Amparo y el Doctor

A79L80

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28 Ago 2023
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Algunos piensan que la Navidad es la mejor época para estar en familia. Otros creen que la mejor parte es la de reunirse con todos esos amigos y (des)conocidos a los que no ves desde hace... bueno, a los que no ves exactamente desde hace un año por estas mismas fechas.

Otros, pobrecitos, creen que la Navidad es esa parte del año en la que se consume, se compra y se come todo lo que no has tenido el valor de consumir, comprar o comer durante el resto del año entre otras cosas porque el sueldo no te da más que para llegar a final de mes durante los otros 11 meses del año.

Sin embargo, algunos, pocos y muy camuflados, saben que la Navidad es la época perfecta para desarrollar la mejor actividad de nuestras aburridas vidas: las famosas "Cenas de Empresa".

Esta historia comienza, precisamente, en Diciembre y tiene como protagonistas a dos insignificantes trabajadores de un sencillo hospital a las afueras de una ciudad cualquiera.

- ¿Doctor, necesita algo más? - preguntó Amparo.
- No, gracias, guapa, menos mal que estabas hoy en este turno, ha sido un día agotador... - respondió Sexto.

Sexto era, casualmente, el quinto hijo de un matrimonio que, a pesar de haber vivido juntos prácticamente toda su vida en un pequeño pueblo perdido de la provincia de Teruel, habían recibido una buena formación académica salvo en la rama de las Matemáticas.

No alcanzaba los treinta y tantos años, tenía cierto aspecto aniñado y su rostro, al 98 por ciento imberbe, hacía difícil adivinar a cualquiera que en realidad se trataba de un reputado doctor con una trayectoria meteórica en la Medicina Moderna.

Esa misma conversación entre ambos ya se había repetido varias veces pero no tantas como para considerarla una tradición.

Amparo, una enfermera mucho más cercana a los 50 que a sus añorados 20, llevaba poco en el turno. Se conocía el hospital de la A a la Z pero no haber coincidido nunca en el mismo turno le había hecho pasar por alto la presencia de Sexto a quien a veces se cruzaba por los pasillos, corriendo, como si su vida (o la de otros) dependiera de cuanto tardaría en cruzar el ala norte del hospital.
En su mente, ese chaval que siempre iba con tanta prisa, debía ser alguien de mantenimiento, de seguridad... o simplemente el típico paciente que merodea por los centros de salud cuando no tiene vida, relato ni mejores cosas que hacer.

Un mes antes, Amparo, mi mujer, estando en casa, recibió una llamada que cambiaría para siempre nuestras vidas:

- Paco, dime ... si, si, lo sé, es mi última semana... ah, que me necesitáis para otra sustitución? Si, claro, claro... muchas gracias, el lunes estaré allí.

Ese mismo lunes de Noviembre Amparo se estrenó, por fin, en Urgencias Nocturnas.
Allí le presentaron al doctor Sexto Gozalbo Uriarte, turolense pero de ascendencia vasca... y a pesar de ser muy Vasco y muy del Norte, seguía sin aparecer ni rastro de la barba que nunca le iba a crecer sobre esa piel casi intacta y blanca. Seguramente, lo de intacta y blanca venía porque en lugar de salir de fiesta y disfrutar su juventud, había pasado miles de horas en su habitación, bueno, mejor dicho en la habitación que él ocupaba en la casa de sus padres que eran quienes le costeaban los estudios. Su madre, Aurora, tenía a veces conflictos internos... como todas las madres devotas y sacrificadas:

- Nene, tus amigos celebran el final del curso, no piensas ir con ellos un rato? - exclamó Aurora.
- No, mamá, en unos días son los finales... tú me dijiste que las cosas buenas requieren grandes sacrificios - respondió Sexto.

Aurora se quedó pensando... -Este hijo mío acabará siendo tan rarito como extraordinario...

Y así es como Sexto perdió su juventud. Rosa, la chica de su pueblo que una vez se atrevió a pedirle una cita en el cine local, se hizo lesbiana. No le hizo falta mucha más motivación.

Sexto, que a la fuerza se convirtió en un joven retraído, hacia mucho deporte. Salía a correr, recorría kilómetros en subida con la bici e incluso jugaba al frontón en la pared trasera de la casa familiar. Cualquier deporte de uno le valía. Y no era el único hobby solitario que tenía.

La falta de vida social le había empujado a practicar el amor propio, o lo que es lo mismo, a suplir las necesidades emocionales con pajas diarias a costa de las revistas de su madre. Revistas que, por cierto, marcaba con una pequeña mueca en aquellas páginas en las que alguna atractiva mujer le hacia empalmarse rápidamente.

Al principio su madre no entendía quién doblaba sus revistas. Cuando Sexto iba a cumplir los veintimuchos, cayó en la cuenta.

- Hijo, te acuerdas de Manoli? La hija de Gustava y Fernando. Se va a casar... qué buena pareja hubierais hecho los dos...
- Vale, mamá, cuelgo. Tengo que prepararme, hoy es mi segundo día en el Hospital y no quiero llegar tarde...

Aurora sabía que Sexto no volvería al pueblo, había empezado en un Hospital y parecía entusiasmado pero aun así, era incapaz de quitarse ese blanco inmaculado del rostro. El rostro sin rastro de barba.
Volviendo a Diciembre, y por primera vez desde que comenzaron a coincidir juntos, la conversación entre Sexto y Amparo fue, esta vez, un poco más tensa.

- "Sí, Doctor... ha sido una noche muy intensa..." - dijo Amparo provocando un silencio bastante largo mientras él, Sexto la miraba sin reparos desde su silla.

Sexto llevaba toda la noche repitiendo en su cabeza el roce que se había producido en aquel pasillo estrecho del hospital unas horas atrás...

Él salía de la consulta y se dirigía al comedor. Ella empujaba un carrito de material médico...
 
Al verla a cierta distancia, Sexto aceleró el paso y, con un movimiento de cintura (y de rodilla) atajó varios pasos para darse como por descuido contra la espalda de Amparo.

- Uy, disculpa, qué torpe...
- Qué susto me has dado - susurró Amparo como quien no sabe muy bien cómo reaccionar.
- Perdona, iba acelerado y no te he visto - aclaró Sexto.
- ¿Acelerado? - preguntó Amparo con media sonrisa en su rostro.

Sexto seguía allí, medio empotrado contra la espalda de Amparo, y no parecía tener prisa por apartarse. Amparo tampoco mostraba mucho interés en marcharse.

Las manos de Sexto, grandes y serenas, recorrieron con cuidado el camino hacia la cintura de su presa. Cuando la alcanzó, apretó con cierta fuerza su cintura, y ella sintió justo en ese momento el primer escalofrío de la noche.

Sexto, que seguía pegado a la espalda de Amparo, acercó un poco más su cabeza al pelo rubio que lucía como un rayo de sol y muy cerca de su oído susurró:

- Sabes que dentro de pocos días es la cena, verdad?
- s... si... lo sé - respondió ella
- No he visto tu nombre en la lista - dijo Sexto, como esperando una respuesta convincente.
- Aún no sé si podré ir - dijo ella, con tono nervioso.
- Aún sigues fingiendo que no vas a venir? - preguntó él.

El silencio se apoderó de aquel pasillo frío, pasaron varios segundos hasta que...

NEEE NAWWWW WEEEEE WOOOO WAOW-WAOW NEEEEE NAAAAAAW ...

En un Hospital es muy raro que pasen 5 minutos sin que haya algún tipo de emergencia así que Sexto no tuvo más remedio que separar su cuerpo, dejando evidente lo a gusto que había estado pegado al trasero de Amparo durante estos interminables minutos.

Ella se dio la vuelta y, aunque se esforzó xa que no sucediera, no pudo evitar llevar la mirada al miembro erecto, duro, inmenso que abultaba el pantalón del doctor.

En silencio, para si misma y sin poder apartar la mirada de su polla pensó:

- En algún momento serás mía.

Sexto se marchó y no volvieron a verse hasta el final de aquella jornada larga, intensa y dura en aquel despacho.

- "Es la hora, Amparo, lo damos por acabado... de momento" - dijo Sexto sin apartar sus ojos de los ojos de Amparo.
- "Si, doctor..." - ella no quería marcharse pero se dio la vuelta para cruzar la puerta.
- "A dónde vas tan rápido? Todavía no me has respondido..."
- "Disculpe, Doctor, no entiendo a qué se refiere" - dijo ella sabiendo perfectamente de qué hablaba Sexto.
- "La cena, Amparo, quedan pocos días... vendrás, verdad?. Se ha apuntado todo el equipo".
- "No he comentado nada en casa, ya sabe, la familia, los niños... no sé si debería".

Sexto se quedó callado unos segundos...

- "Vamos, te irá bien despejarte, llevamos meses muy duros en el Hospital... y, por favor, deja de llamarme de usted".

En ese momento se levantó de su silla, se acercó a Amparo y se quedó de pie frente a ella.

Amparo se esforzaba por no mirar pero el pantalón marcaba mucho más su enorme pene, que incomprensiblemente estaba todavía mucho más grande que cuando coincidieron en el pasillo.

Ella miraba sin querer, aunque en el fondo estaba deseando escudriñar y observar con todo detenimiento aquella forma masculina y poderosa que se marcaba en la ropa.

Entornó sus ojos, cerrándolos a medias, para comprobar que no estaba loca... se notaba perfectamente la forma, las líneas... incluso esa gran vena que parecía recorrer esa magnífica polla de principio a final.

- "Es posible que no lleve ropa interior? Se marca muchísimo - pensó Amparo.

Aquellos segundos parecían eternos, Amparo habría tenido tiempo suficiente para escribir un doctorado completo sobre aquella polla durísima y preciosa que se adivina bajo la ropa.

Él lo sabía, por eso permanecía inmóvil frente a ella. Sexto disfrutaba ver su mirada, su sonrisa medio oculta bajo la vergüenza, mientras la observaba meditando sobre aquello que tenía enfrente. Amparo estaba hipnotizada.

Él se acercó mucho más, cruzando cualquier límite. Volvió a coger su cintura pero no fue una presión inmóvil... sus fuertes manos recorrían la cintura de Amparo de un lado a otro.

Sexto estaba disfrutando, la tenía en sus manos y ahora comenzaba a poseerla poco a poco.

Y lo peor es que Amparo, sin darse cuenta, comenzaba a sentirse poseída por aquellas manos. Y era una sensación que, poco a poco, le llenaba de excitación.
 
Al verla a cierta distancia, Sexto aceleró el paso y, con un movimiento de cintura (y de rodilla) atajó varios pasos para darse como por descuido contra la espalda de Amparo.

- Uy, disculpa, qué torpe...
- Qué susto me has dado - susurró Amparo como quien no sabe muy bien cómo reaccionar.
- Perdona, iba acelerado y no te he visto - aclaró Sexto.
- ¿Acelerado? - preguntó Amparo con media sonrisa en su rostro.

Sexto seguía allí, medio empotrado contra la espalda de Amparo, y no parecía tener prisa por apartarse. Amparo tampoco mostraba mucho interés en marcharse.

Las manos de Sexto, grandes y serenas, recorrieron con cuidado el camino hacia la cintura de su presa. Cuando la alcanzó, apretó con cierta fuerza su cintura, y ella sintió justo en ese momento el primer escalofrío de la noche.

Sexto, que seguía pegado a la espalda de Amparo, acercó un poco más su cabeza al pelo rubio que lucía como un rayo de sol y muy cerca de su oído susurró:

- Sabes que dentro de pocos días es la cena, verdad?
- s... si... lo sé - respondió ella
- No he visto tu nombre en la lista - dijo Sexto, como esperando una respuesta convincente.
- Aún no sé si podré ir - dijo ella, con tono nervioso.
- Aún sigues fingiendo que no vas a venir? - preguntó él.

El silencio se apoderó de aquel pasillo frío, pasaron varios segundos hasta que...

NEEE NAWWWW WEEEEE WOOOO WAOW-WAOW NEEEEE NAAAAAAW ...

En un Hospital es muy raro que pasen 5 minutos sin que haya algún tipo de emergencia así que Sexto no tuvo más remedio que separar su cuerpo, dejando evidente lo a gusto que había estado pegado al trasero de Amparo durante estos interminables minutos.

Ella se dio la vuelta y, aunque se esforzó xa que no sucediera, no pudo evitar llevar la mirada al miembro erecto, duro, inmenso que abultaba el pantalón del doctor.

En silencio, para si misma y sin poder apartar la mirada de su polla pensó:

- En algún momento serás mía.

Sexto se marchó y no volvieron a verse hasta el final de aquella jornada larga, intensa y dura en aquel despacho.

- "Es la hora, Amparo, lo damos por acabado... de momento" - dijo Sexto sin apartar sus ojos de los ojos de Amparo.
- "Si, doctor..." - ella no quería marcharse pero se dio la vuelta para cruzar la puerta.
- "A dónde vas tan rápido? Todavía no me has respondido..."
- "Disculpe, Doctor, no entiendo a qué se refiere" - dijo ella sabiendo perfectamente de qué hablaba Sexto.
- "La cena, Amparo, quedan pocos días... vendrás, verdad?. Se ha apuntado todo el equipo".
- "No he comentado nada en casa, ya sabe, la familia, los niños... no sé si debería".

Sexto se quedó callado unos segundos...

- "Vamos, te irá bien despejarte, llevamos meses muy duros en el Hospital... y, por favor, deja de llamarme de usted".

En ese momento se levantó de su silla, se acercó a Amparo y se quedó de pie frente a ella.

Amparo se esforzaba por no mirar pero el pantalón marcaba mucho más su enorme pene, que incomprensiblemente estaba todavía mucho más grande que cuando coincidieron en el pasillo.

Ella miraba sin querer, aunque en el fondo estaba deseando escudriñar y observar con todo detenimiento aquella forma masculina y poderosa que se marcaba en la ropa.

Entornó sus ojos, cerrándolos a medias, para comprobar que no estaba loca... se notaba perfectamente la forma, las líneas... incluso esa gran vena que parecía recorrer esa magnífica polla de principio a final.

- "Es posible que no lleve ropa interior? Se marca muchísimo - pensó Amparo.

Aquellos segundos parecían eternos, Amparo habría tenido tiempo suficiente para escribir un doctorado completo sobre aquella polla durísima y preciosa que se adivina bajo la ropa.

Él lo sabía, por eso permanecía inmóvil frente a ella. Sexto disfrutaba ver su mirada, su sonrisa medio oculta bajo la vergüenza, mientras la observaba meditando sobre aquello que tenía enfrente. Amparo estaba hipnotizada.

Él se acercó mucho más, cruzando cualquier límite. Volvió a coger su cintura pero no fue una presión inmóvil... sus fuertes manos recorrían la cintura de Amparo de un lado a otro.

Sexto estaba disfrutando, la tenía en sus manos y ahora comenzaba a poseerla poco a poco.

Y lo peor es que Amparo, sin darse cuenta, comenzaba a sentirse poseída por aquellas manos. Y era una sensación que, poco a poco, le llenaba de excitación.
Sigue porfa
 
En aquel momento ella ya había decidido que iría a la cena... lo que no sabía todavía era cómo se lo iba a decir a él, a su marido.

Amparo no acostumbraba a salir de cena (y mucho menos de fiesta) sola, así que debía tener una excusa muy buena para justificar que no quería perderse esa cena por nada del mundo.

- "Sí, irán todas las chicas, el turno completo" - explicó ella.
- "Y si van todas quien se queda esa noche en el Hospital?" - preguntó su marido mientras no quitaba los ojos del televisor.
- "Pepe, vaya preguntas haces... pues ya se apañará la jefa de sección"
- "y por qué no te quedas, y haces tú esa noche? Si es sábado te pagarán el plus" - añadió Pepe, con toda la razón del mundo.
- "Bueno, yo ya te he avisado... esa noche volveré un poco tarde" - concluyó Amparo.
- "Entendido" - zanjó Pepe.

Pasaron algunos días en los que Sexto y Amparo no coincidieron... y poco a poco se fue acercando la noche de la Cena de Navidad.

- "Rosa? Azul? Debería probar con el rojo" - pensaba Amparo mientras pasaba largas sesiones de vestuario frente al espejo de su habitación.

Después de buscar, rebuscar, probar y volver a probar, encontró al fondo del último armario algo que, probablemente, serviría.

Un vestido verde, lo suficientemente abierto y corto como para ser perfecto para una cena sin anclajes, correas ni prejuicios. Una sola pieza, mangas 3/4, con un escote generoso y una parte inferior bastante corta bajo un cinturón que pide ser desabrochado casi a la fuerza... y más con un par de copas de más.
 
Buen relato, con buena dosis de morbo. Esperando la continuación.
 
Buen comienzo. gracias por compartirlo.
 
Hola. Soy nuevo por aqui. Me encanta esta historia, muy real y detallada y eso que yo soy médico y trabajo en hospitales .
 
Al descubrir el vestido se dio bastante prisa por enfundarse dentro de él: un par de poses, unas cuantas miradas por aquí y por allá y, para acabar, tres fotos lanzadas al espejo para comprobar que, allá donde su mirada no llegaba, es decir, la espalda y el culo, quedaban tan espectaculares como la parte de delante.

La pena es que no haya ninguna prueba gráfica que demuestre lo preciosa y sexy que estaba Amparo con su vestido verde.

De cualquier manera ella estaba tan contenta con el resultado de sus fotos que sin dudarlo quiso pedir opinión (o mejor dicho aprobación) a su amiga Lola, compañera de profesión y de Hospital.

- "Lola, lo tengo, tía, qué te parece? Lo ves demasiado sexy?" - escribió Amparo en su móvil.

- "Creo que te has equivocado de chat" - contestaron desde un número que Amparo no tenía grabado - "Este es el chat del Hospital" - concluyó.

Su preciosa sonrisa se desvaneció por un momento, sus ojos clavaron la mirada en su iPhone buscando una explicación y su corazón empezó a latir más fuerte hasta el punto de notar, de repente, unas ligeras gotas de sudor cayendo por su frente.

- "Qué has hecho, Amparo?" - se preguntó a si misma.

Le dio tiempo de leer que alguien estaba escribiendo... era Ana, una de las enfermeras más veteranas. Al segundo, ya eran varias personas las que aparecían en línea, escribiendo, redactando respuestas a la resbaladiza foto que se había colado sin avisar en un chat en el que estaban agregados la práctica totalidad de médicos y enfermeros del Hospital.

- "Dios mío" - pensó Amparo - "Cómo se borra esto?".

A pesar de los nervios pudo reaccionar y pasados unos instantes ya había pulsado la opción de: "Eliminar para todos".

- "Cuánta gente habrá visto la foto?" - se preguntó - "Y lo que es peor, ¿cuántas capturas se habrán hecho de la foto"?.

Acto seguido, cuando fue consciente de que había podido solucionarlo, al menos de momento, se dejó caer sobre la cama, con el vestido puesto, el móvil en la mano izquierda y su mano derecha en la cabeza.

Amparo no sabía muy bien cuál era el motivo pero una vez cayó sobre el bandido edredón que cubría su cama, notó una sensación de nervios pero de calma, de vergüenza pero también de seguridad. Una sensación de alivio pero también de...

- "Excitación? Estoy excitada? No, no puede ser - se dijo a si misma.

Comenzó a repasar mentalmente en los contactos que había visto escribiendo en el momento de subir la foto... y sin querer se preguntó si Sexto era uno de ellos.

De repente, allí tumbada, con todo su cuerpo extendido, se dio cuenta de que su mano derecha ya no recogía su frente sino que había bajado hasta más allá de la cintura.

La excitación empezaba a ser evidente y, de repente...

- "Plinggg"

El sonido era inconfundible. Alguien le había escrito un WhatsApp. Y no era en el grupo del Hospital porque la gente escribía demasiado en él y lo tenía siempre en silencio.

Se llevó el móvil cerca del pecho y miró para saber quién le estaba escribiendo...
 
Es que si hago una sugerencia, se acaba el relato.
Porque yo soy poco del mundo de consentidor y de infidelidades y yo preferiría que no pasara de un tonteo y de excitarse y no cruzará líneas rojas.
Pero lo que parece claro es que algo va a pasar entre los dos
Parece claro, si... el doctor también lo tiene bastante claro 🤔
 
- "¿Entonces no piensas decirme quién eres?" - preguntó Amparo.
- "No, lo sabrás a su debido tiempo" - contestó el misterioso desconocido.

Amparo seguía desconcertada pero excitada, le seducía la idea de que alguien estuviera jugando con ella y también la idea de que su foto se hubiera colado de repente en los móviles de algún compañero de Hospital así que el calor que empezaba a invadir su cuerpo ya era tan evidente como comprensible.

Su mano acariciaba su vientre, seguía buscando el camino hacia lo más profundo de su cuerpo. Empezó a masajear suavemente su clítoris mientras su otra mano apretaba fuertemente el móvil, como si eso la atara a esa persona que sin darse cuenta permanecía en el lado más oscuro de su mente.

Se sentía sensual, sexy, poderosa. Sentía que por una vez, aunque solo fuera por su imaginación, tenía el control absoluto de lo que iba a pasar.
Los primeros gemidos, tímidos, comenzaban a salir de su boca. Sabía que no debía notarse demasiado, su marido seguía en el salón, como siempre, viendo la televisión.

A los pocos segundos Amparo adoptó la forma de diamante: boca arriba, con las plantas de los pies pegadas entre sí, las rodillas separadas... ahí fue plenamente consciente de que necesitaba seguir. Introdujo el primer dedo, luego otro y acabó por meter el tercero.

Entrar y salir era una sensación muy interesante pero rápidamente comenzó a apretar su clítoris con los dedos índice y pulgar. Estaba muy mojada y no podía dejar de repetir los movimientos... un dedo hacia un lado y otro dedo al lado contrario. Una y otra vez.
Sabía que de un momento a otro gritaría tan fuerte que su marido se daría cuenta de lo que estaba pasando así que intentó reprimir sus sonidos... pero no era capaz de controlarse.

El placer era cada vez más intenso, estaba a punto de correrse mientras sus dedos la penetraban con fuerza, el sudor caía por su cuello y cada vez las embestidas del índice, corazón y anular eran más fuertes.

Estaba a punto de llegar al orgasmo y, de repente, acercó su móvil, buscó rápidamente la foto de Sexto, mantuvo en ella su mirada y, x fin, se corrió brutalmente mientras le miraba.

Y esa fue la primera vez que se corrió con él pero la última vez que lo hizo a solas.
 
- "¿Entonces no piensas decirme quién eres?" - preguntó Amparo.
- "No, lo sabrás a su debido tiempo" - contestó el misterioso desconocido.

Amparo seguía desconcertada pero excitada, le seducía la idea de que alguien estuviera jugando con ella y también la idea de que su foto se hubiera colado de repente en los móviles de algún compañero de Hospital así que el calor que empezaba a invadir su cuerpo ya era tan evidente como comprensible.

Su mano acariciaba su vientre, seguía buscando el camino hacia lo más profundo de su cuerpo. Empezó a masajear suavemente su clítoris mientras su otra mano apretaba fuertemente el móvil, como si eso la atara a esa persona que sin darse cuenta permanecía en el lado más oscuro de su mente.

Se sentía sensual, sexy, poderosa. Sentía que por una vez, aunque solo fuera por su imaginación, tenía el control absoluto de lo que iba a pasar.
Los primeros gemidos, tímidos, comenzaban a salir de su boca. Sabía que no debía notarse demasiado, su marido seguía en el salón, como siempre, viendo la televisión.

A los pocos segundos Amparo adoptó la forma de diamante: boca arriba, con las plantas de los pies pegadas entre sí, las rodillas separadas... ahí fue plenamente consciente de que necesitaba seguir. Introdujo el primer dedo, luego otro y acabó por meter el tercero.

Entrar y salir era una sensación muy interesante pero rápidamente comenzó a apretar su clítoris con los dedos índice y pulgar. Estaba muy mojada y no podía dejar de repetir los movimientos... un dedo hacia un lado y otro dedo al lado contrario. Una y otra vez.
Sabía que de un momento a otro gritaría tan fuerte que su marido se daría cuenta de lo que estaba pasando así que intentó reprimir sus sonidos... pero no era capaz de controlarse.

El placer era cada vez más intenso, estaba a punto de correrse mientras sus dedos la penetraban con fuerza, el sudor caía por su cuello y cada vez las embestidas del índice, corazón y anular eran más fuertes.

Estaba a punto de llegar al orgasmo y, de repente, acercó su móvil, buscó rápidamente la foto de Sexto, mantuvo en ella su mirada y, x fin, se corrió brutalmente mientras le miraba.

Y esa fue la primera vez que se corrió con él pero la última vez que lo hizo a solas.
Brutal la historia, cómo me gustaría cruzarme algún día con una enfermera como Amparo en la vida real
 
A los pocos días Amparo, un poco más relajada, estaba sola en el cuarto de la lavandería. Había conseguido desconectar de todo y de todos y se centraba en recoger lo que le habían pedido desde Urgencias unos minutos antes.

En el Hospital nada había cambiado... Al menos de momento. Acababa de empezar su turno, era la primera vez que iba al trabajo después de lo sucedido y, aunque suponía que algunas personas habían visto la foto, también sabía que la borró relativamente rápido así que no debía preocuparse demasiado.

Al fin y al cabo, salvo el misterioso desconocido del WhatsApp, nadie más había dicho nada (al menos a ella).

De repente, pasado un buen rato, escuchó su voz:

-"Sí, Manuela, no se preocupe, está ya muchísimo mejor. Ahora solo es cuestión de paciencia... y de cuidarse un poco más, mujer, que está hecha usted una jovencita. Si yo tuviera 40 años más...".

- "Qué bonico eres. Nos vemos la semana que viene" - contestó Manuela, una anciana entrañable que visitaba más el Hospital que el Mercadona. Y no porque los médicos fueran más guapos que Fernando, el cajero, que todos los días le ponía ojitos y le explicaba con paciencia por qué le había devuelto tantos o tantos céntimos.

A Manuela le gustaba ir al Hospital porque Sexto le recordaba a uno de sus nietos, el favorito, el que siempre la visitaba y el que dormía con ella las siestas de los domingos.
Quizás, en el fondo, lo que quería Manuela era acostarse en el sofá con Sexto y por eso en ocasiones se quedaba embobada en la consulta mirándole de arriba a abajo mientras le importaba un comino si le recetaba esta o aquella pastilla.

Sexto salió de su consulta a los pocos segundos y allí vio a Amparo, plantada, de pie, en mitad del pasillo mirando fijamente hacia él.

- "Amparo! Cómo te va? No sabía que coincidíamos hoy" - dijo Sexto.

- "Eh... eh... yo... tampoco lo... sabía".

Sexto se acercó lentamente porque disfrutaba observando cómo Amparo se ruborizaba por momentos... estaba paralizada pero sus mejillas cogían color rápidamente hasta ponerse totalmente colorada. No apartaba la mirada de él y, sobre todo, hacía un increíble esfuerzo para no mirar más abajo.

Sexto llegó hasta ella. Amparo creía que volvería a cogerla de la cintura, rodeando suavemente su cuerpo, como las otras veces. Sin embargo, Sexto cambió su estrategia.

La cogió del brazo; más bien de la muñeca, fuerte. Muy fuerte. Parecía querer demostrar que ya casi la consideraba de su propiedad.
Hizo como que la soltaba pero volvió a coger más fuerte su muñeca y tiró de ella levemente hacia abajo.

Amparo no pudo evitar hacer el gesto y se agachó hasta cierta altura, medio curvada, hasta casi el estómago de Sexto.
Se ruborizó aún más, como si todavía quedarán resquicios en su rostro para parecerse a un tomate de esos que de tanto rojo, brillan.

- "Así estás a gusto, Amparo? Estás cómoda?" - preguntó él.

Amparo no pudo hacer más que sonreír de manera nerviosa... estaba deseando contestar pero no le salían las palabras.

Él tiró un poco más, para comprobar su reacción.

- "No se resiste" - pensó Sexto. Y eso le hizo sonreír.

Sin haberla soltado, se aseguró de que ella mirara hacia arriba y contemplara su preciosa sonrisa traviesa.

- "La noche de la Cena no te soltaré tan pronto, Amparo" - dijo Sexto.

Hizo un último tirón y eso llevó a Amparo a agacharse un poco más y a contemplar, más cerca que nunca, el miembro que se marcaba bajo el fino pantalón del doctor.

La silueta se veia tan definida, tan perfecta, que se moría de ganas por acercarse un poco más y tocarla. Casi era capaz de ver como todavía crecía un poquito más con el paso de los segundos.

El, sin parar de tirar del brazo de Amparo, sonreía y disfrutaba con la situación mirándola desee arriba. Era, por fin, la primera situación de sumisión entre ambos.

Por un instante Amparo llegó a fantasear con su polla. Estaba totalmente ida, imaginando por un instante qué sentiría siendo penetrada por esa polla... y lo imaginó todo muy rápido seguramente porque en su subconsciente ya lo tenía asimilado.

Sexto había pasado de sonreír a mostrar una cara de tensión, de dominación, y dio el último tirón hasta que Amparo tuvo que apoyar su otra mano en una de las piernas de Sexto. Casi consiguió arrodillarla pero bastante juego tuvo que hacer para conseguir que la preciosa mejilla de Amparo fuera a parar de bruces contra su polla.

Amparo reaccionó rápido, se apartó, se levantó y, muerta de la vergüenza, intentó darse la vuelta.
Sexto la cogió del otro brazo, la giró nuevamente e hizo que se pegara a él, casi tocandose las caras. Tan cerca que la bata azul de enfermera ya no podía evitar que Sexto sintiera los pechos sobre él.

Por primera vez consiguió verlos con claridad porque al girar a Amparo, la bata se había abierto hacia un lado y mostraba su piel sin filtros. No eran demasiado grandes pero eran preciosos, definidos, suaves.

Ninguno de los dos tenía intención de besar al otro, no. Lo que sí pasó fue que Sexto dio el tirón definitivo, el que llevó a que la mano derecha de Amparo, totalmente extendida, cogiera aquella deseada polla dura y preciosa y la sintiera tan cerca que podía notar las palpitaciones. Su polla estaba deseando correrse en su mano, en esa mano delgada y fina de Amparo.

Ella no dijo nada, simplemente acomodó la postura, apoyó su cabeza en el cuello de Sexto, introdujo su mano entre el pantalón y el calzoncillo, y comenzó a masturbarle mientras él gemía cerca del oído de Amparo, cosa que la excitaba mucho más y provocaba que la masturbación fuera más y más intensa.
 
A los pocos días Amparo, un poco más relajada, estaba sola en el cuarto de la lavandería. Había conseguido desconectar de todo y de todos y se centraba en recoger lo que le habían pedido desde Urgencias unos minutos antes.

En el Hospital nada había cambiado... Al menos de momento. Acababa de empezar su turno, era la primera vez que iba al trabajo después de lo sucedido y, aunque suponía que algunas personas habían visto la foto, también sabía que la borró relativamente rápido así que no debía preocuparse demasiado.

Al fin y al cabo, salvo el misterioso desconocido del WhatsApp, nadie más había dicho nada (al menos a ella).

De repente, pasado un buen rato, escuchó su voz:

-"Sí, Manuela, no se preocupe, está ya muchísimo mejor. Ahora solo es cuestión de paciencia... y de cuidarse un poco más, mujer, que está hecha usted una jovencita. Si yo tuviera 40 años más...".

- "Qué bonico eres. Nos vemos la semana que viene" - contestó Manuela, una anciana entrañable que visitaba más el Hospital que el Mercadona. Y no porque los médicos fueran más guapos que Fernando, el cajero, que todos los días le ponía ojitos y le explicaba con paciencia por qué le había devuelto tantos o tantos céntimos.

A Manuela le gustaba ir al Hospital porque Sexto le recordaba a uno de sus nietos, el favorito, el que siempre la visitaba y el que dormía con ella las siestas de los domingos.
Quizás, en el fondo, lo que quería Manuela era acostarse en el sofá con Sexto y por eso en ocasiones se quedaba embobada en la consulta mirándole de arriba a abajo mientras le importaba un comino si le recetaba esta o aquella pastilla.

Sexto salió de su consulta a los pocos segundos y allí vio a Amparo, plantada, de pie, en mitad del pasillo mirando fijamente hacia él.

- "Amparo! Cómo te va? No sabía que coincidíamos hoy" - dijo Sexto.

- "Eh... eh... yo... tampoco lo... sabía".

Sexto se acercó lentamente porque disfrutaba observando cómo Amparo se ruborizaba por momentos... estaba paralizada pero sus mejillas cogían color rápidamente hasta ponerse totalmente colorada. No apartaba la mirada de él y, sobre todo, hacía un increíble esfuerzo para no mirar más abajo.

Sexto llegó hasta ella. Amparo creía que volvería a cogerla de la cintura, rodeando suavemente su cuerpo, como las otras veces. Sin embargo, Sexto cambió su estrategia.

La cogió del brazo; más bien de la muñeca, fuerte. Muy fuerte. Parecía querer demostrar que ya casi la consideraba de su propiedad.
Hizo como que la soltaba pero volvió a coger más fuerte su muñeca y tiró de ella levemente hacia abajo.

Amparo no pudo evitar hacer el gesto y se agachó hasta cierta altura, medio curvada, hasta casi el estómago de Sexto.
Se ruborizó aún más, como si todavía quedarán resquicios en su rostro para parecerse a un tomate de esos que de tanto rojo, brillan.

- "Así estás a gusto, Amparo? Estás cómoda?" - preguntó él.

Amparo no pudo hacer más que sonreír de manera nerviosa... estaba deseando contestar pero no le salían las palabras.

Él tiró un poco más, para comprobar su reacción.

- "No se resiste" - pensó Sexto. Y eso le hizo sonreír.

Sin haberla soltado, se aseguró de que ella mirara hacia arriba y contemplara su preciosa sonrisa traviesa.

- "La noche de la Cena no te soltaré tan pronto, Amparo" - dijo Sexto.

Hizo un último tirón y eso llevó a Amparo a agacharse un poco más y a contemplar, más cerca que nunca, el miembro que se marcaba bajo el fino pantalón del doctor.

La silueta se veia tan definida, tan perfecta, que se moría de ganas por acercarse un poco más y tocarla. Casi era capaz de ver como todavía crecía un poquito más con el paso de los segundos.

El, sin parar de tirar del brazo de Amparo, sonreía y disfrutaba con la situación mirándola desee arriba. Era, por fin, la primera situación de sumisión entre ambos.

Por un instante Amparo llegó a fantasear con su polla. Estaba totalmente ida, imaginando por un instante qué sentiría siendo penetrada por esa polla... y lo imaginó todo muy rápido seguramente porque en su subconsciente ya lo tenía asimilado.

Sexto había pasado de sonreír a mostrar una cara de tensión, de dominación, y dio el último tirón hasta que Amparo tuvo que apoyar su otra mano en una de las piernas de Sexto. Casi consiguió arrodillarla pero bastante juego tuvo que hacer para conseguir que la preciosa mejilla de Amparo fuera a parar de bruces contra su polla.

Amparo reaccionó rápido, se apartó, se levantó y, muerta de la vergüenza, intentó darse la vuelta.
Sexto la cogió del otro brazo, la giró nuevamente e hizo que se pegara a él, casi tocandose las caras. Tan cerca que la bata azul de enfermera ya no podía evitar que Sexto sintiera los pechos sobre él.

Por primera vez consiguió verlos con claridad porque al girar a Amparo, la bata se había abierto hacia un lado y mostraba su piel sin filtros. No eran demasiado grandes pero eran preciosos, definidos, suaves.

Ninguno de los dos tenía intención de besar al otro, no. Lo que sí pasó fue que Sexto dio el tirón definitivo, el que llevó a que la mano derecha de Amparo, totalmente extendida, cogiera aquella deseada polla dura y preciosa y la sintiera tan cerca que podía notar las palpitaciones. Su polla estaba deseando correrse en su mano, en esa mano delgada y fina de Amparo.

Ella no dijo nada, simplemente acomodó la postura, apoyó su cabeza en el cuello de Sexto, introdujo su mano entre el pantalón y el calzoncillo, y comenzó a masturbarle mientras él gemía cerca del oído de Amparo, cosa que la excitaba mucho más y provocaba que la masturbación fuera más y más intensa.
Y bueno te había preguntado también si podrías hacer una descripción más completa de Amparo para que podamos hacernos una idea más detallada de ella todos los que leemos este relato . Muchas gracias
 
Ella no llegaba a tocar su polla, la tenía cogida a través del calzoncillo, cosa que excitaba aún más a ambos... Sexto todavía no había soltado la muñeca de Amparo, la sujetaba con todas sus fuerzas y eso solo significaba una cosa: Amparo recibía órdenes sin tener que escucharlas. Estaba absolutamente sometida al deseo de Sexto y eso, además, la excitaba muchísimo.
Habría sido muy difícil que alguien los descubriera justo en ese punto del pasillo, justo a esa hora.

Sexto no pudo reprimirse, estaba a punto de tener un orgasmo bestial. Aprovechó que Amparo se refugiaba en su cuello y lamió sin vergüenza el cuello de Amparo. Lo lamió varias veces hasta que pudo articular unas palabras:

- "Me muero de ganas por verte llegar a la cena con ese vestido verde".

Amparo aumentó la intensidad, empezó a sacudir la polla de Sexto como si fuera un animal. Estaba dura, enorme, gigantesca. Maciza como una roca.

Lo hacía a través del pantalón así que no podía sentir la piel del miembro erecto de Sexto pero podía notar el calor que despedía. Quemaba, ardía. Hasta que de repente la temperatura comenzó a cambiar por la salida de toda la leche que había acumulada.

Ensució su ropa interior, el pantalón y, por supuesto, la mano de Amparo, que quedó marcada para siempre con el olor del semen de Sexto.

En voz muy baja, al oído, y con la voz entrecortada le susurró a Amparo:

- "Ahora tendrás impregnado en tu piel para siempre mi semen, como una perra en celo que buscaba desesperadamente un macho".

Cogió la mano de Amparo, llena de leche, y se la puso en la cara para que ella pueda recordar para siempre ese olor.

Sexto volvió al cuello de Amparo, volvió a lamerlo y, tras un mordisco silencioso, le dijo:

- "Sssssh. No cuentes nada a nadie".

Y regresó a su consulta.
 
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