Viernes, 09:03 h.
El silencio me despierta. Y no es un silencio cualquiera: es ese que pesa, que huele a oportunidad. Estoy desnuda. Totalmente. La sábana a medio caer, el cuerpo aún tibio, y mi niña dormida a mi lado, con su piernecita cruzada sobre mi vientre, aferrada a mí como si aún soñara con mi olor. Me quedé frita con ella anoche, piel con piel.
Me levanto con cuidado. El suelo frío me eriza. Camino al baño sin más ropa que mi aliento. Me miro al espejo con los ojos aún entrecerrados, y ahí estoy: el pelo revuelto, los párpados hinchados… pero algo en esa imagen me provoca.
Saco la lengua al espejo, medio en broma, medio tentándome. Me guiño.
—“No estás tan mal…” —susurro con voz ronca.
Cepillo de dientes. Pasta fría. Lavo mi boca como si fuera a usarla pronto para algo más que hablar. Me coloco las lentillas, parpadeando lento. Me veo ya mejor. Me reconozco.
El día apenas empieza, pero algo se me agita bajo la piel.
Como si alguien —o algo— fuera a rozarme por dentro antes de que acabe este viernes.
El silencio me despierta. Y no es un silencio cualquiera: es ese que pesa, que huele a oportunidad. Estoy desnuda. Totalmente. La sábana a medio caer, el cuerpo aún tibio, y mi niña dormida a mi lado, con su piernecita cruzada sobre mi vientre, aferrada a mí como si aún soñara con mi olor. Me quedé frita con ella anoche, piel con piel.
Me levanto con cuidado. El suelo frío me eriza. Camino al baño sin más ropa que mi aliento. Me miro al espejo con los ojos aún entrecerrados, y ahí estoy: el pelo revuelto, los párpados hinchados… pero algo en esa imagen me provoca.
Saco la lengua al espejo, medio en broma, medio tentándome. Me guiño.
—“No estás tan mal…” —susurro con voz ronca.
Cepillo de dientes. Pasta fría. Lavo mi boca como si fuera a usarla pronto para algo más que hablar. Me coloco las lentillas, parpadeando lento. Me veo ya mejor. Me reconozco.
El día apenas empieza, pero algo se me agita bajo la piel.
Como si alguien —o algo— fuera a rozarme por dentro antes de que acabe este viernes.