Triaguerio
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Siempre tuve una relación especial con Clara. No es algo que se haya dado de golpe, fue creciendo con los años. Nos conocimos de niños, de esos que todavía pasaban las tardes jugando en el parque. Desde entonces, no hubo un solo momento en que no estuviéramos en contacto. Crecimos juntos, literalmente. Y eso, quieras o no, crea una conexión que no se rompe fácil.
Con Clara siempre hablamos de todo, incluso de sexo. Desde adolescentes nos contábamos lo que nos pasaba, lo que imaginábamos, lo que nos daba curiosidad. Nunca hubo filtros entre nosotros, ni vergüenza. Éramos demasiado cómplices para eso. Creo que por eso nunca me pareció raro cuando hablábamos sin pudor de cosas que otros amigos ni se animaban a mencionar. Había una confianza que nos permitía jugar en esa línea sin que se rompiera nada. O al menos, eso creía yo.
Clara es morena, piel suave, con ese brillo dorado de quien siempre vive un poco al sol. Mide más o menos 1.70, tiene curvas marcadas, caderas anchas, de esas que no pasan desapercibidas pero que en ella se ven naturales, cómodas. No está delgada, no está gorda. Tiene algo en la forma de caminar, de moverse, que siempre atrajo las miradas de todos los hombres. Aunque durante mucho tiempo no quise darle demasiada importancia.
Yo soy algo más alto, 1.75, peso unos 70 kg, entreno seguido, juego al fútbol y salgo a correr cuando puedo. Nos reímos de eso también, porque a veces Clara me decía que estaba "muy bien", como si me evaluara, pero siempre en ese tono juguetón que ya era parte de nuestra dinámica.
Eso sí, nunca pasó nada entre nosotros. Nunca dimos un paso fuera de esa zona segura en la que vivíamos desde siempre. Éramos como hermanos, y aunque suene raro decirlo, ese vínculo tenía algo de sagrado. Como si romperlo pudiera arruinar algo demasiado valioso. A veces me preguntaba si ella lo pensaba igual, pero nunca se lo pregunté en voz alta.
Clara siempre fue muy libre con su sexualidad. Cuando perdió la virginidad, me lo contó al día siguiente. Con lujo de detalles, sin filtros. Cómo había sido, qué había sentido, lo que le gustó, lo que no. Me acuerdo que hablaba como si me estuviera contando una anécdota cualquiera, pero también sé que me lo contaba a mí porque confiaba. Yo era su espacio seguro.
Tenía cierta fama en el grupo, incluso fuera de él. Algunos la llamaban “ligera”, otros lo decían con menos elegancia. Pero la verdad es que simplemente le gustaba el sexo, y lo vivía sin culpa. Nunca lo escondía. Y ya sabemos cómo es la sociedad con las mujeres que se atreven a vivirlo así: las etiquetan rápido, les ponen nombres feos, las juzgan como si su cuerpo fuera propiedad pública. A mí eso siempre me molestó. No porque fuera mi amiga, sino porque era injusto. Solo era honesta con lo que quería, y lo decía sin rodeos y aunque yo escuchaba todo a veces, no podía evitar imaginarme en lugar de los otros. Era una línea difícil de no cruzar.
El verano de nuestros 18 nos lo pasamos de plan en plan, y esta historia comienza en un festival muy conocido de nuestra zona. Fuimos en un grupo bastante mezclado, algunos amigos de siempre, otros conocidos más recientes. Habíamos montado las tiendas en la zona de acampada a la playa, a una media hora caminando del recinto donde se hacían los conciertos.
La rutina era simple, intentar dormir por la mañana,visita a la playa por la tarde, y cuando empezaba a caer la noche nos íbamos hacia los conciertos, todo eso acompañado constantemente de cerveza tibia, cuerpos sudados y el tipo de energía que solo se da en ese tipo de festivales.
Cuando los conciertos terminaban, volvíamos medio arrastrándonos al camping, con las piernas reventadas, de tantas horas de pie y saltando con los únicos víveres siendo un pizza o una hamburguesa de algún puesto y mucha cerveza. Yo compartía una pequeña tienda con Clara, pero en el estado en el que llegábamos poco podíamos hacer más allá de caer rendidos y dormir.
La última noche del festival, sobre las 5 de la mañana solo quedábamos cuatro de nuestro grupo en pie volviendo por ese camino de tierra que llevaba hasta las tiendas. Clara, Sofia, Manu y yo.
Sofi era chiquita, no llegaría al metro sesenta, con el pelo rizado y siempre riendose, la mayoría de las veces fruto de su propia torpeza, es ese tipo de persona que a todo el mundo le cae bien. Tenía un cuerpo bastante normal, a excepción de su pecho, que destacaba aún más al ir siempre con camisetas de tirantes y sin sujetador. Nos habíamos liado esa noche, casi sin pensarlo, en medio de la música y el descontrol. Nada serio, pero ahí estábamos, pensando ambos en cómo rematar la noche al no tener una tienda para nosotros solos.
Manu era compañero del equipo de fútbol, de esos con los que no hablas todos los días pero con los que siempre hay buen rollo. Alto, tirando al metro ochenta y pico, con pinta de no esforzarse mucho pero que igual le sale todo bien. Pelo corto, barba de algunos días, una actitud relajada que le hacía ganar puntos sin decir demasiado. Yo Llevaba un rato tanteando la situación a ver si se daba algo con Clara. De esa manera yo tendría la tienda libre para mi y Sofía. A veces parecía que sí, pero tampoco había una química muy evidente
Todo el camino nos lo pasamos en medio de una marea humana que iba desde el palco de los conciertos hacia el camping de la playa cantando cosas de lo más absurdas, pero que amenizaban la caminata. Al llegar a nuestro campamento, Clara se quedo mirandonos fijamente y soltó:
-Oye, y si nos vamos a la playa y tomamos la última?
Con Clara siempre hablamos de todo, incluso de sexo. Desde adolescentes nos contábamos lo que nos pasaba, lo que imaginábamos, lo que nos daba curiosidad. Nunca hubo filtros entre nosotros, ni vergüenza. Éramos demasiado cómplices para eso. Creo que por eso nunca me pareció raro cuando hablábamos sin pudor de cosas que otros amigos ni se animaban a mencionar. Había una confianza que nos permitía jugar en esa línea sin que se rompiera nada. O al menos, eso creía yo.
Clara es morena, piel suave, con ese brillo dorado de quien siempre vive un poco al sol. Mide más o menos 1.70, tiene curvas marcadas, caderas anchas, de esas que no pasan desapercibidas pero que en ella se ven naturales, cómodas. No está delgada, no está gorda. Tiene algo en la forma de caminar, de moverse, que siempre atrajo las miradas de todos los hombres. Aunque durante mucho tiempo no quise darle demasiada importancia.
Yo soy algo más alto, 1.75, peso unos 70 kg, entreno seguido, juego al fútbol y salgo a correr cuando puedo. Nos reímos de eso también, porque a veces Clara me decía que estaba "muy bien", como si me evaluara, pero siempre en ese tono juguetón que ya era parte de nuestra dinámica.
Eso sí, nunca pasó nada entre nosotros. Nunca dimos un paso fuera de esa zona segura en la que vivíamos desde siempre. Éramos como hermanos, y aunque suene raro decirlo, ese vínculo tenía algo de sagrado. Como si romperlo pudiera arruinar algo demasiado valioso. A veces me preguntaba si ella lo pensaba igual, pero nunca se lo pregunté en voz alta.
Clara siempre fue muy libre con su sexualidad. Cuando perdió la virginidad, me lo contó al día siguiente. Con lujo de detalles, sin filtros. Cómo había sido, qué había sentido, lo que le gustó, lo que no. Me acuerdo que hablaba como si me estuviera contando una anécdota cualquiera, pero también sé que me lo contaba a mí porque confiaba. Yo era su espacio seguro.
Tenía cierta fama en el grupo, incluso fuera de él. Algunos la llamaban “ligera”, otros lo decían con menos elegancia. Pero la verdad es que simplemente le gustaba el sexo, y lo vivía sin culpa. Nunca lo escondía. Y ya sabemos cómo es la sociedad con las mujeres que se atreven a vivirlo así: las etiquetan rápido, les ponen nombres feos, las juzgan como si su cuerpo fuera propiedad pública. A mí eso siempre me molestó. No porque fuera mi amiga, sino porque era injusto. Solo era honesta con lo que quería, y lo decía sin rodeos y aunque yo escuchaba todo a veces, no podía evitar imaginarme en lugar de los otros. Era una línea difícil de no cruzar.
El verano de nuestros 18 nos lo pasamos de plan en plan, y esta historia comienza en un festival muy conocido de nuestra zona. Fuimos en un grupo bastante mezclado, algunos amigos de siempre, otros conocidos más recientes. Habíamos montado las tiendas en la zona de acampada a la playa, a una media hora caminando del recinto donde se hacían los conciertos.
La rutina era simple, intentar dormir por la mañana,visita a la playa por la tarde, y cuando empezaba a caer la noche nos íbamos hacia los conciertos, todo eso acompañado constantemente de cerveza tibia, cuerpos sudados y el tipo de energía que solo se da en ese tipo de festivales.
Cuando los conciertos terminaban, volvíamos medio arrastrándonos al camping, con las piernas reventadas, de tantas horas de pie y saltando con los únicos víveres siendo un pizza o una hamburguesa de algún puesto y mucha cerveza. Yo compartía una pequeña tienda con Clara, pero en el estado en el que llegábamos poco podíamos hacer más allá de caer rendidos y dormir.
La última noche del festival, sobre las 5 de la mañana solo quedábamos cuatro de nuestro grupo en pie volviendo por ese camino de tierra que llevaba hasta las tiendas. Clara, Sofia, Manu y yo.
Sofi era chiquita, no llegaría al metro sesenta, con el pelo rizado y siempre riendose, la mayoría de las veces fruto de su propia torpeza, es ese tipo de persona que a todo el mundo le cae bien. Tenía un cuerpo bastante normal, a excepción de su pecho, que destacaba aún más al ir siempre con camisetas de tirantes y sin sujetador. Nos habíamos liado esa noche, casi sin pensarlo, en medio de la música y el descontrol. Nada serio, pero ahí estábamos, pensando ambos en cómo rematar la noche al no tener una tienda para nosotros solos.
Manu era compañero del equipo de fútbol, de esos con los que no hablas todos los días pero con los que siempre hay buen rollo. Alto, tirando al metro ochenta y pico, con pinta de no esforzarse mucho pero que igual le sale todo bien. Pelo corto, barba de algunos días, una actitud relajada que le hacía ganar puntos sin decir demasiado. Yo Llevaba un rato tanteando la situación a ver si se daba algo con Clara. De esa manera yo tendría la tienda libre para mi y Sofía. A veces parecía que sí, pero tampoco había una química muy evidente
Todo el camino nos lo pasamos en medio de una marea humana que iba desde el palco de los conciertos hacia el camping de la playa cantando cosas de lo más absurdas, pero que amenizaban la caminata. Al llegar a nuestro campamento, Clara se quedo mirandonos fijamente y soltó:
-Oye, y si nos vamos a la playa y tomamos la última?