Dos Hermanas

Como no voy a hacer Spoiler, voy a esperar a que se actualiza para decir lo que pienso sobre Rocio.
Lo que si adelanto es que no me cae nada bien.
 
Gracias, Carlos.

En breve colocaré los capítulos que faltan y que ya están publicados en el otro medio. Después seguiré con el relato que, como podéis comprobar por las fechas de publicación en el otro medio, es una crónica en tiempo presente de hechos actuales, aunque se intercalan recuerdos anteriores.
 
Capítulo tercero. Pecadillos.



En estos más de dos años desde aquel día en que nuestras hijas estuvieron a punto de sorprendernos y descubrirnos, ha habido algún momento digno de mención entre nosotros cuatro.

Pero el más excitante, el que me provoca una excitación incontenible cada vez que lo recuerdo, no ocurrió estando todos.

Sucedió el verano del 21.

Como todo el mundo sabe, el tiempo de vacaciones del profesorado es mayor que el del resto de los profesionales de otras actividades. Aunque buena parte de los meses de verano los pasa mi Rocío preparando muy concienzudamente los materiales necesarios para el siguiente curso, o reciclando algunos conocimientos para estar al día, en la segunda quincena de julio afloja la actividad.

Lo mismo sucede con los adolescentes. Pueden acudir a campamentos veraniegos de todo tipo, excursionistas, deportivos o lúdicos, pero en ese periodo disminuye la intensidad y crece el aburrimiento.

Ese verano, en esas fechas, Rocío y nuestros dos hijos avanzaron el disfrute vacacional y se fueron a la tierra de sus ancestros andaluces, a nutrirse ella en las fuentes de su pasado y a conectar, mis hijos, nuevos estilos relacionales más abiertos y joviales.

Me dejaron (hacía tiempo que no pasaba), de Rodríguez.

No pude acompañarlos porque, en mi oficio, sus señorías tienen la costumbre, fea costumbre, criminal costumbre, de dictar sus peores y más infames resoluciones durante los días previos a los periodos vacacionales, aprovechando para notificarlas justo antes de Navidad o a finales de julio, para desespero de los letrados y de sus clientes, que han de soportar esa maldad institucionalizada.

Mientras mi cónyuge y mis vástagos campaban por las playas gaditanas, allí me encontraba yo, solitario, sintiendo el vértigo de la llegada cotidiana al hogar vacío. No se nota durante el día, que no experimenta variación respecto de otros periodos. Despacho, clientes (en esos días se ponen también muy pesados, como si se acabara el mundo, justo es reconocerlo), compañeros, restaurantes y cafeterías habituales… todo permanece sin variación.

Pero el tiempo que transcurre desde el inicio del camino a casa, al acabar el trabajo, hasta llegar de nuevo a la actividad, al día siguiente, se inunda de cierta tristeza. Si además, como era mi caso, la soledad incluía algún fin de semana, la sensación triste, el decaimiento del ánimo, se incrementa más.

Aunque en mi ciudad hay una buena red de bares, restaurantes y otros establecimientos de ocio, universitaria como es y tradicionalmente amiga del tapeo de calidad, del chiquiteo que dicen los vascos, ni la edad ni mi condición de profesional bastante conocido aconsejan lanzarse a ellos, que en el fondo esto es un pequeño pueblo para las habladurías.

Por otra parte, beber solo de bar en bar no es de mi gusto, y mis amigos en general viven en familia, por lo que ya no tienen la libertad de salir cuando les apetezca con otro amigo.

Además, en el mes de julio el estudiantado nos ha abandonado, lo que hace todavía más visible a aquél que osa darse a la visita de bares y tugurios.

Loli y Carlos todavía no habían marchado de vacaciones. Ellos las hacen en agosto, porque en su oficio no se acostumbra a descansar en otras fechas.

Aquel verano las hicimos por separado, pues ellos viajaban a Cataluña, a la Costa Dorada, donde habían previsto pasar un par de semanas descansando en un hotel de aquellos de pulsera “todo incluido” y relax junto a la playa.

Sucedió la noche del 23 de julio.

La que transcurre entre Santa Brígida y Santa Cristina (también de Santa Cunegunda de Hungría),

Un día de aquellos de lo más normal.

Al llegar a casa una duchita relajada y tranquila, con todo el tiempo del mundo para quien ya nada más deberá hacer hasta el lunes siguiente, una camiseta y un pantaloncito corto, sin ropa interior para estar muy cómodo, brasileñas en los pies y tranquilamente aposentado en la tumbona del porche trasero de la casa, disfrutando la fresca de la noche, pensando en si haría la pizza o abriría uno de los muchos túper que mi Rocío, amantísima y previsora, me había dejado preparados, conocedora de mi desidia culinaria cuando estoy en soledad.

No escuché el timbre, aunque según me dijo lo había tocado varias veces. Es posible, porque en el lugar que estaba sucede con frecuencia que no lo oímos.

El timbre del móvil, que tenía en la mesita auxiliar junto a mí, me sobresaltó.

-¿Diga?

-¿Juan?

Sin hacer apenas pausa, continuó hablándome.

-Hola. ¿Dónde estás?

Es nerviosa, o quizás pensó que una pregunta así era muy inquisitiva, por lo que enseguida aclaró su curiosidad, sin dejarme siquiera contestar.

-Es que estoy llamando al timbre de vuestra puerta y no parece que haya nadie.

-Estoy en casa- le pude finalmente decir- ahora te abro. Estoy en el porche del patio. Voy.

Estaba preciosa. No vestía nada en especial. Unas sandalias con muy poquito tacón y un vestidito de verano corto, de esos que parecen siempre de estar por casa o playero, de escote en V y estilo wrap, cruzado, ceñido en la cintura pero amplio en el resto del cuerpo.

Sonreía, sosteniendo en una mano una bandeja cubierta con papel de aluminio, y en la otra una botella de cava.

-A ver si os ponéis ya una alarma en el patio que funcione con el timbre, que no lo oís desde el patio.

Tras el reproche de inicio, un mensaje breve:

-Que dice tu mujer que te cuide.

Estaba preciosa, sin duda. Con un brillo en los ojos y una ligera capa de carmín en los labios que destacaban su sonrisa.

La frase, que hace años hubiera juzgado inocente, ahora en cambio no parecía serlo. Y menos si la juzgaba por el olor del perfume que me inundó al pasar junto a mí, entrando en casa.

Preparamos entre ambos lo imprescindible para dar cuenta de la botella y del contenido de la bandeja.

-¿Qué es?

-Jamoncito recién cortado- me respondió.

-¿Te ha dicho Carlos cuánto tardará?

Demoró brevemente la respuesta. Me miró a los ojos muy directamente para darla.

-No vendrá.

-¿Pasa algo?

Mi pregunta era natural. Casi siempre están juntos, rara vez hacen cosas por separado esta pareja. Además de ser los cuñados menores, apenas hacía un año que habíamos intensificado nuestra intimidad, y me importaba muchísimo saber si sucedía cualquier incidencia entre ellos.

-Nooo… no pasa nada. Ha ido con la niña a pasar el fin de semana fuera, a una especie de campamento con varios compañeros de su empresa y con sus hijos respectivos.

-¿Y tú?- seguí indagando, extrañado de su ausencia en el evento. Loli no es una madre ausente, todo lo contrario, es muy presente siempre en la vida familiar con su marido y su hija.

Volvió a mirarme muy directamente. Diría que, al menos me lo pareció, su voz sonaba más grave, mientras me respondía:

-Yo he preferido quedarme.

Debió notar mi cara de extrañeza, porque se vio impulsada a hacer alguna aclaración adicional.

-Salieron esta mañana y yo no he ido porque tenía un tema importante en el banco y no podía ausentarme. Ya sabes… los objetivos y eso. Vuelven mañana a primera hora de la tarde, y no estaba con ganas de hacer 200 km de ida y otros de vuelta en menos de 24 horas, además conduciendo sola, porque hubiera tenido que llevar mi coche.

Estaba claro que había una explicación. Como para casi todo en esta vida. Y era una explicación plausible. Aunque unos meses después sigue abordándome la sospecha de ser demasiado… ¿cómo diría yo?... ¿alambicada?... ¿completa?

En cualquier caso, allí estábamos Loli y yo, cuñados con derecho a roce y efectivamente rozados en más de 20 ocasiones, sin nuestras respectivas parejas, a la fresquita en el jardín, en la noche del que había sido un caluroso día de verano, compartiendo un jamón de la tierra (ya sé que es heterodoxo, pero nos gusta así), acompañado de un cava catalán excelente.

No podía ser de otra manera. Las miradas, los gestos, las sonrisas… todo conducía a un fin anunciado desde el mismo momento en que ella se perfumaba para venir a verme.

Cuando ya habíamos dejado de comer aquel buen manjar, las copas de nuevo rellenas, un brindis muy neutro -¡Salud!- y una mirada intensa y sostenida mientras las burbujas cosquillean en la garganta.

Me tocaba hablar.

-¿Qué más vas a hacer para cuidarme?

-No sé. Lo que tú quieras. Tengo el encargo de cuidarte en lo que necesites…

-¿Lo que necesite? ¿Sea lo que sea?

La respuesta, muda, no dejaba lugar a dudas. Mirada fija a los ojos de nuevo, breve repaso con la lengua a sus labios, humedeciéndolos, sonrisa pícara y ligero asentimiento con la cabeza, en una confirmación que claramente invitaba a seguir avanzando.

No hubo ningún romanticismo en aquel beso. Nos devoramos en cuanto nuestras bocas se unieron y mi mano, veloz, alcanzó bajo su falda, como una zarpa, con rudeza, la entrepierna apenas tapada por una ropa interior liviana y sedosa.
 
Las bocas y las manos a su aire, como si ya no respondieran a ningún mandato de sus dueños, con vida propia, buscando y encontrando los centros del placer.

Tiré de aquellas bragas suaves hacia abajo, para dejar descubierta la entrepierna depilada, los labios prominentes asomando hacia afuera como en una llamada a ser tocados.

Mientras con toda la saliva del mundo nos mordíamos los labios o enlazábamos las lenguas en una madeja húmeda, busqué perforarle el sexo con los dedos, con dos dedos, desde el principio, haciendo movimientos bruscos y nada cuidadosos expresamente, obrando con una fiereza perfectamente sentida y, también, con la certeza de que la niña se enciende mucho más con esos movimientos un punto violentos que con las caricias delicadas y sutiles.

-Necesito follarte- pude decirle, en un susurro desgarrado por el deseo, cuando encontré un momento en el que no teníamos las bocas enganchadas.

-Pues fóllame entonces…

La respuesta precedió a un movimiento rápido en el que acabó de quitarse las bragas que yo le había bajado hasta las rodillas, para inmediatamente sentarse en la mesa del jardín, con las piernas muy abiertas en un gesto de invitación provocativa.

Fue un polvo muy intenso. Como un semental de ganadería al que dan rienda suelta frente a una hembra, tomé posesión de su cuerpo, aceptando el ofrecimiento allí mismo primero, para rodar después por la hierba del jardín, intercambiando posiciones y jadeos, mezclando nuestros sudores, bebiéndonos las salivas y los flujos, lamiéndonos los cuerpos, tentándonos con toda la piel, sin dejar de recorrernos enteros.

Mordisqueé sus pezones enormes y puntiagudos, tironeé de ellos con fuerza para oírle jadear más intensamente al hacerlo, aprisioné con mis dedos sus labios, pellizcándolos con fuerza, penetré en su boca y en su coño a mi libre voluntad y capricho, encontrando en cada movimiento, en cada segundo, su entrega total a mi albedrío.

Me cabalgó y la cabalgué, enardecido, con los ojos muy abiertos, observando cada uno de sus gestos, cada uno de sus movimientos, disfrutando de la contemplación de un cuerpo de hembra en plena explosión de deseo.

Cuando estaba muy próximo al fin la obligué sin miramientos a colocarse de espaldas, a cuatro sobre la hierba del jardín, para penetrarla de la forma más animal posible, para dominar su cuerpo como un toro, un caballo o un hombre embrutecido, como el macho de cualquier especie mamífera posee a sus hembras.

Su gemido continuo me indicaba el crecimiento de su placer, la cercanía del momento en que culminaría aquella escalada febril de nuestra cópula…

No quise esperar más, me corrí mientras empujaba mi verga lo más dentro posible de su sexo, en golpes de bruto sin ninguna delicadeza, como si quisiera atravesar su cuerpo, perforarla lo más hondo posible, mientras su garganta se quebraba también en un grito de hembra en éxtasis, ahora la voz más ronca, también más animal, contribuyendo con sus movimientos a hacer más duras, más fuertes, más salvajes, las sacudidas de mi vientre contra sus nalgas.

Cayó derrengada sobre el césped del jardín, y yo sobre ella, tumbado sobre su espalda sudorosa, sin sacarla todavía, sintiendo los últimos espasmos de placer, notando como poco a poco perdía rigidez aquel trozo de carne que apenas un momento antes parecía un duro hierro al rojo vivo y, ahora, resbalaba hacía afuera del coño de mi cuñadita, empapado de la mezcla de su flujo y mi semen.

Rodando sobre el vientre me tumbé a su lado, sobre la hierba, boca arriba, la vista en un cielo no muy estrellado, respirando todavía con cierta alteración por el esfuerzo.

Se acercó sin incorporarse, levantando el brazo para rodearme el pecho y apretarse contra mi cuerpo, recostándose sobre un lado y girando su rostro hacia mí.

En silencio, podía oír perfectamente su respiración, por momentos serenándose como la mía, hasta ser casi imperceptible, un susurro seseante a mi lado.

-Tengo sed.

Mi voz sonó algo desafinada, como ocurre siempre cuando tengo la boca reseca.

Sin decir nada, en un gesto de obediencia enternecedor, se incorporó para acercarse a la champanera que, sobre la mesa, contenía bañada en agua y ya muy poco hielo la botella de cava.

Volvió para sentarse en la posición del sastre y alargarme una copa, haciendo con la suya un gesto de brindis inconfundible. Bebimos. Incorporado el torso lo justo para tomar aquellos tragos, la contemplé sentada a mi lado, cubierta todavía con aquel vestido del que no se había despojado pero que no me había impedido en ningún momento acceder a todos sus rincones.

-Quítatelo

Ahora sonaba clara y segura mi voz, remojado el gaznate con el cava, y dispuesto, como estaba, a llevar el mando de la situación.

Lo hizo sin aspavientos, con actitud sumisa, mirándome a los ojos mientras lo hacía, sacándolo por encima de los hombros y dejándolo a un lado, junto a ella, sobre la hierba.

-¿Qué más se te ocurre hacer para cuidarme, Loli?

Estuvo unos segundos pensando la respuesta a mi pregunta. Finalmente contestó.

-Lo que tú me pidas… pero si no se te ocurre nada, puedo sugerirte algunas cosas.

Impostaba la voz para presentarse mansa y servicial, adoptando una actitud de entrega que me resultaba muy agradable… y excitante.

Disfrutaba contemplando su cuerpo desnudo en la hierba, sentada a mi lado, con la piel brillante por el sudor que todavía no se había secado. Sin incorporarme, arrastrando la espalda sobre el suelo, me acerqué a ella hasta quedar al alcance de sus manos.

No hacía falta decir nada. Loli entendió muy bien el significado de mi movimiento. Pasaba sus palmas por mi pecho, resbalando sobre el sudor que lo cubría. Sin prisas, satisfecho el primer impulso salvaje, las sensaciones ahora eran mucho más morbosas. La hierba en la espalda desnuda… la mano cálida de la niña sobre mi piel, resbalando en la humedad de nuestros cuerpos, una ligera brisa que en ese instante se levantaba… la visión de los singulares pezones de Loli, enhiestos sobre mi cabeza mientras ella seguía acariciándome… todo lo necesario para sentirse feliz.

-Estás cumpliendo muy bien el encargo de tu hermana- se me ocurre decirle.

Su respuesta me desconcierta por inesperada.

-No sé si me estoy pasando en los cuidados. Igual ella no quería decir que hiciera esto.

Pero en unos breves segundos me doy cuenta de que está jugando conmigo. Su voz no expresa ninguna preocupación y, al contrario, su entonación sugiere un punto de burla. El grado de entendimiento entre ellas, para todo, ha sido siempre tan alto que ninguna duda podía albergar sobre su pleno acuerdo para lo que estaba pasando.

O quizás sólo es que me resulta más cómodo pensar que es así, que no puede ser de otro modo, dejándome llevar por mi propio deseo y acomodando la realidad de forma que pueda satisfacerlo.

No respondí. Seguí concentrado en las sensaciones que sus caricias me proporcionaban, mirando desde el suelo sus tetitas puntiagudas y su mirada atenta a mi propio cuerpo. No había precipitación en sus movimientos, ni aparentaba tener ninguna urgencia en la búsqueda del placer. Después de unos interminables minutos, cuando de nuevo había conseguido ponerme algo más que morcillón, se inclinó para alcanzar la punta de mi verga, nada más la punta, y sorberla delicadamente, sin fuerza, para ponerme otra vez a las puertas del cielo.

La guie para que su sexo quedara también al alcance mi boca, en un sesenta y nueve perfecto, relajado, propio de dos hedonistas que buscan el placer en una nueva dimensión pendiente de explorar todavía.

Una tarea fácil y cómoda, tumbado boca arriba, con el liviano peso de su cuerpo sobre mi cuerpo, sintiendo su boca ensalivada recorrerme el tallo una y otra vez, arriba y abajo, en una sinfonía de tiempos lentos y tonos cálidos.

Mientras ella me provocaba esas sensaciones, me empleaba en lamer su sexo húmedo, consciente de que parte de esas humedades podían ser (y sin duda eran) mi semen vertido en su interior unos minutos antes, pero sin importarme. Los labios prominentes de su sexo merecían mi atención sin reparos, y me dedicaba a ellos con toda la ciencia que podía haber almacenado a lo largo de mi vida sexual.

Lengüetazos rápidos y lentos, alternados, arriba y abajo, hacia los lados o zigzagueantes e imprevisibles, movimientos delicados unos y bruscos otros, implicando en ocasiones barbilla y nariz, pero en otras apenas los labios, acompasados a su movimiento de succión sobre mi polla a veces y, otras, expresamente disonantes de los suyos, para romper el ritmo y evitar las monotonías.

No hubo premeditación. Fue un impulso irreflexivo, en el fragor del momento, inducido por la excitación que me provocaba todo su cuerpo.

La penetré con fuerza, metiendo en su coño dos dedos hasta el fondo, buscando a propósito entrar muy adentro. Su respingo delataba la sorpresa. Pero tras una breve paralización, ella misma continuó los movimientos, acelerándolos, en una invitación a que le hiciera el metesaca con más velocidad.

Quise forzar más todavía. Mientras la mano derecha se agitaba con violencia, llevando a chocar con fuerza los nudillos en la entrada de aquella pista resbalosa, unté en sus jugos el pulgar de mi mano izquierda para clavarlo después con fuerza entre sus nalgas, penetrando también sin miramientos en aquel recinto cerrado, y provocando un grito gutural, ahogado por mi sexo en su boca, pero audible por la fuerza que estaba aplicando a hundirme dentro de ella.

Esta vez la parada de los movimientos fue más prolongada. Pero tampoco me enviaba ninguna señal de rechazo. Para seguir jugando al juego de dominación que en otras veces anteriores habíamos tácitamente establecido, quise enviarle un mensaje claro. Comencé a girar mi dedo en su culo, entrando y saliendo lentamente, consciente de que no tenía ninguna práctica anterior, intentando ser al mismo tiempo follador implacable de aquella cavidad nueva y amante cariñoso, dispuesto a esperar la adaptación de su cuerpo a mi deseo.

Ella entendió el mensaje y, lentamente, comenzó a adaptar su ritmo al de mi dedo pulgar, volviendo a rodear mi sexo con sus labios, pero ahora sin emitir ningún jadeo ni gemido, evidencia clara de que ya no se estaba excitando (que te metan algo por el culo sin estar acostumbrado no es placentero) pero también de que se plegaba a mi capricho, ofreciendo aquel momento a mi placer sin pretender el suyo.

No llegué siquiera a una erección completa. Exhausto como estaba tras haberla poseído con tantas ganas, la excitación daba para empujarme a entrar en su cuerpo con fuerte decisión, horadándole el culo con los dedos, pero no para que mi sexo alcanzara la completa dureza de antes.

Descargué lo que me quedaba en su boca, con mi pulgar ascendiendo hacia su vientre en un espasmo de todo mi cuerpo, llevando de nuevo mi boca a hundirse en su sexo, como si una descarga me hubiera contraído sin posibilidad de aflojarme.

Seguí notando en mi dedo la fuerza de su esfínter, apretando con fuerza, mientras su boca, durante varios minutos que me parecieron un paraíso eterno, se entretenía en lamerme con delicadeza hasta el último resto de mi placer, acompañando mi progresiva pérdida de volumen con lamidas suaves, cargadas de una gran delicadeza, una delicadeza que diría yo –Dios y Carlos me perdonen- amorosa.

Pasado un buen rato, saqué de sus entrañas, con cuidado, mi dedo invasor. Se tumbó sobre la hierba, a mi lado, mirando al cielo, con el cuerpo muy pegado al mío, haciéndome sentir todo el calor que desprendía e incrementando el que yo también sentía en mi propio cuerpo.

Sin decir palabra me deslicé lentamente hacia abajo, y a la altura de su vientre rodé para quedar entre sus piernas, con los ojos en medio de sus ingles. Recibía el olor delicioso de su sexo. Un olor mezcla de sus jugos y de mi semen, excitante, de hembra limpia que destila de sus glándulas el jugo de su deseo.

-Abre las piernas bien- ordené en voz alta.

Lo hizo sin demorarse. Me divierte ese juego con ella. Lo hemos ido perfeccionando en los encuentros, una especie de evolución conjunta en la que, sin decir palabra, nos entendemos a la perfección y nos provocamos mutuamente excitación y placer.

-Mastúrbate para que te vea- se me ocurrió seguir ordenando.

Esta vez tardó más en cumplir la orden. Como si no la hubiera entendido bien o como si no acabara de creer que era eso lo que me apetecía, me preguntó de nuevo.

-¿Quieres que me masturbe aquí?

-Hazlo.

La respuesta no dejaba lugar a dudas.
 
Esta vez tardó más en cumplir la orden. Como si no la hubiera entendido bien o como si no acabara de creer que era eso lo que me apetecía, me preguntó de nuevo.

-¿Quieres que me masturbe aquí?

-Hazlo.

La respuesta no dejaba lugar a dudas.
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Con las piernas abiertas y mi cara a escasos centímetros de su monte de venus, bajó ambas manos, deslizándolas desde el vientre hasta las ingles. Tal vez para secar algo de sudor que pudiera tener en la zona, o tal vez porque era su forma de iniciar esa práctica, pasó muy lentamente cada mano por las ingles, sin tocarse todavía el sexo, con las palmas extendidas en la parte superior de los muslos y los índices rodeando los labios sobresalientes de su raja.

Después de algunas pasadas, los pulgares se unieron y al bajar de nuevo los deslizó por el pubis depilado, alcanzando a rozar la parte superior, el sonrosado capuchón.

Seguramente fue mera coincidencia, pero coincidió mi decisión de expeler el aliento de forma que pudiera notarlo en su sexo con el inicio muy leve aun de sus gemidos.

Separó sus notables labios tirando hacia los lados con los dedos, abriendo la entrada a la vagina para humedecer ambos dedos corazón, que inmediatamente deslizó por ambos lados, arriba y abajo, presionando un poco más en cada movimiento.

Sus manos, con una cierta automaticidad conseguida en la experiencia, se colocaron de una forma particular, que parecía ser especialmente efectiva para proporcionarle placer. La mano izquierda sobre el pubis, estirando hacia arriba la piel de forma que dejaba algo al descubierto el clítoris, la derecha, más bien tres dedos de su mano, presionando con cierta fuerza sobre los labios y el resto de su sexo, recorriendo desde el perineo al capuchón en cada movimiento.

Observaba sus acciones con la curiosidad de quien estudia un fenómeno científico, con la conciencia de estar asistiendo a un momento al que pocos hombres acceden, pues requiere que la mujer que se exhibe en esa forma tenga una gran confianza, o una gran dependencia, del observador, influenciados como estamos todos (y puede que las nuevas generaciones todavía más) por una educación que convierte en tabú la autosatisfacción sexual.

Aumentaba por momentos la velocidad, al mismo tiempo que aumentaba la fuerza de su gemido.

Decidí que no podía permanecer al margen de ese momento. Acerqué la boca a aquel coño sabroso dispuesto a comérmelo entero. Ella ayudó, parando sus movimientos y apoyando los dedos a cada lado de la raja, para abrirla del todo y estirar hacia arriba, una posición que –ya lo había notado en ocasiones anteriores- aumenta su placer cuando le acaricio.

Lamí, chupé, jugué en todas las formas en que se puede jugar en esas circunstancias, intentando guiarme por el sonido de su gemido peculiar. Debió ser eficaz, porque apenas un par de minutos después se retorcía entre convulsiones y gritaba como siempre en ese instante.

Cuando por fin paramos, jadeando y sudorosos, comencé a pensar que aquellos gritos podían haber alertado al vecindario porque, si bien los jardines son grandes, la fuerza de su voz tan aguda y el silencio de la noche podían hacerlos muy audibles.

No sé cuánto tiempo estuvimos así, inmóviles, desnudos al raso, ella boca arriba y yo boca abajo, con la cabeza apoyada en la hierba pero metida entre sus piernas, sintiendo sus muslos a cada lado y, en ellos, el pulso de su corazón atenuándose tras el esfuerzo.

Noté que se incorporaba ligeramente, apoyando los brazos en los codos y alzando la cabeza. Yo también la alcé para mirarle a los ojos. Sostuvimos ambos la mirada sin decirnos nada.

Sonreí y me devolvió la sonrisa.

-Es tarde. Me voy para casa.

Las reacciones espontáneas, cuando por la razón que sea no estamos vigilantes, pueden derivar en consecuencias muy complicadas. Pero es humano tenerlas. Con Loli más. Al cariño familiar profesado por más de 20 años se une ahora el efecto, inmenso, excelente, sublime, del placer compartido. Así que sin filtro alguno hice la proposición que me salió del alma.

-No te vayas. Duerme esta noche conmigo.

**************

-Juan… He quedado con Ernesto.

Me lo soltó a bocajarro y tardé en reaccionar. Permanecí en silencio.

-¿Me has oído? He quedado con Ernesto.

-¿Hoy?- acerté a responder, sin saber añadir nada más.

-Hoy, sí.

No me hacía a la idea, no tanto porque finalmente fuera a suceder, sino porque no me cuadraba el momento.

Era sábado. Víspera de San Isidro. Desayunábamos juntos, como cada sábado, en nuestra cocina. La noche anterior habíamos tenido la cena periódica con los cuñados, una cena de las normales, de las de antes.

Muy rápido ha ido -pensé-. Desde que le había sugerido su nombre, desde que aquel otro sábado le había propuesto encamarse con su compañero, había transcurrido menos de un mes.

-¿Cómo ha sido? ¿Dónde has quedado? ¿Vosotros dos sólo?

Las dos primeras preguntas eran las más normales, producto de la necesidad de saber. La tercera delataba que, en el fondo, había mantenido una esperanza oculta de que no se encontraran a solas, ellos dos, sin mí.

Estaba preparada para mi sorpresa, las mujeres saben cómo tratarnos siempre.

-Me dijiste que podía hacerlo sin ti ¿no?

Con la pregunta me estaba dando la respuesta. Permanecí en silencio, sin dejar de mirarle, demandándole con la vista las respuestas.

-Ha sido fácil- me comentó.

Siguió explicándome con tranquilidad, la voz monótona y lineal, sin ponerle ninguna intención.

-Digamos que le provoqué un poco cuando estábamos a solas en la sala de profesores, se descontroló bastante intentando besarme. No le dejé y me propuso traerme en coche a casa al salir. Pudimos hablar un rato…

-¿Hablar?- No pude callarme, era una urgencia conocer los detalles.

-Bueno… hablar y algo más, pero no demasiado. Me llevó a un aparcamiento que no sé ni dónde está. Nos besamos y eso… y al final acepté quedar con él hoy.

-¿Y eso? ¿Qué es y eso?- Mi tono había sido jocoso intencionadamente, necesitaba saber pero no quería que lo considerara una forma de desacuerdo.

-Bueno… unos besos, unas caricias… él estaba muy salido y parecía un pulpo intentando tocarme por todas partes. La verdad es que la ropa que llevaba no era la más adecuada para que lo hiciera.

Me miró sonriente mientras su boca revelaba una realidad ya consumada.

-Al final, le calmé para poder relajarnos y seguir hablando.

-¿Calmar?

Me respondió con una gran dulzura, bajando la voz y sin dejar de mirarme a los ojos. Incluso, diría, sonreía divertida al decírmelo.

-Le dejé que disfrutara un ratito y luego le fui aflojando el ánimo… después -prosiguió- me propuso vernos hoy y acepté.

-¿Disfrutar un ratito? ¿Mucho disfrute o poco? ¿Habéis quedado hoy? ¿Sábado? ¿Y su mujer? ¿Sabe que habéis quedado?

Disparaba las preguntas. El tono procuraba ser neutro y no mostrar inquietud, pero mi sentimiento era de extrañeza. Necesitaba las respuestas. Y llegaron de tal forma que, sin poder evitarlo, sentí una fuerte punzada en el costado, una especie de descarga desagradable como reacción a la nueva información que me proporcionaba.

Despreció las primeras, que quedaron sin respuesta, para abordar la más impactante.

-¿Su mujer? ¿No te lo he dicho? Creo que sí, pero como cuando te hablo a veces no atiendes… Ernesto y ella se separaron hace tres meses.

Permanecí mudo. No encontraba las palabras. Esa cantinela del nunca me atiendes me la conozco bien, y con frecuencia es una forma, consciente o inconsciente, de culpar a la pareja de la falta de comunicación, o una excusa fácil para que crea que es culpa suya no recordar algo que, en realidad, nunca le dijeron. Precisamente sobre Ernesto, la información no me hubiera pasado desapercibida.

Pero ahí estaba la cuestión. Mi mujer, después de dejarse sobar dentro del coche en un aparcamiento (o vete a saber si después de algo más que sobeteos), había quedado con un compañero de trabajo separado desde hacía tres meses, concertando una cita en sábado para salir juntos los dos. No podía gustarme. Y menos cuando, con toda naturalidad y como el que no quiere la cosa, siguió desgranando su plan de cita.

-Como son las fiestas de San Isidro, dijimos de salir pronto y acercarnos a Madrid. Así tampoco estamos por aquí y evitamos que pueda haber algún inconveniente.

Madrid está a unas dos horas de distancia en carretera de nuestra ciudad. Dos de ida y dos de vuelta. No me gustaba la idea. Me sonaba a excusa fácil lo de mantener el anonimato y no arriesgarse a ser vistos por personas de nuestro entorno que pudieran reconocerles.

Tampoco me gustaba el ¿cómo expresarlo?... el formato, sí, el formato.

Mis fantasías tal vez no eran tan elaboradas, pero no había pensado en su encuentro como una especie de fuga adolescente a una fiesta en otra ciudad para compartir risas, diversión y complicidades, como una pareja. Más bien lo había imaginado como un encuentro exclusivamente sexual, en una habitación, sin preámbulos festivos… sin otro juego de seducción que el directamente relacionado con el deseo sexual. Y aunque yo mismo había inducido que el encuentro se realizara sin mi participación, mi fantasía no había alcanzado a elaborar esa circunstancia, como si al imaginarme lo que podía suceder no hubiera dejado de estar presente, como el director de una película que no aparece en la pantalla, pero que sin duda está allí, tras la cámara.

Parecía como si esa perspectiva de lo que iba a suceder anulara, también, algo que me había dicho y quedaba tapado sin más. Mi Rocío acababa de confesarme que la tarde anterior ya había tenido un escarceo sexual con su compañero, al que había dejado que la sobara y ves a saber qué más, con el loable propósito de “calmarlo”, un petting (en castizo un magreo) que había servido de anticipo de lo que ese día volvería a ofrecerle.

-Tardaréis bastante en llegar- pude al final decir, culminadas todas esas reflexiones. Pero parecía tener todas las respuestas a mis objeciones.

-Sí. Ya… por eso hemos quedado temprano. Queremos comer allí y luego estar libres.

Estar libres, decía.

Tuve, no puedo negarlo, un mal barrunto. Nada estaba siendo como había creído que sería…

**********
 
Repito este comentario que en algún momento di en el antiguo foro.

"Es admirable tu devoción a tu esposa. Sin duda hay amor ahí.
Llevar tan especial tipo de relación, aunque no siempre sean tan evidentes, involucra sacrificios de ambas partes
Espero no dejes de alimentar tu lado del deseo sexual, nunca adormecer el propio y activo disfrute del cuerpo
femenino.
Más que equilibrar la balanza, se relaciona a que ambos sean igualmente generosos demostrándose amor."
 
Y el que hice referente a este último capítulo.

"Allteus, me has tenido en ansiedad y morbo constante durante todo tu relato.
No me quedó claro si es una historia de vida propia, cercana o ficción. Se notan buena gente casi todos, casi.
Me caen bien Juan y Lola, algo menos Carlos, pero definitivamente a Rocío no he podido tragarla.
No estaba seguro por qué me pasaba esto con Rocío. Ahora lo sé.
Desde el inicio me ha parecido ver una velada y muy sutil manipulación de parte de ella, primero a su esposo, luego
a su hermana y cuñado.
Mueve los hilos para satisfacer sus propios deseos y preferencias sexuales. Sabe cuales botones presionar, sobretodo
cuando.
Juega con las fantasías de todos, las exacerba, y logra en el proceso su goce final. Un juego peligroso.
Podríamos decir que igual todos salen ganando al cumplirse las fantasías de cada uno. Pero no!...nunca es tan
sencillo.
Por qué no?...porque nunca es suficiente, al menos nunca lo será para ella. El fin suyo siempre será atraer placer,
usando todo a su alcance.
Todo límite tácito o explicitado, toda barrera moral o ética, todo amor o cariño, serán paulatinamente derribados.
Permitir lo de Ernesto es una insensatez, por decirlo suave, un colega a quien ve a diario, que protagoniza sus
principales fantasías sexuales.
No teniendo certeza Juan de cuándo ni qué tan lejos han llegado con sus acercamientos clandestinos.
Lo más preocupante que Rocío en secreto armó un panorama completo para las fiestas junto a Ernesto. Su amante?
Lo hecho en el trabajo ya es una infidelidad física en toda regla. Ahora con el finde de fiesta, todo escala al
siguiente nivel, el emocional. Lo lamento.
Finalmente, espero por el bien de Juan, de su matrimonio y su entorno, estar rotundamente equivocado.
Discúlpenme si esto pareció más el alegato final de un juicio de divorcio, pero los tigres siempre tendremos rayas."
 
Repito este comentario que en algún momento di en el antiguo foro.

"Es admirable tu devoción a tu esposa. Sin duda hay amor ahí.
Llevar tan especial tipo de relación, aunque no siempre sean tan evidentes, involucra sacrificios de ambas partes
Espero no dejes de alimentar tu lado del deseo sexual, nunca adormecer el propio y activo disfrute del cuerpo
femenino.
Más que equilibrar la balanza, se relaciona a que ambos sean igualmente generosos demostrándose amor."
Amor hay, y es mutuo.

Y admiración.

Y respeto.

Y atracción.

Y complicidad.

Son muchos años juntos, compartiendo lo esencial de la vida. Muchos puntos de unión.

No es una novela rosa tampoco, pero... me siento afortunado.
 
Y el que hice referente a este último capítulo.

"Allteus, me has tenido en ansiedad y morbo constante durante todo tu relato.
No me quedó claro si es una historia de vida propia, cercana o ficción. Se notan buena gente casi todos, casi.
Me caen bien Juan y Lola, algo menos Carlos, pero definitivamente a Rocío no he podido tragarla.
No estaba seguro por qué me pasaba esto con Rocío. Ahora lo sé.
Desde el inicio me ha parecido ver una velada y muy sutil manipulación de parte de ella, primero a su esposo, luego
a su hermana y cuñado.
Mueve los hilos para satisfacer sus propios deseos y preferencias sexuales. Sabe cuales botones presionar, sobretodo
cuando.
Juega con las fantasías de todos, las exacerba, y logra en el proceso su goce final. Un juego peligroso.
Podríamos decir que igual todos salen ganando al cumplirse las fantasías de cada uno. Pero no!...nunca es tan
sencillo.
Por qué no?...porque nunca es suficiente, al menos nunca lo será para ella. El fin suyo siempre será atraer placer,
usando todo a su alcance.
Todo límite tácito o explicitado, toda barrera moral o ética, todo amor o cariño, serán paulatinamente derribados.
Permitir lo de Ernesto es una insensatez, por decirlo suave, un colega a quien ve a diario, que protagoniza sus
principales fantasías sexuales.
No teniendo certeza Juan de cuándo ni qué tan lejos han llegado con sus acercamientos clandestinos.
Lo más preocupante que Rocío en secreto armó un panorama completo para las fiestas junto a Ernesto. Su amante?
Lo hecho en el trabajo ya es una infidelidad física en toda regla. Ahora con el finde de fiesta, todo escala al
siguiente nivel, el emocional. Lo lamento.
Finalmente, espero por el bien de Juan, de su matrimonio y su entorno, estar rotundamente equivocado.
Discúlpenme si esto pareció más el alegato final de un juicio de divorcio, pero los tigres siempre tendremos rayas."
Más complicado resulta comentar este otra aportación, que merece más explicaciones.

No te resolveré la duda sobre si es o no una historia de vida propia, cercana o ficción. Me remito al primer capítulo de este relato, escrito hace más de 3 años, en el que algo comentaba sobre ello, si bien de forma ambigua.

No concretaré más, tampoco, porque esa parte quiero expresamente dejarla a la imaginación creativa de cada lector. No recuerdo ahora el nombre de un autor que dijo una vez que cada lector lee, en realidad, una historia distinta. El escritor apunta los elementos esenciales, construye la espina dorsal de una historia, pero el lector lo complementa con tantos matices como su imaginación sugiera, hasta el punto de ser cada resultado, si se comunicaran con profusión entre ellos, irreconocible para los otros.

Y eso mismo pasa con los personajes de cualquier relato. El autor los dibuja y el lector los interpreta, y al mismo tiempo les añade atributos, hasta completarlos porque, por mas descripción que pudiera hacer quien escribe, nunca le dará la perfección y complitud, en sus miles de vértices y aristas, de una personalidad humana.

Rocío, en eso creo que la has captado bien, esta en todo y es el centro de nuestros mundos. Lo hace de forma natural. Es su rol. Como hermana mayor, en la relación de pareja, en nuestro núcleo familiar. Ha asumido desde hace mucho tiempo, en esos mundos, la toma de decisiones.

El criterio que la guía no es egoista. Acostumbra a ser empática y actuar en beneficio común.

Le gusta innovar y descubrir. En nuestras experiencias sexuales es evidente. Tiene una capacidad para el placer inagotable, o al menos muy grande, sin exagerar, lo que permite un continuo explorar nuevas posibilidades.

En donde ves manipulación yo diría que es voluntad de ir más allá... y compartirlo. Creo, pero eso es opinable, claro, que su finalidad, conmigo, con su hermana, con Carlos, es compartir lo que para ella es un paraiso de placer en el que le gustaría que habitáramos todos nosotros.

Finalmente... ¿no crees que lo de Ernesto era la búsqueda de un requilibrio?

Viene precedida de un suceso significativo. Lola y Juan, su marido, compartimos una noche de amor a solas. Las mujeres son muy perceptivas para esas cosas y, tal vez, era un reajuste de posiciones. No sé. Es también una especulación. En cualquier caso, ha pasado el bastante tiempo para pensar que el afair con Ernesto (tampoco el anterior con Loli) no ha tenido graves efectos.

En cuaLquier caso, agradezco los comentarios porque a veces no sabe uno si la historia que está contando interesa a alguien, y tus comentarios demuestran que a ti, sí.
 
A ver. Interesa a más gente. A mí, por ejemplo. Lo que pasa es que no comento, porque creo que falta un capítulo para actualizar. Y a partir de ahí, empezaré a dar mi opinión.
 
Más complicado resulta comentar este otra aportación, que merece más explicaciones.

No te resolveré la duda sobre si es o no una historia de vida propia, cercana o ficción. Me remito al primer capítulo de este relato, escrito hace más de 3 años, en el que algo comentaba sobre ello, si bien de forma ambigua.

No concretaré más, tampoco, porque esa parte quiero expresamente dejarla a la imaginación creativa de cada lector. No recuerdo ahora el nombre de un autor que dijo una vez que cada lector lee, en realidad, una historia distinta. El escritor apunta los elementos esenciales, construye la espina dorsal de una historia, pero el lector lo complementa con tantos matices como su imaginación sugiera, hasta el punto de ser cada resultado, si se comunicaran con profusión entre ellos, irreconocible para los otros.

Y eso mismo pasa con los personajes de cualquier relato. El autor los dibuja y el lector los interpreta, y al mismo tiempo les añade atributos, hasta completarlos porque, por mas descripción que pudiera hacer quien escribe, nunca le dará la perfección y complitud, en sus miles de vértices y aristas, de una personalidad humana.

Rocío, en eso creo que la has captado bien, esta en todo y es el centro de nuestros mundos. Lo hace de forma natural. Es su rol. Como hermana mayor, en la relación de pareja, en nuestro núcleo familiar. Ha asumido desde hace mucho tiempo, en esos mundos, la toma de decisiones.

El criterio que la guía no es egoista. Acostumbra a ser empática y actuar en beneficio común.

Le gusta innovar y descubrir. En nuestras experiencias sexuales es evidente. Tiene una capacidad para el placer inagotable, o al menos muy grande, sin exagerar, lo que permite un continuo explorar nuevas posibilidades.

En donde ves manipulación yo diría que es voluntad de ir más allá... y compartirlo. Creo, pero eso es opinable, claro, que su finalidad, conmigo, con su hermana, con Carlos, es compartir lo que para ella es un paraiso de placer en el que le gustaría que habitáramos todos nosotros.

Finalmente... ¿no crees que lo de Ernesto era la búsqueda de un requilibrio?

Viene precedida de un suceso significativo. Lola y Juan, su marido, compartimos una noche de amor a solas. Las mujeres son muy perceptivas para esas cosas y, tal vez, era un reajuste de posiciones. No sé. Es también una especulación. En cualquier caso, ha pasado el bastante tiempo para pensar que el afair con Ernesto (tampoco el anterior con Loli) no ha tenido graves efectos.

En cuaLquier caso, agradezco los comentarios porque a veces no sabe uno si la historia que está contando interesa a alguien, y tus comentarios demuestran que a ti, sí.
Yo creo que lo de Ernesto no es la búsqueda de un equilibrio, lo tuyo fue con tu cuñada con el consentimiento de Rocío. Aunque yo creo que fue provocado por Rocío para tener la justificación de liarse con Ernesto.
El equilibrio, hubiese sido y Carlos y Rocío pasan también un día los dos solos.
 
Yo creo que lo de Ernesto no es la búsqueda de un equilibrio, lo tuyo fue con tu cuñada con el consentimiento de Rocío. Aunque yo creo que fue provocado por Rocío para tener la justificación de liarse con Ernesto.
El equilibrio, hubiese sido y Carlos y Rocío pasan también un día los dos solos.
También es posible, también.

Al final, sobre todo aquello que no conocemos de ciencia cierta, directa y propia, todo lo que podemos construir son hipótesis.

Y ambas caben, sí.
 
Estar libres, decía.

Tuve, no puedo negarlo, un mal barrunto. Nada estaba siendo como había creído que sería…

**********

Sin decir palabra, desnudos, dejamos todo por medio, en desorden, como estaba, recogimos nada más nuestros respectivos móviles y nos encaminamos a nuestra habitación.

A la suya no. A la nuestra de su hermana y mía.

No encendimos ninguna lámpara, como si aquello que íbamos a perpetrar rehuyera aparecer a la luz. Retiramos el cobertor para dejar sólo las sábanas y nos tumbamos, muy juntos, sobre la cama.

A pesar del calor, se pegó a mí, de costado, apoyando su cabeza en mi hombro y rodeándome con su brazo el pecho. Pude notar que su respiración estaba todavía agitada y, a medida que pasaba el tiempo, como se serenaba.

Cuando desperté el resplandor del día alumbraba con fuerza detrás de las cortinas de la ventana y Loli dormía, todavía, a mi lado, en nuestra cama.

En la suya no. En la nuestra, de su hermana y mía.

La desperté lo más dulcemente que se me ocurrió… jugando con leves caricias por todo su cuerpo y besando sus pezones maravillosos, espectaculares, incluso dormida.

Cuando tuve la certeza de que ya estaba despierta, más como anuncio firme que como pregunta a ella, murmuré a su oído:

-¿Preparo un café?

********

-¿Juan?

Era su voz. No me había separado durante horas del teléfono. Como en una especie de vigilante espera, había permanecido con él a la vista, conectado al cargador para que no pudiera agotarse la batería, sin que hubiéramos siquiera acordado que habría alguna llamada, pero convencido de que ésta se produciría.

Las diez de la noche. Era su llamada, la que ponía fin a muchas horas de cábalas, de pensamientos recurrentes, de especulaciones diversas, de suposiciones variadas sobre qué podía estar sucediendo en su cita con el compañero de trabajo.

Desde que él la recogió, a la puerta de nuestra casa, desde que mirando a través de la ventana de nuestra habitación, escondido detrás del visillo para no ser visto, la vi subir al asiento del acompañante del coche de Ernesto, no había sabido nada más.

Aunque se había maquillado concienzudamente, su apariencia era muy natural. Rocío tiene una habilidad extrema para hacerlo, para obtener un resultado perfecto, pero que nadie atribuiría al maquillaje. Vestía una falda amplia, de color limón suave, ni corta ni larga, y una blusa estampada con motivos florales amplios, muy primaveral, de botones, que al salir de casa al menos sólo desabotonaba el primero, dando una apariencia muy recatada pero también engañosa, porque simplemente desabrochándolos podía exhibir mucho más su atractivo pecho.

El conjunto destacaba su esbelta cintura, en una imagen algo vintage de los años 50.

No sabía, no me lo había mostrado ni yo había tenido el ánimo de verla mientras se vestía, qué ropa interior llevaba puesta. Conociendo su equilibrado sentido del gusto, su costumbre de combinar adecuadamente la ropa interior con el vestido exterior, seguro que estaba a juego.

Los tenis, muy juveniles, remataban el conjunto.

Llevaba también un bolso amplio de tela, algo que sé, por experiencia de otras ocasiones en las que hemos compartido la aventura, que utiliza para llevar alguna ropa de recambio, y puede que también calzado, sea para ponérsela antes de, o sea para ponérsela después de.

Había imaginado a lo largo del día cual sería el punto en el que se encontraban, algo que en el tiempo de viaje más o menos era previsible si efectivamente se dirigían a Madrid desde nuestra ciudad por el camino más normal. Pero transcurridas más de dos horas cualquier posible especulación era inútil, pues desconocía todo sobre sus planes.

Volvía entonces, una y otra vez, a construir la fantasía sobre su encuentro.

Pero la fantasía había cambiado.

Estaba ahora llena de mis inseguridades.

Les imaginaba felices, comiendo en un restaurante o paseando por alguna calle, cogidos de la mano o enlazados por la cintura, en medio de una fiesta, asistiendo a un concierto o, simplemente, colegueando entre sonrisas, como había visto más de una vez que se desenvolvía su relación normal de compañeros de oficio.

Les imaginaba también en la cama, en la habitación de algún hotel. Unas veces, en un hotel lujoso, con decoración agradable y limpia, otras en una habitación destartalada, pero en la que ellos retozaban igualmente; unas veces abordándose con furia y desenfreno, otras acariciándose con delicadeza y suavidad; unas veces dirigiéndose expresiones de excitación exaltadas, otra susurrándose cariñosamente bellos halagos; unas veces follándose y nada más… otras… otras, enamorándose.

-¿Rocío? ¿Ya estáis de vuelta?

Nada más pronunciar aquellas palabras miré la pantalla de mi móvil y supe que la respuesta sería negativa. El número que aparecía en la pantalla era desconocido para mí, un número con prefijo de Madrid.

Tuve la certeza de que estaba llamándome desde la habitación del hotel.

Su voz era clara al responder, muy audible, sin ningún ruido de fondo ni interferencias.

-No… por eso te llamo. Se nos ha hecho tarde y nos quedaremos a dormir aquí.

Definitivamente no me estaba gustando la situación, pero no era ni el momento ni el medio para decirlo. Debía -al menos así lo entendí en aquellas circunstancias- callarme el malestar, evitando cualquier expresión de reproche. Decidí limitarme a una pregunta formal.

-¿Va todo bien?

-Sí, va bien. Es sólo que se ha hecho tarde, acabamos de cenar y no nos apetece estar más de dos horas en carretera.

Su voz tenía el tono normal de siempre, aunque el ritmo de su expresión sonaba un punto, sólo un punto, más lento de lo habitual. Me asaltó inmediatamente una sospecha… ¿Estaba Ernesto acariciando su cuerpo mientras hablaba conmigo? ¿Estaría desnuda con él en ese momento?

Acerté, nada más, a hacer una pregunta neutra.

-¿A qué hora volveréis mañana?. Te lo pregunto -tuve la necesidad de justificarme- para saber si comemos juntos o nos apañamos sin esperarte.

Tardó algo en responder.

-¿Rocío? ¿Me oyes?- Seguía sospechando que estaba ocupada en otros menesteres mientras hablábamos.

-Sí, te oigo. Estaba pensando… No sé cómo lo haremos por la mañana, si nos levantaremos pronto o apuraremos hasta más tarde. Ves haciendo como si no llegara y si llego antes no pasa nada.

Como si su ausencia fuera una circunstancia normal sin ninguna otra implicación, como si estuviera fuera por cualquier otra razón diferente a estar follando con su amigo, habíamos resuelto la intendencia familiar del domingo, seguramente -sospechaba yo- mientras el sujeto magreaba su cuerpo o mientras ella misma lo hacía con él.
 
Creo que Rocío ya se ha descrito a ella misma, en este último capítulo. Increíble el desprecio que hace sobre su marido y familia, uno puede tener una vida liberal como la vuestra, pero a mí me trata así con ese desprecio y la mando a la mierda y le cortó la llamada. Respeto tú forma de ser y persar, me he quedado bloqueado de como te ha tratado y además estando con su amante mientras hablaba contigo, eso es humillación.
 
Creo que Rocío ya se ha descrito a ella misma, en este último capítulo. Increíble el desprecio que hace sobre su marido y familia, uno puede tener una vida liberal como la vuestra, pero a mí me trata así con ese desprecio y la mando a la mierda y le cortó la llamada. Respeto tú forma de ser y persar, me he quedado bloqueado de como te ha tratado y además estando con su amante mientras hablaba contigo, eso es humillación.
Yo no quería decir nada para no ofender, pero pienso igual. Mucho que desear ha dejado la actitud de Ella. Demasiado bien se está portando él.
 

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