El mirón del cine

Llevábamos tres meses saliendo y apenas habíamos pasado de enrollarnos un par de veces en la discoteca. Solo en la última visita al cine fuimos un poco más allá y Silvia me permitió acariciar sus inmensas tetazas por encima de la camiseta mientras nos comíamos la boca. Y ella apoyó la mano sobre mi paquete y comprobó lo duro que estaba, frotándomela unas cuantas veces y haciendo que saliera de la oscuridad de la sala con un calentón considerable.

Me encantaba cómo exhibía sus pechos con escotes pronunciados, y cuando llegó el verano aquello se volvió insoportable. Silvia llamaba demasiado la atención en la biblioteca de la facultad de derecho, donde pasábamos las horas estudiando para los exámenes finales y no había chico que no se quedara mirando las tetas de esa voluptuosa rubia con cara aniñada.

Y es que a sus 18 años, el cuerpo de Silvia ya se había desarrollado de manera exagerada y no le pegaba nada con su cara angelical de ojos azules, que parecía que no había roto un plato. El contraste era brutal, y Silvia se empeñaba en no pasar desapercibida con esos escotazos.

Sus tetas grandes y redondas tenían pinta de ser una delicia y para mí era una tortura estar con ella y todavía no haberlas probado. Hasta aquella noche que volvimos al cine. Si os digo la verdad, ni recuerdo qué película vimos ese día, solo me viene un vago recuerdo de que la protagonista era Julia Roberts y que también se pasaba media peli vestida de choni y con vestidos muy sugerentes, ¿Erin Brokovich?, o algo así, sí, creo que era esa.

Pero nosotros desde el principio estábamos a otra cosa.

Metidos en época de exámenes nos dimos un respiro y quisimos desconectar un rato. Nos sentamos en la fila de atrás y ya en los trailers iniciales comenzamos a comernos la boca. Notaba a Silvia especialmente cachonda ese día, no sé si sería la tensión de los exámenes, el calor de junio o es que a esa edad teníamos las hormonas revolucionadas, pero me sorprendió cuando bajó la mano y me apretó la polla por encima del pantalón.

Yo le acaricié las tetas y eso pareció gustarle, por lo que seguí manoseando sus pechos, tocando directamente la piel e introduciendo los dedos por su canalillo. Mientras nos comíamos la boca, jadeantes, Silvia me masturbaba, tocándome de manera inexperta, pero a mí me daba mucho morbo cómo se esforzaba en darme placer.

Le facilité un poco la labor y yo mismo me desabroché el pantalón y Silvia entendió el mensaje y coló la mano para agarrarme la polla sobre el calzón, lo que a mí me puso mucho más, porque ahora sí, sentía sus dedos con mayor intensidad y entonces me animé y yo también me deslicé por debajo de su camiseta de tirantes para apoyar la palma y cubrir uno de sus pechos.

La lengua de Silvia se había vuelto loca en mi boca y yo estaba gozando como un cabrón jugando con sus tetas, que hasta ese día habían estado vetadas para mí. Eran tal y como me las había imaginado, grandes, redondas, duras y pesadas y a su edad, se mantenían todo lo firmes que la gravedad le permitía.

Y a pesar de su inexperiencia, sus dedos no eran torpes para nada, más bien al contrario, le había cogido el puntillo y apretaba y soltaba mi polla, por encima del calzón, haciéndola rodar por la palma de su mano. Lo hacía despacio, pero aplicando la fuerza justa, y de vez en cuando nos dábamos algún respiro y reparábamos en la pantalla, eso sí, sin dejar de tocarnos, para unos minutos más tarde volver a morrearnos en la intimidad del cine.

Decidido tiré de su sujetador y liberé una de sus tetas, me hubiera gustado ver sus pezones, me moría por saber cómo eran, llevaba tres meses imaginando su tamaño y color y lo único que pude hacer fue pellizcárselos con delicadeza, hasta que a Silvia se le escapó un gemido.

Aquello me puso todavía más cachondo, me encantó esa sensación de darle placer a una chica tan guapa como Silvia, sin duda alguna eso hinchó mi ego masculino, y me animé a descubrir su otro pecho.

¡Las dos tetazas de Silvia estaban al descubierto bajo su fina camiseta blanca de tirantes!

El tiempo pasaba, y ya me daba igual la gente que hubiera alrededor, solo estaba pendiente de las tetas de Silvia y de su mano jugando con mi polla. Me estaba encantando ese pajote sobre la ropa interior y después de 45 minutos, sobándonos sin apenas respiro, caí en la cuenta de que si seguíamos así, Silvia me iba a hacer correr en los calzones.

Entonces ella se inclinó sobre mí, ofreciéndome sus pechos para que se los siguiera manoseando y se le escaparon un par de gemidos más. ¡Uf, estaba cachondísima!, y la muy cabrona apretó con más fuerza, haciendo bailar mi polla arriba y abajo sobre su palma. No lo hizo para que terminara, sino porque no se pudo aguantar de lo caliente que estaba. Se lanzó a mi boca y me pegó un morreo, metiéndome toda la lengua. Apenas me daba un respiro y sin dejar de sobar sus tetas sentí que ya no podía más.

Era tan placentera esa sensación que dejé que Silvia siguiera con su paja y apoyé mis labios en su cuello, un hilo de babilla se me escapó por la comisura y me abandoné a mi propio orgasmo. Estrujando sus enormes tetas mi cuerpo se tensó y mi polla se puso más dura.

¡Ya había comenzado a correrme!

Y dos segundos más tarde el semen empapó mis calzones mientras Silvia, ajena a lo que pasaba, seguía cerrando el puño sobre mi falo, haciéndolo deslizar de manera magistral.

Sintió mis espasmos descontrolados y le gimoteé al oído.

―¡Mmmm, me corro, aaaaah, qué rico, me estoy corriendo, me estoy corriendo!

Silvia siguió ejerciendo la presión justa y solo se detuvo cuando notó que se le mojaba la mano. Se quedó a mi lado y volvió a buscarme la boca. Nos fundimos en un beso y ella seguía igual de encendida o más. Conseguir que me corriera le había excitado demasiado.

¡Era la primera vez que le sacaba la leche a un tío!

Y después de eso todavía estuvimos otra media hora más morreándonos y Silvia no solo me permitió que sobara sus tetas, sino que también terminé frotando su coño por encima del short vaquero, aunque no conseguí que llegara al clímax.

Esa fue nuestra primera vez. Después vinieron otras muchas, no solo en el cine, cualquier sitio era bueno para que Silvia sacara a relucir su habilidad y a mí me gustó tanto esa manera de masturbarme por encima del calzón, que se lo estuve pidiendo durante bastante tiempo...
 
Dos semanas más tarde, volvimos al centro comercial. Dejamos a las niñas en el parque de bolas, y Silvia y yo recorrimos los pasillos entrando en varias tiendas. Mi mujer quería comprarse ropa para el trabajo y un par de zapatos de verano.

Me costó convencerla para que no se quitara los pantalones vaqueros que se había estado probando en casa antes de salir. Con mucho esfuerzo consiguió abrocharlos, era evidente que había ganado unos kilos, pero una vez que lograba metérselos le sentaban espectacular. Su tremendo culo y sus anchas caderas luchaban con reventar cada costura del pantalón.

¡No podía ir más apretada la cabrona!

Si a eso le sumábamos un polo amarillo de manga corta, con el que no enseñaba escote, pero con el que se le marcaban las tetas de manera exagerada, no me extrañó que unos cuantos tíos se giraran para ver bien a Silvia cuando nos cruzamos con ellos.

Y lo peor fue cuando nos encontramos de nuevo al merodeador del cine, se encontraba junto a la tienda de animales hablando con el dueño, y nos extrañó mucho verlo allí. Casualmente teníamos que entrar porque le queríamos dar una sorpresa a la peque mayor y regalarle un hámster que nos llevaba tiempo pidiendo.

Por un momento dudé qué hacer, pero Silvia lo tuvo mucho más claro y decidida se metió en la tienda. Al pasar a su lado el viejo le pegó un repaso de arriba abajo antes de darnos las “buenas tardes”, luego entró detrás de nosotros y disimuló como si estuviera mirando los peces que había al fondo. Yo me lo quedé mirando detenidamente, si él no se cortaba, yo tampoco, esta vez pude verlo bien y no me intimidó tanto como en el cine. Era un señor mayor que tendría sobre 60 años, más bajito que yo, aunque bastante más ancho y corpulento y llevaba una camisa blanca de manga corta veraniega con un par de botones desabrochados, enseñando los pelos canosos del pecho.

Mi mujer llamó al dueño y nos estuvo explicando un poco los cuidados del animal y también nos enseñó un par de jaulas para guardar al hámster. El señor de unos 50 años no eran tan descarado como su amigo, pero mientras hablaba con Silvia se le escaparon un par de veces los ojos a sus tetazas. Luego mi mujer se fue con él al mostrador y el mirón del cine se acercó a tres metros de ella fijándose en su culazo detenidamente, incluso me pareció que llegó a acomodarse el paquete mientras lo hacía.

Entonces me acerqué a él poniéndome delante para que no siguiera babeando con el culo de Silvia. Él subió la cabeza y me encontró frente a él desafiándole con la mirada.

―¿Todo bien? ―le pregunté.
―Sí, ¿por qué, pasa algo?
―No sé, parecía que nos estabas siguiendo...
―¿Que os estaba siguiendo?, no, hombre, no, solo estaba dando una vuelta por la tienda de mi amigo, Nicolás...
―Ahh, es que me parecía...

Silvia, que estaba pagando la compra, se giró con la jaula en la mano y me encontró hablando con el señor que meses atrás se la había follado en el cine. La escena cuanto menos era curiosa. Yo delante del tío con los brazos en jarra, Silvia detrás de mí con la jaula en la mano y el viejo reculando y haciéndose el buenazo.

―Santi, ¿pasa algo? ―me preguntó mi mujer.
―Sí, ya nos vamos... entonces, ¿todo bien? ―dije avanzando unos pasos para ponerme a la altura del mirón y apoyar una mano en su hombro.
―Sí, claro, sin problemas ―me respondió levantando los brazos en son de paz.

Envalentonado me di la vuelta y salí de la tienda agarrando a Silvia de la cintura mientras le daba un suave cachete en el culo, para que ese viejo viera quién era el macho que se la follaba.

Por la noche, ya en casa, Silvia me preguntó qué es lo que había estado hablando con ese tío.

―Es que te estaba mirando de una manera que no me gustaba nada y he tenido que ir a decirle cuatro cosas, ¿has visto cómo se ha acojonado el pobre?, ja, ja, ja, creo que ese cretino no es tan duro como se cree, en cuanto le plantas cara se achanta a la más mínima, si te digo la verdad, me ha gustado dejarle las cosas claras..., creo que no le han dado nunca un escarmiento, no sé a cuántas parejas le habrá hecho lo mismo que a nosotros, aquel día del cine se aprovechó viendo que estábamos muy cachondos, por eso te dije el otro día lo de darle una lección...
―No empieces con eso, Santi, lo que pasó ya no tiene solución, yo no quiero ir al cine a hacer nada delante de ese asqueroso..., para que encima se haga una paja a nuestra costa...
―Le tenías que haber visto cómo te miraba el culo, joder, ¡es que no se corta un pelo!
―¿Me estaba mirando el culo?
―Sí, cuando estabas en la caja, se puso detrás de ti y vamos, es que ni disimulaba... incluso se tocó el paquete, no me extrañaría que hasta se le hubiera puesto dura..., y el dueño de la tienda lo mismo, te ha pegado un buen repaso.
―Anda, deja de decir tonterías, pero muchas gracias por haber sacado la cara por mí...
―Es lo mínimo que podía hacer... después de...
―Deja de darle vueltas al asunto, Santi.
―¡Es que no me lo puedo sacar de la cabeza!, me siento fatal por haberte dejado en manos de ese cabrón, ¡cada vez que me acuerdo me hierve la sangre!, quedé como un gilipollas y... Silvia, ¡te lo pido por favor!, tienes que dejarme hacer esto.
―¿Pero hacer el qué...?
―Pues ya sabes a lo que se dedica ese tipo, siempre está por los cines, esperando en la entrada a la caza de parejas, le gusta mirar y aprovecharse de sus momentos de intimidad...
―¿Y qué estás pensando?
―Quiero resarcirme..., me gustaría enrollarme contigo en el cine delante de él, que vea cómo lo hacemos..., y cuando se acerque a nosotros, que ten por seguro que lo hará, volver a plantarle cara, como esta tarde.
―¡Menudo plan más ridículo!, a ver si lo he entendido bien..., me estás pidiendo que nos lo montemos en el cine delante de un pervertido mirón, vamos a hacer lo que a él le gusta, darle el espectáculo para que se haga una paja a nuestra costa.
―Ehhh, bueno, no lo decía...
―Ese tío es un mirón y va al cine a espiar a las parejas, si nos enrollamos y dejamos que nos vea, se habrá vuelto a salir con la suya.
―Sí, pero seguro que después de lo que pasó se acerca y va a querer tocarte, ese no se va a conformar solo con mirar... y cuando venga...
―¿Qué vas a hacer?
―Pararle los pies, estoy dispuesto a llegar a donde haga falta, incluso si se pone violento o agresivo no me voy a detener, si me busca me va a encontrar..., aunque no creo que haga falta llegar a esos extremos, hoy le he dejado las cosas bien claritas..., te quiero follar delante de él, necesito hacerlo, Silvia... por favor...
―¡Todo esto es absurdo, Santi!, no vamos a follar con ese tío a nuestro lado.
―¿Por qué?, así podría sacarme la espinita de la otra vez y si lo piensas bien tendría su morbo, es muy excitante follar mientras nos mira.
―¿Y si te vuelves a poner cachondo como la otra vez?
―Eso no va a pasar... por muy caliente que esté no voy a permitir que ese cerdo te toque un pelo...
―No sé, Santi..., aquella noche perdimos el control de la situación.

Vi las dudas en el rostro de mi mujer, por primera vez parecía que se estaba pensando lo de montárnoslo en el cine delante del pervertido mirón. Yo necesitaba hacerlo, quería demostrarle a Silvia que lo que pasó la otra vez fue fruto de un calentón y que nos pilló desprevenidos, pero ahora estaríamos preparados para recibirle.

Íbamos a pasar un buen rato jugando con aquel tío. Ni se imaginaba que ahora sería él el que saldría humillado de la oscura sala del cine.

Ya solo me faltaba un último empujoncito y convencer a mi mujer del todo para llevar a cabo nuestro alocado plan.

¿Qué podía salir mal?
 
Dos semanas más tarde, volvimos al centro comercial. Dejamos a las niñas en el parque de bolas, y Silvia y yo recorrimos los pasillos entrando en varias tiendas. Mi mujer quería comprarse ropa para el trabajo y un par de zapatos de verano.

Me costó convencerla para que no se quitara los pantalones vaqueros que se había estado probando en casa antes de salir. Con mucho esfuerzo consiguió abrocharlos, era evidente que había ganado unos kilos, pero una vez que lograba metérselos le sentaban espectacular. Su tremendo culo y sus anchas caderas luchaban con reventar cada costura del pantalón.

¡No podía ir más apretada la cabrona!

Si a eso le sumábamos un polo amarillo de manga corta, con el que no enseñaba escote, pero con el que se le marcaban las tetas de manera exagerada, no me extrañó que unos cuantos tíos se giraran para ver bien a Silvia cuando nos cruzamos con ellos.

Y lo peor fue cuando nos encontramos de nuevo al merodeador del cine, se encontraba junto a la tienda de animales hablando con el dueño, y nos extrañó mucho verlo allí. Casualmente teníamos que entrar porque le queríamos dar una sorpresa a la peque mayor y regalarle un hámster que nos llevaba tiempo pidiendo.

Por un momento dudé qué hacer, pero Silvia lo tuvo mucho más claro y decidida se metió en la tienda. Al pasar a su lado el viejo le pegó un repaso de arriba abajo antes de darnos las “buenas tardes”, luego entró detrás de nosotros y disimuló como si estuviera mirando los peces que había al fondo. Yo me lo quedé mirando detenidamente, si él no se cortaba, yo tampoco, esta vez pude verlo bien y no me intimidó tanto como en el cine. Era un señor mayor que tendría sobre 60 años, más bajito que yo, aunque bastante más ancho y corpulento y llevaba una camisa blanca de manga corta veraniega con un par de botones desabrochados, enseñando los pelos canosos del pecho.

Mi mujer llamó al dueño y nos estuvo explicando un poco los cuidados del animal y también nos enseñó un par de jaulas para guardar al hámster. El señor de unos 50 años no eran tan descarado como su amigo, pero mientras hablaba con Silvia se le escaparon un par de veces los ojos a sus tetazas. Luego mi mujer se fue con él al mostrador y el mirón del cine se acercó a tres metros de ella fijándose en su culazo detenidamente, incluso me pareció que llegó a acomodarse el paquete mientras lo hacía.

Entonces me acerqué a él poniéndome delante para que no siguiera babeando con el culo de Silvia. Él subió la cabeza y me encontró frente a él desafiándole con la mirada.

―¿Todo bien? ―le pregunté.
―Sí, ¿por qué, pasa algo?
―No sé, parecía que nos estabas siguiendo...
―¿Que os estaba siguiendo?, no, hombre, no, solo estaba dando una vuelta por la tienda de mi amigo, Nicolás...
―Ahh, es que me parecía...

Silvia, que estaba pagando la compra, se giró con la jaula en la mano y me encontró hablando con el señor que meses atrás se la había follado en el cine. La escena cuanto menos era curiosa. Yo delante del tío con los brazos en jarra, Silvia detrás de mí con la jaula en la mano y el viejo reculando y haciéndose el buenazo.

―Santi, ¿pasa algo? ―me preguntó mi mujer.
―Sí, ya nos vamos... entonces, ¿todo bien? ―dije avanzando unos pasos para ponerme a la altura del mirón y apoyar una mano en su hombro.
―Sí, claro, sin problemas ―me respondió levantando los brazos en son de paz.

Envalentonado me di la vuelta y salí de la tienda agarrando a Silvia de la cintura mientras le daba un suave cachete en el culo, para que ese viejo viera quién era el macho que se la follaba.

Por la noche, ya en casa, Silvia me preguntó qué es lo que había estado hablando con ese tío.

―Es que te estaba mirando de una manera que no me gustaba nada y he tenido que ir a decirle cuatro cosas, ¿has visto cómo se ha acojonado el pobre?, ja, ja, ja, creo que ese cretino no es tan duro como se cree, en cuanto le plantas cara se achanta a la más mínima, si te digo la verdad, me ha gustado dejarle las cosas claras..., creo que no le han dado nunca un escarmiento, no sé a cuántas parejas le habrá hecho lo mismo que a nosotros, aquel día del cine se aprovechó viendo que estábamos muy cachondos, por eso te dije el otro día lo de darle una lección...
―No empieces con eso, Santi, lo que pasó ya no tiene solución, yo no quiero ir al cine a hacer nada delante de ese asqueroso..., para que encima se haga una paja a nuestra costa...
―Le tenías que haber visto cómo te miraba el culo, joder, ¡es que no se corta un pelo!
―¿Me estaba mirando el culo?
―Sí, cuando estabas en la caja, se puso detrás de ti y vamos, es que ni disimulaba... incluso se tocó el paquete, no me extrañaría que hasta se le hubiera puesto dura..., y el dueño de la tienda lo mismo, te ha pegado un buen repaso.
―Anda, deja de decir tonterías, pero muchas gracias por haber sacado la cara por mí...
―Es lo mínimo que podía hacer... después de...
―Deja de darle vueltas al asunto, Santi.
―¡Es que no me lo puedo sacar de la cabeza!, me siento fatal por haberte dejado en manos de ese cabrón, ¡cada vez que me acuerdo me hierve la sangre!, quedé como un gilipollas y... Silvia, ¡te lo pido por favor!, tienes que dejarme hacer esto.
―¿Pero hacer el qué...?
―Pues ya sabes a lo que se dedica ese tipo, siempre está por los cines, esperando en la entrada a la caza de parejas, le gusta mirar y aprovecharse de sus momentos de intimidad...
―¿Y qué estás pensando?
―Quiero resarcirme..., me gustaría enrollarme contigo en el cine delante de él, que vea cómo lo hacemos..., y cuando se acerque a nosotros, que ten por seguro que lo hará, volver a plantarle cara, como esta tarde.
―¡Menudo plan más ridículo!, a ver si lo he entendido bien..., me estás pidiendo que nos lo montemos en el cine delante de un pervertido mirón, vamos a hacer lo que a él le gusta, darle el espectáculo para que se haga una paja a nuestra costa.
―Ehhh, bueno, no lo decía...
―Ese tío es un mirón y va al cine a espiar a las parejas, si nos enrollamos y dejamos que nos vea, se habrá vuelto a salir con la suya.
―Sí, pero seguro que después de lo que pasó se acerca y va a querer tocarte, ese no se va a conformar solo con mirar... y cuando venga...
―¿Qué vas a hacer?
―Pararle los pies, estoy dispuesto a llegar a donde haga falta, incluso si se pone violento o agresivo no me voy a detener, si me busca me va a encontrar..., aunque no creo que haga falta llegar a esos extremos, hoy le he dejado las cosas bien claritas..., te quiero follar delante de él, necesito hacerlo, Silvia... por favor...
―¡Todo esto es absurdo, Santi!, no vamos a follar con ese tío a nuestro lado.
―¿Por qué?, así podría sacarme la espinita de la otra vez y si lo piensas bien tendría su morbo, es muy excitante follar mientras nos mira.
―¿Y si te vuelves a poner cachondo como la otra vez?
―Eso no va a pasar... por muy caliente que esté no voy a permitir que ese cerdo te toque un pelo...
―No sé, Santi..., aquella noche perdimos el control de la situación.

Vi las dudas en el rostro de mi mujer, por primera vez parecía que se estaba pensando lo de montárnoslo en el cine delante del pervertido mirón. Yo necesitaba hacerlo, quería demostrarle a Silvia que lo que pasó la otra vez fue fruto de un calentón y que nos pilló desprevenidos, pero ahora estaríamos preparados para recibirle.

Íbamos a pasar un buen rato jugando con aquel tío. Ni se imaginaba que ahora sería él el que saldría humillado de la oscura sala del cine.

Ya solo me faltaba un último empujoncito y convencer a mi mujer del todo para llevar a cabo nuestro alocado plan.

¿Qué podía salir mal?
Creo que todo va a salir bien. El viejo se va a volver a follar a tu mujer y tu mientras te vas a hacer una buena paja. Cuando uno se pone cachondo ya no hay nada que lo pare...
 
Dos semanas más tarde, volvimos al centro comercial. Dejamos a las niñas en el parque de bolas, y Silvia y yo recorrimos los pasillos entrando en varias tiendas. Mi mujer quería comprarse ropa para el trabajo y un par de zapatos de verano.

Me costó convencerla para que no se quitara los pantalones vaqueros que se había estado probando en casa antes de salir. Con mucho esfuerzo consiguió abrocharlos, era evidente que había ganado unos kilos, pero una vez que lograba metérselos le sentaban espectacular. Su tremendo culo y sus anchas caderas luchaban con reventar cada costura del pantalón.

¡No podía ir más apretada la cabrona!

Si a eso le sumábamos un polo amarillo de manga corta, con el que no enseñaba escote, pero con el que se le marcaban las tetas de manera exagerada, no me extrañó que unos cuantos tíos se giraran para ver bien a Silvia cuando nos cruzamos con ellos.

Y lo peor fue cuando nos encontramos de nuevo al merodeador del cine, se encontraba junto a la tienda de animales hablando con el dueño, y nos extrañó mucho verlo allí. Casualmente teníamos que entrar porque le queríamos dar una sorpresa a la peque mayor y regalarle un hámster que nos llevaba tiempo pidiendo.

Por un momento dudé qué hacer, pero Silvia lo tuvo mucho más claro y decidida se metió en la tienda. Al pasar a su lado el viejo le pegó un repaso de arriba abajo antes de darnos las “buenas tardes”, luego entró detrás de nosotros y disimuló como si estuviera mirando los peces que había al fondo. Yo me lo quedé mirando detenidamente, si él no se cortaba, yo tampoco, esta vez pude verlo bien y no me intimidó tanto como en el cine. Era un señor mayor que tendría sobre 60 años, más bajito que yo, aunque bastante más ancho y corpulento y llevaba una camisa blanca de manga corta veraniega con un par de botones desabrochados, enseñando los pelos canosos del pecho.

Mi mujer llamó al dueño y nos estuvo explicando un poco los cuidados del animal y también nos enseñó un par de jaulas para guardar al hámster. El señor de unos 50 años no eran tan descarado como su amigo, pero mientras hablaba con Silvia se le escaparon un par de veces los ojos a sus tetazas. Luego mi mujer se fue con él al mostrador y el mirón del cine se acercó a tres metros de ella fijándose en su culazo detenidamente, incluso me pareció que llegó a acomodarse el paquete mientras lo hacía.

Entonces me acerqué a él poniéndome delante para que no siguiera babeando con el culo de Silvia. Él subió la cabeza y me encontró frente a él desafiándole con la mirada.

―¿Todo bien? ―le pregunté.
―Sí, ¿por qué, pasa algo?
―No sé, parecía que nos estabas siguiendo...
―¿Que os estaba siguiendo?, no, hombre, no, solo estaba dando una vuelta por la tienda de mi amigo, Nicolás...
―Ahh, es que me parecía...

Silvia, que estaba pagando la compra, se giró con la jaula en la mano y me encontró hablando con el señor que meses atrás se la había follado en el cine. La escena cuanto menos era curiosa. Yo delante del tío con los brazos en jarra, Silvia detrás de mí con la jaula en la mano y el viejo reculando y haciéndose el buenazo.

―Santi, ¿pasa algo? ―me preguntó mi mujer.
―Sí, ya nos vamos... entonces, ¿todo bien? ―dije avanzando unos pasos para ponerme a la altura del mirón y apoyar una mano en su hombro.
―Sí, claro, sin problemas ―me respondió levantando los brazos en son de paz.

Envalentonado me di la vuelta y salí de la tienda agarrando a Silvia de la cintura mientras le daba un suave cachete en el culo, para que ese viejo viera quién era el macho que se la follaba.

Por la noche, ya en casa, Silvia me preguntó qué es lo que había estado hablando con ese tío.

―Es que te estaba mirando de una manera que no me gustaba nada y he tenido que ir a decirle cuatro cosas, ¿has visto cómo se ha acojonado el pobre?, ja, ja, ja, creo que ese cretino no es tan duro como se cree, en cuanto le plantas cara se achanta a la más mínima, si te digo la verdad, me ha gustado dejarle las cosas claras..., creo que no le han dado nunca un escarmiento, no sé a cuántas parejas le habrá hecho lo mismo que a nosotros, aquel día del cine se aprovechó viendo que estábamos muy cachondos, por eso te dije el otro día lo de darle una lección...
―No empieces con eso, Santi, lo que pasó ya no tiene solución, yo no quiero ir al cine a hacer nada delante de ese asqueroso..., para que encima se haga una paja a nuestra costa...
―Le tenías que haber visto cómo te miraba el culo, joder, ¡es que no se corta un pelo!
―¿Me estaba mirando el culo?
―Sí, cuando estabas en la caja, se puso detrás de ti y vamos, es que ni disimulaba... incluso se tocó el paquete, no me extrañaría que hasta se le hubiera puesto dura..., y el dueño de la tienda lo mismo, te ha pegado un buen repaso.
―Anda, deja de decir tonterías, pero muchas gracias por haber sacado la cara por mí...
―Es lo mínimo que podía hacer... después de...
―Deja de darle vueltas al asunto, Santi.
―¡Es que no me lo puedo sacar de la cabeza!, me siento fatal por haberte dejado en manos de ese cabrón, ¡cada vez que me acuerdo me hierve la sangre!, quedé como un gilipollas y... Silvia, ¡te lo pido por favor!, tienes que dejarme hacer esto.
―¿Pero hacer el qué...?
―Pues ya sabes a lo que se dedica ese tipo, siempre está por los cines, esperando en la entrada a la caza de parejas, le gusta mirar y aprovecharse de sus momentos de intimidad...
―¿Y qué estás pensando?
―Quiero resarcirme..., me gustaría enrollarme contigo en el cine delante de él, que vea cómo lo hacemos..., y cuando se acerque a nosotros, que ten por seguro que lo hará, volver a plantarle cara, como esta tarde.
―¡Menudo plan más ridículo!, a ver si lo he entendido bien..., me estás pidiendo que nos lo montemos en el cine delante de un pervertido mirón, vamos a hacer lo que a él le gusta, darle el espectáculo para que se haga una paja a nuestra costa.
―Ehhh, bueno, no lo decía...
―Ese tío es un mirón y va al cine a espiar a las parejas, si nos enrollamos y dejamos que nos vea, se habrá vuelto a salir con la suya.
―Sí, pero seguro que después de lo que pasó se acerca y va a querer tocarte, ese no se va a conformar solo con mirar... y cuando venga...
―¿Qué vas a hacer?
―Pararle los pies, estoy dispuesto a llegar a donde haga falta, incluso si se pone violento o agresivo no me voy a detener, si me busca me va a encontrar..., aunque no creo que haga falta llegar a esos extremos, hoy le he dejado las cosas bien claritas..., te quiero follar delante de él, necesito hacerlo, Silvia... por favor...
―¡Todo esto es absurdo, Santi!, no vamos a follar con ese tío a nuestro lado.
―¿Por qué?, así podría sacarme la espinita de la otra vez y si lo piensas bien tendría su morbo, es muy excitante follar mientras nos mira.
―¿Y si te vuelves a poner cachondo como la otra vez?
―Eso no va a pasar... por muy caliente que esté no voy a permitir que ese cerdo te toque un pelo...
―No sé, Santi..., aquella noche perdimos el control de la situación.

Vi las dudas en el rostro de mi mujer, por primera vez parecía que se estaba pensando lo de montárnoslo en el cine delante del pervertido mirón. Yo necesitaba hacerlo, quería demostrarle a Silvia que lo que pasó la otra vez fue fruto de un calentón y que nos pilló desprevenidos, pero ahora estaríamos preparados para recibirle.

Íbamos a pasar un buen rato jugando con aquel tío. Ni se imaginaba que ahora sería él el que saldría humillado de la oscura sala del cine.

Ya solo me faltaba un último empujoncito y convencer a mi mujer del todo para llevar a cabo nuestro alocado plan.

¿Qué podía salir mal?
Es brutal como escribes, sigue así... Aunque yo también opino que la idea que tiene en mente no va a salir como él cree...
 
Deseando continuación, yo también pienso que se la va a volver a follar y que lo vais a disfrutar
 
3



Todavía me costó tres meses más para que Silvia aceptara pasar una caliente noche en el cine y darle el escarmiento que se merecía el viejo mirón. Tres meses a pico y pala, erre que erre, sacando el tema cada vez que follábamos, cuando lo veíamos por el centro comercial, insistiendo, poniéndome muy, pero que muy pesado.

Y al final Silvia, solo por no aguantarme más, aceptó.

“Una vez y ni se te ocurra volver a sacar el tema, ¿entendido?, te lo digo muy en serio”, me advirtió mi mujer para que dejara ya de atosigarla.

Enseguida nos pusimos manos a la obra, no queríamos fallos y tenía que salir bien todo lo que habíamos ideado. A mediados de septiembre, un sábado por la tarde dejamos a las niñas con la hermana de Silvia y fuimos al centro comercial.

No elegimos película, ni sabíamos los horarios. Nada. Eso lo decidiríamos sobre la marcha cuando llegáramos al cine. En la misma entrada nos quedamos mirando la cartelera, y el viejo, de momento no estaba por allí.

―No está... ―dije yo buscándole en todas las direcciones.
―Bueno, pues mejor, elegimos una peli y la vemos tú y yo, tranquilitos...
―Nooooo, Silvia, ese no era el trato, vamos a esperar un poco...

Hicimos tiempo viendo las películas de la cartelera y leyendo las críticas que había sobre ellas. La situación era absurda, estuvimos casi una hora los dos, esperando que apareciera el viejo para que nos viera. Como no venía fuimos a dar una vuelta por el centro comercial y subimos a la planta alta a picotear algo.

Sobre las nueve y media regresamos al cine, y ¡bingo!, allí se encontraba el mirón, por la zona de las taquillas.

―Ahí está ―afirmó Silvia agarrándose a mi brazo con fuerza.

Nos reconoció en cuanto nos vio y se puso a la cola de la taquilla detrás de nosotros. Escuchó perfectamente a qué sala íbamos a entrar, de todas formas, yo lo dije bien alto cuando hablé con la taquillera, para que él no tuviera dudas y en cuanto compramos las entradas pasamos a las salas para aprovisionarnos con un buen cargamento de palomitas y dos coca colas.

Sentí la sucia mirada del viejo en el trasero de Silvia. Me giré mientras pagaba los refrescos y no nos perdía de vista, como si fuera un colega que va a entrar con nosotros. Se quedó esperando con tranquilidad a que termináramos y en cuanto echamos a andar por el pasillo nos siguió a una distancia prudencial.

Iba vestido de una manera muy parecida a la otra vez, con unos pantalones vaqueros desgastados y una camisa de franela a cuadros de manga larga, a pesar del calor que hacía. La que iba más fresca era Silvia, que esta vez había elegido un vestido veraniego de tirantes finos de color blanco y azul, con una falda amplia que casi rozaba el suelo.

Lo más llamativo de su vestido era el escotazo que le hacía, y ya más de uno se había girado en el centro comercial para ver qué tal trasero tenía la rubia de las tetas gigantes. A mí me encantaba que fuera así vestida, y me gustó que Silvia quisiera lucirse, sabiendo que era más que probable que nos encontráramos con el mirón.

Antes de entrar en la sala, nos cruzamos con un chico de seguridad, tendría sobre 30 años y eso parece que le dio algo de tranquilidad a mi mujer. Eso sí, el segurata también le pegó un buen repaso visual a Silvia, era un tipo extraño, y ¡menudas pintas tenía con esas gafas de culo de vaso!

Mi mujer se giró para comprobar que el viejo estaba detrás de nosotros y rápidamente volvió la cabeza al verse sorprendida por él.

―Nos está siguiendo ―me informó Silvia con voz nerviosa.
―Lo sé, lo he visto antes donde las palomitas, no te preocupes por él, el plan va según lo previsto...
―No lo veo nada claro, Santi, todavía estamos a tiempo de echarnos para atrás...
―No te preocupes..., yo creo que lo vamos a pasar muy bien..., ¡uf, me estás poniendo mucho con ese vestidito que te has puesto hoy!
―Venga, anda, vamos a entrar...
 
3



Todavía me costó tres meses más para que Silvia aceptara pasar una caliente noche en el cine y darle el escarmiento que se merecía el viejo mirón. Tres meses a pico y pala, erre que erre, sacando el tema cada vez que follábamos, cuando lo veíamos por el centro comercial, insistiendo, poniéndome muy, pero que muy pesado.

Y al final Silvia, solo por no aguantarme más, aceptó.

“Una vez y ni se te ocurra volver a sacar el tema, ¿entendido?, te lo digo muy en serio”, me advirtió mi mujer para que dejara ya de atosigarla.

Enseguida nos pusimos manos a la obra, no queríamos fallos y tenía que salir bien todo lo que habíamos ideado. A mediados de septiembre, un sábado por la tarde dejamos a las niñas con la hermana de Silvia y fuimos al centro comercial.

No elegimos película, ni sabíamos los horarios. Nada. Eso lo decidiríamos sobre la marcha cuando llegáramos al cine. En la misma entrada nos quedamos mirando la cartelera, y el viejo, de momento no estaba por allí.

―No está... ―dije yo buscándole en todas las direcciones.
―Bueno, pues mejor, elegimos una peli y la vemos tú y yo, tranquilitos...
―Nooooo, Silvia, ese no era el trato, vamos a esperar un poco...

Hicimos tiempo viendo las películas de la cartelera y leyendo las críticas que había sobre ellas. La situación era absurda, estuvimos casi una hora los dos, esperando que apareciera el viejo para que nos viera. Como no venía fuimos a dar una vuelta por el centro comercial y subimos a la planta alta a picotear algo.

Sobre las nueve y media regresamos al cine, y ¡bingo!, allí se encontraba el mirón, por la zona de las taquillas.

―Ahí está ―afirmó Silvia agarrándose a mi brazo con fuerza.

Nos reconoció en cuanto nos vio y se puso a la cola de la taquilla detrás de nosotros. Escuchó perfectamente a qué sala íbamos a entrar, de todas formas, yo lo dije bien alto cuando hablé con la taquillera, para que él no tuviera dudas y en cuanto compramos las entradas pasamos a las salas para aprovisionarnos con un buen cargamento de palomitas y dos coca colas.

Sentí la sucia mirada del viejo en el trasero de Silvia. Me giré mientras pagaba los refrescos y no nos perdía de vista, como si fuera un colega que va a entrar con nosotros. Se quedó esperando con tranquilidad a que termináramos y en cuanto echamos a andar por el pasillo nos siguió a una distancia prudencial.

Iba vestido de una manera muy parecida a la otra vez, con unos pantalones vaqueros desgastados y una camisa de franela a cuadros de manga larga, a pesar del calor que hacía. La que iba más fresca era Silvia, que esta vez había elegido un vestido veraniego de tirantes finos de color blanco y azul, con una falda amplia que casi rozaba el suelo.

Lo más llamativo de su vestido era el escotazo que le hacía, y ya más de uno se había girado en el centro comercial para ver qué tal trasero tenía la rubia de las tetas gigantes. A mí me encantaba que fuera así vestida, y me gustó que Silvia quisiera lucirse, sabiendo que era más que probable que nos encontráramos con el mirón.

Antes de entrar en la sala, nos cruzamos con un chico de seguridad, tendría sobre 30 años y eso parece que le dio algo de tranquilidad a mi mujer. Eso sí, el segurata también le pegó un buen repaso visual a Silvia, era un tipo extraño, y ¡menudas pintas tenía con esas gafas de culo de vaso!

Mi mujer se giró para comprobar que el viejo estaba detrás de nosotros y rápidamente volvió la cabeza al verse sorprendida por él.

―Nos está siguiendo ―me informó Silvia con voz nerviosa.
―Lo sé, lo he visto antes donde las palomitas, no te preocupes por él, el plan va según lo previsto...
―No lo veo nada claro, Santi, todavía estamos a tiempo de echarnos para atrás...
―No te preocupes..., yo creo que lo vamos a pasar muy bien..., ¡uf, me estás poniendo mucho con ese vestidito que te has puesto hoy!
―Venga, anda, vamos a entrar...
Se acerca el momento...
 
3



Todavía me costó tres meses más para que Silvia aceptara pasar una caliente noche en el cine y darle el escarmiento que se merecía el viejo mirón. Tres meses a pico y pala, erre que erre, sacando el tema cada vez que follábamos, cuando lo veíamos por el centro comercial, insistiendo, poniéndome muy, pero que muy pesado.

Y al final Silvia, solo por no aguantarme más, aceptó.

“Una vez y ni se te ocurra volver a sacar el tema, ¿entendido?, te lo digo muy en serio”, me advirtió mi mujer para que dejara ya de atosigarla.

Enseguida nos pusimos manos a la obra, no queríamos fallos y tenía que salir bien todo lo que habíamos ideado. A mediados de septiembre, un sábado por la tarde dejamos a las niñas con la hermana de Silvia y fuimos al centro comercial.

No elegimos película, ni sabíamos los horarios. Nada. Eso lo decidiríamos sobre la marcha cuando llegáramos al cine. En la misma entrada nos quedamos mirando la cartelera, y el viejo, de momento no estaba por allí.

―No está... ―dije yo buscándole en todas las direcciones.
―Bueno, pues mejor, elegimos una peli y la vemos tú y yo, tranquilitos...
―Nooooo, Silvia, ese no era el trato, vamos a esperar un poco...

Hicimos tiempo viendo las películas de la cartelera y leyendo las críticas que había sobre ellas. La situación era absurda, estuvimos casi una hora los dos, esperando que apareciera el viejo para que nos viera. Como no venía fuimos a dar una vuelta por el centro comercial y subimos a la planta alta a picotear algo.

Sobre las nueve y media regresamos al cine, y ¡bingo!, allí se encontraba el mirón, por la zona de las taquillas.

―Ahí está ―afirmó Silvia agarrándose a mi brazo con fuerza.

Nos reconoció en cuanto nos vio y se puso a la cola de la taquilla detrás de nosotros. Escuchó perfectamente a qué sala íbamos a entrar, de todas formas, yo lo dije bien alto cuando hablé con la taquillera, para que él no tuviera dudas y en cuanto compramos las entradas pasamos a las salas para aprovisionarnos con un buen cargamento de palomitas y dos coca colas.

Sentí la sucia mirada del viejo en el trasero de Silvia. Me giré mientras pagaba los refrescos y no nos perdía de vista, como si fuera un colega que va a entrar con nosotros. Se quedó esperando con tranquilidad a que termináramos y en cuanto echamos a andar por el pasillo nos siguió a una distancia prudencial.

Iba vestido de una manera muy parecida a la otra vez, con unos pantalones vaqueros desgastados y una camisa de franela a cuadros de manga larga, a pesar del calor que hacía. La que iba más fresca era Silvia, que esta vez había elegido un vestido veraniego de tirantes finos de color blanco y azul, con una falda amplia que casi rozaba el suelo.

Lo más llamativo de su vestido era el escotazo que le hacía, y ya más de uno se había girado en el centro comercial para ver qué tal trasero tenía la rubia de las tetas gigantes. A mí me encantaba que fuera así vestida, y me gustó que Silvia quisiera lucirse, sabiendo que era más que probable que nos encontráramos con el mirón.

Antes de entrar en la sala, nos cruzamos con un chico de seguridad, tendría sobre 30 años y eso parece que le dio algo de tranquilidad a mi mujer. Eso sí, el segurata también le pegó un buen repaso visual a Silvia, era un tipo extraño, y ¡menudas pintas tenía con esas gafas de culo de vaso!

Mi mujer se giró para comprobar que el viejo estaba detrás de nosotros y rápidamente volvió la cabeza al verse sorprendida por él.

―Nos está siguiendo ―me informó Silvia con voz nerviosa.
―Lo sé, lo he visto antes donde las palomitas, no te preocupes por él, el plan va según lo previsto...
―No lo veo nada claro, Santi, todavía estamos a tiempo de echarnos para atrás...
―No te preocupes..., yo creo que lo vamos a pasar muy bien..., ¡uf, me estás poniendo mucho con ese vestidito que te has puesto hoy!
―Venga, anda, vamos a entrar...
David eres el mejor creando situaciones cada vez mas morbosas y poco a poco llegando al climax.
Genial como siempre
 
Esperando,con el nabo goteando, la continuación del maestro
 
Última edición:
4



Tal y como había imaginado, apenas había gente, la peli elegida ya llevaba tiempo en cartelera y no era muy conocida. Eso sí, la sala era muy pequeñita con tan solo una columna de 14 asientos en cada fila. En la parte del medio había una pareja y con el mirón y nosotros en total éramos cinco.

Nos pusimos bien separados de la pareja, por la parte central y el viejo se situó todavía más arriba, para vernos bien, en la última fila, a unos tres metros de nosotros. Intentamos no estar pendientes de él, pero yo sabía que en cuanto se apagaran las luces y comenzara la película iba a acercarse, aunque esta vez lo estaríamos esperando.

¡Todo iba según lo previsto!

A pesar de no hacerle caso, era imposible no pensar en él, a mí me daba cierto morbo estar con mi mujer, sabiendo que ese tío no perdía detalle de nuestros movimientos. Y por fin se apagaron las luces y Silvia y yo nos pusimos a ver la película mientras comíamos las palomitas y bebíamos la coca cola.

La verdad es que pasados veinte minutos, la peli era un auténtico tostón y yo aparté el bol de palomitas para acercarme a Silvia.

―¿Tienes algo...?, no quiere tocarte con estas manazas...

Ella sacó del bolso una toallita húmeda y me limpié las manos con parsimonia, haciéndoselo desear a mi mujer, que ya sabía lo que venía a continuación. Me acerqué a Silvia, apoyando la cabeza en su hombro, después de darle un beso y apartar uno de sus finos tirantes. Mi mujer se lo volvió a colocar, aunque me dejó hacer cuando subí la mano para acariciarle los pechos por encima del vestido.

―¡Joder, qué tetas! ―exclamé sopesándolas y comprobando el peso que tenían.

La oscuridad del cine, las miradas indiscretas hacia su escote de cada tío con el que nos habíamos cruzado en el centro comercial, los primeros toqueteos y saber que el viejo estaba detrás de nosotros, sin perder detalle de lo que hacíamos, nos había ido poniendo calientes poco a poco.

Casi sin darme cuenta ya tenía una buena erección bajo los pantalones y las tetazas de Silvia cada vez estaban más duras y sensibles. Cuando se le escapó el primer gemidito al contacto de mis manos me atreví de nuevo a bajarle el tirante del vestido.

―¡Santi...! ―me rogó Silvia sin decir nada más.

No hacía falta que siguiera suplicando, podía ver en sus ojos lo excitada que se encontraba y estábamos a punto de cruzar una línea de no retorno. Silvia estiró el brazo y comprobó el estado de mi polla, tanteando con sus dedos, y recorriendo todo mi tronco con la palma de la mano.

Me encantaba cuando me la agarraba por encima del pantalón y comenzaba a pajearme así, era una costumbre de nuestra época universitaria y Silvia era una experta en el arte de las caricias sin sacártela. Hacía bailar mi polla sobre su mano con una habilidad especial, abriendo y cerrando el puño y a veces, incluso me gustaba más eso que el contacto directo.

Y con delicadeza deslicé el otro tirante por su hombro, bajándole el vestido para que asomaran sus dos tetas embutidas en un elegante sujetador negro. La dejé así, con los pechos por fuera y ahora fui yo el que la acarició sobre la fina tela de su vestido veraniego, apretando la carnosa piel de sus muslos y moviendo la mano hasta ponerla a la altura de su coño.

En cuanto la metí entre sus piernas Silvia volvió a gemir y me dejó que la masturbara unos minutos. Nos estábamos pajeando mutuamente por encima de la ropa, y durante esos instantes me llegué a olvidar de nuestro pervertido compañero, no así mi mujer, que miró hacia atrás para comprobar que no se había movido de su asiento.

―¿Sigue ahí? ―pregunté a Silvia.
―Sí...
―¡Qué raro que no venga!... pensé que...
―Mejor, no me apetece que ese tío se acerque a nosotros...
―¿Te imaginas que baja ahora y te ve así?..., tienes las tetas casi fuera...
―¡Muy gracioso!... ―dijo Silvia intentando subirse los tirantes del vestido.
―Ni se te ocurra hacerlo, me encanta tenerte de esa manera... ¡no sé por qué me pone tan cachondo!, recuerdo que la otra vez hasta te quitaste el sujetador... ―y tiré de su vestido hacia abajo para descubrir todavía más sus pechos.
―¡Santi... para!
―Me estoy poniendo a mil, ¡qué ganas tengo de que se acerque ese cerdo y demostrarle quién es tu marido.
―Tranquilo, a mí no tienes que demostrarme nada ―susurró Silvia abriéndome los pantalones de un solo tirón.

Mi cuerpo se tensó por completo al sentir los calientes dedos de Silvia agarrándome la polla y sacándola por fuera de los calzones. Ahora me tenía en su mano y comenzó a pajearme despacio, pero apretándola con mucha fuerza.

―Mmmm, Silvia, más despacio...
―Shhhhhhh, déjame a mí...

Y esta vez el que se giró hacia atrás fui yo para comprobar si el mirón seguía allí. No se había movido y se encontraba en su butaca atento a lo que hacíamos, con el pequeño detalle que ¡¡también se la había sacado!!, y se meneaba su enorme verga con extremada lentitud.

Ya no me acordaba del tamaño de la polla de aquel viejo. Joder, desde mi posición se veía un falo grande y ancho y el muy cabrón se la agarró estrangulándola por la base, para mostrármela bien con una perversa sonrisa en la boca.

Me giré rápido con las pulsaciones a mil y Silvia se dio cuenta de que algo sucedía.

―¿Qué pasa? ―me preguntó asustada por la cara que había puesto.

Yo sujeté sus mejillas con las dos manos y le di un beso en la boca. Ella me seguía pajeando, sin prisa, pero sin pausa.

―¡Uf, se la ha sacado! ¡Se está haciendo una paja mientras nos mira! ―expliqué a mi mujer.
―Bueno, con eso ya contábamos, ¿no?
―Ehh, sí, sí, claro...
―¿Tú crees que bajará o solo se va a tocar?
―No lo sé... aunque sinceramente me apetece mucho follarte delante de él...
―¿Follarme? ¿Dónde?... ¿aquí¿, ¡¿en medio del cine?!
―Claro, ¿a eso hemos venido, no?, quiero ponerle los dientes largos, que se muera de envidia viendo cómo te mueves encima de mí, cómo te manoseo esas tetas, ¡que se entere bien que eres mi mujer! ―dije metiendo la cabeza entre sus calientes pechos sin dejar de besárselos―. ¿Estás de acuerdo?
―A mí todo esto me parece absurdo, Santí..., ya te lo he dicho, no sé cómo permitimos que pasara lo de la otra vez... nos dejamos llevar y no tienes nada que demostrarme...
―¡Quítate el sujetador!, ¡quiero que me enseñes las tetas! ―la ordené tirando de su pelo para comerme su cuello, y haciéndola gemir.

Fue la primera vez que se giró la pareja que teníamos delante, pero sinceramente, esos dos nos daban igual. Nosotros solo estábamos pendientes del mirón y de que no se moviera. Entonces Silvia me soltó la polla y pude ver su cara de morbo.

Iba a hacerlo.

Se inclinó hacia delante y pasó las dos manos por su espalda, soltándose el sostén y con mucha habilidad se lo sacó por los brazos y lo metió en el bolso que estaba en el suelo. Luego se subió los tirantes del vestido para cubrirse los pechos que ahora se movían libres bajo la tela.

―Uf, ¿por qué te tapas? ―le pregunté.
―¿Qué quieres, que me quede aquí medio desnuda?
―Por supuesto...

Nos fundimos en un beso húmedo y Silvia reanudó su tarea masturbatoria volviéndome a agarrar la polla. Yo le sobé las tetas por encima del vestido, haciendo que bailaran arriba y abajo, el movimiento de sus tetas bajo la tela era bestial y entonces me di cuenta de que si Silvia seguía pajeándome a ese ritmo no iba a tardar mucho en correrme.

Ahora era mi turno.

―Espera, para..., déjame a mí... ―y detuve su brazo hasta que Silvia me soltó la polla.

Bajé la mano y rocé su tobillo y despacio fui subiendo los dedos sin dejar de tocar su piel por debajo de la falda. Noté cómo se le erizaba el vello al paso de la yema por sus gemelos, por las rodillas, por los muslos... hasta que me topé con sus finas braguitas negras.

Me encantaba acariciarla por debajo de la falda, me daba mucho morbo, y aparté sus braguitas, colando uno de mis dedos entre sus labios vaginales.

―¡Santi... mmmmmm!
―Te gusta esto, ¿eh?, te conozco bien... ―dije introduciéndole un dedo en el coño.

Miré hacia atrás y el mirón seguía en su sitio. Moviendo la mano sobre su rabo sin dejar de observarnos. No era más que un pervertido. Un voyeur que disfrutaba de las maravillosas vistas que le ofrecíamos, mientras Silvia se empezaba a retorcer en el asiento al sentir mi dedo entrando y saliendo de su interior. Echó la cabeza hacia atrás restregando el culo en su butaca y se le escapó otro gemido.

Cuando cerró los ojos y se abandonó al placer que sentía, el viejo me hizo un gesto con el pulgar, como diciéndome que se lo estaba pasando muy bien y yo seguí masturbando a Silvia, mientras retaba a aquel pervertido con la mirada.

No iba a dejarme intimidar como la otra vez.

Me ponía a mil hacerle un dedo a Silvia sin apartar la vista de ese tío, que sonreía socarronamente tocándose la verga. El muy cabrón parecía muy seguro de sí mismo, igual que yo, pero estaba convencido de que desde el incidente en la tienda de animales me había ganado su respeto y ahora ni tan siquiera se atrevería a acercarse a nosotros.

Se iba a tener que conformar con hacerse una paja viendo cómo hacía disfrutar a mi mujer.

Silvia subió un pie en el asiento y tiró de la rodilla hacia fuera, abriéndose de piernas, ahora sí, mi dedo entraba con demasiada facilidad en ella y hasta me pareció poco para ese coño, que me pedía más, hablándome con el lenguaje especial de sus fluidos. Y no me conformé con otro, le metí dos de golpe, para empezar a follármela rápido con tres dedos.

Estaba demasiado excitada, pero no se acababa de soltar del todo, incluso se giró para comprobar que el viejo seguía en su sitio y se quedó unos segundos mirándole. Y cuando lo hizo se encontró al mirón con su pollón en la mano, sacudiéndosela a buen ritmo. De repente, otro gemido salió de su boca y se volvió hacia mí.

―¡No puedo más... estoy a punto! ―susurró en mi oído.
―¿Ya vas a correrte?... mmmmm, espera, todavía no, joder... es muy pronto...

Y yo pensando que debido a la presencia de ese tío Silvia no estaba a gusto, y resultaba que no le faltaba mucho para llegar al orgasmo. Al subir el pie en el asiento su pierna quedó libre por la abertura lateral del vestido, enseñando todo el muslo al mirón mientras se retorcía en la butaca.

―Aaaaah... ¡qué bueno!, sigueee un poco más... ―jadeó Silvia.
―¡Espera, no termines así!, ¡quiero follarte! ―exclamé yo interrumpiendo el movimiento de mi brazo.
―Nooooo, no te pares, ufff... ¡me has dejado a puntito! ―dijo meneando las caderas ella misma para que mis dedos siguieran entrando y saliendo.

Pero yo retiré la mano, dejando su coño abierto, húmedo y palpitando. En cuanto lo hice, sus braguitas volvieron a la posición original y pude ver la cara de decepción de mi mujer.

Tiré de mis pantalones hacia abajo descubriendo mi polla y me la agarré con la mano ofreciéndosela a Silvia, que no lo dudó dos veces cuando vio mi erecto miembro a su lado.

―¿Quieres chupármela?
―Uf, ahora no, ya estoy a punto, Santi...
―Vale, hemos venido aquí a follar, vamos, ven aquí, siéntate encima de mí...

Silvia echó otra ojeada hacia atrás, lo mismo que yo, el mirón seguía en su sitio, y decidida se subió la falda, sentándose en mi regazo, pero de espaldas a mí, y la sujeté por las caderas mientras posaba su imponente trasero sobre mi polla. Es verdad que mi mujer había ganado unos kilos, pero en ese momento su culazo me pareció sublime cuando apareció ante mis ojos, tan solo cubierto por sus finas braguitas.

Se echó hacia atrás y se acomodó mi polla entre sus piernas y cuando ya estábamos listos me la agarré mientras ella se apartaba las braguitas para ponerla a la entrada de su coño. No es que fuera la postura más cómoda del mundo y al primer intento no pude clavársela, haciendo que Silvia se pusiera más nerviosa.

―Vamos, no puedo más... ¡métemela!

Yo me la sujetaba firme, pero desde atrás me costaba hacerlo, ya que mi polla no es que fuera excesivamente grande y además, las braguitas entorpecían mi cometido. Silvia levantó las caderas y descendió suave, soltando un gemido al pensar que ahora sí, se había sentado sobre mi polla, sin embargo, volvió a protestar al darse cuenta de que su coño seguía vacío.

―¿Pero qué haces?, métemela, vamos, quiero que me folles... aaaah...
―Ya voy, pero estate quieta, deja de moverte, que así no puedo..., ¡me estás poniendo nervioso!
―¡Quita, déjame a mí! ―me pidió Silvia agarrándomela con dos dedos a la vez que con la otra mano se apartaba las braguitas.

Y de repente acomodó mi polla a la entrada de su coño y se dejó caer hasta apoyar sus glúteos en mis muslos. Se levantó un poco y repitió la misma operación dos veces más, sintiendo mi caliente verga deslizándose en su interior. Esta vez sí.

Me estaba follando a mi mujer en el cine.

Pasé las manos hacia delante sobando sus tetas y tiré de los dos tirantes para desnudar sus pechos, que comenzaron a botar libres, al ritmo al que Silvia me cabalgaba. Ya me daba igual si el viejo veía desnuda a mi mujer, pues todo mi afán era echarle un polvazo en aquella sala y salir de allí como un puto triunfador.

―¿Te gusta, eh? ―suspiré en su oído mientras Silvia seguía montándome a la vez que ahogaba sus gemidos.

Giró la cabeza y nos fundimos en un morreo húmedo y guarro entremezclando nuestras lenguas. Dejé sus tetas huérfanas de caricias cuando bajé las manos para ponerlas en su cintura y acompañar los movimientos de Silvia sobre mí. Me follaba despacio, disfrutando de ese polvo prohibido delante del mirón.

Parecía que no quería que se terminara y así me lo hizo saber.

―¡No te corras todavía, nene!, aguanta un poco más..., aaaah, ¡qué bueno!
―Uf, lo intento, pero me lo estás poniendo difícil... ¡me estás volviendo loco moviendo el culo así!

Y cuando nos quisimos dar cuenta, ¡el viejo mirón había dejado su asiento!, y descendía sin tan siquiera guardarse la polla. Avanzó unos metros y sin preguntar se sentó justo a nuestro lado. Silvia notó que rozaba con la pierna a alguien y al abrir los ojos se encontró con ese tío allí.

Haciéndose una paja como si fuera lo más normal del mundo.

El viejo se inclinó hacia delante, por la abertura de la falda se le veía todo el muslo a mi mujer, pero no se conformó solo con eso, y encendió un par de segundos la luz del móvil, alumbrando directamente a su coño.

―Vaya, vaya, pero, ¿qué es lo que tenemos aquí? ¿En serio estáis follando?
 
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Tal y como había imaginado, apenas había gente, la peli elegida ya llevaba tiempo en cartelera y no era muy conocida. Eso sí, la sala era muy pequeñita con tan solo una columna de 14 asientos en cada fila. En la parte del medio había una pareja y con el mirón y nosotros en total éramos cinco.

Nos pusimos bien separados de la pareja, por la parte central y el viejo se situó todavía más arriba, para vernos bien, en la última fila, a unos tres metros de nosotros. Intentamos no estar pendientes de él, pero yo sabía que en cuanto se apagaran las luces y comenzara la película iba a acercarse, aunque esta vez lo estaríamos esperando.

¡Todo iba según lo previsto!

A pesar de no hacerle caso, era imposible no pensar en él, a mí me daba cierto morbo estar con mi mujer, sabiendo que ese tío no perdía detalle de nuestros movimientos. Y por fin se apagaron las luces y Silvia y yo nos pusimos a ver la película mientras comíamos las palomitas y bebíamos la coca cola.

La verdad es que pasados veinte minutos, la peli era un auténtico tostón y yo aparté el bol de palomitas para acercarme a Silvia.

―¿Tienes algo...?, no quiere tocarte con estas manazas...

Ella sacó del bolso una toallita húmeda y me limpié las manos con parsimonia, haciéndoselo desear a mi mujer, que ya sabía lo que venía a continuación. Me acerqué a Silvia, apoyando la cabeza en su hombro, después de darle un beso y apartar uno de sus finos tirantes. Mi mujer se lo volvió a colocar, aunque me dejó hacer cuando subí la mano para acariciarle los pechos por encima del vestido.

―¡Joder, qué tetas! ―exclamé sopesándolas y comprobando el peso que tenían.

La oscuridad del cine, las miradas indiscretas hacia su escote de cada tío con el que nos habíamos cruzado en el centro comercial, los primeros toqueteos y saber que el viejo estaba detrás de nosotros, sin perder detalle de lo que hacíamos, nos había ido poniendo calientes poco a poco.

Casi sin darme cuenta ya tenía una buena erección bajo los pantalones y las tetazas de Silvia cada vez estaban más duras y sensibles. Cuando se le escapó el primer gemidito al contacto de mis manos me atreví de nuevo a bajarle el tirante del vestido.

―¡Santi...! ―me rogó Silvia sin decir nada más.

No hacía falta que siguiera suplicando, podía ver en sus ojos lo excitada que se encontraba y estábamos a punto de cruzar una línea de no retorno. Silvia estiró el brazo y comprobó el estado de mi polla, tanteando con sus dedos, y recorriendo todo mi tronco con la palma de la mano.

Me encantaba cuando me la agarraba por encima del pantalón y comenzaba a pajearme así, era una costumbre de nuestra época universitaria y Silvia era una experta en el arte de las caricias sin sacártela. Hacía bailar mi polla sobre su mano con una habilidad especial, abriendo y cerrando el puño y a veces, incluso me gustaba más eso que el contacto directo.

Y con delicadeza deslicé el otro tirante por su hombro, bajándole el vestido para que asomaran sus dos tetas embutidas en un elegante sujetador negro. La dejé así, con los pechos por fuera y ahora fui yo el que la acarició sobre la fina tela de su vestido veraniego, apretando la carnosa piel de sus muslos y moviendo la mano hasta ponerla a la altura de su coño.

En cuanto la metí entre sus piernas Silvia volvió a gemir y me dejó que la masturbara unos minutos. Nos estábamos pajeando mutuamente por encima de la ropa, y durante esos instantes me llegué a olvidar de nuestro pervertido compañero, no así mi mujer, que miró hacia atrás para comprobar que no se había movido de su asiento.

―¿Sigue ahí? ―pregunté a Silvia.
―Sí...
―¡Qué raro que no venga!... pensé que...
―Mejor, no me apetece que ese tío se acerque a nosotros...
―¿Te imaginas que baja ahora y te ve así?..., tienes las tetas casi fuera...
―¡Muy gracioso!... ―dijo Silvia intentando subirse los tirantes del vestido.
―Ni se te ocurra hacerlo, me encanta tenerte de esa manera... ¡no sé por qué me pone tan cachondo!, recuerdo que la otra vez hasta te quitaste el sujetador... ―y tiré de su vestido hacia abajo para descubrir todavía más sus pechos.
―¡Santi... para!
―Me estoy poniendo a mil, ¡qué ganas tengo de que se acerque ese cerdo y demostrarle quién es tu marido.
―Tranquilo, a mí no tienes que demostrarme nada ―susurró Silvia abriéndome los pantalones de un solo tirón.

Mi cuerpo se tensó por completo al sentir los calientes dedos de Silvia agarrándome la polla y sacándola por fuera de los calzones. Ahora me tenía en su mano y comenzó a pajearme despacio, pero apretándola con mucha fuerza.

―Mmmm, Silvia, más despacio...
―Shhhhhhh, déjame a mí...

Y esta vez el que se giró hacia atrás fui yo para comprobar si el mirón seguía allí. No se había movido y se encontraba en su butaca atento a lo que hacíamos, con el pequeño detalle que ¡¡también se la había sacado!!, y se meneaba su enorme verga con extremada lentitud.

Ya no me acordaba del tamaño de la polla de aquel viejo. Joder, desde mi posición se veía un falo grande y ancho y el muy cabrón se la agarró estrangulándola por la base, para mostrármela bien con una perversa sonrisa en la boca.

Me giré rápido con las pulsaciones a mil y Silvia se dio cuenta de que algo sucedía.

―¿Qué pasa? ―me preguntó asustada por la cara que había puesto.

Yo sujeté sus mejillas con las dos manos y le di un beso en la boca. Ella me seguía pajeando, sin prisa, pero sin pausa.

―¡Uf, se la ha sacado! ¡Se está haciendo una paja mientras nos mira! ―expliqué a mi mujer.
―Bueno, con eso ya contábamos, ¿no?
―Ehh, sí, sí, claro...
―¿Tú crees que bajará o solo se va a tocar?
―No lo sé... aunque sinceramente me apetece mucho follarte delante de él...
―¿Follarme? ¿Dónde?... ¿aquí¿, ¡¿en medio del cine?!
―Claro, ¿a eso hemos venido, no?, quiero ponerle los dientes largos, que se muera de envidia viendo cómo te mueves encima de mí, cómo te manoseo esas tetas, ¡que se entere bien que eres mi mujer! ―dije metiendo la cabeza entre sus calientes pechos sin dejar de besárselos―. ¿Estás de acuerdo?
―A mí todo esto me parece absurdo, Santí..., ya te lo he dicho, no sé cómo permitimos que pasara lo de la otra vez... nos dejamos llevar y no tienes nada que demostrarme...
―¡Quítate el sujetador!, ¡quiero que me enseñes las tetas! ―la ordené tirando de su pelo para comerme su cuello, y haciéndola gemir.

Fue la primera vez que se giró la pareja que teníamos delante, pero sinceramente, esos dos nos daban igual. Nosotros solo estábamos pendientes del mirón y de que no se moviera. Entonces Silvia me soltó la polla y pude ver su cara de morbo.

Iba a hacerlo.

Se inclinó hacia delante y pasó las dos manos por su espalda, soltándose el sostén y con mucha habilidad se lo sacó por los brazos y lo metió en el bolso que estaba en el suelo. Luego se subió los tirantes del vestido para cubrirse los pechos que ahora se movían libres bajo la tela.

―Uf, ¿por qué te tapas? ―le pregunté.
―¿Qué quieres, que me quede aquí medio desnuda?
―Por supuesto...

Nos fundimos en un beso húmedo y Silvia reanudó su tarea masturbatoria volviéndome a agarrar la polla. Yo le sobé las tetas por encima del vestido, haciendo que bailaran arriba y abajo, el movimiento de sus tetas bajo la tela era bestial y entonces me di cuenta de que si Silvia seguía pajeándome a ese ritmo no iba a tardar mucho en correrme.

Ahora era mi turno.

―Espera, para..., déjame a mí... ―y detuve su brazo hasta que Silvia me soltó la polla.

Bajé la mano y rocé su tobillo y despacio fui subiendo los dedos sin dejar de tocar su piel por debajo de la falda. Noté cómo se le erizaba el vello al paso de la yema por sus gemelos, por las rodillas, por los muslos... hasta que me topé con sus finas braguitas negras.

Me encantaba acariciarla por debajo de la falda, me daba mucho morbo, y aparté sus braguitas, colando uno de mis dedos entre sus labios vaginales.

―¡Santi... mmmmmm!
―Te gusta esto, ¿eh?, te conozco bien... ―dije introduciéndole un dedo en el coño.

Miré hacia atrás y el mirón seguía en su sitio. Moviendo la mano sobre su rabo sin dejar de observarnos. No era más que un pervertido. Un voyeur que disfrutaba de las maravillosas vistas que le ofrecíamos, mientras Silvia se empezaba a retorcer en el asiento al sentir mi dedo entrando y saliendo de su interior. Echó la cabeza hacia atrás restregando el culo en su butaca y se le escapó otro gemido.

Cuando cerró los ojos y se abandonó al placer que sentía, el viejo me hizo un gesto con el pulgar, como diciéndome que se lo estaba pasando muy bien y yo seguí masturbando a Silvia, mientras retaba a aquel pervertido con la mirada.

No iba a dejarme intimidar como la otra vez.

Me ponía a mil hacerle un dedo a Silvia sin apartar la vista de ese tío, que sonreía socarronamente tocándose la verga. El muy cabrón parecía muy seguro de sí mismo, igual que yo, pero estaba convencido de que desde el incidente en la tienda de animales me había ganado su respeto y ahora ni tan siquiera se atrevería a acercarse a nosotros.

Se iba a tener que conformar con hacerse una paja viendo cómo hacía disfrutar a mi mujer.

Silvia subió un pie en el asiento y tiró de la rodilla hacia fuera, abriéndose de piernas, ahora sí, mi dedo entraba con demasiada facilidad en ella y hasta me pareció poco para ese coño, que me pedía más, hablándome con el lenguaje especial de sus fluidos. Y no me conformé con otro, le metí dos de golpe, para empezar a follármela rápido con tres dedos.

Estaba demasiado excitada, pero no se acababa de soltar del todo, incluso se giró para comprobar que el viejo seguía en su sitio y se quedó unos segundos mirándole. Y cuando lo hizo se encontró al mirón con su pollón en la mano, sacudiéndosela a buen ritmo. De repente, otro gemido salió de su boca y se volvió hacia mí.

―¡No puedo más... estoy a punto! ―susurró en mi oído.
―¿Ya vas a correrte?... mmmmm, espera, todavía no, joder... es muy pronto...

Y yo pensando que debido a la presencia de ese tío Silvia no estaba a gusto, y resultaba que no le faltaba mucho para llegar al orgasmo. Al subir el pie en el asiento su pierna quedó libre por la abertura lateral del vestido, enseñando todo el muslo al mirón mientras se retorcía en la butaca.

―Aaaaah... ¡qué bueno!, sigueee un poco más... ―jadeó Silvia.
―¡Espera, no termines así!, ¡quiero follarte! ―exclamé yo interrumpiendo el movimiento de mi brazo.
―Nooooo, no te pares, ufff... ¡me has dejado a puntito! ―dijo meneando las caderas ella misma para que mis dedos siguieran entrando y saliendo.

Pero yo retiré la mano, dejando su coño abierto, húmedo y palpitando. En cuanto lo hice, sus braguitas volvieron a la posición original y pude ver la cara de decepción de mi mujer.

Tiré de mis pantalones hacia abajo descubriendo mi polla y me la agarré con la mano ofreciéndosela a Silvia, que no lo dudó dos veces cuando vio mi erecto miembro a su lado.

―¿Quieres chupármela?
―Uf, ahora no, ya estoy a punto, Santi...
―Vale, hemos venido aquí a follar, vamos, ven aquí, siéntate encima de mí...

Silvia echó otra ojeada hacia atrás, lo mismo que yo, el mirón seguía en su sitio, y decidida se subió la falda, sentándose en mi regazo, pero de espaldas a mí, y la sujeté por las caderas mientras posaba su imponente trasero sobre mi polla. Es verdad que mi mujer había ganado unos kilos, pero en ese momento su culazo me pareció sublime cuando apareció ante mis ojos, tan solo cubierto por sus finas braguitas.

Se echó hacia atrás y se acomodó mi polla entre sus piernas y cuando ya estábamos listos me la agarré mientras ella se apartaba las braguitas para ponerla a la entrada de su coño. No es que fuera la postura más cómoda del mundo y al primer intento no pude clavársela, haciendo que Silvia se pusiera más nerviosa.

―Vamos, no puedo más... ¡métemela!

Yo me la sujetaba firme, pero desde atrás me costaba hacerlo, ya que mi polla no es que fuera excesivamente grande y además, las braguitas entorpecían mi cometido. Silvia levantó las caderas y descendió suave, soltando un gemido al pensar que ahora sí, se había sentado sobre mi polla, sin embargo, volvió a protestar al darse cuenta de que su coño seguía vacío.

―¿Pero qué haces?, métemela, vamos, quiero que me folles... aaaah...
―Ya voy, pero estate quieta, deja de moverte, que así no puedo..., ¡me estás poniendo nervioso!
―¡Quita, déjame a mí! ―me pidió Silvia agarrándomela con dos dedos a la vez que con la otra mano se apartaba las braguitas.

Y de repente acomodó mi polla a la entrada de su coño y se dejó caer hasta apoyar sus glúteos en mis muslos. Se levantó un poco y repitió la misma operación dos veces más, sintiendo mi caliente verga deslizándose en su interior. Esta vez sí.

Me estaba follando a mi mujer en el cine.

Pasé las manos hacia delante sobando sus tetas y tiré de los dos tirantes para desnudar sus pechos, que comenzaron a botar libres, al ritmo al que Silvia me cabalgaba. Ya me daba igual si el viejo veía desnuda a mi mujer, pues todo mi afán era echarle un polvazo en aquella sala y salir de allí como un puto triunfador.

―¿Te gusta, eh? ―suspiré en su oído mientras Silvia seguía montándome a la vez que ahogaba sus gemidos.

Giró la cabeza y nos fundimos en un morreo húmedo y guarro entremezclando nuestras lenguas. Dejé sus tetas huérfanas de caricias cuando bajé las manos para ponerlas en su cintura y acompañar los movimientos de Silvia sobre mí. Me follaba despacio, disfrutando de ese polvo prohibido delante del mirón.

Parecía que no quería que se terminara y así me lo hizo saber.

―¡No te corras todavía, nene!, aguanta un poco más..., aaaah, ¡qué bueno!
―Uf, lo intento, pero me lo estás poniendo difícil... ¡me estás volviendo loco moviendo el culo así!

Y cuando nos quisimos dar cuenta, ¡el viejo mirón había dejado su asiento!, y descendía sin tan siquiera guardarse la polla. Avanzó unos metros y sin preguntar se sentó justo a nuestro lado. Silvia notó que rozaba con la pierna a alguien y al abrir los ojos se encontró con ese tío allí.

Haciéndose una paja como si fuera lo más normal del mundo.

El viejo se inclinó hacia delante, por la abertura de la falda se le veía todo el muslo a mi mujer, pero no se conformó solo con eso, y encendió un par de segundos la luz del móvil, alumbrando directamente a su coño.

―Vaya, vaya, pero, ¿qué es lo que tenemos aquí? ¿En serio estáis follando?
Oh,oh... creo que estáis tan calientes que vais a dejar que el viejo mirón,deje de ser espectador para ser actor...
 
Silvia va a tomar la iniciativa, el cornudo se va a correr al verlo y el viejo se va a poner las botas.
Maravilloso.
 
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