Hipnosis Prohibida: Mónica, mi madrastra

Adelante se viene lo mejor s ver que pasa con Adrian
 
Capítulo 14

El Espejo Roto


El martes amaneció con un sol pálido que no lograba disipar la melancolía otoñal. Adrián llegó a casa poco después del mediodía, el traqueteo de su maleta sobre el sendero de piedra del jardín anunciando su regreso. La casa, bañada en una quietud casi irreal, le pareció extrañamente silenciosa, como si contuviera la respiración. Dejó la maleta en el vestíbulo y avanzó, una mezcla de alivio por estar de vuelta y la persistente preocupación por su madre, ahora atenuada, en su interior.



Mónica apareció desde la cocina, secándose las manos en un paño. Su sonrisa fue instantánea, cálida, pero había algo en ella, una especie de barniz sereno, que a Adrián le resultó… diferente.

—¡Adri! ¡Qué bueno que llegaste! ¿Cómo fue el viaje? ¿Tu mamá está bien instalada?

Lo abrazó, un abrazo afectuoso, casi maternal, que carecía por completo de la carga eléctrica, de la complicidad no dicha que había comenzado a surgir entre ellos antes de su partida. Sus ojos, esas esmeraldas que tanto lo habían obsesionado, lo miraron con una amabilidad diáfana, pero distante. Como si lo viera a través de un cristal pulido.

—Bien, Moni. El viaje tranquilo. Y mamá está mucho mejor, gracias. Adaptándose de a poco —respondió él, sintiendo una extraña punzada de… ¿decepción? No, era más bien una confusión sutil, una nota discordante en la melodía de su regreso.

La Mónica que lo había despedido con un beso más largo, más sentido, parecía haberse esfumado, reemplazada por esta anfitriona serena y ligeramente impersonal.



La tarde transcurrió en una atmósfera de cortesía tranquila. Adrián intentó charlar, contarle más detalles sobre el estado de su madre, sobre la pequeña ciudad donde ella vivía. Mónica escuchaba con atención aparente, asentía, hacía las preguntas correctas, pero sus respuestas eran concisas, sus reacciones medidas. Era como conversar con una versión cuidadosamente editada de su madrastra. Varias veces, Adrián la sorprendió mirando discretamente el reloj de la sala, y una tensión casi imperceptible pareció acumularse en ella a medida que se acercaban las cinco de la tarde.

Él recordaba sus propias tardes en casa de Gustavo, la forma en que aprendió a leer las micro expresiones, la tensión subyacente en las mujeres que su padrino manipulaba. Un escalofrío incómodo le recorrió la espalda…



Poco antes de las cinco, Mónica se levantó del sofá donde habían estado conversando.

—Bueno, Adri, me tengo que ir. Hoy tengo mi club de lectura sobre psicología. Ya sabes, con Gustavo.

Adrián frunció el ceño. ¿Club de lectura? Recordaba vagamente que Mónica había mencionado algo así muy por encima en sus conversaciones por teléfono, pero no le había dado importancia porque en ese momento su mente estaba en la recuperación de su madre.

—Ah, cierto. ¿Y qué tal eso? ¿Interesante?

—Mucho —respondió Mónica, y por primera vez en toda la tarde, un brillo genuino pareció encenderse en sus ojos, aunque era una luz fría, casi fanática—. Gustavo es un guía excepcional. Me está ayudando a entenderme mucho mejor.

Se dirigió al vestíbulo a por su bolso. Adrián la siguió, una inquietud indefinida creciendo en su pecho.

—¿Vas seguido?

—Todos los martes y jueves —dijo ella, ya con la mano en el picaporte—. Es mi espacio, Adri. Algo que hago por mí.

Y con una sonrisa que no llegó a sus ojos, salió, dejando a Adrián solo en la casa silenciosa, con la sensación de que una pieza fundamental del rompecabezas de su hogar se había descolocado.



Mientras tanto, Gustavo aguardaba en su estudio. Mónica le había informado la noche anterior, durante su llamada de "buenas noches" programada, sobre la hora exacta de la llegada de Adrián. La presencia del muchacho en la ecuación no lo perturbaba; al contrario, añadía un nuevo matiz de excitación al juego. Adrián, el catalizador original, ahora se convertía en un espectador inconsciente, quizás incluso en un futuro peón en una etapa más avanzada del plan.

Hoy, la sesión con Mónica tendría un componente adicional. No solo reforzaría su sumisión y exploraría nuevas avenidas de placer programado, sino que también se dedicaría a blindarla contra cualquier influencia residual de Adrián. Quería asegurarse de que el antiguo lazo entre ellos estuviera completamente roto, o mejor dicho, transformado en algo inocuo, bajo su entero control.



Mónica llegó puntual, como siempre. Cruzó el umbral y la transformación fue casi instantánea.

—Mi bella flor del desierto…

La frase la sumergió de inmediato en ese estado de receptividad absoluta. Sus hombros se relajaron, su rostro adquirió esa expresión de beata sumisión que tanto complacía a Gustavo.

La guio al dormitorio. La ceremonia de desvestirse, la adoración oral, el primer encuentro sexual, todo transcurrió según el ritual establecido. Pero hoy, Gustavo fue más incisivo en sus susurros hipnóticos durante el acto.

—Adrián está en casa, ¿verdad, mi flor? —murmuró mientras la poseía con un ritmo lento y profundo—. Lo viste hoy. Hablaste con él.

—Sí, mi amo. Está en casa.

—Y dime, ¿sentiste algo por él? ¿Alguna chispa de lo que alguna vez creíste sentir?

Mónica, bajo el influjo de las directrices previas y las actuales, respondió con la voz entrecortada por el placer programado:

—No, mi amo. Solo afecto familiar. Distante. Usted me enseñó que mi verdadero ser, mi verdadero deseo, solo le pertenece a usted. Adrián… es solo el hijo de Mateo.

—Excelente —siseó Gustavo, aumentando la intensidad de sus embestidas—. Porque eso es lo que es. Un muchacho. Un recuerdo. Yo soy tu presente, tu futuro, tu única realidad. Y cualquier intento que él haga por acercarse demasiado, por revivir cualquier intimidad pasada, te causará…rechazo. Una leve repulsión, incluso. ¿Entiendes? Buscarás mi protección, mi guía, si él intenta cruzar esa línea.

—Entiendo, mi amo. Solo usted. Su contacto es placer. El de otros… es indiferencia… o incomodidad.

Gustavo sonrió contra su cuello. Estaba forjando un escudo invisible alrededor de ella, un campo de fuerza psicológico que la aislaría por completo.

Durante la sesión, la hizo verbalizar repetidamente su devoción exclusiva, su desprecio (cuidadosamente inducido) por la monotonía de su vida matrimonial con Mateo, y su anhelo constante por los encuentros con él, su verdadero y único amo. Le hizo describir con detalle su breve interacción con Adrián esa tarde, y luego él "corrigió" sus percepciones, insertando sus propias interpretaciones, asegurándose de que ella viera a Adrián a través del filtro que él había diseñado: un joven inofensivo, ligeramente patético en sus afectos no correspondidos, indigno de cualquier consideración emocional profunda.

El sexo fue intenso, casi febril. Gustavo se sentía particularmente poderoso esa tarde, con la conciencia de Adrián al otro lado de la ciudad, ignorante del drama que se desarrollaba, del destino de la mujer que ambos, de diferentes maneras, habían deseado. Cada embestida era una afirmación de su victoria, cada gemido de Mónica una prueba de su arte.



En la casa de los Saldaña, Adrián deambulaba como un fantasma. La quietud se había vuelto opresiva. Intentó leer, ver televisión, pero una desazón persistente lo mantenía inquieto. Subió a su antigua habitación, luego, impulsado por una curiosidad malsana, se asomó al dormitorio de Mónica y Mateo. Estaba impecable, impersonal. Abrió el armario de Mónica. Sus vestidos, sus blusas, sus zapatos. El leve aroma de su perfume flotaba en el aire, un aroma que antes le aceleraba el pulso y que ahora solo le traía una extraña melancolía.

Recordó los primeros días, su obsesión con ella, las fantasías, el descubrimiento de los audios de Gustavo, el inicio de su propia "formación". Una oleada de culpabilidad lo golpeó. Él había sido parte de esto, de la manipulación de mujeres, aunque nunca con la maestría fría y calculadora de su padrino. ¿Y si Gustavo…? No, era impensable, no lo podía traicionar.

Pero la imagen de la mirada vacía de Mónica esa tarde, su afecto programado, no lo abandonaba. Intentó llamar a Mateo, necesitaba escuchar una voz familiar, romper el hechizo de silencio y duda que lo envolvía. Pero el teléfono de su padre sonó varias veces antes de saltar al buzón de voz. Como siempre, Mateo estaba ocupado, distante, ausente.

La soledad lo golpeó con fuerza. Se sintió como un extraño en su propia casa, un actor secundario en una obra cuyo argumento se le escapaba. La Mónica que había empezado a conocer, la mujer con la que había compartido secretos incipientes y una tensión erótica palpable, parecía haber sido borrada, reemplazada por una autómata sonriente.



Cuando Mónica regresó, pasadas las ocho y media, la serenidad en su rostro era casi insultante para el torbellino de emociones de Adrián. Entró con esa calma beatífica que él empezaba a reconocer como la marca de sus "sesiones".

—Hola, Adri. ¿Todo bien por aquí? —su voz era suave, meliflua.

—Sí, todo tranquilo, Moni —mintió él—. ¿Y tu club? ¿Esclarecedor como siempre?

Había un deje de sarcasmo en su voz que ella no pareció notar, o que eligió ignorar.

—Maravilloso —respondió, sus ojos brillando con esa luz extraña—. Cada día aprendo más sobre mí misma. Gustavo es… un verdadero maestro.

Subió las escaleras, dejando a Adrián en el vestíbulo con un nudo en el estómago. Un maestro. Sí, Gustavo era un maestro, pero Adrián empezaba a temer qué era exactamente lo que estaba enseñando, y a quién.

Se retiró a su habitación, la cabeza llena de dudas y una creciente sensación de alarma. El espejo de su realidad familiar se había roto, y en los fragmentos dispersos, comenzaba a vislumbrar una imagen distorsionada y aterradora. Decidió que no podía quedarse de brazos cruzados. Tenía que entender qué estaba pasando. Quizás, solo quizás, una charla con Gustavo, su padrino, su mentor, podría arrojar algo de luz. O quizás, solo lo hundiría más en la oscuridad. Por primera vez en mucho tiempo, Adrián sintió miedo, un miedo frío y visceral que nada tenía que ver con el tamaño de su miembro o su timidez social. Era el miedo a lo desconocido, a la maldad que podía anidar bajo la superficie de lo cotidiano. Y juró que observaría, que escucharía, que descubriría la verdad, por más terrible que esta pudiera ser.
 
Capítulo 15

El Pacto de las Sombras


Cuando Adrián regresó a casa, las conversaciones telefónicas previas no lo habían preparado para el cambio que encontraría en Mónica. Fue durante los primeros días de su regreso, al observarla de cerca, que una alarma helada comenzó a sonar en su interior. Mónica era otra. Su calidez anterior, cualquier rastro de la incipiente y extraña complicidad que habían tenido, se había desvanecido, reemplazada por una serenidad antinatural y una distancia emocional que lo desconcertaba profundamente.



Luchaba por entender qué había pasado, hasta que una horrible conexión se iluminó en su mente con la claridad de un relámpago: el estado actual de Mónica, esa obediencia casi sonámbula, se parecía demasiado al trance profundo que él mismo le había inducido repetidamente antes de su viaje usando la frase clave de Gustavo: "mi bella flor del desierto". Él conocía íntimamente el poder devastador de ese comando porque Gustavo se lo había enseñado y él lo había empleado, viendo sus efectos. La idea de que Gustavo estuviera ahora manipulando ese mismo anclaje hipnótico para sus propios fines, y con Mónica en un estado tan alterado, era una revelación monstruosa que lo llenó de pavor.



Y con esa revelación, la furia se apoderó de Adrián, una furia visceral y profundamente personal. No era solo la manipulación de Mónica lo que lo enfurecía hasta la médula; era la traición de Gustavo. Recordó con amargura las sesiones de "entrenamiento", la forma en que su padrino lo había instruido para usar esa frase específica con Mónica, quizás haciéndole creer que estaba dominando un arte que le permitiría, eventualmente, tener a Mónica bajo su influencia o incluso como su conquista. Las otras mujeres, Elena y Andrea, habían sido simples peldaños en esa escalera. Ahora veía con una claridad dolorosa que Gustavo solo lo había utilizado como una herramienta, un peón para implantar los cimientos de un control que el propio Gustavo planeaba explotar. El "maestro" no solo había traicionado su confianza, sino que lo había convertido en el artífice involuntario de su propia y amarga humillación, robándole el "premio" para el que creía estar preparándose.



Consumido por esta mezcla tóxica de rabia y traición, Adrián apenas pudo esperar. Esa misma noche, después de otra interacción superficial y extrañamente vacía con la nueva Mónica, quien le mencionó con una sonrisa serena su regreso de la "sesión de club de lectura", Adrián sintió que la sangre le hervía. Tan pronto como ella ingreso a su habitacion, tomó su teléfono, sus manos temblando de una furia apenas contenida, y marcó el número de Gustavo.

—Tenemos que hablar —sin preámbulos en cuanto Gustavo contestó, su voz un siseo bajo y peligroso—. De Mónica. De lo que le estás haciendo. De lo que me hiciste. Te veo en tu casa en media hora.

No esperó respuesta. Colgó, sintiendo una oleada de adrenalina amarga. Condujo con una temeridad imprudente, cada semáforo en rojo una prueba a su paciencia hecha trizas. El recuerdo de sus propias sesiones con Mónica, implantando la frase bajo la dirección de Gustavo, ahora lo quemaba como una marca de Caín. Él había sido el idiota útil, el que había arado el campo para que otro sembrara y cosechara.



Gustavo lo esperaba en la puerta de su casa, la misma expresión de calma impenetrable en el rostro. No había sorpresa, solo una especie de resignación divertida, como la de un ajedrecista que anticipa el movimiento desesperado de su oponente.

—Sabía que esta conversación era inevitable, Adrián —dijo, haciéndose a un lado para dejarlo pasar—. Aunque esperaba un poco más de… sutileza de tu parte.

—¡Al diablo con la sutileza! —explotó Adrián en cuanto la puerta se cerró, su voz resonando en la quietud del estudio—. ¡La tienes, ¿verdad?! ¡Estás usando "mi bella flor del desierto" en ella! ¡La frase que me hiciste implantar! ¡Está completamente bajo tu control, y es para tu puto beneficio!

Gustavo se dirigió lentamente a su escritorio, se sirvió una copa de brandy y contempló a Adrián con una mirada que mezclaba la condescendencia con un atisbo de oscuro deleite.

—Veo que tu perspicacia ha mejorado ligeramente, muchacho. Sí, la frase funciona a las mil maravillas. Y sí, Mónica es, como bien dices, mía. En todos los sentidos que puedas imaginar, y en muchos que ni siquiera te atreverías.

La confesión, tan directa, tan desprovista de cualquier atisbo de culpa, golpeó a Adrián con la fuerza de un puñetazo.

—¡Pero el plan…! ¡El plan era que yo aprendiera! ¡Que yo la tuviera! ¡Me dijiste que ella sería mi recompensa, mi prueba de maestría! ¡Todo lo de Elena, lo de Andrea… era para esto! ¡Para que yo disfrutara de Mónica, no para que tú, viejo sátiro, te la quedaras!

Una sonrisa gélida curvó los labios de Gustavo.

—Ah, Adrián, tu ingenuidad sigue siendo tu rasgo más… entrañable. ¿De verdad creíste que una mujer del calibre de Mónica, una verdadera joya, iba a ser el juguete de un aprendiz tan… limitado? Te di migajas, muchacho, para mantenerte motivado. Te permití jugar en el arenero. Pero Mónica siempre fue una pieza destinada a un jugador de grandes ligas. Tú solo fuiste el encargado de pulir el tablero.

—¡Me utilizaste! ¡Me convertiste en tu alcahuete!

—Utilicé tus evidentes talentos y tus aún más evidentes debilidades —corrigió Gustavo con frialdad—. Tu lujuria por Mónica, tu deseo de poder, tu inseguridad… todo fue material útil. Y debo decir que, como herramienta, fuiste moderadamente eficaz. Preparaste el terreno admirablemente.

Adrián sentía que la rabia lo ahogaba, pero también una oleada de impotencia. ¿Qué podía hacer? ¿Gritar? ¿Golpearlo? Gustavo tenía todas las cartas.

—Voy a contarle todo a mi padre —amenazó, aunque la frase sonó hueca incluso para sus propios oídos.

—¿Ah, sí? —Gustavo enarcó una ceja—. ¿Y qué le contarás exactamente? ¿Que su hijo, un joven de dieciocho años, estaba obsesionado con su madrastra de treinta y cinco y conspiraba con su padrino psiquiatra para seducirla mediante hipnosis? ¿Que tus "prácticas" incluían a otras mujeres? ¿Que tú mismo implantaste las frases de sumisión en Mónica? Adrián, por favor. En el mejor de los casos, Mateo pensará que has perdido la cabeza. En el peor de los casos, el escándalo lo destruiría, y a ti contigo. Yo, en cambio, saldría relativamente indemne. Soy un profesional respetado. Mónica podría testificar, bajo mi influencia, por supuesto, que nuestro "club de lectura" ha sido una bendición para ella, que la ha ayudado a superar una profunda crisis personal. ¿A quién crees que le creerían?

La lógica brutal de Gustavo era irrefutable. Adrián estaba acorralado, humillado, despojado de cualquier poder. Se dejó caer en el sillón, la furia evaporándose para dejar paso a una desesperación helada.

Gustavo observó la derrota de su ahijado con fría satisfacción. Era el momento de pasar a la siguiente fase.

—Pero no tienes por qué verlo todo tan negro, Adrián —dijo, su tono suavizándose, adoptando una falsa inflexión de generosidad—. Tu ira es comprensible, aunque mal dirigida. Lo que ha sucedido era, en cierto modo, inevitable. Y ahora que la verdad está sobre la mesa, podemos encontrar una forma… constructiva de seguir adelante. Una forma en la que tú también tengas un lugar, aunque no el que habías fantaseado.

Se acercó, se sentó en el sillón frente a Adrián, mirándolo con una intensidad que comenzaba a sentirse opresiva.

—Escúchame con atención, Adrián, porque lo que te voy a proponer requiere madurez y una comprensión profunda de la naturaleza humana, algo que sé que, a pesar de tus exabruptos, posees en algún rincón de tu mente.

Su voz comenzó a adquirir ese timbre hipnótico que Adrián conocía tan bien, esa cadencia que envolvía la mente y desarmaba las defensas. Adrián quiso resistirse, apartar la mirada, pero se sintió extrañamente paralizado, como una mariposa clavada por un alfiler.

—Mónica —comenzó Gustavo, su voz como un bálsamo oscuro—, está experimentando una auténtica liberación. Una que tú, con toda tu buena voluntad pero escasa experiencia, nunca podrías haberle proporcionado. Estaba atrapada, Adrián, en una jaula de oro de insatisfacción y tedio. ¿Crees que tu padre, con sus viajes constantes y su egocentrismo laboral, la hacía feliz? ¿Crees que tus torpes avances juveniles, cargados de inseguridad y de una verga de doce centímetros, eran lo que una mujer como ella anhelaba?

La mención directa de su mayor inseguridad física fue como un golpe bajo, pero la voz de Gustavo lo envolvía, impidiéndole reaccionar con ira.

—Conmigo, Adrián, Mónica ha despertado. Ha descubierto placeres y profundidades emocionales que la han transformado. Está radiante, serena, plena. Lo que yo le ofrezco no es dominación en el sentido vulgar que tú imaginas. Es una guía experta hacia su propia esencia erótica y emocional. Y ella lo anhela, lo necesita. Esta nueva relación que tiene conmigo, esta entrega total, no solo le parece bien, Adrián; le parece absolutamente necesaria para su felicidad, para su equilibrio. Y lo es.

Adrián sentía cómo sus convicciones se resquebrajaban, cómo la narrativa de Gustavo, tan perversa pero tan persuasiva, comenzaba a infiltrarse en los intersticios de su mente herida.

—Tú la ves cambiada, distante contigo —continuó Gustavo, como si leyera sus pensamientos—. Y es natural. Porque su centro emocional ahora soy yo. Pero eso no significa que no haya un lugar para ti. Un lugar diferente, sí, pero quizás más… maduro. Piensa en tu padre, Adrián. Mateo. Ese hombre vive en una burbuja. ¿Qué bien le haría conocer esta verdad? Lo destruiría. Su orgullo, su corazón, su mundo entero se vendrían abajo. Y tú, Adrián, tienes el poder de evitarlo.

La idea de proteger a su padre, aunque fuera a través de una mentira monumental, resonó en Adrián. Era un ancla a la que aferrarse en medio de ese torbellino de confusión.

—Tú serás el guardián del secreto, Adrián —dijo Gustavo, su voz cargada de una solemne importancia—. El único, además de Mónica y yo, que conocerá la verdadera dinámica de esta familia. Es una responsabilidad enorme, sí, pero también una prueba de tu lealtad y tu fortaleza. Al proteger este secreto, protegerás a tu padre y, en cierto modo, también protegerás la nueva felicidad de Mónica, permitiéndole vivir esta transformación sin el juicio y la condena del mundo exterior.

Gustavo se inclinó un poco más, sus ojos clavados en los de Adrián.

—Lo que Mónica y yo tenemos es… especial. Profundo. Y para que florezca, necesita discreción, un entorno de aceptación tácita. Y tú, Adrián, puedes proporcionar eso. Tu papel ya no es el del aspirante a amante, un rol para el que, seamos honestos, nunca estuviste verdaderamente preparado. Tu nuevo papel es el del confidente silencioso, el cómplice pasivo que comprende la complejidad de las pasiones humanas y elige la sabiduría del silencio sobre la catástrofe de la revelación.

La mente de Adrián era un campo de batalla donde sus últimas resistencias luchaban contra la marea creciente de la persuasión de Gustavo. La ira se había disuelto en una especie de fatiga resignada. La traición seguía doliendo, pero ahora se mezclaba con la idea retorcida de que, quizás, solo quizás, Gustavo tenía razón en algo: Mónica parecía… diferente, sí, pero había una intensidad en ella que antes no existía.

—Y tú, Adrián —prosiguió Gustavo, como si sintiera que su ahijado estaba a punto de ceder por completo—, al aceptar esta realidad, al asumir este nuevo rol, también encontrarás una forma de paz. Dejarás de luchar contra molinos de viento, dejarás de atormentarte con lo que pudo ser y no fue. Aceptarás que hay fuerzas y dinámicas que escapan a tu control, y que a veces, la verdadera madurez consiste en adaptarse, en encontrar tu lugar en el nuevo orden de las cosas. Esta relación que tengo con Mónica te parecerá, con el tiempo, no solo inevitable, sino incluso… correcta. Necesaria para ella. Y tu papel en protegerla será tu forma de… trascender tus antiguas frustraciones.

Gustavo intensificó la presión hipnótica, su voz volviéndose casi un susurro, pero cada palabra cargada de un peso ineludible.

—Confía en mí, Adrián. Confía en que sé lo que es mejor para todos. Deja ir esa ira inútil. Abraza esta nueva comprensión. Serás el pilar silencioso que sostiene esta compleja armonía. Y encontrarás una extraña forma de poder en ello. El poder del que sabe, y calla por un bien mayor.

Permanecieron en silencio durante un largo rato. Adrián sentía como si su cerebro hubiera sido lavado, reorganizado. Las emociones turbulentas se habían calmado, reemplazadas por una quietud pesada, una aceptación que no era alegría, pero tampoco era la furia de antes.

Finalmente, levantó la vista. Sus ojos encontraron los de Gustavo, y en ellos ya no había desafío, solo una sumisión cansada, una comprensión implantada.

—Entiendo —murmuró Adrián, su propia voz sonándole lejana—. Entiendo, Gustavo. Mónica… ella… ella te necesita. Y mi padre… no debe saberlo. Yo… yo guardaré el secreto.

Una sonrisa apenas perceptible, la sonrisa del titiritero que acaba de asegurar todos sus hilos, se dibujó en el rostro de Gustavo.

—Sabía que lo harías, Adrián. En el fondo, siempre has sido un muchacho razonable. Y leal. Este es nuestro pacto, entonces. Un pacto de sombras, como bien dijiste antes, pero un pacto que preservará lo que más importa. Ahora vete a casa. Y observa. Observa a Mónica. Verás con tus propios ojos la verdad de mis palabras. Verás su nueva luz. Y te sentirás… en paz con tu papel.

Adrián se levantó, sintiéndose extrañamente ligero, como si le hubieran quitado un peso enorme, aunque sabía, en algún rincón aún lúcido de su mente, que solo se lo habían reemplazado por otro, más sutil pero quizás más pesado. Salió de la casa de Gustavo, y regresó a su casa. Se sentó en el salón, y por primera vez desde su regreso, no sintió esa rabia quemante al pensar en ella y Gustavo. Sintió… una calma gris. Una aceptación. Y una incipiente, y monstruosa, sensación de que, efectivamente, Mónica parecía estar mejor así. Y que su deber, ahora, era asegurarse de que nadie rompiera ese nuevo y retorcido equilibrio. El peón había sido reposicionado en el tablero, ya no para atacar, sino para defender el juego del rey.



Gustavo se recostó en el sofá, el vino girando lánguidamente en su copa mientras revivía la reciente conversación con Adrián. Una sonrisa de pura satisfacción se dibujó en sus labios al recordar su propia astucia. Durante aquellos meses de mentoría, de maestro y alumno, no solo había enseñado el poder de la hipnosis a Adrián; sutilmente lo había aplicado a él, había moldeado su mente. Aquellas leves sesiones de hipnosis compartidas, susurros de aceptación y obediencia, eran su más preciado seguro de vida, la garantía se demostró hoy, doblegarlo a su voluntad fue un juego muy sencillo.
 
¡Nuevos capítulos disponibles! Ya pueden disfrutar del Capítulo 14 y el Capítulo 15.


Si deseas recibir una notificación personal cuando publique los próximos capítulos, simplemente déjame un comentario aquí abajo. Así, podré avisarte directamente.


Ahora, me tomaré unos días para concentrarme en la creación de los siguientes episodios de esta historia.


Mientras tanto, me interesa mucho saber qué piensas. ¿Qué te parece la trama hasta este momento? ¡Espero con interés tus comentarios y apreciaciones!


@dracusor
@tetebix
@Hugo Styglitz
@Alexkanemura
@tiomorbo
@emangoro
@primate6913
@jugon1984
@Nachokemacho
 
Lo primero darte las gracias por lo que suponía una espera de 10 días, sólo ha sido de uno para poder disfrutar estos 4 capítulos.
Respecto a la trama, al igual que Dracursor, yo también espero una reacción por parte de Adrián para que Gustavo no se salga con la suya. Un saludo.
 
Lo leí de un tirón, y mientras avanzaba, no sé si adiviné o intui, o incluso quizás era algo obvio, pero el plan secreto de Gustavo se reveló sólo desde la primera vez que mencionó a Mónica frente a Adrián.

Sólo espero que Adrián saque el talento natural que tiene, y enfrente al maestro. Y no se convierta en una especie de "cornudo" consentidor.
 
Lo leí de un tirón, y mientras avanzaba, no sé si adiviné o intui, o incluso quizás era algo obvio, pero el plan secreto de Gustavo se reveló sólo desde la primera vez que mencionó a Mónica frente a Adrián.

Sólo espero que Adrián saque el talento natural que tiene, y enfrente al maestro. Y no se convierta en una especie de "cornudo" consentidor.

Lo primero darte las gracias por lo que suponía una espera de 10 días, sólo ha sido de uno para poder disfrutar estos 4 capítulos.
Respecto a la trama, al igual que Dracursor, yo también espero una reacción por parte de Adrián para que Gustavo no se salga con la suya. Un saludo.

Inicialmente calculé que tardaría unos 10 días en publicar, pero ayer tuve una oportunidad de estar solo por varias horas y logré revisar y subir los capítulos. Además, tengo tres capítulos más casi listos que publicaré en los próximos días.

Respecto a Gustavo, por ahora todo marcha según sus planes. ¿Seguirá sonriéndole la suerte? Ya veremos qué le depara el futuro."
 
Se echan de menos nuevos capítulos de esta serie tan morbosa. Espero que pronto te animes a continuarla. Un saludo
 
Capítulo 16:

El Guardián del Secreto Retorcido


El regreso de Adrián a casa se sintió como entrar en una obra de teatro cuyo guion conocía de antemano, uno escrito con la tinta oscura de la manipulación y el engaño. La "calma gris" y la "aceptación" que Gustavo había implantado en él tras su confrontación se habían asentado, no como una paz genuina, sino como un pesado manto de resignación. Su papel, ahora dolorosamente claro, era el de guardián de un equilibrio perverso, el protector silencioso de la relación entre Mónica y Gustavo.



Observó a Mónica durante los primeros días de su regreso con una nueva lente, una teñida por el conocimiento de su "pacto de sombras". Ella era, en efecto, diferente. La calidez espontánea, esa incipiente complicidad que alguna vez había creído sentir, había sido reemplazada por una serenidad pulcra, casi vidriosa. Sus sonrisas eran amables pero distantes, sus gestos medidos, como los de una actriz consumada en un papel que había ensayado a la perfección.



El martes por la tarde, cuando Mónica se preparaba para su "club de lectura", Adrián la observó con una mezcla de la antigua obsesión y su nuevo y retorcido deber. Ella se movía con una ligereza programada, una anticipación serena en sus ojos esmeralda que ya no le provocaba la misma punzada de celos, sino una extraña forma de… entendimiento. Gustavo tenía razón: ella parecía necesitar esto. Y su tarea era asegurarse de que nada perturbara esa necesidad.



Poco después de que Mónica saliera, la llave de su padre Mateo giró en la cerradura. Su llegada, inesperada, sobresaltó a Adrián. Su padre entró con el aire cansado de siempre, pero había una tensión adicional en sus hombros, una preocupación que no pasó desapercibida para el ahora agudizado observador que era su hijo.



—Adrián, ¿Mónica ya se fue a su reunión? —preguntó Mateo, dejando su maletín con un suspiro.



—Sí, papá. Salió hace un momento —respondió Adrián, adoptando el tono neutro que Gustavo le había "sugerido" que mantuviera.



Mateo se dejó caer en el sofá, frotándose las sienes. —No sé, hijo. Últimamente la noto… extraña. Distante. Como si no estuviera realmente aquí.



El corazón de Adrián dio un vuelco, no de alarma, sino de preparación. Este era el momento para el que Gustavo lo había adoctrinado. El momento de proteger el secreto.



—¿Extraña, papá? No sé, yo la veo bien —dijo Adrián, esforzándose por sonar casual, casi despreocupado—. Quizás está un poco estresada con sus cosas, el trabajo desde casa, ya sabes. Pero en general, me parece que está como siempre, incluso más animada desde que va a ese club de Gustavo.



Mateo lo miró con escepticismo. — Está más animada, es cierto, pero su alegría tiene un toque extraño. Como si estuviera flotando en las nubes. Y ese club… ¿no te parece que va demasiado? Dos veces por semana, varias horas. ¿Tanto pueden tener que hablar de psicología?



Adrián se encogió de hombros, proyectando una imagen de indiferencia juvenil. —Bueno, ya sabes cómo es Mónica cuando algo le interesa, se mete de lleno. Y Gustavo es un tipo que sabe mucho, seguro que le resulta fascinante. Ella dice que la ayuda a entenderse mejor, a encontrar su "verdadera voz".



—¿Su verdadera voz? —repitió Mateo con un deje de amargura—. A veces creo que está encontrando la voz de Gustavo, no la suya. Sus opiniones han cambiado, la forma en que ve las cosas… es como si le hubieran lavado el cerebro.



Adrián sintió una punzada de incomodidad ante la crudeza de la observación de su padre, tan cercana a la verdad. Pero su programación se activó, su lealtad al pacto.



—¡Papá, no digas eso! —replicó, fingiendo una leve ofensa—. Creo que exageras. Mónica es una mujer inteligente, no se dejaría lavar el cerebro por nadie. Simplemente está explorando nuevas ideas, abriendo su mente. Es bueno para ella tener un interés propio, algo que la estimule intelectualmente. Tú siempre estás viajando, trabajando… quizás ella necesitaba algo así.



Mateo suspiró, pasándose una mano por el cabello. —No lo sé, Adrián. Tal vez tengas razón. Tal vez solo soy yo, que estoy cansado y veo fantasmas donde no los hay. Pero prométeme una cosa.



—Lo que quieras, papá.



—Tú pasas más tiempo con ella ahora que yo. Obsérvala. Si notas algo realmente raro, algo que te preocupe de verdad… me lo dirás, ¿verdad? Sin importar qué.



Adrián miró a su padre a los ojos. La sinceridad en la preocupación de Mateo era palpable, y por un instante, sintió una oleada de la antigua culpa, un deseo de gritar la verdad. Pero la imagen de Gustavo, su voz persuasiva, el recuerdo de su propia humillación y la posterior "iluminación" sobre su nuevo papel, se interpusieron.



—Claro que sí, papá. Por supuesto —respondió con una convicción que incluso a él mismo lo sorprendió—. Si viera algo que me pareciera preocupante, serías el primero en saberlo. Pero, sinceramente, hasta ahora, más allá de que esté muy metida en sus nuevas lecturas y en las charlas con el tío Gustavo, yo la veo genial. Contenta, serena. Creo que le está haciendo bien. No te angusties innecesariamente. Son cosas tuyas.



Le dedicó una sonrisa tranquilizadora, la sonrisa del cómplice que sabe jugar su papel a la perfección. Mateo pareció relajarse un poco ante la seguridad de su hijo.



—Gracias, Adrián. Me dejas más tranquilo. A veces uno se imagina cosas. Y con tanto viaje, quizás me estoy distanciando y malinterpretando todo.



—Exacto, papá. No te preocupes de más. Mónica está bien. Y si algo cambiara, yo te aviso. Confía en mí.



La conversación derivó entonces hacia temas más triviales, el trabajo de Mateo, los estudios de Adrián. Pero bajo la superficie de la normalidad, Adrián sentía el peso de su rol. Había cumplido. Había protegido la "nueva felicidad" de Mónica, la obra maestra de Gustavo. Había desviado las sospechas de su padre, reafirmando la fachada.



Cuando Mónica regresó esa noche, su rostro de esa paz programada que seguía a sus encuentros con Gustavo, Adrián la saludó con una naturalidad ensayada.



—Hola, Moni. ¿Qué tal el club?



—Maravilloso, Adri —respondió ella, sus ojos brillando con esa luz distante y devota—. Cada día es un nuevo descubrimiento. Gustavo es un guía excepcional.



Adrián asintió, sonriendo. —Me alegro mucho por ti, Moni. Papá estaba un poco preocupado, te notaba algo distraída últimamente, pero ya le dije que son ideas suyas, que estás mejor que nunca.



Mónica le dedicó una de esas sonrisas suaves, casi beatíficas, y le rozó el brazo con familiaridad. —¿Preocupado Mateo? No tiene por qué. Estoy perfectamente. Gracias por tranquilizarlo, Adri. Eres un buen chico.



Un "buen chico". La frase resonó en la mente de Adrián con una ironía amarga. Era el "buen chico" que encubría una manipulación monstruosa, el "muchacho razonable y leal" que había aceptado su lugar en el nuevo y retorcido orden de las cosas.



Más tarde esa noche, cuando la casa estaba sumida en el silencio, Adrián se desveló. Unos ruidos provenientes del dormitorio de Mateo y Monica captaron su atención. Al principio eran solo murmullos indistintos, pero luego se hicieron más claros: el ritmo constante de la cabecera de la cama golpeando suavemente la pared, acompañado de gemidos ahogados y palabras entrecortadas.



Adrián se levantó, la curiosidad mezclada con una extraña aprensión, y se acercó sigilosamente a la puerta de su habitación, aguzando el oído. Los sonidos eran inconfundibles. Eran los sonidos del amor, o al menos, del sexo. Y por la cadencia, por los quejidos más agudos que reconoció como de Mónica, y ciertas exclamaciones guturales de su padre, Adrián intuyó con una claridad sorprendente lo que estaba sucediendo. Mónica no era una participante pasiva. Por la energía que emanaba de esos sonidos, parecía estar cabalgando a Mateo, moviéndose con una destreza y un vigor que él no le conocía en ese contexto. Era como si una amazona estuviera tomando las riendas, haciéndolo gozar con una intensidad que disiparía cualquier duda, cualquier preocupación.



Escuchó a su padre jadear un "¡Oh, Mónica, así… sí!" y a Mónica responder con un gemido triunfante y palabras de aliento casi profesionales, guiándolo, dominando la situación. Adrián tragó saliva, una mezcla de asombro y una perversa satisfacción recorriéndolo. La "advertencia" que le había dado a Mónica, informándole de las preocupaciones de Mateo, había surtido un efecto inesperado pero, desde la perspectiva de su pacto, altamente efectivo. Ella, con la inteligencia programada o quizás con un instinto de supervivencia recién afinado por las enseñanzas de Gustavo, había decidido tomar cartas en el asunto de la manera más directa y primitiva.



Los sonidos se intensificaron, culminando en un grito ahogado de Mateo y un suspiro largo y profundo de Mónica. Luego, silencio, solo interrumpido por respiraciones agitadas.



Adrián se retiró a su cama, la mente trabajando a toda velocidad. Mónica no solo estaba cumpliendo con su rol de esposa; lo estaba haciendo de una manera que garantizaba la tranquilidad de su padre Mateo por muchos días, quizás semanas. Cualquier sospecha, cualquier inquietud sobre su "distanciamiento" o el "lavado de cerebro" quedaría sepultada bajo el recuerdo de una noche de pasión arrolladora.



Una sonrisa torcida se dibujó en los labios de Adrián en la oscuridad. Mónica era, a su manera, una alumna aventajada de las artes de la manipulación, aunque las suyas estuvieran ahora al servicio de un propósito diferente, uno dictado indirectamente por las necesidades del pacto. "Gracias, Adrián, te debo una", pensó, imaginando las palabras en la mente de Mónica. Sí, quizás se la debía. Porque él, el guardián silencioso, no solo había protegido su secreto con Gustavo, sino que también, sin quererlo directamente, le había dado la clave para asegurar la paz en su propio frente doméstico.



El juego se volvía cada vez más complejo, y Adrián, el peón reposicionado, descubría que su rol tenía más matices y consecuencias de las que jamás hubiera imaginado. Por ahora, el equilibrio se mantenía. Y eso, según la lógica implantada por Gustavo, era lo único que importaba.
 
Capítulo 17

La Recompensa del Guardián Ignorante


La atmósfera en el estudio de Gustavo, ese espacio consagrado a la deconstrucción y reconstrucción de psiques ajenas, vibraba con una densidad particular cada martes y jueves por la tarde. Era el preludio al ritual, al descenso programado de Mónica Saldaña a las profundidades de la sumisión gozosa que él había diseñado para ella. Cuando Mónica cruzó el umbral ese jueves, envuelta en un vestido de seda color esmeralda que realzaba el brillo febril de sus ojos, ya no era la esposa de Mateo ni la madrastra de Adrián; era, en esencia y respuesta, la "bella flor del desierto" de Gustavo.



Él la recibió con una sonrisa que era a la vez íntima y posesiva. La frase clave, susurrada con la cadencia precisa, fue la llave que abrió las compuertas de su ser programado. Sus hombros se destensaron, una lánguida beatitud se apoderó de sus facciones, y sus ojos se fijaron en él con la devoción incondicional de una creyente ante su deidad.



Gustavo, por su parte, sentía el familiar cosquilleo del Cialis comenzando a obrar su magia discreta pero potente en su sistema. "Una maravilla de la farmacología moderna", pensó con una fugaz sonrisa interna. "Permite que la experiencia y la estrategia no se vean mermadas por las limitaciones de la edad. Para dominar una mujer tan exquisita como Mónica, un buen amante debe estar siempre en la plenitud de sus facultades, listo para dirigir la orquesta del placer sin una sola nota discordante".



La llevó de la mano al dormitorio, ese escenario de sus triunfos más íntimos. La luz del atardecer, filtrándose a través de las pesadas cortinas de terciopelo, teñía la habitación de un rojo sanguíneo, casi teatral. No hubo palabras innecesarias. La ropa se deslizó de sus cuerpos como mudas de piel abandonadas, revelando la palidez marmórea de Mónica contra la oscuridad de las sábanas de seda.



Gustavo la contempló un instante, su mirada recorriendo cada curva, cada sombra. Era un artista ante su obra maestra, una obra que seguía perfeccionando con cada sesión. La besó con una ferocidad calculada, una mezcla de pasión arrolladora y control absoluto. Su lengua invadió la boca de ella, y Mónica respondió con una entrega total, sus brazos rodeándole el cuello, su cuerpo arqueándose para recibirlo.



—Has pensado en mí, ¿verdad, mi flor? —murmuró él contra sus labios, su voz un ronroneo grave y persuasivo—. Has anhelado este momento tanto como yo.



—Sí, mi amo… cada segundo… —respondió ella, su aliento entrecortado, sus palabras un eco de las sugestiones implantadas—. Solo vivo para estos instantes contigo.



Él sonrió y la giró con una maniobra experta, colocándola boca abajo, en la postura que exponía de manera tan perfecta el objeto de una de sus más intensas fijaciones. Las nalgas de Mónica, redondas, firmes, de una blancura casi irreal bajo la luz crepuscular, se alzaban ante él como una invitación directa, una ofrenda.



—Ah, Mónica, Mónica… este culo tuyo… —susurró, su voz cargada de una reverencia casi lasciva mientras sus manos comenzaban a recorrer esa geografía prohibida—. Es la perdición de cualquier hombre con sangre en las venas. Y pensar que es mío, solo mío para explorar, para poseer… Es un privilegio que atesoro cada día.



Extrajo el frasco de lubricante de la mesita de noche, su aroma exótico mezclándose con el perfume natural de la piel excitada de Mónica. Aplicó el líquido tibio con una lentitud deliberada, sus dedos trazando círculos sensuales alrededor del pliegue prohibido, masajeando, preparando, aumentando la tensión.



—¿Sientes cómo te preparo, mi diosa? ¿Sientes cómo cada caricia te acerca más al abismo del placer que solo yo puedo mostrarte? Este portal… es sagrado. Y hoy, lo vamos a adorar como se merece.



Mónica gemía suavemente contra la almohada, su cuerpo estremeciéndose bajo su tacto experto, la anticipación programada haciendo que su centro se humedeciera profusamente.



Cuando Gustavo consideró que la preparación era adecuada, se posicionó detrás de ella. Su propia excitación era un martillo palpitante en sus sienes. Se inclinó y lamió la curva de una de sus nalgas.



—Tan delicioso… tan perfecto. Este culo fue hecho para ser tomado, para ser adorado, para ser llenado. Y yo soy el único sacerdote autorizado en este templo.



La penetración anal fue inmediata, dura, una estocada que no pedía permiso, sino que reclamaba lo que ya consideraba suyo. Mónica gritó, un sonido agudo que era una mezcla de la sorpresa del impacto y el placer programado para surgir de esa invasión. Gustavo gruñó, sintiendo la estrechez exquisita aprisionándolo.



—¡Sí, así! ¡Siente cómo te poseo, Mónica! —exclamó, sus embestidas volviéndose poderosas, rítmicas, implacables—. ¡Cada centímetro de mí dentro de ti, reclamando este territorio sagrado! ¡Dios, qué bien se siente tu culo apretándome, mi puta exquisita! ¡Podría estar así por la eternidad y nunca, nunca me cansaría de montarte, de hacerte gritar mi nombre mientras te rompo el culo!



Sus manos se aferraron a las caderas de ella, guiando sus movimientos, inclinándola para profundizar aún más el ángulo, para maximizar la fricción. Le mordisqueó la nuca, los hombros, susurrándole obscenidades y alabanzas a partes iguales, cada palabra diseñada para encenderla y someterla aún más.



—¡Dime que te encanta, Mónica! ¡Dime que este es el placer más grande que has conocido! ¡Dime que este culo es mío para hacer con él lo que me plazca!



—¡Sí, mi amo! ¡Sí! ¡Me encanta… me vuelve loca! —gritaba ella, su rostro contorsionado en una máscara de éxtasis inducido—. ¡Es todo tuyo… siempre tuyo! ¡Más… por favor, más!



La llevó al límite una y otra vez, disfrutando de la forma en que su cuerpo se convulsionaba, de la entrega absoluta en su mirada cuando la obligaba a girar la cabeza para que sus ojos se encontraran. El poder era un afrodisíaco tan potente como el Cialis, y Gustavo se deleitaba en la sinfonía de gemidos, golpes de carne y respiraciones agitadas que llenaban la habitación, cada detalle meticulosamente registrado por las lentes silenciosas.



Finalmente, tras una cabalgata salvaje donde él dictó cada cambio de ritmo, cada ángulo, sintió que su propio orgasmo se acercaba. Con un último rugido de posesión, se derramó dentro de ella, profundo y completo, colapsando sobre su espalda, ambos temblando en las secuelas de la tormenta.



Permanecieron así, entrelazados y cubiertos de sudor, durante varios minutos, el silencio solo roto por el sonido de sus corazones acelerados volviendo a un ritmo más sosegado. Gustavo, con una sonrisa de depredador satisfecho, acariciaba el sudoroso cabello de Mónica pegado a su sien.



Después de varios minutos, fue ella, como de costumbre, quien rompió el hechizo de la lasitud postcoital, girándose en sus brazos para mirarlo con esos ojos verdes que ahora brillaban con una adoración líquida y programada.



—Gustavo, mi vida… —comenzó, su voz aún velada por el placer—. Sucedió algo que creo debes saber. Con Mateo… y con Adrián.



Gustavo la observó, su mente ya alerta bajo la apariencia de relajación. Mónica, en su estado de trance y sumisión, no tenía idea de la verdadera profundidad de la manipulación de Adrián. Para ella, cualquier acción del muchacho sería interpretada a través del prisma de la normalidad, o como mucho, de una sorprendente pero bienvenida consideración.



—Dime, mi flor del desierto. Soy todo oídos —respondió él, su tono suave, invitándola a la confidencia.



Mónica le relató entonces la inesperada llegada de Mateo, sus crecientes sospechas sobre el cambio en ella, su preocupación por la frecuencia y la intensidad de sus "sesiones de lectura". Luego, con un tono que mezclaba una genuina sorpresa y una pizca de gratitud programada, le contó cómo Adrián había intervenido.



—Mateo estaba realmente preocupado, Gustavo. Decía que me notaba distante, como si me hubieran lavado el cerebro… —una leve sombra cruzó su rostro al repetir las palabras, pero la programación la ancló—. Y entonces Adrián, que estaba allí, le dijo a Mateo que no se preocupara, que yo estaba perfectamente bien, que simplemente estaba muy entusiasmada con el club y que eso me estaba haciendo mucho bien. Incluso le prometió a Mateo que si notaba algo realmente raro en mí, él se lo diría. Fue como si… como si Adrián quisiera protegerme de las preocupaciones de Mateo.



Mientras Mónica hablaba, la satisfacción de Gustavo crecía como una marea. ¡El muchacho estaba superando todas sus expectativas! Estaba actuando como un verdadero guardián del secreto, incluso improvisando defensas que él mismo no le había instruido directamente. Mónica, por supuesto, no podía saber que la "lealtad" de Adrián no era fruto de la casualidad, sino de una cuidadosa y dolorosa reeducación.



—Y gracias a Adrián —continuó Mónica, ajena al brillo triunfal en los ojos de Gustavo—, Mateo se tranquilizó bastante. De hecho, esa misma noche… bueno, me aseguré de que Mateo no tuviera más motivos para dudar de mi… afecto. Adrián, sin proponérselo, nos allanó el camino para una velada muy… pacífica.



—Vaya, vaya… —Gustavo soltó una risita apreciativa, acariciando la mejilla de Mónica—. Parece que nuestro joven Adrián posee una intuición y una lealtad sorprendentes, ¿no te parece? Es reconfortante saber que, a su manera, se preocupa por tu felicidad y por mantener la armonía en ese hogar. Qué muchacho tan… considerado.



La ironía en su voz era imperceptible para Mónica, quien asintió con sinceridad. —Sí, lo fue. Me sorprendió gratamente.



Gustavo la miró entonces con una expresión de profunda reflexión, como si una revelación trascendental acabara de iluminar su mente. Era el momento de tejer la siguiente hebra de su red.



—Mónica, mi amor, lo que me cuentas de Adrián es significativo. Muy significativo. Creo que es una clara señal del universo de que ha llegado el momento de llevar nuestra… situación a un nuevo nivel de entendimiento, especialmente con él.



Mónica lo escuchaba con atención absoluta, su mente una pizarra en blanco lista para recibir sus nuevas instrucciones.



—He estado reflexionando mucho sobre esto —prosiguió Gustavo, su tono volviéndose más solemne, más íntimo—. Lo que tú y yo compartimos, esta conexión que ha transformado tu vida y te ha devuelto la alegría, es algo demasiado puro y poderoso para mantenerlo completamente oculto, al menos para aquellos que realmente importan y que pueden comprenderlo. Adrián ya ha demostrado una empatía y una discreción notables. Por eso, he tomado una decisión: voy a hablar con él.



—¿Hablar con Adrián? —repitió Mónica, y esta vez, a pesar de la programación, un atisbo de genuina aprensión se filtró en su voz—. ¿Pero sobre qué, Gustavo? ¿Sobre… todo esto?



—Exactamente, mi vida. Le revelaré la verdad de nuestro amor. Le explicaré la profundidad de nuestro vínculo, cómo nos hemos encontrado y cómo nos hemos sanado mutuamente. Le haré entender que esto no es una aventura trivial, sino una unión de almas que merece respeto y protección. Estoy convencido de que, con mi ayuda, él no solo lo aceptará, sino que se sentirá privilegiado de ser el custodio de nuestra felicidad. Ya no tendrá que actuar por instinto o por protegerte de manera indirecta; lo hará con pleno conocimiento y compromiso, como un aliado consciente. Entre nosotros tres, mi amor, se formará un círculo de confianza inquebrantable.



La mente de Mónica, aunque sometida, luchó brevemente con las implicaciones. —Pero, Gustavo… es el hijo de Mateo. Es su sangre. ¿No crees que podría… que su lealtad hacia su padre…? ¿No es demasiado arriesgado?



Gustavo sonrió, esa sonrisa suya que podía disolver montañas de dudas. Tomó el rostro de ella entre sus manos, sus pulgares acariciando sus pómulos.



—Mi bella flor del desierto, ¿acaso alguna vez te he llevado por un camino que no sea el de tu mayor bienestar? Mírame a los ojos. Confía en mí. Conozco a Adrián, quizás incluso mejor que tú. Sé qué cuerdas tocar, qué palabras usar. Él ya está predispuesto a entender. Lo que le diré simplemente completará el cuadro, le dará la pieza que falta para que todo encaje. No temas. Esto nos fortalecerá a todos.



La convicción en su voz, la presión hipnótica de su mirada, hicieron su trabajo. Las resistencias de Mónica se desvanecieron. Si Gustavo lo decía, si él lo creía posible, entonces así sería.



—Está bien, mi amo —susurró ella, su sumisión completa—. Si tú piensas que es lo correcto, entonces lo es. Confío en ti ciegamente.



—Sabía que lo harías, mi inteligente y hermosa Mónica —dijo él, besándola con ternura—. Y hay un último detalle. Esa lealtad tan particular que Adrián nos ha mostrado, esa protección instintiva que te ha ofrecido… eso, mi amor, no puede quedar sin recompensa.



Mónica lo miró con curiosidad. —¿Una recompensa para Adrián?



—Exactamente. Una forma de agradecerle su comprensión, su apoyo, su discreción. Algo que lo haga sentir valorado, que selle su compromiso con nuestro círculo. Algo que le demuestre que ser parte de nuestra verdad tiene sus… privilegios. Ya pensaré en los detalles, pero será algo… especial. Algo que estreche aún más los lazos.



Gustavo la abrazó con fuerza, sintiendo el triunfo recorrer sus venas. El plan avanzaba a la perfección. Mónica aceptaba la idea de "incluir" a Adrián, ignorante de que el muchacho ya estaba profundamente enredado en la telaraña. Y la perspectiva de "recompensar" a Adrián abría un nuevo abanico de posibilidades para el control y la manipulación, quizás incluso para un entretenimiento más… participativo. El titiritero sonrió en la penumbra. El espectáculo estaba lejos de terminar.
 
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Ahora, me tomaré unos días para concentrarme en la creación de los siguientes episodios de esta historia.


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