Cornudo dominado

Nicobi

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31 Ago 2023
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Ya conté en otro hilo la experiencia de mi amigo cornudo. En resumen, sorprendido por su mujer viendo porno de preñadas y lactantes, ella decidió vengarse de una forma muy cruel. Exhibirse ante él sin dejarle que la tocara y sin permitir, más que en muy contadas ocasiones, que se corriera.

Luego conté también que nuestro amo quiso tener un hijo y, después de probar con mi mujer, se convirtió en marido de esta amiga nuestra, haciendo al verdadero marido cornudo y preñándola a ella. El amo proveería de sobra económicamente al matrimonio para que le criaran el hijo, y les puso dos asistentas, dos mujeres para ayudar en ello.

Pero una vez conseguido su propósito de ser padre, el amo dejó de atender a su amante y se distanció un tanto del matrimonio amigo. Aquí es donde comienza esta segunda parte de la historia del cornudo y la preñada (ahora ya madre), que narro ateniéndome a hechos reales, aunque aderezados literariamente para su mejor comprensión.

En principio, la decepción de Mina, que así se llama nuestra amiga, fue grande: se vio abandonada por el hombre que la había preñado. Le amaba todavia, y le dolía su distanciamiento que esperaba fuese transitorio, pero también seguía amando a su marido, el cornudo que tanto había sacrificado por ella, que tantas humillaciones había suportado, incluso para consentir que su esposa fuese embarazada por otro hombre, y que ahora era su más rendido admirador.

Pero ahora, aunque las ansias de venganza de MIna ya se habían disipado, su interés se centraba en su hijo y se mostraba aparentemente desganada respecto al marido, que, desesperado, no sabía cómo abordarla para reanudar con ella la sexualidad tan rica y morbosa que tenían anteriormente.

Mina hablaba con frecuencia con mi esposa, Ana, y le contaba sobre el bebé, las asistentas, la vida actual de su familia y, claro, sobre el marido. Este a su vez se consolaba conmigo hablándome de sus sufrimientos con una mujer hermosísima, altamente sensual y activa, que le había proporcionado momentos y escenas de tanto morbo con su amante -el amo- y que ahora parecía no tener ningún interés por el sexo ni por él mismo.

Si gusta el asunto, seguiré con este hilo, con esta historia que tan compleja y morbosa fue y todavía es. Acepto sugerencias.
 
Ya conté en otro hilo la experiencia de mi amigo cornudo. En resumen, sorprendido por su mujer viendo porno de preñadas y lactantes, ella decidió vengarse de una forma muy cruel. Exhibirse ante él sin dejarle que la tocara y sin permitir, más que en muy contadas ocasiones, que se corriera.

Luego conté también que nuestro amo quiso tener un hijo y, después de probar con mi mujer, se convirtió en marido de esta amiga nuestra, haciendo al verdadero marido cornudo y preñándola a ella. El amo proveería de sobra económicamente al matrimonio para que le criaran el hijo, y les puso dos asistentas, dos mujeres para ayudar en ello.

Pero una vez conseguido su propósito de ser padre, el amo dejó de atender a su amante y se distanció un tanto del matrimonio amigo. Aquí es donde comienza esta segunda parte de la historia del cornudo y la preñada (ahora ya madre), que narro ateniéndome a hechos reales, aunque aderezados literariamente para su mejor comprensión.

En principio, la decepción de Mina, que así se llama nuestra amiga, fue grande: se vio abandonada por el hombre que la había preñado. Le amaba todavia, y le dolía su distanciamiento que esperaba fuese transitorio, pero también seguía amando a su marido, el cornudo que tanto había sacrificado por ella, que tantas humillaciones había suportado, incluso para consentir que su esposa fuese embarazada por otro hombre, y que ahora era su más rendido admirador.

Pero ahora, aunque las ansias de venganza de MIna ya se habían disipado, su interés se centraba en su hijo y se mostraba aparentemente desganada respecto al marido, que, desesperado, no sabía cómo abordarla para reanudar con ella la sexualidad tan rica y morbosa que tenían anteriormente.

Mina hablaba con frecuencia con mi esposa, Ana, y le contaba sobre el bebé, las asistentas, la vida actual de su familia y, claro, sobre el marido. Este a su vez se consolaba conmigo hablándome de sus sufrimientos con una mujer hermosísima, altamente sensual y activa, que le había proporcionado momentos y escenas de tanto morbo con su amante -el amo- y que ahora parecía no tener ningún interés por el sexo ni por él mismo.

Si gusta el asunto, seguiré con este hilo, con esta historia que tan compleja y morbosa fue y todavía es. Acepto sugerencias.
Impresionante
 
El amo ya nos explicó, al cornudo y a mí, que las dos asistentas eran de confianza. Digo, para nuestras actividades sexuales. Las conocía bien, se había follado a las dos en varias ocasiones.

Nos dijo que podíamos actuar en su presencia, que eran muy discretas y muy calentonas. Eso reconfortó mucho al cornudo en su aflicción por la falta de atención de su esposa y ama.

Me prometió contarme lo que sucediera en casa con ellas. O que se lo contara Mina a mi mujer, lo que me pareció mejor, mas morboso y gustoso para todos.

Y lo primero que Mina le contó a Ana fue cómo amamantaba a su bebé con la ayuda de la asistenta de la tarde (la que era lesbiana, según nos había informado el amo). Y lo hacía siempre en presencia del cornudo.

Continuará
 
Última edición:
Siempre que iba a amamantar, Mina se hacía lavar ambos pechos, especialmente los pezones. Se los lavaba la asistenta que hubiera en el momento. Por las tardes, como estaba presente el cornudo, avisaba a la chica en voz alta para que su marido la oyera.

Enseguida iba él a presenciarlo. Se sentaba en un sillón enfrente, bien cómodo, para ver cómo su ama adorada se dejaba sacar los dos pechos de la bata que llevara, fuese la corta blanca o la larga rosa.

Para eso, la muchacha le abría la prenda como ella le tenía indicado, le sacaba un pecho por la apertura y luego el otro, y traía una pequeña jofaina con agua jabonosa, una suave esponja y una toallita. Momentos que el ama quedaba con sus dos tetas expuestas ante su esposo.

Y la chica se ponía a enjabonar con la esponja los dos grandes senos, deteniéndose con suavidad y ternura en cada pezón, que inmediatamente se erizaba al contacto y se endurecía ostensiblemente.

El empalme del marido mirando la escena era inmediato. Su erección iba aumentando hasta hacerse casi dolorosa al ver cómo la lesbiana se esmeraba en asear los pezones de su mujer, acercándose a veces a mirar la dureza que adquiría, que casi se diría iba a mamarlo.

Ya con las dos tetonas limpias, y los pezones erectos, la asistenta iba a por el bebé, momento que aprovechaba el cornudo para tocarse el bulto de su pantalón como pidiendo permiso a su ama para gozar él también. Naturalmente, ella no le hacía el menor caso e incluso se complacía en toquetearse las puntas de los pezones sabiendo que él la miraba con deseo.

Ya con el bebé acoplado en una de las tetas, la otra comenzaba a destilar leche gota a gota, luego a chorritos. La asistenta se aplicaba a limpiar aquel néctar delicioso con la toallita y más de una vez olía ésta y se recreaba en acariciar con ella aquella maravilla natural que su ama le ofrecía. Era evidente que disfrutaba.

Cuando acababa el contenido de un pecho, Mina cambiaba al otro mientras la chica le lavaba con la toallita el pecho recién succionado y que aún expulsaba un chorro de leche blanca. El cornudo se retorcía de gusto morboso en su sillón sin atreverse a tocarse.
 
Y así, todas las tardes, el cornudo se recreaba en la escena de amamantamiento del hijo de su amo por su propia esposa. Escena en la que el espectáculo de ésta, con su bata transparente –y si era la corta, con sus hermosos muslos a la vista también, como sus tetazas–, expuesta ante sus ojos vidriosos de deseo morboso insatisfecho, le ponía la polla durísima casi hasta el dolor.

Cada tarde llegaba a casa antes, deseoso de presenciar el rito sensual del amamantamiento, y las tetas de su esposa le parecían más grandes y hermosas, sus pezones, más duros y, su leche, más apetitosa.

–¿Pero es que vas a seguir castigándolo? –preguntó mi mujer a Mina cuando le contaba estas escenas por teléfono.

–Yo no. Me da igual ya.

–¿Le dejas que te toque?

–No, no. Ni quiero que se toque él, no en mi presencia. Eso no ha cambiado.

–Entonces, vas a seguir con tu venganza.

–Hago lo que quiero en cada momento. Me da igual que me mire, que se caliente… Me da igual.

–¿No piensas desahogarlo... nunca, darle alguna satisfacción, lo que sea…?

–No. Por ahora, no. No estoy para eso yo.

–Estás afligida por lo del amo, ¿no?

–Sí, esa es la verdad. Creí que con lo del niño nos uniríamos más, y ya ves, ha sido al revés. Estoy muy mal.

–¿Le amas?

–Sí,

–¿Y a tu marido?

–También, a cada uno de una forma distinta. Pero sí, a los dos.

En cierto momento el tono cambió: había llegado el cornudo, y Mina quería endurecer su postura:

–Pero que no se crea –dijo, ya con su marido casi delante de ella– que me va a follar, que no. Ni me va a tocar, ni nada. Estoy todavía muy cabreada con él. Además, no puedo olvidar a mi macho verdadero, el padre de mi hijo.

La asistenta lesbiana, muy cerca, lo escuchaba todo.
 
Última edición:
También la ducha era por la tarde. Mina era bañada por la asistenta de la tarde siempre, que sabía enjabonar con dulzura sus pechos, sus pezones y los rincones de su hermoso cuerpo. Sabía que la chica era lesbiana, y también se complacía en no satisfacer los indudables deseos que la debía sentir al acariciar su belleza (y más aún sabiendo que el marido no tenía acceso a ella).

Especialmente se aplicaba la madura muchacha a lavarle las axilas, el ano y el coño, con toda suavidad y cariño, recreándose en ello, sabiendo que su ama se extasiaba con sus caricias pecaminosas.

El marido no podía presenciar estas escenas de baño, ni tampoco la del secado y peinado del hermoso cabello de su esposa, que la asistenta realizaba con todo esmero. Pero escuchaba su conversación e imaginaba la humedad del sexo de su mujer con aquellos toqueteos.

Luego, Mina salía del baño envuelta malamente en una escueta toalla, que no alcanzaba a ocultar del todo sus pechos ni sus largas y hermosas piernas y se entretenía por la casa mostrando sus formas maduras a las miradas de su marido y su lesbiana, ambos con miradas de deseo mal contenido y de morbo ante la exposición voluptuosa del ama de la casa.

Otro momento excitante era cuando Mina era ayudada por su asistenta para vestirse para salir. Especialmente, la selección de la lencería provocaba una lucha interior del cornudo, que escuchaba desde fuera sin atreverse a irrumpir en aquellos momentos íntimos de su esposa.

Pero entonces, al terminar, Mina ya no mostraba a su marido su ropa interior. Sabía que imaginar qué tanga, que sujetador, qué liguero o qué body se había puesto era otro sufrimiento para su cornudo, y deseaba que se consumiera de deseo expectante por ver la lencería que llevaría luego por la calle, sin conseguirlo. Su crueldad no tenía límites.
 
También la ducha era por la tarde. Mina era bañada por la asistenta de la tarde siempre, que sabía enjabonar con dulzura sus pechos, sus pezones y los rincones de su hermoso cuerpo. Sabía que la chica era lesbiana, y también se complacía en no satisfacer los indudables deseos que la debía sentir al acariciar su belleza (y más aún sabiendo que el marido no tenía acceso a ella).

Especialmente se aplicaba la madura muchacha a lavarle las axilas, el ano y el coño, con toda suavidad y cariño, recreándose en ello, sabiendo que su ama se extasiaba con sus caricias pecaminosas.

El marido no podía presenciar estas escenas de baño, ni tampoco la del secado y peinado del hermoso cabello de su esposa, que la asistenta realizaba con todo esmero. Pero escuchaba su conversación e imaginaba la humedad del sexo de su mujer con aquellos toqueteos.

Luego, Mina salía del baño envuelta malamente en una escueta toalla, que no alcanzaba a ocultar del todo sus pechos ni sus largas y hermosas piernas y se entretenía por la casa mostrando sus formas maduras a las miradas de su marido y su lesbiana, ambos con miradas de deseo mal contenido y de morbo ante la exposición voluptuosa del ama de la casa.

Otro momento excitante era cuando Mina era ayudada por su asistenta para vestirse para salir. Especialmente, la selección de la lencería provocaba una lucha interior del cornudo, que escuchaba desde fuera sin atreverse a irrumpir en aquellos momentos íntimos de su esposa.

Pero entonces, al terminar, Mina ya no mostraba a su marido su ropa interior. Sabía que imaginar qué tanga, que sujetador, qué liguero o qué body se había puesto era otro sufrimiento para su cornudo, y deseaba que se consumiera de deseo expectante por ver la lencería que llevaría luego por la calle, sin conseguirlo. Su crueldad no tenía límites.
Ummmm un relato espectacular muy muy excitante
 
Y así, todas las tardes, el cornudo se recreaba en la escena de amamantamiento del hijo de su amo por su propia esposa. Escena en la que el espectáculo de ésta, con su bata transparente –y si era la corta, con sus hermosos muslos a la vista también, como sus tetazas–, expuesta ante sus ojos vidriosos de deseo morboso insatisfecho, le ponía la polla durísima casi hasta el dolor.

Cada tarde llegaba a casa antes, deseoso de presenciar el rito sensual del amamantamiento, y las tetas de su esposa le parecían más grandes y hermosas, sus pezones, más duros y, su leche, más apetitosa.

–¿Pero es que vas a seguir castigándolo? –preguntó mi mujer a Mina cuando le contaba estas escenas por teléfono.

–Yo no. Me da igual ya.

–¿Le dejas que te toque?

–No, no. Ni quiero que se toque él, no en mi presencia. Eso no ha cambiado.

–Entonces, vas a seguir con tu venganza.

–Hago lo que quiero en cada momento. Me da igual que me mire, que se caliente… Me da igual.

–¿No piensas desahogarlo... nunca, darle alguna satisfacción, lo que sea…?

–No. Por ahora, no. No estoy para eso yo.

–Estás afligida por lo del amo, ¿no?

–Sí, esa es la verdad. Creí que con lo del niño nos uniríamos más, y ya ves, ha sido al revés. Estoy muy mal.

–¿Le amas?

–Sí,

–¿Y a tu marido?

–También, a cada uno de una forma distinta. Pero sí, a los dos.

En cierto momento el tono cambió: había llegado el cornudo, y Mina quería endurecer su postura:

–Pero que no se crea –dijo, ya con su marido casi delante de ella– que me va a follar, que no. Ni me va a tocar, ni nada. Estoy todavía muy cabreada con él. Además, no puedo olvidar a mi macho verdadero, el padre de mi hijo.

La asistenta lesbiana, muy cerca, lo escuchaba todo.
No hay mal que cien años dure. Mina acabará cediendo o cambiando radicalmente de vida.
 
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