¿Con quién fueron tus primeras pajillas?

Mi primera paja tiene un espacio privilegiado en mi memoria.

La protagonista de esta historia es una mujer veinte años mayor que yo, casi tantos como los que estuve fantaseando con follármela antes de que se hiciera realidad.

Pasé toda mi infancia y los primeros años de mi adolescencia en un pueblo minúsculo, que ni siquiera llegaba a trescientos vecinos empadronados. No es un pueblo de la España profunda ni nada de eso. Quince minutos le separan de la ciudad más cercana. Además, el turismo es la principal fuente de recursos de la zona, por lo que tampoco puedo decir que no tuviésemos contacto con el mundo exterior. Pero sí crecí llevando un modo de vida rural.

Un verano (2001 o 2002), un empresario ganadero trasladó su negocio a nuestro pueblo. No sé de dónde venía, pero sí se comentaba que su empresa, antaño próspera, no debía ir del todo bien en los últimos tiempos y esperaba encontrar aquí mejor suerte. Resetear. Volver a empezar desde abajo. Con él, vinieron a vivir aquí también sus trabajadores. Un grupo de forasteros bastante pintoresco. Algunos ancianos del pueblo los llamaban "hippies" con desdén, pero con el tiempo demostraron ser buena gente. Entre ellos estaba Maialen.

No es su nombre original por razones obvias, pero se le parece. Por aquel entonces rondaba la treintena. Era Rubia, de pelo largo y rizado. No muy alta y algo estropeada para su edad. Este rasgo era común en todo el grupo. Seguramente por las condiciones de su profesión, trabajando a la intemperie todo el día, con nieve en invierno y con un sol abrasador en verano. A pesar de todo, era guapa. O, mejor dicho, atractiva. Cuando te acostumbrabas a sus rasgos más llamativos te encontrabas una mirada muy femenina. Pero con las prioridades que podía tener un crío de mi edad en ese momento, Maialen era una persona que no me suscitaba especial interés. Lo único que me llamó la atención de ella fue una voz bastante ronca. Desde luego, el rasgo menos femenino que poseía.

Hasta aquella tarde de agosto.

Los días más calurosos nos refugiábamos en la piscina municipal. Jugábamos a un juego al que llamábamos waterpolo, que poco o nada tenía que ver con el deporte original. Desde un césped poblado de toallas, madres y abuelas vigilaban a chiquillos para asegurarse de que cumpliesen las horas de digestión a rajatabla antes de bañarse y, ya de paso, aprovechaban para tomar el Sol. Maialen estaba sentada en una toalla junto a su vecina, con la que era frecuente verla puesto que habían entablado amistad rápidamente. Se embadurnaba las piernas con crema. La braguita de su bikini era negra y contrastaba con la camiseta veraniega completamente blanca que cubría su parte de arriba. Se la quitó nada más acabar de ponerse crema.

Madre mía. MA-DRE-MÍA. Qué tetas. Tenía un cuerpazo escultural: vientre plano; piernas más bien delgadas y un culo que, aunque firme, parecía algo pequeño. Pero eh, en serio, qué tetas. Se encendió un cigarro, se puso en pie y bamboleando ese par de melones que acababa de descubrir, se acercó hasta el bordillo de la piscina, se sentó y metió los pies en el agua.

Aunque aún no lo sabía, en ese preciso momento experimenté deseo sexual por primera vez en mi vida. No es que no hubiese sentido deseo antes, pero no sexual. Y, desde luego, no tenía muy claro qué era lo que deseaba. Como os decía, Maialen era delgada, de complexión atlética, hasta el punto de que si tonificase su cuerpo no tardaría en marcar los abdominales. Pero al subir un poco más la vista el contraste era exagerado. Poseía y posee dos tetas bastante grandes (sin llegar a lo grotesco), redondas y macizas. Además, están muy juntas. Cualquier prenda que utilice mostrando canalillo le hace un escote despampanante. Uno puede dudar de la naturaleza de esos tetones, pero toda sospecha queda disipada si tienes la oportunidad de verla caminar cuando viste alguna prenda que no los oprima. Libres. El balanceo es hipnótico. Cada vez que veo a la actriz de cine para adultos Katerina H. me acuerdo de Maialen. Su pecho tiene una forma muy similar. Es algo menos voluminoso. Pero también es más delgada y mide quince centímetros menos. Imagina.

Era imposible no fijarse y no fui el único en percatarse. Hombres de todas las edades, presentes aquel día, echaban un vistazo cuando podían: algunos con suma discreción y otros de manera obscena. Durante el resto de la tarde no pude pensar en otra cosa. Cuando tenía ocasión, tiraba la pelota con la que jugábamos cerca de ella para seguidamente ir a recogerla. Las veces que me acerqué lo suficiente pude apreciar cómo se marcaban los pezones en la tela negra. Prominentes. Supongo que ella era consciente de nuestras miradas furtivas, pero de ser así, no le molestaban. Calculo que permaneció ahí, expuesta, por lo menos una hora. Esa noche, al acostarme, tuve una erección recordando lo que había visto y, de manera totalmente intuitiva, acabé haciéndome mi primera paja. (Si os gusta sigo)
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Mi primera paja tiene un espacio privilegiado en mi memoria.

La protagonista de esta historia es una mujer veinte años mayor que yo, casi tantos como los que estuve fantaseando con follármela antes de que se hiciera realidad.

Pasé toda mi infancia y los primeros años de mi adolescencia en un pueblo minúsculo, que ni siquiera llegaba a trescientos vecinos empadronados. No es un pueblo de la España profunda ni nada de eso. Quince minutos le separan de la ciudad más cercana. Además, el turismo es la principal fuente de recursos de la zona, por lo que tampoco puedo decir que no tuviésemos contacto con el mundo exterior. Pero sí crecí llevando un modo de vida rural.

Un verano (2001 o 2002), un empresario ganadero trasladó su negocio a nuestro pueblo. No sé de dónde venía, pero sí se comentaba que su empresa, antaño próspera, no debía ir del todo bien en los últimos tiempos y esperaba encontrar aquí mejor suerte. Resetear. Volver a empezar desde abajo. Con él, vinieron a vivir aquí también sus trabajadores. Un grupo de forasteros bastante pintoresco. Algunos ancianos del pueblo los llamaban "hippies" con desdén, pero con el tiempo demostraron ser buena gente. Entre ellos estaba Maialen.

No es su nombre original por razones obvias, pero se le parece. Por aquel entonces rondaba la treintena. Era Rubia, de pelo largo y rizado. No muy alta y algo estropeada para su edad. Este rasgo era común en todo el grupo. Seguramente por las condiciones de su profesión, trabajando a la intemperie todo el día, con nieve en invierno y con un sol abrasador en verano. A pesar de todo, era guapa. O, mejor dicho, atractiva. Cuando te acostumbrabas a sus rasgos más llamativos te encontrabas una mirada muy femenina. Pero con las prioridades que podía tener un crío de mi edad en ese momento, Maialen era una persona que no me suscitaba especial interés. Lo único que me llamó la atención de ella fue una voz bastante ronca. Desde luego, el rasgo menos femenino que poseía.

Hasta aquella tarde de agosto.

Los días más calurosos nos refugiábamos en la piscina municipal. Jugábamos a un juego al que llamábamos waterpolo, que poco o nada tenía que ver con el deporte original. Desde un césped poblado de toallas, madres y abuelas vigilaban a chiquillos para asegurarse de que cumpliesen las horas de digestión a rajatabla antes de bañarse y, ya de paso, aprovechaban para tomar el Sol. Maialen estaba sentada en una toalla junto a su vecina, con la que era frecuente verla puesto que habían entablado amistad rápidamente. Se embadurnaba las piernas con crema. La braguita de su bikini era negra y contrastaba con la camiseta veraniega completamente blanca que cubría su parte de arriba. Se la quitó nada más acabar de ponerse crema.

Madre mía. MA-DRE-MÍA. Qué tetas. Tenía un cuerpazo escultural: vientre plano; piernas más bien delgadas y un culo que, aunque firme, parecía algo pequeño. Pero eh, en serio, qué tetas. Se encendió un cigarro, se puso en pie y bamboleando ese par de melones que acababa de descubrir, se acercó hasta el bordillo de la piscina, se sentó y metió los pies en el agua.

Aunque aún no lo sabía, en ese preciso momento experimenté deseo sexual por primera vez en mi vida. No es que no hubiese sentido deseo antes, pero no sexual. Y, desde luego, no tenía muy claro qué era lo que deseaba. Como os decía, Maialen era delgada, de complexión atlética, hasta el punto de que si tonificase su cuerpo no tardaría en marcar los abdominales. Pero al subir un poco más la vista el contraste era exagerado. Poseía y posee dos tetas bastante grandes (sin llegar a lo grotesco), redondas y macizas. Además, están muy juntas. Cualquier prenda que utilice mostrando canalillo le hace un escote despampanante. Uno puede dudar de la naturaleza de esos tetones, pero toda sospecha queda disipada si tienes la oportunidad de verla caminar cuando viste alguna prenda que no los oprima. Libres. El balanceo es hipnótico. Cada vez que veo a la actriz de cine para adultos Katerina H. me acuerdo de Maialen. Su pecho tiene una forma muy similar. Es algo menos voluminoso. Pero también es más delgada y mide quince centímetros menos. Imagina.

Era imposible no fijarse y no fui el único en percatarse. Hombres de todas las edades, presentes aquel día, echaban un vistazo cuando podían: algunos con suma discreción y otros de manera obscena. Durante el resto de la tarde no pude pensar en otra cosa. Cuando tenía ocasión, tiraba la pelota con la que jugábamos cerca de ella para seguidamente ir a recogerla. Las veces que me acerqué lo suficiente pude apreciar cómo se marcaban los pezones en la tela negra. Prominentes. Supongo que ella era consciente de nuestras miradas furtivas, pero de ser así, no le molestaban. Calculo que permaneció ahí, expuesta, por lo menos una hora. Esa noche, al acostarme, tuve una erección recordando lo que había visto y, de manera totalmente intuitiva, acabé haciéndome mi primera paja. (Si os gusta sigo)
Pasaron varios años antes de que sucediese nada relevante. Cuatro o cinco. El ganadero murió, la empresa cerró y algunos trabajadores se marcharon, pero Maialen se quedó. Se ganaba la vida como podía, limpiando y cocinando para agricultores solteros de avanzada edad. Uno de los que contrató sus servicios fue un pastor viudo al que las tareas domésticas se le hacían cuesta arriba. Vivía en la mitad de una casa enorme de pueblo que se había dividido en dos (y todavía seguía siendo grande). Uno de mis mejores amigos de la infancia, sobrino de este pastor, vivía en la otra mitad de la casa cuando venía en verano. Ese fue muy caballo de Troya. Maialen entraba a limpiar aprovechando las primeras horas de la tarde, en las que el pastor estaba en el campo. Al mismo tiempo, mi amigo solía echar la siesta (preciso como un reloj suizo). Con la excusa de ir a buscarle aprovechaba para merodear por la casa y espiar a Maialen en sus tareas.

Recuerdo una vez en concreto en la que la encontré planchando. Para contrarrestar el calor, cuando realizaba esta tarea vestía una camiseta de tirantes. Blanca. Con unos tirantes bastante largos y sin sujetador. Agazapado en el hueco de la escalera, observaba embobado la semi transparencia de aquella camiseta en sus ubres. Se adivinaba ligeramente un color rosáceo que oscurecía bastante cuando llegaba al pezón. La forma quedaba totalmente definida. Me recreé con las vistas varios días ese verano.

Avanzamos en el tiempo un poco más. Dos años más tarde volvieron a cambiar las cosas. Yo ya era mayor de edad y ya no vivía en el pueblo. Iba siempre que podía (cada vez menos), por lo que apenas veía a Maialen más allá de los meses de verano. Para entonces, ya tenía un mínimo de experiencia en lo relativo al sexo. Había tenido varias parejas. La primera vez que nos cruzamos ese verano ella se quedó de piedra. Desde que nos conocíamos, por primera vez era yo el que le superaba en tamaño. Acababa de pegar el estirón y le costó reconocerme. Ella me habló como a un adulto y yo ya no volví a sentirme un niño frente a ella.

En los entornos rurales todo el mundo sabe todo. Era *** populi que Maialen seguía sin terminar de despegar. Vivía con los escasos ingresos que ganaba con las labores de ama de casa y llegaba con lo justo a fin de mes. También se hablaba de que al menos un par de hombres del pueblo se la habían follado. Uno de ellos bastante gañán. No me hacía ninguna gracia, pero supongo que tampoco tenía mucho para elegir. Sentía celos absurdos.

A mitad de agosto llegaron las fiestas mayores. Una noche, de madrugada, en ese momento en el que ya se ha alcanzado el punto más alto y el ambiente empieza a bajar, fui a pedir un trago y la vi al otro lado de la barra. Hablaba con alguien que no recuerdo y parecía algo borracha. Contentilla, como mínimo. Recordando su situación económica, le dije al camarero que le sirviera lo que estuviera tomando y que me lo cobrara a mí. Lo hice sin intención. Ella, al recibir el regalo miró en mi dirección, me sonrió y me lanzó un beso. Suficiente para ponerme cachondo. Definitivamente ya no me trataba como a un niño.

La noche se fue apagando poco a poco. Cuando la orquesta anunció el último tema y yo aproveché el momento para ir a mear, antes de que empezase la disco móvil. Intenté entrar al bar, pero había bastante cola. Me encaminé en dirección hacia un callejón que solía cumplir también la función de meadero en fiestas. Cuando iba a salir de la plaza me encontré a Maialen sentada en un banco. Me senté con ella.

—¿Ya abandonas? —bromeé.

—Sólo cojo fuerzas—Dijo dando un trago a su vaso de cerveza.

—A estas horas yo también voy a birras— le comenté.

Tuvimos una conversación banal sobre cómo había ido la noche. Maialen se acabó la cerveza dando un último trago más largo. Se puso en pie y me cogió de la mano para levantarme.

—Te debo un trago—dijo con decisión.

—No hace falta que me invites—

—Un Lannister siempre paga sus deudas—respondió sorprendiéndome—la barra está cerrada. Acompáñame a casa. Tengo latas en la nevera.

Aquí es cuando me acojoné. Mis amigos me observaban desde la distancia y super que si me iba ahora íbamos a ser la comidilla del pueblo. Odio no tener privacidad. Así que no tuve valor para irme con ella en ese momento. Puede que no hubiera pasado nada y realmente solo íbamos a por dos latas. Pero si quieres saber lo que creo, por la forma de hablar, el lenguaje no verbal y su actitud, yo estoy convencido de que esa noche me la podría haber follado. Le dije que tenía que ir a buscar un jersey a casa y volvía. Pero que aceptaba la lata. Cuando empezó la disco móvil echamos un par de bailoteos, pero el cansancio le pudo enseguida. Se despidió dándome un beso en la mejilla. Terminaron las fiestas y me fui. No volvimos a hablar y me quedé con la sensación de que había desperdiciado la única oportunidad que iba a tener en mi vida.

O eso creía.
 
Pasaron varios años antes de que sucediese nada relevante. Cuatro o cinco. El ganadero murió, la empresa cerró y algunos trabajadores se marcharon, pero Maialen se quedó. Se ganaba la vida como podía, limpiando y cocinando para agricultores solteros de avanzada edad. Uno de los que contrató sus servicios fue un pastor viudo al que las tareas domésticas se le hacían cuesta arriba. Vivía en la mitad de una casa enorme de pueblo que se había dividido en dos (y todavía seguía siendo grande). Uno de mis mejores amigos de la infancia, sobrino de este pastor, vivía en la otra mitad de la casa cuando venía en verano. Ese fue muy caballo de Troya. Maialen entraba a limpiar aprovechando las primeras horas de la tarde, en las que el pastor estaba en el campo. Al mismo tiempo, mi amigo solía echar la siesta (preciso como un reloj suizo). Con la excusa de ir a buscarle aprovechaba para merodear por la casa y espiar a Maialen en sus tareas.

Recuerdo una vez en concreto en la que la encontré planchando. Para contrarrestar el calor, cuando realizaba esta tarea vestía una camiseta de tirantes. Blanca. Con unos tirantes bastante largos y sin sujetador. Agazapado en el hueco de la escalera, observaba embobado la semi transparencia de aquella camiseta en sus ubres. Se adivinaba ligeramente un color rosáceo que oscurecía bastante cuando llegaba al pezón. La forma quedaba totalmente definida. Me recreé con las vistas varios días ese verano.

Avanzamos en el tiempo un poco más. Dos años más tarde volvieron a cambiar las cosas. Yo ya era mayor de edad y ya no vivía en el pueblo. Iba siempre que podía (cada vez menos), por lo que apenas veía a Maialen más allá de los meses de verano. Para entonces, ya tenía un mínimo de experiencia en lo relativo al sexo. Había tenido varias parejas. La primera vez que nos cruzamos ese verano ella se quedó de piedra. Desde que nos conocíamos, por primera vez era yo el que le superaba en tamaño. Acababa de pegar el estirón y le costó reconocerme. Ella me habló como a un adulto y yo ya no volví a sentirme un niño frente a ella.

En los entornos rurales todo el mundo sabe todo. Era *** populi que Maialen seguía sin terminar de despegar. Vivía con los escasos ingresos que ganaba con las labores de ama de casa y llegaba con lo justo a fin de mes. También se hablaba de que al menos un par de hombres del pueblo se la habían follado. Uno de ellos bastante gañán. No me hacía ninguna gracia, pero supongo que tampoco tenía mucho para elegir. Sentía celos absurdos.

A mitad de agosto llegaron las fiestas mayores. Una noche, de madrugada, en ese momento en el que ya se ha alcanzado el punto más alto y el ambiente empieza a bajar, fui a pedir un trago y la vi al otro lado de la barra. Hablaba con alguien que no recuerdo y parecía algo borracha. Contentilla, como mínimo. Recordando su situación económica, le dije al camarero que le sirviera lo que estuviera tomando y que me lo cobrara a mí. Lo hice sin intención. Ella, al recibir el regalo miró en mi dirección, me sonrió y me lanzó un beso. Suficiente para ponerme cachondo. Definitivamente ya no me trataba como a un niño.

La noche se fue apagando poco a poco. Cuando la orquesta anunció el último tema y yo aproveché el momento para ir a mear, antes de que empezase la disco móvil. Intenté entrar al bar, pero había bastante cola. Me encaminé en dirección hacia un callejón que solía cumplir también la función de meadero en fiestas. Cuando iba a salir de la plaza me encontré a Maialen sentada en un banco. Me senté con ella.

—¿Ya abandonas? —bromeé.

—Sólo cojo fuerzas—Dijo dando un trago a su vaso de cerveza.

—A estas horas yo también voy a birras— le comenté.

Tuvimos una conversación banal sobre cómo había ido la noche. Maialen se acabó la cerveza dando un último trago más largo. Se puso en pie y me cogió de la mano para levantarme.

—Te debo un trago—dijo con decisión.

—No hace falta que me invites—

—Un Lannister siempre paga sus deudas—respondió sorprendiéndome—la barra está cerrada. Acompáñame a casa. Tengo latas en la nevera.

Aquí es cuando me acojoné. Mis amigos me observaban desde la distancia y super que si me iba ahora íbamos a ser la comidilla del pueblo. Odio no tener privacidad. Así que no tuve valor para irme con ella en ese momento. Puede que no hubiera pasado nada y realmente solo íbamos a por dos latas. Pero si quieres saber lo que creo, por la forma de hablar, el lenguaje no verbal y su actitud, yo estoy convencido de que esa noche me la podría haber follado. Le dije que tenía que ir a buscar un jersey a casa y volvía. Pero que aceptaba la lata. Cuando empezó la disco móvil echamos un par de bailoteos, pero el cansancio le pudo enseguida. Se despidió dándome un beso en la mejilla. Terminaron las fiestas y me fui. No volvimos a hablar y me quedé con la sensación de que había desperdiciado la única oportunidad que iba a tener en mi vida.

O eso creía.
Pero todavía falta un salto temporal. Llegamos a 2020. Al verano. El confinamiento por culpa de la pandemia ha llegado a su fin y poco a poco empiezan a liberarse las restricciones. Por la calle es necesario llevar mascarilla, todavía. Estoy en la pequeña ciudad de antes. Aun no es mediodía y voy a Correos a recoger un paquete. A la salida, a pesar de ir con la cara tapada, no tardo en reconocer a Maialen. Viene hacia mí caminando, de manera distraída. La mascarilla resalta lo femenino de sus ojos. Parece un poquito más delgada pero sus pechos siguen botando a cada paso. Ella no me reconoce hasta que le saludo al llegar a mi altura. Han pasado 7 u 8 años y ahora sí, la noto algo envejecida. Me propone tomar un café y con las restricciones que hay en las cafeterías, no tengo excusa para no aceptar cuando me propone ir a su casa, que está a doscientos metros, como mucho.

Parece que le va algo mejor en la vida. El piso es pequeño pero acogedor. Bastante moderno. Siento una presencia masculina. Estamos solos, pero hay varios detalles que revelan que no vive sola. Veo una foto en el pasillo y reconozco a uno de los ganaderos con los que llegó al pueblo hace veinte años. Entiendo que no hay nada que hacer y trato de no hacerme ilusiones: me ha invitado a un café amistoso. Hablamos durante un largo rato y descubro que tiene más cultura de la que yo pensaba. Luego me cuenta que vive con Juan, que si me acuerdo de él. De una manera muy sutil explica que no son pareja. Puede que pase algo entre ellos de vez en cuando, pero son amigos. Empezamos a rememorar cosas del pueblo y, en un momento dado, ella señala burlona que de pequeño era muy tímido. Que alguna vez pensó que no me caía bien, porque cuando nos cruzábamos le esquivaba o salía disparado. Entonces, no sé muy bien por qué, le explico el motivo. Le confieso todo lo que acabo de contar, lo importante que fue en mi despertar sexual y la presencia que ha tenido en mis fantasías. Ella bromeó diciendo que sus tetas siempre levantaron pasiones. Curiosamente, empezó a desarrollarse tarde y llegó a tener complejo. En el instituto, acabó un curso siendo la más plana de su clase e inició el siguiente siendo la mejor dotada. Aunque ahora ya no eran lo que fueron, matizó. La conversación alcanzó bastante nivel de confianza y empezaba a ser excitante. Supongo que por eso dije lo que dije a continuación. Ahora, con perspectiva, no logro entender cómo llegué a decirlo. En mi cabeza, la idea de tener sexo parecía poco probable, pero me la jugué a la desesperada: le dije que siempre había fantaseado con verlas, que por mucho que dijese que ya no eran lo de antes, para mí sería como quitarme una espina. Demasiados años imaginándomelas.

Durante dos segundos pensé que la había cagado completamente. Es lo que tardó Maialen en levantarse del sofá, coger una silla y colocarla frente a mí. Muy cerca. Con algo de vergüenza, pero con decisión, se desabrochó el sujetador y se levantó una especie de blusa que llevaba puesta. Puede que su cuerpo ya no fuese el de hace 20 años, pero seguía siendo un portento. Las tetas más parecidas que me vienen a la mente son las de aquella actriz llamada Kay P. la MILF de las películas eróticas de la saga Taboo. Las observé de cerca maravillado alrededor de medio minuto y, levantando los brazos, pedí sin palabras permiso para tocarlos. Concedido.​

Acerqué mis manos con mucho cuidado, casi con miedo. Agarré una teta con cada mano, comprobando su peso. Sus pezones no tardaron en reaccionar. En reposo ya era de buen tamaño, pero al estimularlos crecieron y el deseo decidió por mí. Sin previo aviso comencé a succionarlos. Maialen dio un respingo sorprendida, parece que esto no entraba dentro de sus planes. Se alejó ligeramente e intentó apartarme. Sin fuerza y sin convicción. Yo seguía a lo mío.

Ante mí estaba esa hembra curtida por las adversidades de la vida. Algo estropeada. Con rasgos toscos y voz grave. Con un cuerpo de escándalo. Evidentemente, experimentada en el sexo. No sé en qué medida ni quiero saberlo. Nos pusimos en pie y nos acariciamos. Yo creía que nos íbamos a besar, pero no. Con maestría liberó mi polla, se arrodilló y comenzó a chupármela. Sabía lo que hacía. No es la mejor mamada que me han hecho, pero tenía soltura. Verla ahí con los ojos cerrados me pareció tremendamente sexy.

Nos desnudamos y nos sentamos en el sofá. Ella encima de mí. Sin condón ni nada. Estábamos apretaditos y la penetración era muy profunda. Imagino que me vio cara de preocupado porque me dijo que no pasaba nada, que ella no podía tener hijos. Cuando tuve la sensación de que estaba cansada nos detuvimos. La tumbé en la alfombra y empecé a follármela tal y como siempre había imaginado. Ahí, abierta de piernas, con el vaivén de sus tetas y el sonido ronco de sus pequeños gemidos.

Acabamos a cuatro patas. La imagen de sus tetas apareciendo y desapareciendo por los costados mientras la empotraba fue demasiado. No tardé en correrme. No acababa de ver claro lo de hacerlo dentro, aunque me apeteciese. En el último momento la saqué y terminé llenándole la espalda de semen. Estábamos empapados en sudor y fuimos a ducharnos juntos. No quiso otro asalto pero eso no impidió que me recrease con sus tetas como un niño pequeño.

Antes de irme le pedí su número de teléfono pero se negó a dármelo. Dijo que esto no volvería a pasar. Le propuse que se quedase ella el mío, al menos. Estuve un tiempo sin saber de ella y en Navidades volvimos a quedar. y creo que ya van diez veces las que nos hemos visto ya. Bueno, pronto serán once. Se me ocurrió compartir la historia con vosotros en el foro porque me ha vuelto a llamar.
 
Yo me pajeaba pensando en las niñas del cole les veía los tangas las braguitas y te ponias cachondo y entonces te tocaba masturbarte
 
Una vecina 7 años mayor. Fueron las primeras tetillas que vi y fue la primera chica que me vio desnudo, encima empalmado. No se si serían las primeras pajillas, pero que durante años me me tocaba pensando en ella, lo sabe hasta ella xD.
 
no se si fue la primera o no. no lo recuerdo bien.
con 12 aparte de estudiar me puse a medio currar en un cine para cortar las entradas y vender chuches.
estoy hablando mitad de los 80.
los miercoles peliculas s pues recuerdo desde la cabina mirar la pantalla mientras mi compañero dos años mayor y yo pajearnos.
creo esa fue la primera vez. luego pasaron muchas cosas jeje pero esa la recuerdo como la primera
 
Pues con un amiguete, como casi todos imagino, al principio más cortados y con el tiempo mirándonos como la teníamos, a quien se le ponía más dura, quien echaba más lefa....
 
si como de jovenes jeje. aunque ahora estamos mas espabilados jeje
 
yo ahora juntaria mi polla a otra para pajearme jeje. bueno o agacharme y chupar algunas
 

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