Dos Hermanas

Puede ser emocionante: a Rocio se le puede ir de las manos. Si no controla a su hermana ni tampoco a Juan....
¿ Volverá al redil de sus principios o romperá toda la pana?
 
Sensaciones de libertad… ¡Ay, la libertad! ¡Siempre tan tirana!

Añadió, ahora en negativo, la narración del gran esfuerzo de contención que había realizado, para no dejarse llevar por esa tremenda llamada de todo su ser a despendolarse sin control.

Y, finalmente, la terrible decepción que había supuesto conocer que yo, en el mismo tiempo en que ella se había impuesto tanta represión, hubiera permitido que mis propias pasiones se desataran, follando con su hermana a espaldas suyas, dejándome llevar por el deseo instantáneo, sin sujetar el instinto y sin considerar el efecto que sobre ella ocasionaría.

-No fue una vez, Juan. No fue un momento de perder la cabeza y nada más.

Su voz sonaba al decirlo más débil, más dolorida.

-La primera vez te la perdoné. Me costó, no creas, pero te la perdoné. A los dos os la perdoné… incluso llegué a intentar convencerme de que había sido responsable al hacer una broma sobre que te cuidaran…

Hizo una pausa prolongada, como reuniendo recuerdos, para proseguir.

-Pero lo del verano pasado ya no tiene excusa. Follasteis a escondidas. Los dos. Ella también, pero al menos tuvo la decencia de confesarlo de inmediato. La misma noche me llamó y me dijo que sabia que la iba a matar, pero que no podía ocultarlo… ¿Sabes cómo me sentí? ¿Lo sabes, Juan? ¡Como una mierda!

Gritaba al decirlo, sin contener toda la rabia que una mujer puede expresar cuando explica haberse sentido despreciada o engañada.

-Esperé en vano que me lo dijeras. Todas las vacaciones ocultando que te habías tirado otra vez a la niña a mi espalda. Esperé cada vez que te acariciaba, cada vez que me la metías, cada vez que te corriste... cada vez esperé en vano que me confesaras el secreto. Y cada vez que no lo hacías alimentabas mi frustración, mi desengaño, o mi desencanto… o mi desenamoramiento, que también puede ser.

Me hacía daño su relato. La conozco bien y sabía que el tono, la vehemencia, la forma expresamente contenida de destilar su rabia auguraba una decisión extrema.

-¿Te acuerdas de aquella noche en la playa en Formentera? ¿sí? Yo también, Juan. Decidí que todavía era posible que me dijeras lo que había sucedido. Pero también que si no lo hacías no podría perdonártelo jamás. Y no lo hiciste. Estuvimos follando más de dos horas, estábamos en el paraíso, me tuviste más que nunca… ¡Y no lo hiciste! ¡No te apiadaste de mí!

No podía contestar. Su expresión era de una tristeza infinita. Y mi culpa incontestable.

-Y el colmo llegó a la vuelta. Vi cómo la recibías, cómo te comportabas como un adolescente salido, y cómo te hacías una paja pensando que yo estaba dormida fantaseando con ella. Ya te lo dije entonces. Iban a cambiar cosas. Y han cambiado.

Me preparé para la siguiente parte, que sin duda había hasta ese momento sólo introducido.

-He estado con otros tres hombres desde entonces. El amigo de Elena es uno de ellos… lo que te narré, más o menos, sin literatura, pero es lo que hicimos. También con Ernesto. Le llamé y le dije que quería verle… y lo hicimos. Al tercero no le conoces. Con él han sido tres veces.

Sus palabras dolieron como un puñetazo brutal en la boca del estómago.

Me sentía desbordado. Hundido. Considerando el poco tiempo transcurrido desde la vuelta de nuestras vacaciones, aquello había sido muy intenso. No acerté más que a hacer una pregunta.

-¿Estas enamorada de él?

Tardó en responder. Su gesto era duro, sin que pudiera distinguir la emoción que en aquel momento estuviera experimentando.

-No, Juan… esa es una pregunta absurda. Podría preguntarte también si estás enamorado de Loli, ya que con ella me pusiste los cuernos varias veces… pero no lo haré. Yo sólo me he enamorado una vez en la vida… no me he enamorado de él. Es más, no sé si estoy desenamorada de ti. Pero me gusta estar con él. Me gusta, nada más. Me gusta como me gustó acostarnos con Santi, o con Pol y Carma, como me gustó volver a salir con Ernesto y liarnos otra vez. Como me gustó estar con Elena y su amigo revolcándonos como si no hubiera Dios ni mañana. Sé que no durará mucho pero me siento viva, renovada, distinta… cada vez que la seducción y el deseo dan paso al placer y a la saciedad. Cuando pase la fiebre que ahora nos lleva a estar juntos dejará de ser interesante para mí, y seguramente también para él… será el momento de convertir esa historia en pasado. Mientras tanto quiero vivir esas emociones, no renunciaré a ellas... Y tampoco renuncio a estar con más gente, al mismo tiempo o después.

Fue un mazazo. Rocío me estaba diciendo, si no lo estaba entendiendo mal, que iba a tener relaciones sexuales variadas con diferentes personas, sin más requisito que la satisfacción de sus propios deseos.

-Dime que estoy loca, lo acepto… pero quiero que otros hombres me seduzcan, tener una relación abierta en la que pueda disfrutar mi sexualidad con quien me apetezca. No sé hasta cuándo desearé que sea así, no sé si será un mes, un año o el resto del tiempo de mi vida en el que pueda acostarme con alguien… pero ahora lo deseo y no quiero reprimir ese impulso, no quiero…

Pude expresarle mi perplejidad. Le dije que no entendía qué me quería decir, qué significaba exactamente, cómo pretendía que nos relacionáramos en el futuro…

Respondió con claridad.

-No pretendo que nuestra relación, la tuya y mía, cambie en nada. Lo que pretendo es tener también otras relaciones que me puedan apetecer, sin someterlas a la nuestra, en las que pueda ser yo, y sólo yo, quien las establezca, desarrolle y consume. Quiero, por así decirlo, tener mi propio espacio, mi propia vida personal, mi mundo al margen del tuyo también en lo sexual.

En un ataque de dignidad extrema quise ser asertivo.

-Eso no funcionará. No lo aceptaré- le dije con tono seco.

El silencio, duro, espeso, terriblemente patente, se hizo presente como si estuviéramos buscando una salida todavía admisible para ambos. Nada más lejos de la realidad.

Experimentaba un sentimiento ambiguo, de una parte con la mala conciencia de las faltas que había cometido y ella me había reprochado, de otra, ofendido por su decisión, que me instalaba en la condición nada deseable ni deseada de cornudo consentidor.

Ella rompió aquel silencio.

-Yo no renunciaré, Juan. Si eso significa que no seguimos juntos tú me lo dices. No renunciaré- repitió.

Sentí que algo en mi interior se rompía, como si un navajazo brutal me hubiera partido, pero no podía, me era realmente imposible, aceptar la nueva situación.

Durante la semana siguiente Rocío y yo acordamos las condiciones de nuestra separación. No fue difícil. Lo más complejo era explicar a unos hijos preadolescentes lo que habían decidido sus padres, sin explicar las verdaderas causas y dejando en sus mentes que una motivación poco clara y muy difusa había bastado para romper nuestra familia.

Con el resto de la familia no empleamos demasiado tiempo... no nos sentíamos obligados.

Socialmente, en los respectivos trabajos y en nuestra pequeño burguesa y provinciana sociedad, el discurso fue pactado para que las consecuencias fueran mínimas.

Pero era diferente con Carlos y Loli.

Con ellos seguimos otro método. Les dedicamos una tarde para contarles nuestra decisión.

No fuimos claros en las explicaciones. Recurrimos a manidos y desgastados tópicos sobre la conveniencia de “darnos un tiempo”, razonamos sobre la necesidad de satisfacer “nuestras propias inquietudes” cada uno por un lado…

Carlos no entendía nada. Llegaba incluso a desesperarse, él, tan flemático siempre, intentando explicarnos que estábamos locos, que no era sensato nada de lo que decíamos. Llegó incluso a intentar un chantaje emocional, atribuyendo a nuestra “relación a cuatro” la causa de nuestra decisión de separarnos, rogando que no le hiciéramos sentir culpable de haber destrozado una pareja que, para él, era ejemplar desde siempre.

Su esfuerzo era pueril, inocente hasta el punto de hacerme sentir culpable del engaño, de la ocultación de las verdaderas causas, y muy especialmente de la ocultación de que, en buena medida, acertaba al decir que nuestra relación a cuatro había roto el matrimonio de sus cuñados… sin esa relación no hubieran sucedido aquellos encuentros a solas con su esposa, ni toda la deriva posterior de ocultaciones que, a la postre, eran el motivo inmediato de la situación actual.

Hoy, lejos de haber apagado esa sensación de profunda deslealtad con él, la experimento muy acentuada, hasta el punto de haberme distanciado mucho, evitando cualquier encuentro o coincidencia, pese a lo muy unidos que en un tiempo estuvimos.

Sin embargo, no tuve ninguna duda de que Loli estaba al caso y conocía antes de aquella reunión lo que iba a suceder. No podía tener dudas. Bastante muestra había tenido ya de la perfecta comunicación de las hermanas, de la inexistencia de secretos entre ellas. Y tampoco ofrecía dudas por la actitud que mantuvo durante todo el encuentro. Percibía que venía “llorada de casa” a la representación que habíamos preparado para ellos.

Entonces lo deduje. Ahora, pasados unos meses, lo he sabido con certeza.

Ni una pregunta, ni un gesto de desaprobación, ni una expresión de sorpresa… Permanecía en esa actitud dócil que tanto me atrae y que tantas veces he disfrutado, en esa pose sumisa de quién acepta lo que le viene encima sin remedio. Ella, habitualmente dispuesta, aguerrida, acostumbrada a tomar decisiones y aparecer como una mujer potente y firme, permanecía en silencio con gesto resignado y una mirada entristecida que, al cruzarse con la mía, expresaba angustia y pesar.

Aquella comunicación a nuestros cuñados era, al mismo tiempo, la formalización de la ruptura de nuestro cuadrado sexual. ¿Sería esa la causa de su tristeza? ¿Sentía, tal vez, como pérdida importante la distancia que se abría entre nosotros?

Al mirarle a los ojos, mientras se prolongaba un silencio absoluto en nuestras explicaciones, sufrí una revelación casi mística.

Le había preguntado a Rocío, en tono inquisitivo y con insistencia, si estaba enamorada de otro hombre… pero no había mirado hacia mi interior, no había formulado idéntica pregunta a mi corazón. Rocío, en la conversación que habíamos tenido la semana anterior, había descartado directamente hacer esa pregunta, y yo me había plegado a aquella omisión, sin cuestionarme nada.

Pero en ese momento, frente a ella, mirándole a los ojos, me asaltó la pregunta sin poder evitarla.

¿Estoy enamorado de Loli?
Pero como tan distraído para saltarme este capítulo, acabo de leerlo ya decía yo tanto que habían dejado sin decirse Juan y Rocío.

No perdió tiempo la hermana mayor, lo tenía todo listo desde las vacaciones.

Juan no te permitas dudar, ni al tiempo dejes que reduzca el recuerdo de este dolor que te ha provocado con su egoísmo narciso y cruel, hazte de buena compañía, pon calidad sobre cantidad, acércate a cariños sinceros, y sobre todo no sacrifiques tu felicidad por el placer ajeno.
 
No fueron unas buenas Navidades. No podían serlo para alguien como yo, que jamás había tenido una celebración navideña alejado de mi familia, pasar alguna de aquellas fechas fuera de mi casa, sin mis hijos ni la que hasta hacia poco era mi mujer.

No había construido todavía la red alternativa de relaciones personales que sustituyera la única que había tenido a lo largo de mi vida.

Estaba en soledad.

Y son fiestas en las que la soledad pesa.

Estaba obsesionado.

La idea de una Rocío de cama en cama, entre gente de nuestra ciudad que difícilmente podía no conocerme, me dolía.

Comencé a ser huraño, a sospechar de cada saludo con personas que no eran relaciones frecuentes, simples conocidos, que me despertaban animadversión si se aproximaban con más cercanía de la que yo consideraba adecuada, siempre con la duda de si, en nuestra ciudad, sus aventuras comenzaban a ser comidilla de chafarderos, comentario de taberna entre hombres.

Decidí espiarla.

Otro error, claro. Y también muy grande. Pero necesitaba saber, confirmar o desechar mis dudas, mis obsesiones.

Durante dos semanas, justo las anteriores a las vacaciones escolares de Navidad, estuve siguiéndola a la salida del trabajo. Conocedor de sus hábitos, de los itinerarios que realizaba siempre, no me resultó difícil hacerlo sin que ella se diera cuenta de la vigilancia a la que la sometía.

Nada sospechoso. Ni una sola vez hizo nada diferente a volver a casa, sin salir de nuevo a la calle. Una vida ordenada y aburrida, sin ninguna variación.

Pensé que podía estar recibiendo a alguien en casa. También verifiqué esa posibilidad, que era remota porque mis hijos me hubieran revelado algo, de conocerlo.

Por si eran visitas clandestinas, por si aprovechaba la ausencia de nuestros hijos para encontrarse con alguien en casa, vigilé también durante varias noches, toda una semana, permaneciendo apostado en un lugar de obligado paso si alguien saliera a horas intempestivas.

Nada.

Y ese nada, paradójicamente, incrementaba mis sospechas y mi rabia, como si obtener la confirmación de que estuviera zorreando debiera traerme la paz.

Toda una semana de noches en blanco, en el nuevo coche que había comprado porque el familiar se lo quedó ella. Escondido, desde su llegada a casa hasta la salida en la mañana siguiente… horas de locura, ciertamente.

Repasé mentalmente, varias veces, la lista de compañeros de trabajo con los que pudiera estar liada, como idea que solucionara la ausencia de evidencias de una relación fuera de su medio laboral.

Pero sin Ernesto en el colegio, el resto de profesorado era femenino y monjil, por lo que debía descartar esa posibilidad. Por otra parte -ella misma me lo había comentado- la versión que había explicado a la bruja madre era la de una mujer virtuosa y decente, a la que su marido abandonaba, en una escalada de perdición lujuriosa que le llevaba al pecado.

Yo había estado de acuerdo en esa versión, a sabiendas de que otra posibilidad podía costarle el despido de aquel centro educativo beato y mojigato.

Por lo mismo, por el peligro tan grande de ser descubiertos, aun si hubieran tenido otros profesores masculinos, que no era el caso, no hubiera sido posible que se atreviera a dejar correr su deseo en aquel recinto.

La persistencia dio resultado. Pude, al fin, conocer quién era su amante.

El fin de semana antes de Nochebuena, el sábado 16 de diciembre descubrí lo que tanto había querido saber.

Supe que algo pasaría por casualidad. Mi hija me comentó que ese sábado debía acudir a una actividad extraescolar, pero su madre no podía llevarla, tenía un compromiso que se lo impedía. Dicho así parecía algo, en principio, sin más relevancia. Pero llámese intuición, llámese casualidad, llámese como se llame, supe que era ese el día.

Tampoco yo la llevé. Dispuse que pudiera ir con el padre de una compañera y amiga suya, y me preparé para un sábado fatal, convencido de que ese día sería determinante en mi vida.

Condujo sin parar, y yo detrás de ella, la hora y media que tardó en recorrer los 116 km. que separan nuestra ciudad de la capital de Castilla y León.

No pude ver cómo iba vestida en todo el recorrido. Llevaba, eso sí, su pelo negro recogido atrás, en un moño bajo muy sevillano, un peinado que destaca el óvalo de su cara y la belleza andaluza que siempre ha tenido.

Iba sola.

No tuve más remedio que reconocer la discreción con la que se comportaba. Durante las dos semanas anteriores había sido intachable, nadie hubiera puesto el más mínimo reparo a su forma de vida de mujer virtuosa, de madre de familia abandonada por un lujurioso macho desnortado… y para dar rienda suelta a su deseo de follar sin tasa ponía una gran distancia, intentando mantener reserva sobre su conducta.

No tenía ninguna duda de lo que podía suceder. Pero si alguna hubiera tenido, quedaba totalmente descartada al ver el lugar exacto al que se dirigió: el hotel en el que nos habíamos encamado con Santi, el mismo en el que también habíamos tenido coyunda con Paco y Elena, ese en el que el camarero había entrado en la habitación para contemplar como ella, Elena y yo, desnudos en la cama, nos enredábamos entre caricias.

Entró en el aparcamiento y yo busqué en la cercanía del hotel dónde dejar mi coche. Eran las doce y media del día.

Una hora después les vi salir. Había estado en un bar, frente a la puerta principal del hotel, sin saber si ella volvería a la calle o permanecería allí dentro el resto de la tarde o incluso la noche.

No tenía nada más que hacer, así que dejaba pasar el tiempo sin decidirme a hacer otra cosa que fijar mi vista en la puerta, ancha puerta del hotel, por la que había entrado Rocío.

Salieron cogidos de la mano, como una pareja más de las muchas que a esas horas del mediodía caminaban hacia un restaurante en el que comer.

Rocío vestía como la señora elegante que es. Abrigo negro largo y ceñido, guantes de piel cubriendo sus delicadas manos, zapatos de medio tacón, negros también, y supuse que falda, teniendo en cuenta que sobre los zapatos y, hasta donde el abrigo tapaba sus piernas, vestía unas medias, negras también.

Supe, como podéis saber todos los que hayáis leído estas confesiones mías, que la ropa interior que llevaba era también negra.

A él no le conocía. No le había visto nunca. Era posible -pensé- que no fuera de nuestra ciudad. Esa conclusión la reforzaba que no hubieran venido juntos, que Rocío, con lo poco que le gusta, hubiera conducido por la autopista y no, en cambio, al lado de su amante.

Pude observarlo desde una distancia prudente, pero no excesiva, una distancia adecuada para hacer un juicio ponderado de su imagen.

Era, sin duda, joven. No tendría más de cuarenta o cuarenta y dos años. Unos ocho o diez menos que Rocío.

Tenía buena planta. Ni delgado ni grueso, una apariencia sana de cuerpo bien cuidado. Vestía con sencillez pero también con cierta elegancia, con un atuendo que perfectamente hubiera podido elegir yo mismo para tener una salida como la que él estaba disfrutando.

Me recordaba, aunque tenía una fisonomía diferente, a Santi, aquel joven que yo había metido entre sus piernas y que tan buenos momentos le había procurado.

Andaban sin prisa, asidos de sus manos, conversando con tranquilidad entre la gente que cruzaba por la acera. Una pareja anónima y desconocida para los otros viandantes.

Intuí el lugar al que se dirigían. No hacía falta ser un lince. La hora y la dirección delataban su inmediato destino.

Puede cualquiera imaginar cómo latía mi corazón, la subida de pulsaciones que estaba experimentando al comprobar la certeza de aquella relación que me había descrito en nuestra conversación.

Una tan grande alteración no es el mejor estado para tomar decisiones. Sentía mi razón obnubilada, el cerebro embotado, la voluntad perdida y, sobre todo, la ira cubriendo todo lo anterior.

Pasearon cerca de media hora en aquel sábado invernal mesetario, acercándose al lugar que ya sabía que visitarían.

Eran las dos de la tarde en punto cuando entraron en el restaurante del amigo de Elena.

Seguía paralizado, mirando embobado hacia el restaurante, cuando unos minutos más tarde cruzaba la misma puerta una Elena despampanante, vestida con menos discreción que Rocío pero, también, con una clase envidiable.

Salvo que su marido ya estuviera dentro, cosa poco probable, Elena iba a encontrarse con mi ex y su nueva pareja, y con su amigo de toda la vida, el que utilizaba el reservado del restaurante para sus encuentros sexuales.

Dudé sin saber qué hacer.

Dudé más de una hora, sentado en una cafetería cercana al restaurante, devanándome entre hacer algo y no hacer nada. Un algo inconcreto y difuso, porque tampoco acertaba a idear qué hacer, y un nada que sabía a retirada definitiva.

Pasaban por mi cabeza imágenes de Rocío ofreciendo su hermoso cuerpo a aquel joven amante, al amigo de Elena y a la misma Elena… eran imágenes muy reales, tanto como las experiencias que juntos habíamos obtenido.

La veía sonriendo al tiempo que se encajaba la verga de cualquiera de ellos, o mientras les ofrecía sus pechos para que pudieran acariciarlos y lamerlos, como tantas veces ya le había visto hacerlo conmigo y con otros hombres.

Las imaginaba a ambas, abiertas las piernas, cerrados los ojos y gimiendo con cada embestida de sus acompañantes, de sus machos poseedores…

Me estaba muriendo de ganas de estar allí dentro, siendo también protagonista del placer que sin duda estarían compartiendo.
 
Estos 2 últimos capítulos, a mí Juan no me está gustando nada. Debería pasar ya página y olvidarse de ella. Es absurdo lo que está haciendo. Hay vida más allá de Rocío y mujeres bastante mejores que ella.
Lo que haga o deje de hacer, le debería ya dar igual. Espero que recapacite y reaccione ya.
 
Igual que he dicho una cosa, voy a hacer otra reflexión.
Rocío está demostrando lo que le importaba Juan y como " lo amaba". Le ha faltado tiempo para zorrear con un tiparraco .
Una vez que ya ha visto que ya le ha olvidado, insisto, bien haría Juan en rehacer su vida, que hay mujeres mejores que Rocío, pero fácil fácil.
Supongo yo que con todo esto la relación está absolutamente muerta y se limitarán a lo mínimo por los hijos y ya está.
 
Juan esta perdiendo los nervios y los papeles. La fruta madura cae sola. Menear el arbol puede hacer que caiga verde.
Fácil de preveer: Rocío es una zorrita lista: no va a cometer el error de delatarse en una ciudad pequeña, donde penaría con ese sambenito. Como dice Carlos Sevillista "hay vida mas allá y mujeres mejores", tiene toda la razón pero la cabra tira al monte de lo prohibido, de lo inacesible en este momento.
En esa ciudad pequeña, pasear su nueva conquista puede ser el golpe que haga caer madura la fruta de Rocío. Dar la vuelta a la tortilla.
Como dije en otro comentario: si Juan se anticipa, saldrá victorioso... Rocío ya dijo como iba a jugar.
La puntilla para Juan tiene nombre: cornudo consentidor...
 
Juan...Juan...un sentido abrazo!!!

Entendamos que esto es especialmente difícil para cualquier hombre, muy complicado que de un día para otro cambien tu vida en 180 grados.

Es como si unas pinzas gigantescas te agarrasen abruptamente y te sacaran en el aire de tu casa, viendo mientras te alejas de tu casa, a toda tu familia, esposa e hijos que se quedan ahí, siguiendo la rutina diaria como si nunca hubiera sido necesaria tu presencia, de una vital importancia para ellos, uno desearía que la sola carencia de uno detuviera su mundo, pero tristemente nunca es así.

Los hijos hasta la adolescencia son extremadamente adaptables a estos procesos, con la madre cumpliendo su papel en el mismo entorno que han sido criados, les bastará con saber que el padre está sano, y que le tienen a la mano con la frecuencia suficiente.

La esposa es otro caso, sobre todo cuando ella decide que estorbas, cuando te comunica su decisión suele haber pasado meses viviendo su propio proceso de duelo dentro de la relación, preparando mente y corazón para lo que considera será el mejor momento para ir tras lo que ella considera faltarle.

Así que no seamos tan duros con Juan, necesita este baño de realidad, tocar fondo, su propio piso, y de acuerdo a su entereza moral y emocional comenzar a construir su nueva realidad.

Lento pero seguro, dar calidad a su vida, una que pareció tener, vivir en función de su propia felicidad, dando la bienvenida a quien quiera acompañarlo en esta nueva travesía, pero con sus condiciones.
 
Juan esta perdiendo los nervios y los papeles. La fruta madura cae sola. Menear el arbol puede hacer que caiga verde.
Fácil de preveer: Rocío es una zorrita lista: no va a cometer el error de delatarse en una ciudad pequeña, donde penaría con ese sambenito. Como dice Carlos Sevillista "hay vida mas allá y mujeres mejores", tiene toda la razón pero la cabra tira al monte de lo prohibido, de lo inacesible en este momento.
En esa ciudad pequeña, pasear su nueva conquista puede ser el golpe que haga caer madura la fruta de Rocío. Dar la vuelta a la tortilla.
Como dije en otro comentario: si Juan se anticipa, saldrá victorioso... Rocío ya dijo como iba a jugar.
La puntilla para Juan tiene nombre: cornudo consentidor...
Espero que no caiga en la trampa y no sea un consentidor.
Yo espero que al final reaccione y se olvide de ella.
 
Juan esta perdiendo los nervios y los papeles. La fruta madura cae sola. Menear el arbol puede hacer que caiga verde.
Fácil de preveer: Rocío es una zorrita lista: no va a cometer el error de delatarse en una ciudad pequeña, donde penaría con ese sambenito. Como dice Carlos Sevillista "hay vida mas allá y mujeres mejores", tiene toda la razón pero la cabra tira al monte de lo prohibido, de lo inacesible en este momento.
En esa ciudad pequeña, pasear su nueva conquista puede ser el golpe que haga caer madura la fruta de Rocío. Dar la vuelta a la tortilla.
Como dije en otro comentario: si Juan se anticipa, saldrá victorioso... Rocío ya dijo como iba a jugar.
La puntilla para Juan tiene nombre: cornudo consentidor...
Espero que no caiga en la trampa y no sea un consentidor.
Yo espero que al final reaccione y se olvide de ella.
Es lo que hace bastante rato ha buscado Rocío, lo mejor de dos mundos, la protección y seguridad que le daría un esposo cornudo y consentidor de todas sus aventuras sexuales, y casi lo logró, pero Juan pudo reaccionar antes de que su manipulación lo envolviera por completo.

Esperemos que se de cuenta que esta Rocío es una versión muy diferente de la que se enamoró décadas atrás, no merece su tiempo, que opte por regresar rápidamente a su ciudad, sin necesidad de rebajarse ni humillarse ante ella, y mantenga una estricta distancia de ella y su hermana, en contacto con sus hijos nada más.
 
Juan...Juan...un sentido abrazo!!!

Entendamos que esto es especialmente difícil para cualquier hombre, muy complicado que de un día para otro cambien tu vida en 180 grados.

Es como si unas pinzas gigantescas te agarrasen abruptamente y te sacaran en el aire de tu casa, viendo mientras te alejas de tu casa, a toda tu familia, esposa e hijos que se quedan ahí, siguiendo la rutina diaria como si nunca hubiera sido necesaria tu presencia, de una vital importancia para ellos, uno desearía que la sola carencia de uno detuviera su mundo, pero tristemente nunca es así.

Los hijos hasta la adolescencia son extremadamente adaptables a estos procesos, con la madre cumpliendo su papel en el mismo entorno que han sido criados, les bastará con saber que el padre está sano, y que le tienen a la mano con la frecuencia suficiente.

cuando te comunica su decisión suele haber pasado meses viviendo su propio proceso de duelo dentro de la relación, preparando mente y corazón para lo que considera será el mejor momento para ir tras lo que ella considera faltarle.

Así que no seamos tan duros con Juan, necesita este baño de realidad, tocar fondo, su propio piso, y de acuerdo a su entereza moral y emocional comenzar a construir su nueva realidad.

Lento pero seguro, dar calidad a su vida, una que pareció tener, vivir en función de su propia felicidad, dando la bienvenida a quien quiera acompañarlo en esta nueva travesía, pero con sus
Si, Totalmente de acuerdo. Pero hay que sobrevivir y ser listo. Si Juan no lo hace, perderá absolutamente todo
 
Depende a lo que llamamos perder todo, porque de sus hijos no lo va a poder separar y que tenga cuidado porque lo que debería hacer es pedir la custodia.
Yo desde luego tengo muy claro que el ha hecho lo que tenía que hacer separándose de ella, pero lo que ha hecho en él último capítulo es innecesario, aunque ya le debe servir para ver qué mientras más alejado de ella, mejor le irá.
Ya sabe lo que hace, que se ha demostrado que no le amaba absolutamente nada y ya es hora de mirar hacia delante, que la vida sigue. Supongo que tiene amigos y estos son en los que se tiene que apoyar.
 
Al menos hasta ahora Rocío parece mantener cierto estatus reservado en sus aventuras, que no creo sea por respeto a Juan, es su propio egoísmo que la conduce a mantener su reputación y no alterar su inmaculada imagen de señora madre y reciente separada esposa.

Va medio año de separación y todos los jugadores parecen seguir en sus puestos, el único cambio radical lo ha tenido Juan.

No me queda claro si hubo divorcio, de no ser así sería interesante que Juan lo pidiera, no resulta nada grato seguir siendo el esposo de una mujer que le baja los pantalones al que se le cruce la gana, evitar ser asociado a Rocío debe ser su prioridad, sabemos como suelen terminar mujeres como ella luego de recorrer ese camino que ha elegido.

Rocío en su nueva vida tendrá gran inestabilidad emocional, su promiscuidad sexual puede desbordarse y llegar a afectar su relación con sus hijos y trabajo, Juan debe estar preparado para esto, legal y emocionalmente.

Imaginen que se decida a convivir con uno de sus amantes preferidos, y empiece a compartir vida con sus hijos sería una situación muy volátil para Juan.

También puede darse el caso que Juan decida irse de ahí, instalarse en una cercana ciudad que le de espacio y tranquilidad para desarrollar su futuro.
 
En esta historia creo que casi todos estamos más de parte de Juan, respetando a los que le caiga mejor Rocío.
Pero mí resumen es que Rocío estaba deseando que Juan se equivocará para separarse de él o forzarlo a hacerlo.
Rocío solo se quiere a si misma, el resto le da exactamente igual. No hay más que ver lo pronto que ha olvidado a la persona que se supone que amaba.
En cambio Juan si está sufriendo.. hasta que se de cuenta que esa etapa la debe cerrar ya y olvidarse por completo de ella.
Espero que después de haber descubierto está doble vida de la tiparraca, que ha sido capaz de dejar solos a sus hijos para irse con un gilipollas, con la toxica de su amiga y otro capullín lejos de su ciudad, Juan decida solicitar la custodia de los hijos alegando esto. Es la mejor venganza.
 
" Me estaba muriendo de ganas de estar allí dentro, siendo también protagonista del placer que sin duda estarían compartiendo ".
En esta frase está la clave de todo.
Lo que más le molesta a Juan es no ser el que controla y maneja a su mujer.
No le importaría que su mujer hiciera exactamente lo mismo que está haciendo, eso sí... Cuando y como él dijera.
Juan es el que ha llevado a Rocío a ése mundo, y ella ha quedado enganchada, por el placer y por la vanidad que le supone ser la reina de la fiesta, la más deseada.
El gran problema de Juan, es que Rocío ha dejado de ser su juguete sexual, y ha empezado a actuar por si misma. Ése es el gran conflicto de los hombres que se arriesgan a vivir ése tipo de experiencias con sus parejas. Ha perdido el control, y ahora trata de recuperarlo a toda costa.
En absoluto defiendo a Rocío, no es más que una adicta al sexo, que ha desmantelado su hogar, por un rato de lujuria... Exactamente lo mismo que su exmarido.
 
" Me estaba muriendo de ganas de estar allí dentro, siendo también protagonista del placer que sin duda estarían compartiendo ".
En esta frase está la clave de todo.
Lo que más le molesta a Juan es no ser el que controla y maneja a su mujer.
No le importaría que su mujer hiciera exactamente lo mismo que está haciendo, eso sí... Cuando y como él dijera.
Juan es el que ha llevado a Rocío a ése mundo, y ella ha quedado enganchada, por el placer y por la vanidad que le supone ser la reina de la fiesta, la más deseada.
El gran problema de Juan, es que Rocío ha dejado de ser su juguete sexual, y ha empezado a actuar por si misma. Ése es el gran conflicto de los hombres que se arriesgan a vivir ése tipo de experiencias con sus parejas. Ha perdido el control, y ahora trata de recuperarlo a toda costa.
En absoluto defiendo a Rocío, no es más que una adicta al sexo, que ha desmantelado su hogar, por un rato de lujuria... Exactamente lo mismo que su exmarido.
Por eso insisto en que debería pasar página y olvidarse de Ella.
Mientras no reflexione y vea esto, se va a seguir hundiendo.
 
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