¡Cómo está el servicio! (Doméstico, se entiende)

Un verano muy ajetreado



Miranda es una mujer peruana de 38 años. Está a punto de ser abuela. Lleva dos años trabajando aquí. Es nuestra interna. Nos ayuda con mi suegra que lleva tiempo con movilidad muy reducida, en silla de ruedas y en un estado lamentable. Miranda es muy activa y jovial, como la mayoría de estas mujeres. ¿Qué sería de nosotros sin ellas? Antes tuvimos otras personas que nos ayudaban, pero no duraron tanto tiempo con nosotros, el trabajo es duro y desgasta mucho.



Miranda es una mujer fuerte, emocional y físicamente. Estar lejos de tu familia durante tanto tiempo ha de ser muy duro y lo lleva mal, especialmente ahora que su hija mayor está embarazada. Está deseando volver con ellos, pero necesitan el dinero que les gira puntualmente todos los meses para vivir con comodidad. Físicamente es una mujer morena, de piel oscura, cabello azabache. Su cara es muy bonita. No corresponde con su edad, parece mucho más joven. Su cuerpo es una sinfonía de curvas porque tiene unas formas que llaman la atención.



Este verano, con calor que ha hecho, iba por casa con un pantalón corto y camisetas de tirantes. A mí, inevitablemente, se me iban los ojos pero siempre he procurado ser prudente. Tiene unas piernas preciosas y un culo redondo, prominente y proporcionado que levanta pasiones. Nos comentó que antes de trabajar con nosotros cuidaba a un abuelo al que se le escapaban las manos a su culo y tuvo que pararle en seco.



Algún día ha llevado una camiseta blanca de tirantes sin sujetador. Yo no daba crédito a la forma de sus pechos, de un tamaño mediano, firmes y con unos pezones muy oscuros, imposibles de camuflar debajo de aquella camiseta. Sus brazos también me encantan. Siempre me he fijado en los brazos de las mujeres. Es uno de mis fetiches. Los brazos son muy importantes porque ellos son los que nos rechazan o nos acogen, los que nos abrazan y generalmente lo primero que acariciamos.



Sus manos también son muy bonitas. Cuidadas pese a que se pasa el día lavando, fregando, cocinando… He tenido muchas fantasías imaginándome esas manos sobre mi cuerpo. Bueno lo cierto es que he tenido muchas fantasías con ella. Me excita, no lo negaré.



En verano nos trasladamos a un chalet, en una urbanización en las afueras de la ciudad. Hace años pensamos en hacer una piscina en casa. ¡Menos mal que no se nos ocurrió! Si verle a Miranda con su pantaloncito corto y sus camisetas de tirantes me pone muy nervioso, no quiero ni imaginarme lo que sería verla bañándose en la piscina. ¡Mejor no!



La casa tiene habitaciones en los dos pisos. En una de ellas, en la planta baja, duerme mi suegra y en la otra mi mujer. Lo lógico es que fuera Miranda quien durmiera allí, pero mi mujer siempre ha entendido que la responsabilidad del cuidado de su madre es solo suya, pese a que tenga una interna que la ayude. Es algo que no comparto, pero es así. El caso es que durante el verano, mi mujer duerme en la planta de abajo y yo en la de arriba y en la habitación de enfrente duerme mi tentación. Siempre he sido muy prudente y pese a la confianza que ya existe entre nosotros no he manifestado nunca la atracción que me produce. Eso queda para mis momentos de intimidad en que me masturbo soñando con ella.



En uno de los pocos paseos que puedo dar junto a mi mujer me comentó que Miranda se casó siendo muy joven con un tío mucho mayor que ella. Tiene una hija de veinte años y un niño mucho más pequeño. Con su marido no debe tener muy buena relación, pero mantienen la relación. A ella, evidentemente, quien le preocupa son sus hijos. Pero… Siempre hay un pero en todas las relaciones. Según me comentó mi mujer, Miranda conoce desde hace tiempo a un tipo que la está rondando. Es un marroquí que lleva aquí mucho tiempo.



Miranda libra todos los días un par de horas y un fin de semana al mes. El marroquí comenzó a visitarla alguna tarde y los fines de semana de libranza. La pobre Miranda, como no tiene a nadie por aquí, le cuenta a mi mujer ciertas confidencias. Según parece este tipo la trata con mucho cariño, vamos está colado por ella, enamorado como un borrego. Le compra ropa, cosas de comer, la lleva de un sitio a otro y está todo el puñetero día enviándole mensajes y llamándola por teléfono.



Yo ya había notado algo. Pero bueno, mientras cumpla en casa lo que haga en su tiempo libre nos importa un carajo. Pero los enamorados necesitan cada vez más tiempo para compartir. Ella no creo que esté enamorada de ese tipo, me temo que lo utiliza. A nadie le amarga que te traten con cariño. Y por lo que le ha comentado a mi mujer la debe de respetar mucho y han tenido muy escaso contacto sexual. Cosa que ella, confesó, necesitaba. ¿Quién lo iba a imaginar? Ja, ja, ja…



Así transcurrieron las primeras semanas del verano. Miranda atendiendo a mi suegra y saliendo por las tardes con su novio marroquí y el fin de semana que había librado. Pero como ya decía, eso no era suficiente y una noche Miranda se escapó de casa. Como mi mujer dormía abajo, pendiente de su madre, ella aprovechó para salir por la puerta de arriba, sin hacer ruido y salió al encuentro de su amante marroquí. Nuestros dos perros apenas gruñeron al oír el movimiento, pero siendo alguien de casa no se alteraron.



Yo hace años tenía un sueño profundo pero con la edad algunas cosas cambian y por lo general no siempre a mejor, de tal forma que ahora me despierto con cierta facilidad. Y claro está, esa noche escuché cómo Miranda salía de casa. Me levanté raudo tras ella y me asomé a una de las ventanas que dan a la entrada de la casa. Allí estaba la furgoneta del marroquí y Miranda corriendo hacia ella. Volví a la cama.



Estuvieron casi toda la noche juntos. Volvió a eso de las seis y media de la mañana. Muy arriesgado lo suyo. Mira que si mi mujer la llega a necesitar por la noche para alguna urgencia con mi suegra… Pero los perros en celo apenas entienden de riesgos. Cuando volvió me hice el dormido y pese a sus esfuerzos la escuché entrar en silencio y meterse en la habitación. Luego, dos horas más tarde, allí estaba en la cocina, como si nada hubiera pasada, con la rutina y el ritmo de todos los días.



Yo comencé a verla de otra forma. Si hasta ese momento la deseaba, ahora le tenía unas ganas tremendas. Buscaría la forma de follarme a Miranda, de disfrutar de su cuerpo y de gozar cuanto pudiera con ella. Esperé varias noches a ver si había movimiento. Todo tranquilo, hasta que un viernes por la noche volvió a escaparse. Tardó como la otra vez, desde las 12 de la noche hasta casi las 7 de la mañana. Yo estaba esperándola en mi habitación, con la puerta abierta y en cuanto la oí entrar me coloqué en la puerta. Ella se quedó pálida. Se paró. Me miró y entendió que le había pillado.



  • Mira, puedo explicarte… - Trató de decirme con tono de disculpa y hablando muy bajito para que nadie se enterara.
  • Tienes suerte de que los perros no comiencen a ladrar y te pille mi mujer.- Respondí en el mismo tono de voz.
  • ¡Por favor, no le digas nada! ¡No quiero perder este trabajo!
  • Es que eres una caradura escapándote por las noches… Mira lo que hagas por la tarde… vale… son tus horas libres… pero esto…
  • ¡Por favor, no me delates!
Pude ver sus ojos llorosos. Por lo que ella nos ha contado, nosotros no solo le pagamos religiosamente sino que muy bien y encima la tratamos como si fuera una más de casa. Vi que realmente estaba preocupada y pensé que el destino me había brindado una posición de control sobre ella.



  • Tranquila, no voy a decir nada. Guardaré tu secreto.
Vi que su cara se aliviaba ligeramente, estaba menos tensa.



  • ¡Vete a tu habitación y hagamos como que no pasa nada!
  • Gracias, de verdad.


Se dirigió a su habitación, la seguí con la mirada… Aquel culo me excitó más que nunca. Volví a la cama y me masturbé imaginándola siendo follada por su amante marroquí. Pero eso pronto iba a cambiar.



Durante la mañana siguiente procuramos que nuestro secreto no fuera evidenciado.



  • ¿Qué pronto te has levantado hoy? – Me dijo mi mujer sorprendida.
  • ¡He dormido de pena! Pero voy a aprovechar el día para hacer cosas en el jardín antes de que apriete el sol.
  • ¡Buena idea! Nos vemos luego.
Mi mujer, la pobre, era ajena a todo el lío y como de costumbre salió a dar el paseo de todas las mañanas con los perros. Por lo general estaba fuera una hora paseando y relajándose, que buena falta la hacía.



Miranda me miraba de reojo. Yo la miraba abiertamente.



  • ¡Voy a trabajar un poco en el jardín!
  • Vale… - Me respondió con timidez.
El resto del día fue la rutina de siempre. Comimos juntos, para entonces Miranda ya estaba más tranquila. Yo había tenido tiempo de pensar. Siempre he sido un tipo muy formal y a mi mujer solamente le había engañado en mis fantasías cuando me pajeaba. Pero Miranda me atraía con fuerza y ahora sentía que tenía alguna ventaja sobre ella y me debatía entre lo que debía hacer y lo que me apetecía hacer. Debería comportarme como un caballero y callarme la boca y no dar más importancia a las escapadas de Miranda pero por otro lado sentía que podía aprovecharme de esa circunstancia y aprovecharme de aquella pobre mujer. Pasé el día dándole vueltas al asunto.



Por la noche no pude dormir. No iba a contarle nada a mi mujer. Y tampoco quería ser un cerdo que me aprovechara de las circunstancias. Me temo que Miranda tampoco podía dormir porque la escuché ir al baño varias veces. Salí a su encuentro.



  • ¿Tampoco puedes dormir?
  • No. Estoy preocupada.
  • No tienes nada que temer. No le voy a decir nada a mi mujer.
  • Gracias. No se cómo agradecértelo.
  • Pero córtate un poco mujer… no lo hagas tan descarado… ya se que tienes tus necesidades, como todos las tenemos… pero no seas tan descarada…
  • De verdad que lo siento. – Me dijo bajando la cabeza.
  • Es lógico que estás fuera de casa, eres joven y tienes necesidades. Lo entiendo.
  • No es lo que piensas. Con Hakim(ese era el verdadero nombre del marroquí) solo hay mucho cariño y me siento muy protegida por él. No es un tema… sexual.
  • A mí no tienes que darme explicaciones. Todos tenemos problemas. ¿Acaso crees que yo lo llevo bien pasar todo el verano durmiendo solo aquí arriba? En fin…


Volví a la habitación. Pasaron varios días de normalidad absoluta. Pero cuanto más tiempo pasaba más ganas tenía de acariciar ese cuerpo y de follarla como un animal. Me masturbaba todos los amaneceres pensando en ella, que estaba apenas a unos metros… Era una sensación muy extraña.



Durante la cena, ya habían metido a mi suegra en su habitación y mi mujer fue a verla un momento. Miranda se acercó y me dijo:



Luego tenemos que hablar.



Me sorprendió no lo negaré. Pero tampoco le di muchas vueltas. Miranda, como de costumbre subió a su habitación porque a esas horas hablaba con su hija por teléfono y yo me quedé con mi mujer charlando y viendo la tele un rato. Pero estábamos tan cansados que noté que ella cabeceaba en el sofá, se durmió sobre mi hombro. La podre estaba agotada de pelear todo el día con su madre. Le dije que fuera a la cama, que descansara. Yo me quedé un rato solo, con la tele de fondo, hasta que me entró sueño.



Subí y me metí en la cama. Pensé que Miranda quizás habría cambiado de opinión. Pero no, no era así. Escuché cómo alguien tocaba muy ligeramente la puerta y la abrió. Era ella Miranda, vestida como acostumbraba cuando salía por las noches. Llevaba una falda hasta medio muslo y una camiseta. Se había soltado el pelo.



  • Verás… no se cómo decirte esto… - Me dijo desde la puerta y en tono muy bajito.
  • Que quieres salir. – Le dije viendo cómo iba vestida.
  • Si. Me gustaría. Pero quería pedirte permiso.
  • Venga, no me jodas. A mi no tienes que pedirme permiso.
  • Ya, pero no se cómo hacer las cosas… Tengo un lío en mi cabeza…
  • Normal.


Estaba iluminada por la luz que entraba por la ventana de mi habitación que estaba abierta de par en par. La piel le brillaba y parecía más morena que de día. Se le notaba triste. Con el pelo sobre los hombros que parecían tan suaves y los brazos cruzados, agarrándose las muñecas. La camiseta era discreta pero con un escote que dejaba ver el canalillo. Me estaba excitando. Sus piernas también brillaban, parecían muy suaves.



  • Vete. Yo te cubro. Y disfruta…
  • ¿No dirás nada?
  • Tranquila. Por lo menos que alguien lo pase bien en esta casa.


No dijo nada.



  • Solo te pido una cosa. ¿Puedes hacerme un favor?
  • ¿Qué cosa?
  • Espera un momento… Quédate ahí… No te muevas.


Y en un arrebato inexplicable, aparté la sábana que me cubría, que quité el calzoncillo y comencé a masturbarme mirándola.



No te muevas, no digas nada. Ahora compartiremos un secreto. Me excitas muchísimo. Necesito hacer esto…



Y seguí masturbándome frente a ella que estaba paralizada. Me miraba con cierto miedo. Y pese a mi petición se acercó a la cama.



¡Súbete un poco la falda! – Le pedí muy agitado.



Ella obedeció sin rechistar. Se subió la falda hasta que pude ver sus bragas y sus maravillosas piernas, eso muslos firmes. Estiré la mano izquierda y los acaricié. Ella entreabrió las piernas y acaricie la parte interna de sus muslos, de abajo arriba… Eran como había imaginado, suaves, firmes, prietos… Los agarré con fuerza y comencé a correrme tratando de no gritar. Hubiera gritado como un loco porque el éxtasis que tuve fue fuerte como hacía tiempo que no había tenido. Me convulsioné como un poseído y solté borbotones de leche. Fue una sensación brutal. Con la mano aún pegada a su muslo, tan suave, tan caliente…



¡Madre mía Miranda, qué buena estás!



Fue lo único que pude decir.



Vete, vete… que esto es una locura. Joder.



Salió de la habitación y también de casa. Esa noche dormí como un bendito. Volvió, como de costumbre, de madrugada, sin apenas hacer ruido. A la mañana siguiente el temor estaba en mi rostro y me sentía tan culpable y sucio ante mi mujer. Sexualmente llevábamos mucho tiempo alejados, nunca tenía tiempo para nada, se había centrado en el cuidado de su madre y nuestra relación se resintió. Pasé la mañana dándole vueltas al asunto hasta que llegué a una conclusión: No estoy haciendo nada malo. Tengo mis necesidades y las cubro como puedo. No siento nada especial por Miranda, el cariño normal hacia alguien con quien convives. Decidí que Miranda sería mi capricho sexual. Mi desahogo siempre y cuando ella aceptara el juego. Me sentí aliviado y comenzaron a surgir en mi cabeza ideas que me asustaban. Me iba a convertir en un depravado. Era indudable que lo era, pero había llegado el momento de dejar salir ese cerdo que todos llevamos dentro. Aquella sensación me embriagaba y se apoderaba de mí. Pero iría poco a poco.



Y así fue. Pasaron unos días en los que Miranda salía por las tardes. Se iba con su novio y volvía siempre contenta. Y una noche, volvió a tocar mi puerta.



  • ¡Quiero volver a salir! – Me dijo esbozando una sonrisa.
  • Vale, pero hoy quiero que seas tú quien me masturbe.


Aparté violentamente la sábana, me desnudé y me ofrecía a sus adoradas manos. No lo dudó ni un momento. Se sentó al borde de la cama y con una sonrisa me agarró la polla y comenzó a menearla suavemente, con mucho cariño. No quitaba ojo de ella. Aquello me excitaba mucho. Sentir sus manos en mi polla, tan calientes, suaves, acogedoras. No se cuántas veces lo había hecho antes pero sabía hacerlo muy bien. Incrementaba el ritmo, se relajaba un poco. Me acariciaba los huevos. Me agarraba la polla desde la base. Subía hasta el glande. Era una delicia lo que me hacía. El resultado fue bastante rápido. Me corrí con violencia. Me salpicaron los borbotones y su mano quedó manchada porque no me soltó la polla en ningún momento. Siguió un buen rato repasando mi polla de arriba abajo, suavemente. En silencio. Solamente respirando con cierta agitación.



¡Dios, qué maravilla! Gracias Miranda.



Sin soltarme la polla acercó su cara. La vi más cerca que nunca. Sus preciosos ojos almendrados, su piel oscura y esa boca que me besó con dulzura. Fue apenas un roce de los labios. Si no fuera porque acababa de derramarme hubiera vuelto a hacerlo con solo ese beso. ¡Ahora teníamos un gran secreto!



Me sorprendió la profesionalidad con la que ocultábamos nuestro secreto a los demás, especialmente a mi mujer y a mis hijos, cuando venían a visitarnos. Seguíamos teniendo un trato cordial. Ni las miradas nos delataban, ni siquiera una mirada furtiva. Aunque no negaré que en ocasiones, cuando coincidíamos a solas en la despensa, en la cocina o en cualquier otra habitación me entraban unas ganas tremendas de acariciar sus brazos y de volver a besar su boca.



Esa noche también vino a mi puerta. También quería salir.



  • ¡Vete tranquila!
  • ¿No quieres que haga algo por ti?
  • ¡No, hoy no hace falta!
  • ¿Ya no me deseas?
  • ¡Más que nunca! ¡Pero hoy no!


Se fue sin entender nada. Pero todo obedecía a un plan, quería intrigarla y al mismo tiempo saber a qué estaba dispuesta. Salió y regresó como de costumbre. No la molesté. Esa mañana también me levanté pronto y bajé a desayunar con mi mujer y con Miranda, que siempre lo hacían juntas.



  • ¿Hoy también vas a hacer cosas en el jardín? – Preguntó inocentemente mi mujer.
  • Si, hoy tengo buena faena. – Mentí, al menos en parte, tenía programada faena pero no en el jardín.
  • Bueno, yo salgo a darme el paseo de todas las mañanas. Luego nos vemos.


Esperé unos minutos. Vi cómo mi mujer se alejaba con los perros y subía al monte que hay frente a la casa. Tenía más de una hora por delante. Cuando volvía mi mujer levantaban a mi suegra de la cama por lo que Miranda aprovechaba esa hora para limpiar la casa.



  • Ven un momento. – Le dije a Miranda desde la cocina.
  • Dime. – Me miró pícaramente pues imaginaba lo que iba a pasar.
  • ¡Cada día que pasa me pones más burro! – Y acerqué mis labios a su boca y la besé con pasión.


Esta vez no fue un beso dulce, fue un beso apasionado. Buscando su lengua, mordiendo sus labios. Un beso correspondido con la misma pasión. Metí mis manos por debajo de su camiseta y tropecé con su sujetador.



¡Desnúdate! ¡Quiero verte desnuda! ¡Necesito ver ese cuerpo precioso que tienes!

La verdad es que fue una petición absurda porque más que desnudarse lo que hizo fue dejar que yo la desnudara. Le arrebaté la camiseta. Le acaricié los brazos. La rodeé y busqué el cierre del sujetador. Ella ayudó a desprenderse de él. Cogí sus pechos y suspiré diciendo su nombre. Pronto sus pezones se pusieron duros. Eran negros, muy negros, perfectas coronas de color a esos pechos firmes. Acaricié su tripa.



Me da mucha vergüenza porque soy tripuda. – Me dijo entre suspiros.



Es cierto que su tripa es abultada, pero a mí me parece muy sensual. Me gustan los cuerpos reales, con sus formas y una mujer de 38 años ha de tener esa forma.



Eres perfecta.



Seguí acariciando y besando sus pechos y su tripa. Le bajé el pantaloncito. Le quité las bragas. Apenas tenía pelos en el coño. Se lo había depilado, no del todo. Lo tenía arreglado. Me separé de ella para contemplarla.



  • ¡No tienes ni idea de cuántas veces te he imaginado así!
  • ¿Te gusta lo que ves? – Me respondió coquetamente.


No respondía con palabras. La abracé, la levanté y la senté sobre la mesa de la cocina. La obligué a tumbarse boca arriba mientras acaricia su cuerpo. Noté que mis carias le gustaban y las buscaba. Abría la boca como un pez. La besé con pasión en varias ocasiones. Allí estaba tumbada en la mesa; hice que apoyara los pies en la mesa y flexionara las rodillas, acerqué una silla y me senté de tal forma que mis manos agarraron sus muslos. Los abrió adivinando lo que quería hacer.



Voy a desayunar.



Y acerqué mi boca a su coño. Sus labios eran pequeños, muy oscuros y terriblemente sabrosos. Estuve mucho tiempo lamiendo sus muslos y la parte externa del coño. Luego abrí sus labios y comencé a lamerlos. Noté que comenzaba a lubricarse. Mi saliva y sus jugos se mezclaron y se convirtieron en el mejor estimulante para su clítoris, pequeño, escondido. Lo mojé con cuidado antes de rodearlo con los labios y lo estimulé cuanto pude. Miranda resoplaba y me agarraba la cabeza. Según se sentía más deseada más me apretaba la cabeza contra su coño. Lamí, chupé, mordí y la penetré con la lengua. Notaba la boca muy húmeda, con un sabor delicioso y en un momento hundí la nariz en su coño tratando de captar el aroma de su sexo. Ella se retorcía de gusto y yo la besaba tan íntimamente hasta que explotó y tuvo un orgasmo gritando.



Por suerte no había nadie más en casa que mi suegra que a todos sus males unía una sordera severa. Miranda abría y cerraba las manos mientras me apretaba la cabeza y resoplaba y gemía y gritaba y movía el culo. Así estuvo un rato. Noté como la parte interna de sus muslos temblaba y los besé con pasión. Comenzó a gritar mi nombre mientras seguía resoplando y gimiendo. La boca me ardía. Finalmente besé su coño chorreante, con ternura, con pasión, con delicadeza y puse mi mano sobre él. Con la palma sintiendo el calor que emanaba. Ella estaba vencida y entregada.



  • ¡Eres deliciosa!
  • Tu mujer tiene que estar encantada con lo bien que lo haces.
  • Si yo te contara… pero hablando de mi mujer… vístete no sea que vuelva antes.
  • Aún queda un buen rato, pero si, mejor.


Y dicho y hecho así lo hizo, se vistió con rapidez. Nos mirábamos con la complicidad con la que la hacen los amantes.



  • ¡Lávate, tienes empapada la cara!
  • ¡No pienso hacerlo en todo el día! No quiero olvidarme del sabor de tu coño.


Se rio con su cara de niña, achinando aún más los ojos. Pasé el día cortando el seto, segando el césped, quitando malas hierbas de las flores. Mi pobre mujer no sospechó nada. Me hacía sentir mal. Pero cómo coño le iba a contar que me estoy follando a la interna. Bueno, técnicamente aún no la había follado. Algo que habrá que solucionar en breve.



El resto de la semana pasó sin mayor pena ni gloria. Miranda me contaba cosas de su relación con el marroquí, que la agasajaba comprándole cosas pero que era un amante muy poco entregado. Me confesó que ella era muy apasionada pero que tenía miedo mostrarse así ante él por miedo a asustarle y perderle.



  • ¿Pero tú qué quieres de él? – Le pregunté una noche.
  • No se, estoy muy confundida. Mi familia está lejos, Hakim me ha dado cariño pero yo necesito algo más… necesito fuego.
  • Eso te lo puedo ofrecer, pero no estoy enamorado de ti. Te deseo con locura pero en mi atracción no hay más que deseo. Lo siento.
  • ¡No dejes de ofrecérmelo!


Nuestro secreto siguió creciendo. Un par de días después Miranda vino a decirme que volvía salir por la noche. Bueno, según ella lo que hacía era pedirme permiso. Era nuestro juego. Por las noches, antes de salir, ella permitió que me pajeara o fue ella misma quien lo hizo. Era la tercera vez que me “pedía permiso para salir” y tomó la iniciativa. Entró en mi habitación sin meter ruido, vestida para salir. Apartó la sábana, yo le esperaba desnudo. Se acurrucó muy cerca, abrió mis piernas y comenzó a lamer mis testículos y la cara interna de los muslos. Mi polla reaccionó al instante y comenzó a brincar hinchándose cada vez más. Ella combinaba las carias con las manos, con besos, lametones, chupones y lengüetazos. Besaba mi polla con pasión, desde la base de la misma a la punta, por los lados, abriendo la boca y acogiendo el glande.



Cuando me corrí no se qué estaba haciendo con la boca. Solo recuerdo que me dijo entre suspiros:



¡Dámelo!



Y comencé a correrme mientras ella sostenía mi polla con la mano. Al notar las convulsiones abrió la boca y se metió la punta para que estallara en ella. Recuerdo que me corrí muy abundantemente. Casi todo en su boca y una pequeña parte en los labios y en la cara. Se limpió la cara y los labios, recogiendo con los dedos el resto del semen y poniéndoselo en la lengua.



Hoy seré yo quien lleve en la boca el sabor a ti.- Me dijo sonriendo.



La imaginé por un momento entrando en el coche de su amante y dándole un beso en la boca. Me dormí con esa imagen. Fue un sueño profundo y placentero.





Por suerte a finales de verano comencé a trabajar lo cual me impedía estar allí todos los días. Solo iba los fines de semana. Así que Miranda fue libre de salir cuando quisiera. Los fines de semana se convirtieron así en el momento más indicado para esa pasión que a los dos nos arrastraba se manifestara.



El primer fin de semana se presentaba complicado porque nuestro hijo mayor pasaría esos días con nosotros. Iba a ser complicado mantener el secreto por las noches o esas mañanas de pasión. Pero cuando algo se quiere siempre llega el momento. Esa mañana de sábado mi mujer, Miranda, mi hijo y yo desayunamos juntos y cuando mi mujer dijo que salía de paseo con los perros mi hijo dijo:



  • ¿Puedo acompañarte? ¡Me apetece pasear!
  • Tuve que evitar gritar de alegría.


Nos quedamos solos los dos, mi amante Miranda y yo. Rápidamente nos buscamos. Fue en la cocina. Mi hijo y mi mujer se habían ido. Miranda llevaba una falda corta y una de sus eternas camisetas. No llevaba sujetador y sus pechos estuvieron todo el desayuno llamándome a gritos.

Estaba recogiendo algo del desayuno y me acerqué por detrás. Le agarré de los pechos, me acerqué a ella y le susurré:



¡Te voy a follar! ¡Necesito hacerlo!



No le dejé ni reaccionar. Desde atrás, le levanté la camiseta para dejar que sus pechos se liberaran, la incliné para que se apoyara en la mesa y acaricié sus tetas colgantes. Levanté su falda y bajé aquellas bragas que tanto conocía. Me desprendí de los pantalones y la ropa interior y así, desde atrás tanteé sus partes con mi polla. No me costó encontrar su ávido coño. Con el magreo de tetas y el morbo de la situación estaba lubricado. Acerqué la polla y la hundí con cierta violencia. Ella gimió y dio un salto.



¡No te muevas, zorra! – A mí mismo me sorprendió ese lenguaje.



Ella gimió y colocó sus caderas de tal forma que pudiera penetrarla con más facilidad. Dejé de sujetar sus tetas que colgaban y se agitaban con cada embestida, que cada vez eran más violentas. La agarré de la cadera y puse un ritmo frenético que solo era capaz de mantener cuando estaba a punto de correrme. Pero para eso aún faltaba un trecho. La penetraba con una fuerza desmesurada, violentamente, agarrándole y sin temor a hacerle daño. Sus gritos y gemidos no parecía que fueran de dolor o de tratar de evitar aquel salvaje polvo.



Ella también interpretó que podría correrme pronto y dijo entre suspiros:



  • ¡Por favor no te corras dentro! ¡Dentro no!
  • Tranquila guapa que falta mucho para eso.
  • ¡Dios mío! – Dijo agarrándose como pudo a la mesa.


Me dolían los riñones, después de ese polvo iba a estar para el arrastre, pero merecía la pena. Miraba de cuando en cuando el culo de Miranda, tan redondo, tan deseado… Le daba cachetes en las nalgas y ella gritaba y sollozaba.



¡Más, dale, fuerte, no pares…Dios mío! – Era lo único que decía la pobre.



Fui bajando un poco la intensidad. Aquello era imposible de mantener por mucho tiempo.



  • ¿Te vas a correr? – su cara casi estaba tan sonrojada como sus nalgas.
  • ¡No preciosa! ¡Quiero más!


Y dicho esto saqué la polla y busqué el agujero de su culo. No era un culo virgen, pero tampoco estaba tan cedido como para recibir de golpe los empujones de mi polla. Me separé un poco y comencé a lamer su culo. Lo llené de saliva, metía la lengua, saboreaba ese pequeño agujero y comencé a meterle un dedo.



  • ¡El chiquito no! – Gritó dando un respingo.
  • Me voy a correr dentro de ti, tengo que hacerlo… No sabes cuánto te deseo.


Aflojó la tensión de todo su cuerpo. Mi dedo entró con facilidad pues su ano estaba muy lubricado. Estuve un buen rato jugando con él. Mojando su agujero con mi saliva y con los jugos que salían de su coño.



¡Con dos, con dos dedos…! – Me dijo entre suspiros.



Obedecí. Era a lo único que estaba dispuesto a obedecer. Metí dos dedos y comencé a profundizar, escupiendo en la entrada de su culo, moviendo los dedos hacia dentro, poco a poco y girándolos cuando estaban dentro de su culo. Con la otra mano busqué su coño para estimular su clítoris pero me encontré que ella ya llevaba un rato haciéndolo con su propia mano. Así que saqué los dedos, me coloqué y volví a penetrar su vagina que estaba encharcada. Cuando mi polla estaba reluciente la saqué y apunté a su agujero del culo, al chiquito como ella decía.



No tuve que apretar mucho. Se fue introduciendo con facilidad, poco a poco, profundamente. Hace tiempo una mujer me dijo la frase más bonita del mundo:



“Tu polla tiene el tamaño perfecto, satisface el coño y no hace daño por el culo”



Así que la metí todo lo profundo que pude en su culo. Ella gimió un par de veces, se agarró al borde de la mesa y sacó las caderas hacia afuera.



¡Por favor…! – Fue lo único que dijo. Su invitación.



Tenía mi polla dentro de su culo, todo lo profundo que pudiera estar. Mis huevos tropezaban ya con su coño. Sentía un calor profundo y mi polla rodeada por todo su ser que en ese momento se concentraba en ese precioso culo.



Comencé a sacar y meter la polla con un ritmo lento. Ella gemía cada vez que entraba la polla y cogía aire cuando la sacaba. El ritmo lo mantuve constante hasta que inevitablemente tuve que agitarme y golpear su culo tan violentamente como pude. No podía parar, ella gritaba, yo gemía como un ciervo en plena berrea, la agarraba de las caderas que ella movía acompasadamente facilitando aquel encuentro apasionado y brutal.



Paré de golpe. Cuando mi polla estaba en su interior, todo lo que podía. Me corrí con muchos espasmos. Le solté todo dentro. En sus entrañas. La saqué poco a poco, sucia, goteante. Ella, al sacársela, gimió más fuerte que nunca. Sus muslos se movieron sin control y su respiración se agitó como si hubiera corrido una maratón. Yo notaba el corazón bombeando a tope y un calor inmenso en la polla.



Le di la vuelta en la mesa. La coloqué boca arriba. Busqué su boca. La besé con el aliento y ella me rodeó con sus brazos y sus piernas y me besaba sin parar, con besos cortos y gemidos. Así estuvimos un rato pese a lo incómoda que me resultaba la postura.



  • ¡Eres una maravilla de mujer!
  • ¿Qué vamos a hacer ahora?
  • No sé.- No era momento para pensar. – Repetirlo cuantas veces podamos. Ahora te deseo más que antes.
  • Bésame.


Pudimos recomponer la compostura. Cuando mi mujer y mi hijo volvieron ya estaba todo calmado. Miranda se había duchado, pero yo estaba empapado de sudor en el jardín.



  • ¡Vaya sudada que tienes! ¡Déjalo ya que hace mucho calor!
  • ¡Ya sabes que cuando me pongo no paro! – Me pareció de una hipocresía insultante el comentario.


No se cómo lo vamos a hacer pero estamos planeando un fin de semana los dos solos. De puro sexo. Quiero hacer de todo con ella. Lo hemos hablado. Deseo repetir todo lo que hemos hecho, deseo verla follar con otro, quizás con un amigo que tiene un pollón descomunal, deseo follarla entre los dos; deseo verla rodeada de pollas, ver su cara cubierta por el semen de muchos, verla bañada de semen; deseo verla atada y entregada, azotada y acariciada; siendo deseada y complacida. El cariño que se lo de su novio marroquí, yo de ella no quiero más que sexo.
 
Un verano muy ajetreado



Miranda es una mujer peruana de 38 años. Está a punto de ser abuela. Lleva dos años trabajando aquí. Es nuestra interna. Nos ayuda con mi suegra que lleva tiempo con movilidad muy reducida, en silla de ruedas y en un estado lamentable. Miranda es muy activa y jovial, como la mayoría de estas mujeres. ¿Qué sería de nosotros sin ellas? Antes tuvimos otras personas que nos ayudaban, pero no duraron tanto tiempo con nosotros, el trabajo es duro y desgasta mucho.



Miranda es una mujer fuerte, emocional y físicamente. Estar lejos de tu familia durante tanto tiempo ha de ser muy duro y lo lleva mal, especialmente ahora que su hija mayor está embarazada. Está deseando volver con ellos, pero necesitan el dinero que les gira puntualmente todos los meses para vivir con comodidad. Físicamente es una mujer morena, de piel oscura, cabello azabache. Su cara es muy bonita. No corresponde con su edad, parece mucho más joven. Su cuerpo es una sinfonía de curvas porque tiene unas formas que llaman la atención.



Este verano, con calor que ha hecho, iba por casa con un pantalón corto y camisetas de tirantes. A mí, inevitablemente, se me iban los ojos pero siempre he procurado ser prudente. Tiene unas piernas preciosas y un culo redondo, prominente y proporcionado que levanta pasiones. Nos comentó que antes de trabajar con nosotros cuidaba a un abuelo al que se le escapaban las manos a su culo y tuvo que pararle en seco.



Algún día ha llevado una camiseta blanca de tirantes sin sujetador. Yo no daba crédito a la forma de sus pechos, de un tamaño mediano, firmes y con unos pezones muy oscuros, imposibles de camuflar debajo de aquella camiseta. Sus brazos también me encantan. Siempre me he fijado en los brazos de las mujeres. Es uno de mis fetiches. Los brazos son muy importantes porque ellos son los que nos rechazan o nos acogen, los que nos abrazan y generalmente lo primero que acariciamos.



Sus manos también son muy bonitas. Cuidadas pese a que se pasa el día lavando, fregando, cocinando… He tenido muchas fantasías imaginándome esas manos sobre mi cuerpo. Bueno lo cierto es que he tenido muchas fantasías con ella. Me excita, no lo negaré.



En verano nos trasladamos a un chalet, en una urbanización en las afueras de la ciudad. Hace años pensamos en hacer una piscina en casa. ¡Menos mal que no se nos ocurrió! Si verle a Miranda con su pantaloncito corto y sus camisetas de tirantes me pone muy nervioso, no quiero ni imaginarme lo que sería verla bañándose en la piscina. ¡Mejor no!



La casa tiene habitaciones en los dos pisos. En una de ellas, en la planta baja, duerme mi suegra y en la otra mi mujer. Lo lógico es que fuera Miranda quien durmiera allí, pero mi mujer siempre ha entendido que la responsabilidad del cuidado de su madre es solo suya, pese a que tenga una interna que la ayude. Es algo que no comparto, pero es así. El caso es que durante el verano, mi mujer duerme en la planta de abajo y yo en la de arriba y en la habitación de enfrente duerme mi tentación. Siempre he sido muy prudente y pese a la confianza que ya existe entre nosotros no he manifestado nunca la atracción que me produce. Eso queda para mis momentos de intimidad en que me masturbo soñando con ella.



En uno de los pocos paseos que puedo dar junto a mi mujer me comentó que Miranda se casó siendo muy joven con un tío mucho mayor que ella. Tiene una hija de veinte años y un niño mucho más pequeño. Con su marido no debe tener muy buena relación, pero mantienen la relación. A ella, evidentemente, quien le preocupa son sus hijos. Pero… Siempre hay un pero en todas las relaciones. Según me comentó mi mujer, Miranda conoce desde hace tiempo a un tipo que la está rondando. Es un marroquí que lleva aquí mucho tiempo.



Miranda libra todos los días un par de horas y un fin de semana al mes. El marroquí comenzó a visitarla alguna tarde y los fines de semana de libranza. La pobre Miranda, como no tiene a nadie por aquí, le cuenta a mi mujer ciertas confidencias. Según parece este tipo la trata con mucho cariño, vamos está colado por ella, enamorado como un borrego. Le compra ropa, cosas de comer, la lleva de un sitio a otro y está todo el puñetero día enviándole mensajes y llamándola por teléfono.



Yo ya había notado algo. Pero bueno, mientras cumpla en casa lo que haga en su tiempo libre nos importa un carajo. Pero los enamorados necesitan cada vez más tiempo para compartir. Ella no creo que esté enamorada de ese tipo, me temo que lo utiliza. A nadie le amarga que te traten con cariño. Y por lo que le ha comentado a mi mujer la debe de respetar mucho y han tenido muy escaso contacto sexual. Cosa que ella, confesó, necesitaba. ¿Quién lo iba a imaginar? Ja, ja, ja…



Así transcurrieron las primeras semanas del verano. Miranda atendiendo a mi suegra y saliendo por las tardes con su novio marroquí y el fin de semana que había librado. Pero como ya decía, eso no era suficiente y una noche Miranda se escapó de casa. Como mi mujer dormía abajo, pendiente de su madre, ella aprovechó para salir por la puerta de arriba, sin hacer ruido y salió al encuentro de su amante marroquí. Nuestros dos perros apenas gruñeron al oír el movimiento, pero siendo alguien de casa no se alteraron.



Yo hace años tenía un sueño profundo pero con la edad algunas cosas cambian y por lo general no siempre a mejor, de tal forma que ahora me despierto con cierta facilidad. Y claro está, esa noche escuché cómo Miranda salía de casa. Me levanté raudo tras ella y me asomé a una de las ventanas que dan a la entrada de la casa. Allí estaba la furgoneta del marroquí y Miranda corriendo hacia ella. Volví a la cama.



Estuvieron casi toda la noche juntos. Volvió a eso de las seis y media de la mañana. Muy arriesgado lo suyo. Mira que si mi mujer la llega a necesitar por la noche para alguna urgencia con mi suegra… Pero los perros en celo apenas entienden de riesgos. Cuando volvió me hice el dormido y pese a sus esfuerzos la escuché entrar en silencio y meterse en la habitación. Luego, dos horas más tarde, allí estaba en la cocina, como si nada hubiera pasada, con la rutina y el ritmo de todos los días.



Yo comencé a verla de otra forma. Si hasta ese momento la deseaba, ahora le tenía unas ganas tremendas. Buscaría la forma de follarme a Miranda, de disfrutar de su cuerpo y de gozar cuanto pudiera con ella. Esperé varias noches a ver si había movimiento. Todo tranquilo, hasta que un viernes por la noche volvió a escaparse. Tardó como la otra vez, desde las 12 de la noche hasta casi las 7 de la mañana. Yo estaba esperándola en mi habitación, con la puerta abierta y en cuanto la oí entrar me coloqué en la puerta. Ella se quedó pálida. Se paró. Me miró y entendió que le había pillado.



  • Mira, puedo explicarte… - Trató de decirme con tono de disculpa y hablando muy bajito para que nadie se enterara.
  • Tienes suerte de que los perros no comiencen a ladrar y te pille mi mujer.- Respondí en el mismo tono de voz.
  • ¡Por favor, no le digas nada! ¡No quiero perder este trabajo!
  • Es que eres una caradura escapándote por las noches… Mira lo que hagas por la tarde… vale… son tus horas libres… pero esto…
  • ¡Por favor, no me delates!
Pude ver sus ojos llorosos. Por lo que ella nos ha contado, nosotros no solo le pagamos religiosamente sino que muy bien y encima la tratamos como si fuera una más de casa. Vi que realmente estaba preocupada y pensé que el destino me había brindado una posición de control sobre ella.



  • Tranquila, no voy a decir nada. Guardaré tu secreto.
Vi que su cara se aliviaba ligeramente, estaba menos tensa.



  • ¡Vete a tu habitación y hagamos como que no pasa nada!
  • Gracias, de verdad.


Se dirigió a su habitación, la seguí con la mirada… Aquel culo me excitó más que nunca. Volví a la cama y me masturbé imaginándola siendo follada por su amante marroquí. Pero eso pronto iba a cambiar.



Durante la mañana siguiente procuramos que nuestro secreto no fuera evidenciado.



  • ¿Qué pronto te has levantado hoy? – Me dijo mi mujer sorprendida.
  • ¡He dormido de pena! Pero voy a aprovechar el día para hacer cosas en el jardín antes de que apriete el sol.
  • ¡Buena idea! Nos vemos luego.
Mi mujer, la pobre, era ajena a todo el lío y como de costumbre salió a dar el paseo de todas las mañanas con los perros. Por lo general estaba fuera una hora paseando y relajándose, que buena falta la hacía.



Miranda me miraba de reojo. Yo la miraba abiertamente.



  • ¡Voy a trabajar un poco en el jardín!
  • Vale… - Me respondió con timidez.
El resto del día fue la rutina de siempre. Comimos juntos, para entonces Miranda ya estaba más tranquila. Yo había tenido tiempo de pensar. Siempre he sido un tipo muy formal y a mi mujer solamente le había engañado en mis fantasías cuando me pajeaba. Pero Miranda me atraía con fuerza y ahora sentía que tenía alguna ventaja sobre ella y me debatía entre lo que debía hacer y lo que me apetecía hacer. Debería comportarme como un caballero y callarme la boca y no dar más importancia a las escapadas de Miranda pero por otro lado sentía que podía aprovecharme de esa circunstancia y aprovecharme de aquella pobre mujer. Pasé el día dándole vueltas al asunto.



Por la noche no pude dormir. No iba a contarle nada a mi mujer. Y tampoco quería ser un cerdo que me aprovechara de las circunstancias. Me temo que Miranda tampoco podía dormir porque la escuché ir al baño varias veces. Salí a su encuentro.



  • ¿Tampoco puedes dormir?
  • No. Estoy preocupada.
  • No tienes nada que temer. No le voy a decir nada a mi mujer.
  • Gracias. No se cómo agradecértelo.
  • Pero córtate un poco mujer… no lo hagas tan descarado… ya se que tienes tus necesidades, como todos las tenemos… pero no seas tan descarada…
  • De verdad que lo siento. – Me dijo bajando la cabeza.
  • Es lógico que estás fuera de casa, eres joven y tienes necesidades. Lo entiendo.
  • No es lo que piensas. Con Hakim(ese era el verdadero nombre del marroquí) solo hay mucho cariño y me siento muy protegida por él. No es un tema… sexual.
  • A mí no tienes que darme explicaciones. Todos tenemos problemas. ¿Acaso crees que yo lo llevo bien pasar todo el verano durmiendo solo aquí arriba? En fin…


Volví a la habitación. Pasaron varios días de normalidad absoluta. Pero cuanto más tiempo pasaba más ganas tenía de acariciar ese cuerpo y de follarla como un animal. Me masturbaba todos los amaneceres pensando en ella, que estaba apenas a unos metros… Era una sensación muy extraña.



Durante la cena, ya habían metido a mi suegra en su habitación y mi mujer fue a verla un momento. Miranda se acercó y me dijo:



Luego tenemos que hablar.



Me sorprendió no lo negaré. Pero tampoco le di muchas vueltas. Miranda, como de costumbre subió a su habitación porque a esas horas hablaba con su hija por teléfono y yo me quedé con mi mujer charlando y viendo la tele un rato. Pero estábamos tan cansados que noté que ella cabeceaba en el sofá, se durmió sobre mi hombro. La podre estaba agotada de pelear todo el día con su madre. Le dije que fuera a la cama, que descansara. Yo me quedé un rato solo, con la tele de fondo, hasta que me entró sueño.



Subí y me metí en la cama. Pensé que Miranda quizás habría cambiado de opinión. Pero no, no era así. Escuché cómo alguien tocaba muy ligeramente la puerta y la abrió. Era ella Miranda, vestida como acostumbraba cuando salía por las noches. Llevaba una falda hasta medio muslo y una camiseta. Se había soltado el pelo.



  • Verás… no se cómo decirte esto… - Me dijo desde la puerta y en tono muy bajito.
  • Que quieres salir. – Le dije viendo cómo iba vestida.
  • Si. Me gustaría. Pero quería pedirte permiso.
  • Venga, no me jodas. A mi no tienes que pedirme permiso.
  • Ya, pero no se cómo hacer las cosas… Tengo un lío en mi cabeza…
  • Normal.


Estaba iluminada por la luz que entraba por la ventana de mi habitación que estaba abierta de par en par. La piel le brillaba y parecía más morena que de día. Se le notaba triste. Con el pelo sobre los hombros que parecían tan suaves y los brazos cruzados, agarrándose las muñecas. La camiseta era discreta pero con un escote que dejaba ver el canalillo. Me estaba excitando. Sus piernas también brillaban, parecían muy suaves.



  • Vete. Yo te cubro. Y disfruta…
  • ¿No dirás nada?
  • Tranquila. Por lo menos que alguien lo pase bien en esta casa.


No dijo nada.



  • Solo te pido una cosa. ¿Puedes hacerme un favor?
  • ¿Qué cosa?
  • Espera un momento… Quédate ahí… No te muevas.


Y en un arrebato inexplicable, aparté la sábana que me cubría, que quité el calzoncillo y comencé a masturbarme mirándola.



No te muevas, no digas nada. Ahora compartiremos un secreto. Me excitas muchísimo. Necesito hacer esto…



Y seguí masturbándome frente a ella que estaba paralizada. Me miraba con cierto miedo. Y pese a mi petición se acercó a la cama.



¡Súbete un poco la falda! – Le pedí muy agitado.



Ella obedeció sin rechistar. Se subió la falda hasta que pude ver sus bragas y sus maravillosas piernas, eso muslos firmes. Estiré la mano izquierda y los acaricié. Ella entreabrió las piernas y acaricie la parte interna de sus muslos, de abajo arriba… Eran como había imaginado, suaves, firmes, prietos… Los agarré con fuerza y comencé a correrme tratando de no gritar. Hubiera gritado como un loco porque el éxtasis que tuve fue fuerte como hacía tiempo que no había tenido. Me convulsioné como un poseído y solté borbotones de leche. Fue una sensación brutal. Con la mano aún pegada a su muslo, tan suave, tan caliente…



¡Madre mía Miranda, qué buena estás!



Fue lo único que pude decir.



Vete, vete… que esto es una locura. Joder.



Salió de la habitación y también de casa. Esa noche dormí como un bendito. Volvió, como de costumbre, de madrugada, sin apenas hacer ruido. A la mañana siguiente el temor estaba en mi rostro y me sentía tan culpable y sucio ante mi mujer. Sexualmente llevábamos mucho tiempo alejados, nunca tenía tiempo para nada, se había centrado en el cuidado de su madre y nuestra relación se resintió. Pasé la mañana dándole vueltas al asunto hasta que llegué a una conclusión: No estoy haciendo nada malo. Tengo mis necesidades y las cubro como puedo. No siento nada especial por Miranda, el cariño normal hacia alguien con quien convives. Decidí que Miranda sería mi capricho sexual. Mi desahogo siempre y cuando ella aceptara el juego. Me sentí aliviado y comenzaron a surgir en mi cabeza ideas que me asustaban. Me iba a convertir en un depravado. Era indudable que lo era, pero había llegado el momento de dejar salir ese cerdo que todos llevamos dentro. Aquella sensación me embriagaba y se apoderaba de mí. Pero iría poco a poco.



Y así fue. Pasaron unos días en los que Miranda salía por las tardes. Se iba con su novio y volvía siempre contenta. Y una noche, volvió a tocar mi puerta.



  • ¡Quiero volver a salir! – Me dijo esbozando una sonrisa.
  • Vale, pero hoy quiero que seas tú quien me masturbe.


Aparté violentamente la sábana, me desnudé y me ofrecía a sus adoradas manos. No lo dudó ni un momento. Se sentó al borde de la cama y con una sonrisa me agarró la polla y comenzó a menearla suavemente, con mucho cariño. No quitaba ojo de ella. Aquello me excitaba mucho. Sentir sus manos en mi polla, tan calientes, suaves, acogedoras. No se cuántas veces lo había hecho antes pero sabía hacerlo muy bien. Incrementaba el ritmo, se relajaba un poco. Me acariciaba los huevos. Me agarraba la polla desde la base. Subía hasta el glande. Era una delicia lo que me hacía. El resultado fue bastante rápido. Me corrí con violencia. Me salpicaron los borbotones y su mano quedó manchada porque no me soltó la polla en ningún momento. Siguió un buen rato repasando mi polla de arriba abajo, suavemente. En silencio. Solamente respirando con cierta agitación.



¡Dios, qué maravilla! Gracias Miranda.



Sin soltarme la polla acercó su cara. La vi más cerca que nunca. Sus preciosos ojos almendrados, su piel oscura y esa boca que me besó con dulzura. Fue apenas un roce de los labios. Si no fuera porque acababa de derramarme hubiera vuelto a hacerlo con solo ese beso. ¡Ahora teníamos un gran secreto!



Me sorprendió la profesionalidad con la que ocultábamos nuestro secreto a los demás, especialmente a mi mujer y a mis hijos, cuando venían a visitarnos. Seguíamos teniendo un trato cordial. Ni las miradas nos delataban, ni siquiera una mirada furtiva. Aunque no negaré que en ocasiones, cuando coincidíamos a solas en la despensa, en la cocina o en cualquier otra habitación me entraban unas ganas tremendas de acariciar sus brazos y de volver a besar su boca.



Esa noche también vino a mi puerta. También quería salir.



  • ¡Vete tranquila!
  • ¿No quieres que haga algo por ti?
  • ¡No, hoy no hace falta!
  • ¿Ya no me deseas?
  • ¡Más que nunca! ¡Pero hoy no!


Se fue sin entender nada. Pero todo obedecía a un plan, quería intrigarla y al mismo tiempo saber a qué estaba dispuesta. Salió y regresó como de costumbre. No la molesté. Esa mañana también me levanté pronto y bajé a desayunar con mi mujer y con Miranda, que siempre lo hacían juntas.



  • ¿Hoy también vas a hacer cosas en el jardín? – Preguntó inocentemente mi mujer.
  • Si, hoy tengo buena faena. – Mentí, al menos en parte, tenía programada faena pero no en el jardín.
  • Bueno, yo salgo a darme el paseo de todas las mañanas. Luego nos vemos.


Esperé unos minutos. Vi cómo mi mujer se alejaba con los perros y subía al monte que hay frente a la casa. Tenía más de una hora por delante. Cuando volvía mi mujer levantaban a mi suegra de la cama por lo que Miranda aprovechaba esa hora para limpiar la casa.



  • Ven un momento. – Le dije a Miranda desde la cocina.
  • Dime. – Me miró pícaramente pues imaginaba lo que iba a pasar.
  • ¡Cada día que pasa me pones más burro! – Y acerqué mis labios a su boca y la besé con pasión.


Esta vez no fue un beso dulce, fue un beso apasionado. Buscando su lengua, mordiendo sus labios. Un beso correspondido con la misma pasión. Metí mis manos por debajo de su camiseta y tropecé con su sujetador.



¡Desnúdate! ¡Quiero verte desnuda! ¡Necesito ver ese cuerpo precioso que tienes!

La verdad es que fue una petición absurda porque más que desnudarse lo que hizo fue dejar que yo la desnudara. Le arrebaté la camiseta. Le acaricié los brazos. La rodeé y busqué el cierre del sujetador. Ella ayudó a desprenderse de él. Cogí sus pechos y suspiré diciendo su nombre. Pronto sus pezones se pusieron duros. Eran negros, muy negros, perfectas coronas de color a esos pechos firmes. Acaricié su tripa.



Me da mucha vergüenza porque soy tripuda. – Me dijo entre suspiros.



Es cierto que su tripa es abultada, pero a mí me parece muy sensual. Me gustan los cuerpos reales, con sus formas y una mujer de 38 años ha de tener esa forma.



Eres perfecta.



Seguí acariciando y besando sus pechos y su tripa. Le bajé el pantaloncito. Le quité las bragas. Apenas tenía pelos en el coño. Se lo había depilado, no del todo. Lo tenía arreglado. Me separé de ella para contemplarla.



  • ¡No tienes ni idea de cuántas veces te he imaginado así!
  • ¿Te gusta lo que ves? – Me respondió coquetamente.


No respondía con palabras. La abracé, la levanté y la senté sobre la mesa de la cocina. La obligué a tumbarse boca arriba mientras acaricia su cuerpo. Noté que mis carias le gustaban y las buscaba. Abría la boca como un pez. La besé con pasión en varias ocasiones. Allí estaba tumbada en la mesa; hice que apoyara los pies en la mesa y flexionara las rodillas, acerqué una silla y me senté de tal forma que mis manos agarraron sus muslos. Los abrió adivinando lo que quería hacer.



Voy a desayunar.



Y acerqué mi boca a su coño. Sus labios eran pequeños, muy oscuros y terriblemente sabrosos. Estuve mucho tiempo lamiendo sus muslos y la parte externa del coño. Luego abrí sus labios y comencé a lamerlos. Noté que comenzaba a lubricarse. Mi saliva y sus jugos se mezclaron y se convirtieron en el mejor estimulante para su clítoris, pequeño, escondido. Lo mojé con cuidado antes de rodearlo con los labios y lo estimulé cuanto pude. Miranda resoplaba y me agarraba la cabeza. Según se sentía más deseada más me apretaba la cabeza contra su coño. Lamí, chupé, mordí y la penetré con la lengua. Notaba la boca muy húmeda, con un sabor delicioso y en un momento hundí la nariz en su coño tratando de captar el aroma de su sexo. Ella se retorcía de gusto y yo la besaba tan íntimamente hasta que explotó y tuvo un orgasmo gritando.



Por suerte no había nadie más en casa que mi suegra que a todos sus males unía una sordera severa. Miranda abría y cerraba las manos mientras me apretaba la cabeza y resoplaba y gemía y gritaba y movía el culo. Así estuvo un rato. Noté como la parte interna de sus muslos temblaba y los besé con pasión. Comenzó a gritar mi nombre mientras seguía resoplando y gimiendo. La boca me ardía. Finalmente besé su coño chorreante, con ternura, con pasión, con delicadeza y puse mi mano sobre él. Con la palma sintiendo el calor que emanaba. Ella estaba vencida y entregada.



  • ¡Eres deliciosa!
  • Tu mujer tiene que estar encantada con lo bien que lo haces.
  • Si yo te contara… pero hablando de mi mujer… vístete no sea que vuelva antes.
  • Aún queda un buen rato, pero si, mejor.


Y dicho y hecho así lo hizo, se vistió con rapidez. Nos mirábamos con la complicidad con la que la hacen los amantes.



  • ¡Lávate, tienes empapada la cara!
  • ¡No pienso hacerlo en todo el día! No quiero olvidarme del sabor de tu coño.


Se rio con su cara de niña, achinando aún más los ojos. Pasé el día cortando el seto, segando el césped, quitando malas hierbas de las flores. Mi pobre mujer no sospechó nada. Me hacía sentir mal. Pero cómo coño le iba a contar que me estoy follando a la interna. Bueno, técnicamente aún no la había follado. Algo que habrá que solucionar en breve.



El resto de la semana pasó sin mayor pena ni gloria. Miranda me contaba cosas de su relación con el marroquí, que la agasajaba comprándole cosas pero que era un amante muy poco entregado. Me confesó que ella era muy apasionada pero que tenía miedo mostrarse así ante él por miedo a asustarle y perderle.



  • ¿Pero tú qué quieres de él? – Le pregunté una noche.
  • No se, estoy muy confundida. Mi familia está lejos, Hakim me ha dado cariño pero yo necesito algo más… necesito fuego.
  • Eso te lo puedo ofrecer, pero no estoy enamorado de ti. Te deseo con locura pero en mi atracción no hay más que deseo. Lo siento.
  • ¡No dejes de ofrecérmelo!


Nuestro secreto siguió creciendo. Un par de días después Miranda vino a decirme que volvía salir por la noche. Bueno, según ella lo que hacía era pedirme permiso. Era nuestro juego. Por las noches, antes de salir, ella permitió que me pajeara o fue ella misma quien lo hizo. Era la tercera vez que me “pedía permiso para salir” y tomó la iniciativa. Entró en mi habitación sin meter ruido, vestida para salir. Apartó la sábana, yo le esperaba desnudo. Se acurrucó muy cerca, abrió mis piernas y comenzó a lamer mis testículos y la cara interna de los muslos. Mi polla reaccionó al instante y comenzó a brincar hinchándose cada vez más. Ella combinaba las carias con las manos, con besos, lametones, chupones y lengüetazos. Besaba mi polla con pasión, desde la base de la misma a la punta, por los lados, abriendo la boca y acogiendo el glande.



Cuando me corrí no se qué estaba haciendo con la boca. Solo recuerdo que me dijo entre suspiros:



¡Dámelo!



Y comencé a correrme mientras ella sostenía mi polla con la mano. Al notar las convulsiones abrió la boca y se metió la punta para que estallara en ella. Recuerdo que me corrí muy abundantemente. Casi todo en su boca y una pequeña parte en los labios y en la cara. Se limpió la cara y los labios, recogiendo con los dedos el resto del semen y poniéndoselo en la lengua.



Hoy seré yo quien lleve en la boca el sabor a ti.- Me dijo sonriendo.



La imaginé por un momento entrando en el coche de su amante y dándole un beso en la boca. Me dormí con esa imagen. Fue un sueño profundo y placentero.





Por suerte a finales de verano comencé a trabajar lo cual me impedía estar allí todos los días. Solo iba los fines de semana. Así que Miranda fue libre de salir cuando quisiera. Los fines de semana se convirtieron así en el momento más indicado para esa pasión que a los dos nos arrastraba se manifestara.



El primer fin de semana se presentaba complicado porque nuestro hijo mayor pasaría esos días con nosotros. Iba a ser complicado mantener el secreto por las noches o esas mañanas de pasión. Pero cuando algo se quiere siempre llega el momento. Esa mañana de sábado mi mujer, Miranda, mi hijo y yo desayunamos juntos y cuando mi mujer dijo que salía de paseo con los perros mi hijo dijo:



  • ¿Puedo acompañarte? ¡Me apetece pasear!
  • Tuve que evitar gritar de alegría.


Nos quedamos solos los dos, mi amante Miranda y yo. Rápidamente nos buscamos. Fue en la cocina. Mi hijo y mi mujer se habían ido. Miranda llevaba una falda corta y una de sus eternas camisetas. No llevaba sujetador y sus pechos estuvieron todo el desayuno llamándome a gritos.

Estaba recogiendo algo del desayuno y me acerqué por detrás. Le agarré de los pechos, me acerqué a ella y le susurré:



¡Te voy a follar! ¡Necesito hacerlo!



No le dejé ni reaccionar. Desde atrás, le levanté la camiseta para dejar que sus pechos se liberaran, la incliné para que se apoyara en la mesa y acaricié sus tetas colgantes. Levanté su falda y bajé aquellas bragas que tanto conocía. Me desprendí de los pantalones y la ropa interior y así, desde atrás tanteé sus partes con mi polla. No me costó encontrar su ávido coño. Con el magreo de tetas y el morbo de la situación estaba lubricado. Acerqué la polla y la hundí con cierta violencia. Ella gimió y dio un salto.



¡No te muevas, zorra! – A mí mismo me sorprendió ese lenguaje.



Ella gimió y colocó sus caderas de tal forma que pudiera penetrarla con más facilidad. Dejé de sujetar sus tetas que colgaban y se agitaban con cada embestida, que cada vez eran más violentas. La agarré de la cadera y puse un ritmo frenético que solo era capaz de mantener cuando estaba a punto de correrme. Pero para eso aún faltaba un trecho. La penetraba con una fuerza desmesurada, violentamente, agarrándole y sin temor a hacerle daño. Sus gritos y gemidos no parecía que fueran de dolor o de tratar de evitar aquel salvaje polvo.



Ella también interpretó que podría correrme pronto y dijo entre suspiros:



  • ¡Por favor no te corras dentro! ¡Dentro no!
  • Tranquila guapa que falta mucho para eso.
  • ¡Dios mío! – Dijo agarrándose como pudo a la mesa.


Me dolían los riñones, después de ese polvo iba a estar para el arrastre, pero merecía la pena. Miraba de cuando en cuando el culo de Miranda, tan redondo, tan deseado… Le daba cachetes en las nalgas y ella gritaba y sollozaba.



¡Más, dale, fuerte, no pares…Dios mío! – Era lo único que decía la pobre.



Fui bajando un poco la intensidad. Aquello era imposible de mantener por mucho tiempo.



  • ¿Te vas a correr? – su cara casi estaba tan sonrojada como sus nalgas.
  • ¡No preciosa! ¡Quiero más!


Y dicho esto saqué la polla y busqué el agujero de su culo. No era un culo virgen, pero tampoco estaba tan cedido como para recibir de golpe los empujones de mi polla. Me separé un poco y comencé a lamer su culo. Lo llené de saliva, metía la lengua, saboreaba ese pequeño agujero y comencé a meterle un dedo.



  • ¡El chiquito no! – Gritó dando un respingo.
  • Me voy a correr dentro de ti, tengo que hacerlo… No sabes cuánto te deseo.


Aflojó la tensión de todo su cuerpo. Mi dedo entró con facilidad pues su ano estaba muy lubricado. Estuve un buen rato jugando con él. Mojando su agujero con mi saliva y con los jugos que salían de su coño.



¡Con dos, con dos dedos…! – Me dijo entre suspiros.



Obedecí. Era a lo único que estaba dispuesto a obedecer. Metí dos dedos y comencé a profundizar, escupiendo en la entrada de su culo, moviendo los dedos hacia dentro, poco a poco y girándolos cuando estaban dentro de su culo. Con la otra mano busqué su coño para estimular su clítoris pero me encontré que ella ya llevaba un rato haciéndolo con su propia mano. Así que saqué los dedos, me coloqué y volví a penetrar su vagina que estaba encharcada. Cuando mi polla estaba reluciente la saqué y apunté a su agujero del culo, al chiquito como ella decía.



No tuve que apretar mucho. Se fue introduciendo con facilidad, poco a poco, profundamente. Hace tiempo una mujer me dijo la frase más bonita del mundo:



“Tu polla tiene el tamaño perfecto, satisface el coño y no hace daño por el culo”



Así que la metí todo lo profundo que pude en su culo. Ella gimió un par de veces, se agarró al borde de la mesa y sacó las caderas hacia afuera.



¡Por favor…! – Fue lo único que dijo. Su invitación.



Tenía mi polla dentro de su culo, todo lo profundo que pudiera estar. Mis huevos tropezaban ya con su coño. Sentía un calor profundo y mi polla rodeada por todo su ser que en ese momento se concentraba en ese precioso culo.



Comencé a sacar y meter la polla con un ritmo lento. Ella gemía cada vez que entraba la polla y cogía aire cuando la sacaba. El ritmo lo mantuve constante hasta que inevitablemente tuve que agitarme y golpear su culo tan violentamente como pude. No podía parar, ella gritaba, yo gemía como un ciervo en plena berrea, la agarraba de las caderas que ella movía acompasadamente facilitando aquel encuentro apasionado y brutal.



Paré de golpe. Cuando mi polla estaba en su interior, todo lo que podía. Me corrí con muchos espasmos. Le solté todo dentro. En sus entrañas. La saqué poco a poco, sucia, goteante. Ella, al sacársela, gimió más fuerte que nunca. Sus muslos se movieron sin control y su respiración se agitó como si hubiera corrido una maratón. Yo notaba el corazón bombeando a tope y un calor inmenso en la polla.



Le di la vuelta en la mesa. La coloqué boca arriba. Busqué su boca. La besé con el aliento y ella me rodeó con sus brazos y sus piernas y me besaba sin parar, con besos cortos y gemidos. Así estuvimos un rato pese a lo incómoda que me resultaba la postura.



  • ¡Eres una maravilla de mujer!
  • ¿Qué vamos a hacer ahora?
  • No sé.- No era momento para pensar. – Repetirlo cuantas veces podamos. Ahora te deseo más que antes.
  • Bésame.


Pudimos recomponer la compostura. Cuando mi mujer y mi hijo volvieron ya estaba todo calmado. Miranda se había duchado, pero yo estaba empapado de sudor en el jardín.



  • ¡Vaya sudada que tienes! ¡Déjalo ya que hace mucho calor!
  • ¡Ya sabes que cuando me pongo no paro! – Me pareció de una hipocresía insultante el comentario.


No se cómo lo vamos a hacer pero estamos planeando un fin de semana los dos solos. De puro sexo. Quiero hacer de todo con ella. Lo hemos hablado. Deseo repetir todo lo que hemos hecho, deseo verla follar con otro, quizás con un amigo que tiene un pollón descomunal, deseo follarla entre los dos; deseo verla rodeada de pollas, ver su cara cubierta por el semen de muchos, verla bañada de semen; deseo verla atada y entregada, azotada y acariciada; siendo deseada y complacida. El cariño que se lo de su novio marroquí, yo de ella no quiero más que sexo.
Tremendo!! Bufff
 
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