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Capítulo 14
Refugiadas
La percepción del paso de los días, las semanas e incluso los años es muy diferente según el entorno en el cual te ubicas. Debido a que la perspectiva del paso de las horas puede cambiar si tu vida ha transcurrido en medio de una vorágine de actividades o si ha acontecido entre cabras, observando el paso de las nubes.
Nos podríamos cuestionar si la huida y posterior refugio en un lugar tan inhóspito y alejado de cualquier signo de modernidad era fruto de una paranoia, o quizás, de un exagerado instinto de protección, de supervivencia. Sin embargo, tanto Carmen como Sonia lo contemplaban solo como un acto de defensa, de poner tierra por medio y hacer bueno el refrán ( más vale prevenir que curar).
Madre e hija acusaron el cambio de entorno de manera muy diferente. Para Carmen vivir en un entorno rural, entre labradores, pastores y gente de campo no era ninguna novedad. No en vano ella nació en ese pueblo. Pero para Sonia ya era otro cantar, ella había vivido toda su corta vida en una gran ciudad. Los primeros 5 años, de los cuales tenia pocos recuerdos, en Madrid y los posteriores en Barcelona.
El pueblo donde recalaron después de la huida era el pueblo natal de Carmen, un entorno rustico en medio de la nada. La casa era la de los fallecidos padres de Carmen y Mónica a medio camino entre Teruel y Castellón. Cabras, cierzo y poca cosa más, cuarenta vecinos que las miraban con desconfianza, pues había pasado mucho tiempo, años , desde que Carmen se había ido del lugar. Sin embargo, allí se sentían seguras no seria fácil que nadie apareciera de repente sin que ellas no lo supieran. La familia de Carmen y Mónica era propietaria de la mayor empresa de producción de queso de la comarca. Aunque no estaban vinculadas en la gestión del negocio sí que tenían acciones de la empresa y recibían pingues beneficios al final de cada ejercicio,
Cuando murieron sus padres cinco años atrás, en un accidente de tráfico bajo extrañas circunstancias, las dos hermanas heredaron el 52 por ciento de las acciones. A partes iguales. El 48 restante pertenecía a dos hermanos del padre, o sea tíos de ellas, que eran los que gestionaban el negocio.
La relación entre ellas era inexistente, debido a la traición de Moni, pero los problemas entre ellas se agravaron, más si cabe, con la herencia. Carmen se alió con sus tíos y dejaron fuera a Mónica de la gestión de los quesos. Las dos hermanas recibieron sendas casas en el pueblo y los terrenos fueron divididos a partes iguales. Mónica no iba casi nunca por el pueblo, pero sí que recibía los dividendos de la fabrica sin retornar ni las gracias.
La casa de Carmen estaba en medio del bosque un poco alejada del resto del pueblo. El lugar estaba situado en un promontorio unos metros por encima del resto de las casas, desde esa privilegiada posición se podía observar si alguien se acercaba, a pie o en coche.
A causa del fallecimiento de sus padres, y a la ausencia de Carmen en el pueblo, la casa estaba a cargo de una pareja de ancianos, parientes lejanos de Carmen. Ellos se cuidaban de que todo estuviera en orden y con la despensa llena. Carmen les pasaba una cantidad de dinero mensual para cubrir todos los gastos. El dinero que recibía de la venta del queso que era excelente y muy bien valorado, le cubría este y todos los gastos que surgieran. No tenía problemas monetarios, el trabajo de profesora le ayudo en un principio cuando se divorció de Marcelo, aunque desde que era copropietaria de la quesería no necesitaba trabajar, lo hacía por qué le gustaba su trabajo. La música y la docencia. Claro está que estar cerca de su hija era otro de los motivos de vivir en la gran ciudad. Mientras siguiera estudiando no tenia previsto volver al pueblo, pero claro ahora las circunstancias les obligaban a refugiarse entre cabras y ovejas.
Antonio y Serafina se alegraron un montón de verla de nuevo. Carmen hablaba con sus parientes de forma regular, sin embargo, cara a cara hacía mucho que no se veían, desde hacía aproximadamente cuatro años que no viajaba a sus orígenes. Las dos, madre e hija se instalaron en el caserón sin hacerse ningún reproche sobre las incomodidades de la vida rural. Era un impase en su vida y no debería prolongarse demasiado. Lo que focalizaba su rutina era la seguridad. Descubrir que sucedía en su entorno inmediato y poner remedio al desbarajuste al cual se veían abocadas.
De hecho, todavía no habían recuperado la serenidad y el desasosiego que les condujo a dejarlo todo atrás. La precaución estaba bien presente en todos sus movimientos. Llevaban una semana refugiadas en el caserón y no hicieron ni tan solo una llamada de teléfono para saber cómo había evolucionado el episodio del secuestro y la desaparición de Silvia. Tampoco sabían nada de Mónica y sus pérfidas intenciones.
En el pueblo se sentían seguras. Pero Mónica podía deducir donde se encontraban, no en vano era también su pueblo. Sin duda Mónica también tenía aliados en el pueblo que le informaban de toda novedad en el lugar. Seguro que los utilizaría para controlarlas. Aunque 9si mandaba algún matón a por ellas lo verían llegar mucho antes de que pudiera atacarles. Sabían que tarde o temprano alguien aparecería por allí. Pero no las encontraría indefensas, las dos eran lo suficientemente hábiles como para salir airosas del encuentro con unos chulos de tres al cuarto.
Desde que estaban en modo observar y callar no paraban de darle vueltas a todo lo sucedido. Buscando la clave de todo el embrollo. Carmen no dudó ni por un momento que todo era un plan maquinado con alguna perversa finalidad que se le escapaba.
La primera sospechosa era Mónica. Esto era más que evidente. Pero ¿estaba sola en el plan o tenía algún cómplice en la sombra?
Helena y Jaime ¿estaban ellos también implicados? Jaime no parecía que supiera nada de todo este montaje, aunque vete a saber. Pusilánime y cornudo, aparentemente lo era. Sin embargo, las apariencias engañan. Helena sí que era sospechosa de estar implicada ¿pero por qué? ¿la envidia, el vicio, las ansias de dominar a todo su entorno? ¿Cuál era la clave?
A todo esto, le daba vueltas y más vueltas sin hallar la piedra rosetta que iluminase sus dudas. Podía llamar y preguntar, pero sería salir a la luz y no quería hacerlo tan pronto.
El día a día de Carmen era caminar junto a Sonia o hacer excursiones en bicicleta las dos juntas por parajes tranquilos, sin nadie que las incordiase. Comer en cantidad suficiente de buenos alimentos. Beber vino y lavarse la cara con agua fría. Este estilo de vida no era ningún sacrificio para ella, la vida solitaria, sin relacionarse con el resto de la humanidad, nada más que para lo imprescindible, era una forma de vida que Carmen venia ejerciendo desde mucho tiempo atrás. En contraposición, Sonia no lo llevaba nada bien. Necesitaba de su entorno, amigos, estudios, fiestas etc. Y claro alguien que le aliviase el picor que tenia entre las piernas. Sabía que no pasarían muchos días más sin que se follase a algún lugareño. O si me apuráis, al macho cabrío del rebaño.
Para Sonia se abrió un rayo de luz al empezar la segunda semana de reclusión en el pueblo, una leve esperanza de salir del tedio en la que se veía envuelta. La geología seguía siendo su pasión a la vez que su deber como estudiante, las montañas que rodeaban la comarca eran ricas en toda clase de yacimientos minerales en los que podía investigar y practicar sus conocimientos. Sin embargo, lo que la despertó de su letargo fue la llegada de un grupo de estudiantes de arqueología y un profesor que los acompañaba y dirigía. Dependían de la universidad de Valencia y se proponían estudiar las pinturas rupestres y los yacimientos arqueológicos ubicados cerca del pueblo.
Eran en total seis, tres chicas y dos chicos en torno a los veinte años y el profesor que estaría rondando la cuarentena. Se instalaron en una casa rural cerca del pueblo y empezaron a socializar con la gente en el único bar del que disponía la zona, de nombre “Los Cazadores”. No podía ser más premonitorio, en cuanto Sonia supo de la presencia del grupo de estudiantes le faltó tiempo para salir de caza.
Obviamente, las presentaciones y la toma de contacto entre los arqueólogos y la geóloga fueron de carácter rápido. Tenían muchas cosas en común, piedras que remover y picores que calmar.
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Descubrir que Sonia se había escapado produjo en Mónica una explosión de ira de la que todo el entorno salió afectado. Aquello era un inesperado tropiezo en sus planes. Los caniches, que conocían estos ataques de mala leche, se refugiaron fuera del alcance de su mami. Pero los esbirros no salieron tan bien parados.
La primera llamada la hizo a Marcelo y lo puso a trabajar en la búsqueda de Carmen. La segunda a Helena para ponerla en su lugar, parecía que perdía la noción del acuerdo firmado entre ellas, como si se creyera en el derecho de emprender acciones por libre. La citó en el club en un par de horas. Lo más probable es que también la tuviese que instruir en cómo se siguen sus acuerdos.
Una vez realizadas las llamadas se cambió de ropa, se vistió con un corpiño de cuero negro, botas altas, medias a medio muslo, sin bragas ni sostén. Se puso una bata de seda por encima y se dirigió al sótano……
Refugiadas
La percepción del paso de los días, las semanas e incluso los años es muy diferente según el entorno en el cual te ubicas. Debido a que la perspectiva del paso de las horas puede cambiar si tu vida ha transcurrido en medio de una vorágine de actividades o si ha acontecido entre cabras, observando el paso de las nubes.
Nos podríamos cuestionar si la huida y posterior refugio en un lugar tan inhóspito y alejado de cualquier signo de modernidad era fruto de una paranoia, o quizás, de un exagerado instinto de protección, de supervivencia. Sin embargo, tanto Carmen como Sonia lo contemplaban solo como un acto de defensa, de poner tierra por medio y hacer bueno el refrán ( más vale prevenir que curar).
Madre e hija acusaron el cambio de entorno de manera muy diferente. Para Carmen vivir en un entorno rural, entre labradores, pastores y gente de campo no era ninguna novedad. No en vano ella nació en ese pueblo. Pero para Sonia ya era otro cantar, ella había vivido toda su corta vida en una gran ciudad. Los primeros 5 años, de los cuales tenia pocos recuerdos, en Madrid y los posteriores en Barcelona.
El pueblo donde recalaron después de la huida era el pueblo natal de Carmen, un entorno rustico en medio de la nada. La casa era la de los fallecidos padres de Carmen y Mónica a medio camino entre Teruel y Castellón. Cabras, cierzo y poca cosa más, cuarenta vecinos que las miraban con desconfianza, pues había pasado mucho tiempo, años , desde que Carmen se había ido del lugar. Sin embargo, allí se sentían seguras no seria fácil que nadie apareciera de repente sin que ellas no lo supieran. La familia de Carmen y Mónica era propietaria de la mayor empresa de producción de queso de la comarca. Aunque no estaban vinculadas en la gestión del negocio sí que tenían acciones de la empresa y recibían pingues beneficios al final de cada ejercicio,
Cuando murieron sus padres cinco años atrás, en un accidente de tráfico bajo extrañas circunstancias, las dos hermanas heredaron el 52 por ciento de las acciones. A partes iguales. El 48 restante pertenecía a dos hermanos del padre, o sea tíos de ellas, que eran los que gestionaban el negocio.
La relación entre ellas era inexistente, debido a la traición de Moni, pero los problemas entre ellas se agravaron, más si cabe, con la herencia. Carmen se alió con sus tíos y dejaron fuera a Mónica de la gestión de los quesos. Las dos hermanas recibieron sendas casas en el pueblo y los terrenos fueron divididos a partes iguales. Mónica no iba casi nunca por el pueblo, pero sí que recibía los dividendos de la fabrica sin retornar ni las gracias.
La casa de Carmen estaba en medio del bosque un poco alejada del resto del pueblo. El lugar estaba situado en un promontorio unos metros por encima del resto de las casas, desde esa privilegiada posición se podía observar si alguien se acercaba, a pie o en coche.
A causa del fallecimiento de sus padres, y a la ausencia de Carmen en el pueblo, la casa estaba a cargo de una pareja de ancianos, parientes lejanos de Carmen. Ellos se cuidaban de que todo estuviera en orden y con la despensa llena. Carmen les pasaba una cantidad de dinero mensual para cubrir todos los gastos. El dinero que recibía de la venta del queso que era excelente y muy bien valorado, le cubría este y todos los gastos que surgieran. No tenía problemas monetarios, el trabajo de profesora le ayudo en un principio cuando se divorció de Marcelo, aunque desde que era copropietaria de la quesería no necesitaba trabajar, lo hacía por qué le gustaba su trabajo. La música y la docencia. Claro está que estar cerca de su hija era otro de los motivos de vivir en la gran ciudad. Mientras siguiera estudiando no tenia previsto volver al pueblo, pero claro ahora las circunstancias les obligaban a refugiarse entre cabras y ovejas.
Antonio y Serafina se alegraron un montón de verla de nuevo. Carmen hablaba con sus parientes de forma regular, sin embargo, cara a cara hacía mucho que no se veían, desde hacía aproximadamente cuatro años que no viajaba a sus orígenes. Las dos, madre e hija se instalaron en el caserón sin hacerse ningún reproche sobre las incomodidades de la vida rural. Era un impase en su vida y no debería prolongarse demasiado. Lo que focalizaba su rutina era la seguridad. Descubrir que sucedía en su entorno inmediato y poner remedio al desbarajuste al cual se veían abocadas.
De hecho, todavía no habían recuperado la serenidad y el desasosiego que les condujo a dejarlo todo atrás. La precaución estaba bien presente en todos sus movimientos. Llevaban una semana refugiadas en el caserón y no hicieron ni tan solo una llamada de teléfono para saber cómo había evolucionado el episodio del secuestro y la desaparición de Silvia. Tampoco sabían nada de Mónica y sus pérfidas intenciones.
En el pueblo se sentían seguras. Pero Mónica podía deducir donde se encontraban, no en vano era también su pueblo. Sin duda Mónica también tenía aliados en el pueblo que le informaban de toda novedad en el lugar. Seguro que los utilizaría para controlarlas. Aunque 9si mandaba algún matón a por ellas lo verían llegar mucho antes de que pudiera atacarles. Sabían que tarde o temprano alguien aparecería por allí. Pero no las encontraría indefensas, las dos eran lo suficientemente hábiles como para salir airosas del encuentro con unos chulos de tres al cuarto.
Desde que estaban en modo observar y callar no paraban de darle vueltas a todo lo sucedido. Buscando la clave de todo el embrollo. Carmen no dudó ni por un momento que todo era un plan maquinado con alguna perversa finalidad que se le escapaba.
La primera sospechosa era Mónica. Esto era más que evidente. Pero ¿estaba sola en el plan o tenía algún cómplice en la sombra?
Helena y Jaime ¿estaban ellos también implicados? Jaime no parecía que supiera nada de todo este montaje, aunque vete a saber. Pusilánime y cornudo, aparentemente lo era. Sin embargo, las apariencias engañan. Helena sí que era sospechosa de estar implicada ¿pero por qué? ¿la envidia, el vicio, las ansias de dominar a todo su entorno? ¿Cuál era la clave?
A todo esto, le daba vueltas y más vueltas sin hallar la piedra rosetta que iluminase sus dudas. Podía llamar y preguntar, pero sería salir a la luz y no quería hacerlo tan pronto.
El día a día de Carmen era caminar junto a Sonia o hacer excursiones en bicicleta las dos juntas por parajes tranquilos, sin nadie que las incordiase. Comer en cantidad suficiente de buenos alimentos. Beber vino y lavarse la cara con agua fría. Este estilo de vida no era ningún sacrificio para ella, la vida solitaria, sin relacionarse con el resto de la humanidad, nada más que para lo imprescindible, era una forma de vida que Carmen venia ejerciendo desde mucho tiempo atrás. En contraposición, Sonia no lo llevaba nada bien. Necesitaba de su entorno, amigos, estudios, fiestas etc. Y claro alguien que le aliviase el picor que tenia entre las piernas. Sabía que no pasarían muchos días más sin que se follase a algún lugareño. O si me apuráis, al macho cabrío del rebaño.
Para Sonia se abrió un rayo de luz al empezar la segunda semana de reclusión en el pueblo, una leve esperanza de salir del tedio en la que se veía envuelta. La geología seguía siendo su pasión a la vez que su deber como estudiante, las montañas que rodeaban la comarca eran ricas en toda clase de yacimientos minerales en los que podía investigar y practicar sus conocimientos. Sin embargo, lo que la despertó de su letargo fue la llegada de un grupo de estudiantes de arqueología y un profesor que los acompañaba y dirigía. Dependían de la universidad de Valencia y se proponían estudiar las pinturas rupestres y los yacimientos arqueológicos ubicados cerca del pueblo.
Eran en total seis, tres chicas y dos chicos en torno a los veinte años y el profesor que estaría rondando la cuarentena. Se instalaron en una casa rural cerca del pueblo y empezaron a socializar con la gente en el único bar del que disponía la zona, de nombre “Los Cazadores”. No podía ser más premonitorio, en cuanto Sonia supo de la presencia del grupo de estudiantes le faltó tiempo para salir de caza.
Obviamente, las presentaciones y la toma de contacto entre los arqueólogos y la geóloga fueron de carácter rápido. Tenían muchas cosas en común, piedras que remover y picores que calmar.
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Descubrir que Sonia se había escapado produjo en Mónica una explosión de ira de la que todo el entorno salió afectado. Aquello era un inesperado tropiezo en sus planes. Los caniches, que conocían estos ataques de mala leche, se refugiaron fuera del alcance de su mami. Pero los esbirros no salieron tan bien parados.
- Vamos a ver pandilla de inútiles, ¿Cómo se os ha podido escapar? Una niña enclenque y drogada enfrente de tres mastodontes como vosotros, de noventa kilos de musculo y poco celebro, por lo que se ve.
- Lo siento jefa- dijo Isidro alzándose como portavoz de la pandilla- me pilló desprevenido y en cuanto me quise dar cuenta ya no estaba.
- Escusas de mal pagador. ¿sabéis quién manda aquí? ¿os acordáis del juramento que pronunciasteis, los tres, y el documento que firmasteis de obediencia y sumisión?
- Si jefa- dijeron los tres a coro, Isidro, Pablo y Elías-
- Pues parece que no cumplís las ordenes de manera muy eficaz, y esto yo no lo tolero. Vais a recibir un severo castigo por todo el desbarajuste y las molestias que me habéis ocasionado, Vosotros lo sufriréis y yo lo gozaré.
- ¡¡¡ en pelotas los tres, ya!!!
- Bueno queridos ahora que estamos todos reunidos abrir bien los oídos por qué no voy a repetir nada dos veces.
- Dolores, baja al sótano y prepara la cámara de castigo que vamos para allá enseguida.
- Si jefa, voy corriendo- acató la orden la secretaria de Mónica- salió al trote con las tetas botando y lo más rápido que sus sesenta y muchos años le dejaban.
- Vosotros dos- les dijo a los seguratas- ponerles el collar y la cadena a estos perritos y me los lleváis a cuatro patas hacia el sótano, una vez allí me esperáis y empezará la fiesta. Tengo unas llamadas que hacer.
La primera llamada la hizo a Marcelo y lo puso a trabajar en la búsqueda de Carmen. La segunda a Helena para ponerla en su lugar, parecía que perdía la noción del acuerdo firmado entre ellas, como si se creyera en el derecho de emprender acciones por libre. La citó en el club en un par de horas. Lo más probable es que también la tuviese que instruir en cómo se siguen sus acuerdos.
Una vez realizadas las llamadas se cambió de ropa, se vistió con un corpiño de cuero negro, botas altas, medias a medio muslo, sin bragas ni sostén. Se puso una bata de seda por encima y se dirigió al sótano……