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Cuando la ira domina
En el pecho del arrogante, la ira se agiganta,
Cree que su superioridad le otorga un cetro y manta.
En su orgullo, se enaltece sobre los demás,
Mas la ira que lo consume, no lo dejará en paz.
La ira del soberbio es un eco de su propia inseguridad,
Un velo que oculta sus miedos, su fragilidad.
A través de su desprecio y su mirada altiva,
Revela las fisuras en su fachada, su verdad subjetiva.
Pero en su ira, también hay un mensaje,
Una llamada de atención, un grito de coraje.
La chispa que enciende, a veces, la revolución,
Cuando los oprimidos desafiaban su opresión.
La ira del que se siente superior,
Es un espejo que refleja su temor.
Pues en la lucha de egos y desplantes vacíos,
A veces, encontramos la verdad entre tanto rocío.
Así que, aunque la ira del arrogante sea ciega,
En su reflejo, podemos ver su propia entrega.
Un recordatorio de que la verdadera grandeza,
No se encuentra en la superioridad, sino en la humildad y la fortaleza.
Solo queda la compasión
En el corazón del afligido, la compasión se cierne,
Ante la ira del soberbio, es un faro que nunca se pierde.
En su dolor, en su lucha silenciosa y constante,
La compasión es su respuesta, su acto resonante.
La ira del que se siente superior, ¿acaso no duele?
El orgullo, como una coraza, su ser encierra y repele.
Pero el compasivo, en lugar de venganza y rencor,
extiende la mano y busca la paz con ardor.
La compasión no justifica la agresión o el menosprecio,
sino que emana del entendimiento y del aprecio.
Es el puente que conecta al herido y al heridor,
Para sanar heridas, buscar la paz y el amor.
En la compasión, no hay espacio para la superioridad,
sino un deseo sincero de unidad y solidaridad.
La empatia que nos recuerda que todos somos humanos,
y que en la comprensión mutua, encontramos más hermanos.
Así que, en respuesta a la ira del que se siente superior,
ofrecimos la compasión como un faro, como un fulgor.
Un recordatorio de que, en medio de la tormenta,
La compasión es la semilla de la paz que se alimenta.
Cuando la ira domina
En el pecho del arrogante, la ira se agiganta,
Cree que su superioridad le otorga un cetro y manta.
En su orgullo, se enaltece sobre los demás,
Mas la ira que lo consume, no lo dejará en paz.
La ira del soberbio es un eco de su propia inseguridad,
Un velo que oculta sus miedos, su fragilidad.
A través de su desprecio y su mirada altiva,
Revela las fisuras en su fachada, su verdad subjetiva.
Pero en su ira, también hay un mensaje,
Una llamada de atención, un grito de coraje.
La chispa que enciende, a veces, la revolución,
Cuando los oprimidos desafiaban su opresión.
La ira del que se siente superior,
Es un espejo que refleja su temor.
Pues en la lucha de egos y desplantes vacíos,
A veces, encontramos la verdad entre tanto rocío.
Así que, aunque la ira del arrogante sea ciega,
En su reflejo, podemos ver su propia entrega.
Un recordatorio de que la verdadera grandeza,
No se encuentra en la superioridad, sino en la humildad y la fortaleza.
Solo queda la compasión
En el corazón del afligido, la compasión se cierne,
Ante la ira del soberbio, es un faro que nunca se pierde.
En su dolor, en su lucha silenciosa y constante,
La compasión es su respuesta, su acto resonante.
La ira del que se siente superior, ¿acaso no duele?
El orgullo, como una coraza, su ser encierra y repele.
Pero el compasivo, en lugar de venganza y rencor,
extiende la mano y busca la paz con ardor.
La compasión no justifica la agresión o el menosprecio,
sino que emana del entendimiento y del aprecio.
Es el puente que conecta al herido y al heridor,
Para sanar heridas, buscar la paz y el amor.
En la compasión, no hay espacio para la superioridad,
sino un deseo sincero de unidad y solidaridad.
La empatia que nos recuerda que todos somos humanos,
y que en la comprensión mutua, encontramos más hermanos.
Así que, en respuesta a la ira del que se siente superior,
ofrecimos la compasión como un faro, como un fulgor.
Un recordatorio de que, en medio de la tormenta,
La compasión es la semilla de la paz que se alimenta.