Drukpa Kunley
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Episodio 1: Inocencia
No estaba seguro de que fuera a venir. Dudaba incluso de su misma existencia. Era demasiado perfecta para ser real, diferente a cualquier otra chica de la web, tanto por el contenido que publicaba como por su manera de interactuar. Para empezar no había una sola de sus fotos que pudiera calificarse como explícita, no al menos en los términos esperables de una web pornográfica. Ni siquiera había una foto en lencería o ropa interior. Todo su contenido entraba en lo que podríamos llamar “decente”. Aun así obtenía mucha más atención del público masculino que la que recibían otras chicas publicando primeros planos de sus vulvas en plena excitación. Y quizá fuera precisamente esa la razón de su éxito, que no mostraba ningún interés por representar el papel de guarra, al contrario, hacía gala de un aura de pureza e inocencia casi virginal. Para colmo era joven y poseía, oculto bajo esos decentes vestidos que nunca se quitaba, un cuerpo que todos intuíamos hermoso, de piel suave y pechos turgentes. No es de extrañar que provocara la envidia y el encono de todas esas viejas decrépitas que, en su desesperado intento por atraer aún el deseo de los hombres, se exhiben de las formas más impúdicas, sin cuidarse siquiera de disimular sus almorranas.
Por otro lado, llamaba la atención la forma en que interactuaba con sus seguidores. Nunca respondía a los comentarios, tan solo reaccionaba con algún “me gusta” (rara vez con algún “me encanta”) a aquellos que le agradaban, e ignoraba por completo los que caían en la vulgaridad, el mal gusto o la simpleza. Era curioso observar como desde sus primeras publicaciones el tono de los comentarios se había ido elevando y, poco a poco, se había abandonado la ordinariez propia de la mayoría de hilos, donde tanto abundaban las faltas de ortografía, las fotos de bragas usadas y los culos con hemorroides.
Había surgido incluso una suerte de rivalidad entre sus seguidores, que competíamos, echando mano de todo nuestro ingenio, por obtener ese preciado “me encanta”. Abandonando mi natural modestia, puedo presumir de ser el único en haber sido laureado en tres ocasiones con esa etiqueta. Eso fue sin duda lo que me animó a escribirle por privado. No tenía muchas esperanzas de que me respondiera, viendo lo poco comunicativa que era en el foro. Para mi sorpresa no solo lo hizo, sino que se mostró mucho más receptiva de lo que yo esperaba. La conversación fluyó de la forma más natural y, desde el primer momento en que lo propuse, ella se mostró partidaria de encontrarnos en persona.
Creo que, desde que acordamos la cita, un exceso de entusiasmo me había impedido analizar racionalmente la situación. Solo ahora que se acercaba la hora y esperaba a que llamara a la puerta de mi apartamento, me paré a pensarlo y me di cuenta de que aquello no tenía ningún sentido. ¿Por qué iba a aceptar una chica de 18 años verse con un completo desconocido en su apartamento, por mucho que las intenciones fueran, en un principio, no sexuales? Había dado por hecho que era su juvenil inocencia la que había posibilitado ese encuentro, pero lo cierto es que el único inocente allí era yo.
Ding-dong.
No. No puede ser. No puede ser ella, me dije. No puede ser porque esa chica no existe, es un perfil falso, y quien quiera que esté detrás de él sabe mi dirección y se encuentra ahora mismo en el umbral de mi apartamento Dios sabe con qué intenciones.
Me quedé parado, en silencio, sin atreverme a dar un paso.
Ding-dong.
Quizá estoy exagerando. ¿Por qué no iba a ser real? Cosas más raras se han visto. No, no es posible. ¿Una chica de 18 años, joven y hermosa, dispuesta a encontrarse así de buenas a primeras con un desconocido que le dobla la edad? No, no puede ser.
Ding-dong.
¿Pero y si de verdad es ella? ¿Y si es real? Un cuerpo joven, de pechos firmes, con muslos de piel suave y sin estrías… ¡que probablemente no ha visto un bote de Hemoal en su vida! Presa de un impulso avancé dispuesto a resolver de una vez el enigma y ver quién se ocultaba al otro lado de la puerta. Ni siquiera se me ocurrió mirar antes por la mirilla. Abrí directamente, ansioso por salir de aquella incertidumbre.
-¡Hola! -exclamó una voz cuando abrí la puerta.
Me quedé boquiabierto. No podía dar crédito a lo que veía. Allí estaba, era ella, sin duda. No había visto nunca antes su cara, pero reconocí enseguida su cabello rubio y su inconfundible piel de nácar, aunque solo quedaran al descubierto su rostro y sus manos, pues el resto de su cuerpo iba tapado bajo una larga gabardina marrón. Era aún más guapa de lo que me imaginaba: nariz fina, labios carnosos y ojos verde esmeralda. Pasaron algunos segundos, hasta que ella, notando mi estupefacción, añadió con voz suave e indecisa:
-¿Puedo... pasar?
-Sí, sí, sí… Pasa. Por aquí.
La guie por el pasillo hasta “mi estudio”, esa habitación que me había encargado de organizar ese mismo día dándole cierto aire de profesionalidad, a pesar de que ya le había aclarado en nuestras conversaciones que yo solo era un fotógrafo aficionado.
-Mi estudio -dije abriéndole la puerta-. Ponte cómoda.
Dudó un instante con la mano sobre el nudo de la gabardina, hasta que finalmente lo deshizo y dejó al descubierto su outfit: zapatos de tacón y medias negras, minifalda de cuero del mismo color y una ceñida camiseta blanca; el más sexy de todos los que había lucido en la web, el que más reacciones había provocado entre el público masculino, y más envidia entre las usuarias de ungüento hemorroidal.
Se quedó un momento con la gabardina en la mano sin saber qué hacer con ella.
-Trae -dije, y la coloqué sobre el reposabrazos del viejo sofá de terciopelo rojo que presidía la habitación.
-Estás nerviosa, ¿no?
-Un poco.
-¿Por qué no te sientas en el sofá? Estarás más cómoda. Voy a buscar algo de beber.
Fui a la cocina, agarré la cubitera, dos vasos y una botella de Martini blanco. Cuando volví a la habitación la encontré sentada en el sofá con las piernas cruzadas, el codo apoyado en el reposabrazos y la cabeza ladeada, observando con la mano en el mentón y gesto pensativo mi extensa colección de literatura erótica.
-No te muevas -le dije.
-¿Qué?
-No te muevas, por favor.
Dejé los vasos y la bebida sobre la pequeña mesa de vidrio que había delante del sofá y me acerqué al escritorio para coger mi cámara. Consideré en un segundo los posibles ángulos y, finalmente, me arrodillé frente a ella.
-No te muevas -repetí, ajustando el objetivo. Y disparé (¡clic!). Ella sonrió-. Oh, sí, sonríe (¡clic!). Así me gusta (¡clic!). Preciosa (¡clic!). Mírame (¡clic!). Muérdete el dedo (¡clic!). ¿Te da vergüenza? (¡clic!). Eso está bien (¡clic!). Agacha la mirada (¡clic!). Tápate la cara con las manos (¡clic!). Perfecto (¡clic!).
Bajé por fin la cámara y me tomé un tiempo para revisar las fotos en la pantalla digital.
-Eres muy fotogénica.
-Gracias.
-Creo que vamos a sacar un buen material.
Puse hielo en los vasos, serví dos martinis y le ofrecí uno.
-¡Salud! -dije chocando las copas.
Ella sostuvo el vaso con las dos manos y le dio varios sorbos mientras yo la observaba detenidamente. Llevaba rímel para realzar las pestañas y algo de brillo en los labios. Nada más. Me agradó descubrir que no era una de esas chicas obsesionadas con el maquillaje. La verdad es que tampoco lo necesitaba. Era realmente hermosa. Tenía todos los requisitos que hubieran hecho de ella la musa ideal de un poeta renacentista. Todavía no era capaz de entender por qué había aceptado mi invitación.
-¿Por qué haces esto? -inquirí.
Ella se encogió de hombros con indiferencia, como si realmente la pregunta no tuviera la más mínima importancia.
-¿No te da miedo quedar a solas con un desconocido?
Dio un sorbo a la copa y encogiendo de nuevo los hombros respondió:
-Me fío de ti.
-Pero tú no me conoces de nada. Podría ser alguien peligroso.
-Tú no eres peligroso -dijo riendo. La idea parecía hacerle gracia.
-¿Cómo puedes saberlo?
-No sé -respondió encogiéndose otra vez de hombros-. Intuición.
No podría creer que fuera de verdad tan inocente como para confiar así en un completo desconocido. Pero debía admitir que tenía razón, nunca se me pasaría por la cabeza hacerle daño, todo lo contrario, haría lo que fuera por protegerla de quien lo intentara.
Le hice varias preguntas más, pero no logré averiguar mucho, sus respuestas eran demasiado escuetas y evasivas, no sé si por timidez o por celo a preservar su intimidad. Ni siquiera me dijo su nombre real, y por petición suya tampoco haré referencia a su nick en la web.
Después de un par de copas de Martini y algunas risas, le sugerí seguir con la sesión de fotos, aprovechando que estaba más relajada. El alcohol parecía haberle hecho efecto y la timidez que había mostrado en las primeras tomas daba paso ahora a una actitud mucho más desinhibida. No hacía falta que le diera indicaciones, ella misma se movía, cambiaba de postura y ensayaba poses que se iban acercando cada vez más al terreno de lo provocativo.
En un momento determinado levantó una rodilla para apoyar el pie en el sofá y dejó ligeramente a la vista su ropa interior. Ignoro si fue algo deliberado o un mero descuido. De cualquier modo el tono de las fotos ya había ido más allá del habitual en sus publicaciones en la web, y ese fugaz vistazo de su lencería negra parecía indicar que la cosa iría aún más lejos. Claro que yo en ese momento no me imaginaba que pudiera llegar hasta donde finalmente llegó.
Por otro lado, llamaba la atención la forma en que interactuaba con sus seguidores. Nunca respondía a los comentarios, tan solo reaccionaba con algún “me gusta” (rara vez con algún “me encanta”) a aquellos que le agradaban, e ignoraba por completo los que caían en la vulgaridad, el mal gusto o la simpleza. Era curioso observar como desde sus primeras publicaciones el tono de los comentarios se había ido elevando y, poco a poco, se había abandonado la ordinariez propia de la mayoría de hilos, donde tanto abundaban las faltas de ortografía, las fotos de bragas usadas y los culos con hemorroides.
Había surgido incluso una suerte de rivalidad entre sus seguidores, que competíamos, echando mano de todo nuestro ingenio, por obtener ese preciado “me encanta”. Abandonando mi natural modestia, puedo presumir de ser el único en haber sido laureado en tres ocasiones con esa etiqueta. Eso fue sin duda lo que me animó a escribirle por privado. No tenía muchas esperanzas de que me respondiera, viendo lo poco comunicativa que era en el foro. Para mi sorpresa no solo lo hizo, sino que se mostró mucho más receptiva de lo que yo esperaba. La conversación fluyó de la forma más natural y, desde el primer momento en que lo propuse, ella se mostró partidaria de encontrarnos en persona.
Creo que, desde que acordamos la cita, un exceso de entusiasmo me había impedido analizar racionalmente la situación. Solo ahora que se acercaba la hora y esperaba a que llamara a la puerta de mi apartamento, me paré a pensarlo y me di cuenta de que aquello no tenía ningún sentido. ¿Por qué iba a aceptar una chica de 18 años verse con un completo desconocido en su apartamento, por mucho que las intenciones fueran, en un principio, no sexuales? Había dado por hecho que era su juvenil inocencia la que había posibilitado ese encuentro, pero lo cierto es que el único inocente allí era yo.
Ding-dong.
No. No puede ser. No puede ser ella, me dije. No puede ser porque esa chica no existe, es un perfil falso, y quien quiera que esté detrás de él sabe mi dirección y se encuentra ahora mismo en el umbral de mi apartamento Dios sabe con qué intenciones.
Me quedé parado, en silencio, sin atreverme a dar un paso.
Ding-dong.
Quizá estoy exagerando. ¿Por qué no iba a ser real? Cosas más raras se han visto. No, no es posible. ¿Una chica de 18 años, joven y hermosa, dispuesta a encontrarse así de buenas a primeras con un desconocido que le dobla la edad? No, no puede ser.
Ding-dong.
¿Pero y si de verdad es ella? ¿Y si es real? Un cuerpo joven, de pechos firmes, con muslos de piel suave y sin estrías… ¡que probablemente no ha visto un bote de Hemoal en su vida! Presa de un impulso avancé dispuesto a resolver de una vez el enigma y ver quién se ocultaba al otro lado de la puerta. Ni siquiera se me ocurrió mirar antes por la mirilla. Abrí directamente, ansioso por salir de aquella incertidumbre.
-¡Hola! -exclamó una voz cuando abrí la puerta.
Me quedé boquiabierto. No podía dar crédito a lo que veía. Allí estaba, era ella, sin duda. No había visto nunca antes su cara, pero reconocí enseguida su cabello rubio y su inconfundible piel de nácar, aunque solo quedaran al descubierto su rostro y sus manos, pues el resto de su cuerpo iba tapado bajo una larga gabardina marrón. Era aún más guapa de lo que me imaginaba: nariz fina, labios carnosos y ojos verde esmeralda. Pasaron algunos segundos, hasta que ella, notando mi estupefacción, añadió con voz suave e indecisa:
-¿Puedo... pasar?
-Sí, sí, sí… Pasa. Por aquí.
La guie por el pasillo hasta “mi estudio”, esa habitación que me había encargado de organizar ese mismo día dándole cierto aire de profesionalidad, a pesar de que ya le había aclarado en nuestras conversaciones que yo solo era un fotógrafo aficionado.
-Mi estudio -dije abriéndole la puerta-. Ponte cómoda.
Dudó un instante con la mano sobre el nudo de la gabardina, hasta que finalmente lo deshizo y dejó al descubierto su outfit: zapatos de tacón y medias negras, minifalda de cuero del mismo color y una ceñida camiseta blanca; el más sexy de todos los que había lucido en la web, el que más reacciones había provocado entre el público masculino, y más envidia entre las usuarias de ungüento hemorroidal.
Se quedó un momento con la gabardina en la mano sin saber qué hacer con ella.
-Trae -dije, y la coloqué sobre el reposabrazos del viejo sofá de terciopelo rojo que presidía la habitación.
-Estás nerviosa, ¿no?
-Un poco.
-¿Por qué no te sientas en el sofá? Estarás más cómoda. Voy a buscar algo de beber.
Fui a la cocina, agarré la cubitera, dos vasos y una botella de Martini blanco. Cuando volví a la habitación la encontré sentada en el sofá con las piernas cruzadas, el codo apoyado en el reposabrazos y la cabeza ladeada, observando con la mano en el mentón y gesto pensativo mi extensa colección de literatura erótica.
-No te muevas -le dije.
-¿Qué?
-No te muevas, por favor.
Dejé los vasos y la bebida sobre la pequeña mesa de vidrio que había delante del sofá y me acerqué al escritorio para coger mi cámara. Consideré en un segundo los posibles ángulos y, finalmente, me arrodillé frente a ella.
-No te muevas -repetí, ajustando el objetivo. Y disparé (¡clic!). Ella sonrió-. Oh, sí, sonríe (¡clic!). Así me gusta (¡clic!). Preciosa (¡clic!). Mírame (¡clic!). Muérdete el dedo (¡clic!). ¿Te da vergüenza? (¡clic!). Eso está bien (¡clic!). Agacha la mirada (¡clic!). Tápate la cara con las manos (¡clic!). Perfecto (¡clic!).
Bajé por fin la cámara y me tomé un tiempo para revisar las fotos en la pantalla digital.
-Eres muy fotogénica.
-Gracias.
-Creo que vamos a sacar un buen material.
Puse hielo en los vasos, serví dos martinis y le ofrecí uno.
-¡Salud! -dije chocando las copas.
Ella sostuvo el vaso con las dos manos y le dio varios sorbos mientras yo la observaba detenidamente. Llevaba rímel para realzar las pestañas y algo de brillo en los labios. Nada más. Me agradó descubrir que no era una de esas chicas obsesionadas con el maquillaje. La verdad es que tampoco lo necesitaba. Era realmente hermosa. Tenía todos los requisitos que hubieran hecho de ella la musa ideal de un poeta renacentista. Todavía no era capaz de entender por qué había aceptado mi invitación.
-¿Por qué haces esto? -inquirí.
Ella se encogió de hombros con indiferencia, como si realmente la pregunta no tuviera la más mínima importancia.
-¿No te da miedo quedar a solas con un desconocido?
Dio un sorbo a la copa y encogiendo de nuevo los hombros respondió:
-Me fío de ti.
-Pero tú no me conoces de nada. Podría ser alguien peligroso.
-Tú no eres peligroso -dijo riendo. La idea parecía hacerle gracia.
-¿Cómo puedes saberlo?
-No sé -respondió encogiéndose otra vez de hombros-. Intuición.
No podría creer que fuera de verdad tan inocente como para confiar así en un completo desconocido. Pero debía admitir que tenía razón, nunca se me pasaría por la cabeza hacerle daño, todo lo contrario, haría lo que fuera por protegerla de quien lo intentara.
Le hice varias preguntas más, pero no logré averiguar mucho, sus respuestas eran demasiado escuetas y evasivas, no sé si por timidez o por celo a preservar su intimidad. Ni siquiera me dijo su nombre real, y por petición suya tampoco haré referencia a su nick en la web.
Después de un par de copas de Martini y algunas risas, le sugerí seguir con la sesión de fotos, aprovechando que estaba más relajada. El alcohol parecía haberle hecho efecto y la timidez que había mostrado en las primeras tomas daba paso ahora a una actitud mucho más desinhibida. No hacía falta que le diera indicaciones, ella misma se movía, cambiaba de postura y ensayaba poses que se iban acercando cada vez más al terreno de lo provocativo.
En un momento determinado levantó una rodilla para apoyar el pie en el sofá y dejó ligeramente a la vista su ropa interior. Ignoro si fue algo deliberado o un mero descuido. De cualquier modo el tono de las fotos ya había ido más allá del habitual en sus publicaciones en la web, y ese fugaz vistazo de su lencería negra parecía indicar que la cosa iría aún más lejos. Claro que yo en ese momento no me imaginaba que pudiera llegar hasta donde finalmente llegó.
[Continuara...]