Mi hermana melliza y yo

maphia

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2 Nov 2023
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Empezando por el momento en que nacimos, Ana y yo hemos estado juntos en casi todo. No somos iguales físicamente, ni pensamos igual, pero siempre hemos funcionado como un equipo. Al principio compartimos cuna, y más adelante dormíamos en camas separadas pero en la misma habitación. Si uno lloraba, el otro se despertaba. Si uno reía, el otro intensificaba las tonterías. En el colegio, aunque nos pusieran en clases distintas, comíamos juntos, salíamos al recreo juntos y volvíamos a casa hablando sin parar.

Siempre fue fácil entenderla. No hacía falta que me explicara mucho; con mirarla ya sabía si estaba bien o si había tenido un mal día. A veces, la gente no entendía esa conexión y pensaban que era raro que un chico y una chica estuvieran tan unidos, pero a nosotros nos daba igual.

En la adolescencia, comencé a fijarme en ella como mujer. No lo pude evitar, yo era un revoltijo de hormonas con patas y me daba cuenta de que se estaba convirtiendo en una chica muy atractiva. Pelo rizado, piernas delgadas pero culito respingón y tetitas incipientes. Me castigaba por pensar así de ella, pero a veces, discretamente bajo las sábanas y a pesar de que ella estaba en la cama de al lado, no podía evitar tocarme. Esas primeras pajas, qué maravillosas e inocentes eran! Simplemente imaginaba que acariciaba su espalda, sus piernas y que alcanzaba a tocar sus suaves pies con mis manos, y con sólo eso ya estallaba de placer.

Con el tiempo, comencé a espiarla mientras se duchaba. El pudor se apodera de las mentes a partir de determinada edad, y ya no tenía tanto acceso a ver su cuerpo como cuando éramos más críos y pasábamos las vacaciones en cualquier pueblo costero que papá y mamá considerasen oportuno. Me gustaba mirar por la rendija de la puerta, aunque sólo pudiera ver, como máximo, su culito de refilón. Pero aprovechaba para oler sus braguitas sucias, y a veces, al terminar, limpiaba mi semen con ellas si no encontraba otra cosa.

Seguíamos teniendo una buena relación de hermanos, ella confiaba en mí y me contaba experiencias con sus primeros novietes. Me contó su primer beso, que fue jugando a la botella con un grupo de chicos y chicas de su clase. Fui testigo de cómo se enamoraba por primera vez, de Raúl, un chico del colegio un par de años mayor. Y también me habló de su primer desengaño amoroso, también con Raúl, que después de meterle la mano por dentro de las bragas y ante el miedo de ella a ir un paso más allá, comenzó a hacerle el vacío y a coquetear con sus amigas.

Comencé a odiar a Raúl, no sé bien si por el hecho de romper en mil pedazos a mi hermana, o por la envidia de haber conseguido tocar lo que yo más ansiaba sentir. Pero nunca le solté a Ana un “te lo dije”, solo me senté a su lado y me quedé en silencio, escuchando sus sentimientos. Aquel "gracias", y su besito en mi mejilla mientras me abrazaba, me reconfortó y excitó a partes iguales. Aquel día continuamos abrazados, en pijama, hasta que se quedó dormida. No pude evitar sentir que no llevaba sujetador.

Con el tiempo, nos fuimos distanciando. Nuevos amigos, yo con mi primera "novia", con la que no llegué a hacer nada más que unos besos horribles de tornillo metiendo la lengua y girándola en molinillo mientras retorcíamos el cuello a un lado y otro. Extraña coreografía de adolescentes. Ana también con sus líos amorosos, sus idas y venidas. Ambos perdimos la virginidad a los 17, ella con un cabrón con el que no sintió nada, yo sin condón en un portal de mala muerte al lado de una discoteca, con una chica gordita de mi clase, que me tuvo en vilo medio mes hasta que me confirmó que le había bajado la regla. Cada uno teníamos nuestros problemas, y aunque nos los contábamos, los dos nos refugiábamos más en nuestros respectivos grupos de amigos que el uno en el otro, como hacíamos antes.

Al cumplir los 18 separamos nuestros caminos. Yo me fui a Madrid a estudiar podología en la Complutense, siempre tuve una obsesión un poco enfermiza por los pies femeninos y me pareció una buena opción. Ella se fue a Salamanca a estudiar Psicología, quizás para entender a un hermano con tantas taras como yo. El caso es que durante unos años, aunque hablábamos por teléfono habitualmente, solo nos veíamos en Navidades y verano, cuando no teníamos otros compromisos. Recuerdo nuestro primer reencuentro, solo habían pasado unos meses desde el principio de curso pero ya noté cambios, estaba hecha toda una mujer. Juraría que hasta la había crecido el pecho, o quizás eran mis ganas de volver a mirárselo. Nos dimos los regalos el día de Reyes y prometimos buscar un fin de semana para hacer una escapada juntos y ponernos al día, pero eso nunca sucedió.

Finalmente nos vimos en verano. Coincidimos en casa de mis padres, primero una semana con ellos, hasta que se fueron de vacaciones. Ya no contaban con nosotros y habían reservado un apartamento en Vera. Ana estaba guapísima, no cabía duda que el estilo universitario le sentaba fenomenal. Shorts, piernas largas y morenitas y sandalias de tacón, todo ello hacía imposible no fijarse en una belleza que, a pesar de su metro cincuenta y cinco no dejaba indiferente a nadie. Ya el primer día me prometí que intentaría no espiarla en la ducha, aún sabiendo que no iba a ser capaz de cumplirlo.

Pasada una semana ya lo había hecho varias veces, y no podía sentirme peor, me sentía como un enfermo y me planteaba seriamente ir al psicólogo. Matarme a pajas con mi hermana melliza no me parecía ni medio normal, pero, sinceramente, objetivamente, estaba buenísima. Cuando me dijo que al día siguiente había quedado con sus amigas de toda la vida, celebré. Por fin un espacio de tiempo solo, para ver porno convencional y reconducirme. En cuanto ella salió por la puerta me fui a la ducha y a depilarme, una especie de ritual purificador que tengo antes de una paja larga. Salí desnudo del baño, y cuando enfilé el pasillo, ahí estaba ella.

-J...Joder, Ana!! No te habías ido??? Qué verguenza! - le dije, tapándome el rabo como pude.
- Olvidé el movil! Qué haces, Josín? - respondió mientras se partía de risa- No hay toallas en esta casa, o qué?

Yo no sabía dónde meterme, la ropa estaba en mi habitación y ella bloqueaba el pasillo, porque la situación le parecía súper divertida.

- No te preocupes hombre, pasa! Si yo me voy ya...

Pasé a mi habitación, pero aún me dio tiempo a escuchar entre risas un "pues sí que te ha crecido... Yo la recordaba de otra forma!". En cuanto cerró la puerta, mi paja larga con porno convencional se vino al traste. Dos sacudidas y sus bragas sucias ya estaban empapadas de tres chorros de semen espeso, blanco, casi amarillento de denso que era.

A la noche todo fueron risas por parte de ambos recordando la escena, tuvimos un rato como los de antes, cuando éramos más jóvenes. Sentí que habíamos vuelto a conectar, aunque fuera por unas horas. Cuando nos íbamos ya a la cama, me dijo:

- ¿Sabes, Josín? Cuando dormíamos en la misma habitación, de peques, siempre intentaba verte el pito. Te espiaba cuando ibas a la ducha, estaba como obsesionada. Incluso, mira cómo son los niños... Alguna vez me toqué bajo las sábanas escuchándote respirar mientras dormías en la cama de al lado. No lo tomes a mal eh? Cosas de niños, supongo, jiji...

(Continuará...)

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Empezando por el momento en que nacimos, Ana y yo hemos estado juntos en casi todo. No somos iguales físicamente, ni pensamos igual, pero siempre hemos funcionado como un equipo. Al principio compartimos cuna, y más adelante dormíamos en camas separadas pero en la misma habitación. Si uno lloraba, el otro se despertaba. Si uno reía, el otro intensificaba las tonterías. En el colegio, aunque nos pusieran en clases distintas, comíamos juntos, salíamos al recreo juntos y volvíamos a casa hablando sin parar.

Siempre fue fácil entenderla. No hacía falta que me explicara mucho; con mirarla ya sabía si estaba bien o si había tenido un mal día. A veces, la gente no entendía esa conexión y pensaban que era raro que un chico y una chica estuvieran tan unidos, pero a nosotros nos daba igual.

En la adolescencia, comencé a fijarme en ella como mujer. No lo pude evitar, yo era un revoltijo de hormonas con patas y me daba cuenta de que se estaba convirtiendo en una chica muy atractiva. Pelo rizado, piernas delgadas pero culito respingón y tetitas incipientes. Me castigaba por pensar así de ella, pero a veces, discretamente bajo las sábanas y a pesar de que ella estaba en la cama de al lado, no podía evitar tocarme. Esas primeras pajas, qué maravillosas e inocentes eran! Simplemente imaginaba que acariciaba su espalda, sus piernas y que alcanzaba a tocar sus suaves pies con mis manos, y con sólo eso ya estallaba de placer.

Con el tiempo, comencé a espiarla mientras se duchaba. El pudor se apodera de las mentes a partir de determinada edad, y ya no tenía tanto acceso a ver su cuerpo como cuando éramos más críos y pasábamos las vacaciones en cualquier pueblo costero que papá y mamá considerasen oportuno. Me gustaba mirar por la rendija de la puerta, aunque sólo pudiera ver, como máximo, su culito de refilón. Pero aprovechaba para oler sus braguitas sucias, y a veces, al terminar, limpiaba mi semen con ellas si no encontraba otra cosa.

Seguíamos teniendo una buena relación de hermanos, ella confiaba en mí y me contaba experiencias con sus primeros novietes. Me contó su primer beso, que fue jugando a la botella con un grupo de chicos y chicas de su clase. Fui testigo de cómo se enamoraba por primera vez, de Raúl, un chico del colegio un par de años mayor. Y también me habló de su primer desengaño amoroso, también con Raúl, que después de meterle la mano por dentro de las bragas y ante el miedo de ella a ir un paso más allá, comenzó a hacerle el vacío y a coquetear con sus amigas.

Comencé a odiar a Raúl, no sé bien si por el hecho de romper en mil pedazos a mi hermana, o por la envidia de haber conseguido tocar lo que yo más ansiaba sentir. Pero nunca le solté a Ana un “te lo dije”, solo me senté a su lado y me quedé en silencio, escuchando sus sentimientos. Aquel "gracias", y su besito en mi mejilla mientras me abrazaba, me reconfortó y excitó a partes iguales. Aquel día continuamos abrazados, en pijama, hasta que se quedó dormida. No pude evitar sentir que no llevaba sujetador.

Con el tiempo, nos fuimos distanciando. Nuevos amigos, yo con mi primera "novia", con la que no llegué a hacer nada más que unos besos horribles de tornillo metiendo la lengua y girándola en molinillo mientras retorcíamos el cuello a un lado y otro. Extraña coreografía de adolescentes. Ana también con sus líos amorosos, sus idas y venidas. Ambos perdimos la virginidad a los 17, ella con un cabrón con el que no sintió nada, yo sin condón en un portal de mala muerte al lado de una discoteca, con una chica gordita de mi clase, que me tuvo en vilo medio mes hasta que me confirmó que le había bajado la regla. Cada uno teníamos nuestros problemas, y aunque nos los contábamos, los dos nos refugiábamos más en nuestros respectivos grupos de amigos que el uno en el otro, como hacíamos antes.

Al cumplir los 18 separamos nuestros caminos. Yo me fui a Madrid a estudiar podología en la Complutense, siempre tuve una obsesión un poco enfermiza por los pies femeninos y me pareció una buena opción. Ella se fue a Salamanca a estudiar Psicología, quizás para entender a un hermano con tantas taras como yo. El caso es que durante unos años, aunque hablábamos por teléfono habitualmente, solo nos veíamos en Navidades y verano, cuando no teníamos otros compromisos. Recuerdo nuestro primer reencuentro, solo habían pasado unos meses desde el principio de curso pero ya noté cambios, estaba hecha toda una mujer. Juraría que hasta la había crecido el pecho, o quizás eran mis ganas de volver a mirárselo. Nos dimos los regalos el día de Reyes y prometimos buscar un fin de semana para hacer una escapada juntos y ponernos al día, pero eso nunca sucedió.

Finalmente nos vimos en verano. Coincidimos en casa de mis padres, primero una semana con ellos, hasta que se fueron de vacaciones. Ya no contaban con nosotros y habían reservado un apartamento en Vera. Ana estaba guapísima, no cabía duda que el estilo universitario le sentaba fenomenal. Shorts, piernas largas y morenitas y sandalias de tacón, todo ello hacía imposible no fijarse en una belleza que, a pesar de su metro cincuenta y cinco no dejaba indiferente a nadie. Ya el primer día me prometí que intentaría no espiarla en la ducha, aún sabiendo que no iba a ser capaz de cumplirlo.

Pasada una semana ya lo había hecho varias veces, y no podía sentirme peor, me sentía como un enfermo y me planteaba seriamente ir al psicólogo. Matarme a pajas con mi hermana melliza no me parecía ni medio normal, pero, sinceramente, objetivamente, estaba buenísima. Cuando me dijo que al día siguiente había quedado con sus amigas de toda la vida, celebré. Por fin un espacio de tiempo solo, para ver porno convencional y reconducirme. En cuanto ella salió por la puerta me fui a la ducha y a depilarme, una especie de ritual purificador que tengo antes de una paja larga. Salí desnudo del baño, y cuando enfilé el pasillo, ahí estaba ella.

-J...Joder, Ana!! No te habías ido??? Qué verguenza! - le dije, tapándome el rabo como pude.
- Olvidé el movil! Qué haces, Josín? - respondió mientras se partía de risa- No hay toallas en esta casa, o qué?

Yo no sabía dónde meterme, la ropa estaba en mi habitación y ella bloqueaba el pasillo, porque la situación le parecía súper divertida.

- No te preocupes hombre, pasa! Si yo me voy ya...

Pasé a mi habitación, pero aún me dio tiempo a escuchar entre risas un "pues sí que te ha crecido... Yo la recordaba de otra forma!". En cuanto cerró la puerta, mi paja larga con porno convencional se vino al traste. Dos sacudidas y sus bragas sucias ya estaban empapadas de tres chorros de semen espeso, blanco, casi amarillento de denso que era.

A la noche todo fueron risas por parte de ambos recordando la escena, tuvimos un rato como los de antes, cuando éramos más jóvenes. Sentí que habíamos vuelto a conectar, aunque fuera por unas horas. Cuando nos íbamos ya a la cama, me dijo:

- ¿Sabes, Josín? Cuando dormíamos en la misma habitación, de peques, siempre intentaba verte el pito. Te espiaba cuando ibas a la ducha, estaba como obsesionada. Incluso, mira cómo son los niños... Alguna vez me toqué bajo las sábanas escuchándote respirar mientras dormías en la cama de al lado. No lo tomes a mal eh? Cosas de niños, supongo, jiji...

(Continuará...)

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Q morbazoooo mmmmmm
 
Me quedé blanco. Ojos como platos. Y no supe cómo reaccionar. ¿De verdad? ¿De verdad habíamos estado fantaseando el uno con el otro y disimulando como dos tontos? Balbuceé como un tonto. Me acerqué ligeramente a ella y me intenté lanzar. Pero, tímido y tonto como soy, solo me salió decir:

- Yo... Ehh... Yo... Yo... Tamb... También.

Silencio.

Ana da un paso atrás, coge distancia. Ojos abiertos, mirada fija. Seriedad en su rostro. Labios apretados. Por un momento no supe si me iba a besar o me iba a azotar una hostia. Pero de repente, Ana estalló en una carcajada, mientras se inclinaba sobre mi, intentando mantener el equilibrio, tal era la risa que le daba.

- JAJAJAJA, qué? Josín!! Joder, era broma, como voy a hacer eso? JAJAJA. Mira que algo me olía eh? a veces respirabas demasiado agitado mientras "dormías". Así que te la estabas zurrando? Qué bueno!! JAJAJA.

Humillado. Así me sentía. Pero con ella reclinada sobre mí riéndose a más no poder, notaba sus tetas sueltas bajo la camiseta del pijama, rozándose contra mi pecho, bamboleándose con cada sacudida que le daba la risa. Joder. "No sé cómo manejar esto", pensé.

- Yo también bromeo, imbécil, ¿cómo va a ser verdad? - Le dije, apartándola, mientras me giraba dirección a mi habitación, intentando ocultar mi incipiente erección.
- A ver, tampoco sería tan raro, que los tíos sois unos cerdos.
- Eres mi hermana joder... qué desagradable pensar eso.

Eso decía mi boca... pero mi polla decía lo contrario. La incipiente erección se había convertido en una erección en toda regla que me apretaba la polla contra la goma del calzoncillo y que habría sido claramente apreciable si mi hermana hubiera bajado la mirada, por lo que me burlé de lo tonta que era una vez más y con un movimiento ninja me metí al baño con la excusa de lavarme los dientes. Pero, por supuesto, lo que hice en realidad fue sacarme la polla y empezar a zurrármela en el lavabo para aliviar toda la tensión que tenía encima. Estaba flipando con lo dura que se me había puesto, notaba las venas a lo largo del tronco de mi pene a punto de explotar y yo deslizaba arriba y abajo la piel de mi prepucio sobre mi glande dejándolo al descubierto, rosado, terso, brillante, palpitante. En cuanto recordé las tetas Ana rozándose contra mi pecho en el pasillo, retiré toda la piel de mi glande dejándola tensa hacia atrás y escupí tres chorros de semen color blanco y muy espeso. El primero alcanzó el espejo. El segundo, impactó sobre el mando del grifo y quedó goteando hacia el caño. El tercero salió dirección al vaso que contenía los cepillos de dientes, situado junto al grifo. Directo al de Ana. "Mierda" pensé, mientras abría el grifo para limpiarlo todo. Y cuando dirigí mi mirada al espejo, vi en el reflejo la puerta entreabierta y creí ver a a alguien por la rendija. Cerré el grifo, dejé el cepillo en el vaso pero cuando salí, ya no había nadie.

Clac. El ruido de una puerta cerrándose.

Joder. ¿Me habría visto? Ahora estaba mucho más nervioso que antes. La sensación de haberla cagado se apoderaba de mí. Me metí a mi habitación e intenté relajarme y dormir. Pero solo podía recordar el roce de sus tetas, el olor de sus bragas y las imágenes de su culo cuando éramos adolescentes y la espiaba. Finalmente, tras un rato de nervios y culpabilidad, conseguí dormirme.

A la mañana siguiente me desperté con una erección de campeonato. Pero decidí no pajearme en ese momento. Tenía muchísima hambre y tocaba rellenar el depósito. Así que me dirigí a la cocina para desayunar. Y allí estaba ella, sonriente, risueña como siempre, con el pelo rizado recogido en una cola, con su tazón de cereales, el pijamita corto que dejaba ver sus muslitos y aunque no muy apretado de arriba, dejaba percibir sus pezones erectos a través de la tela.

- ¡Buenos días, Josín! - me dijo. Aparentemente, nada que hiciera sospechar que hubiera visto algo la noche anterior. Imaginaciones mías, entonces.
- Bien, si no fuera por el calor y los mosquitos... me ha costado un poco dormir.
- Normal... yo también estuve un buen rato despierta, pero al final caí rendida. Bueno, te dejo, que quedé con Sonia para ponernos al día... voy a lavarme los dientes

"Voy a lavarme los dientes" "Voy a lavarme los dientes" "Voy a lavarme los dientes"

La frase no paraba de resonar en mi cabeza. Una y otra vez. Estaba incluso mareado. ¿Era una puta indirecta? ¿Sabía algo? ¿Me había visto? Joder!!

Y sobre todo:

Josín, acuerdate, haz memoria joder... ¿¿¿limpiaste ayer el puto cepillo???

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(Continuará... si queréis!)
 
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Me quedé blanco. Ojos como platos. Y no supe cómo reaccionar. ¿De verdad? ¿De verdad habíamos estado fantaseando el uno con el otro y disimulando como dos tontos? Balbuceé como un tonto. Me acerqué ligeramente a ella y me intenté lanzar. Pero, tímido y tonto como soy, solo me salió decir:

- Yo... Ehh... Yo... Yo... Tamb... También.

Silencio.

Ana da un paso atrás, coge distancia. Ojos abiertos, mirada fija. Seriedad en su rostro. Labios apretados. Por un momento no supe si me iba a besar o me iba a azotar una hostia. Pero de repente, Ana estalló en una carcajada, mientras se inclinaba sobre mi, intentando mantener el equilibrio, tal era la risa que le daba.

- JAJAJAJA, qué? Josín!! Joder, era broma, como voy a hacer eso? JAJAJA. Mira que algo me olía eh? a veces respirabas demasiado agitado mientras "dormías". Así que te la estabas zurrando? Qué bueno!! JAJAJA.

Humillado. Así me sentía. Pero con ella reclinada sobre mí riéndose a más no poder, notaba sus tetas sueltas bajo la camiseta del pijama, rozándose contra mi pecho, bamboleándose con cada sacudida que le daba la risa. Joder. "No sé cómo manejar esto", pensé.

- Yo también bromeo, imbécil, ¿cómo va a ser verdad? - Le dije, apartándola, mientras me giraba dirección a mi habitación, intentando ocultar mi incipiente erección.
- A ver, tampoco sería tan raro, que los tíos sois unos cerdos.
- Eres mi hermana joder... qué desagradable pensar eso.

Eso decía mi boca... pero mi polla decía lo contrario. La incipiente erección se había convertido en una erección en toda regla que me apretaba la polla contra la goma del calzoncillo y que habría sido claramente apreciable si mi hermana hubiera bajado la mirada, por lo que me burlé de lo tonta que era una vez más y con un movimiento ninja me metí al baño con la excusa de lavarme los dientes. Pero, por supuesto, lo que hice en realidad fue sacarme la polla y empezar a zurrármela en el lavabo para aliviar toda la tensión que tenía encima. Estaba flipando con lo dura que se me había puesto, notaba las venas a lo largo del tronco de mi pene a punto de explotar y yo deslizaba arriba y abajo la piel de mi prepucio sobre mi glande dejándolo al descubierto, rosado, terso, brillante, palpitante. En cuanto recordé las tetas Ana rozándose contra mi pecho en el pasillo, retiré toda la piel de mi glande dejándola tensa hacia atrás y escupí tres chorros de semen color blanco y muy espeso. El primero alcanzó el espejo. El segundo, impactó sobre el mando del grifo y quedó goteando hacia el caño. El tercero salió dirección al vaso que contenía los cepillos de dientes, situado junto al grifo. Directo al de Ana. "Mierda" pensé, mientras abría el grifo para limpiarlo todo. Y cuando dirigí mi mirada al espejo, vi en el reflejo la puerta entreabierta y creí ver a a alguien por la rendija. Cerré el grifo, dejé el cepillo en el vaso pero cuando salí, ya no había nadie.

Clac. El ruido de una puerta cerrándose.

Joder. ¿Me habría visto? Ahora estaba mucho más nervioso que antes. La sensación de haberla cagado se apoderaba de mí. Me metí a mi habitación e intenté relajarme y dormir. Pero solo podía recordar el roce de sus tetas, el olor de sus bragas y las imágenes de su culo cuando éramos adolescentes y la espiaba. Finalmente, tras un rato de nervios y culpabilidad, conseguí dormirme.

A la mañana siguiente me desperté con una erección de campeonato. Pero decidí no pajearme en ese momento. Tenía muchísima hambre y tocaba rellenar el depósito. Así que me dirigí a la cocina para desayunar. Y allí estaba ella, sonriente, risueña como siempre, con el pelo rizado recogido en una cola, con su tazón de cereales, el pijamita corto que dejaba ver sus muslitos y aunque no muy apretado de arriba, dejaba percibir sus pezones erectos a través de la tela.

- ¡Buenos días, Josín! - me dijo. Aparentemente, nada que hiciera sospechar que hubiera visto algo la noche anterior. Imaginaciones mías, entonces.
- Bien, si no fuera por el calor y los mosquitos... me ha costado un poco dormir.
- Normal... yo también estuve un buen rato despierta, pero al final caí rendida. Bueno, te dejo, que quedé con Sonia para ponernos al día... voy a lavarme los dientes

"Voy a lavarme los dientes" "Voy a lavarme los dientes" "Voy a lavarme los dientes"

La frase no paraba de resonar en mi cabeza. Una y otra vez. Estaba incluso mareado. ¿Era una puta indirecta? ¿Sabía algo? ¿Me había visto? Joder!!

Y sobre todo:

Josín, acuerdate, haz memoria joder... ¿¿¿limpiaste ayer el puto cepillo???

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(Continuará... si queréis!)
Cómo no vamos a querer!!!
 
Ana salió del baño sonriendo. Nada fuera de lo normal, siendo ella una chica tan risueña y encantadora. Se despidió mirándome a los ojos, apoyando su mano en mi cintura y dándome un beso en la mejilla. Intenté, iluso de mí, adivinar el olor a mi semen en su boca, aunque, recién lavados los dientes, cualquier pista habría desaparecido. Percibí un suave olor a dentífrico, sin más. Cogió su chaqueta y salió de casa con ella al hombro. Camiseta de tirantes, shorts y sandalias de tacón. Iba sin sujetador, pero en estos momento mi cabeza no estaba como para miradas furtivas.

En cuanto la puerta se cerró, corrí al baño y barrí con la mirada de derecha a izquierda todas las zonas donde recordaba que había salpicado con mi semen. Inspeccioné detenidamente el caño del grifo, pero estaba reluciente. Miré cada milímetro del lavabo en busca de alguna pista, aunque sería difícil que algo permaneciese allí después de que Ana hubiese abierto el grifo para aclararse la boca. Nada. Los cepillos de la familia en el vaso, amontonados y junto al bote de pasta de dientes. Alguna salpicadura que parecían gotas de agua. Me era imposible recordar si había llegado a limpiar su cepillo. Lo cogí, abrí el grifo, pero... ¿lo limpié? Ojalá lo supiera. Imaginé a mi hermana cogiendo su cepillo y llevándoselo a la boca, y me alivió pensar que con las horas el semen se licua y que al poner pasta de dientes sobre las cerdas del cepillo, sería imposible detectar ni el olor ni el sabor. Pero el solo hecho de pensarlo, el solo hecho de imaginar a Ana llevándose mis soldaditos a la boca, hizo que la sangre me empezara a palpitar en el rabo. Joder, estoy enfermo, pensé. Busqué en el cesto de la ropa sucia y en esta ocasión no encontré nada decente. Las bragas sucias que había utilizado para correrme el día anterior seguían allí, pero acartonadas y malolientes tras secárseles mi lefa.

Decidí posponer la paja, darme una ducha fría y salir a dar una vuelta.

Cuando volví a casa, ya bien entrada la tarde, Ana ya estaba tirada en el sofá, en su pijama cortito de verano, con la televisión puesta. "Joder Anita, no ayudas nada...", pensé.

- Josi, ¿qué tal? No sé si podrás echarme un vistazo a esto, creo que me he hecho daño - me dijo, señalándose al pie derecho. Yo acababa de terminar primero de podología, pero mi familia ya me consideraba todo un experto y me consultaban cualquier dolencia, incluso de partes del cuerpo que no tenían nada que ver con mi formación. Los pies son muy importantes, decía mi madre, y a veces una molestia en la cadera puede derivar de una mala pisada, que lo escuché el otro día en la tele.

Me senté en el sofá, en el extremo opuesto a donde ella tenía situada la cabeza, y sujeté su pie por el tobillo. La verdad es que mi hermana tenía unos pies preciosos: pequeñitos (llevaba una talla 36), ligeramente anchos pero proporcionados. Le gustaba pintarse las uñas de colores, y en verano siempre las llevaba o rojas o blancas. Esta semana había tocado rojo. Aunque se las pintaba ella misma, el acabado era profesional. Llevaba una pequeña pulsera en el tobillo, una cadenita plateada con un corazón colgando. Sus tobillos, sorprendentemente finos para la anchura de su muslo, siempre me parecieron muy femeninos. Comencé a apretar con mis dedos pulgares la planta de su pie, en busca de la causa del dolor, como me habían enseñado en la carrera. Los deslicé suavemente empezando por el talón y recorriendo su metatarso hasta llegar a sus deditos, que separé uno a uno delicadamente para liberar la musculatura. Ana emitió un pequeño gemido. Seguí masajeando, ahora en sentido inverso, desde sus deditos a su tobillo acariciando su empeine, y de vuelta por la planta hasta los dedos. Me sorprendió la suavidad y el calor de su piel, ni un defecto, ni una dureza. Repetí la secuencia varias veces, hasta que percibí total relajación en su musculatura. Enfrascado como estaba en el masaje de pies, observando cada detalle de los mismos y grabándolos en mi mente para recordarlos después en mis ratitos de intimidad, no me había dado cuenta que Ana se había dormido. Cuando levanté la mirada, pude ver que había subido la pierna izquierda al respaldo del sofá; la pernera del short de su pijama se había movido lo suficiente para que su coñito, sin bragas, estuviese expuesto ante mis ojos entre la tela y el muslo. Estaba completamente depilado, y con sus labios hacia afuera como una pequeña mariposita rosada, pude percibir el reflejo tenue de la luz que delataba su humedad. Mi vista comenzó a nublarse. De manera consciente o inconsciente, acerqué lentamente su pequeño pie a mi polla, que ya asomaba dura por encima de la goma del pantalón de mi chándal. En cuanto sus deditos rozaron mi capullo, me estremecí y noté como el semen se derramaba sobre mi barriga. Explosión de placer, seguida vuelta a la realidad y mazazo de culpabilidad.

Me levanté rápido del sofá, antes de que mi hermana se despertase y pudiera darse cuenta de lo que había provocado en mí. Corrí a encerrarme en la habitación, y pasé la noche en vela, castigándome a mi mismo por no poder reprimir mis instintos. A la mañana siguiente, tardé en atreverme a salir de la habitación, pero llegado un punto, necesitaba beber y comer algo. Con tan mala puntería que allí se encontraba Ana, desayunando.

- Buff, Josín, ¡¡el mejor masaje de mi vida!! Ya sé que quizás es abusar, pero... ¿Qué te parece si lo repites esta noche?

(Continuará...)

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Ana salió del baño sonriendo. Nada fuera de lo normal, siendo ella una chica tan risueña y encantadora. Se despidió mirándome a los ojos, apoyando su mano en mi cintura y dándome un beso en la mejilla. Intenté, iluso de mí, adivinar el olor a mi semen en su boca, aunque, recién lavados los dientes, cualquier pista habría desaparecido. Percibí un suave olor a dentífrico, sin más. Cogió su chaqueta y salió de casa con ella al hombro. Camiseta de tirantes, shorts y sandalias de tacón. Iba sin sujetador, pero en estos momento mi cabeza no estaba como para miradas furtivas.

En cuanto la puerta se cerró, corrí al baño y barrí con la mirada de derecha a izquierda todas las zonas donde recordaba que había salpicado con mi semen. Inspeccioné detenidamente el caño del grifo, pero estaba reluciente. Miré cada milímetro del lavabo en busca de alguna pista, aunque sería difícil que algo permaneciese allí después de que Ana hubiese abierto el grifo para aclararse la boca. Nada. Los cepillos de la familia en el vaso, amontonados y junto al bote de pasta de dientes. Alguna salpicadura que parecían gotas de agua. Me era imposible recordar si había llegado a limpiar su cepillo. Lo cogí, abrí el grifo, pero... ¿lo limpié? Ojalá lo supiera. Imaginé a mi hermana cogiendo su cepillo y llevándoselo a la boca, y me alivió pensar que con las horas el semen se licua y que al poner pasta de dientes sobre las cerdas del cepillo, sería imposible detectar ni el olor ni el sabor. Pero el solo hecho de pensarlo, el solo hecho de imaginar a Ana llevándose mis soldaditos a la boca, hizo que la sangre me empezara a palpitar en el rabo. Joder, estoy enfermo, pensé. Busqué en el cesto de la ropa sucia y en esta ocasión no encontré nada decente. Las bragas sucias que había utilizado para correrme el día anterior seguían allí, pero acartonadas y malolientes tras secárseles mi lefa.

Decidí posponer la paja, darme una ducha fría y salir a dar una vuelta.

Cuando volví a casa, ya bien entrada la tarde, Ana ya estaba tirada en el sofá, en su pijama cortito de verano, con la televisión puesta. "Joder Anita, no ayudas nada...", pensé.

- Josi, ¿qué tal? No sé si podrás echarme un vistazo a esto, creo que me he hecho daño - me dijo, señalándose al pie derecho. Yo acababa de terminar primero de podología, pero mi familia ya me consideraba todo un experto y me consultaban cualquier dolencia, incluso de partes del cuerpo que no tenían nada que ver con mi formación. Los pies son muy importantes, decía mi madre, y a veces una molestia en la cadera puede derivar de una mala pisada, que lo escuché el otro día en la tele.

Me senté en el sofá, en el extremo opuesto a donde ella tenía situada la cabeza, y sujeté su pie por el tobillo. La verdad es que mi hermana tenía unos pies preciosos: pequeñitos (llevaba una talla 36), ligeramente anchos pero proporcionados. Le gustaba pintarse las uñas de colores, y en verano siempre las llevaba o rojas o blancas. Esta semana había tocado rojo. Aunque se las pintaba ella misma, el acabado era profesional. Llevaba una pequeña pulsera en el tobillo, una cadenita plateada con un corazón colgando. Sus tobillos, sorprendentemente finos para la anchura de su muslo, siempre me parecieron muy femeninos. Comencé a apretar con mis dedos pulgares la planta de su pie, en busca de la causa del dolor, como me habían enseñado en la carrera. Los deslicé suavemente empezando por el talón y recorriendo su metatarso hasta llegar a sus deditos, que separé uno a uno delicadamente para liberar la musculatura. Ana emitió un pequeño gemido. Seguí masajeando, ahora en sentido inverso, desde sus deditos a su tobillo acariciando su empeine, y de vuelta por la planta hasta los dedos. Me sorprendió la suavidad y el calor de su piel, ni un defecto, ni una dureza. Repetí la secuencia varias veces, hasta que percibí total relajación en su musculatura. Enfrascado como estaba en el masaje de pies, observando cada detalle de los mismos y grabándolos en mi mente para recordarlos después en mis ratitos de intimidad, no me había dado cuenta que Ana se había dormido. Cuando levanté la mirada, pude ver que había subido la pierna izquierda al respaldo del sofá; la pernera del short de su pijama se había movido lo suficiente para que su coñito, sin bragas, estuviese expuesto ante mis ojos entre la tela y el muslo. Estaba completamente depilado, y con sus labios hacia afuera como una pequeña mariposita rosada, pude percibir el reflejo tenue de la luz que delataba su humedad. Mi vista comenzó a nublarse. De manera consciente o inconsciente, acerqué lentamente su pequeño pie a mi polla, que ya asomaba dura por encima de la goma del pantalón de mi chándal. En cuanto sus deditos rozaron mi capullo, me estremecí y noté como el semen se derramaba sobre mi barriga. Explosión de placer, seguida vuelta a la realidad y mazazo de culpabilidad.

Me levanté rápido del sofá, antes de que mi hermana se despertase y pudiera darse cuenta de lo que había provocado en mí. Corrí a encerrarme en la habitación, y pasé la noche en vela, castigándome a mi mismo por no poder reprimir mis instintos. A la mañana siguiente, tardé en atreverme a salir de la habitación, pero llegado un punto, necesitaba beber y comer algo. Con tan mala puntería que allí se encontraba Ana, desayunando.

- Buff, Josín, ¡¡el mejor masaje de mi vida!! Ya sé que quizás es abusar, pero... ¿Qué te parece si lo repites esta noche?

(Continuará...)

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Ufffffffff joder, ver ese coñito asomando por el lado del pijamita mmmmmmmmmm, normal q te corrieras sin tocarte uffffffff
 
Bufff ,con tanto masaje no te entran ganas de que te haga uno ella?
 
Lo he leído todo seguido, magnífica manera de relatar , muy buena cronología.. fantástico
 
Ana salió del baño sonriendo. Nada fuera de lo normal, siendo ella una chica tan risueña y encantadora. Se despidió mirándome a los ojos, apoyando su mano en mi cintura y dándome un beso en la mejilla. Intenté, iluso de mí, adivinar el olor a mi semen en su boca, aunque, recién lavados los dientes, cualquier pista habría desaparecido. Percibí un suave olor a dentífrico, sin más. Cogió su chaqueta y salió de casa con ella al hombro. Camiseta de tirantes, shorts y sandalias de tacón. Iba sin sujetador, pero en estos momento mi cabeza no estaba como para miradas furtivas.

En cuanto la puerta se cerró, corrí al baño y barrí con la mirada de derecha a izquierda todas las zonas donde recordaba que había salpicado con mi semen. Inspeccioné detenidamente el caño del grifo, pero estaba reluciente. Miré cada milímetro del lavabo en busca de alguna pista, aunque sería difícil que algo permaneciese allí después de que Ana hubiese abierto el grifo para aclararse la boca. Nada. Los cepillos de la familia en el vaso, amontonados y junto al bote de pasta de dientes. Alguna salpicadura que parecían gotas de agua. Me era imposible recordar si había llegado a limpiar su cepillo. Lo cogí, abrí el grifo, pero... ¿lo limpié? Ojalá lo supiera. Imaginé a mi hermana cogiendo su cepillo y llevándoselo a la boca, y me alivió pensar que con las horas el semen se licua y que al poner pasta de dientes sobre las cerdas del cepillo, sería imposible detectar ni el olor ni el sabor. Pero el solo hecho de pensarlo, el solo hecho de imaginar a Ana llevándose mis soldaditos a la boca, hizo que la sangre me empezara a palpitar en el rabo. Joder, estoy enfermo, pensé. Busqué en el cesto de la ropa sucia y en esta ocasión no encontré nada decente. Las bragas sucias que había utilizado para correrme el día anterior seguían allí, pero acartonadas y malolientes tras secárseles mi lefa.

Decidí posponer la paja, darme una ducha fría y salir a dar una vuelta.

Cuando volví a casa, ya bien entrada la tarde, Ana ya estaba tirada en el sofá, en su pijama cortito de verano, con la televisión puesta. "Joder Anita, no ayudas nada...", pensé.

- Josi, ¿qué tal? No sé si podrás echarme un vistazo a esto, creo que me he hecho daño - me dijo, señalándose al pie derecho. Yo acababa de terminar primero de podología, pero mi familia ya me consideraba todo un experto y me consultaban cualquier dolencia, incluso de partes del cuerpo que no tenían nada que ver con mi formación. Los pies son muy importantes, decía mi madre, y a veces una molestia en la cadera puede derivar de una mala pisada, que lo escuché el otro día en la tele.

Me senté en el sofá, en el extremo opuesto a donde ella tenía situada la cabeza, y sujeté su pie por el tobillo. La verdad es que mi hermana tenía unos pies preciosos: pequeñitos (llevaba una talla 36), ligeramente anchos pero proporcionados. Le gustaba pintarse las uñas de colores, y en verano siempre las llevaba o rojas o blancas. Esta semana había tocado rojo. Aunque se las pintaba ella misma, el acabado era profesional. Llevaba una pequeña pulsera en el tobillo, una cadenita plateada con un corazón colgando. Sus tobillos, sorprendentemente finos para la anchura de su muslo, siempre me parecieron muy femeninos. Comencé a apretar con mis dedos pulgares la planta de su pie, en busca de la causa del dolor, como me habían enseñado en la carrera. Los deslicé suavemente empezando por el talón y recorriendo su metatarso hasta llegar a sus deditos, que separé uno a uno delicadamente para liberar la musculatura. Ana emitió un pequeño gemido. Seguí masajeando, ahora en sentido inverso, desde sus deditos a su tobillo acariciando su empeine, y de vuelta por la planta hasta los dedos. Me sorprendió la suavidad y el calor de su piel, ni un defecto, ni una dureza. Repetí la secuencia varias veces, hasta que percibí total relajación en su musculatura. Enfrascado como estaba en el masaje de pies, observando cada detalle de los mismos y grabándolos en mi mente para recordarlos después en mis ratitos de intimidad, no me había dado cuenta que Ana se había dormido. Cuando levanté la mirada, pude ver que había subido la pierna izquierda al respaldo del sofá; la pernera del short de su pijama se había movido lo suficiente para que su coñito, sin bragas, estuviese expuesto ante mis ojos entre la tela y el muslo. Estaba completamente depilado, y con sus labios hacia afuera como una pequeña mariposita rosada, pude percibir el reflejo tenue de la luz que delataba su humedad. Mi vista comenzó a nublarse. De manera consciente o inconsciente, acerqué lentamente su pequeño pie a mi polla, que ya asomaba dura por encima de la goma del pantalón de mi chándal. En cuanto sus deditos rozaron mi capullo, me estremecí y noté como el semen se derramaba sobre mi barriga. Explosión de placer, seguida vuelta a la realidad y mazazo de culpabilidad.

Me levanté rápido del sofá, antes de que mi hermana se despertase y pudiera darse cuenta de lo que había provocado en mí. Corrí a encerrarme en la habitación, y pasé la noche en vela, castigándome a mi mismo por no poder reprimir mis instintos. A la mañana siguiente, tardé en atreverme a salir de la habitación, pero llegado un punto, necesitaba beber y comer algo. Con tan mala puntería que allí se encontraba Ana, desayunando.

- Buff, Josín, ¡¡el mejor masaje de mi vida!! Ya sé que quizás es abusar, pero... ¿Qué te parece si lo repites esta noche?

(Continuará...)

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