A. Seneka
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Resaca de lujuria
La mañana siguiente, durante el desayuno, fue una réplica del día anterior. Caras serias, miradas furtivas y mucha vergüenza escondida en el estómago de cada uno. Cristian no fue capaz de sostener la mirada de Marta; ella, la de Mario; y éste… no se enteraba de nada.
—Bueno, familia, me voy —dijo Mario levantándose de la mesa mientras recogía los restos de su desayuno.
Cristian, sentado frente a él, lo observó mientras se alejaba hacia la fregadera donde Marta se encontraba en ese momento.
Se dio cuenta de lo diferentes que ambos eran entre sí. Ella era pausada, sobria en su forma de ser, cabal. Su padre, en cambio, era la parte cómica de un circo ambulante. Siempre bromeando y de buen humor. Nunca veía el lado malo de las cosas. Positivo hasta la médula. Desordenado crónico. Improvisando cada movimiento e incapaz de recordar una fecha o evento.
Ella era guapa, altiva, con un cuerpo envidiable de busto generoso y líneas suaves y cuidadas. La madurez de un buen vino en una barrica de roble.
Su padre no destacaba por su físico o belleza. No tenía ese carisma que la caracterizaba a ella. Ese porte elegante que hacía girar las cabezas para mirarla dos veces. Y sin embargo…
Se la estaba follando.
Así, sin más, con su simpleza, con su aspecto anodino, con su poco o nada destacable físico. Ella le pertenecía en cuerpo y alma desde que se conocieron.
Enamorada como si de un embrujo se tratara. Y no lo podía comprender. No es que sintiera odio hacia su padre, todo lo contrario. Lo había adorado durante toda su vida. Le había dado la infancia más feliz que ningún niño pueda imaginar. Siempre a su lado, animándole. Consintiendo todo, ni un reproche, ni una mala mirada de decepción. Su padre era, sin duda, la persona más comprensible y alocada que ningún niño podría encontrar sobre la faz de la tierra.
Y ahí radicaba precisamente el problema. Cristian ya no era un niño. Había crecido y había madurado, pero su padre no. Ahora sus monerías y sus bromas le abochornaban. Su carácter sarcástico y atolondrado le avergonzaba frente a sus amigos.
¿De verdad alguien como él había podido conquistar a una mujer como Marta?
Hubiera preferido que fuera más serio y taciturno. Un padre para fardar frente a sus amigos tal y como fardaba de su madre, o de la propia Marta.
Marta.
No eran pocos los amigos que se empeñaban en acompañarle a casa solo para verla a ella. Quizás por eso nunca la aceptó en su vida. Ella era “La Otra”, la que apartó a su madre y ocupó su sitio. Verlos babear por ella era un desprecio hacia la verdadera mujer que debería estar ahí. Como si no existiera o como si fuera peor persona. La observó de espaldas en la encimera.
Su padre depositó la taza en el fregadero y se acercó por detrás hasta colocarse pegado a su espalda. La abrazó y escondió su cara tras su pelo.
—Me voy a trabajar—susurró al oído— pero esta vez volveré como un héroe para acabar mi misión.
Marta carraspeó incómoda. La referencia sexual hizo que se sintiera extraña con su hijo tan solo a un par de metros. Se forzó a sonreír y giró la cabeza para darle un casto beso en la mejilla.
—¡Y tú! —dijo señalando a Cristian con ambos dedos índices y los brazos extendidos, en un teatral ademán mientras arrastraba los pies hacia atrás con pasos cortos y rápidos en dirección a la puerta—, estudia mucho. Sorpréndelos.
—Claro, papá —contestó levantando el puño con desgana a modo de victoria. Intentando corresponder a la efusividad simulada de su padre.
—Ese es mi chico.
Mario mostraba una sonrisa de oreja a oreja. Esa que Marta tanto amaba junto con sus payasadas. Lo observó mientras desaparecía de la cocina, perdiendo sus pasos tras la puerta principal. Se sorprendió, sonriendo como una boba, mirando el hueco de la puerta por la que se había ido. Cuando volvió a la realidad, se dio cuenta de que estaba siendo observada por su ahijado, lo que hizo que se sintiera incómoda de nuevo. Borró la expresión de su cara y, con una breve e inaudible excusa, desapareció por la casa, dejándolo solo.
Cristian suspiró. Lo de anoche estaba siendo increíble hasta que se convirtió en una gran cagada. La conversación tan morbosa, la confianza con la que hablaron, el pajote, todo. Había congeniado con ella como si fuera una amiga de clase, antes de que todo se rompiera y se fuera a la mierda. Lo peor era que ya no podía verla como antes.
Se acabó el desayuno y se levantó de la mesa para ir a la universidad. Recogió su carpeta y un par de libros de su cuarto y se dirigió a la puerta principal.
—Me voy —gritó. Acto seguido, sin esperar respuesta, salió de casa.
Cerró tras de sí y suspiró de alivio. Estaba de pie sobre el felpudo. Había sido una situación un tanto agobiante y allí fuera parecía encontrar el oxígeno que le faltaba.
Iba a enfilar las escaleras cuando se dio cuenta de que su septuagenaria vecina, que vivía en la puerta de enfrente, también salía de su casa.
—Hola, Herminia. ¿Va usted a la calle?
—Si la montaña no va a Mahoma… —dijo girando la llave—. Un paseo y a la vuelta aprovecho para hacer las compras.
—¿Tan pronto?
—Ya sabes lo que dicen. A quien madruga… —Lo miró con sus ojos vivaces.
—¿Se levanta más temprano?
Abrió la boca para corregir a su joven vecino pero se lo pensó mejor.
—Sí, eso también.
Herminia era su vecina de toda la vida. Una mujer de figura apocada pero de mente lúcida y aspecto maléficamente saludable. De maneras muy incisivas, pero pausada en su actitud. Si hubiera nacido cuatro décadas más tarde, a buen seguro hubiera sido la primera mujer presidente del país o cuando menos, ministra de economía.
A Cristian no le caía especialmente bien ningún vecino, pero a ella la soportaba mejor que al resto, quizás por su actitud seca y desconfiada que le recordaba a sí mismo. La vieja caminó hacia el centro del pasillo con un carrito de la compra en la mano y un bolso colgado en el hombro contrario.
—El ascensor sigue roto —avisó él—. Tendrá que bajar los cinco pisos por las escaleras.
La anciana levantó la vista y miró el artefacto con pesadumbre. La nota de los técnicos seguía allí, en mitad de la puerta. Sus hombros parecieron desinflarse.
—No se preocupe. Aquí estoy yo para ayudarla. Deme eso —dijo en referencia al carrito y el bolso—, ande, démelo.
—No irás a robarme.
—Los héroes no roban —espetó—, salvan viejas.
Arrebató el carrito que portaba la señora e introdujo sus libros dentro. Después hizo lo mismo con el bolso que ella cedió con una mirada de odio fingido y se colgó todo al hombro. Acto seguido le ofreció el brazo libre a la mujer.
—Enhebre.
La anciana le tomó del brazo y soltó un suspiro. Quedaban muchos pisos por descender y juntos comenzaron a bajar escaleras. Una a una.
—Gracias muchacho. Si no fuera por ti…
—Sería por otro, Herminia. Se lo aseguro.
— · —
Marta estuvo toda la mañana sola, entretenida con sus quehaceres y pensamientos. Necesitaba tiempo para aclararse y utilizó ese período para meditar y darle un buen repaso a su hogar.
Cuando por fin acabó, se sentó a descansar en el sofá del salón con una infusión en la mano. Se sorprendió al descubrir el teléfono móvil en su bolsillo como también se había sorprendido rebuscando entre los cajones de la mesilla de su ahijado sin ninguna razón aparente.
Decidió borrar el vídeo que le envió y la bochornosa conversación de la noche anterior. El intento por conseguir un acercamiento con el hijo de su pareja había quedado en el burdo colegueo sexual de una vieja verde.
Esperó a que el terminal se iniciara y buscó el archivo. Cuando lo tuvo delante no pudo evitar recordar sus imágenes. No iba a engañarse, la visión de aquel miembro la había turbado. Era un miembro digno de admiración aunque fuera de Cristian.
Sin pensarlo más, seleccionó el archivo y dirigió su dedo hacia el icono de borrado.
Justo antes de soltarlo, un tono audible indicó la entrada de un mensaje. Era de Cristian. Se lo había enviado la noche de ayer, justo después de apagar el móvil y entraba ahora con retraso. Abrió el mensaje y lo leyó sin poder evitar repasar toda la conversación de la noche con detenimiento. Suspiró y releyó por segunda vez.
— · —
Cristian se sentía a gusto cuando encontraba la soledad en compañía de quien no representa nada en su vida. La universidad se estaba convirtiendo en su segunda casa. Y allí estaban sus hermanos bastardos, los gafapastas cutres. Hoy en clase de física, cuchicheando entre ellos temas trascendentales de mierda que no interesan a nadie. Una vibración en su bolsillo le indicó la entrada de un mensaje.
Marta_Perdona por no contestarte ayer. Me quedé sin batería.
Una sonrisa se fue formando en su cara. Marta no se había enfadado, había sido la batería. Acababa de quitarse un peso de encima. Se mordió el labio inferior pensando una respuesta políticamente correcta que volviera a restablecer el status quo perdido cuando, de repente, entró un segundo mensaje.
Marta_Tu padre se encarga por mi. Por eso, técnicamente no tengo que preocuparme de ese tema. Es lo bueno de estar en pareja.
Levantó una ceja, sorprendido. Marta, de forma sutil, seguía el hilo de la conversación. La sonrisa de su cara mutó en una mueca ladina a la vez que se le empezaba a poner dura. Apuntó mentalmente quedar con Cristina cuanto antes para descargar los huevos que estaban a reventar.
Se rebulló en su asiento sin dejar de mirar la pantalla de su móvil. Las manos le empezaban a sudar por los nervios de la nueva conversación que quería retomar. Y, esta vez, no quería cagarla.
Cristian_gracias por contestar. Me había asustado porque me habia gustado mucho poder hablar de estos temas contigo y pensé que te habías enfadado. Esta mañana estabas muy callada.
Marta_cosas mías. No podría enfadarme contigo. Además, a mí también me gusta hablar contigo.
Cristian_me alegro. Creía que te molestó que me pajeara sin parar y que dejara restos de mi semen en pañuelos en el cajón.
Marta_Tranquilo, estas en la edad. Y por lo del cajón no te preocupes. Puedes dejarlos ahí. Ya lo recogeré a la mañana, cuando limpio la casa.
Si alguien de la clase se hubiera fijado en él en ese momento, habría visto a un muchacho con una sonrisa de bobalicón babeando sobre la pantalla del teléfono. Por suerte, la escasa asistencia de alumnos dejaba amplias zonas despobladas entre los pupitres.
Cambió de posición para acomodar la erección que le estaba apretando dentro del pantalón y reprimió el impulso de meterse la mano dentro para meneársela allí mismo.
Marta. Iba. A recoger. Su semen,
Cristian_no T importa encargarte de ellos??
Marta_claro que no. cada día recojo la ropa sucia que me dejas tirada por cualquier parte. Vaciar tu cajón no me cuesta nada. Solo son papeles.
Cristian_pues me haces un favor porque más de una vez me he olvidado de sacarlos. Te advierto que los dejo llenos. Ya has visto cuanto me corro.
Marta_pues sí que lo he visto, sí. Anda que… menudo volcán estás hecho.
Este era el momento preciso para dar una pequeña vuelta de tuerca. Escribió con rapidez y después releyó con cuidado antes de pulsar enviar. Cruzó los dedos para que no se enfadara.
Cristian_oye y tú? todavía no me has dicho cuantas veces te corres a la semana.
Marta no contestó. Cristian aguardaba con el corazón en un puño. Era una pregunta escogida intencionadamente. Utilizando expresiones vulgares para intentar obligarla a utilizarlas de igual modo. El morbo de leer de su propia mano frases impropias de una mujer madura y sensata. Una pregunta muy íntima y delicada con cuya respuesta esperaba un nuevo acercamiento. Un peldaño más en esa oscura perversión sexual surgida desde el vídeo.
Marta_Ay, Cristian. Eso no se pregunta.
Sonrisa roedora de Cristian que la veía entrar al trapo.
Cristian_venga tia, enrollate. Más o menos. Cuantas veces folláis papá y tú.
Marta_Ayyy con la preguntita. Qué más dará eso. Pues… a ver… no sé… alguna que otra vez al mes, creo, no sé.
Cristian_al mes? una que otra? Joooder, eso es una mierda.
Marta_Hijo, es lo que hay. Te acostumbras y terminas cayendo en la rutina. El sexo no es como en las películas. La mayor parte de las veces se resume en algo rapido y a dormir.
Cristian_porque sois unos muermos. Prueba cosas nuevas.
Marta_como grabarnos en video como tú? Ni hablar. No me llama y me da vergüenza.
Cristian_no solo eso. Hacerlo en sitios raros con el riesgo de q os pillen. Posturas nuevas…
Alguna vez papá te ha lamido el culo a 4 patas mientras te hacia una paja??
Marta_por favor, Cristian!!! q guarrada
Cristian_Jajaja, lo ves? No tienes ni idea. Se llama beso negro. Una lengua caliente y blandita acariciando esa zona tan delicada mientras t da el mayor placer q jamas hubieras imaginado. Si papa te lo hiciera, ibas a repetir cada noche.
De nuevo tiraba la caña a ver qué pescaba. Se la jugaba siendo tan soez pero no podía evitar tensar la cuerda. En unos pocos minutos se había puesto tan cachondo que apenas medía sus palabras. La erección dolía. Esperó y esperó. La réplica se hizo de rogar.
Marta_Deberías ver menos porno. Tienes la cabeza llena de fantasías.
Cristian_Fantasias??? Buff, madre mia. Cuanto tienes que aprender.
Marta_De ti??? Venga ya. A ver si ahora me vas a dar tu clases de sexo.
Cristian_Alguna que otra seguro q sí. Tengo mucha experiencia. Cris y yo no paramos de hacer cosas nuevas. Y hemos aprendido muchas mas, juntos.
Marta_Jajaja, pero si sois unos crios, por dios
Tuvo que levantar la vista y asegurarse de que nadie se diera cuenta del calentón que tenía. Se limpió el sudor de la frente y se acomodó de nuevo el paquete. Aquello estaba yendo muy bien. Releyó lo escrito hasta ahora y se tomó con calma su siguiente comentario.
Cristian_Lo que tu digas, pero yo hago eyacular a mi novia cada vez que le como el culo. Cristina tiene que morder la almohada para que no se oigan los gritos. Alguna vez papá te ha dado placer así?
Silencio.
Cristian_Y tú a él. Le has hecho gritar de placer con una mamada???
Nuevo silencio
Cristian_sigues ahí?
Marta_Cristian, por dios. Qué bochorno. Me haces unas preguntas que…
Cristian_ves? ahí tienes el primer error. Sois unos muermos. Si le hicieras a papá las mamadas que Cristina me hace a mí, te aseguro que no ibais a parar de tener sexo.
Marta_y me lo dice un adolescente que apenas han dejado de salirle todos los granos
Cristian_¿Quieres que te envíe un vídeo de Cristina haciendome una, para que aprendas a hacérselo a papá?
Marta_Qué, o sea, qué??? Oy, por favor!!!
Cristian_Si es para que aprendas.
Silencio
Cristian_Es un video instructivo.
Silencio.
Cristian_T lo paso, si o no?
Más silencio.
Cristian_Dime!!
Marta había dejado de estar en línea. Chasqueó la lengua, enfadado consigo mismo. Lo había vuelto a hacer. De nuevo había tensado demasiado la cuerda y ella había terminado la conversación. La culpa era del calentón que llevaba que le hacía desbarrar. Para colmo la polla le iba a estallar.
Permaneció con el móvil en la mano, encendiéndolo de vez en cuando para comprobar si llegaba una respuesta, pero fue en vano.
La clase terminó y la gente empezó a levantarse de sus asientos. Miró alrededor, preocupado por si alguien pudiera fijarse en él y en el bulto que transportaba. Se hizo el remolón recogiendo los libros y no se levantó hasta que todos hubieron abandonado el aula.
—Mierda. Me van a reventar los huevos. Tengo que quedar con Cristina cuanto antes.
— · —
Al otro lado de la red, Marta respiraba alterada. Lo había vuelto a hacer. Había permitido que la conversación virara por los mismos caminos que la noche anterior. Y no eran, para nada, los que se esperaba de la mujer madura y cabal.
Se sentía como una vieja verde intentando recuperar trozos perdidos de una adolescencia tardía. Colegueando con un adolescente con las hormonas a reventar como si fuera su confidente sexual en lugar de la consorte de su padre.
Encendió la pantalla de su móvil y releyó las últimas líneas de su conversación moviendo la cabeza en señal reprobatoria, enfadada consigo misma.
Mesó su cabello con los dedos de ambas manos desde la frente hasta la parte trasera de la cabeza donde las entrelazó levantando el pelo de la nuca para refrescarse mejor.
Cerró los ojos y se quedó con la cara hacia arriba continuando con sus hondas y largas respiraciones. Acto seguido, hizo lo que debió haber hecho el primer día. Cogió su móvil y, después de vaciar el chat con las conversaciones que nunca debió tener, borró el maldito vídeo. Abandonó el teléfono en el sofá y se fue a dar una ducha.
Una bien fría.
Fin capítulo II