David777
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Durante un tiempo viví en el centro de Madrid. Una zona repleta de bares y gente desconocida que viene de otros barrios y otras ciudades para pasarlo bien. Era imposible conocer todos los locales de la zona.
El Ricks’ era uno de esos sitios en los que yo nunca había entrado cuando me citó allí Andrea, mi encantadora jefa para prestarme un terminal de teléfono viejo que tenía en su casa, ya que el mío había reventado contra el suelo esa mañana e iba a estar incomunicado por unos días sino me hacía con otro.
El local estaba a dos o tres manzanas de mi casa. Esperaba encontrar una réplica del restaurante de la película Casablanca ya que el sitio tenía el mimo nombre, pero dentro descubrí un pub moderno de diseño muy atrevido con todo tipo de sombreros pegados en el techo donde daban juego a las luces creando distintos ambientes acogedores.
Encontré a mi jefa apoyada en la barra delante de una copa de vino blanco. Me dio dos besos y le pidió a la camarera, a quien llamó por su nombre, Cris, que me sirviera una cerveza. “Vaya”, pensé, “mi jefa debe ser habitual de este local si conoce por su nombre a los camareros”.
Mientras Andrea me tendía el teléfono de préstamo aprovechamos para comentar algunos temas de trabajo que teníamos pendientes con una campaña de publicidad de un cliente que no acababa de arrancar. El tema me aburría enormemente y me distraje mirando la decoración del Ricks’ y el resto de fauna humana que a aquellas horas de la tarde empezaba a llenar el local.
El Ricks’ era uno de esos sitios en los que yo nunca había entrado cuando me citó allí Andrea, mi encantadora jefa para prestarme un terminal de teléfono viejo que tenía en su casa, ya que el mío había reventado contra el suelo esa mañana e iba a estar incomunicado por unos días sino me hacía con otro.
El local estaba a dos o tres manzanas de mi casa. Esperaba encontrar una réplica del restaurante de la película Casablanca ya que el sitio tenía el mimo nombre, pero dentro descubrí un pub moderno de diseño muy atrevido con todo tipo de sombreros pegados en el techo donde daban juego a las luces creando distintos ambientes acogedores.
Encontré a mi jefa apoyada en la barra delante de una copa de vino blanco. Me dio dos besos y le pidió a la camarera, a quien llamó por su nombre, Cris, que me sirviera una cerveza. “Vaya”, pensé, “mi jefa debe ser habitual de este local si conoce por su nombre a los camareros”.
Mientras Andrea me tendía el teléfono de préstamo aprovechamos para comentar algunos temas de trabajo que teníamos pendientes con una campaña de publicidad de un cliente que no acababa de arrancar. El tema me aburría enormemente y me distraje mirando la decoración del Ricks’ y el resto de fauna humana que a aquellas horas de la tarde empezaba a llenar el local.