Memorias de una solitaria (capítulos iniciales)

almutamid

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Ante las peticiones de varios foreros voy a publicar aquí los capítulos iniciales de los recuerdos de Claudia para aquellos que quieran empezar el relato desde el principio. Más adelante buscaré un hueco para intentar volver a publicar la residencia.
 
Ayer ocurrió quizá lo que más temía. Sabía que podía ocurrir en cualquier momento viviendo en la misma ciudad, pero nunca me sentí preparada para afrontar lo que ocurría.

Siempre fui una mujer independiente, para lo bueno y para lo malo. Y aunque en mi adolescencia me torcí fui capaz de enderezar mi vida para dirigir mi pasos hacia un futuro, ya presente, profesional que diera rienda suelta a mis capacidades. Porque de mi niñez y mi juventud aprendí a defenderme, sobre todo de mi misma.

Mis amigos siempre han elogiado mi disciplina casi estoica para encaminarme a mis objetivos aunque en el camino se haya quedado una gran parte de mi vida. Sobre todo el amor. Tras ver como antiguas amigas destrozaban sus vidas con un bombo adolescente y otras por seguir a sus hombres yo decidí que el amor sería algo secundario en mi vida. Nadie me llenaría tanto como para apartarme de mis objetivos y ser esa mujer culta e independiente que todos dudaban que algún día pudiera llegar a ser.

Pero se equivocaban. Y el sacrificio fue grande. Muy grande. Llegué a tenerlo todo y lo perdí. No me culpo sólo a mí. La otra parte tenía lo suyo. Tan inocente y a la vez tan arrogante. Tan débil siempre aparentando fortaleza. Tan confundido a la hora de perseguir sus metas.

No. Yo no podía desviarme por alguien tan inseguro como él. Tan inmaduro. No podía ser su novia y su madre. No podía cuidar de él y de mí. Llevarlo de la mano siendo su guía y satisfaciendo sus necesidades sexuales.

Y aunque era bueno en la cama, no era eso lo que me enamoró de él. Todavía recuerdo la primera vez que lo vi en el pasillo de la residencia donde había conseguido alojamiento para cumplir mi suelo de ser médico.

No voy a decir que fue enamoramiento a primera vista aunque sus ojos fuesen preciosos. Tan delgado. No muy alto. Más o menos como yo. Asustadizo y tímido, quizá más perdido que yo nos cruzamos en el pasillo de la residencia camino de las duchas. No abrió la boca y yo apenas reparé en él más que en sus ojos. Tan vivos. Tan expresivos.

El imbécil de su compañero de habitación, un musculitos creído que se follaba a media residencia y traía amargada a mi compañera de habitación me dio un repaso sin cortarse, ni conmigo, ni con mi compañera que se moría por sus huesos. Otra tonta dispuesta a tirar su vida por un tío.

Pero yo no era así. No me impresionaba un rubio baboso por muy bueno que estuviera. Tampoco me impresionó él. Pero no pude evitar observarlo en los comedores. Era muy guapo. Ojos marrones oscuros que escrutaban todo a su alrededor, incluida yo misma, aunque se ruborizaba al sentirse descubierto. Frente despejadas, nariz fina y unos labios carnosos enmarcados en un mentón que oscurecía una barba cerrada.

Realmente no me interesaba a pesar de parecerme guapo y además era tan callado que dudaba que pudiéramos tener algo en común. Todo ello sin saber lo que me depararía el futuro cuando terminamos haciéndonos amigos.

Y ahora. Después de todo lo vivido y de todas las barreras que me había autoimpuesto en la vida, aparecía delante de mis narices. Era él. No había duda. Reconocería ese peinado a leguas. Con su raya a la izquierda muy marcada y el remolino coronando su cabeza.

Yo acababa de practicar una reversión de latido cardiaco a un paciente. Es una intervención muy habitual en casos de arritmia leve pero continuada. Salí a informar a los familiares y me llevé una gran sorpresa que fui capaz de disimular con el autocontrol que llevaba años practicando. Pero necesitaba asegurarme y acercándome mientras me miraba con incredulidad pregunté:

-¿Luis? ¿Eres tú? ¿Es tu padre? Pero si estás igual, madre mía…-parecía bloqueado y no respondía. Así que tuve que insistir-…qué casualidad. Pues la operación ha ido muy bien. Pero bueno, uffff, de verdad que no me esperaba esto. ¿Cómo estás? ¿Qué es de tu vida? ¿Eres Luis verdad?

-Sí, sí, joder…es que no me esperaba encontrarte aquí.
 
No pensé que me generara tanta inseguridad. Si verle me impactó, conocer a su mujer me relajó. Nuestras trayectorias habían dejado de ser paralelas el día que yo me fui a Bolonia. A partir de ese momento nuestra vida empezó a convertirse en dos líneas que se cruzan y se separan. Yo estaba preparada para asumir la separación. Pero Luis siempre fue dependiente. Siempre necesitaba una persona en quien apoyarse. Siempre tan centrado en sí mismo se hundía cuando no se sentía querido o deseado.

Ese era su talón de Aquiles. El niño tímido despertó en la residencia y encontró la forma de engordar su ego sintiéndose deseado. Pero la persona vulnerable seguía dentro de su cascarón y en cuanto se rompiera surgiría de nuevo el niño desconfiado de sí mismo.

Capaz de lo mejor y de lo peor. Junto con su timidez empezó a ganarme el día de la novatada de la residencia. Nunca he entendido por qué la veteranía es un grado que permite humillar a las personas. Pero menos aun que esos rituales aparentemente de iniciación se terminen convirtiendo en una celebración del machismo imperante. Que la novatada terminara con chicas gritando despavoridas corriendo en pelotas por el pasillo para su oprobio mientras unos energúmenos que unos minutos antes las han rebozado en agua y harina jaleaban enfervorizados no tiene más sentido que el morbo de esos machitos por la carne fresca. Lo lamentable es la colaboración de las veteranas.

Pero no quiero desviarme. Aquel día Luis empezó a ganarme con un acto generoso que además se oponía al espíritu de aquella celebración. Yo, desconocedora de tales rituales, fui sacada a empujones de mi dormitorio por las veteranas que me arrastraron hasta el patio. Allí me encontré con las únicas personas con las que había trabado algo de amistad aquellos primeros días de residencia, Víctor y Luis.

Yo llevaba una camiseta blanca, raro en mí, pues en aquelle época solía vestir siempre de oscuro. Al regarnos con una manguera y tirarnos harina por encima la camiseta empezó a transparentar mis pezones por mi costumbre de no usar sujetador gracias a tener dos pechos pequeños. Pero yo misma era consciente de que mi semidesnudez era visible, y aunque nunca fui pudorosa en exceso, me molestaba ser el plato de aquellos mirones.

Luis en ese momento, lejos de comportarse como un aprovechado más se quitó su camiseta cediéndomela. Fue un gesto de amigo pero nunca nadie había tenido esa generosidad conmigo hasta entonces pues mi trato con los chicos siempre había sido muy diferente. El gesto de Luis no me enamoró pero sí le hizo un hueco en mi corazón.

Tras aquello empecé abrirme a mis nuevos amigos de la residencia y conjuntamente con Lourdes, mi compañera de clase conformamos un cuarteto que compartiría bonitas experiencias aunque yo lo rompiera al marcharme. Yo nunca había tenido amigos masculinos. A pesar de que fui siempre adelantada a mi edad en el trato con chicos y haberme criado con 4 hermanos más pequeños que yo, mi relación con el sexo masculino nunca había fraguado en un grupo de amigos.

Mi barrio no daba para esas circunstancias. La mayoría de mis amigas acabaron con una barriga a los 15 o 16 y viviendo con el que les había hecho el bombo como amas de casa sin más futuro que cuidar a su prole y su marido. Yo habría sido igual si las circunstancias no me hubiesen desviado de ese camino.

Pero la suerte, o quizá el valor de mi madre, y probablemente mi propia forma de ser hicieron que ese destino cambiase para convertirme en la mujer independiente que soy yo. Y juro que hice muchos sacrificios para llegar aquí. Y Luis fue uno de ellos, quizá el más importante.

Y ahora lo veo, casado, con dos hijos. Tan guapo…porque el jodido sigue igual de guapo que siempre.

Y su mujer quizá responda a lo que él siempre esperó. Discreta, educada, niña bien de buen barrio como él. Pero ¿cómo será su carácter? ¿Seguirá Luis necesitando una madre que lo cuide, una amiga que lo aconseje, y una novia que lo folle?

Todavía estoy asimilando lo ocurrido pero mientras he tenido que sacar toda mi profesionalidad de médico y esa capacidad aprendida con los años de controlar mis impulsos y mis sentimientos ante un encuentro inesperado, aunque muchas veces deseado. Pero no así…
 
Yo sabía que se había casado. Por eso actué con tanta naturalidad cuando al visitar a su padre en la habitación del hospital para ver la evolución de la intervención quirúrgica ella estaba allí. No era la primera vez que la veía, pero ellos no lo sabían.

Me he pasado media vida huyendo. Hui de mi barrio, huy de los malos ambientes, huy de las relaciones tóxicas, pero también huy del amor y de Luis. Pero con él fue distinto. Mientras estuvo en la residencia siempre supe de él y tras saber que se volvía a su ciudad también supe de él.

Mi mayor decepción en ese momento era la mejor muestra de mi propia contradicción. Yo quería saber de él sin que él supiera de mí, pero a la vez no quería encontrarme con él aun a sabiendas de que me moría por él.

Saber que tenía novia no fue la gran decepción. Incluso estando conmigo no le faltaban parejas. Tanto el Luis sin confianza como el creído desplegaban sus encantos. Uno sin ser consciente y el otro intencionadamente. Pero en ambos casos era siempre capaz de atraer a las chicas.

Que consiguiera una pareja estable y duradera sólo dependía de dos factores: que diera con la chica adecuada y que él se comprometiera en esa relación por enamoramiento. Y Alba cumplió los dos requisitos.

Conmigo nunca llegó a tanto. Su inmadurez en aquella época, su falta de experiencia y descubrir que el chico tímido del instituto tenía éxito en la universidad le impidieron llegar tan lejos conmigo. Yo era consciente. Lo veía en los partidos, y los jueves en el pub donde se reunía el equipo y su afición tras los partidos. Pero él no era consciente.

Yo disfruté del momento. Viví con intensidad el regalo que yo misma decidí darme enamorada como estaba de él, pero siempre supe que lo nuestro no iba a ninguna parte. Éramos la noche y el día.

Tampoco yo medí las consecuencias. Tras su relación fallida con Marta yo tenía que haber previsto que se encapricharía de mí. Pero no pude dejar de entregarme a sus encantos. Aquellos días en la residencia y después en la playa fueron los más felices de mi vida.

Pero no supe medir. Luis carecía de toda experiencia sentimental. Para él hasta el momento el amor era una fórmula para obtener sexo. Yo ya venía de vuelta. Lo había probado todo. Pero nunca con tanta intensidad.

Todavía recuerdo como entré al instituto de mi barrio. Aquel verano había pegado un estirón y ya tenía mi estatura actual aunque como decía mi madre me faltaba esponjar pues yo era una tabla rasa sin formas ni curvas más allá de una leve hinchazón de mis pezones anunciando un cercano desarrollo.

Como todas las pavitas que habíamos entrado en primer curso solíamos pasar los fines de semana en el parque que había en el barrio casualmente frente al propio instituto. Mientras los chicos de cursos más mayores hacían botellón o fumaban porros nosotras nos paseábamos en grupo creyéndonos más mayores de lo que éramos.

Una de aquellas tardes se me acercó un chico de 3º. Su soltura y su viveza me hicieron reír a pesar del corte que tenía. Aunque fuese alta, bastante para mi edad, yo seguía siendo una niña. Aunque cuando una semana más tarde el mismo chico vino a charlar conmigo nos apartamos de mis amigas y acabamos sentados en un banco más atrás hasta que me pidió permiso para besarme y le dije que sí.

Fue una sensación extraña pegar mis labios a los suyos y dejar que su lengua forzara los míos para rozarse con mi lengua. Fue una sensación extraña que me provocó cierto calor en el pecho y un cosquilleo en el vientre.

La lástima es que en cuanto sentí su mano posarse en mi muslo di un respingo levantándome. Lázaro, que era su nombre se disculpó y en un minuto retomábamos el largo beso consistente básicamente en rozar nuestra lengua entre los labios.

Cuando nos despedimos me pidió vernos al día siguiente. Yo le dije que sí. Lázaro fue mi primer novio.
 
Cuando Luis llegó a la residencia era como yo con Lázaro. Sin experiencia. Sin tener claras sus intenciones. Y sin saber realmente por qué se empeñaba en estar con alguien así. Se le metió entre ceja y ceja la rubia compañera suya de clase hasta meter la pata con ella como me confesó tiempo después cuando yo me había convertido en su amiga y confidente.

Yo tenía que controlar mis impulsos con él. Llevaba tiempo haciéndolo y me limitaba a aconsejarlo como una hermana mayor. Pero en realidad yo quería algo distinto. Tanta convivencia terminaría bajando mis defensas en algún momento pero tarde o temprano temía no poder controlar mis sentimientos y dejarme arrastrar.

Justo lo contrario que con Lázaro. Tras varias semanas de “relación” en la que mis respingos impedían cualquier intento suyo por tocarme se cansó de mí. Todo fue fácil. No estaba pillada por él. Pero me tocó hacerme la molesta cuando mis amigas empezaron a comerme la cabeza diciéndome que ya estaba con otra.

Fue más el sentimiento competitivo con ellas que lo que yo sentía por ese niño pero saqué un carácter que hasta entonces sólo había mostrado con mis hermanos. Y es que quizá ahí estaba la diferencia entre la mayoría de mis amigas y yo. Con cuatro hermanos mayores que se paseaban en calzoncillos por mi casa o incluso había visto desnudos en el baño el cuerpo masculino para mí no tenía secretos. Los había visto con mi padre comprobar si tenían fimosis estirando bien el pito.

Claro está que el cuerpo de los chicos mayores de mi instituto seguramente poco se parecería al de mis hermanos para mí pues según se habían ido haciendo mayores yo había dejado de verlos desnudos. Ser la única niña de la familia te daba la ventaja de tener cuarto propio.

Tras mis tardes de paseo cogidos de la mano y besos con lengua con Lázaro evidentemente se había despertado algo dentro de mí que desconocía. Aunque tampoco sabía realmente de que se trataba pues cuando mis amigas hablaban de sus encuentros con los chicos yo me separaba de la conversación pues odiaba que contaran tanto detalle.

El problema es que esos cambios en mi vida físicos y en las relaciones me estaban cambiándome el carácter haciendo que mi adolescencia se volviera más rebelde. Discutía frecuentemente con mi madre y me quejaba cuando me tenía que poner a ayudarla. Empecé a pasar menos tiempo en casa y más en la calle.

Además, como mis amigas estaban empezando a desarrollar yo, quería demostrar que también era ya una mujer usando ropa más ajustada o subiéndome la falda más de la cuenta para que mis escasas curvas, con caderas estrechas, el pecho incipiente que intentaba marcar usando un sujetador realmente del todo innecesario, y mis largas piernas me mostraran más atractiva y menos infantil.

Esa era otra fuente de conflictos en casa con mi madre pues mi padre siempre cansado no tenía energías para pelear conmigo. Aunque ese mal carácter me llevó a separarme también de mis amigas, más bajitas pero con un culo y tetas que yo envidiaba. Para colmo algunas se habían ennoviado dedicando todas las tardes a pasar tiempo sentadas en las piernas de sus novios mientras éstos les sobaban el culo.

Esa circunstancia me hizo aislarme de la mayoría de mis amigas encerrándome en la lectura. Fue el periodo de mi vida en el que aprendí a estar sola, situación que me ayudó bastante el resto de mi vida.
 
Mi amistad con Luis nació con la novatada y su gesto pero se reforzó cuando Víctor, él y yo nos convertimos en los novatos que cenábamos juntos. En realidad se repetía una constante en mi vida. Los chicos y yo no terminábamos de encajar con el resto de compañeros veteranos de la residencia, especialmente con nuestros compañeros de habitación, y acabamos juntos. Pero juntos estábamos muy bien. Y cuando presenté a Lourdes a los chicos encajó perfectamente. Tan bien, que Víctor y ella terminaron siendo pareja.

Yo no me planteaba nada igual con Luis. No sabía si lo bien que me sentía a su lado era el calor de la amistad o algo más. Salí de dudas el día de la absurda partida de streap-poker.

Aparte del triunfo y de la guasa para picarlos por haberles ganado y desnudado tuve que disimular la turbación que me supuso ver el cuerpo desnudo de Luis. Lo flagelé con mi sonrisa y mi aire de triunfo para aplacar su frustración más que su vergüenza, pues realmente la avergonzada era yo por los pensamientos que pasaron por mi cabeza al observar su cuerpo delgado y fibroso sin atreverme a que me descubriera recorriendo con mis ojos su sexo, que incluso me pareció hermoso a pesar de su falta de vigor en ese momento.

Luis no estaba cachas. No era musculoso. No era un modelo. Pero estaba muy bien. Ya conocía su torso en el que asomaba un ligero vello en su esternón separando sus pectorales más marcados por delgadez que por desarrollo. Sí marcaba sus abdominales, quizá por el mismo motivo y su afición a salir a correr todos los días. Pero su pubis cubierto de una sombra de vello recortado enmarcaba una polla que en ese momento colgaba sobre sus cojones de macho, o eso me pareció en aquel momento, pues si no estaba especialmente dotado su sexo me pareció muy proporcionado. Aunque donde su cuerpo ganaba enteros era en su culillo, que pude ver cuando cabreado por haber perdido empezó a vestirse de espaldas a mí, haciéndome sonreír por las ganas que me entraron de darle un buen cachete sonoro. Yo ya conocía su culo por un par de pilladas en su dormitorio pero nunca lo había tenido tan cerca, casi a mano.

En realidad yo había ganado a las cartas pero había sido derrotada por el cuerpo de Luis provocándome un pánico que oculté con mi condescendencia y aire de superioridad. Pero él estaba ganando y no sólo la batalla de la cercanía mental a su persona sino también la de la física. Me horroricé la primera vez que soñé que lo besaba. Pero peor fue la sensación cuando masturbándome días más tarde estimulando mi clítoris con la yema de mis dedos no pude evitar recordar su desnudez para llegar al momento del clímax.

Pero ¿cómo evitarlo si cenábamos juntos todos los días? Pensé que la fórmula perfecta sería la naturalidad. Iba a ser la mejor amiga del mundo para de esa forma no ser una posible amante. No le daría motivos para que pensara otra cosa más que en tener una mejor amiga que nunca sería nada más. Y así pareció entenderlo por su comportamiento posterior.

Pero pasábamos demasiado tiempo juntos y temía bajar la guardia. Sabía de qué hablaba pues ya tenía experiencia.
 
Peleada con mis padres. Peleada con mis amigas y peleada con el mundo me sentí aislada hasta que por casualidad, y como nadie quería hacer un trabajo conmigo me tocó hacerlo con uno de los repetidores de la clase.

Iván era dos años mayor que yo. Estaba esperando cumplir la edad legal para dejar el instituto y dedicarse a lo que le gustaba, que eran los videojuegos. Visto así éramos muy diferentes, pero éramos los solitarios de la clase y por necesidad terminamos haciéndonos amigos.

Todo empezó con un trabajo de clase. En realidad lo hice yo todo pero él me ayudaba en las búsquedas y me resultó divertido en sus comentarios y sus torpezas. A partir de entonces empezamos a sentarnos juntos a algunas clases y a desayunar en el patio. Nos hicimos amigos, algo muy extraño en mi barrio, donde las chicas sólo se relacionaban con los chicos como pareja en un modelo social que entonces me parecía normal y ahora veo completamente arcaico.

Me di cuenta de que mis antiguas amigas iban al instituto maquilladas, con uñas postizas y ropa cada vez más ajustada. Mientras que yo me sentía cómoda recurriendo a una estética mucho más informal a base de mallas, vaqueros y sudaderas. La ropa suelta me permitió liberarme del suplicio del sujetador tan poco necesario para mis pequeños pechos que además siempre fueron bastante firmes, incluso ahora con los años, lo que me ha permitido sustituir las odiosas tirantas y ballenas del sostén por camisetas ajustadas con bonitos encajes que asoman en mis blusas escotadas. Para quien trabaja durante horas de pie os aseguro que es un alivio.

Ahí me sentí transgresora una vez más reforzando mi rebeldía en casa especialmente cuando llegó a oídos de mi madre que pasaba horas con un tío y ella me amenazó con el riesgo de los noviazgos prematuros y las barrigas inesperadas. Por supuesto yo de mala forma negué todo menos ser amiga de Iván, que a diferencia mía, recibía el apoyo en su casa de tener una amiga (quizá novia) estudiosa y bien parecida, porque mi cambio físico ya empezaba a ser notable asomando sobre mis caderas una cinturita que yo disimulaba con las sudaderas y mis pechos se habían erguido marcándose en mis camisetas ajustadas bajo la prenda de abrigo.

Yo me sentía cómoda con Iván. Yo le contaba las historias de los libros que yo leía mientras que él me narraba sus éxitos o fracasos en su videojuego favorito. Mi resultado académico no se vio perjudicado mientras que el suyo pasó del 1 a obtener algunos aprobados. De ahí las invitaciones permanentes de sus padres a hacer los deberes juntos en su casa sin importarles que el niño se pasara gran parte de la tarde encerrado en su cuarto con una chica.

El problema es que el roce hace el cariño y empezamos a confundir la amistad con algo más. Todo empezó una tarde en su casa. Iván intentaba ayudarme a manejar el mando de la consola entre risas por mi poca destreza. Yo estaba sentada en su silla y la postura le dificultaba poder dirigir mis manos. Entonces buscamos la forma para poder pasar sus brazos alrededor de los míos y sólo encontramos la postura si él se sentaba en la silla y yo sobre sus piernas. Su altura le permitía mirar sobre mis hombros.

En realidad fue un gesto inocente sin buscar nada más al menos por mi parte, pero entre risas noté como algo presionaba mi nalga desde abajo. No era tan tonta como para no saber lo que era pero en vez de levantarme molesta intenté disimular como si no me diera cuenta. Pero Iván estaba bastante cortado. Noté como ya no se reía en mis torpes decisiones en el juego.

Nunca había estado tan cerca de un chico. Ni cuando besaba a Lázaro. Tampoco nunca había sentido como se endurecía un pene pues en mi mente estaban los pitos poco desarrollados de mis hermanos de pequeños.

La situación fue volviéndose más incómodo pues sentía como si aquel bulto tuviera vida presionando con más fuerzas en movimientos quizá espasmódicos. Al final al terminar la partida me levanté como con prisa intentando no mirar hacia aquella parte. Iván estaba bastante sofocado. Sudaba y tenía la respiración algo agitada.

No era un chico especialmente guapo. Bastante más alto que yo se afeitaba de higos a brevas los cuatro pelos que le salían en la barba entremezclados con su acné juvenil, además llevaba el pelo largo sin llegar a melena, descuidado, cayéndole sobre la cara de modo que tenía que apartárselo constantemente con la mano. A pesar de hacer poco ejercicio tenía el cuerpo ancho aunque no gordo, con brazos fuertes.

Me excusé con que se me hacía tarde mientras mi amigo paralizado por la vergüenza no reaccionaba. Cuando miré la causa de su estado comprobé como alrededor del bulto que había estado presionando mi culo había un pequeño cerco de líquido.

Me despedí presurosa con una forzada sonrisa y me fui a casa intentando comprender lo que había pasado.
 
El problema de Luis siempre había sido su orgullo. A pesar de su falta de estima cuando lo conocí siempre tuvo un ego desarrollado con un fuerte sentido del ridículo. La derrota en la partida de póker le había dolido más que la vergüenza de desnudarse delante de mí y de Lourdes. Eso lo tuvo callado e incómodo una temporada facilitándome la labor de controlar el deseo que se había apoderado de mí tras la escena de su cuerpo desnudo.

Ni siquiera me había percatado de que Víctor también lo estaba a pesar de que Lourdes, pillada ya por el niño, no hacía más que hablarme de él entre clases y de cuanto lamentaba lo ocurrido, pues el enfado de los chicos la alejaría de él. Que era demasiado dramática le decía yo mientras me alegraba de ese alejamiento temporal que yo disimulaba con aire triunfalista.

Y es que nunca he sabido lidiar esas situaciones con los hombres. Yo no era tan inocente como para no saber lo que le había ocurrido a Iván. Se había puesto cachondo conmigo y se había corrido. Pero mi cabeza adolescente mezclaba el asco con la curiosidad. Aquello era más grande que lo que yo recordaba de mis hermanos, y yo había sido la causa de su excitación.

Mi amigo no me podía repugnar pero yo no sabía realmente por qué le había pasado aquello. Incluso me sentía culpable por haberlo provocado. Más culpable aún cuando sentí que me evitaba. Estaba totalmente avergonzado conmigo y eso ante mis ojos le quitaba culpabilidad que yo cargaba sobre mí misma. Así que tras varios días decidí yo coger el toro por los cuernos y encararlo para hablar sobre lo sucedido.

Un día al salir de clase lo busqué llamándolo por su nombre. Pareció querer evitarme pero ante mi insistencia suspiró y se detuvo. Temía algún reproche pues nada más llegar yo a su altura se disculpó:

-Claudia, lo siento…yo…

-No, lo siento yo. No debería…

-Pero es que tengo un problema- insistió.

-¿Un problema?- pregunté extrañada pensando en algún mal físico.

-Es que…es que…pasar tanto tiempo contigo, tan juntos y tal, ufff…

¿A dónde iba a parar?

-Es que…me gustas mucho…-confesó bajando la mirada.

En ese momento, desconcertada por su confesión yo no sabía qué hacer ni decir. Nunca me había planteado nuestra relación más allá de dos amigos que se habían conocido por su aislamiento. Pero de golpe observando ese corpachón grandote, desaliñado y masculino mostrándose cortado y vulnerable ante mí no pude evitar ablandarme dándome cuenta de lo bien que lo pasábamos juntos y sorprendida por la situación y mi propia reacción respondí:

-Bueno, tú a mí también…

Cuantas veces me arrepentiría de esa empatía mía con la vulnerabilidad que me llevó a dar aquel paso con Iván y a dejarme seducir por Luis. Bueno, con él había sido distinto. Cuando después de la partida de póker se puso algo pesado me puse borde con él intentando dejarle claro que sólo éramos amigos y mi objetivo era sacarme la carrera.

Ya había metido la pata un par de semanas antes mintiéndole al hacerle creer que acababa de cortar con mi novio del instituto porque no podía dedicarme al estudio y tener pareja a la vez cuando llevaba años sin estar con nadie. Pero yo misma erraba dejándome arrastrar a situaciones que le daban pie para insistir conmigo. No podía ser flexible. No podía dejarme arrastrar por esa sonrisa a veces maliciosa con la que me provocaba torpemente. Todo para nada. Porque meses después lo consiguió.
 
La charla entre Iván y yo nos devolvió la amistad y poco más. Estábamos más cortados que antes pero obligándonos a quedar hasta que un día volvíamos por el parque frente al instituto ya de noche y me pidió que lo acompañara para fumarse un porrito. Yo no fumaba pero me daba igual que él lo hiciera. Nos sentamos en un banco mientras se lo liaba y encendía llenando al momento el espacio que nos circundaba del olor tan característico.

Allí relajado me pasó su brazote por el hombro mientras yo dudaba si apartarme o acomodarme. Como él seguía hablando con tranquilidad mientras daba fuertes caladas a su cigarrillo aliñado opté por relajarme dejándome caer sobre su hombro. Así estuvimos charlando un rato. Me estaba gustando la sensación de calidez que me proporcionaba aquella tarde fría de invierno pegar nuestros cuerpos así que inconscientemente rodeé su torso con mi brazo acomodándome mejor mientras su brazo me apretaba contra él. En ese postura levanté mi mirada que se encontró con la suya. Soltó una gran calada de humo vaciando sus pulmones y tras tomar aire fresco pegó sus labios a los míos.

Era la primera vez que nos besábamos tras reconocernos la atracción mutua unas semanas antes. No era mi primer beso pero fue distinto a los anteriores. De hecho Iván era bastante parado y fui yo la que entreabrió sus labios para colar mi lengua entre los suyos. No sé cuánto tiempo estuvimos frotando nuestras lenguas. Yo percibía su calidez y el sabor ahumado de su porro hasta que se separó de mí con un lamento. Se había consumido el porro en su mano hasta quemarle los dedos.

Entre risas nos levantamos. De nuevo pude comprobar su bulto muy marcado en el pantalón aunque esta vez no parecía haber mancha. Probablemente él habría preferido quedarse más tiempo allí comiéndonos la boca. Pero yo tenía frío y le metí prisa para irnos a casa.

Nuestras paradas en el parque para besarnos se convirtieron en habituales. Entonces no sabría que años más tarde pasearía por allí mismo con Luis y nos terminaríamos liando. No sé qué significaría para él. Para mí fue la culminación de todos mis recuerdos en ese lugar porque prácticamente no volvería a pasear.

Sin embargo la relación entre Iván y yo era algo secreto. En el instituto estábamos igual y nuestra vida era como antes del suceso de su casa salvo nuestros momentos de besos y abrazos ocultos. De hecho yo ni siquiera volví a sentarme en sus piernas por miedo a que se repitiera el sucedido. Por una parte no podía evitar la curiosidad de ir a más a la vez que me aterraba llegar demasiado lejos. Todo ello a la vez que en mis fantasías sexuales yo daba el paso de descubrir aquel bulto que se marcaba en el chándal de mi novio, algo que en la realidad yo veía muy lejos.

Esa capacidad mía para disociar fantasía y realidad sería capaz de demostrarla perfectamente años más tarde cuando me tocó disimular ante Luis cuanto me gustaba. En ocasiones me dejaba arrastrar, como cuando me senté en sus rodillas para quejarme de la actitud pegajosa de Víctor y Lourdes. Pero cuando él creía que yo le estaba dando pie a algo más rápidamente me retiraba. Sé que suena a autentica calientapollas. No era mi intención pues la que realmente deseaba que pasara era yo aunque mi conciencia después me frenaba.

A efectos de lo que los demás veían Iván y yo éramos los mismos amigos raritos de la clase. Nadie sospecharía nada más por nuestra actitud aunque sólo por pasar tanto tiempo juntos se pudiera pensar otra cosa. Mi madre lo pensaba. Sus padres también. Tanto que empezamos a quedar menos en su casa, porque ahora era yo la que se cortaba allí y de paso evitaba que se repitiera el suceso. El problema es que nuestros resultados académicos empezaron a resentirse, sobre todos los míos empeorando mi relación en casa con mis padres.
 
Me encantaban los abrazos de Iván. Me gustaba sentirme envuelta por él y como me daba calorcito. Aunque cuando el abrazo era muy largo y su entrepierna se hinchaba me sentía algo incómoda.

Yo no era una tonta. Había hablado mil veces de cómo se les ponía la polla a los tíos cuando estaban calientes. Incluso sabía lo que era una paja y follar. Había oído historias de mis amigas presumiendo alguna más espabilada de cómo se la había chupado a su novio. Pero una cosa era la teoría y otra la práctica.

Por lo hablado nosotros éramos novios. Y como tales nos besábamos y abrazábamos pero no nos habíamos metido mano a pesar de llevar juntos algunos meses. Para mí era una relación en cierto sentido clandestina pues formaba parte de nuestra intimidad pese a las sospechas de nuestros padres.

Pero Iván no me presionaba a nada aunque yo sabía que esperaba algo más cada vez que sentía como se hinchaba su pantalón cuando nos pegábamos el uno al otro. Tampoco me sorprendía tanto. Mi hermano al que yo seguía en edad ya había superado la pubertad y se levantaba todas las mañanas con el bulto marcado en el pijama sin cortarse un punto.

Pero se suponía que nos gustábamos. Y eso me implicaba a mí también. Con casi toda relación perdida con mis amigas no tenía a quien pedir consejo. Y menos a mi madre. Pues yo le negaba tener nada con Iván.

Mi contrapartida entonces consistía en pasar horas sentados juntos en nuestro banco del parque, uno que quedaba bastante apartado y oscuro cuando atardecía charlando y besándonos.

Pero llegó la primavera y con ella como se dice por estos lares, la calor. Y aunque el vestuario de mi novio no varió demasiado pasando de la sudadera a la camiseta, el mío sí. Primero consistió en quitarme la sudadera y más tarde en sustituir los vaqueros por shorts. Como ya me había acostumbrado a no usar sujetador y estaba pasando por esa etapa rebelde me acostumbré a que los chicos lo notaran siendo algunos bastante descarados y yo bastante borde con ellos. Aunque quizá el más descarado empezaba a ser Iván, teóricamente con derecho a ello.

Una tarde besándonos en nuestro banco Iván me hizo sentarme sobre sus piernas. Ya había pasado tiempo desde el suceso en su casa que había derivado en nuestra relación. Aquel día estaba más lanzado. Me besaba con mayor intensidad y su mano acariciaba mi espalda por dentro de la camiseta. Como yo no lo detenía apoyó su mano en mi muslo. Nuestras lenguas se frotaban y sus manos empezaban a atraparme. A diferencia de en otras ocasiones me sentía muy cómoda con él, me agradaba como me envolvía e incluso el tacto de su mano que ya recorría toda mi espalda.

Pese a su corpachón Iván era delicado acariciándome más que masajeándome y eso consiguió que me abandonara entre sus brazos dejándome caer en su hombro sin que nuestras bocas dejaran de besarse. La mano que mi novio tenía en mi muslo la apoyó en mi vientre. Por un instante me puse tensa. Debió notarlo. Pero sentir su calidez y la dulzura con la que su dedo jugó con mi ombligo hizo que me dejara llevar de nuevo. Sentía cierta presión al respirar y un cosquilleo en el bajo vientre que ahora sé que es excitación pero que entonces no era capaz de interpretar. Pero me gustaba.

Tenía una mezcla de nerviosismo, temor y abandono. Una sensación que sentí en varias ocasiones de mi vida y que con la experiencia desapareció. Aprender a controlar los sentimientos y sobre todo prever lo que puede pasar en el sexo te hace ser más dueña de las situaciones. Pero aquella tarde de abril o mayo yo no controlaba nada y decidí dejarme llevar.

La mano de Iván se coló por mi camiseta posándose sobre mi pecho. Nadie más que yo había acariciado esa piel. Me gustó sentir su calor y noté como se me subía la temperatura desde mi entrepierna al pecho. Era una sensación nueva acrecentada por los gemiditos que mi novio empezó a lanzar muy leves y agudos mientras su mano se adueñaba de mis tetas.

Todo era nuevo y raro. De hecho, noté como mi cuerpo reaccionaba endureciéndose mis pezones y humedeciéndose mi vagina. Eso debía ser la excitación y el deseo. El deseo de Iván lo notaba en sus gemiditos lastimeros y en el bulto que sentía apretado en mi cadera.

Por un momento dejó de besarme y vi como su cara me observaba con intensidad. No sé qué cara tendría yo. Iván me miraba a los ojos sin dejar de tocarme las tetas. Me habría gustado corresponderle de alguna forma pero en ese momento no sabía cómo. Él rompió un poco el hechizo del momento. Quiso levantarme la camiseta para verme las tetas y yo en un movimiento reflejo se lo impedí. No estaba preparada para eso. Volvió a colar su manaza en la camiseta para acariciarme. Cerré los ojos y al momento sentí sus labios buscar los míos.

No sé cuánto tiempo estuvimos allí pero habíamos traspasado una línea significativa en nuestros juegos y yo estaba desconcertada pues no quería llegar demasiado lejos a la vez que quería volver a repetir.
 
Luis ha vuelto a verme tras la operación de su padre. Con la excusa de entregarle un informe más completo que ha pedido el cardiólogo de su padre hemos tomado café. Fantaseé durante años por tener esa conversación en la que quería saber de él pero nunca encontré un motivo para tenerla.

En realidad siempre supe de él. Por Lourdes supe que se había ido de Erasmus a Bélgica y que a su regreso a España había empezado a salir con una chica de su ciudad. Pensé “pobre chica”, pero más tarde mi amiga me informó de que Luis había vuelto a su ciudad a terminar la carrera y que incluso había ido a la residencia con la chica. Víctor, en su deseo de volver con ella aprovechaba cualquier novedad de Luis para llamarla, y como buena amiga, no dejaba de pasarme la información.

El problema era que su ciudad ahora también era la mía. Durante meses temí encontrármelo de frente por la calle, en una cervecería o esperándome en la puerta de mi residencia. Afortunadamente vivir en una ciudad con más de 80.000 estudiantes tiene sus ventajas. Su campus quedaba lejos del mío y su zona de marcha lejos de la mía, si es que yo podía llamar así a alguna zona de ambiente universitario teniendo en cuenta lo poco que me prodigaba en las salidas.

Cuando habían pasado más de 6 meses empecé a relajarme y a convencerme de que no era tan fácil cruzarse por las calles de una ciudad por la que se mueven más de 1 millón de personas al día. Incluso podíamos llegar a cruzarnos sin vernos en alguna de aquellas zonas atestadas de jóvenes con ganas de fiesta los fines de semana. Y ocurrió. Pero él no se dio cuenta de nada.

Era marzo. Poco antes de Semana Santa. Es costumbre que con la llegada del calorcito primaveral, otra vez en primavera, las facultades saquen barras en un descampado junto a un parque y una instalación deportiva para recaudar dinero para los viajes de fin de curso o paso del ecuador.

Yo no me prodigaba en esos eventos, pero no sé por qué me dejé convencer. El sol, el final de los exámenes de febrero. No sé. Pero acabé en aquella macrofiesta llena de estudiantes con ganas de disfrutar del buen tiempo. Hacía tanta calor que la mayoría de las chicas aprovechamos para sacar las primeras camisetas de tirantas y algunos chicos incluso presumían de torsos desnudos.

Calor, ganas de fiesta y mucha cerveza convierten el ambiente en eufórico. Pero yo nunca era de dejarme llevar. Bebí con moderación más por calor que por ganas de emborracharme. Pero ¿qué ocurre cuando se bebe? Pues que hay que orinar. Allí me vi en una cola eterna para intentar llegar a uno de los escasos baños portátiles instalados para no acabar meando detrás de unos setos a plena luz del día como ya hacían muchos tíos sin cuidado.

Desde la cola del baño lo vi. No había duda. Era él. Una chica tan alta como él y bastante pechugona estaba abrazada a su cintura mientras que él tenía una mano por encima de los hombros de ella y con la otra sostenía una maceta de cerveza que ambos compartían. Charlaban con más gente y se les veía risueños.

Supongo que por el alcohol ingerido no me dio un ataque de pánico de pensar que me descubriera. Observándolo lo vi feliz. Debía ser la misma chica. Hacían buena pareja. Pero ¿y si hubiera sido yo? ¿Y si Luis se hubiera venido a la ciudad por mí?

Nunca me buscó. Y el motivo era sencillo. Ya tenía repuesto. Y era feliz. Se le notaba riendo con sus amigos mientras su novia lo abrazaba, orgullosa…

Perdida en mis pensamientos me metieron prisa para entrar en aquel urinario asqueroso que apestaba a orina. Al salir Luis ya no estaba en el mismo sitio. Regresé con mis compañeros temerosa de encontrármelo de frente. No habría soportado una situación tan incómoda.

¿Y si hubiera sido yo? Me repetía. Pero no pudo ser. Lo nuestro llegó cuando no era el momento. Él había hecho su vida y yo la mía. Bueno…la mía era un cúmulo de horas de estudio. Joder, apenas eran las 6 de la tarde y quedaba mucha fiesta. No me iba a amargar la vida. Me iba a divertir.
 
Ni con la acumulación de cerveza se me quitó el miedo a encontrarme cara a cara con Luis. ¿Por qué no me fui a casa? Sencillo. Me autoimpuse la obligación de vivir sin depender de Luis. Ni estando con él ni sin estar. Siempre tan disciplinada. Pero cada vez que iba a vaciar la vejiga, afortunadamente una vez que anocheció aprovechando la oscuridad tras los setos con alguna compañera, temía que la sombra masculina que me cruzaba en la oscuridad fuese él. No sabía qué decir ni cómo actuar. Por eso mejor evitar situación tan incómoda.

Bastante tarde y contentilla aunque no borracha, pues siempre tuve tolerancia y cada vez más control, un compañero se ofreció a llevarme en su coche a la residencia. Lo habíamos pasado bien con bailes incluidos. Y cuando todo el mundo empezó a retirarse coincidió que llevábamos casi el mismo camino evitándome coger un autobús lleno de borrachos.

Era un compañero con el que alguna vez había tomado café en grupo pero nunca a solas. Pero en la fiesta me resultó divertido, ocurrente, y nada baboso aunque en algún baile su mano acabó en mi cintura. En realidad observándolo aquella tarde resultó un tío aparente. Camisa clásica de rayas desabotonada lo justo para mostrar el vello de su pecho con las mangas remangadas. Así dicho parecía un pijo más de mi facultad, pero era alto, de esos tíos de espaldas anchas sin estar machacados de gimnasio, y peinado con raya marcada y tupé descuidado sobre la frente.

En eso iba pensando despreocupada ya de Luis cuando rodeábamos a gente meando y alguna que otra pareja dándose el lote camino de su coche. Antes de llegar a él nos estábamos comiendo la boca. Y cuando lo encontramos entre risas propias de nuestro estado de ebriedad me apoyó contra la puerta del coche mirándome a los ojos para volver a comerme la boca pegándose lo suficientemente a mí como para que pudiera notar su erección.

No follaba con nadie desde que lo había hecho con Luis justo cuando ya había decidido que no lo vería nunca más. De eso hacía casi dos años. No me había apetecido. Y justo el día que volvía a verlo me estaba dando el lote con un compañero. ¿Por qué no? Me respondí con una pregunta al sentir la reacción de mi cuerpo sintiendo a un hombre de nuevo pegado a él.

Pensándolo después quizá fue un poco brusco cuando empezó a sobarme el culo pero cuando su mano se coló en mi camiseta me recordó mucho a la primera vez que Iván había acariciado mis pechos y no pude evitar entregarme a su manoseo que me estaba empapando el coño como hacía mucho que no recordaba. Tanto que empecé a sobar su paquete comprobando la dureza de su polla que ya suponía al tenerla apretada contra mi entrepierna cuando empezamos a meternos mano en el coche.

No era un novato y con firmeza me hizo darme la vuelta para que sintiera su erección en mi culo mientras su mano seguía sobándome las tetas. Ahora me comía el cuello. Dejé caer mi cabeza hacia atrás cuando noté su otra mano sobándome la entrepierna. Que caliente me estaba poniendo el cabrón.

Puede parecer una contradicción que el mismo día que acababa de ver a Luis acabara dándome el lote con un compañero. Pero en realidad fue justo por eso. Él había rehecho su vida sin mí. Yo creí que sólo era un recuerdo para él. Una muesca más en la culata de su pistola. Y tenía que seguir adelante. Ese era mi lema, siempre seguir adelante.

Cuando mi compañero consiguió colar su mano en mi pantalón comprobando mi chocho descuidado pero empapado ya no había marcha atrás. Con un simple “aquí nos ven” bastó para colarnos en los asientos traseros del coche y sorprenderlo siendo yo la que le sacaba los pantalones y los calzoncillos encontrándome con una polla gruesa y venosa con un glande reluciente que iba a probar en escasos minutos.

De inmediato él fue a quitarme mis vaqueros pero le dije que se pusiera el condón mientras yo misma me los sacaba. Afortunadamente venía preparado. En cuanto estuvimos listos me senté sobre él dejando que su polla resbalara dentro de mí. Ya no me acordaba de la sensación que se sentía al ser penetrada y lo acusé con sensación de asfixia boqueando como un pez fuera del agua. Pero creo que sorprendí a mi amante ocasional cabalgándolo con prisa. Tardó en reaccionar a mi forma de follármelo levantándome la camiseta para comerme las tetas.

Fue un polvo intenso pero breve pues en pocos minutos me dejé caer sobre mi compañero exhalando todo el aire de mis pulmones en un largo gemido mientras mi coño se contraía rodeando la causa de mi placer. Nada que ver con mis masturbaciones periódicas.

Estaba sorprendido y acalorado pues se soltó los botones de la camisa sacándosela con prisas mientras yo disfrutaba de las últimas contracciones de mi orgasmo. Pero según fui tomando conciencia de nuevo de donde estaba empecé a sentirme extraña caída contra su pecho velludo y aun ensartada en su polla que palpitaba dentro de mí. Pero echaba de menos las caricias que me regalaba Luis en esos momentos.

Y es que sabía que acabaría comparando y no sólo por haberlo visto. Siempre había sabido que en cuanto follara con otro sentiría que no era Luis.
 
En el café Luis sólo buscaba ¿pedir perdón? O ¿justificarse? Parecía agobiado por haberme encontrado de nuevo y desgraciadamente no por el motivo que yo habría soñado. Necesitaba quitarse una espina clavada para poder seguir su vida tranquilo, y sin mí.

Yo no hacía más que quitarle importancia y negaba la mayor. “No es necesario” repetía. Pero tenía, de nuevo, que ocultar mis sentimientos. Demasiado novelesco que después de tantos años retomáramos algo. Y más cuando yo misma había sido la causante de nuestra separación.

Mi deber siempre antes de mi placer. Así he construido mi existencia y mi profesión. Mi éxito laboral contrasta con mi anodina vida personal tan alejada de los cánones que la sociedad espera. Ni matrimonio ni hijos, esa ha sido mi renuncia para ser la médico de éxito que quise ser. Y ahí Luis no cabía.

Pero toda la vida me lamenté de cómo había hecho las cosas con él. Y sobre todo dudado por no haberlo intentado. Demasiado drástica. Y ahora me viene sin ningún reproche, sólo a pedirme perdón para de forma indirecta confesarme lo feliz que ha sido sin mí.

Siempre él tuvo la suerte. Primero de venir de una familia acomodada. Después de ser atractivo para todo el mundo y no hablo sólo del físico. Lo conseguía todo. Hasta a mí.

Y yo tenía que elegir siempre. Mi barrio o mis estudios. Mi familia o mi futuro. Luis o ser médico. Y ahí mi sentido del deber se impuso como siempre. Pero qué gilipollas he sido pensando que le había hecho un daño terrible para comprobar que en realidad le arreglé la vida para que se centrara en lo que de verdad quería, y no era yo.

Pero en realidad no lo sé porque haya venido educadamente a pedirme perdón y decirme lo feliz que era. Al menos por ese motivo se acordaba de mí. Yo ya lo sabía de antes. Desde que lo vi en aquella fiesta de la primavera siendo feliz con su novia y sus amigos.

Lo sé desde que me tiré a un tío, el primero después de Luis, sintiéndome ya libre de él. Y no fue sólo el sexo lo que me llevó a aquel asiento trasero de un coche. Era una liberación.

Aunque en esos casos hay que contar con que en ese acto participan dos personas. Y es que tras correrme mientras me empalaba en su polla él esperaba más. Esperó pacientemente a que me recuperara de mi orgasmo algo prematuro para él. En cuanto notó que mi respiración empezaba a serenarse quiso cambiar de postura para conseguir lo que ya yo había ganado.

Aunque me había dado el bajón pensando en Luis fui condescendiente dejando que me tumbara sobre el asiento para que me penetrara a su gusto. Admito que llegué a agobiarme pues era grandote y velludo sintiendo su peso sobre mí llegando a faltarme el aire. Me estaba sobrando la segunda parte y para colmo el campeón era de los que aguantaban.

Agobiada tras un tiempo que me pareció eterno entre sus empujes y cambios de ritmo fingí un segundo orgasmo para que parara y me dejara incorporarme. Tras sentarnos en el reducido asiento trasero del coché empecé a masturbarlo con brío a ver si se corría de una vez y nos íbamos a casa. Él entendió mi gesto como una forma algo sumisa de darle placer y apoyó su mano en mi hombro probablemente esperando que se la chupara, pero no me apetecía nada, a pesar de tener una buena polla con el glande bastante hinchado.

Como tardaba y yo no me bajaba su mano aprovechó para sobarme tetas, culo e incluso el coño desde atrás hasta que agarrando sus pelotas empezó a resoplar antes de soltar varios chorreones de semen espeso y con un olor tan fuerte que casi me provoca nauseas.

Con gestos de cariño algo impostados nos limpiamos y vestimos dejándome en la residencia en pocos minutos. Afortunadamente cuando coincidimos posteriormente no me lanzó indirectas ni hizo mención a nuestro rollo. Sin embargo, lejos de parecerme una mala experiencia despertó mi opción de abrirme a tener relaciones. Eso sí, fuera de los periodos de estudio.
 
En realidad Iván y yo no estábamos enamorados. O al menos yo de él. Ahora sé que ese sentimiento sólo lo tuve con Luis. Una atracción irracional capaz de hacerte desviarte de tu rumbo. Afortunadamente Luis era estudioso, nada que ver con todas mis relaciones anteriores y en ese sentido no me perjudicó.

Pero aunque no estaba enamorada de Iván estaba a gusto con él. Me gustaban sus abrazos, y sus caricias. Era difícil pensar que aquel ser grandote y descuidado pudiera esconder tanta ternura en ocasiones. Me gustaba que me tocara aunque yo no me atrevía a hacerlo con él Su mano se paseaba por mis tetas cada vez que nos escondíamos a besarnos pero yo no hacía lo mismo dentro de su camiseta.

Pero con esas edades se produce un descubrimiento casi a diario, y el cuerpo del sexo contrario forma parte de esos descubrimientos. Eso debió pensar Iván que aburrido de sobar mis tetas un día que llevaba falda decidió probar por debajo de ella. Yo no sospechaba sus intenciones cuando su mano subió por mi muslo pero cuando su dedo empezó a rozar mis braguitas me tensé. Eso era llegar a lo más íntimo de mi ser. Sin embargo dejé que prosiguiera al sentir ese cosquilleo que ya reconocía como parte de la excitación.

Y es que su dedo tras jugar con el elástico y pasearse por mi pubis buscó contornear mi raja por encima de la fina tela de la braga. Yo tenía las piernas juntas y sólo pasó su dedo pero la sensación de sentir ahí un cuerpo extraño me hizo encogerme casi a posición fetal y lanzar un gemidito.

Iván entendió que me gustaba y presionó con su dedo rozando mi clítoris. Yo me agarré fuerte a su cuello mientras su dedo me rozaba. Joder, me estaba gustando. ¿Eso sería lo que se sentía al follar? Me estaba relajando y abrí las piernas. Mi novio interpretó que le daba vía libre y metió la mano dentro de la braga topándose con mi entonces tupido vello púbico. Tuve que ahogar un gritito pegando mi cara a su cuello.

Fue entonces cuando sentí su dedo resbalar entre mis labios empapados. Él también gemía. Me asusté y le rogué que no me desvirgara pensando en el tamaño de su dedo. Pero me tranquilizó respondiendo que sólo quería acariciarme. Así pude sentir como por primera vez algo ajeno a mí penetraba mi vagina.

No voy a engañar a nadie haciendo pensar que yo no sabía ya masturbarme. En las charlas con mis amigas habíamos comentado alguna vez como se hacía y alguna presumía de pasárselo muy bien. Pero yo estaba descubriendo que se disfruta más cuando te lo hacen pues en cuanto la primera falange del dedo de Iván se coló y empezó a moverse dentro de mi chocho no pude evitar estremecerme y gemir entre respiraciones profundas para regocijo de mi novio que respiraba con parecida intensidad dando leves gemiditos.

Extasiado y algo torpe busqué con mi mano el bulto que solía sentir cuando Iván y yo nos enrollábamos. No atinaba a dibujar su contorno pero al tacto me parecía mayor que a la vista. Sus gemidos me enardecían pero sobre todo su dedo rozándose con mi coño. Quise meter mi mano dentro de su pantalón para devolverle el placer que yo sentía cuando el cosquilleo del bajo vientre derivó en una presión en el diafragma desconocida hasta entonces por mí.

Sentía que me ahogaba pero no me agobiaba. Parecía que mi vientre se fuese a quedar petrificado y un calambre me recorría la espalda erizándome la piel y haciendo que mis pezones pincharan. ¿Qué era aquello? Por fin sentí una explosión cuando mis entrañas empezaron a agitarse quedándome en suspenso sin poder tomar ni soltar aire mientras la sensibilidad de mi chocho se disparaba.

Incapaz de soportar tanta sensibilidad arqueé mi espalda y tiré de la mano de Iván para que la sacara de mis bragas hasta que pude recuperar la respiración de nuevo dejándome caer de nuevo en su cuello que babeé inconscientemente. Jooooooder, acababa de descubrir lo que era un orgasmo de verdad y de veras que me había gustado.
 
Pero aquello en vez de soltarme me hizo avergonzarme. Que Iván hubiese visto como me corría del gusto y quedaba extasiada en sus brazos lejos de hacerme ganar confianza provocó exactamente lo contrario. Incluso evité pasar por el parque con él por miedo a repetir la escena aunque en el fondo me había encantado que mi novio me tocara el coño.

Pero eso forma parte de esa dicotomía casi constante entre placer y culpa en el que nos movemos los seres humanos y más a edades tempranas en que la mentalidad social nos impone el autocontrol sobre nuestros deseos.

Temerosa de que Iván se pensara que lo evitaba y a la vez sintiéndome obligada a devolverle el placer que me había dado me confesé con una de las pocas amigas con las que mantenía contacto en clase.

Tras apuntarse el tanto de que sabía que Iván y yo éramos más que amigos pues a su entender “una tía y un tío que pasan tanto tiempo juntos tarde o temprano acaban liados…”, se colgó la etiqueta de experimentada a pesar de que yo no le conocía novio alguno, aunque sí sabía que se había ido con algún chico en el parque cuando paveábamos por allí el curso anterior.

-A los tíos les gustan dos cosas- sentenciaba- meterte mano y que les den gusto en la polla. Lo primero es fácil, dejas que te toquen las tetas el culo y el chocho y se ponen como una moto. Si el tío sabe además te da gusto a ti…

Ese era mi caso. Al menos Iván habría disfrutado del momento aunque yo no hiciera nada.

-…si con un dedo te mueres del gusto imagínate cuando te meta la polla…-continuó dando a entender que ella ya no era virgen- porque es increíble, pero si tú lo que quieres es darle gusto sólo sin que te la meta hay dos formas.

-A ver…-respondí algo impaciente.

-Una paja o se la mamas.

Pensando en el cerco aparentemente viscoso que se le quedó en el chándal el día que me había sentado en sus piernas jugando al videojuego descarté nada que supusiera que el punto por donde meaba mi novio pasara pro mi boca. Por lo que pregunté por la paja.

Su tonillo condescendiente me estaba molestando pero si la información me era útil para arreglar mi problema obviaría la forma como me estaba tratando. Por lo que escuché como me explicaba:

-Cuando se les pone dura normalmente la punta se les sale del pellejo. Es donde sienten más gusto por eso hay que tocarles ahí, pero como llegan a correrse es cuando subes y bajas la mano con la polla en medio. Cuanto más rápido mejor, más gusto les da y se corren. Y la mamada es igual pero con la boca que es lo que más gusto les da.

-¿Y tú ya la has mamado?- cometí el error de preguntar.

-Claro, Claudia. Yo sé cómo tratar a un tío…

“Claro, Claudia…”. No sé de qué se las daba pero ese comentario me hizo sentirme una inútil con mi novio. Aunque una cosa es querer y otra, poder. Y era más fácil pensarlo que decirlo. Porque pensando en los pitos de mis hermanos cuando los bañaba o les cambiaba los pañales no me hacía una idea de cómo podría ser la polla de Iván comprobado el bulto que se le marcaba en el pantalón y el contorno que yo había llegado a recorrer con mi mano el día que me había masturbado en el parque.

¿Me atrevería yo a hacerle una paja a mi novio o mi bloqueo significaría el fin de nuestra relación? Ni siquiera había hablado de eso con él a pesar de la supuesta confianza que teníamos. En realidad no estaba segura de por qué me había hecho novia de Iván, pues como años después comprobé con él nunca llegué a sentir lo que sí sentí con Luis antes siquiera de empezar nuestra relación.
 
Con Luis yo sabía lo que sentía, sabía lo que quería pero no quería hacerlo. Me pesaba demasiado la responsabilidad de la que en realidad carecía con Iván. Tras nuestra primera Navidad en la residencia volvió algo más relajado. No me lanzaba tantas indirectas y parecía más concentrado en otras cosas.

Yo supuse que serían los nervios de los exámenes aunque quizá hubiera otra chica. Yo empezaba a cogerle manía a la tal María esa con la que quedaba para estudiar. Pero eso era algo mío interno que no iba a compartir con nadie a pesar de que Lourdes ya me había preguntado retóricamente si Luis me gustaba. Pues claro que sí, pero en plenos exámenes no, no y no.

Lo pasé mal por el agobio de los estudios y por la distancia que Luis empezaba a tomar conmigo. Pero cuando conocí a la tal María… Una rubia pija bastante pedante que se las daba de superamiga de Luis y seguro que buscaba algo más. Si yo pudiera te ibas a enterar, pero no podía. No iba a fracasar otra vez por abrirme de piernas con un tío. Aunque fracasar con el tío también empezaba a agobiarme. Qué difícil mantener ese equilibrio con él. Cada día más suelto, más abierto, más descarado.

Su fama en los partidos de fútbol lo ponían en el escaparate y yo me daba cuenta de que otras chicas lo veían atractivo aunque afortunadamente le faltaban tablas para llevárselas al huerto. Pero ¿y cuándo las tuviera?

Aunque estaba aterrorizada por la posibilidad de no haber sacado la nota necesaria para mantener la beca en los exámenes empecé a buscar la forma para acercarme más a Luis con cuidado de no caer en sus brazos. Puede sonar egoísta, pero me gustaba tenerlo a mi lado y no sabía cómo reaccionaría si se iba con otra chica. Así recuerdo como cuando se ofreció a darme un masaje accedí dudando de su eficacia aunque al final me relajó bastante la espalda.

Pero fue cuando lo utilicé como maniquí para repasar anatomía cuando más cerca estuve de caer. Su docilidad mezclada con su descaro cuando se empalmó sólo por sentir mis manos marcando los distintos músculos me sorprendió. Ya no ocultaba ni sus erecciones. No era la primera vez que le pasaba conmigo pero siempre lo disimulaba. Aquel día presumió de ello. Él estaba dispuesto a dar el paso conmigo, pero ¿para qué? No me quería enganchar de un tío que sólo buscaba follar conmigo. Luis no era así, pero yo no lo sabía. Poco faltó para que aquel día no termináramos liados y la culpable había sido yo y sólo yo con la ocurrencia del repaso de anatomía.

Auténtico repaso que le estaba dando a su cuerpo que me tenía tan turbada, allí a mi disposición a la vez que bromeaba con su delgadez. Si yo hubiera tenido polla ese día habría acabado tan empalmada como él. ¿Por qué me autoflagelaba así? Creía que si Luis me veía “disponible” esperaría a que yo encontrara el momento propicio. El problema es que yo no sabía cuando sería ese momento. Pues al acabar el curso nos separaríamos y al siguiente yo tendría que centrarme en mis estudios. Mi cabeza no daba para más. Pero aquel día me habría quitado mi camiseta para pegar mi cuerpo al suyo y sentir nuestras pieles unidas acompasando nuestras respiraciones. En vez de contornear sus músculos habría acariciado su piel. Joder, si hasta se me pasó por la mente acariciarle esa polla que se marcaba en sus calzoncillos. ¿Cómo podía estar tan colgada de un huevón como Luis? No sé qué me daba ese niño.

Al final lo único que se me ocurrió fue proponerle salir a tomar algo. Porque si nos hubiésemos quedado más en aquella habitación no habría podido resistirme más.
 
Otro tema había sido mi relación con Iván. Tras la charla con mi amiga y la naturalidad que ella le daba a que un tío te metiera mano y tú a él estaba decidida a dar ese paso. Sentir las manos de mi novio pasearse por mi cuerpo no me había desagradado y correrme con el dedo de mi novio dentro de mi chocho había despertado en mí un deseo de probar más cosas. ¿Cómo sería sentir una polla?

Pero antes de eso tenía que aprender a dar placer a Iván. Y no sabía ni como planteárselo. Aunque al estar juntos en clase cuando me pidió pasar la tarde juntos en vez de las excusas de los días anteriores acepté sabiendo que probablemente acabaríamos en nuestro banco del parque con lo que ello conllevaba.

Pero Iván estaba muy cortado. No estaba hablador. Bueno, él realmente no solía serlo, pero aquel día estaba aún más taciturno. Parecía que quería decirme algo y no sabía cómo empezar. Yo estaba igual así que sólo se me ocurrió expresarle mi confianza abrazándome a su cintura mientras caminábamos. Su brazo en mi hombro tras una respiración profunda me confirmó que mi actitud le relajaba.

Sentados ya en nuestro banco me senté en sus piernas echándome en su hombro como solíamos. Seguíamos sin hablar y así nos quedamos un buen rato en silencio hasta que la voz ronca de mi novio me dijo con la voz entrecortada:

-Creía que querías cortar conmigo.

Levanté la cabeza para mirarlo a los ojos sorprendida y pregunté:

-¿Yo? ¿Por qué?

-Creía que me había pasado el último día aquí y estabas enfadada. Yo te iba a pedir perdón y no sabía cómo…

-Ay que tonto. No estaba enfadada…Estaba cortada- respondí bajando la mirada huyendo de sus ojos y notando como me ruborizaba.

-¿Conmigo?

-Es que…-no sabía cómo explicarle lo que había sentido- Pues que me gustó. Y no sabía lo que ibas a pensar…y yo…

-¿No estás enfadada porque te tocara?

-No…-respondí sin atreverme a mirarle- Me daba corte lo que me pasó cuando me tocabas.

-¿Y qué pasó?- preguntó extrañado.

-Pues eso, que me dio mucho gusto…-respondí ruborizándome de nuevo.

-Joder, Claudia. Qué susto me has dado. Estaba acojonado pensando en que me mandabas a la mierda por haberte tocado.

Me acurruqué contra su pecho mientras le decía:

-No sé qué pensarías de mí…

Admito que esa conversación era una absoluta niñería en mi barrio pero Iván y yo estábamos totalmente perdidos con respecto al sexo y más aún en la formade expresar los sentimientos. Pero ahí descubrí que yo también podía ser lanzada y le pregunté:

-¿Y a ti te gustaría que yo te tocase?

-Si tú quisieras me encantaría…-dijo casi susurrando.

-Nunca lo he hecho. A lo mejor lo hago mal.

-Yo sólo te he tocado a ti- me confesó a pesar de ser dos años mayor.

Me giré pasando una pierna por encima de las suyas para sentarme de frente. Notaba su nerviosismo pero también su deseo. Yo no tenía ni idea de por donde empezar. Así que apoyé mis manos sobre sus caderas y empecé a besarlo. Iván estaba especialmente pasivo pues su manos no se movía apoyadas en el asiento del banco. Entonces acerqué mi mano a su entrepierna sintiendo como se agitaba su respiración.

Como había hecho el día que él me había masturbado apoyé mi mano sintiendo como su polla se endurecía y su respiración se aceleraba aún más. Separé mi cara de la suya e introduje mi mano por su camiseta. Nunca lo había hecho y descubrí que mi novio era velludo pues sentí pelo por su barriga del mismo tipo que los de su incipiente barba descuidada. Estaba más nervioso que yo ahora.

Decidida tiré con una mano del elástico de su pantalón de chándal encontrándome con su polla marcada en sus calzoncillos grises con una gota de líquido que traspasaba la prenda. De nuevo acaricié el bulto notando como resoplaba. No resistí más la curiosidad y quería ver cómo era aquello aun con el temor a sentir cierto rechazo si no me agradaba.

Ahora tiré de los dos elásticos a la vez dejando que el contenido saltara fuera sobresaltándome. Aquello no eran los pitirrines que recordaba de mis hermanos cuando eran pequeños. ¿Cómo podía cambiar tanto? En el parque había visto sin querer alguna vez a algún tío mear entre los árboles y de haber tenido algo tan grande me habría llamado la atención. Y en el libro de Biología no aparecía pintado de forma tan descomunal. Con los años descubriría que en realidad la polla de Iván era bastante normal pero en mi mente adolescente me resultó enorme en aquel momento en longitud y especialmente en grosor. Supongo que muchas mujeres vírgenes habrían pensado como yo en ese momento: esto por ahí no cabe…

Su polla estaba tiesa completamente apuntando hacia mí naciendo desde una base de vello muy oscuro totalmente hinchada con las venas marcadas y su prepucio ligeramente abierto mostrando la punta de su glande de la que manaba un hilillo de líquido transparente. No sabía qué hacer pero Iván lo tuvo claro. Me cogió la mano libre y la llevo hasta su nabo haciendo que lo rodeara con mis dedos como si fuese el mango de una raqueta. Estaba muy caliente su piel y me resultó extrañamente duro.

Al sentir mi mano gimió como cuando me había tocado él a mí. Ante mi parálisis él mismo dirigió mi mano haciendo que su prepucio bajara descubriendo todo su glande, bastante grueso. Tras un par de sacudidas me pidió que lo hiciera yo. Creo que con brusquedad repetí los movimientos notando como su piel en realidad estaba despegada de lo duro que hubiera dentro y yo podía subir y bajar mi mano por el tronco de su polla sin llegar a superar su glande.

Al hacerlo Iván empezó a respirar profundo y algo entrecortado mientras bufaba quedo: “Ufff, uffff, uffff…”. Entendí que lo estaba haciendo bien y aceleré el ritmo. Mi novio metió una mano en mi camiseta para sobarme las tetas mientras yo le meneaba la polla cumpliéndose la explicación de mi amiga de que a los tíos lo que les pone es meterte mano mientras se la meneas. Y debía ser verdad porque Iván empezó a sudar y a gemir mientras la punta de su polla se ponía más hinchada y oscura, justo antes de que se relajara completamente su cuerpo y empezaran a salir una especia de salivajos blancos, espesos y calientes que cayeron sobre su chándal y mi mano dándome tal asco que solté su polla y me aparté hacia atrás por miedo a que su semen cayera por mis piernas o shorts.

Entonces se relajó aún más soltando todo el aire de sus pulmones hasta que dijo:

-Ufffff, nena…

¿Nena? Nunca me había llamado así.
 
Pese al asco que me había dado la corrida de Iván aquello no significó que ese hábito no se convirtiera en algo común cuando nos poníamos cariñosos. De hecho empezaba a acostumbrarme a mancharme la mano y al olor intenso de su semen del mismo modo que yo me derretí más de una vez con su dedo paseándose dentro de mi chocho.

Sin embargo algo empezó a cambiar y no eran nuestros incipientes hábitos sexuales. Y es que empecé a preguntarme a mí misma si realmente mi novio me gustaba.

Y no era algo meramente físico. Yo misma era consciente de que Iván ni era guapo ni estaba bueno. Para qué nos íbamos a engañar. Siempre desaliñado, con el pelo descuidado, barba de pocos días consistente en cuatro pelos diseminados por su cara, de la misma forma que esos mismo pelos se le diseminaban por el pecho y la barriga hasta llegar a su pubis, mal vestido y en ocasiones aseado lo justo. Mi novio era un desastre. De no haberme sentido una paria en la clase yo nunca habría acabado trabando amistad con él. Y del roce vino el cariño. Pero ahora que ese roce incluía sexo empecé a dudar pues aunque cuando él me tocaba me ponía muy caliente cuando era al revés no me calentaba y ese hecho empezó a provocar mis dudas.

Dudas que llevé al ámbito académico. Iván era un vago que se pasaba todo el día tirado sin hacer nada o jugando a videojuegos mientras que yo pese a mi rebeldía pasaba de suspender el curso. No quería ser como él y por eso en junio temiendo suspender alguna asignatura lo discutí con él.

Su respuesta fue aprovechar que su madre había empezado a trabajar por las tardes en un supermercado para ofrecerme estudiar juntos en su casa. La idea me pareció genial e incluso lo interpreté como un deseo suyo de intentar salvar el curso. Pero fue un fracaso.

Iván no era capaz de concentrarse y cuando apenas llevábamos media hora terminaba levantándose de la mesa para tirarse en la cama a leer algún comic. Pero también se cansaba y se volvía a la mesa pero a buscarme haciéndome cosquillas, sobándome las piernas o incluso directamente a meterme mano.

Yo como buena novia al principio lo asumía como muestras de cariño pero en realidad a Iván lo de pasar las tardes en su casa le venía de lujo para poder darse el lote conmigo y aprovechando el estar solos en su casa, acabamos más de una vez tirados en su cama. Así, mi novio consiguió algo que me confesó que llevaba tiempo esperando que era verme las tetas pues hasta ahora sólo me las había tocado.

Para mí fue una situación más incómoda que sentir sus manazas tocándome y me dio que pensar. Si antes me gustaban tantos sus abrazos, el echarme en su corpachón sudado para que me metiera mano mientras al final yo terminaba meneándole la polla ya no me gustaba tanto, y es que empezó a resultarme cansino hacerle una paja casi diaria o pararle las manos cuando me metía mano a mí.

El colmo que terminó por decidirme a poner fin a nuestra relación fue cuando un día mientras se la estaba meneando tirados en la cama, él con los calzoncillos bajados y yo con la camiseta levantada para que me sobara las tetas mientras lo pajeaba, empezó a insinuarme que si se la chupaba se correría antes pero que se moría de ganas por metérmela.

Aquello más que molestarme me dio nauseas. Me sentí manoseada por alguien a quien sentía extraño mientras mi mano subía y bajaba por su polla babosa. ¿Meterme eso en la boca? Qué asco…y desde luego no me sentía atraída por él ni compartía tanto con él como para entregarle mi virginidad. El remate fue cuando su polla empezó a chorrear semen mientras parecía empujarme con su brazo para acercarme más a su polla.

Me levanté airada de la cama a limpiarme la mano en el baño y me fui a casa. Al día siguiente corté con él en el parque aprovechando que era viernes y no nos veríamos en el instituto hasta el lunes. No recuerdo, es difícil de creer, pero no recuerdo exactamente que razones le di para acabar nuestra relación pero sí que tenía pensado decirle que volviéramos a la amistad que teníamos al principio, pero sus súplicas convertidas poco después en reproches y por último en amenazas me hicieron desistir. No volvió a aparecer por el instituto. Total, no iba a aprobar nada.
 
Luis intentó volver conmigo durante al menos 9 meses tras cortar. No sé si más porque rompí todo contacto. Iván lo intentó mucho menos, sólo alguna vez pero con la excusa del fin de curso lo evité. No le di ni derecho de réplica.

Ahora ese derecho lo quisiera yo para mí. Ya han pasado varias semanas desde que con la excusa del informe para su padre Luis se disculpó, se quitó la espinita que tenía clavada y desapareció de nuevo en su vida de ensueño en su chalé con su mujercita, sus hijos y su perro. Temí que buscara retomar algún tipo de relación y yo no saber cómo llevarlo pero en realidad me he llevado un palo.

Ha sido como uno de esos polvos con un desconocido en que el tío con dos empujones se corre y se olvida de ti. Pues esa misma sensación se me ha quedado. Vino, habló de su libro como aquel famoso escritor, y se fue. Porque en realidad sólo había venido a eso. Y yo me quedé en mi realidad. Mi aparentemente elegida realidad en la que por asegurarme el éxito profesional me olvidé del resto de mi vida.

Y había empezado pronto. Porque con Iván una de las excusas habían sido los estudios. El problema es que con Luis eso no sirvió en la residencia. Pero ahí yo tenía gran parte de culpa porque en vez de darle largas me mostraba como esa amiga tan cercana con la que no puedes tener nada. Pero si es que ni yo misma podía engañarme. Cuando creía que me estaba pasando le daba pie a acercarse. ¡Si es que cuando lo utilicé como maniquí de anatomía por poco me lanzo allí mismo a besarlo, a apretarlo, a comerle la churra, a lo que fuera…!

En Carnaval con la excusa de que él iba disfrazado de mujer y yo de hombre nos besamos. Yo lo planteé como un juego, pero él siempre veía más lejos. Joder, cómo me gusto sentir sus labios. Se me erizó la piel y hasta se me empitonaron los pezones besándolo. Pero cuando le di a entender que era sólo un juego y nada más se pilló un cabreo de mil demonios que acabó en discusión y borrachera. Su inmadurez asomaba en esos casos. Pero yo era consciente por mi experiencia. De hecho esa inmadurez me asustaba si yo no sabía gestionarla, y es evidente por lo que ocurrió después, que no supe.

Mi problema entonces es que me enteré de que había acabado durmiendo en casa de la rubia esa de su clase. La tal María. No me fiaba un pelo de esa niña. Iba de mosquita muerta pero quería llevarse a mi Luis. Yo conocía a ese tipo de tía. En mi barrio iban de puras y al final una barriga temprana las delataba. Pero ésta era más lista. Y la temía. Y para colmo de males yo había provocado que Luis acabara allí.

Lourdes me tranquilizó a la vez que juraba no entenderme. ¿Si tanto me gustaba porque me llevaba aquel extraño juego con él? Y ni yo misma era capaz de explicárselo más que con la excusa de la beca y los estudios, y más cuando en el primer cuatrimestre no había conseguido las notas tan altas que yo quería en todas las asignaturas. Tenía que aplicarme y eliminar distracciones. Y Luis era la principal. Como lo había sido Iván.

Porque para tranquilidad de mi madre salí limpia en junio de ese año, había dejado de ver a aquel niño que no le terminaba de gustar y volvía a salir con algunas de mis amigas, que en realidad eran más peligrosas que Iván.

Me pasé todo el verano pasando por las zonas más peligrosas del barrio, donde se trapicheaba droga, se fumaba y se movía la gente menos deseable. Yo misma había probado ya alguna calada a algún porro. Pero mi tía, la soltera, la hermana de mi madre como premio por haber aprobado todo y al ser ya mis hermanos más mayores se me llevó casi todo el mes de agosto a la costa. Yo era su antídoto para la soledad. Nunca imaginé que me terminaría pareciendo tanto a ella.

Pero yo empecé ahí a envidiar su independencia, su inteligencia y como había construido su vida a través del estudio y el esfuerzo. Eso sí. No se le conocía pareja estable, algo que mi madre criticaba. Nunca pensé que terminaría pareciéndome a ella.
 
Desaparecer una temporada del barrio tampoco me libró de lo que mi madre temía. Pese a que ya empezaba a ganarme fama de empollona en un barrio donde el fracaso escolar era común aparentemente yo hacía lo mismo que la mayoría de la gente. Me mimeticé vistiendo como la mayoría de chicas de la edad, tampoco había variado tanto el tiempo que estuve con Iván. Empecé el curso combatiendo el calor con shorts excesivamente cortos, aunque en mi caso no eran demasiado llamativos por mis pequeñas nalgas que no se desparramaban fuera de la prenda como las de otras chicas, y camisetas de tirantas por las que asomaban las tiras de un sujetador que había empezado a usar de nuevo acomplejada por mis pequeños pechos en comparación con otras amigas.

Era habitual vernos en grupo todas vestidas igual, con nuestros ojos maquillados con grandes rabillos y moños recogidos desordenadamente. Y también era habitual que se nos acercaran grupos de chicos a tontear con nosotras. Pero en los ambientes que nos movíamos esos chicos solían ser mayores que nosotras, de hecho solían ser en ocasiones demasiado mayores. Pero a nadie parecía raro teniendo en cuenta que nuestras compañeras gitanas que habían compartido colegio con nosotras estaban muchas casadas o robadas y ya presumían de churumbel o barriga.

Un fin de semana en que habíamos bebido algo de alcohol y estábamos algo envalentonadas me fui con uno de aquellos chicos mayores. Me pareció guapo y me invitó a fumarnos un peta mientras charlábamos. De no haber estado algo empuntada ni se me habría ocurrido separarme tanto tiempo del grupo.

No hacía más que decirme lo guapa que era, la mejor de todo el grupo y piropos similares hasta conseguir su objetivo que fue empezar a besarnos. Era mucho más decidido que Iván y besaba de forma muy dominante pero que a mí me estaba resultando muy masculina. Cuando apoyé mi mano en su pecho noté la dureza de su musculatura y me dejé llevar figurándome que estaba siendo agasajada por un modelo o un deportista en mi mente juvenil.

Empezaba a ser un poco brusco apretándome las nalgas y rozándome su barba áspera de pocos días pero yo no me iba a arrugar. Iba a demostrarle que no era una niña por lo que cuando empezó a sobarme las tetas yo lo imité encontrándome con un pectoral duro y depilado tan diferente de las carnes más bien fofas de Iván.

No medí que aquello le daría pie a más en mi mezcla de inocencia e inexperiencia. Cuando su mano sacó mi teta de la copa del sujetador me empecé a sentir incómoda pero no dejaba de decirme lo buena que estaba y las tetas tan ricas que tenía entre gemidos. Incluso me levantó la camiseta para chupármelas. Ahí yo me habría ido, pero una tía experimentaba no se arrugaba y sabía como controlar a un tío. El problema es que yo no cumplía ninguno de los dos requisitos.

Admito que sentir sus labios succionando mis pezones entre gemidos empezó a ponerme bastante con ese cosquilleo que yo conocía ya y la sensación de empezar a mojar las bragas así que creo que gemí envalentonándolo más pues se llevó mi mano directamente a su entrepierna para que comprobara como estaba su polla mientras me gemía comiéndome el cuello:

-Mira que dura me la has puesto…

¿Hasta donde iba a llegar? Yo sólo había pensado en besarme un poco con él y poco más y estaba apoyada contra un árbol con las tetas asomando entre la camiseta y el sujetador sobándole el paquete a un tío que apenas conocía y que ahora se estaba desabrochando el pantalón. Entonces recordé a mi amiga: lo que un tío quiere es meterte mano mientras le meneas la polla.

Efectivamente se sacó del calzoncillo una polla más larga que la de Iván aunque no tan gruesa y venosa que empecé a sobar y pajear suavemente mientras me susurraba al oído: “Muy bien, nena…”. Entonces sentí su mano subir por mi muslo hacia mi entrepierna y di un respingo. Afortunadamente desistió. Quizá la fuerza con la que lo masturbaba colaborara. Pero él quería más y apoyando su mano en mi hombro empezó a decirme:

-Que buena zorrita eres…¿por qué no me la chupas un poquito?

Ahí me asusté verdaderamente pues su mano presionaba para hacerme agachar. Sin decir nada solté su polla y me zafé de él corriendo mientras intentaba recoger mis tetas en el sujetador. El corazón me latía a mil. Y temí que me persiguiera sin atreverme a mirar atrás.
 

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