Fantasías sexuales de las españolas 2º parte (sección infidelidad)

Hola mi amante querido.

Todavía vibro de éxtasis y placer cuando recuerdo nuestro encuentro de ayer. Dejas en mí una marca que va más allá del tiempo que pasamos juntos, siempre demasiado corto. Dicen que lo bueno si breve es mejor: los grandes perfumes en frasquitos pequeños, el caviar en cucharaditas, el buen licor en copa pequeña... que así se saborea mejor. Debe ser cierto porque los minutos que paso a tu lado son los mejores de mi vida. Tengo presente cada eslabón de esa cadena de placer: la urgencia de encontrarnos, de tenernos, la satisfacción de saber que se ha acabado la espera, de tener ese dulce néctar del sexo al alcance de la mano, de saber que ya solo faltan minutos para que comience el juego, los preliminares donde nos enredamos como si no tuviéramos prisa por amarnos, la intensidad del acto cuando por fin se da el cuerpo a cuerpo entre ambos o la relajación posterior, donde caemos agotados tras combatir el uno contra el otro. Y finalmente la separación, en la que siempre nos despedimos con un beso y con la promesa de volver a repetir. Todo ese proceso lo tengo siempre en mi cabeza y deja ecos en mi cuerpo hasta varios días después de haber estado contigo.

Esta mañana me he tenido que masturbar. Casi llego tarde al trabajo por tu culpa, aunque no estuvieras. Me he despertado soñando que dormías conmigo, que me abrazabas desde atrás y que presionabas con tu pene entre mis nalgas. Sentía tu cálido aliento en mi cuello, tus labios se cerraban sobre la tetilla de mi oreja y me la chupabas en esa caricia que sabes que tanto me gusta. Caricia que se transformaba en un mordisco salvaje a la vez que me la metías de golpe desde atrás, en mi coño ya lubricado por los húmedos sueños que he tenido. Me follabas así, de forma salvaje, frenética y te corrías en mi interior a la vez que yo me tocaba y tenía un orgasmo tremendo. Como podrás imaginar, no podía levantarme de la cama sin masturbarme pensando en ti, sin desahogarme, aunque me supiera a poco. No era capaz de empezar el día sin un orgasmo en tu honor.

¡Cuánto me gustaría disponer de ti una noche, una sola noche aunque fuera! ¿Es que tu mujer no viaja nunca? ¿No puedes buscar alguna excusa? Ojalá estuvieras en algún departamento que te obligará a pasar algún día fuera de casa. Ojalá pudieras encontrar la coartada perfecta ¿Te imaginas lo que sería toda una noche juntos?

Pero volviendo al día de ayer, tengo que decirte que jamás pensé que podríamos llegar a tal grado de exquisitez en nuestras perversiones. Creo que es porque hemos aceptado el reparto de papeles: tu esclavo y yo ama. Nos hemos metido de tal forma en el personaje que hemos alcanzado un grado de profesionalidad (no sé si esta es la palabra adecuada) sublime. La prueba es cuando ayer vi cómo te corrías solo con la caricia del látigo alrededor de tu pene, a la vez que con mis manos te aplastaba los huevos. Había visto vídeos mientras buscaba nuevas formas de cumplir con mi cometido de dómina, mientras trataba de aprender cómo hay que hacer para meterme más y mejor en el papel y darte todo el dolor que tú reclamas y que antecede al sublime placer. Ya otras veces he jugado a llevarte al límite solo con caricias, sin permitir que te corrieras, castigándote cuando me decías que ibas a llegar.

Todavía no ¡perro! te correrás cuando yo diga… el lenguaje también es importante ¿verdad? te gusta que te hable así en esos momentos. Es solo en esos momentos. Porque fuera de la cama yo jamás te trataría con desconsideración.

Aun me recuerdo sentada sobre tu vientre con mis muslos desparramándose a tus costados, mi chocho húmedo dejando un rastro de flujo en tu estómago a la vez que te lo aprisionaba, mis dedos retorciendo tus testículos mientras con el látigo te proporcionaba una caricia alrededor de tu pene que tenía la punta colorada por la excitación brutal. Tu verga estaba llena de sangre y se mantenía dura como una piedra. No pude evitar darte un par de lengüetazos en la punta y luego un mordisco. Mordisco y lengüetazo, dolor y caricia en la secuencia que tanto te gusta. Me sorprendió mucho ver tu pene estremecerse como queriendo contraerse y luego expandirse, y ver cómo un chorro de semen saltaba hacia arriba casi un metro de alto. Y no se detuvo ahí, sino que varios chorros más salieron brotando de la punta y corrieron por tu falo, hasta manchar tus huevos y mis dedos que los apretaban fuerte. Cuando te castigué por haberte corrido sin permiso moviendo mi cuerpo hacia atrás y poniendo todo mi coño en tu cara, casi asfixiándote y golpeándote en los muslos con el látigo, todavía pude ver como tu pene temblaba y varias gotas gordas de esperma caían sobre tu vientre. No pude evitar subirme encima y metérmela hasta el fondo, manchándome de tu leche por dentro y por fuera, y cabalgar hasta que yo tuve mi propio orgasmo. Estabas tan caliente que te aguantó dura todo el rato hasta que mis flujos se mezclaron con los restos de tu esperma. Qué asco tan rico, que delicioso gazpacho formamos entre los dos, que placer cuando te obligué a limpiarme con tu lengua y conseguí encadenar un nuevo orgasmo con mi botoncito entre tus labios. Con tu lengua como la de un perro estimulándome, no necesité ni siquiera que me metieras los dedos como otras veces ¡En qué pocas ocasiones puedo encadenar dos orgasmos seguidos y tú, sin embargo, mi joven amante me proporcionas ese y otros placeres que me hacen tan feliz!

Tenemos que tener cuidado porque se nos va la cabeza. Ayer te dejé marcas y no sé cómo podrás justificarlas si tu mujer te ve desnudo. Por un lado, me pone cachonda saber que te llevas esos recuerdos míos, pero por otro, no quiero ser causa de ninguna dificultad más en tu matrimonio. Yo soy tu válvula de escape, soy tu consuelo, soy tu placer, soy tu amante entregada, yo vengo a satisfacerte, a ayudarte, no a crearte problemas. Tenlo siempre presente amor.

Te deseo tanto…
 
La verdad es que desde que lo vi en internet mi fantasía era ir a un glory hole a comer pollas hasta hartarme. El mismo día que cumplí 18 años lo hice. Pedí permiso a mis padres para salir diciendo que iba con amigas y me fui a un local swinger, el de la entrada flipó un poco con que justo fuera el día de mi 18 cumpleaños, pero ya era legal así que no me puso ningún problema. Literalmente comí decenas de pollas anónimas esa noche
Cuando vayas la proxima vez avisa!!
 
He terminado de leer toda la correspondencia. Lo he tenido que hacer en varios días, no he querido subirla a casa no vaya a ser que a mi madre le diera por limpiar mi cuarto y pudiera encontrarla, así que me bajaba al trastero, me sentaba sobre una caja y leía.

¿Quién era esta mujer que le sacaba tanta edad a mi padre? ¿Tuvo algo que ver con la ruptura de su matrimonio? ¿Se siguen viendo hoy día? ¿Estará con ella ahora? Las preguntas revolotean en mi cabeza como las polillas alrededor de una bombilla. Mi madre jamás me ha hablado de una posible amante ni de que ella fuera la causa de su separación ¿Lo sabe? ¿Por qué dejó mi padre aquí a esas cartas en vez de llevárselas? ¿Se había olvidado de ellas? ¿Deseaba acaso que las descubriéramos?

De momento preguntas que no tienen respuesta. Hasta donde yo sé mi padre vive solo desde que se divorció. Ha sido hermético incluso para su propio matrimonio, casi siempre que le pregunto por su relación con mamá, sus desavenencias o las causas últimas de su separación me responde con evasivas o con generalidades. Es un cuarto donde ha echado la llave y se resiste a dejarme pasar. Por eso me parece todavía más incongruente que haya dejado aquí estas cartas aparentemente olvidadas. Pero ¿cómo se puede olvidar a una mujer que te escribe de esta forma? me hubiera gustado leer su correspondencia las cartas que él enviaba y a las que hace referencia. Todo esto me resulta incomprensible y la única persona que me lo puede aclarar seguramente no querrá hablar conmigo.

¿La única persona? ¿Sabrá mi madre algo de todo esto?

Bien, solo hay una forma de averiguarlo: hablar con la única persona que no puede huir de mí ni encerrarse en su silencio.
 
He terminado de leer toda la correspondencia. Lo he tenido que hacer en varios días, no he querido subirla a casa no vaya a ser que a mi madre le diera por limpiar mi cuarto y pudiera encontrarla, así que me bajaba al trastero, me sentaba sobre una caja y leía.

¿Quién era esta mujer que le sacaba tanta edad a mi padre? ¿Tuvo algo que ver con la ruptura de su matrimonio? ¿Se siguen viendo hoy día? ¿Estará con ella ahora? Las preguntas revolotean en mi cabeza como las polillas alrededor de una bombilla. Mi madre jamás me ha hablado de una posible amante ni de que ella fuera la causa de su separación ¿Lo sabe? ¿Por qué dejó mi padre aquí a esas cartas en vez de llevárselas? ¿Se había olvidado de ellas? ¿Deseaba acaso que las descubriéramos?

De momento preguntas que no tienen respuesta. Hasta donde yo sé mi padre vive solo desde que se divorció. Ha sido hermético incluso para su propio matrimonio, casi siempre que le pregunto por su relación con mamá, sus desavenencias o las causas últimas de su separación me responde con evasivas o con generalidades. Es un cuarto donde ha echado la llave y se resiste a dejarme pasar. Por eso me parece todavía más incongruente que haya dejado aquí estas cartas aparentemente olvidadas. Pero ¿cómo se puede olvidar a una mujer que te escribe de esta forma? me hubiera gustado leer su correspondencia las cartas que él enviaba y a las que hace referencia. Todo esto me resulta incomprensible y la única persona que me lo puede aclarar seguramente no querrá hablar conmigo.

¿La única persona? ¿Sabrá mi madre algo de todo esto?

Bien, solo hay una forma de averiguarlo: hablar con la única persona que no puede huir de mí ni encerrarse en su silencio.
MAAAADRE MIAAAAAA!!
.......dondeeeeeeeeee están las palomitaaaaaaaaaaaaas!!!!!
.
...sperando sentado y con los dedos repicando en la mesa....TATATATA...TATATATA...TATATATA...
 
Ahí están: un puñado de folios tirados sobre la mesa. Mi madre siempre en la cocina, es su refugio, su fortaleza, el sitio donde se retira para estar tranquila, para no tener que ver a mi padre cuando estaban enfadados, para meditar, para ver la tele sin que la molestásemos intentando cambiar de canal para poner el fútbol o las series de Netflix que tanto me gustaban. Esa mesa en la que ella ha pasado tantas horas sentada viendo la tele pequeña, escuchando la radio, viendo vídeos en YouTube, leyendo o simplemente con la mirada perdida en el vapor de los azulejos, bajo los que en una olla hervía pasta o sopa, según tocara, como quien observa un cielo lejano.

Ella mira los folios y luego a mí, con la misma mirada, como si yo les resultara tan extraña como esos papeles.

- Mamá ¿tú sabías esto?

Toma un folio y comienza a leerlo, apenas una línea, luego lo suelta como si quemara. Tarda un rato en mirarme y en comprobar que tengo la vista puesta en sus ojos. No pienso dejarla escapar, si sabe algo quiero que me lo cuente, creo que tengo derecho y voy a hacerlo valer.

- Claro que lo sabía: fui yo misma la que guardé estas cartas abajo en el trastero. La verdad, ya no me acordaba - lo dice con un deje como de quitarle importancia, como si hubiéramos estado hablando de que se le hubieran pegado las lentejas por olvidar que las tenía puestas al fuego. “Si me hubiera acordado las hubiera quitado de en medio” es lo que parece querer decirme, que esas cartas no estaban destinadas a que yo las encontrara.

- ¿Por eso os separasteis? ¿Porque papá tenía una amante?

- No, no fue por eso. Para entonces ya no nos entendíamos.

- No lo concibo ¿me quieres decir que tú sabías que tenía una amante y hacías como si nada?

Mi madre se dirige hacia el cajón de la cocina. Es donde tiene guardados los trapos. Mete la mano por debajo y saca un paquete de tabaco y un encendedor. Abre la ventana y se enciende un cigarrillo mientras mira hacia el techo, observando como las volutas de humo de su primera calada son dirigidas por la corriente hacia afuera. Hace mucho que no la veo fumar, pensé que lo había dejado. Parece conformarse, encoge los hongos y decide hablarme. Por un momento pensé que se refugiaría en un obstinado mutismo, como suele hacer cuando se enoja.

- En esas fechas tu padre y yo ya estábamos mal - insiste.

Me da la impresión de que no quiere concederle a esa mujer ningún mérito, ni siquiera el de haberle quitado el marido, ni siquiera el de haber tenido una mínima responsabilidad en la caída de su matrimonio. Se niega a aceptar que la pudo haber dejado por otra o simplemente porque no encontraba en ella lo que otras le daban. Me pregunto si habrá leído las cartas. Esta vez no estoy dispuesta a dejar escapar a mi madre sin confesarse, sin que me cuente todo lo que necesito saber. Pero me doy cuenta de que ella solo está dispuesta a contarme su verdad, su forma de ver las cosas, a describirme el mundo que se ha creado para no aceptar la realidad, igual que se mete en su cocina, igual que tiene su rincón de fumar, su tele y sus comidas con las que se aísla de lo que no le gusta o de lo que no puede manejar.

Le formulo la cuestión de nuevo, intentando acorralarla para que me diga algo, lo que sea, cualquier cosa menos la huida hacia el silencio.

- ¿Las has leído?

- No necesito leerlas. Bueno, solo leí un par de ellas – concede, de nuevo quitándole importancia.

- Es una zorra, se veía con él solo porque estaba caliente… los dos lo estaban. Que no te engañe su bonita palabrería, esa nunca ha querido a tu padre - sentencia mientras exhala una bocanada de humo y mira hacia la esquina, al parecer muy interesada por saber si ha vuelto a crecer la telaraña que quitó esta mañana.

Me doy cuenta que eso es lo único que obtendré de ella, ese relato construido desde un solo ángulo, ese relato monocromo, sin matices, sin variantes, sin colores… “estaba con ella por vicio pero me quería a mí”, parece ser el patético resumen que intenta trasladarme.

Me revuelve su actitud, exactamente igual para cualquier tema importante desde que mi padre se fue de casa. Ninguna explicación, ningún error admitido, a estas alturas seguro que aún piensa que puede volver, que tarde o temprano aparecerá de nuevo cruzando esa puerta soltando la misma maleta que se llevó, disculpándose y pidiendo ser readmitido en nuestras vidas. Entonces ella lo mirará con suficiencia, se sentirá orgullosa e irá a prepararle la cena a la cocina. Estará contenta mientras trajina entre cacharros, preparando su plato favorito, el que sin embargo le deslizará por la mesa con cara de enfadada, como pensándose sí está dispuesta a perdonarlo o no, jugando a ese juego absurdo porque todos sabemos que no anhela otra cosa que el regreso de su marido con el que tan mal se llevaba a veces, según ella misma, pero que forma parte de su mundo igual que la tele de la cocina o las cortinas del salón que lava metódicamente cada quince días porque dice que atrapan mucho polvo. Es la pieza que falta en su bien engrasado mecanismo, en su parcelada vida. La que hace que todo vaya mal, que el engranaje se obstruya, la que la mantiene atascada a ella misma desde hace más de dos años.

- ¿Está con ella ahora?

- Hasta donde yo sé vive solo. Tú misma has pasado muchos fines de semana con él…

- Pero ¿se ven?

- ¿Cómo coño quieres que yo sepa eso?

Su tono se vuelve brusco, enfadado, desairado. Yo misma estoy también cabreada y enfadada, no acabo de entender su actitud, nunca la he entendido.

- Pero ¿por qué consentiste que te hiciera eso? ¿es que nunca lo hablaste con él? ¿Nunca le pediste explicaciones? - vuelvo a insistir enfadada y fuera de mí, aunque sé por qué lo hizo: porque lo quería y porque no era capaz de enfrentarlo sabiendo que eso podía acabar en ruptura.

Ella simplemente no estaba preparada, no era capaz de vivir sin él. Su mundo tambaleándose por la pieza que faltaba. Sabía que no era capaz de asumirlo, sabía lo que vendría: los silencios, el refugio en la cocina, el enriscamiento en sí misma, la pérdida de aquella apariencia de vida normal que por lo menos se mantenía en los detalles, en las salidas, en las reuniones con los amigos, en las vacaciones…

- ¡Tú qué sabes lo que yo he consentido y lo que no! - me rechaza brusca. Soy su hija y no me permite entrar en su cabeza ni en su corazón.

No entiendes lo difícil que es aceptar que tu mundo se desmorona, que pierdes los asideros donde siempre te has agarrado, que no eres capaz de salir adelante por ti sola porque esto no va solo de amor o de enamoramiento, va de que has encontrado el equilibrio, un lugar en la vida y de repente todo eso se va al carajo y tú no sabes qué hacer, estás perdida”. Esos son los miedos que yo puedo leer en su cara, son los miedos que no me cuenta y que pretende ocultar con eufemismos y con palabras duras.

- Mamá, yo también formo parte de esta familia ¿sabes? y todo esto me afecta. No soy una vecina que se asoma a la terraza a cotillear, sois mis padres, no puedo ver este partido de tenis desde la barrera, como si no fuera conmigo, todo esto me perturba ¿no lo entiendes? No veo a mi padre, tú y yo vivimos solas, ya no somos una familia…

Ahora soy yo la que tiene un nudo en la garganta y me cuesta continuar. Mi madre parece pensárselo, se da cuenta de que estas cosas me trastornan, de que también debo conjurar mis fantasmas. Le cuesta, las palabras no le salen, hasta que alza la cabeza y me mira, yo diría que casi con un punto de orgullo antes de decir:

- Yo también tuve un amante.

- ¿Qué?

Me quedo de piedra. Después me da la risa. No me imagino a mi madre con un amante. No puede ser. Pero luego veo su cara seria, con un punto irónico en la expresión. Parece saborear el haberme dejado pasmada, como si me dijera: “¿qué te creías? ¿Que no me iba a atrever?”

- Pero como...

Las palabras se me vuelven a atascar. Las preguntas se agolpan obstaculizándose unas a otras en la salida, formando una melé que aturulla mi cerebro, bloqueándolo. Otra calada ¿pero ¿cuánto dura ese maldito cigarro? una nueva voluta de humo que se flota despacio hacia la ventana. Me da la impresión de que lo está saboreando, de que el humo la calma y la relaja. A la vez que esa confesión, le proporciona un pequeño placer. O quizás grande, no lo sé ya, no sé qué pensar. Ella es consciente de mi desorientación y no espera a que encuentre las preguntas para empezar a responderlas.

- Tu padre lo hizo primero, yo nunca le hubiera puesto los cuernos si él no hubiera dado el paso antes.

- Pero ¿lo tuyo fue algo serio?

- Yo no estaba enamorada, pero una también tiene sus necesidades.

¿A qué necesidades se refiere? mi padre no era los de los que no cumplían en la cama, eso me consta. Supongo que se refiere a otras necesidades como por ejemplo sentirse deseada, ver que otro hombre pone los ojos en ti, que te mira cómo solo te pueden mirar cuando te miran por primera vez, cuando todo es deseo, cuando no hay costumbres, lejos de las leyes de los hombres como decía el Último de la Fila: te quiero como se quiere por primera vez… pues lo mismo pero referido al sexo, supongo que a eso se refiere mi madre, a esa necesidad. O quizás se refiere a la necesidad de venganza, de autoafirmarse, de decir “si tú lo haces yo también puedo”. Incluso puede ser que fuera un recurso enojado, intentando provocar en él una reacción, una inquietud, una llamada de atención desesperada. Lo he visto en otras mujeres incluso mucho más jóvenes, amigas mías. El conato de inducir una reacción, como aplicar un desfibrilador y dar una descarga a ver si el corazón todavía es capaz de latir, a ver si es capaz de provocar algún sentimiento en su pareja, aunque sea el de los celos. Cualquiera de esos escenarios le pegaría a mi madre, quizás incluso todos a la vez. Me gustaría que se desahogara, que se confesara, que me lo dijera abiertamente, pero la conozco bien y sé que detrás de este intento de sonrisa se esconde una barrera que es difícil franquear. Dudo mucho que mi madre sea más explícita. La roca (como yo la llamo) poniendo el cuerpo para que todo se estrelle contra ella, pero sin mostrar su interior, sin exponer las grietas internas que cada golpe provoca. Hasta que un buen día la piedra sólida y aparentemente inmutable se resquebraja y cae hecha añicos, igual que cayó su matrimonio.

- ¿También vosotros os escribíais correos?

- No seas ridícula.

Ahora es a ella a la que le da la risa y hace un gesto como queriendo indicar que aquello es absurdo y que no haría jamás una cosa así, que es una chiquillada. Parece ser que echarse un querido es algo normal pero no tanto el enviarse correos de amor. Eso es una prueba de inmadurez para ella. No necesita escribir ningún diario de sus pecados, esos los lleva escritos en cada arruga de su piel.

- ¿Con quién te acostabas?

- Tú no lo conoces, es alguien que conocí en el centro cívico donde iba a dar los cursos.

- ¿Los cursos de cocina?

- Si.

Decido tirar del hilo. Puesto que tenía claro que ella no me iba a contar nada de sus motivaciones y no me iba a aclarar mucho más, intenté por lo menos conocer quién era el tipo.

- Pero ¿qué te atrajo de él?

- Era discreto y prudente.

- ¿Y ya está? ¿Solo por eso te lo follaste?

- No hace falta ser malhablada.

- Mamá ¿qué me estás contando? ¡Que tenías un amante! ¿Que se supone que ibas a hacer con él?

- Ya te he dicho que yo tenía también mis necesidades. También tenía derecho a jugar ¿no te parece?

Nos callamos un momento. Permanecemos en silencio, cruzando miradas, decidiendo si allí se acaba la conversación o si hacemos a las paces. Mi madre se aventura a una tibia explicación que es a la vez una advertencia: “por ahí no vayas, no me presiones más de la cuenta que he dicho en unos minutos más que en los dos años últimos. Que igual me da por cerrar el pico y se acabó la conversación”, parece decir.

- Era educado, amable y yo le gustaba. No era el típico descarado impertinente que luego va contando las aventuras a sus amigos. Me pareció un buen hombre.

Habla de él en pasado, entiendo que han dejado de verse, pero por si acaso pregunto.

- ¿Os seguís viendo?

- No, ya no.

- ¿Él sabía que tú…?

- Sí, se lo dije - afirma mientras apaga la colilla en un plato pequeño de café y yo la creo -Estaba cabreada con tu padre, pero también asustada porque pensaba que él podría dejarme. La única forma que encontré de mantener nuestra relación fue hacer la vista gorda, esperando que él se aburriera de ella y volviera conmigo. Como eso no pasaba, trate de hacerlo razonar, de darle celos echándome también un amante por el cual no sentía absolutamente nada. Lo elegí solo porque era un tipo discreto que no llamaba la atención y lo suficientemente educado como para poder manejarlo. Nada de esto sirvió. Su padre acabó dejándome porque seguramente el puñetero problema no estaba en su amante, ni en lo que él sintiera por ella, sino en lo que ya no sentía por mí. Cuando nos separamos yo dejé a mi amante también. Esta es la historia.

Y punto: no cuenta más. Da por cerrada esa breve e inusual visita a su intimidad, a la que no deja asomarse a nadie. En cierto modo me siento una privilegiada, a su manera de ver las cosas, me ha permitido entrar en la cámara donde oculta sus sentimientos. Demasiado para ella y demasiado para un solo día. Emprende la retirada a lamerse la herida, la exposición le duele, no sabe manejarla aunque yo sea su hija y debiéramos tener confianza para hablar de temas íntimos.

- Voy a darme una ducha - dice mientras esquiva mi mirada. Es su forma de dar por concluida la hora de las confesiones.

Ahora soy yo la que le roba un cigarrillo de la cajetilla y lo enciendo. Casi nunca fumo pero necesito hacer algo. Me estremezco cuando soy consciente que he adoptado su misma pose, en el mismo sitio junto a la ventana y que probablemente tenga hasta su misma mirada extraviada, buscando dentro de mí sin saber muy bien qué y no logrando encontrar no se sabe qué. Lo apago a las dos caladas ¿Qué coño pasa con mi familia? me pregunto. Antes eran infelices juntos, pero al menos yo tenía una familia que me permitía seguir con la ficción de que mi hogar era estable. Ahora son infelices por separado. A mi padre se le nota en la mirada ¿También para él fue un accidente esa amante? Está claro que para esa mujer él no lo era, sino algo mucho más profundo. Sea lo que fuere no pudo contentarlo, no lo hizo feliz más allá de esos momentos en los que estaban juntos ¿Será feliz algún día? Me cuesta verlo rehaciendo su vida.

A mi madre no tengo que imaginármela, convivo con ella ¿cuánto tiempo pasará antes que ese desequilibrio interno, ese malestar, ese permanente enfado con mi padre, con el mundo, con ella misma, la vuelva definitivamente una mujer agria y desolada? Me pregunto también cómo afectará esto a mi vida, como lo está haciendo ya, cómo es una mochila con la que cargo aunque haga mi propio camino. Y sobre todo la pregunta del millón, la única que ahora importa: ¿Qué puedo hacer yo para ayudarlos y también para ayudarme a mí?

La discusión con mi madre me agota. Decido hacer las paces y los días siguientes me muestro conciliadora, evitando los puntos de fricción donde siempre acabamos chocando y haciendo hincapié en lo poco que nos une, en aquellas cosas donde coincidimos o al menos no acabamos discutiendo. Estoy cansada y he decidido no intentar arreglar lo que ya no se puede arreglar. Mi padre no está y tampoco volverá: punto. Mi madre se ha quedado anclada en el pasado, incapaz de construirse una nueva vida: es lo que hay. Enfadarme con ella, presionarla y tratar de que haga algo con su existencia es algo que no he conseguido y que ya me he cansado de intentar. El mundo es como es y no como a mí me gustaría que fuera. Ninguna de las respuestas que aún me quedan por saber va a cambiar eso así que quizás sea mejor renunciar a hacer las preguntas. Veré a mi padre en Navidad, algunos días en verano y vendrá a algunos de los acontecimientos de mi vida, a mi boda si algún día llego a casarme. No sé si vendrá solo o acompañado, no me importa. Él es como es un superviviente, a pesar de todo consigue mantener el equilibrio, no hundirse, aunque para ello tenga que soltar lastre, aunque ese lastre sean las personas que lo quieren. A mi manera, seguiré batallando con mi madre hasta que me independice, aceptándola tal y como es y trataré de ayudarla. Le mantendré la cabeza a flote y fuera del agua siempre que pueda, con la esperanza de que algún día se anime a nadar, a patalear, a mover los pies para mantenerse flotando al menos. Estoy segura que ella sí vendrá a mi boda pase lo que pase si algún día me caso y espero que sea acompañada.
 
Ea, yo que iba a ser un poco jodido e iba a decir que ya sabía el próximo capítulo y resulta que ya lo habías subido y no lo había visto.
Bueno, pues eso, que eran del Padre y ahora lo que queda es que ella hable con el, que le de su versión y si es posible interceda entre los dos, porque no son felices y algo deberían hacer.
 
Creo que es al revés. El Padre es mayor que la amante.
En este caso putita esta en lo cierto, es la amante la que es mayor. De hecho es la que responde al perfil de Alessandra...

5. Alessandra (gestora cultural, 35 años): “Tener sexo con alguien más inexperto, un jovencito universitario, para enseñarle y que se dejara hacer de todo”.
 
En este caso putita esta en lo cierto, es la amante la que es mayor. De hecho es la que responde al perfil de Alessandra...

5. Alessandra (gestora cultural, 35 años): “Tener sexo con alguien más inexperto, un jovencito universitario, para enseñarle y que se dejara hacer de todo”.

Soy una crack :bdsm1:
 
En este caso putita esta en lo cierto, es la amante la que es mayor. De hecho es la que responde al perfil de Alessandra...

5. Alessandra (gestora cultural, 35 años): “Tener sexo con alguien más inexperto, un jovencito universitario, para enseñarle y que se dejara hacer de todo”.
Ah bien. Yo creía que era al revés.
 
Trato de concentrarme en los textos que tengo delante. Avanzo a buen ritmo preparando la oposición, pero hoy es de esos días donde me atasco, donde la cabeza se me va una y otra vez al mismo tema de siempre. Mi mente no consigue bloquear esos pensamientos, no consigo bajar la barrera que me protege de la marea de la melancolía. Abro el cajón de mi mesa y saco unos folios impresos. No puedo resistirme a leernos de nuevo.

Hace dos días me deshice de toda la correspondencia que guardaba mi padre. Me gustaría decir que fue de una forma más poética o quizás más purificadora, arrojándolas a las llamas de una hoguera en la noche de San Juan, que fue apenas hace una semana, o a los leños de la chimenea. Pero en casa no tenemos chimenea y en la noche de San Juan no hubo hogueras ni deseos que pedir para mí. Todas estas cartas, toda esta historia de sexo y deseo, acabó en un contenedor de papel reciclado entre cartones de embalaje, una caja de una tele de marca china, varios libros de una enciclopedia obsoleta y un montón de revistas viejas y manoseadas del corazón. Toda esta basura mezclada con declaraciones de amor, deseos por realizar, deseos cumplidos, sexo, morbo… una historia que serviría para crear una serie erótica de éxito que, si hubiera leído en cualquier foro o visto en cualquier plataforma, hasta me habría interesado y ¿por qué no decirlo? hasta me habría excitado.

Pero es que es la historia de mi familia. Y es real, dolorosamente real. Tan doloroso como descubrir que los golpes (al contrario de lo que pasa en los dibujitos animados) sí que duelen y dejan cicatriz. Tan doloroso como despertar ya de una vez de la pubertad y aunque todavía no has tenido pareja, darte cuenta que nadie está libre de cometer errores, que todos somos humanos. Descubrir que cosas que yo pensaba decididamente que jamás haría, ahora son negociables. No sé lo que me deparará el destino. Estoy segura que mis padres cuando se conocieron también pensaron que su relación era para toda la vida, que jamás se engañarían y que serían siempre felices. Ahora me doy cuenta que la vida es otra cosa y no lo que deseamos. ¿Qué me deparará a mí?

Sin embargo, una vez aceptado lo que hay, tengo claro mi camino y eso me reconforta, como también de alguna manera me reconforta leer la última carta que imprimió mi padre. La que tengo ahora delante y vuelvo a ojear. La única que no he enviado a la basura.

Querido amor.

No sé si aún puedo llamarte así. No contestas a mis correos ni a mis llamadas y tu última respuesta fue para decirme que no intentara ponerme de nuevo en contacto contigo.

¿Por qué has tenido que pedir el traslado de oficina? ¿Tanto te desagrada mi presencia o es la culpa la que te impide cruzarte conmigo y mirarme a la cara?

Sé que la última vez discutimos desagradablemente pero tampoco era la primera vez que lo hacíamos, aunque no de forma tan brusca y desangelada. Siempre nos hemos reconciliado, nuestras caricias hicieron olvidar los malos gestos o las malas palabras, casi siempre debidas al cansancio o a los golpes que la vida nos daba, pero nunca hubo diferencias reales entre nosotros. Nuestros húmedos abrazos conseguían apagar el fuego de la discordia, si es que se puede llamar discordia a lo que yo considero pequeños desencuentros.

Me dices que el motivo no es mío sino una vez más tu mujer. Aquella por la que acabaste en mis brazos, aquella que te ha generado preocupaciones y dudas, es la misma por la que ahora afirmas que me dejas. En realidad, no es por ella, porque yo te sigo gustando, y lo sé a pesar de nuestra diferencia de edad. Llegué a pensar que habías encontrado a una chica más joven que te proporcionaba lo mismo o parecido a lo que yo te daba. Que habías encontrado otra mujer de piel más tersa, de muslos más firmes, de caricias más audaces. Pero yo sabía en mi fuero interno que ninguna te podía dar lo que yo. Tú me lo confirmas, me dices que me dejas porque quieres volver a intentarlo, porque soy una tentación demasiado fuerte que te puede empujar a romper tu matrimonio y eso ahora es imposible porque esperas una hija.

¿Acaso piensas que yo supongo un peligro para tu familia? ¿Acaso alguna vez te he pedido yo algo que no sea contar con tu presencia a mi lado? Nunca hemos hecho planes, nunca te he sugerido el divorcio y siempre he estado a tu lado para apoyarte. Lo único que me importaba que era hacer que tú estuvieras bien, que encontraras tu válvula de escape como yo había encontrado contigo la mía, ser tu alter ego, estar en comunión contigo, darte en la cama y en la vida todo lo que tu esposa decías que no te daba.

¿Es así como tenemos que acabar? ¿Merece lo nuestro este fin? Una separación brusca, no motivada porque ya no nos gustemos, ni hayamos dejado de desearnos, ni nuestros juegos sean aburridos, sino simplemente porque tú piensas que no hay lugar para mí en tu vida cuando te he demostrado cien veces que es todo lo contrario, que yo formo una parte importante del mecanismo que te permite ser feliz.

Si no me dejas por otra, si no me dejas porque te aburro, si no me dejas porque has dejado de quererme, entonces ¿no te das cuenta que es un error separarte de mí?

Deseo de nuevo tener tus caricias, estoy dispuesta a ir todavía más lejos en nuestras perversiones, en buscar nuevos métodos para excitarte y para complacerte. Estoy dispuesta a ocupar el lugar que tú designes para mí sin protestar, sin enfadarme, sin reclamarte nada como he hecho hasta ahora, pero por favor, no me dejes. Puedo aceptar que lo nuestro se acabe porque la pasión desaparezca o incluso porque te enamores de otra, por mucho que me duela, pero no que acabe de esta manera, sin motivo, por mucho que tú digas que sí lo hay. Si tiene que ser así, que sea, pero es un error amor mío (permíteme que te llame todavía así), un inmenso error que me duele en lo más profundo del corazón.

Acabamos en el punto de partida ¿Es que no te das cuenta? en el mismo sitio donde empezamos ¿Es que todos estos meses no han servido para nada? ¿Qué daño puedo hacer yo en tu casa si jamás he intentado acercarme a tu familia, ni he pretendido alejarte de ella? ¿Qué temes con esa nueva hija que esperas? ¿Qué daño crees que podría hacerte yo a esa chica? ¿O es que acaso piensas que el peligro está en ti y es a ti mismo a quien aborreces? Si es así dímelo, no me parece que sea motivo para dejar a quien tanto te ha dado, a quien tanto te ha querido y todavía te quiere. Creo que me merezco algo más, aunque no sé si ninguna de las explicaciones incoherentes que me das, llegaría a satisfacerme o a contentarme de alguna manera. Bastante duro es dejarte para que lo hagamos así, a cara vuelta, evitándonos en el trabajo, no contestando a mis mensajes, ignorando mis llamadas, no teniendo ni siquiera el consuelo de que me digas lo que he significado para ti, de que me pidas perdón, de que me des algún aliento para el futuro, pensando que si tu matrimonio fracasa (y esta vez ya no es por mí) volverás a mi lado. Cualquier gesto hecho verdaderamente con corazón me permitiría ver la luz reflejada de lo que fuimos, cualquier detalle y gesto cariñoso por tu parte hubiese servido, aunque fuera de consuelo, pero veo que no eres capaz. No sabes gestionar el fracaso ni los problemas. En ciertos aspectos sigues siendo un adolescente en vez de una persona adulta.

Adiós ya por fin. Si no me contestas esta carta no volveré a molestarte ni a intentar contactar contigo y si eso es lo que deseas, muy bien. Si no, dígnate por lo menos a responderme.

Estas son las últimas palabras escritas que parecen haber intercambiado. No sé si existirán otras cartas o si tal vez el fin de su relación se dirimió cara a cara como ella pedía, en un duelo al sol donde ella disparaba con reproches de fogueo mientras que él lo hacía con plomo en las palabras. Este pudo ser el final como pudo haberlo sido cualquier otro. Eso si es que hubo final. No puedo estar segura de nada ¿Se siguieron viendo a pesar de todo? ¿Están ahora juntos? ¿Aceptará mi padre algún día hablar conmigo de esto?

Recuerdo su respuesta cuando le pregunté por los motivos de su separación de mamá. Un “ya has visto que no nos llevamos bien” escueto, lacónico e inapelable, cerrando la puerta a más explicaciones. “¿Para qué quieres saber más?” añadió dando un portazo a cualquier nueva disquisición.

Ahora pienso que quizás lo que yo tomé por cobardía era un simple intento de ahorrarme un disgusto en una edad en la que yo aún no estaba preparada para entender las cosas, quizás solo trataba de protegerme ¿Es eso lo que hizo? Si tengo que hacer caso a esta última carta, a este último correo, el motivo de cortar con su amante fue mi llegada al mundo. Él decidió mantener una familia estable aunque desgraciada porque era lo que yo necesitaba: un hogar ¿Por eso siguió casado durante veinte años?

Quiero creer que sí, quiero tener algo que agradecerle, quiero empezar a ver las cosas de otra manera, sacar algo positivo de todo esto. Estaré con mi madre, aunque ella no avance, aunque se encierre, estaré ahí para cuando me necesite, esperando a ver si algún día da el paso y se decide a vivir de nuevo. Y también estaré ahí, viendo a mi padre, aunque solo sea de mes en mes, esperando a que me cuente cuál es su vida de verdad, la real, que es lo que le pasa por la cabeza, que es lo que desea, que es lo que necesita, qué más está dispuesto a darme.

Se acabó luchar a contracorriente, no quiero ahogarme. Que la marea me lleve a donde me tenga que llevar, siempre podré ponerme en pie al llegar a la orilla y andar hacia el sitio donde quiero estar si no me gusta la playa donde he sido arrojada.

No me desharé de esta última carta, la voy a conservar, quizás algún día la lea junto con mi padre, quizás algún día encuentre respuesta.

---------------------------------------------------------------- FIN --------------------------------------------------------------------------------

Proximo relato:

Chus (odontóloga, 40 años): “Pienso mucho en un celador del hospital donde trabaja mi marido: es negro y mi marido me cuenta los chismes que corren acerca de la masculinidad de la que presume. Y, entonces, me imagino que en una de las tardes que me acerco al hospital, me lo encuentro en los pasillos, nos saludamos, flirteamos y, en una de las salas privadas, me seduce hasta demostrarme que, efectivamente, lo que se cuenta de él es cierto”.

Cambien en la categoría de infidelidad.
 
Trato de concentrarme en los textos que tengo delante. Avanzo a buen ritmo preparando la oposición, pero hoy es de esos días donde me atasco, donde la cabeza se me va una y otra vez al mismo tema de siempre. Mi mente no consigue bloquear esos pensamientos, no consigo bajar la barrera que me protege de la marea de la melancolía. Abro el cajón de mi mesa y saco unos folios impresos. No puedo resistirme a leernos de nuevo.

Hace dos días me deshice de toda la correspondencia que guardaba mi padre. Me gustaría decir que fue de una forma más poética o quizás más purificadora, arrojándolas a las llamas de una hoguera en la noche de San Juan, que fue apenas hace una semana, o a los leños de la chimenea. Pero en casa no tenemos chimenea y en la noche de San Juan no hubo hogueras ni deseos que pedir para mí. Todas estas cartas, toda esta historia de sexo y deseo, acabó en un contenedor de papel reciclado entre cartones de embalaje, una caja de una tele de marca china, varios libros de una enciclopedia obsoleta y un montón de revistas viejas y manoseadas del corazón. Toda esta basura mezclada con declaraciones de amor, deseos por realizar, deseos cumplidos, sexo, morbo… una historia que serviría para crear una serie erótica de éxito que, si hubiera leído en cualquier foro o visto en cualquier plataforma, hasta me habría interesado y ¿por qué no decirlo? hasta me habría excitado.

Pero es que es la historia de mi familia. Y es real, dolorosamente real. Tan doloroso como descubrir que los golpes (al contrario de lo que pasa en los dibujitos animados) sí que duelen y dejan cicatriz. Tan doloroso como despertar ya de una vez de la pubertad y aunque todavía no has tenido pareja, darte cuenta que nadie está libre de cometer errores, que todos somos humanos. Descubrir que cosas que yo pensaba decididamente que jamás haría, ahora son negociables. No sé lo que me deparará el destino. Estoy segura que mis padres cuando se conocieron también pensaron que su relación era para toda la vida, que jamás se engañarían y que serían siempre felices. Ahora me doy cuenta que la vida es otra cosa y no lo que deseamos. ¿Qué me deparará a mí?

Sin embargo, una vez aceptado lo que hay, tengo claro mi camino y eso me reconforta, como también de alguna manera me reconforta leer la última carta que imprimió mi padre. La que tengo ahora delante y vuelvo a ojear. La única que no he enviado a la basura.

Querido amor.

No sé si aún puedo llamarte así. No contestas a mis correos ni a mis llamadas y tu última respuesta fue para decirme que no intentara ponerme de nuevo en contacto contigo.

¿Por qué has tenido que pedir el traslado de oficina? ¿Tanto te desagrada mi presencia o es la culpa la que te impide cruzarte conmigo y mirarme a la cara?

Sé que la última vez discutimos desagradablemente pero tampoco era la primera vez que lo hacíamos, aunque no de forma tan brusca y desangelada. Siempre nos hemos reconciliado, nuestras caricias hicieron olvidar los malos gestos o las malas palabras, casi siempre debidas al cansancio o a los golpes que la vida nos daba, pero nunca hubo diferencias reales entre nosotros. Nuestros húmedos abrazos conseguían apagar el fuego de la discordia, si es que se puede llamar discordia a lo que yo considero pequeños desencuentros.

Me dices que el motivo no es mío sino una vez más tu mujer. Aquella por la que acabaste en mis brazos, aquella que te ha generado preocupaciones y dudas, es la misma por la que ahora afirmas que me dejas. En realidad, no es por ella, porque yo te sigo gustando, y lo sé a pesar de nuestra diferencia de edad. Llegué a pensar que habías encontrado a una chica más joven que te proporcionaba lo mismo o parecido a lo que yo te daba. Que habías encontrado otra mujer de piel más tersa, de muslos más firmes, de caricias más audaces. Pero yo sabía en mi fuero interno que ninguna te podía dar lo que yo. Tú me lo confirmas, me dices que me dejas porque quieres volver a intentarlo, porque soy una tentación demasiado fuerte que te puede empujar a romper tu matrimonio y eso ahora es imposible porque esperas una hija.

¿Acaso piensas que yo supongo un peligro para tu familia? ¿Acaso alguna vez te he pedido yo algo que no sea contar con tu presencia a mi lado? Nunca hemos hecho planes, nunca te he sugerido el divorcio y siempre he estado a tu lado para apoyarte. Lo único que me importaba que era hacer que tú estuvieras bien, que encontraras tu válvula de escape como yo había encontrado contigo la mía, ser tu alter ego, estar en comunión contigo, darte en la cama y en la vida todo lo que tu esposa decías que no te daba.

¿Es así como tenemos que acabar? ¿Merece lo nuestro este fin? Una separación brusca, no motivada porque ya no nos gustemos, ni hayamos dejado de desearnos, ni nuestros juegos sean aburridos, sino simplemente porque tú piensas que no hay lugar para mí en tu vida cuando te he demostrado cien veces que es todo lo contrario, que yo formo una parte importante del mecanismo que te permite ser feliz.

Si no me dejas por otra, si no me dejas porque te aburro, si no me dejas porque has dejado de quererme, entonces ¿no te das cuenta que es un error separarte de mí?

Deseo de nuevo tener tus caricias, estoy dispuesta a ir todavía más lejos en nuestras perversiones, en buscar nuevos métodos para excitarte y para complacerte. Estoy dispuesta a ocupar el lugar que tú designes para mí sin protestar, sin enfadarme, sin reclamarte nada como he hecho hasta ahora, pero por favor, no me dejes. Puedo aceptar que lo nuestro se acabe porque la pasión desaparezca o incluso porque te enamores de otra, por mucho que me duela, pero no que acabe de esta manera, sin motivo, por mucho que tú digas que sí lo hay. Si tiene que ser así, que sea, pero es un error amor mío (permíteme que te llame todavía así), un inmenso error que me duele en lo más profundo del corazón.

Acabamos en el punto de partida ¿Es que no te das cuenta? en el mismo sitio donde empezamos ¿Es que todos estos meses no han servido para nada? ¿Qué daño puedo hacer yo en tu casa si jamás he intentado acercarme a tu familia, ni he pretendido alejarte de ella? ¿Qué temes con esa nueva hija que esperas? ¿Qué daño crees que podría hacerte yo a esa chica? ¿O es que acaso piensas que el peligro está en ti y es a ti mismo a quien aborreces? Si es así dímelo, no me parece que sea motivo para dejar a quien tanto te ha dado, a quien tanto te ha querido y todavía te quiere. Creo que me merezco algo más, aunque no sé si ninguna de las explicaciones incoherentes que me das, llegaría a satisfacerme o a contentarme de alguna manera. Bastante duro es dejarte para que lo hagamos así, a cara vuelta, evitándonos en el trabajo, no contestando a mis mensajes, ignorando mis llamadas, no teniendo ni siquiera el consuelo de que me digas lo que he significado para ti, de que me pidas perdón, de que me des algún aliento para el futuro, pensando que si tu matrimonio fracasa (y esta vez ya no es por mí) volverás a mi lado. Cualquier gesto hecho verdaderamente con corazón me permitiría ver la luz reflejada de lo que fuimos, cualquier detalle y gesto cariñoso por tu parte hubiese servido, aunque fuera de consuelo, pero veo que no eres capaz. No sabes gestionar el fracaso ni los problemas. En ciertos aspectos sigues siendo un adolescente en vez de una persona adulta.

Adiós ya por fin. Si no me contestas esta carta no volveré a molestarte ni a intentar contactar contigo y si eso es lo que deseas, muy bien. Si no, dígnate por lo menos a responderme.

Estas son las últimas palabras escritas que parecen haber intercambiado. No sé si existirán otras cartas o si tal vez el fin de su relación se dirimió cara a cara como ella pedía, en un duelo al sol donde ella disparaba con reproches de fogueo mientras que él lo hacía con plomo en las palabras. Este pudo ser el final como pudo haberlo sido cualquier otro. Eso si es que hubo final. No puedo estar segura de nada ¿Se siguieron viendo a pesar de todo? ¿Están ahora juntos? ¿Aceptará mi padre algún día hablar conmigo de esto?

Recuerdo su respuesta cuando le pregunté por los motivos de su separación de mamá. Un “ya has visto que no nos llevamos bien” escueto, lacónico e inapelable, cerrando la puerta a más explicaciones. “¿Para qué quieres saber más?” añadió dando un portazo a cualquier nueva disquisición.

Ahora pienso que quizás lo que yo tomé por cobardía era un simple intento de ahorrarme un disgusto en una edad en la que yo aún no estaba preparada para entender las cosas, quizás solo trataba de protegerme ¿Es eso lo que hizo? Si tengo que hacer caso a esta última carta, a este último correo, el motivo de cortar con su amante fue mi llegada al mundo. Él decidió mantener una familia estable aunque desgraciada porque era lo que yo necesitaba: un hogar ¿Por eso siguió casado durante veinte años?

Quiero creer que sí, quiero tener algo que agradecerle, quiero empezar a ver las cosas de otra manera, sacar algo positivo de todo esto. Estaré con mi madre, aunque ella no avance, aunque se encierre, estaré ahí para cuando me necesite, esperando a ver si algún día da el paso y se decide a vivir de nuevo. Y también estaré ahí, viendo a mi padre, aunque solo sea de mes en mes, esperando a que me cuente cuál es su vida de verdad, la real, que es lo que le pasa por la cabeza, que es lo que desea, que es lo que necesita, qué más está dispuesto a darme.

Se acabó luchar a contracorriente, no quiero ahogarme. Que la marea me lleve a donde me tenga que llevar, siempre podré ponerme en pie al llegar a la orilla y andar hacia el sitio donde quiero estar si no me gusta la playa donde he sido arrojada.

No me desharé de esta última carta, la voy a conservar, quizás algún día la lea junto con mi padre, quizás algún día encuentre respuesta.

---------------------------------------------------------------- FIN --------------------------------------------------------------------------------

Proximo relato:

Chus (odontóloga, 40 años): “Pienso mucho en un celador del hospital donde trabaja mi marido: es negro y mi marido me cuenta los chismes que corren acerca de la masculinidad de la que presume. Y, entonces, me imagino que en una de las tardes que me acerco al hospital, me lo encuentro en los pasillos, nos saludamos, flirteamos y, en una de las salas privadas, me seduce hasta demostrarme que, efectivamente, lo que se cuenta de él es cierto”.

Cambien en la categoría de infidelidad.
Es un final coherente, aunque sigo pensando que ella debía haber intercedido entre los dos para ver si podían volver a estar juntos.
 
Por cierto, había comentado que este relato tenia un trasfondo real (aparte claro está de la fantasía expresada por Alessandra en el articulo).
Pues bien, tengo que deciros que la idea de desarrollarlo plasmándolo en una serie de mensajes, la obtuve de este libro que en su día expuse en el hilo de recomendaciones de relatos eróticos:

La pasión de Mademoiselle S.

Las transgresoras cartas reales escritas por una mujer desconocida a su amante en el París de los años veinte.

El diplomático francés Jean-Yves Berthault encontró, mientras vaciaba un antiguo desván, un estuche de piel repleto de cartas escritas a mano.

Al leer la primera, se dio cuenta del extraordinario tesoro que acababa de descubrir. Estas cartas, fechadas entre 1928 y 1930, y firmadas por la misteriosa Simone, están dirigidas a su amante Charles, un hombre más joven y casado. En ellas, Simone, una parisina de clase alta, expresa sus deseos y fantasías mientras se adentra en un mundo de placer físico que, con cada tabú que derriba, toma rumbos inesperados. La pasión de Mademoiselle S. es un sorprendente relato real de lujuria desenfrenada en el bullicioso París de los años veinte. Escritas en un lenguaje tan elegante como explícito, estas cartas son un viaje de despertar sexual y exploración psicológica en el que una mujer valiente desafía las fronteras que la sociedad imponía a su sexo y clase para encontrar la libertad y, finalmente, a sí misma.


Lo recomiendo porque es muy interesante e inspirador, aparte de un excepcional documento ya que no es habitual encontrar correspondencia o diarios de mujeres mostrando tan explícitamente sus aventuras y deseos en épocas anteriores.

Un saludo.
 

Archivos adjuntos

  • la pasion de.jpg
Atrás
Top Abajo