una complexión atlética, gracias a haber llevado una vida relativamente sana y bastante apegada al deporte. Algo de lo que le encantaba hacer gala en sus redes sociales, subiendo fotos en bañador aquí y allá durante el verano.

Tenía los ojos oscuros como la boca de un túnel, o así salían reflejados en la mayoría de sus fotos, además de parecer tener un talento especial para mantener siempre perfecta su barba de tres días, algo que otorgaba un plus de atractivo en él.


Al terminar Juan Ignacio con una de esas llamadas, que solían cada tanto en cuanto detenerles la conversación, pudieron seguir hablando.


-¿Por cierto, has desayunado ya?

-Sí, dijo Lara.

-Me tomé hace un rato un tazón de leche con un poco de kiwi.

-¿Sigues yendo mal al baño, cariño?

-Sí... todavía no voy como me gustaría, le respondió Lara.

-Necesitas que vaya un día y te masajee la tripita, así verías como se te pasaba el estreñimiento, jejeje. Escribió Juan Ignacio con cierto tono de sorna.

-Jaja, mis padres están aquí, no sé si les haría gracia que viniera un extraño a acariciarme la tripa. Dijo Lara.

-¡Cierto!, cuando tienes la razón te la doy. Jejeje.

-Otra opción es que vinieras tú aquí. En mi casa vivo solo yo.


No era la primera vez que le invitaban a quedar en cualquiera de sus formas, colores, lugares, escenarios, etc. etc.

Siempre dejaba claro que le gustaba mantener las distancias y que solo buscaba amistad online. Algo que no quita que, los mismos a los que se lo repetía una y otra vez, pasado un tiempo, volvieran a insistirle con lo mismo una segunda y una tercera… De hecho, este solía ser uno de los principales motivos por los que, de vez en cuando, realizaba una poda, una limpia de su lista de contactos, eliminando a aquellos que, o bien por pesados, o si no por impertinentes, se habían ido ganando a pulso un bloqueo, y el aplauso del público.

Para poder evitar este tipo de situaciones, o más bien, para conseguir salir de ellas con rapidez y no dejar que las conversaciones se quedasen estancadas con ello, seguía diciendo que vivía con sus padres, algo que, gracias a Dios, hacía un año ya que había podido solventar.

En el caso de Juan Ignacio, el asunto era diferente. No solo controlaba mucho la periodicidad con la que se lo dejaba caer a Lara, sino que, además, sabía elegir bien esos momentos y no seguir insistiendo con ello de forma prolongada. Tenía cierta psicología, por así decirlo, un tacto especial.

Lara acostumbraba a esquivar esa bala, riéndose en la conversación, o sutilmente, cambiando de tema.
Pero esta vez, algo distinto pasó por su cabeza.

Quizás pudo deberse al madrugón. Es posible que se estuviese poniendo algo cachonda por algún motivo. Algo que ya le había ocurrido con anterioridad, pero que esta vez parecía atacarle de forma más profunda.

Mientras una de sus manos sostenía el móvil y la otra se encontraba debajo de su pantalón, comenzó a acariciar una idea. Un remanente que todavía carecía de forma alguna.
De poderse aproximar a algo, sería a una especie de disparador, sobre el que, si depositaba la más mínima atención, reaccionaba provocándole una cascada de palpitaciones difíciles de controlar.

Se manifestaba como una gota de aceite a la que, cuanto más interés prestaba, más rápido se extendía sobre la superficie.

Se quedó muda unos minutos, mirando la pantalla de su teléfono mientras colocaba su mano izquierda contra su coño y lo apretaba al ritmo de esa idea, la misma que hacía escasos minutos se presentaba solo de forma intermitente, pero que, poco a poco, iba tomando el control de su mente por completo.


De pronto, se la sacó del pantalón, agarró el móvil con las dos manos y escribió a continuación de las últimas palabras que había dejado puestas Juan Ignacio.

-Pues, si me invitas. Jajaj.


Sostuvo el dispositivo a escasos centímetros de su cara, todavía sin lograr enviar la frase, como si esperara a que algo en su interior pudiera emerger con la suficiente fuerza como para detenerla. Pero ya era tarde, ya era tarde para todo.

Su dedo pulgar se dirigió al pequeño botón azul que se encontraba en la parte inferior derecha de la pantalla, y lo pulsó.

Ya estaba hecho.
 
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Capítulo Dos. ''El Encuentro''

Se quedó varios minutos mirando aquel mensaje que acababa de enviar.
Todavía no era del todo consciente de lo que había hecho, ni de hasta qué punto podía tener implicaciones.

Al tiempo que una gran parte de ella entraba en pánico, de la otra sin embargo brotaba, con más fuerza aun si cabía, un torrente de adrenalina subcutánea que enfrentaba con fruición a su otro yo, hasta doblegarlo y someterlo contra el suelo sin apenas dificultad.

Había perdido completamente la batalla de la racionalidad y se había entregado al morbo más feroz y desatado, que hasta ese momento, había conocido nunca.
En realidad, ninguna excusa, llamada de atención o preocupación bien fundamentada, hubiesen sido suficientes para desalentarla.
Se acababa de arrojar a un vacío sin asomarse ni conocer su altura, ignorando si una vez alcanzara el fondo, existiría una red de seguridad que la salvase. Y precisamente era eso lo que más entusiasmo le suscitaba.

La dulce tentación de arañar el peligro y el innegable atractivo de sufrir las consecuencias le llevaron a no borrar ese mensaje, a quedarse observando durante unos instantes mientras se seguía presionando el coño con su mano izquierda.
Pasados unos minutos de haber enviado el texto, pudo ver como la aplicación le avisaba de que alguien estaba escribiendo. Juan Ignacio le estaba respondiendo.

Su cuerpo reaccionó como si se encontrase en la zona cero de una detonación, dejando caer el móvil a unos escasos centímetros de ella, sobre uno de los cojines del sofá.

La mente de Lara sufría un mar de interferencias que oscilaban entre el terror más abrasivo y el clímax más arrebatador que había experimentado jamás.
Cada pocos instantes miraba de reojo si seguía poniendo ''escribiendo'' en la parte inferior de la aplicación, y preguntándose si una vez llegara la respuesta, sería capaz de afrontarla.

Al final el mensaje llegó. En cuanto lo hizo su smartphone sonó, emitiendo un sonido que a pesar de ser el mismo que habría escuchado miles de veces sin exagerar, esta vez se le antojaba totalmente distinto. -¿Me estaré volviendo loca?. Pensó para sus adentros.

No podía coger su móvil, ni siquiera mirarlo, porque sabía que fuera lo que fuese que hubiera contestado Juan Ignacio, nada más leerlo tendría que enfrentarlo y hacerse cargo de su atrevimiento. Algo que la aterraba hasta el punto de lograr paralizarla.

Se levantó de golpe del sofá y se fue corriendo al baño. Desde siempre, desde que tenía memoria para recordar, todos sus nervios, ansiedad o presión de cualquier tipo los terminaba acumulando en el estómago. Personándose en forma de molestias en la tripa o calambres en su abdomen.

El suceso que estaba viviendo atendía a una de estas razones. A pesar de ser una chica de reacciones mesuradas e ímpetus contenidos, cuando algo escapaba de su control era fácil que le abordaran ese estrés, la ansiedad y posiblemente una visita corriendo al baño.

Llegó al servicio, levantó la tapa del inodoro, se bajó el pantalón del pijama y se dejó caer sobre él con brusquedad.
Contuvo esa postura durante unos minutos, pero nada. A pesar de los retortijones que le acababan de dar, tras un par de intentos no pudo lograr más que expulsar unos cuantos pedos, que al menos, consiguieron aliviar un poco la presión de su interior.

Se mantuvo unos minutos en ''babia'', con la mirada puesta en una pequeña repisa que tenía enfrente, pero sin pensar en nada en realidad. Mentalmente estaba exhausta. El altibajo de emociones que venía experimentando, así como su intensidad, eran nuevos para ella. Por lo que internamente, necesitaba unos instantes de desconexión; algo que logró en cierta manera, hasta que de pronto cayó en la cuenta.

Ya habría pasado un buen rato desde que Juan Ignacio le había respondido. De hecho, durante su estancia en el váter su móvil había estado propinando una serie de pitidos en señal de aviso.
Entendió que cuanto más tiempo tardara en contestar, más difícil lo tendría para justificarse, por lo que con cierta premura se puso en pie. No sin antes coger un poco de papel y pasarlo por su culo, papel que por otro lado se descubría estéril y carente de suciedad alguna.

Llegó a la altura del salón, y tras aguardar unos segundos, traspasó por fin el marco de la puerta. Lo hizo mostrando cierta cautela, como si esperase que al hacerlo, fuese a encontrar algo diferente a como lo dejó.
Allí frente a ella, se encontraba su smartphone, que todavía sobre un cojín emitía una parpadeante luz blanca por medio de un pequeño lec.

Lo hizo sin darse cuenta, pero antes de dar el paso de acercarse y desbloquearlo, inspiró con fuerza, colmando su pecho de aire, logrando conferir algo de serenidad a su espíritu y también, proveyendo a su corazón de cierta robustez.

Cuando la pantalla se iluminó ante ella, pudo leer los mensajes que le había dejado Juan Ignacio.

-¡No me lo digas dos veces! jejeje. No te imaginas las ganas que tengo de conocerte, pequeña. Te he invitado otras veces pero nunca te venía bien-.

-Hoy salgo pronto de trabajar. ¿Qué te parece si paso a recogerte?-.

-Que... ¿Te animas?-.

Escribió Juan Ignacio, finalizando el texto con varios loguitos con caras sonrientes sacando la lengua.

Una vez que terminó de leerlo se tranquilizó bastante. Pudo deshacerse de todos esos fantasmas que revoloteaban por su cabeza al ver que no eran tan graves como vaticinaba que podrían serlo.
Poco a poco se fue dejando llevar hasta alcanzar de nuevo ese estado, aquel en el que sensaciones de todo tipo comenzaban a jugar con ella, ubicándola en un lugar del que no se quería ir, pero en el que tampoco quería estar.

Antes de ponerse a escribir, volvió a colocar de nuevo su mano izquierda sobre el coño, esta vez dejando que de manera sutil se internasen dentro las yemas de sus dedos índice y pulgar.
Recapacitó durante unos breves minutos y solo cuando lo tuvo más o menos claro, se puso a ello.

-Jaja. Sí, vale. Por mi, bien. Pero prefiero que no me recojas en mi casa. Por mantener un poco de privacidad-.

-Entonces. ¿Cómo lo hacemos?-. Preguntó Juan Ignacio.

Lara reflexionó durante unos segundos hasta ocurrírsele una idea.

-¿Por qué no salgo, camino un rato y luego te mando mi ubicación?. ¿Te parece bien?-.

-Me parece perfecto. ¡Pero qué lista es mi niña!-.

-jaja anda calla-. Exclamó Lara en tono burlón.

-¿A qué hora quedamos, cielo?. Yo salgo de trabajar a las dos. Ahora son las doce y cuarto pasadas. ¿Te dará tiempo a arreglarte, maquillarte y eso?-.

-¡Si!. Aún me tengo que duchar y tal, pero yo creo que si-.

-Perfecto, pequeña. ¿Vives más o menos por el centro no?. Para hacerme una idea y calcular un poco el tiempo-.

-Sí. Por allí. Cuando ya esté abajo y te mande la ubicación, quiere decir que ya estoy. ¿Vale?-.

-¡Estupendo!. Cielo, me has alegrado la mañana. Que digo la mañana. ¡El día!-. Dijo él.

-Si, claro. El mes, no te digo jaja. Oye, voy a ir arreglándome y eso para ir más tranquila. ¡Un beso!-.

-¡Si, eso!. Tú arréglate, que te quiero ver bien guapa. Jejeje. Un besito, pequeña-.

Inmediatamente después de despedirse Juan Ignacio, cerró Inst., así como todas las demás aplicaciones que tenía abiertas.

Se quedó pensativa durante un rato. Había sido, sin duda, lo más intento que había profesado nunca. Cuando se quiso dar cuenta, ya eran las doce y media pasadas. El tiempo volaba pero lo hacía sin ella, así que se levantó de un brinco del sofá y se dirigió de nuevo al baño.
Cerró la puerta y acto seguido, dejó caer de nuevo su pequeño pantalón del pijama, esta vez para no volverlo a poner después.
Se arrebató la camiseta que quedó también tirada por el suelo y se metió en la ducha.

El agua salía caliente. Se empezó a frotar el cuerpo con sus propias manos, que con la ayuda de un poco de jabón recorrieron su piel siendo testigos de cada imperfección. Cada lunar, cada vello, cada centímetro de su cuerpo estaba siendo cubierto de espuma.

Después de aclararse el pelo, luego haberse aplicado un champú, utilizó un acondicionador especial que favorecía un pelo más liso tras el aclarado.
Le interesaba porque iba relativamente mal de tiempo y no quería perder aquel que no tenía después con la plancha.

Mientras hacía efecto, se embadurnó la piel con un gel que olía a aguas termales. Le encantaba.
Lo extendió por todo su cuerpo, haciendo hincapié en diversas zonas higiénicamente sensibles como lo eran el entorno de sus pechos, las axilas, también el coño y sobre todo, por la zona del culo, entre sus nalgas; para lo cual procuró agacharse, adquiriendo por momentos la postura de alguien que pareciera estar defecando en la calle.

Al terminar de extenderse el gel, comenzó a aclararse el pelo, aclarado al que le siguió el resto del cuerpo hasta hallarse desprovista de cualquier rastro de loción.
Cerró el grifo y procedió a salir, alcanzando y poniéndose un albornoz que tenía siempre a mano, en la misma mampara de la ducha.

Después de secar un poco su larga melena rubia con la toalla y tras pasar un rato cepillándose frente al espejo, decidió emplear el secador, que acompañado siempre por otro cepillo más fino permitía comprobar las virtudes del acondicionador ''Especial Cabello Liso'', que prometía el envase.

Cuando hubo acabado, se lavó los dientes y comenzó a maquillarse, para lo cual empleó buena parte del tiempo que disponía.
Cerrado el estuche y habiendo guardado todas las pinturas en su interior, agarró el móvil para ver la hora y -¡Madre mía!-. Se exaltó. Ya eran la una y media pasadas.

Salió el baño desnuda y se encaminó corriendo a su cuarto. Menos mal que durante la ducha y debido a que bañarse era para ella un acto monótono y bastante rutinario, pudo abstraerse e ir dándole vueltas a la cabeza sobre qué outfit escoger.
Aun así, no tenía muy claro que prendas de vestir iba a seleccionar. Hacia frío, llovía a ratos y aparte tendría que andar un buen rato por la calle.

Al final, su sentido de la moda se impuso sobre las vicisitudes climáticas. Lo cual no era extraño, pues dedicaba la mayor parte de su tiempo a eso, aparte de ser una pasión y hoy en día, su medio de vida.

Lara era bajita, mediría alrededor de un metro sesenta y poco. No está muy claro pues en realidad, nunca se había pronunciado sobre ello, así que su altura exacta era una incógnita; algo que se estimaba por comparación, sobre todo.

A pesar de su estatura y de poseer un cuerpo delgado para los estándares de las redes, solía encontrarse con diversos problemas a la hora de elegir conjuntos, vestidos u otro tipo de prendas. En concreto, que tuviesen una talla acorde con su cuerpo, porque a pesar de acertar con esta, debido a su pecho, no le terminaban nunca de encajar bien del todo.

Le ocurría algo similar con los sujetadores. Pues al ser delgada pero a su vez, haber desarrollado un pecho tan voluminoso en comparación con el resto de su constitución, solían quedarle muy desajustados. O acertaba con la copa pero se le quedaban flojos o si se le ajustaban a la espalda, estrujaban sus tetas como una panadera preparando masa madre.

Para la ocasión, se acabó decidiendo por un vestido blanco tipo ''smock'' con flores amarillas dibujadas. Uno corto, más suelto y flojo que ceñido y que se unía a ella gracias a dos tirantes finitos que descansaban sobre sus clavículas.
Era bastante primaveral para la estación en la que se encontraban, pero iba verdaderamente mal de tiempo y no quería perder aún más teniendo que elegir entre vaqueros y camisetas, además de en cómo combinarlos.

Se puso un sujetador liso, también de color blanco, de confección sencilla y sin ningún tipo de relleno. Pero a pesar de no llevarlo y de que el vestido fuese holgado, no podía disimularlo del todo. Pues, aunque el escote que ofrecía su indumentaria era prácticamente inexistente, una considerable elevación bajo el mismo delataba aquello que tanto se esmeraba en ocultar.

Remató el look adhiriendo a sus pies unos botines de tacón bajo y lo finalizó con un bolso de mediano tamaño, fácil de cargar.

Por fin estaba lista.

Antes de atravesar la puerta de casa, se paró unos instantes frente a un enorme espejo que se encontraba en la entrada.

Se observó de arriba a abajo, iba preciosa y lo sabía. Era una verdadera conocedora del arte de gustar. Era consciente del poder que tenía cuando quería y del que secretamente solía disfrutar. Así que, verse tan arreglada, dispuesta a enfrentar aquella aventura, le proporcionó las últimas fuerzas y el empuje necesario para lograr salir, abrir la puerta y de un discreto portazo, cerrarla tras de sí.


En cuanto comenzó a caminar por la calle, en busca de aquel lugar en el que esperaría a Juan Ignacio, se percató de lo realmente enfurecido que se había vuelto el clima. No solo llovía, también la temperatura había descendido más de lo que creía, además un vendaval de considerables proporciones pareciera que en cualquier momento fuese a llevarse la ciudad con él.

Su paraguas a penas le conseguía cubrir, pues ante el más mínimo cambio en la dirección del viento, este se retorcía y deformaba, quedando expuesta y arrollada por las inclemencias que le azotaban sin piedad.
En cuanto pudo, corrió a refugiarse al amparo de unos soportales, los cuales acogían diversas tiendas de barrio y algunos bares.

Ya pasaban las dos de la tarde, por lo que iba siendo hora de enviarle su ubicación.
Se encontraba más cerca de casa de lo que hubiera querido estar, pero le era completamente imposible alejarse, no con semejante tormenta.
Por lo que, tras buscar en Maps y copiar la dirección de su situación, se dispuso a pegarla en la conversación que compartía con Juan Ignacio.

Tras hacerlo, se sentó fuera, en la mesa de una cafetería, y con un café descafeinado con sacarina como compañía, aguardó atenta su llegada.

Procuró pasar ese periodo lo más distraída posible. Lidiando con la continua impresión de estar siendo juzgada por el resto del mundo. Una multitud que no paraba de observarle y vedar su comportamiento.

Mientras miraba hacia la carretera y daba pequeños sorbitos al café con la actitud de quien pretende pasar desapercibido, noto de repente como un coche se detenía más o menos a su altura, quedándose en doble fila y colocando los intermitentes.

Tímidamente focalizó su atención sobre la ventanilla del vehículo, y observando a través del cristal del copiloto, pudo identificar quién iba a los mandos. No albergaba ninguna duda.
Unos nervios inconmensurables recorrieron todo su cuerpo como si un rayo de aquella tormenta le acabase de atravesar.

Se giró apresuradamente y rezó para que él no la hubiese visto. Disimuló tomando la taza que yacía en su mesa y dándole un buen sorbo, con más intención de ocultarse tras ella que de apreciar el suave matiz del grano.

Pero en el momento en que despegó sus labios de aquel recipiente, advirtió como un hombre alto y trajeado acababa de localizar su escondite. Sintiéndose intimidada hasta el grado de quedarse petrificada y no ser capaz ni de girarse, trató de fingir que ignoraba su existencia, mientras mantenía sus ojos fijos en algún lugar del horizonte.

Cuando de improviso, Juan Ignacio irrumpió en su divagar.

-Perdona. ¿Eres Lara?-.

-¡Si!-. Profirió ella, empleando un tono algo desencajado. Acto seguido, se giró lentamente hacía él y lo miró.

Cuando sus ojos hicieron contacto, Juan Ignacio le sonrió.
Parecía ser más mayor en persona que en las fotos, para las cuales sin duda, se empleaba a fondo en mostrar siempre su mejor perfil. Si bien era alto, con el resto de su cuerpo pasaba algo parecido.

Aquel físico atlético que figuraba tener en los post que subía a sus redes, había dejado hace tiempo de corresponder con la realidad, evidenciando un deterioro propio de la edad y achacable también a la falta de ejercicio.

-Te he visto de milagro, pequeña-.

Dijo él a viva voz, o al menos así lo percibió una Lara que internamente, se descubría librando una batalla contra sí misma por no derrumbarse y mostrar cierta espontaneidad.

Mientras todo esto pasaba por su cabeza, Juan Ignacio proseguía hablando.

-Te he reconocido por tu melena rubia, ya que en tus fotos sales siempre desenfocada o de perfil. ¡Bribona!. Que a penas te dejas ver-.

-Bueno. ¿No me das dos besos?-. Sentenció Juan Ignacio mientras apoyaba con sutileza su mano derecha sobre uno de sus hombros.

-¡Si!. Claro. Perdona, espera que me levanto-. Dijo ella algo sobresaltada, mientras fruncía el ceño procurando aparentar una especie de sonrisa.

Una vez que se hubo incorporó se giró hacía él, y en ese instante pudo apreciar lo realmente alto que era, sobre todo en comparación.
Él se agachó un poco, la cogió de la cintura y procedió a saludarla, propinándole dos besos a escasos centímetros de sus mejillas.
Tras eso, Lara se retiró hacia atrás con cuidado, con la clara intención de volverse a sentar, pero Juan Ignacio intervino.

-Oye cielo, tengo el coche mal aparcado. ¿Qué tal si nos vamos ya?. No quiero que la grúa se me lo acabe llevando-.

Expresó de forma directa, pero acompañando la frase en todo momento con un cierto aire de hilaridad.

-¡Es verdad!. Perdona. Espera que coja el bolso y nos vamos-.

-¿Has pagado?-. Dijo él, mientras se llevaba la mano al bolsillo.

-Sí, tranquilo, pagué a la hora de pedir. No te preocupes-.

Juan Ignacio caminó delante. Cuando estuvo a escasos metros del coche, activó las puertas con el mando y mostrando un bello acto de caballerosidad, se dispuso a abrir primero la suya, la del copiloto.

Una vez montados y puestos los cinturones, partieron hacia su casa.
 
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Capítulo Tres. ''Texturas''

Durante el trayecto, fueron conversando de tonterías. Del tiempo tan malo que les había tocado, de lo complicado que estaba el centro para aparcar y cosas por el estilo.

Lara le escuchaba hablar; y bien sea por la incapacidad que tenía Juan Ignacio de mirarla mientras conducía o por el devenir tan desinteresado de la conversación que mantenían, comenzó a sentirse mucho más tranquila, incluso relajada.

Notaba cómo le palpitaba el coño cada vez que regresaba mentalmente a su asiento y volvía a ser consciente de donde se hallaba. Incluso fue capaz de ignorar cuán lejos se encontraban, pues todo el recorrido lo hicieron hablando y distrayéndose.

Él vivía a las afueras, en un barrio de obra nueva que apenas haría seis o siete años de haberse construido.

Finalmente, tras internarse entre aquella maraña de pisos dispersos, localizó su bloque, metió el coche en el garaje y cuando lo hubo aparcado, apagó el motor.

En ese momento apoyó su mano derecha sobre la pierna de Lara, mientras acompañaba tal acto diciendo.

-Ya hemos llegado, pequeña-.

-¡Sí que vives lejos, eh!. Pensé que íbamos a pasarnos la ciudad-. Dijo ella visiblemente sorprendida.

-Jejeje-. Rio Juan Ignacio.

-Tienes razón, pero es una zona mucho más tranquila que el centro. Ya lo has visto viniendo. Todo lo que hemos tardado en salir y poder coger la circunvalación-.

-Ya, eso sí-. Dijo una Lara que, a ojos de él, se apreciaba visiblemente más a gusto.

La guio por el garaje hasta que ambos se toparon con el ascensor. Una vez dentro, pulsó el número dos y subieron.

En el momento en que Juan Ignacio abrió la cerradura de su apartamento, se apartó con decisión, invitándola con un gesto a entrar en primer lugar.

Ella accedió al interior y, tras de sí, pudo escuchar el estridente golpe que propinó la puerta al cerrarse. Un estruendo que sintió en lo más profundo de su ser.

A penas comenzaba a asimilar ese acontecimiento cuando él, que recién acababa de desprenderse de su abrigo, ya la estaba dirigiendo hacia el salón, marcándole el camino con su mano apoyada en la parte baja de su espalda.

Una vez allí, le acompañó hasta el fondo, donde le hizo sentarse en un sofá de enormes dimensiones con la forma de una ''ele''.

En su afán por aparentar ser un buen anfitrión, le ofreció algo de beber.
Ella le pidió agua y, cuando regresó con el refrigerio, trajo su vaso en una mano mientras en la otra portaba un vaso solo con hielo.

Una vez los dispuso en la mesa, se acercó a un mueble bar situado a la izquierda de la habitación, y luego de extraer de la vitrina una botella de bourbon semivacía, volvió al sofá con ella.

-¿No quieres probar un poco?. Tengo también Coca-Cola por ahí-. Le preguntó.

-No gracias. Es un poco pronto para beber-.

-¿Pronto? jejeje. Sí son casi las cuatro de la tarde. Seguro que los sábados empezáis a beber antes tú y tus amigas-.

-jaja. ¡Qué va!. Cuando salíamos lo hacíamos más tarde. Pero a penas salgo ya-. Dijo ella.

-¡Pequeña!. Tienes que disfrutar más de la vida, que estás en una edad muy bonita. ¿Cuántos años tienes, que no me acuerdo ahora?-.

-Veinte. ¡Oye, que sí que salgo!. Pero cada día bebo menos, eso es verdad-.

-Bueno. Luego si te animas, bebes de mi copa y arreglado-. Indicó Juan Ignacio.

Lara observaba a su alrededor. Ya no se encontraba tan alterada, aunque le seguía costando mucho cruzar la vista con él, y sobre todo, poderla mantener el tiempo necesario antes de apartarla y volver a resultar esquiva.

Juan Ignacio se sentó junto a ella, a la izquierda, casi rozando su cadera con la suya.

Comenzó a hablarle en un tono distendido. Repasando un poco la historia que habían tenido desde el mismo momento en que se habían conocido en un chat, hasta toparse con el día que les abarcaba...

También estuvieron reviviendo anécdotas, y al final del todo, le confesó que siempre había tenido muchísimas ganas de conocerla. Algo que, por otro lado, Lara ya sabía, pues era un interés común que se daba entre todos los maduros con los que se relacionaba.

Para ese entonces, la confianza ya era mutua y atendía a las miradas con menos evasión. Se creía tan a gusto que incluso se atrevió varias veces a soltar algún que otro vacile o broma, que enseguida era respondida con otra todavía más intensa por parte de él.

-Eres una preciosidad, cielo. Seguro que te lo dicen mucho. ¡Y muchos! jejeje-. Concluyó, mientras emitía una breve carcajada.

-Qué bobo. ¿Quién me lo va a decir?-.

-¡Hombre que no!. ¿O es que los chicos de tu entorno se han vuelto bobos?. Si no, no lo entiendo-.

Ella rio. Visiblemente risueña por el cumplido.

A estas alturas, la mano de Juan Ignacio llevaba ya un rato bailando y dejándose posar a lo largo y ancho de toda la pierna de Lara.

Cuando se mantenía de pie, su vestido no alcanzaba a cubrir sus rodillas, pues su vuelo quedaba algo así como a un palmo de las mismas. Pero el estar sentados tanto tiempo había provocado que esa parte de la tela retrocediera lo suficiente para apreciarse con nitidez una gran parte de sus muslos.

En algunas ocasiones, subía con sutileza ese trocito de tela, que a su juicio, estorbaba completamente. Hasta llegar a un punto que era evidente si se comparaba lo descubierta que se mostraba esa pierna con la otra.

A Lara no parecía molestarle, pues no hizo amago alguno que indicase incomodidad.

Y así era. Se sentía sosegada y disfrutaba mucho haciéndose la tonta, mientras ese hombre maduro acariciaba su pierna y subía su vestido pensando que no se daba cuenta.

Mientras ella estaba hablando, él la interrumpió de repente.

-¡Oye!. jejeje. Me acabo de acordar de una cosa. ¡Casi se me olvida!-.

-¿De qué?. Miedo me das, jaja-.

jejeje. Pues de qué te dije que vinieras para darte un masajito en la tripa. Para ayudarte a ir al baño. ¿Te acuerdas?-.

Ella rio nerviosa, pero a esas alturas, ya quedaban bastante lejos aquellas sensaciones paralizantes que tanto temor le habían causado.

Reconvertida la inseguridad en una sensación más reconfortante y con la impresión de poder contar ahora con la fortaleza suficiente, se estimó preparada para dejarse llevar y encarar casi cualquier tipo de efeméride.

-¡Es verdad!. Jaja. Yo tampoco me acordaba para nada, en serio-.

-Ven, ponte aquí-. Dijo Juan Ignacio, mientras juntaba las piernas y señalaba con la otra mano donde quería que se sentase ahora.

-¿Seguro?. Igual te peso mucho-. Dijo Lara.

-Jejeje-. El rio amistosamente y corrió a corregirla.

-En absoluto, pequeña. Si eres muy delgadita. ¡No pesas nada!. No entiendo cómo no se te ha llevado el viento antes-.

La mano que hasta ese momento había yacido sobre su pierna, pasó a alojarse ahora en su espalda, donde, a base de propinarle diversos golpecitos, logró que terminara de decidirse y se alzara del sofá.

Una vez que se levantó, la agarró de la cintura con ambas manos y la situó delante suyo, para a continuación girarla con ligereza y disponerla levemente sobre sus rodillas.

Era como una muñeca para sus ojos.

Debido a su altura, su peso actual y a sus prominentes brazos, podía manejarla casi como si fuese un cojín.
Eso le volvía loco, pero no valía propasarse antes de tiempo. Debía ser paciente y eso lo sabía. Iba poco a poco, pero sin detenerse nunca del todo.

En cuanto ella misma terminó de acomodarse, notó la presión que su culito ejercía sobre sus piernas.
Una vez la tuvo montada encima suyo, comenzó a separarlas poco a poco, hasta que el trasero de Lara hiciera contacto con el cojín del sofá, quedando abrazada entre los cuádriceps de Juan Ignacio.

-¿Estás a gusto?-. Le preguntó al oído, empleando para ello un tono susurrante.

-Sí, estoy bien-. Fue lo único que ella alcanzó a articular.

En ese instante la abrazó, rodeándole el vientre con sus brazos. Mientras él hacía eso, ella poco a poco iba relajando el cuerpo, hasta terminar su espalda recostada sobre su barriga, esa que, a la hora de estar sentado, le costaba más trabajo disimular.

Cuando entendió que ya se encontraba preparada, empezó lentamente a levantarle el vestido por la parte delantera.

Pero el culo, apoyado sobre el sofá, impedía que pudiera seguir subiéndolo más arriba, por lo que le pidió que se inclinase un momento, para así retirar por completo esa parte de tela trasera que le impedía avanzar en el descubrimiento de su precioso abdomen.

Ella se escoró un poco hacia delante, circunstancia que él aprovechó para subir el vuelo del vestido hasta la altura de la cintura. Una vez hubo liberado ese trozo de tela, volvió a sentarse corriendo, como queriendo evitar así que su culo al desnudo, tan solo interrumpido por un ''culote'', pudiera ser visto por él.

Pero evidentemente, había sido testigo de su preciosa imagen. Estaba detrás, por lo que al inclinarse, durante unos breves instantes, pudo tenerlo justo delante de sus ojos; solo para él.

Cuando Lara retornó a su sitio, él continuó subiendo la tela del vestido. Esta vez logrando superar sin dificultades la zona de la pelvis, que alumbró a aquel ''culote'' por su parte anterior.

Era un conjunto blanco y liso por ambas caras, a excepción de los laterales, que bordados con gran lindeza parecían describir formas florales.

Al rebasar esa altura, notó como Lara emitía un profundo jadeo, que hubiera sido imperceptible de no ser por el hecho, o más bien por el deleite, de tenerla apoyada sobre su pecho y barriga.

Eso le estimuló de una manera casi descontrolada, animándolo a seguir decididamente con su propósito. Sin distraerse demasiado prosiguió levantándoselo, para descubrir por primera vez su pequeño ombligo... Un ombligo que se esculpía sobre un vientre plano y tono de piel claro, carente de cualquier imperfección.

El ascenso concluyó cuando se aproximaba a escasos centímetros del sujetador.
Al ir a rebasar esa línea, Lara le detuvo.

-¡La tripa!. No sigas, que te vas a pasar de ahí-. Dijo empleando un timbre de voz suave.

-Jejeje. Es verdad, pequeña. Es que me he despistado un poco-.

-Sí... claro. Solo un poco-. Sonrió finalmente Lara.

-Es que tienes un cuerpazo. Lo había visto en algunas de las fotos que me enviabas, pero siempre te tapabas la cara. No había podido verte en conjunto hasta ahora-.

-Ya... Lo hago por seguridad. Que luego esas imágenes terminan donde ya sabes-. Dijo ella.

-Jejeje. Es verdad. En páginas guarras. ¡Eh!-. Apuntó Juan Ignacio de forma burlona.

Aquel comentario, tan espontáneo como atrevido, la hizo reír brevemente y asentir con empatía en señal de entendimiento. Risa que se vio alterada hasta su interrupción, al ser consciente de cómo, sin previo aviso, se había lanzado ya a acariciar su vientre, empleando para ello sus dos inabarcables manos.

Lo palpaba sin respetar un orden determinado, pero manteniendo cierta armonía en sus movimientos. De vez en cuando le rozaba la pelvis, dejando que la yema de alguno de sus dedos se deslizase unos milímetros por debajo de su ''culote'', para huir enseguida de allí como haría un chavalín después de haber cometido una travesura.

-Lara, para ser tan delgada, tienes unas caderas preciosas, muy marcaditas-. Dijo Juan Ignacio mientras aprovechaba para adherirse a ellas con ambas manos.

-Jaja. ¡Pues gracias!. Es por genética sobre todo, mi madre y mi hermana también tienen caderas anchas-. Le nació responder.

-Pero tú las tienes muy bonitas, ¡eh!. Muy voluminosas. Te aseguro que para lo delgada que eres, sorprenden-. Apuntó él.

Algunos minutos después de empezar a ser manoseada por aquel hombre, fuese por eso, por los nervios o por la exposición directa al frío del salón al que su tripa estaba siendo sometida, comenzó a sentir algunos retortijones. Una especie de calambres que surgían en su bajo vientre, y que desde luego, no eran desconocidos para ella.

Lara se revolvió un poco, al tiempo que se llevaba las manos a esa zona del abdomen. En cuanto lo hizo, Juan Ignacio le preguntó, empleando para ello un tono dulce.

-¿Tienes ganas de ir al baño, princesa?-.

-Creo que sí... Un poco-. Respondió ella.

-Ven, levántate y vamos, te acompaño-. Le sugirió Juan Ignacio.

Ella se levantó, pero esta vez, lo llevó a cabo sin correr a ocultarse con urgencia tras su vestido.
Primero se puso en pie, y sólo entonces, dejó caer la tela con cierta parsimonia. Lo que a él le permitió poder presenciar su culo con más calma, y no tan solo durante unos instantes como hacía un rato.

La tomó de la mano y la dirigió hacia el baño, donde esperó a que entrase para, de inmediato, hacerlo también él.

-Siéntate en la taza, cariño-.

-Pero me da vergüenza que me veas y que estés aquí, delante de mí-.

-¡No digas tonterías, pequeña!. No te voy a ver nada. Te bajas las bragas y el resto del vestido ya te cubre todo-. Expuso Juan Ignacio con la clara intención de calmarla.

-Ya... ¿Pero si huele o algo? Me da muchísima vergüenza que me veas haciéndolo-.

-Nada de ti me da asco, cariño. Eres una preciosidad, una monada. Me gusta todo de ti. ¿Me oyes?. ¡Todo!-. Reafirmó él.

-No sé...-

Mientras ella dirimía con sus dubitaciones, él se giró para buscar algo con la mirada... Cuando lo encontró, se aproximó al váter y lo puso al lado. Era un pequeño taburete.

Se situó enfrente de Lara, cogiéndola de las caderas y susurrando directamente en sus oídos que no estaba ocurriendo nada. Casi al mismo tiempo, se disponía a moverla lo suficiente como para conseguir, gracias a un controlado empujón, sentarla sobre la taza del inodoro.

Una vez allí, hallándose delante, posó sus manos sobre sus rodillas.

-Tranquila, pequeña. Esto es de lo que habíamos estado hablando antes. De darte unos masajes y de que pudieras ir al baño-.

-Ya... Pero no sabía que ibas a estar conmigo-.

-Claro que sí, cielo. Yo lo que empiezo lo acabo-. Dijo Juan Ignacio sonriéndole, mientras buscaba hacer coincidir su mirada con la suya.

-Si quieres empiezo yo. ¡Venga, quita!. Que me pongo-. Exclamó él, mientras una enorme mueca de corte pícaro deformaba su rostro.

Lara rio. Lo hizo de forma inconsciente y genuina. Le había conseguido extraer una pequeña carcajada, algo que sin duda contribuía a que se relajara y se acercase un poco más a él.

A continuación, Juan Ignacio depositó su peso sobre aquella baqueta, que momentos antes había dispuesto frente al retrete, y nada más hacerlo le insistió esta vez con que se bajara las bragas.

-¿Seguro que quieres que lo haga?. Última oportunidad-. Le avisó ella.

-Completamente, pequeña. Lo que empecemos juntos, juntitos lo terminaremos-.

Ese comentario suscitó cierta ternura en ella.

No veía otra salida; además, en el fondo de su ser, tampoco tenía del todo claro que tuviese la necesidad de encontrarla o de que existiera.
No estaba aterrada ni excesivamente incómoda. ¿Se estaría entonces volviendo totalmente loca?. ¿Estaba a punto de ocurrir aquello?.

Terminó sus reflexiones sin un punto y seguido.

Después de devolverle una sonrisa, algo menos rígida que al principio, simplemente comenzó a hacerlo. Se bajó las bragas y las soltó hasta que estas terminaron encontrando acomodo sobre sus botines.

Juan Ignacio saltó de su taburete, abalanzándose sobre ella con sumo cuidado y procediendo a retirarle el vestido por encima de la taza, con intención de que éste quedase arremangado de alguna forma alrededor de su cintura.

Una vez hecho esto, acercó su asiento todavía más, la cogió de ambas manos y le dijo.

-Vamos cariño. Ponle empeño. Estoy contigo-.

Alternaba gestos vivarachos con otros cuyo aspecto se tornaba más serio, algo que solía coincidir con las veces que la notaba haciendo fuerza. Esto enternecía a Juan Ignacio hasta unos extremos que no era capaz de omitir.

Acariciaba su cara mientras ella procuraba complacer de alguna manera sus exigencias.

Durante el impasse que existía entre aquellos momentos en los que apretaba y se relajaba, acariciaba su vientre con alguna de sus manos, para así poder sentir cómo este, al comenzar de nuevo el proceso, se endurecía y distendía al compás de sus intentos.

Al poco tiempo de comenzar, logró expulsar algunos gases. Pedos cuyo sonido, no solo golpeó sus caras, sino también todos y cada uno de los baldosines que cubrían ese baño.
Algo que ocasionó que Lara se ruborizase y se pusiera roja como un tomate.

Juan Ignacio acarició sus mofletes con cariño, mientras mirándole a los ojos procuraba tranquilizarla.

-Jejeje. Mi pequeña. Es algo natural. No te preocupes lo más mínimo. ¿Me oyes?-.

-Sí...-. Exclamó.

Respuesta que, si bien no sonaba esplendorosa, lejos quedaba ya de asimilarse a aquel timbre, discreto y retraído, que la había caracterizado desde que se habían visto las caras por primera vez.

Cuanto más tiempo pasaba apretando, más pedos y con mayor frecuencia solía expeler. Evento del cual Juan Ignacio se vanagloriaba, tratándolo de demostrar acariciándole la cara o directamente verbalizando.

Lo que más le ponía, aparte de la coyuntura en sí misma, era poder conectar con alguien de una manera tan íntima como esa.

Poder conocer sus secretos, cada defecto, aprender a apreciar todos los olores, a amar y encariñarse con cada sabor de aquella persona a la que adorase, implicaba tal éxtasis para él, que desde hacía mucho tiempo, no podía pensar en otra cosa...

En un momento dado, se escuchó un sonido diferente que emergió del interior del váter. Similar al que hubiese hecho una piedra al caer sobre un estanque.

Lara lo había conseguido.
 
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Capítulo Cuatro. ''Profundidad''

Juan Ignacio colocó una de sus manos sobre su estómago, y mientras lo acariciaba, la miraba totalmente obnubilado. Sentía un enorme orgullo hacia ella por lo que acababa de lograr hacer, y sobre todo, por haberlo compartido con él.

-¿Ya has acabado, pequeña?-.

-Sí, yo creo que sí-. Respondió, mientras se frotaba las rodillas en señal de timidez y nerviosismo.

Sin dar lugar a que se lo pidiera o a que pudiera ser ella misma quien lo hiciera, reaccionó inmediatamente alargando su brazo y cogiendo un poco de papel del rollo que se localizaba justo al lado.
Aproximó la mano con intención de dárselo, gesto que ella entendió perfectamente y que no dudó mucho en aceptar, para de forma seguida, insertarlo a través del hueco que había entre la taza y su pelvis y comenzar a asearse.

Lo llevó a cabo con tal delicadeza, de una manera tan significada y cuidadosa, que podía llevar a pensar que en lugar de limpiarse el culo, estuviese acariciando a una mascota.
Le siguió ofreciendo papel hasta que entendió que se encontraba a punto de terminar, pero justo antes de que Lara pudiese agarrar el último trozo, echó su mano hacia atrás, con la clara intención de que no fuese capaz de alcanzarlo.

Su ceño adquirió un aspecto bastante sibilino para, instantes después, irrumpir en el ambiente con su tersa voz.

-¿Me dejas hacerlo a mí?-. Preguntó Juan Ignacio, empleando para ello un tono juguetón y divertido que procuró evidenciar.

-¿Limpiarme?. Pues... No sé-.

-Me gustaría mucho, pequeña. Anda, déjame solo esta, la última-.

Lara no contestó. Se limitó a bajar su mano, dando a entender así su conformidad.

Él reaccionó con la velocidad de un medallista olímpico, encaminándose a acceder por el mismo lugar por el que antes lo había estado haciendo ella.

Introdujo sus dedos con sumo cuidado por debajo de su coño y continuó avanzando, hasta calcular hallarse a la altura de su ano.
Una vez se cercioró de haberlo encontrado, lo frotó con calma, ayudado por el papel que traía entre sus dedos. Procurando disfrutar de aquel momento como si fuese a ser el último que afrontara en su vida.

Era inevitable que la parte posterior de su antebrazo tuviera contacto con la vagina. Algo que, sí cabe, incrementaba más aún la intensidad de su excitación, sumiéndose en un mar de erotismo y receptividad.
Cuando determinó que ya llevaba el suficiente tiempo frotándolo, soltó el papel, pero tras hacerlo no hizo amago alguno por retirar su mano, que ahora, sin un propósito por el que seguir en el interior del váter, se vio envuelta en otra misión un tanto más atrevida.

Escasos segundos después de haber arrojado la tira de papel, uno de sus dedos comenzó poco a poco a palparle el ano con extremo celo. Al tiempo que lo llevaba a cabo, dirigía sus ojos a los de ella y le preguntaba.

-¿Te gusta?-.

-Sí... Me da gustito-. Murmuró.

Respondió ella sonriéndole, lo que le otorgó la confianza necesaria para seguir acariciándolo, a la vez que depositaba la otra mano en su cara, agarrándole el moflete.

Se mantuvo concentrado en aquella labor por varios minutos hasta que, en un momento dado, comenzó a hurgarle el recto de una forma diferente a como lo había llevado a cabo hasta ese entonces.
Colocó la punta de su falange en la apertura de su ano, y luego de acariciarlo una última vez, comenzó a empujarlo con la firme intención de introducir en su interior una parte de su dedo índice. Pero cuando el primer tramo de uña apenas se disponía a desaparecer en el interior de su cavidad, Lara le detuvo sosteniéndolo del brazo.

Sin decir nada, retiró lo poco que había introducido de su dedo y finalmente, apartó su mano del retrete, llevándola rápidamente hacia a la cara de Lara, donde ya tenía colocada la otra mano, viéndose de esa manera tomada por completo.

Juan Ignacio se le acercó y depositó un dulce beso sobre su frente.
Ella le observaba con las pupilas temblorosas y antes de que pudiera decir nada o manifestarse de algún modo, percibió cómo aquella mano, que segundos antes había tenido alojada entre sus nalgas, comenzaba a deslizarse unos centímetros hasta cubrir sus labios haciendo uso de ese mismo dedo.
No lo tuvo quieto mucho tiempo. Enseguida se empleó a fondo en recorrerlos y acariciarlos como si los estuviese embadurnando de cacao.

Le hacía cosquillas y él lo sabía. Se le notaba en el rostro lo singulares que tales situaciones le resultaban. Pero no se apreciaba abatida, más bién lo contrario. Parecía que se integraba y que lo hacía con más expectación que rechazo, a pesar de la estrambótica experiencia que estaban compartiendo.

Tras restregar su huella dactilar sobre toda la superficie de sus labios, y ante la falta de reacciones opuestas por su parte, Juan Ignacio se atrevió a meterle el dedo dentro de la boca.
Para su sorpresa, la abrió sin demorarse lo más mínimo ni mostrar signo de repugnancia alguna; incluso una vez que lo hubo introducido entero, comenzó a lamerlo por sí misma, a la par que lo recorría con su lengua y degustaba paulatinamente.

Se conectaban a través de la mirada. Cuando él le sonreía, ella reaccionaba de alguna forma y viceversa.
Mantuvo el dedo en su interior, jugando con su lengua y su paladar durante un periodo indeterminado, que solo se vio interrumpido por la tos de Lara, cuando al ir a tragar saliva una de las veces se atragantó.

Aprovechando este lapso, Juan Ignacio extrajo el dedo de su boca, y mientras que continuaba con la tos, él se agachó con determinación para enfrentar sus labios con los de su pequeña, culminando el acto en un beso que resultó tan inesperado para ella como sugerente para él.

Notar esos espasmos en su misma piel le produjo un éxtasis exorbitante. Necesitaba profundizar todo lo que fuera posible tanto en su mente como en su cuerpo y hacerlo durante el tiempo que sus fuerzas tuvieran a bien concederle. Lara se estaba portando muy bien, por lo que se sentía extraordinariamente ilusionado por poder seguir ahondando en sus estratos y deshojándola como si se tratara de una margarita.

Dejó de besarla en cuanto notó que su tos había concluido. De inmediato, se puso de pie y apartó el taburete a una esquina del cuarto de baño.
Al verle reaccionar de ese modo, casi por acto reflejo se dispuso a hacerlo mismo, inclinándose para agarrar su ''culote'', con la voluntad de ponérselo y levantarse posteriormente.

Pero Juan Ignacio la detuvo en el acto.

-¡Pequeña!. No te lo pongas, déjalo ahí-.

-¿Qué quieres decir?-.

-Pues que lo dejes dónde está-. Aseveró, empleando para ello un tono de voz robusto.

-... Pero me da como cosa ir sin llevarlo puesto-.

-No te preocupes, cielo. Si además, con ese vestido que llevas no se te ve nada, te tapa todo.
Vamos, dame el capricho-. Imperó él. Esta vez modulando un poco el sonido y mostrándose más empático.

-Bueno... Si insistes-. Respondió Lara.

En cuanto terminó de soltar esas últimas palabras, se volvió a agachar; pero esta vez no fue para subirlo, si no para, ayudándose de sus manos, sortear esos botines con más facilidad y retirarlo del todo. Una vez que se hubo desprendido del ''culote'', hizo ademán de ir a apoyarlo sobre el borde de la bañera que se encontraba al lado.

Pero presto la detuvo, arrebatándoselo en el acto y dejándolo caer al lado del váter.

-Déjalo ahí. Que de allí no se lo va a llevar nadie-. Dijo él en un tono atrevido.

Llegados a este punto, Juan Ignacio tenía claro que ya habían cruzado un umbral difícil de desandar.

Habían compartido intimidades, se habían besado, ¡Rayos, si hasta le había tocado el ano!. Se habían terminado ya las conversaciones banales, los interludios y todos los preliminares.
Iba a disfrutar de esa chavalita que Dios o cualquier otra deidad habían tenido a bien concederle. Suerte, que ya tendría tiempo de agradecerles hasta la descoyuntura si hiciera falta, pero no ahora. Ahora solo importaba una cosa y se acababa de quitar las bragas.

Se inclinó hacia Lara, que seguía de pie delante del retrete y, tomándola de la cintura, volvió a besarla. Esta vez, una de sus manos fue directa al culo, qué a pesar del vestido, podía notar ahora con mayor transparencia.
Le encantaba pegarse a ella, sentir cómo su moderada barriga la presionaba cuando se juntaban de esa forma... Podía notar el latir de su corazón, no solo mediante la boca, si no a través del propio pecho de Lara, el mismo que ahora descansaba apoyado contra él.

De pronto dejó de besarla, la tomó de la mano y le sugirió que se fuesen de vuelta al salón. Lo dijo sin esperar respuesta, obviamente, pues en ningún momento tal proposición estuvo sujeta a debate ni a réplica que sirviese.

Antes de que ella traspasara la puerta, le recordó una cosa.

-¿No te olvidas de algo, corazón?-.

-¿De qué?-. Exclamó algo desconcertada.

-jejeje. De que tienes que tirar de la cisterna. No vas a dejar eso ahí-. Le espetó Juan Ignacio.

Ella sonrió, a la vez que apeaba un poco la mirada mientras, al unísono, retrocedía unos pasos hacia atrás y pulsaba el botón que había sobre el váter.

Cuando llegaron al salón, Lara se dirigió al sofá, a sentarse en el mismo lugar donde antes había estado. Pero Juan Ignacio no hizo lo mismo.
Tomó un trago de su copa, y mientras apoyaba un segundo la palma de su mano sobre la parte del muslo desprovista del vestido, le indicó que iba a ponerse cómodo. Luego de esas palabras y de dirigirse hacia el pasillo, desapareció al fondo del mismo.

Durante el tiempo que paso sola, se resistió con todas sus fuerzas en no perder ese estado de exaltación que había logrado alcanzar en aquel cuarto de baño, y por medio del cual se advertía desinhibida como nunca antes lo había estado con él. Se negaba a sentir desafección por ella misma y a extraviarse por ello en un océano donde podría llegar a ahogarse, cuando precisamente se hallaba tan cerca de tomar la orilla.

Casi sin pensarlo, alargó la mano y le dio un buen trago a la copa de bourbon.
Nada más llevarlo a término le entró un tremendo escalofrío, y no ayudaba en absoluto que los pocos cubitos de hielo que quedaban lucharan a duras penas por poder sobrevivir.
Pero al margen del sabor, le sentó bien.

Todavía se estaba recuperando del sorbo cuando el sonido de una puerta estrellándose contra el marco la sorprendió de repente. Después de unos segundos de total silencio, Juan Ignacio apareció de nuevo en la estancia.

Venía ataviado con un ligero albornoz, de un color gris claro que le alcanzaría a llegar más o menos por la zona de los gemelos. Además de calzar unas mullidas zapatillas de casa que también le cubrían los dedos de los pies.

-¡Pues sí que te has puesto cómodo!-. Dijo ella sonriéndole, empleando un timbre coloquial para la ocasión.

-Jejeje. Ya lo ves, princesa. De aquí a desfilar por Cibeles directamente-.

-¡Si!. Jaja, pero en la fuente-. Rio Lara.

Jejeje. ¡Ui!. ¡Pero qué mala eres!-.

-¿Yo?. Muchísimo-. Respondió ella.

-Ummm. ¿Cuánto de mala eres, pequeña?-.

-Mucho-. Respondió, esta vez intentando cambiar de tema... o de aires. Lo que antes funcionara.

Alargó su mano y volvió a coger el vaso, esta vez con Juan Ignacio delante.
Antes de llevárselo a la boca le preguntó si podía beber un poco, algo a lo que él accedió encantado.

-¡Espera!. Voy a preparar dos nuevos vasos, que este se ha quedado ya aguachirri-.

Ella asintió, pues por muy malo que supiese ese brebaje, siempre sería mejor eso que correr el riesgo de perder aquella relajación de la que ahora disfrutaba y que tanto le convenía mantener para no padecer algún ataque de ansiedad.

Pocos minutos después ya había regresado con los vasos preparados. Antes de efectuar el primer trago, brindaron por algunas tonterías y comenzaron a beber.
Después de degustar sus copas varias veces, Juan Ignacio le hizo saber que había hecho como ella. Cuando esta reaccionó preguntándole a qué se refería, él le contestó que también se había quitado la ropa interior, llevándose la mano al paquete para terminar de indicarlo.

Ella forzó una mueca de aprobación, mientras añadía que había hecho muy bien. Que seguro que así se encontraría más a gusto.
Él reía mientras se levantaba de nuevo para alcanzar su vaso. Tras hacerlo retornó a su sitio, pero esta vez, apegándose mucho más a ella.
Volvieron a brindar, esa vez por la paz mundial. Un clásico que les hizo gracia y del que quisieron formar parte.

Poco a poco el alcohol iba ejerciendo su efecto en Lara, debido a las atípicas horas que eran para ingerirlo, pero sobre todo, porque hacía un considerable tiempo que no salía de fiesta.

Si bien es cierto que acudía a eventos con cierta asiduidad, su voluntad nunca era desmadrarse ni perder el juicio. Formaban parte de su trabajo, por lo que una vez allí procuraba ser sociable y ponerle buena cara a todo el mundo. Si se daba la circunstancia de que hubiera organizada una fiesta privada para otros influencers como ella, decidía no ir, a menos que fuese importante asistir por algún motivo, en cuyo caso lo hacía durante unas pocas horas, eligiendo siempre Red Bull u otras bebidas del estilo, que garantizaran poder mantenerla activa sin correr el riesgo de comprometerla...

El mundo del ''famoseo'' de internet es más retorcido y revanchista de lo que pueda parecer desde el exterior, y no pocas individuas estarían encantadas de hacerle daño a Lara, o a quien fuera, con tal de poder ocupar ellas su lugar.

Cuando el contenido de su vaso había bajado hasta la mitad, empezaba a ser evidente el efecto que aquel brebaje infundía en ella.
Su aspecto, que anteriormente solía mostrar ciertos rasgos de suspicacia y recelo, proyectaba ahora una apaciguada semblanza, permitiéndole hacer gala de un talante mucho más risueño.

Juan Ignacio reparó en ello. De hecho, decidió aguardar hasta que Lara hubiese bebido lo conveniente, como para que su desinhibición y la suya se alinearan en el mismo punto. Esperó paciente a que se diera la ocasión ideal de precipitarse sobre su ''pequeña'', como él la llamaba, y en cuanto percibió la más mínima oportunidad, la aprovechó.

Valiéndose de la necesidad que tenía ella, debido a su achicada complexión, de incorporarse un poco cada vez que quería tomar el vaso de la mesa, extendió su brazo derecho aprovechándose de uno de esos momentos en los que volvía a dejarse caer sobre el respaldo. Una vez hubo rodeado su espalda, se apresuró a mirarla y a ofrecerle una sonrisa, interacción a la que ella reaccionó obsequiándole también con otra amable gesticulación.

Sin perder un segundo, Juan Ignacio se pronunció,

-¿Sabes de qué me están entrando ganas otra vez?-.

-No. ¿De qué cosa?-. Dijo Lara manifestando interés.

-Pues de volver a tocarte la tripita como antes. Me ha encandilado lo hermosa que la tienes, lo lisa que es. Es una preciosidad, cariño-. Le contestó él.

-Jaja. ¿En serio?. ¿Aún te han quedado ganas?-.

-¡Muchas!. No me cansaría nunca de tocártela. Es como acariciar un almohadón de terciopelo-.

-¡Pero ahora no llevo bragas!. Si me subes el vestido como antes se me va a ver todo-.

-Jejeje. Mejor-. Acuñó Juan Ignacio, empleando para ello una actitud guasona.

Rio algo agitada, luego de lo cual, ambos permanecieron en silencio durante unos instantes. Durante este periodo, se afanó en esquivar aquella penetrante mirada que Juan Ignacio tenía depositada en ella, alternando sutiles sacudidas de cabeza que inconscientemente la delataban.

En cuanto logró recomponerse un poco, dejó de ponerse excusas. Todo a su alrededor le gritaba que se fuese; que ya había descontrolado lo necesario como para lograr saciar su sed de nuevas experiencias por una buena temporada. Su nivel de tolerancia se encontraba realmente cerca de alcanzar la cúspide, un pico que resultaba tan alto que cualquier observador que otease desde su cima, se encontraría con serias dificultades para poder reconocerla.

Lara interrumpió el silencio, pero no lo hizo contestando de inmediato. Primero, se inclinó de nuevo hacia la mesa y acabó de un largo sorbo con el contenido que aún quedaba en su vaso. Lo apoyó con bravura sobre el cristal, impacto que reverberó con estridencia a lo largo y ancho de toda la estancia.

Se giró de nuevo hacia Juan Ignacio, a la par que empleaba la muñeca para secarse los labios con discreción, y mientras elevaba lentamente sus ojos buscando conectar con los de él, lo hizo.

-Vale... si quieres-.

-Por supuesto que quiero, pequeña. ¡Ven!. Siéntate de nuevo aquí-. Dijo Juan Ignacio, mientras se daba dos golpecitos en la pierna, indicando donde se debía instalar.

Había sido vencida por una mezcla de circunstancias, de las que quizás el alcohol tuvo un papel destacado, pero desde luego, en lo absoluto capital. Aquello que de verdad condicionó su decisión de persistir, enfrentándose a una situación que comprendía de sobras que escalaba, fueron las inabarcables palpitaciones en su coño, que debido a los eventos acaecidos, llevaban un tiempo estimulándola.

Y no tanto en un sentido figurado, pues era el receptor físico de todo aquel torrente de oxitocinas, que una vez recorrido cada rincón de su cuerpo, venían a estallar en él como un volcán escondido bajo el océano.
Estaba profundamente cachonda, pese a que su desempeño hasta ese lapso hubiese sido algo retraído, viéndose opacado por sus razones. Motivos que, sobre todo, atendían a una intensa timidez, que gracias al bourbon, poco a poco iba desapareciendo.

Aquel hombre, que a cualquier chica de su edad causaría un total rechazo, a ella le atraía. No tenía muy claro el porqué. Tal vez fuese el carácter, su físico depauperado o el afecto y la fascinación que provocaba en ella un varón provecto.
 
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Capítulo Cinco. ''Secretos''

Arrastraba desde hacía tiempo una fascinación oculta por este tipo de individuos. Fuese o no consecuencia de un anhelo encubierto en algún lugar del subconsciente y tendente a la subordinación, a una desviación sexual subrayada por lo repulsivo o tal vez al magnetismo que sentía por el riesgo, el peligro y la exposición.

Algo de todo aquello, o quizás todo a la vez, habían sido los responsables de confeccionar a una chica, cuyos gustos y fantasías sexuales se localizaban bastante apartados de la media convencional. Declinaciones que, de conocerse por parte de amigas o familiares, producirían una hecatombe bajo la línea de flotación de su vida, pudiendo quedar dañada de forma permanente.

Tal grado de repercusión bastaría como revulsivo para que cualquiera sintiera verdadera animadversión por este tipo de filias. Sin embargo, a Lara, esta clase de amenazas le provocaba justo lo contrario. Por eso llevaba enviando fotos de su cuerpo a diestro y siniestro desde que conocía internet; incluso hoy en día, aunque lo hiciese ocultando su cara, no había abandonado esa costumbre.

Cuanto más se arrimaba al fuego, más enajenación le inducía, hasta alcanzar unos niveles difíciles de comprender. Pues solo al asomarse peligrosamente al precipicio, lograba ser invadida por aquella exaltación, tan imposible de comparar cómo de llegar a palparse por medio de los estándares tradicionales del sexo.

Al margen de las razones que la habrían llevado a ser como era, el hecho es que ahora se encontraba en el apartamento de Juan Ignacio, poniendo por primera vez en práctica una de esas fantasías, que hasta el momento solo se había desarrollado en el marco de su imaginación.

Tras haber aceptado volverse a sentar sobre su regazo, se levantó de nuevo del sofá.
Esta vez, lo hizo sin la necesidad de atender a sus indicaciones, debido a que ella misma sin ayuda alguna se posicionó enfrente de él, para una vez haberlo hecho, girar sobre sí misma hasta darle la espalda, agacharse y finalmente, apoyar el culo sobre sus muslos.

-Ummm. Que poquito pesas, pequeña-.

-Jaja. No es eso. ¡Es que tú eres muy grandote!-. Dijo Lara.

-Jejeje. Es verdad. Pero una cosa no quita la otra. ¡Anda!. Levanta un poco el culete, que sino no puedo subirte el vestido para verte la tripita-. Incidió Juan Ignacio.

-Voy-. Respondió ella, para inmediatamente inclinarse un poco hacia delante.

En ese momento, Juan Ignacio comenzó a subirle el vestido como ya había hecho antes, pero esta vez mientras lo hacía, pudo descubrir y admirar su culo en todo su esplendor.

El culo de Lara era redondito y respingón. Varios años de sentadillas en el gimnasio y de ejercicio en general le habían procurado una figura definida, pero que, a pesar de la actividad, nunca había perdido su aspecto femenino.

Los músculos del abdomen no se le llegaban a marcar, a pesar de tener la tripa dura y delgada. Y si bien los brazos y las piernas los tenía trabajados, estaban lejos de parecerse a los de algunas fanáticas del fitness.

A él le maravilló. Tenía un culo precioso a escasos palmos de su cara, qué albergado por unas caderas prominentes, le confería a esa joven un cuerpazo envidiable.

Una vez que terminó de arremangar la tela en torno a su cintura, propinó en ella un pequeño cachete, en señal de que ya había terminado y de que podía volver a sentarse de nuevo sobre su regazo.
Nada más regresó a su sitio, emprendió el ascenso del resto del vestido.

Comenzó a subirlo con ambas manos, y cuando apenas llevaba unos pocos centímetros, pudo ver como su pelvis se desvelaba por completo, permitiendo que pudiera admirar su vagina por primera vez sin dificultad, perfectamente depilada e igual de blanca, o quizás más, que el resto de su precioso cuerpo.

Poder vislumbrar su coño así, en exclusiva solo para él, le producía un éxtasis que a duras penas era capaz de controlar.
Siguió llevando el vestido hasta la altura del sujetador, pero esta vez, en lugar de enrollarlo y fijarlo en la base inferior de este, continuó subiendo hasta sobrepasarlo y finalmente detenerse por completo allí.

No podía verle las tetas directamente, pero era capaz de apreciar su contorno y un poco su envergadura, si se asomaba por encima de sus hombros o se fijaba a través de los laterales de su espalda.

Su sostén era sencillo, sobre todo por su parte posterior, pero no importaba. Tenía a Lara desnuda de cintura para abajo y se moría de ganas por comenzar a sobar cada trocito de su anatomía.
Sin perder un segundo, empezó a acariciar su vientre con las dos manos. A menudo, dibujaba espirales en su ombligo con alguno de sus dedos, mientras el resto andaban desperdigados por distintas partes de su cuerpo. Prosiguió palpándole las costillas, el área superior del abdomen, la pelvis, etc.

Algunas veces, cuando acariciaba esa última parte, dejaba que su mano descendiese un poquito más de la cuenta. Aunque pareciera distraído manoseando otras zonas, al final siempre terminaba regresando. Repetía el proceso esforzándose por estirar el brazo lo suficiente, para de esa forma, poder ir apoderándose del pubis cada vez unos milímetros de más.

Después de realizar varias incursiones y ante la falta de reacción de cualquier tipo por parte de Lara, volvió de nuevo a dirigirse allí, pero esta vez lo llevó a cabo con más osadía y con una voluntad muy diferente.

La acarició con ternura, como ya venía haciendo las veces anteriores, y de repente, sin previo aviso la agarró del coño con firmeza, mientras que con su otra mano seguía navegando a través de su figura.

-Creo que eso no es la tripa-. Dijo ella, eligiendo para ello un tono juguetón.

-¿Ah, sí?. Pues no me había fijado. Es que desde aquí no veo-. Replicó en broma Juan Ignacio.

Permaneció expectante durante unos segundos tras haber terminado de decir su última frase. Pero pasado ese impasse, Lara no abrió la boca. Tampoco hizo ademán por retirársela. Simplemente, le permitió aferrarse a ella.

Percatándose de cómo se habían ido acelerando las cosas de repente, comenzó a presionarla con cierta armonía, a la vez que algunos de sus dedos se introducían en su interior con picardía.
Enseguida recaló en lo mojada que se encontraba, algo de lo que se creyó responsable atribuyéndolo a su reciente descaro.

Pero en realidad, su lubricación se había originado previamente. La última vez que se había reclinado frente a Juan Ignacio para permitirle subir su vestido con más facilidad, sabía de sobras que le había visto el culo. Que en esa posición en la que se puso, era imposible que no se lo hubiese estado mirando. Tal sensación de exhibición la removió por dentro y consiguió configurarla de tal forma, que no solo disfrutó profundamente de aquel momento, sino que también lo hizo de este, de ser sujetada del coño por parte de Juan Ignacio como si se hubiese arrogado su propiedad y fuera su dueño ahora.

Tras ese descubrimiento, se desenfrenó. Normalmente ya solía ser un hombre muy conversador. Costaba estar al lado suyo y poder disfrutar de unos segundos de silencio, hasta ese punto podía llegar. Así que cuando lograba alcanzar algún grado de excitación, la cosa no distaba mucho de ser parecida.

Empezó a murmurar frases a su oído, a la vez que seguía restregando los dedos contra su coño, mientras el otro brazo comenzaba a subir desde el abdomen hasta toparse con el sujetador, momento en que se detuvo.

-Ummm. ¿Te gusta?. ¿Te gusta que te toque el coño?-.

-... Si-. Respondió una Lara que comenzaba a jadear de forma hiperactiva y sobrecargada.

Juan Ignacio continuó preguntándole cosas. Si quería que siguiese, si estaba cachonda...
Cada vez que algo de aquello era respondido, le provocaba un subidón de adrenalina que reflejaba en ella, aplicando más presión sobre su vagina, así como con más comentarios que, poco a poco, iban incrementando en intensidad.

En un momento dado, a la vez que le acariciaba las tetas por encima de la tela con la mano que tenía libre, se dirigió de nuevo a ella, pero esta vez haciendo uso de un tono de voz mucho más contundente que el empleado hasta entonces.

-Pequeña, ¿Por qué no te quitas el vestido?-.

-¿Quieres que me lo quite?-. Dijo Lara.

-¡Si!. Quítatelo. Que quiero verte sin él.

Sin necesidad de responder, llevó de inmediato las manos a la zona de sus pechos, para agarrarse el vestido desde ahí y retirarlo por encima de la cabeza, cosa que hizo.
Desprovista ahora tanto de su vestimenta más importante como del ''culote'', que seguía tirado por algún lugar del baño, se sentía completamente desnuda aunque no lo estuviese del todo.

Juan Ignacio se apresuró a arrebatarle el vestido, que al igual que había hecho la vez anterior con sus bragas, se dispuso a lanzarlo lo más lejos que pudo, a una parte del salón que ella no podía ver. Nada más hacerlo, sus manos se reunieron de nuevo para juntas dirigirse a estrujar sus pechos. Los cuales fueron rodeados por ellas y atraídos hacia sí, consiguiendo comprimir el cuerpo de Lara contra el suyo hasta hallarse completamente pegados el uno al otro.

Al tiempo que las sobaba sin ninguna piedad, su voz volvió a tener presencia en el ambiente.

-¡Pero qué tetazas tienes!. Ummm. ¿Esto que noto es relleno o es todo tuyo?-.

-jaj. Creo que es mi pecho. No suelo usar sujetadores con relleno-.

-¡Pero qué barbaridad!. Con lo delgadita que eres. ¿Cómo es que tienes todo esto?-.

-Jaja. Pues no sé, genética supongo... Me empezaron a crecer muy temprano y lo hicieron hasta hace poco con que... será eso-. Dijo Lara como excusa, casi en automático. Pero a posta o por error, le había dicho la verdad. Era así.

-Pues bendita genética, pequeña. Menudos melones te han salido. Ya te los había notado antes con el vestido puesto; aparte, en algunas de las fotos que me pasabas se insinuaban un poco, ¡Pero madre mía!. No te hacían justicia. ¡Cómo te gusta taparte, eh!-. Finalizó Juan Ignacio haciendo gala de un tono jocoso.

Mientras terminaba de decirlo, paró de agarrarle los pechos.

Dejó caer, como si nada, que iba a hacer lo mismo que acababa de hacer ella, al tiempo que procedía a desabrocharse el nudo del albornoz, mientras apartaba un poco la espalda de Lara para poder acceder a él con más facilidad.
Se lo abrió completamente, tras lo cual hizo que ella de inmediato volviese a posarse sobre él.
Nada más regresar a su posición, notó el contacto de su torso desnudo, mullido por el vello que lo cubría, así como su temperatura, en parte debida al calor que ella misma le había transmitido.

Pero en lo que más advirtió fue en su polla, dura como un barril y tiesa como un pararrayos. Lo que permitía que, pese a estar fuera de su rango de visión, pudiera percibir sin dificultad como yacía apostada contra la parte baja de su espalda.

La manera en cómo se conocieron desnudos fué un poco atípica. Pero por lo general, nada de lo ocurrido hasta ese punto podría catalogarse de ordinario. Ninguno de los dos cumplía con la estandaridad propia de un vis a vis. Pero precisamente era eso lo que a ambos les interesaba.

Antes de volver a sobarle las tetas, Juan Ignacio le pidió que le acercara su vaso para darle un sorbo. Ella obedeció inmediatamente, inclinándose con parsimonia hacia la mesa para hacerlo. Le encantaba ver la forma que adquiría su culo cuando se inclinaba, la manera en que le sobresalía y cómo, por unos segundos, se le separaban un poco los cachetes.

Después de beber ambos del mismo vaso, regresaron a donde lo habían dejado.

Esta vez, no solo le agarró las tetas como si se fuesen a escapar. Pretendió introducir sus manos por dentro del sujetador, empleando la parte superior de este para hacerlo. Pero se adhería tanto a su pecho; estaba tan constreñido que apenas fue capaz de colar las primeras falanges de sus dedos.

Frustrado por lo mucho que le impedía acceder a ellas, le espetó.

-Cariño, quitate el sujetador, anda, que me está poniendo malo. ¿Por qué lo tienes tan prieto?. ¡Qué no te va a llegar la sangre al cerebro!-.

-Jaja. Lo siento... Es que me cuesta mucho encontrarlos de mi talla. Este me va un poco pequeño-.

-Jejeje. ¡Pues libéralas hija!. Que no sé ni cómo puedes respirar llevándolo puesto tan apretado.

Ambos compartieron una risotada, que fue descendiendo a medida que los deditos de Lara, de un hábil movimiento casi imperceptible para él, se dirigían a la parte alta de su espalda con intención de desabrocharlo.
Al terminar de hacerlo, se encorvó un poco hacia delante, a la vez que estiraba los brazos para favorecer así que cayese por efecto de la gravedad. Pero no ocurrió. Tenía las tetas tan adheridas a él, que tuvo que ayudarse con una de sus manos para terminar de retirarlo por completo.

Juan Ignacio lo tomó, esta vez siendo ofrecido por la propia Lara, que siendo ya conocedora de esa bella tradición, no se sorprendió en lo absoluto al verlo volar hasta acabar en el suelo de la otra punta del salón.

Y así, sin apenas darse cuenta, como la incauta rana que aguarda en el interior de una hoya a punto de arder, se vio completamente desnuda. Su ropa andaba desperdigada por todo el apartamento, mientras montada sobre el regazo de un señor era sobada con insolencia y presa de sus murmullos, que sin acreditación alguna se colaban en sus oídos.

La abrazó con fuerza, rodeándola por debajo de los pechos para poder percibirlos y sentir su peso por primera vez. También le propinó varios besos en el cuello, que ella ladeó para permitirle un mejor acceso. Al tiempo que lo hacía, incrementaba la intensidad de sus susurros.

-Ummm. Mi pequeña. ¿Te gusta, verdad?. ¿Te gusta que te toque?. Menudo cuerpecito tienes. Te lo voy a lamer entero. ¡Gírate!. Que quiero verte las tetas como es debido-.

Terminó expresando Juan Ignacio, mientras movía un poco sus piernas para indicar que se levantara.

Lara se alzó, revelando su culo ante él, momento en que aprovechó para acariciarlo con una mano, mientras con la otra le asestaba un cachete.
Cuando se cansó de tocárselo, la enganchó de las caderas y le dio la vuelta.

Sus ojos se iluminaron al instante. Ya había podido apreciar su busto anteriormente mientras la tuvo de espaldas y recostada. Pero ahora que la observaba de frente y estando de pie, podía gozar de una vista exquisita de aquellas bellezas.

Eran verdaderamente vastas para el tamaño y complexión que tenía esa chica. Hasta lo serían en el cuerpo de una mujer que fuese alta o más grandota en general. Incluso rozando la desproporción, como casi hacían, era indudable que le sentaban formidablemente.
De hecho, observándola desde detrás se le podían detectar, debido a que le sobresalía un poco por los costados, algo en lo que no había podido evitar fijarse Juan Ignacio.

Enseguida se allegó a ella y se la montó encima. Aun siendo bajita, sus cabezas en esa posición quedaban más o menos a la par, lo que le permitía morrearla si quería sin tener que inclinarse casi 90 grados.

Teniéndola ahora de cara a él, la pudo valorar en su conjunto. Sus pezones tenían un buen tamaño, proporcional al de la ubre que los albergaba, pero no tanto al del resto de su figura. Pues si otra chica igual de delgada pero menos tetona los tuviese en su lugar, podría llegar a verse algo descompensada.

El caso de Lara era un poco distinto, debido a las dimensiones de las ubres ya mencionadas, estos conseguían integrarse en su anatomía con bastante naturalidad.

Un primer vistazo revelaba que su piel, en torno al área del escote, era tan lisa y blanca como en cualquier otra parte de su cuerpo, ausente de toda tara o elemento que pudiéramos considerar defecto. Sin embargo, mientras contemplaba el contorno de sus pechos, pudo localizar cómo en la parte más inferior del izquierdo escondía un lunar. Lo cual le chocó mucho, sobre todo por su gran circunferencia, y más si se lo comparaba con lo pequeñitos que eran el resto que tenía diseminados por toda la epidermis.

Le entusiasmó. No se podía creer como un lienzo tan puro y angelical como ese podía, además, ofrecerle un caramelo tan jugoso como aquel.

Sin demorar lo más mínimo, llevó una mano a su pecho derecho hasta cubrirlo; mientras tanto, su boca se dirigía al izquierdo, que sólo luego de afligir varios besos al pezón, siguió bajando lentamente hasta encontrarse con ese lunar, al que comenzó a besar con tal pasión, que pareciese claudicar a la razón y sucumbir a un estado del todo enajenado.

Le pasaba la lengua por encima, lo besaba y cuando su boca permitía el suficiente espacio, lo acariciaba cariñosamente con la yema de alguno de sus dedos.
Durante ese periplo, Lara presenciaba aquel espectáculo de devoción, al tiempo que de forma alterna, cerraba sus ojos e inclinaba la cabeza hacia atrás, para instintivamente interiorizar con más intensidad la descarga de emociones que la poseían.

Pasados unos diez minutos, todavía permanecía amarrado a sus ubres y besándole el lunar.
No se contenía lo más mínimo en verbalizar cada pensamiento o tentación que el cuerpo desvestido de aquella joven le producía.

-Ummm. ¡Cómo me gusta tu lunar!. Te lo voy a borrar con la lengua, mi pequeña. ¿Quieres que siga?. ¿Quieres que continúe mamándote las tetas?-.

-Sí... Sí. Sí, quiero-. Aseveraba ella.

Respuestas que, la mayoría de las veces daba en formato monosílabo. No obstante, hallados en ese punto, habían abandonado aquella sonoridad robótica y aparentemente intencional a la que antaño había recurrido para expresarse. Esta vez, partían de lo más hondo de su ser.

El placer era auténtico. Sus propias facciones del rostro lo reflejaban, desatando más arrebatos en Juan Ignacio y de mayor enjundia, que se traducían en comentarios con mayor nivel de perversión.

Le besó tanto el lunar, que al ir a incorporarse y regresar a una posición más erguida y natural, sufrió un pequeño agarrotamiento localizado en las primeras vértebras de la columna.
Ya no era ningún chaval, aunque se le olvidase algunas veces y forzase más de la cuenta.

Molestia que enseguida se vio opacada por el inmenso regocijo que comérselo le había generado. Tras tragar un poco de saliva, le agarró del culo con ambas manos, estrujándolo como si fueran unas bolas antiestrés. Seguidamente, la atrajo mucho más a él, quedando fusionada su barriga con el terso y esbelto vientre de ella.
Su polla palpitaba enfurecida exactamente bajo el culo de Lara, que permanecía acomodado sobre su regazo, con sus piernas y rodillas apoyadas sobre el consistente asiento del sofá.

De vez en cuando, Juan Ignacio movía el pene, percutiendo a voluntad contra los cachetes de su pequeña. Sutiles toquecitos que manifestaban su agrado, además de su deseo por darse enseguida a conocer y cobrar más protagonismo.

-¡Qué culito tienes, cariño!. Lo tienes blandito como a mí me gusta-. Dijo mientras le atizaba unos pequeños sopapos.

-¿Te gusta?-. Preguntó Lara

-Ya sabes que sí. Podría pasarme horas comiéndotelo. A él y a tus tetitas-.

-Jaja. Si ya me has comido las tetas-.

-Jejeje. Lo sé. Pero no me cansaría nunca de hacerlo. Voy a pasar todo el día besándotelas. Voy a borrarte a lametazos el lunar ese que tienes escondido. Por cierto. ¿Es el más grande que tienes, no?-. Le interpeló Juan Ignacio.

-Sí... Tengo más, pero el resto son pequeñitos. No sé porqué me salió ese precisamente aquí. No me gusta nada-. Dijo ella, mientras se lo acariciaba unos segundos con cierto aire de repulsa.

-Jejeje. Pues porque los llevas muy tapados, hija. Deja que les dé un poco el sol. ¡Además, no digas tonterías!. Te queda precioso. Oculto ahí bajo tu pecho, esperando a que lo descubran-. Añadió él.

-Jaja. Apenas hago toples, me da vergüenza. Algunas de mis amigas lo hacen cuando estamos de vacaciones en la playa. Pero a mí me da cosa, no sé, siento que me mira todo el mundo-.

-¡Normal, pequeña!. Con semejantes tetones que calzas. En una chica tan delgada es difícil verlos así. Tienes suerte, cariño. Nunca te avergüences de ellos, al contrario. Es casi un pecado que no los vayas exhibiendo más a menudo-. Terminó diciendo Juan Ignacio, empleando una forma de reír que conseguía contagiarle a ella. Después prosiguió añadiendo.

-Con que tus amigas hacen toples... ¿Son todas igual de guarrillas que tú?-.

-No se...-. Titubeó Lara.

-Jejeje. Seguro que tú eres la más cerdita. ¿Verdad que sí?-. Le insistió él.

-No lo sé, puede ser.- Dijo ella emitiendo una cándida sonrisilla.

Aquella reacción fue cazada al vuelo por Juan Ignacio, que inmediatamente la agarró de la nuca y la aproximó hacia él, para comenzar a morrearla con brusquedad en cuanto sus labios se estrellaron.
Enseguida, esa mano retornó de vuelta a estar junto a la otra.

Estrujaba su culo procurando que sus dedos se internasen todo lo posible en el interior de su abertura. Acto que interrumpía de vez en cuando para administrarle pequeños azotes, cuya fuerza y frecuencia fueron incrementándose cada vez más.

Solo detenía el beso para proferir frases y ocurrencias que no era capaz de guardarse dentro. Una de las veces, luego de sacudirle un bofetón bastante contundente en una de sus nalgas, le preguntó si le gustaba que le diera ''golpecitos'' como él los llamaba. A lo que ella respondió en silencio, asintiendo.

Juan Ignacio continuó azotando su culo. Cada golpe producía un sonido tan seco como el de un látigo, reverberando con tal vigor que pareciera ser capaz de atravesar las paredes y encontrar acomodo en el resto de pisos del edificio.

No le importaba lo más mínimo. La golpeaba aunque eso desencadenase que Lara pegase pequeños brincos, fruto de los espasmos que estos le empezaban a originar.

-Ummm. Voy a ponerte el culete rojo. Me encanta darle golpecitos. Lo tienes tan redondo, pequeña. Te lo voy a dejar bien marcadito para que te acuerdes de mí estos días-.

Palabras que pronunciaba mirándola a los ojos fijamente y separando lo mínimo posible sus labios de los de ella.
Aprovechó su última frase para acercar una de sus manos con rapidez y estamparla contra una de sus mejillas. El primer impacto fue suave... Pero a ese le vinieron otros.

Cada pocos segundos separaba la palma de su mano, para volver a arrimarla apresuradamente y chocársela contra el moflete.
Lara no decía nada. Se expresaba por medio de sollozos, que casi siempre venían acompañados por algún minúsculo quejido que otro. Señal que pregonaba ese dolor, que poco a poco iba acumulándose y que le habían ido ocasionando todos y cada uno de los guantazos que hasta ese momento su cuerpo había recibido.
 
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Capítulo Seis. ''Culminación''


Presenciar cómo aquella chica era capaz, no sólo de aguantar las hostias que le daba, sino de permanecer inmóvil, e incluso parecer disfrutar de ello, más zorra le empezaba a parecer, y por lo tanto, con más saña le apetecía infligirle tanto guantazos como improperios de todo tipo.

-Mi pequeña, voy a dejarte la carita roja. Igual que el culete. Quiero que todo el mundo sepa lo zorrita que has sido. Que durante una semana entera no lo puedas esconder. ¿Quieres?.-

-...Sí.- Dijo Lara

-¡No te he oído!. ¡Más alto!. ¿Quieres que todo el mundo sepa lo zorrita que has sido?.-

-¡Sí!. Sí quiero.- Le contestó Lara. Esta vez vociferando con más ímpetu y empleando un hilillo de voz que sonó fogoso e irresistible para Juan Ignacio.

En cuanto le escuchó pronunciar esas lindas palabras, se apresuró a apartar la mano derecha de su rostro, al tiempo que ella cerraba los ojos como advirtiendo aquello que le antecedía.
Aguardó unos segundos y, ''¡PLASS!''. Estampó esa misma mano contra la cara de su pequeña, provocando un golpe seco que retumbó hasta la escalera de la comunidad.

Semejante tortazo estuvo cerca de hacer que se desestabilizara y precipitase para un lado, aparte de desencadenar una lluvia de lágrimas que estropeó el delineado de sus ojos y la hizo moquear como si fuese una adolescente castigada sin poder salir.

Progresivamente, Lara fue descubriendo cómo, tanto el escozor de los golpes, como aquellas situaciones humillantes que Juan Ignacio no dudaba en pergeñar cada vez que veía la ocasión, se traducían en toda una variedad de estímulos, así como en un disfrute del todo excelso para ella.

Excitación por medio de unas actividades que nunca antes había conocido, y que a lo largo de esa tarde habían ido consiguiendo que saliera de la caja, se enfrentara a su otro yo y aceptase, de una vez por todas, a esa parte de ella misma de la que solía renegar.

Cada vez que una vejación le transmitía un profundo frenesí, hallaba excitación en un tortazo o sentía apego por lo turbio y lo desagradable, florecían en ella las aptitudes necesarias para, por fin, poderse reunir tanto con sus vergüenzas como con sus filias más inconfesables y acercar posturas.

Para ese entonces, Juan Ignacio ya había dejado de besarla. Obnubilado por sus llantos y su manera de encajar cada bofetada, solo podía centrarse en eso ahora.
Al tiempo que con una mano la golpeaba sin clemencia, la otra yacía amarrada a su barbilla, dejando libre sólo el pulgar que introducía a intervalos en la boca de Lara.

Cansado de pegarle, se detuvo por un momento para admirar el estado en que se encontraba. Le entusiasmaba sobremanera poder apreciarla así, con el rímel corrido, mocos afluyendo por las mejillas... Pero sobre todo, lo que más le enamoraba de esa imagen eran sus mofletes. Habían alcanzado un color rojizo muy intenso en su centro, que se extendía por todo el contorno de su cara; que debido a su blancura y a disponer de grandes manos, cada envite que le propinaba conseguía abarcar gran parte de ella.

Después de contemplarla durante un intersticio, se llevó finalmente la mano a la polla, que a esas alturas pedía desesperada poder disfrutar de aquella chica.
La extrajo de entre las nalgas de Lara donde llevaba alojada desde un inicio, lo cual hizo que al hacerlo le rozara el coño por primera vez.

Mientras eso ocurría, apuntaba sus ojos inyectados en sangre directamente a sus retinas. Al terminar de tomar un poco de aire, le habló.

-Mi pequeña. Mi pequeña zorrita. ¿Has visto lo gorda que me la has puesto?. ¿Te gusta?. Quiero ver como desaparece toda dentro de tu boca. ¡Venga, agáchate!. ¡Vamos!-.

-Voy, espera que me limpie antes la cara, que la tengo llena de pintura y mocos-. Expresó Lara, al mismo tiempo que hacía el amago de levantarse.

-¡No, no te limpies nada!. Si te vas a volver a ensuciar ahora. Anda, venga, bajate al suelo y abre la boquita-. Le interpeló Juan Ignacio.

Detuvo su intención de ir a asearse tomándola rápidamente del brazo, a la vez que la agarraba de la cabeza por su parte superior y presionaba sobre ella para provocar que se deslizase hasta el suelo, para una vez allí poder metérsela en la boca.

Viendo que no la dejaba irse, se dejó guiar por él, y apenas unos segundos después, ya se ubicaba en el suelo de rodillas, a los pies de él.
Sin soltarle la cabeza en ningún momento, descendió esa misma mano que había empleado para agacharla, hasta dar con su nuca, por medio de la cual hizo presión, estampando así su cara contra el pene, que ya había sido agarrado por él y colocado en posición.

Una vez la tuvo así, antes de llevársela a los labios, golpeó varias veces su rostro con su erecto miembro.
Le daba la impresión de que con cada impacto que le daba, más partes de ella le arrebataba.
Durante el tiempo que la había estado pegando había ocurrido lo mismo. Apreciar cómo poco a poco le iba despojando de su dignidad, como esa chavalita tan perfecta, tan joven y delicada terminaba destruida y completamente irreconocible, le embelesaba hasta límites que desconocía.

La llamó putita varias veces, mientras no paraba de arremeterle con su gran polla. En un momento dado, se dispuso a aplastar con ella su pequeña nariz; luego de lo cual, siguió restregándose con ansia por todo el área de sus ojos, pómulos y resto de su expresión facial.

Al mismo tiempo, se ocupaba también del silencio, pues no cesaba nunca de volcar en él todas y cada una de las pervertidas divagaciones que en ese instante transcurrieran por su mente.

Antes de hincársela en la boca, dejó caer un gran escupitajo sobre su falo, que en parte terminó salpicando sobre la faz de Lara.
Tras ello, se lo colocó entre sus labios y empujó con fuerza.

Su polla, que no era excesivamente larga, albergaba sin embargo un diámetro bastante pronunciado. Lo que le produjo una arcada inmediata nada más metérsela hasta dentro y tener un primer contacto con su paladar.
Debido a un acto reflejo del cuerpo, Lara reaccionó echándose hacia atrás, al tiempo que conducía su mano derecha a la base de aquel pene con intención de detenerlo.

Pero ambas cosas fueron evitadas por Juan Ignacio, gracias a la impenitente palma de su zarpa que en ningún momento se despegaba de la nuca, impidiendo que la cara de aquella chica pudiera alejarse de su capullo mucho más de unos milímetros. Y con su mano pasó lo mismo. En cuanto vio sus intenciones, se la apartó de un manotazo, dándole a entender de este modo que a partir de entonces, solo iba a emplear la boca.

Esperó hasta que hubo recobrado un poco el aliento y en cuanto dedujo que se había recuperado lo más mínimo, volvió a la carga sin brevedad. Le retiró un poco el pelo llevándoselo detrás, y esta vez, colocando sus dos grandes manos a la altura de su nuca, emprendió el camino para meterle la polla hasta rebasar su garganta.

Esta segunda incursión la emprendió con más tino, metiéndole la polla poco a poco hasta apreciar como su capullo desaparecía en el interior de su cavidad. Momento del que quiso disfrutar sin precipitarse, para, entre otras razones, evitarse de nuevo escenas como la anterior, durante la cual se había visto obligado a aguardar varios minutos hasta que hubo parado de toser y tragar mocos.

Una vez que Lara percibió que por el momento solo iba a introducir el pene hasta el término del capullo, se sintió aliviada. Eso se tradujo en que comenzase a lamerlo lentamente, y que a medida que esa calma se prolongaba, se fuese abriendo a jugar con él cada vez más.

Mientras tanto, Juan Ignacio estaba a punto de ocuparse de sus brazos, asunto que derivaba de la situación anterior, pues mientras se recuperaba de su primer atragantamiento, estos habían quedado alojados en mal lugar.
Su pequeña se había ido acomodando a su antojo, terminando con las manos situadas sobre aquellos imponentes y velludos muslos, dejando algo así como un palmo de distancia con su aparato reproductor.
Era una visión alterada del conjunto, pues si un observador detuviese la escena justo ahí, podría tener la impresión de que esa chica contara con algún tipo de albedrío o decisión sobre su cuerpo.

Algo como eso resultó intolerable para Juan Ignacio, que después de apartarlos velozmente, los sujetó de inmediato a la altura de los codos para emplazarlos detrás, quedando ahora sí, bien colocaditos en su espalda.

Entonces fue cuando ella comprendió al fin cómo aquel hombre deseaba que se la mamase.

Para poder cumplir con ello, acercó su cuerpo más al sofá, alojando sus tetas en la parte baja de su miembro e inclinándose después sobre él, para seguidamente regresar sus brazos al lugar donde se los había puesto él y comenzar, ahora sí, a tragar con más decisión.

Mientras se encontraba sentado sobre aquel sofá, se deleitaba al comprobar cómo su pequeña se iba familiarizando con su falo, tanto con su olor como con el sabor, aparte de ir haciéndolo también con parte de sus reglas y costumbres. Pues para poder conservar la solidez del vínculo que comenzaba a forjarse entre ambos, era importante que se fuese amoldando incluso a esos hábitos y obsesiones que todavía le resultaban inconfesables.

Le encantaba observarla e imaginar en lo que pensarían sus amigas o sus propios padres si descubrieran esa faceta tan indecorosa, cómo reaccionarían estos últimos si pudieran verla hacer lo que estaba haciendo y cómo se iba sumergiendo cada vez más en un papel que parecía destinado a interpretar desde que nació.

Mientras Lara mamaba su capullo con deferencia, no dejaba de atender al hecho de cómo sus enormes pechos yacían apoyados sobre sus piernas. Instintivamente sus manos querían dirigirse a ellos para agarrarlos con fuerza, pero no debía soltar la nuca de Lara, pues al hacerlo, podría descontrolarse y separarse de su polla, algo que bajo ningún concepto concebía que pasara.

Lo estaba haciendo muy bien; incluso algunas veces era ella la que decidía tragar de más por pura voluntad, llevando sus labios más allá del glande para abarcar así más centímetros de polla, que como buena conquistadora de rabos en la que se estaba convirtiendo, dejaba firmada con su saliva para la posteridad.

Cada vez que su miembro se introducía más en el interior de su boca, ya fuese por su insistencia al empujar su cabeza contra él o por iniciativa de la propia Lara, no la dejaba volver a retroceder. Pues cada milímetro ganado le pertenecía, por mucho que su diámetro bucal se viese estirado al límite y comenzase a brotar de este un reguero de babas. Jamás le concedía retroceso alguno.

Al cabo de poco tiempo, la mitad de su falo ya no era visible desde fuera y su garganta empezaba a mostrar la típica protuberancia de quien lo ha logrado. Al ir a empujar su nuca un poco más, le produjo una serie de espasmos que rápidamente desembocaron en una potente arcada que rezumó por toda la estancia. Un mar de babas entonces bañó el pene de Juan Ignacio. Algo que no sólo le enterneció hasta el corazón; también le causó bastante gracia.

-Jejeje. Pequeña. ¿Me has bautizado el pene o qué?. Eres una zorrita babosa. Conmigo tienes que tragar. Inténtalo la próxima vez. ¿Eh?-.

Se lo terminó diciendo serio, aún que hubiese comenzado la frase con un tono cordial.

Ella asentía mientras intentaba contestarle, pero no podía llevarlo a cabo; no podía articular ninguna palabra que fuera legible. Intento que volvió a hacerle mucha gracia, pues verla querer comunicarse con media polla dentro era muy adorable.

Juan Ignacio volvió a hablarle, adquiriendo esta vez una actitud más tirante y ruda que la anterior. La miró sin pestañear y le dijo, con un tono directo, que iba a metérsela entera. Que sabía que era capaz de tragársela toda, y que aunque fuese poco a poco, no iba a salir de allí hasta ver como su barbilla hacía contacto con sus huevos.

Cumpliendo lo prometido, de manera paulatina, pero sin darle demasiados respiros, continuó hundiendo su miembro en su cavidad, ignorando tanto las arcadas como sus vanos intentos de retirar un poco la cabeza y echarse para atrás.

No existía la posibilidad de recular. Era algo que iba asimilando y que pesaba sobre ella, sobre todo cada vez que lograba relajar un poco la garganta, lo que permitía descubrir un nuevo hueco que no tardaba en ser adueñado por el glande de aquel señor.
Procuraba tragar saliva, pero tal cosa solo conseguía intensificar aún más sus arcadas.

A esas alturas, no le faltaba mucho para terminar de metérsela por completo, algo en lo que colaboraba lo estándar de su longitud. Su anchura por otro lado no concedía lo mismo, pues era lo que, sin duda, más le dificultaba la tarea. Y no era por falta de ganas, ya que si no fuera por la incomodidad que aquellos espasmos involuntarios le ocasionaban, podría haberla ingerido del todo mucho tiempo antes.

Al principio de la mamada, que el glande de aquel hombre hubiese invadido su cavidad, le había puesto verdaderamente cachonda. Le gustaba jugar con él y sentirlo palpitar dentro de ella. Empezaba a mimetizarse y a sentirse a gusto con ese personaje por el que Juan Ignacio presionaba tanto para que se pareciera. El de una auténtica puta.

Solía verse a sí misma desde el exterior como si fuese una espectadora más, sentada en la butaca de una grada, que en su imaginación parecía estar localizada en alguna parte del salón.
Lo interiorizaba mentalmente y se imaginaba de esa forma, desnuda ante un señor, con su polla metida en la boca y totalmente a expensas de sus caprichos y voluntades.

Con la dignidad tirada por algún rincón, como también lo estaban sus bragas y su vestido, se dispuso a realizar un último esfuerzo. Para ello, primero tomó aire por la nariz, y mientras procuraba no pensar en nada que no fuese en su imagen admirada desde el aire o en conseguir evitar el vómito, se puso finalmente a ello.

Juntó con fuerza sus manos, que aún seguían dócilmente adheridas a su espalda, y tras ello, bajó del todo la cabeza hasta cubrir el tramo final de polla que le quedaba por meterse en el interior de la garganta.
Al fin su barbilla descansó sobre los huevos de Juan Ignacio, siendo acogida tanto por ellos como por todos los pelos que los cubrían y que ahora acariciaban su mentón en señal de bienvenida. También fue recibida por un fuerte olor a sudor que desprendía su barriga, en la que ahora su nariz había quedado enterrada, muy cerca del ombligo de aquel señor.

El orgullo que en ese momento invadió a Juan Ignacio fue indescriptible. Presenciar como el lugar que normalmente solía ocupar su pene acogía ahora la cabeza de un ángel, le provocó unos temblores incontrolables en la zona de su escroto, hasta tal punto, que se vio obligado a ladear su cabeza y ponerse a pensar rápido en otras cosas para evitar correrse antes de tiempo.

Cuando consiguió hallar un poco de calma, volvió a dirigir su mirada hacia Lara, que muy obediente seguía donde la había dejado. Tenía la boca dilatada casi hasta el extremo, y sus labios parecían haberse fusionado con el tronco de la polla que albergaba en su interior. Estaban tan apretados que parecían una goma de pelo enrollada a una superficie extremadamente ancha.

La boca de Lara no era excesivamente pequeña, más bien era normal. Pero la anchura del pene de Juan Ignacio rebasaba cualquier media sin ningún problema. Parecía ideado para dilatar orificios, y visto lo visto, cumplía con lo prometido, teniendo en cuenta el estado en que se encontraba la boca de aquella chica y lo que estaba sufriendo por seguir manteniendo dentro su voluminoso miembro.

La mantuvo así durante unos diez minutos aproximadamente. Antes no fue capaz de reunir la suficiente voluntad para moverla de ese sitio. Era tan adorable presenciarla de esa manera, tan irreal, que le daba miedo mover algo de la escena por miedo a que, por alguna razón, surgiese un error de continuidad.

Por supuesto, en ningún momento dejó de interpelarla verbalmente de las formas más ofensivas e hirientes posibles. Identificaciones como ''su pequeña'' o ''zorrita'', habían caducado hacía rato, siendo reconvertidas en otras más vejatorias del tipo ''Puta o putita'' o ''Mi Cerda'' o cualquier otro adjetivo del estilo que se le pudiese ocurrir en ese instante.

Y no era para menos, pues no era tonto y se había percatado de cómo ella interiorizaba aquellos apelativos. Cuando la llamaba puta, su mirada se iluminaba; incluso tragaba con más efusividad cuando se lo repetía con insistencia. Para él estaba claro que aquella chica tenía muchas capas, y que en lo absoluto iba a conformarse solo con haber deshojado las pocas que llevaba. Iba a llegar con ella hasta el final, hasta arrebatarle esa parte exterior que todos conocían y descubrir lo que realmente se escondía por debajo.

Antes de sacársela, le escupió varias veces. Primero lo llevó a cabo de forma dispersa, al estilo de un aspersor, guardándose así el contenido más espeso para el final.
Acumuló una buena cantidad de saliva bajo la lengua, y mientras mantenía fija la mirada en sus retinas, la fue dejando caer lentamente sobre su cara, terminando estampada entre la nariz y el pómulo izquierdo.

-Ummm. ¡Puta!. ¿Has visto como yo también sé babear?. En cuanto te saque la polla de la boca te voy a escupir dentro. Seguro que te gusta. ¿A qué sí, putita?. ¿Vas a tragar lo que yo te diga?-. Dijo Juan Ignacio, completamente superado por la situación y al borde mismo de un ataque de nervios.

Estaba extremadamente excitado. Ya no podía aguantar así mucho más, por lo que corrió a sacarle la polla de la boca de una vez por todas, que emergió de su interior cubierta de arriba abajo por las babas de Lara.

Antes de inclinarse más hacia ella, le cogió de una de sus mejillas mientras plantaba la mano que le quedaba libre a corta distancia del otro lado de su cara, y nada más hacerlo, procedió a suministrarle varios bofetones, que provocaron de nuevo el desprendimiento de alguna lágrima y algún moqueo.

Inmediatamente, se abalanzó sobre ella sin apartarse mucho del sofá, al mismo tiempo que sus manos se encaminaban a sus caderas para sujetarla y atraerla hacia él. La levantó con rapidez, y a la vez que regresaba a espachurrar su culo en el asiento, le hacía una seña para que ella misma se acomodara encima suyo.

Obedeció al instante, sentándose sobre su polla y apoyando sus manos en su peludo pecho, manos que no durarían mucho más allí.

Se agarró la polla empapada por sus babas, y ayudándose de la otra mano, la levantó del culete lo necesario para conseguir situar su capullo en la posición de entrada a la vagina.
Terminó instintivamente amarrando su culo con ambas manos, para seguidamente, comenzar a aplicar presión con su cadera y a moverla rítmicamente de abajo a arriba, hasta que por fin sintió como su pene se iba introduciendo poco a poco en el interior de Lara.

Después de las primeras embestidas, el coño se acopló perfectamente a su contorno. Pudo apreciar cómo al principio le produjo ciertas molestias, pero en cuanto se terminó de lubricar, y gracias a la gruesa capa de babas que ataviaba, la pudo penetrar sin apenas preliminares.

Primero la hizo botar ayudándose de sus manos, que aparte de para estrujar bien su culo, también servían para sostener todo el peso de su cuerpo. Solo se detendría una vez más y sería para arrebatarle los brazos con los que ella comenzaba a querer abrazarle, colocándoselos de nuevo en la espalda donde permanecerían escondidos hasta el final.

Gozó todo lo que pudo de ese cuerpecito. Tenerlo encima de él, encajado entre su barriga y sus piernas, brincándole sobre la polla y con sus manos en la retaguardia, le resultaba una escena de ensueño, así como de ese género de porno duro que tanto consumía en la intimidad.

De vez en cuando la agarraba de los pechos, al tiempo que se aferraba a su preferido, el izquierdo, y volvía a besar una vez más aquel lunar que tanto le gustaba, mientras ella seguía cabalgando sobre él, manteniendo el ritmo que le había marcado.

Tener los brazos detrás ocasionaba que sus pechos se elevaran y sobresaliesen más de lo habitual. Lo que las recolocaba en una posición perfecta tanto para estrujarlas como para contemplarse. Algo que Juan Ignacio hacía todo el tiempo, a excepción de las veces que su mirada chocaba con los ojos de Lara, sobre todo después de propinarle algún que otro bofetón. Momento en que solía pronunciarse sobre su cuerpo, expresando lo mucho que le volvía loco, lo bonitas que tenía las tetas, las ganas que tenía de comerle el culo, y sobre todo, le seguía repitiendo una y otra vez lo maravilloso que le resultaba aquel lunar.

Mencionándoselo tan a menudo y con tanta verdad, que incluso a ella parecía disgustarle menos y mostrar una cara diferente cada vez que se refería a él.

Los movimientos que componían las caderas de Lara, resultaban tan cautivadores que parecían haber sido coreografiados de antemano. Podían resultar familiares si eras conocedor del baile regional polinesio o si habías presenciado alguna vez un espectáculo de danza árabe. Para ojos de Juan Ignacio, era simplemente una chica de su edad, contoneándose como pensaba que también harían el resto de las jóvenes, cuando estas se ponían a bailar en cualquiera de las discotecas de ahora...

De pronto, el ritmo de su contoneo se tornó más agitado, dejando de ser constante como hasta ese instante lo había sido. Sus ojos se cerraron con rapidez, a la vez que su boca evocaba un sonido que en poco o nada se asemejaba al dolor o al sufrimiento.

Lo que captaron los oídos de Juan Ignacio, no era otra cosa que el principio del orgasmo que acababa de invadir a su pequeña, y que aquel episodio de sacudidas incontrolables, revelaba sin que ninguna clase de complejo la coartara en absoluto.

Gemidos que se dilataban tanto en el tiempo como en el corto espacio que los separaba. Verla gozar de esa manera le produjo un efecto contagio, permitiendo que toda esa avalancha de emociones, que venía acumulándose en su cuerpo desde que tenía uso de razón se desmadrara sin remedio y de forma súbita.

Su polla empezó a convulsionar y a temblar de una forma como nunca antes lo había hecho. Inmediatamente, Juan Ignacio llevó sus manos de vuelta al culo de Lara, el cual fue agarrado con nervio y obligado a moverse de nuevo según las pautas que a él le interesaban.

Lo terminó de hacer sin que le diese tiempo a mucho más, ya que de inmediato inició su propio orgasmo a la par del de Lara, solapándose ambos en un estallido de sensaciones.

Su miembro palpitaba como un martillo neumático en el interior de un coño que notaba como le abrazaba, y por el que campaba a sus anchas sin ningún tipo de miramiento.

En cuanto sus gritos se fusionaron en una única melodía, estrujó el trasero de su pequeña con toda la fuerza de la que aún disponía, y derramó su semen lo más profundamente que el tamaño de su vagina le permitió, terminando con su pequeña apoyada sobre su pecho igual de exhausta de lo que lo estaba él.

Durante unos minutos permanecieron así, sin decirse nada, manifestando su presencia a través de la respiración y de sus cuerpos unidos todavía por sus genitales.

La cabeza de Lara se acurrucaba justo bajo su barbilla, donde su cabello rubio se entretejía con los finos pelos de la barba. Mientras recuperaba el aliento, acariciaba cariñosamente el vello de su pecho, así como la barriga de aquel hombre, sobre la que tendía desnuda tanto su cuerpo como su propia mente.

Se mantuvieron así, en esa posición, durante más de media hora. Luego de haberse recuperado del todo, emplearon ese tiempo para relacionarse de una manera muy distinta a como lo habían estado haciendo durante esas últimas horas. Acariciándose, palpándose los defectos el uno al otro, encontrando espacios para besarse y huecos para contarse sus secretos.

Afloraron sus antiguos yoes y enfundaron los actuales, fingiendo que poco a poco volvían a ser los que habían sido, aquellas dos personas que, una eternidad antes, se habían conocido en un chat, quedado después por Inst. y viéndose a escondidas una tarde. Una experiencia que los terminaría marcando a ambos con más fuerza de la que cualquiera de esos rayos, descargados por la tormenta que aún perduraba, tendría de poderlos alcanzar.
 
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Con las descripciones que haces consigues que uno crea estar "presente" en todo momento. Muy bien, me ha encantado.
 
Con las descripciones que haces consigues que uno crea estar "presente" en todo momento. Muy bien, me ha encantado.
Joder gracias, de verdad. Pensé que no iba a gustarle a nadie jaja. Siempre he fantaseando con que alguna influencer fuese en el fondo como Lara. Seria maravilloso 🤣💐
 
Muy bueno bro, a m también me mola hacer relatos personalizados así, cuestan bastante pero el placer que da leerlo uno bien hecho como este...
 
Muy bueno bro, a m también me mola hacer relatos personalizados así, cuestan bastante pero el placer que da leerlo uno bien hecho como este...
Joder te lo agradezco. Fue el segundo relato en el que me embarqué, así que además de disfrutarlo mucho, aprendí bastante mientras lo llevaba a cabo. El tema de implicar a influencers en relatos es muy muy Top, y es posible que el día de mañana haga otro con la misma temática pero algo más relajado y pausado, que este parece que lo escribiese con una mano en el teclado y la otra en el avestruz :ROFLMAO:
 

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