A79L80
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- 28 Ago 2023
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Algunos piensan que la Navidad es la mejor época para estar en familia. Otros creen que la mejor parte es la de reunirse con todos esos amigos y (des)conocidos a los que no ves desde hace... bueno, a los que no ves exactamente desde hace un año por estas mismas fechas.
Otros, pobrecitos, creen que la Navidad es esa parte del año en la que se consume, se compra y se come todo lo que no has tenido el valor de consumir, comprar o comer durante el resto del año entre otras cosas porque el sueldo no te da más que para llegar a final de mes durante los otros 11 meses del año.
Sin embargo, algunos, pocos y muy camuflados, saben que la Navidad es la época perfecta para desarrollar la mejor actividad de nuestras aburridas vidas: las famosas "Cenas de Empresa".
Esta historia comienza, precisamente, en Diciembre y tiene como protagonistas a dos insignificantes trabajadores de un sencillo hospital a las afueras de una ciudad cualquiera.
- ¿Doctor, necesita algo más? - preguntó Amparo.
- No, gracias, guapa, menos mal que estabas hoy en este turno, ha sido un día agotador... - respondió Sexto.
Sexto era, casualmente, el quinto hijo de un matrimonio que, a pesar de haber vivido juntos prácticamente toda su vida en un pequeño pueblo perdido de la provincia de Teruel, habían recibido una buena formación académica salvo en la rama de las Matemáticas.
No alcanzaba los treinta y tantos años, tenía cierto aspecto aniñado y su rostro, al 98 por ciento imberbe, hacía difícil adivinar a cualquiera que en realidad se trataba de un reputado doctor con una trayectoria meteórica en la Medicina Moderna.
Esa misma conversación entre ambos ya se había repetido varias veces pero no tantas como para considerarla una tradición.
Amparo, una enfermera mucho más cercana a los 50 que a sus añorados 20, llevaba poco en el turno. Se conocía el hospital de la A a la Z pero no haber coincidido nunca en el mismo turno le había hecho pasar por alto la presencia de Sexto a quien a veces se cruzaba por los pasillos, corriendo, como si su vida (o la de otros) dependiera de cuanto tardaría en cruzar el ala norte del hospital.
En su mente, ese chaval que siempre iba con tanta prisa, debía ser alguien de mantenimiento, de seguridad... o simplemente el típico paciente que merodea por los centros de salud cuando no tiene vida, relato ni mejores cosas que hacer.
Un mes antes, Amparo, mi mujer, estando en casa, recibió una llamada que cambiaría para siempre nuestras vidas:
- Paco, dime ... si, si, lo sé, es mi última semana... ah, que me necesitáis para otra sustitución? Si, claro, claro... muchas gracias, el lunes estaré allí.
Ese mismo lunes de Noviembre Amparo se estrenó, por fin, en Urgencias Nocturnas.
Allí le presentaron al doctor Sexto Gozalbo Uriarte, turolense pero de ascendencia vasca... y a pesar de ser muy Vasco y muy del Norte, seguía sin aparecer ni rastro de la barba que nunca le iba a crecer sobre esa piel casi intacta y blanca. Seguramente, lo de intacta y blanca venía porque en lugar de salir de fiesta y disfrutar su juventud, había pasado miles de horas en su habitación, bueno, mejor dicho en la habitación que él ocupaba en la casa de sus padres que eran quienes le costeaban los estudios. Su madre, Aurora, tenía a veces conflictos internos... como todas las madres devotas y sacrificadas:
- Nene, tus amigos celebran el final del curso, no piensas ir con ellos un rato? - exclamó Aurora.
- No, mamá, en unos días son los finales... tú me dijiste que las cosas buenas requieren grandes sacrificios - respondió Sexto.
Aurora se quedó pensando... -Este hijo mío acabará siendo tan rarito como extraordinario...
Y así es como Sexto perdió su juventud. Rosa, la chica de su pueblo que una vez se atrevió a pedirle una cita en el cine local, se hizo lesbiana. No le hizo falta mucha más motivación.
Sexto, que a la fuerza se convirtió en un joven retraído, hacia mucho deporte. Salía a correr, recorría kilómetros en subida con la bici e incluso jugaba al frontón en la pared trasera de la casa familiar. Cualquier deporte de uno le valía. Y no era el único hobby solitario que tenía.
La falta de vida social le había empujado a practicar el amor propio, o lo que es lo mismo, a suplir las necesidades emocionales con pajas diarias a costa de las revistas de su madre. Revistas que, por cierto, marcaba con una pequeña mueca en aquellas páginas en las que alguna atractiva mujer le hacia empalmarse rápidamente.
Al principio su madre no entendía quién doblaba sus revistas. Cuando Sexto iba a cumplir los veintimuchos, cayó en la cuenta.
- Hijo, te acuerdas de Manoli? La hija de Gustava y Fernando. Se va a casar... qué buena pareja hubierais hecho los dos...
- Vale, mamá, cuelgo. Tengo que prepararme, hoy es mi segundo día en el Hospital y no quiero llegar tarde...
Aurora sabía que Sexto no volvería al pueblo, había empezado en un Hospital y parecía entusiasmado pero aun así, era incapaz de quitarse ese blanco inmaculado del rostro. El rostro sin rastro de barba.
Volviendo a Diciembre, y por primera vez desde que comenzaron a coincidir juntos, la conversación entre Sexto y Amparo fue, esta vez, un poco más tensa.
- "Sí, Doctor... ha sido una noche muy intensa..." - dijo Amparo provocando un silencio bastante largo mientras él, Sexto la miraba sin reparos desde su silla.
Sexto llevaba toda la noche repitiendo en su cabeza el roce que se había producido en aquel pasillo estrecho del hospital unas horas atrás...
Él salía de la consulta y se dirigía al comedor. Ella empujaba un carrito de material médico...
Otros, pobrecitos, creen que la Navidad es esa parte del año en la que se consume, se compra y se come todo lo que no has tenido el valor de consumir, comprar o comer durante el resto del año entre otras cosas porque el sueldo no te da más que para llegar a final de mes durante los otros 11 meses del año.
Sin embargo, algunos, pocos y muy camuflados, saben que la Navidad es la época perfecta para desarrollar la mejor actividad de nuestras aburridas vidas: las famosas "Cenas de Empresa".
Esta historia comienza, precisamente, en Diciembre y tiene como protagonistas a dos insignificantes trabajadores de un sencillo hospital a las afueras de una ciudad cualquiera.
- ¿Doctor, necesita algo más? - preguntó Amparo.
- No, gracias, guapa, menos mal que estabas hoy en este turno, ha sido un día agotador... - respondió Sexto.
Sexto era, casualmente, el quinto hijo de un matrimonio que, a pesar de haber vivido juntos prácticamente toda su vida en un pequeño pueblo perdido de la provincia de Teruel, habían recibido una buena formación académica salvo en la rama de las Matemáticas.
No alcanzaba los treinta y tantos años, tenía cierto aspecto aniñado y su rostro, al 98 por ciento imberbe, hacía difícil adivinar a cualquiera que en realidad se trataba de un reputado doctor con una trayectoria meteórica en la Medicina Moderna.
Esa misma conversación entre ambos ya se había repetido varias veces pero no tantas como para considerarla una tradición.
Amparo, una enfermera mucho más cercana a los 50 que a sus añorados 20, llevaba poco en el turno. Se conocía el hospital de la A a la Z pero no haber coincidido nunca en el mismo turno le había hecho pasar por alto la presencia de Sexto a quien a veces se cruzaba por los pasillos, corriendo, como si su vida (o la de otros) dependiera de cuanto tardaría en cruzar el ala norte del hospital.
En su mente, ese chaval que siempre iba con tanta prisa, debía ser alguien de mantenimiento, de seguridad... o simplemente el típico paciente que merodea por los centros de salud cuando no tiene vida, relato ni mejores cosas que hacer.
Un mes antes, Amparo, mi mujer, estando en casa, recibió una llamada que cambiaría para siempre nuestras vidas:
- Paco, dime ... si, si, lo sé, es mi última semana... ah, que me necesitáis para otra sustitución? Si, claro, claro... muchas gracias, el lunes estaré allí.
Ese mismo lunes de Noviembre Amparo se estrenó, por fin, en Urgencias Nocturnas.
Allí le presentaron al doctor Sexto Gozalbo Uriarte, turolense pero de ascendencia vasca... y a pesar de ser muy Vasco y muy del Norte, seguía sin aparecer ni rastro de la barba que nunca le iba a crecer sobre esa piel casi intacta y blanca. Seguramente, lo de intacta y blanca venía porque en lugar de salir de fiesta y disfrutar su juventud, había pasado miles de horas en su habitación, bueno, mejor dicho en la habitación que él ocupaba en la casa de sus padres que eran quienes le costeaban los estudios. Su madre, Aurora, tenía a veces conflictos internos... como todas las madres devotas y sacrificadas:
- Nene, tus amigos celebran el final del curso, no piensas ir con ellos un rato? - exclamó Aurora.
- No, mamá, en unos días son los finales... tú me dijiste que las cosas buenas requieren grandes sacrificios - respondió Sexto.
Aurora se quedó pensando... -Este hijo mío acabará siendo tan rarito como extraordinario...
Y así es como Sexto perdió su juventud. Rosa, la chica de su pueblo que una vez se atrevió a pedirle una cita en el cine local, se hizo lesbiana. No le hizo falta mucha más motivación.
Sexto, que a la fuerza se convirtió en un joven retraído, hacia mucho deporte. Salía a correr, recorría kilómetros en subida con la bici e incluso jugaba al frontón en la pared trasera de la casa familiar. Cualquier deporte de uno le valía. Y no era el único hobby solitario que tenía.
La falta de vida social le había empujado a practicar el amor propio, o lo que es lo mismo, a suplir las necesidades emocionales con pajas diarias a costa de las revistas de su madre. Revistas que, por cierto, marcaba con una pequeña mueca en aquellas páginas en las que alguna atractiva mujer le hacia empalmarse rápidamente.
Al principio su madre no entendía quién doblaba sus revistas. Cuando Sexto iba a cumplir los veintimuchos, cayó en la cuenta.
- Hijo, te acuerdas de Manoli? La hija de Gustava y Fernando. Se va a casar... qué buena pareja hubierais hecho los dos...
- Vale, mamá, cuelgo. Tengo que prepararme, hoy es mi segundo día en el Hospital y no quiero llegar tarde...
Aurora sabía que Sexto no volvería al pueblo, había empezado en un Hospital y parecía entusiasmado pero aun así, era incapaz de quitarse ese blanco inmaculado del rostro. El rostro sin rastro de barba.
Volviendo a Diciembre, y por primera vez desde que comenzaron a coincidir juntos, la conversación entre Sexto y Amparo fue, esta vez, un poco más tensa.
- "Sí, Doctor... ha sido una noche muy intensa..." - dijo Amparo provocando un silencio bastante largo mientras él, Sexto la miraba sin reparos desde su silla.
Sexto llevaba toda la noche repitiendo en su cabeza el roce que se había producido en aquel pasillo estrecho del hospital unas horas atrás...
Él salía de la consulta y se dirigía al comedor. Ella empujaba un carrito de material médico...