joselitoelgallo
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Capítulo 1: Introducción:
Me llamo Carlos, tengo 39 años y os voy a explicar una historia que tuvo lugar cuando empecé en mi nuevo trabajo en junio de 2019. Nuevo trabajo y nueva ciudad. Mis padres empezaban a estar mayores y consideré que me tocaba volver a vivir cerca de ellos, después de estar viviendo casi 15 años en Valencia, así que regresé a Málaga. Amparo, mi mujer, como valenciana de pura cepa al principio le costó tener que marcharse de su ciudad, pero, al menos como prueba, aceptó el cambio, que al principio no. Fue fácil para ella. En Málaga yo conservaba algunos amigos de mi infancia, pero ella no conocía a nadie más que a mis primos y sus esposas, con quienes tampoco se puede decir que mantuviéramos una relación muy fluida.
Yo empecé a trabajar en una asesoría jurídica en el centro. Mi jefa, Pamela, tenía mi edad y su padre la había dejado a cargo de la empresa hacía tres años. Era muy seria, eficiente y muy profesional. Como compañeros de tenía a dos chicos: Pepe y Mario, y una chica, Vanesa, los tres eran más jóvenes que yo, rondaban la treintena. Me entendí muy bien con ellos desde el primer día, a pesar de que Pepe era un poco geta. Pero en la oficina se comportaban bien. Sin embargo, el primer día, salimos los cuatro trabajadores a tomarnos unas cañas “after-work” y Pepe, que no se cortó pidiendo comida, casi me ordenó que pagase la cuenta, que yo ya pensaba pagar, como novato, pero su actitud me molestó.
Fueron pasando los días y cada uno se fue situando en la oficina en su rol. Pamela, era una especie de diosa inaccesible que trataba con los principales clientes; Vanesa, la recepcionista, se pasaba el día esquivando las indirectas y bromas sexuales de Mario, aunque tampoco las frenaba; y Pepe, puede que el menos trabajador del grupo, se pasaba gran parte de la mañana enganchado a sus redes sociales, mientras yo me tenía que cargar con parte de su trabajo. Pero, la verdad, no me importaba. Mi trabajo me gusta y el ambiente de trabajo era bueno.
En el mes de julio, una vez se terminó la campaña del IRPF y otros impuestos, Pamela nos concedió libres las tardes de los jueves y los viernes. Así que empecé a poder ir a la playa con mi mujer, que, sola y aburrida, ya se las empezaba a conocer todas. Nuestra rutina era que ella se iba con su moto a una playa y yo me unía a ella, con mi moto cuando salía del trabajo. El primer jueves, me llevé la ropa de la playa en una mochila y me cambié en el baño de la oficina. Al salir, Pepe me dijo:
- ¿Anda, vaya pinta? ¿Dónde vas?
- Con mi mujer, a la playa.
- ¿A cuál vais? A una de Mijas.
- ¿A Playamarina?
- No sé cuál es.
- Una nudista- intervino Mario riendo.
- No, no…- aclaré- a la playa del Faro.
- Ah, muy bonita y muy tranquila- opinó Pepe.
Y me fui corriendo. Al ser una playa relativamente alejada, había muy poca gente. Amparo había traído una nevera de playa con bocatas de pan de molde y un montón de cervezas. Estaban de oferta en el súper, se justificó.
No me cansaba de mirar a mi mujer, que, a sus 35 años estaba espléndida. Debo reconocer que tenía un cuerpo de impacto y en la playa, me encantaba verla hacer topless. Sus pechos, sin ser gigantescos sí que eran bastante grandes, pero lo mejor es que seguían manteniendo muy firmes, como cuando la conocí con veintipocos. No había pasado por ningún embarazo, comía siempre moderadamente y practicaba el deporte justo como para dejarle una figura que en la playa nadie podía dejar de admirar, especialmente los hombres. Al principio me molestaban las miradas llenas de lascivia de otros hombres, pero pronto empecé a estar orgulloso de estar casado con una mujer tan atractiva, tan deseable, tan totalmente follable: y que era mía.
Pero aquel día en la playa tuve una sorpresa.
- Hombre, Carlitos, ¡qué casualidad! Y qué alegría.
Me incorporé y me chocó ver a Pepe y a Mario. Cómo que qué casualidad, pensé, si ya sabían que veníamos aquí. La verdad es que su presencia me molestó. Me incomodaba que conocieran a mi mujer que, sin embargo, se puso en pie de un salto, lo que provocó que sus tetas bambolearan ante las babosas miradas de mis compañeros de trabajo.
- ¿Quién es este pivón, Carlitos? ¿No nos vas a presentar?- intervino Mario.
- Soy Amparo, su mujer.
- Anda, Carlitos, qué cabrón, no nos habías dicho que tu parienta estaba a asó de cañón- respondió Pepe.
- Muy calladito se lo tenía el figura- remató Mario.
Para mi sorpresa, Amparo les invitó a sentarse con nosotros:
- Los bocadillos nos los hemos terminado, pero cervezas tenemos un montón, servíos.
En aquel momento, Mario y Pepe se despojaron de su ropa de calle. Pepe llevaba un bañador tipo pantaloncito, realmente discreto; pero Mario iba en calzoncillos. Y éstos no disimulaban lo enorme de su rabo que, aún dormido, podía llegar fácilmente a los 15cm, es decir, lo mismo que el mío erecto. No pude evitar descubrir como mi mujer le echaba una fugaz mirada y ponía los ojos como platos. Pero lo que más me incomodó fue que mientras Pepe se había estirado a mi lado, Mario se había estirado al lado de mi mujer y, encima, los dos charlaban animadamente, entre risas y cervezas.
Ya me empecé a poner nervioso cuando Mario sugirió que fuéramos al agua. Yo de inmediato dije que no, esperando que con ello, Amparo se quedaría conmigo, pero para mi sorpresa, aceptó. Pepe también se apuntó. Yo, cabreado, me negué a entrar en el agua, pero no les quité los ojos de encima. Sí que estuve a punto de entrar cuando, unos chicos que estaban jugando con un balón de voleibol, lo tiraron hacia donde estaban Amparo, Mario y Pepe. El balón lo cogió Pepe, pero lejos de devolvérselo a los chicos, se lo pasó a Amparo y, después, gritó:
- Mario, ¡quítale el balón! Amparo, ¡pásamelo!
Amparo obedeció, pero no pudo evitar que Mario se lanzase sobre ella, claramente a destiempo, lo que aprovechó para sobarle sus preciosas tetas. Los dos salieron del agua y Amparo se limitó a separarse de un empujón entre risas. Pepe devolvió el balón a sus dueños y Amparo se dispuso a salir del agua. Yo la esperaba en la orilla de pie, cabreadísimo.
- ¿Ese tío te ha sobado las tetas?
- No seas tonto, Carlos, joder. Estábamos jugando y se ha caído encima de mí. No pasa nada. Si son muy simpáticos. No me lo habías dicho.
Poco después salieron del agua, Pepe y Mario. La salida de Mario fue realmente épica, lo debo reconocer. Su cuerpo era atlético y los calzoncillos, pegados a su polla, que había tenido la malicia de ponerse de lado, provocaron que se girase media playa y que mi mujer no supiera disimular que se había quedado prácticamente hipnotizada mirándola. Algo que, sin duda, Mario captó.
Mi cabreo ya empezó a ser monumental cuando Pepe se fue a hablar con unos chicos que había detrás nuestro y les pidió las palas para jugar al tenis-playa. Cuando regresó, retó a mi mujer que, incomprensiblemente inocente, aceptó jugar. Evidentemente, fue un espectáculo verla jugar. Hasta los chicos de detrás nuestro se levantaron para ver las evoluciones tenísticas de mi esposa, cuyas tetorras bamboleaban de un lado al otro, haciendo babear a cuantos hombres había por el lugar. Ella parecía ajena a las miradas y se lo estaba pasando en grande. Mientras tanto, Mario, me sonreía desafiante, mientras se acariciaba el paquete. Estuve a punto de saltarle a la yugular. Pero precisamente en ese momento, en una de las jugadas, Amparo cayó al suelo, revolcándose en la arena, quedando como un cachopo. Con las manos empezó a quitarse la arena, también de los pechos. Mientras, entre risas, le empezó a quitar la arena por la espalda y, como no, del culo. Me sorprendió que Amparo no protestase. Mi mujer se había quedado como distraída mirando a Mario. Me levanté y le dije a Pepe que me tocaba jugar a mí. Al llegar a la altura de mi mujer, le cogí la pala y ella se metió en el agua. Me giré hacia la arena y vi lo que se había quedado observando: Mario había separado sus piernas y había dejado uno de sus huevos fuera del bañador. Su tamaño era extraordinario.
Con mi mujer ya en el agua, Pepe me dijo:
- Va, yo también estoy cansado de las palas- y me dio la suya. Me quedé mirándolo con cara de tonto mientras se metía en el agua detrás de mi mujer y, corriendo, saltaba tras ella para hacerle una ahogadilla.
Uno de los chicos del grupo de detrás nuestro se acercó a mí y me dijo que si quería jugar con él. Embobado por la escena acuática, en la que Pepe y mi mujer se revolcaban entre las olas, le devolví las palas al chaval y me quedé de pie mirándolos. Segundos después, los dos salían riendo del agua. Amparo pasó por mi lado, sin apenas mirarme, bromeando con Pepe:
- Claro, por que me has atacado desprevenida… Ya verás si te pillo yo despistado quien se va a reír…- y se volvió a estirar al lado de Mario, que no perdió detalle del cuerpo de mi esposa.
Pepe me ofreció otra lata de cerveza:
- Joder, Carlitos, no me lo pasaba tan bien en la playa desde hacía siglos. Tu mujer es muy maja. ¿Por qué la has tenido tanto tiempo escondida? Venga. Tío, anímate, que te veo muy depre. ¿No ves cómo se lo está pasando Amparo?
Le pegué un buen buche a la cerveza y me senté al lado de mi mujer, que se incorporó para beber de mi lata:
- Qué compis más simpáticos que tienes, cariño.
- ¿Te lo estás pasando bien?
- ¿No lo ves? Joder, no te ofendas, pero estaba harta de estar siempre sola o con tus padres, que son muy majos, eh. Pero es que me estaba aburriendo un poco aquí en Málaga.
¿Y si me estaba yo comiendo la olla por algo que realmente no estaba pasando? ¿Y si me habían entrado unos injustificables celos simplemente porque Pepe y Mario no me caían bien? ¿Y si los había prejuzgado y, en realidad, eran dos tipos majos?
Me llamo Carlos, tengo 39 años y os voy a explicar una historia que tuvo lugar cuando empecé en mi nuevo trabajo en junio de 2019. Nuevo trabajo y nueva ciudad. Mis padres empezaban a estar mayores y consideré que me tocaba volver a vivir cerca de ellos, después de estar viviendo casi 15 años en Valencia, así que regresé a Málaga. Amparo, mi mujer, como valenciana de pura cepa al principio le costó tener que marcharse de su ciudad, pero, al menos como prueba, aceptó el cambio, que al principio no. Fue fácil para ella. En Málaga yo conservaba algunos amigos de mi infancia, pero ella no conocía a nadie más que a mis primos y sus esposas, con quienes tampoco se puede decir que mantuviéramos una relación muy fluida.
Yo empecé a trabajar en una asesoría jurídica en el centro. Mi jefa, Pamela, tenía mi edad y su padre la había dejado a cargo de la empresa hacía tres años. Era muy seria, eficiente y muy profesional. Como compañeros de tenía a dos chicos: Pepe y Mario, y una chica, Vanesa, los tres eran más jóvenes que yo, rondaban la treintena. Me entendí muy bien con ellos desde el primer día, a pesar de que Pepe era un poco geta. Pero en la oficina se comportaban bien. Sin embargo, el primer día, salimos los cuatro trabajadores a tomarnos unas cañas “after-work” y Pepe, que no se cortó pidiendo comida, casi me ordenó que pagase la cuenta, que yo ya pensaba pagar, como novato, pero su actitud me molestó.
Fueron pasando los días y cada uno se fue situando en la oficina en su rol. Pamela, era una especie de diosa inaccesible que trataba con los principales clientes; Vanesa, la recepcionista, se pasaba el día esquivando las indirectas y bromas sexuales de Mario, aunque tampoco las frenaba; y Pepe, puede que el menos trabajador del grupo, se pasaba gran parte de la mañana enganchado a sus redes sociales, mientras yo me tenía que cargar con parte de su trabajo. Pero, la verdad, no me importaba. Mi trabajo me gusta y el ambiente de trabajo era bueno.
En el mes de julio, una vez se terminó la campaña del IRPF y otros impuestos, Pamela nos concedió libres las tardes de los jueves y los viernes. Así que empecé a poder ir a la playa con mi mujer, que, sola y aburrida, ya se las empezaba a conocer todas. Nuestra rutina era que ella se iba con su moto a una playa y yo me unía a ella, con mi moto cuando salía del trabajo. El primer jueves, me llevé la ropa de la playa en una mochila y me cambié en el baño de la oficina. Al salir, Pepe me dijo:
- ¿Anda, vaya pinta? ¿Dónde vas?
- Con mi mujer, a la playa.
- ¿A cuál vais? A una de Mijas.
- ¿A Playamarina?
- No sé cuál es.
- Una nudista- intervino Mario riendo.
- No, no…- aclaré- a la playa del Faro.
- Ah, muy bonita y muy tranquila- opinó Pepe.
Y me fui corriendo. Al ser una playa relativamente alejada, había muy poca gente. Amparo había traído una nevera de playa con bocatas de pan de molde y un montón de cervezas. Estaban de oferta en el súper, se justificó.
No me cansaba de mirar a mi mujer, que, a sus 35 años estaba espléndida. Debo reconocer que tenía un cuerpo de impacto y en la playa, me encantaba verla hacer topless. Sus pechos, sin ser gigantescos sí que eran bastante grandes, pero lo mejor es que seguían manteniendo muy firmes, como cuando la conocí con veintipocos. No había pasado por ningún embarazo, comía siempre moderadamente y practicaba el deporte justo como para dejarle una figura que en la playa nadie podía dejar de admirar, especialmente los hombres. Al principio me molestaban las miradas llenas de lascivia de otros hombres, pero pronto empecé a estar orgulloso de estar casado con una mujer tan atractiva, tan deseable, tan totalmente follable: y que era mía.
Pero aquel día en la playa tuve una sorpresa.
- Hombre, Carlitos, ¡qué casualidad! Y qué alegría.
Me incorporé y me chocó ver a Pepe y a Mario. Cómo que qué casualidad, pensé, si ya sabían que veníamos aquí. La verdad es que su presencia me molestó. Me incomodaba que conocieran a mi mujer que, sin embargo, se puso en pie de un salto, lo que provocó que sus tetas bambolearan ante las babosas miradas de mis compañeros de trabajo.
- ¿Quién es este pivón, Carlitos? ¿No nos vas a presentar?- intervino Mario.
- Soy Amparo, su mujer.
- Anda, Carlitos, qué cabrón, no nos habías dicho que tu parienta estaba a asó de cañón- respondió Pepe.
- Muy calladito se lo tenía el figura- remató Mario.
Para mi sorpresa, Amparo les invitó a sentarse con nosotros:
- Los bocadillos nos los hemos terminado, pero cervezas tenemos un montón, servíos.
En aquel momento, Mario y Pepe se despojaron de su ropa de calle. Pepe llevaba un bañador tipo pantaloncito, realmente discreto; pero Mario iba en calzoncillos. Y éstos no disimulaban lo enorme de su rabo que, aún dormido, podía llegar fácilmente a los 15cm, es decir, lo mismo que el mío erecto. No pude evitar descubrir como mi mujer le echaba una fugaz mirada y ponía los ojos como platos. Pero lo que más me incomodó fue que mientras Pepe se había estirado a mi lado, Mario se había estirado al lado de mi mujer y, encima, los dos charlaban animadamente, entre risas y cervezas.
Ya me empecé a poner nervioso cuando Mario sugirió que fuéramos al agua. Yo de inmediato dije que no, esperando que con ello, Amparo se quedaría conmigo, pero para mi sorpresa, aceptó. Pepe también se apuntó. Yo, cabreado, me negué a entrar en el agua, pero no les quité los ojos de encima. Sí que estuve a punto de entrar cuando, unos chicos que estaban jugando con un balón de voleibol, lo tiraron hacia donde estaban Amparo, Mario y Pepe. El balón lo cogió Pepe, pero lejos de devolvérselo a los chicos, se lo pasó a Amparo y, después, gritó:
- Mario, ¡quítale el balón! Amparo, ¡pásamelo!
Amparo obedeció, pero no pudo evitar que Mario se lanzase sobre ella, claramente a destiempo, lo que aprovechó para sobarle sus preciosas tetas. Los dos salieron del agua y Amparo se limitó a separarse de un empujón entre risas. Pepe devolvió el balón a sus dueños y Amparo se dispuso a salir del agua. Yo la esperaba en la orilla de pie, cabreadísimo.
- ¿Ese tío te ha sobado las tetas?
- No seas tonto, Carlos, joder. Estábamos jugando y se ha caído encima de mí. No pasa nada. Si son muy simpáticos. No me lo habías dicho.
Poco después salieron del agua, Pepe y Mario. La salida de Mario fue realmente épica, lo debo reconocer. Su cuerpo era atlético y los calzoncillos, pegados a su polla, que había tenido la malicia de ponerse de lado, provocaron que se girase media playa y que mi mujer no supiera disimular que se había quedado prácticamente hipnotizada mirándola. Algo que, sin duda, Mario captó.
Mi cabreo ya empezó a ser monumental cuando Pepe se fue a hablar con unos chicos que había detrás nuestro y les pidió las palas para jugar al tenis-playa. Cuando regresó, retó a mi mujer que, incomprensiblemente inocente, aceptó jugar. Evidentemente, fue un espectáculo verla jugar. Hasta los chicos de detrás nuestro se levantaron para ver las evoluciones tenísticas de mi esposa, cuyas tetorras bamboleaban de un lado al otro, haciendo babear a cuantos hombres había por el lugar. Ella parecía ajena a las miradas y se lo estaba pasando en grande. Mientras tanto, Mario, me sonreía desafiante, mientras se acariciaba el paquete. Estuve a punto de saltarle a la yugular. Pero precisamente en ese momento, en una de las jugadas, Amparo cayó al suelo, revolcándose en la arena, quedando como un cachopo. Con las manos empezó a quitarse la arena, también de los pechos. Mientras, entre risas, le empezó a quitar la arena por la espalda y, como no, del culo. Me sorprendió que Amparo no protestase. Mi mujer se había quedado como distraída mirando a Mario. Me levanté y le dije a Pepe que me tocaba jugar a mí. Al llegar a la altura de mi mujer, le cogí la pala y ella se metió en el agua. Me giré hacia la arena y vi lo que se había quedado observando: Mario había separado sus piernas y había dejado uno de sus huevos fuera del bañador. Su tamaño era extraordinario.
Con mi mujer ya en el agua, Pepe me dijo:
- Va, yo también estoy cansado de las palas- y me dio la suya. Me quedé mirándolo con cara de tonto mientras se metía en el agua detrás de mi mujer y, corriendo, saltaba tras ella para hacerle una ahogadilla.
Uno de los chicos del grupo de detrás nuestro se acercó a mí y me dijo que si quería jugar con él. Embobado por la escena acuática, en la que Pepe y mi mujer se revolcaban entre las olas, le devolví las palas al chaval y me quedé de pie mirándolos. Segundos después, los dos salían riendo del agua. Amparo pasó por mi lado, sin apenas mirarme, bromeando con Pepe:
- Claro, por que me has atacado desprevenida… Ya verás si te pillo yo despistado quien se va a reír…- y se volvió a estirar al lado de Mario, que no perdió detalle del cuerpo de mi esposa.
Pepe me ofreció otra lata de cerveza:
- Joder, Carlitos, no me lo pasaba tan bien en la playa desde hacía siglos. Tu mujer es muy maja. ¿Por qué la has tenido tanto tiempo escondida? Venga. Tío, anímate, que te veo muy depre. ¿No ves cómo se lo está pasando Amparo?
Le pegué un buen buche a la cerveza y me senté al lado de mi mujer, que se incorporó para beber de mi lata:
- Qué compis más simpáticos que tienes, cariño.
- ¿Te lo estás pasando bien?
- ¿No lo ves? Joder, no te ofendas, pero estaba harta de estar siempre sola o con tus padres, que son muy majos, eh. Pero es que me estaba aburriendo un poco aquí en Málaga.
¿Y si me estaba yo comiendo la olla por algo que realmente no estaba pasando? ¿Y si me habían entrado unos injustificables celos simplemente porque Pepe y Mario no me caían bien? ¿Y si los había prejuzgado y, en realidad, eran dos tipos majos?