Dos más dos

Hotlove

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Dos más dos

Vaya semana ¡Qué estrés! El trabajo horrible, sumado a los preparativos del viaje. Estaba siendo una semana dura. Pero se consolaban pensando que en unos días estarían en una paradisíaca playa a miles de kilómetros de cualquier problema. Merecía la pena un último esfuerzo. Pero se les estaba haciendo largo. Cada año hacían un viaje de un par de semanas por España o Europa, controlando los gastos, y al año siguiente organizaban otro a un lugar de ensueño. Brasil, República Dominicana, Cuba, Tailandia, etc. Dejaban al niño con los abuelos y desconectaban del mundanal ruido. Volvían al origen. Parecían conocerse de nuevo. Flirtear por primera vez. Salir a cenar, beber, bailar. Y follar. Follar mucho. En la playa, en el hotel, en el ascensor, en los probadores de centros comerciales, en los baños. Daba igual, se trataba de no perder la esencia. Sentirse como los primeros meses en los que se conocieron. Esas dos semanas les daban fuerza para un año entero. Les ayudaban a enfrentar las crisis, discusiones y enfrentamientos por las situaciones cotidianas agravadas por la tensión en el trabajo, la falta de tiempo y la monotonía en la relación. En esas dos semanas cicatrizaban las heridas, servían de reconciliación y les recordaban que la llama seguía viva, y que no había relación perfecta, pero que debían trabajar para que ese fuego nunca se extinguiera, ya que seguían muy enamorados.
Ese año les costó encontrar destino. Fueron a varias agencias de viaje, buscaron por internet, compraron varias guías, y, al final, lo echaron a suertes entre tres destinos. Ganó Seychelles. Álvaro hubiera preferido Vietnam, y alternar playa con visitas culturales, pero Monique quería desconexión total, por lo que se puso muy contenta. Iba a ser como estar en un spa, pero dos semanas.
Un par de meses antes, cenando con unos amigos, les contaron el viaje que habían programado, con pelos y señales. Y ellos, al calor de varias botellas de vino, comentaron que les encantaría unirse. Isabel había sido compañera de Álvaro, y las dos parejas habían salido de copas muchas veces juntos, pero nunca viajado los cuatro. Entonces decidieron que al día siguiente preguntarían en la agencia si seguía habiendo vuelos y plazas en el hotel.
Bingo. No tenían muchas esperanzas, debido a la cercanía de la partida, pero finalmente se habían producido algunas cancelaciones, y pudieron reservar también. Entonces a Monique le entró el vértigo: ¿Y si no congeniaban los cuatro tantas horas juntos? ¿Y si un viaje organizado para desconectar y disfrutar solos se les volvía en su contra? Álvaro la tranquilizó recordándole a Monique que en varios viajes habían echado de menos estar con más gente conocida, sobre todo a partir de la segunda semana. Y Monique lo aceptó, pero poniendo como condición que muchos días harían actividades de forma independiente, para conservar cierta intimidad. Se lo plantearon a Isabel y Adrián y les pareció una muy buena idea.
La llegada al resort fue una sucesión de exclamaciones. No se podían haber imaginado un mejor lugar para desconectar. Cabañas de madera suspendidas sobre el agua cristalina en cuyo fondo se podían ver langostas y peces de colores. Servicio de mayordomo que traía cestas de frutas cada mañana y marisco fresco cada vez que se solicitara, aparte de botellas de vino y champán en cubiteras de hielo en la puerta de las cabañas. Tenían a su disposición una pequeña barca a motor que los llevaba a hacer excursiones a las islas cercanas, donde pasaban el día con una cesta de picnic donde no faltaba nada que se pudiera necesitar para aplacar el hambre y la sed de un gourmet. A veces iban solos, a veces los cuatro. Pero la convivencia estaba siendo perfecta. En ocasiones las chicas salían del resort para ir de compras a la ciudad más cercana, mientras los chicos se quedaban en la piscina, bebiendo. O ellas paseaban por la playa mientras ellos contrataban una ruta 4X4. Las vacaciones estaban siendo geniales. Una perfecta mezcla entre relax y actividades recreativas que habían conseguido que todos dejaran de pensar en sus problemas habituales y se dedicaran en cuerpo y alma a relajarse.
Al décimo día Álvaro y Monique tenían contratada una excursión para hacer rafting en un río cercano, pero ella se levantó con cierto malestar en el estómago, al igual que Adrián. Demasiado marisco. Entonces Isabel se ofreció a ir a la excursión en lugar de su amiga. A todos les pareció bien. Día de relax en la cabaña para Adrián y Monique y actividad para Álvaro e Isabel. Era la primera vez que se daba esta combinación, pero tenían tanta confianza que todos se encontraban cómodos.
El descenso del río fue muy movido, pero extremadamente divertido. Pasaron por algunas partes peligrosas, y eso le dio un toque ciertamente aventurero. Los dos no pararon de reírse durante todo el recorrido. En más de una ocasión Álvaro tuvo que agarrarla fuertemente. Hicieron una pausa para comer y comentaron entre risas anécdotas del trabajo y los compañeros. Siguieron un rato y el río se embraveció. Los rápidos hacían honor a su nombre y sucedió lo inevitable. La balsa volcó y todos se fueron al agua. Había bastantes remolinos y mucha confusión. Isabel tragó mucha agua y estaba desorientada, hasta que alguien la agarró por detrás y la arrastró hasta la orilla. Era Álvaro, que la sentó en una roca.
-¿Estás bien? Mírame a los ojos ¿Estás bien? -dijo con preocupación.
Isabel había tragado bastante agua y no paraba de toser. Estaba algo nerviosa, hiperventilando. Notó las manos de Álvaro en su hombro y se tranquilizó. Entonces lo abrazó, sintiéndose ya a salvo. Lo había pasado mal. Empezó a respirar más despacio, lo miró a los ojos, le cogió la cabeza y lo besó en la boca. Álvaro se quedó anonadado. No sabía como reaccionar. Y le correspondió. Entonces los dos se separaron automáticamente y se miraron fijamente a los ojos, bajándolos después. No había pasado nada, había sido resultado de la tensión del momento. Ninguno de los besos significaba nada. Los dos se repetían eso una y otra vez para sí mismos. No significaba nada. Había sido la tensión.
El resto del camino lo hicieron en un todoterreno. Durante la vuelta por la tarde casi ni se hablaron. Algún comentario sobre el paisaje. Poco más. Pero, a pesar del susto final, había sido un gran día. La razón del silencio no estaba en el vuelco.
Mientras tanto, la mañana había sido muy tranquila en el resort. Monique se levantó tarde y solo desayunó una infusión. Se tendió en una hamaca en su terraza simplemente a disfrutar de las vistas al mar y los peces que surcaban el agua justo debajo de ella, bajo el suelo de madera. Era el paraíso. Como también lo era tener también tiempo para ella sola. Era un auténtico lujo que ella apreciaba sobremanera las pocas veces que lo disfrutaba. Después cogió un libro y se puso a leerlo acariciada por la brisa marina. Pasadas un par de horas, empezó a sentirse mucho mejor. Las molestias habían desaparecido y el olor del mar le estaba abriendo de nuevo el apetito. Entonces escuchó unos pasos acercarse por la pasarela. Era Adrián que se acercaba con una amplia sonrisa.
-¡Buenos días, aunque ya sean las doce! ¿Cómo estás? Estaba preocupado por ti. Yo me encuentro mucho mejor. -Dijo Adrián.
-¡Pues yo también, muchas gracias! Creo que hoy comeré de todo menos marisco, eso sí -dijo Monique soltando una gran carcajada.
-Pues yo venía precisamente para decirte si te apetecía dar un paseo. Creo que nos vendría muy bien a los dos. Nuestras parejas van a llegar tarde, para la cena, y si no nos vamos a aburrir, ¿no crees?- dijo Adrián guiñándole.
-Me parece una magnífica idea. Espera un momento que me cambie y me ponga el bañador. Es muy posible que nos apetezca bañarnos después...-dijo con una sonrisa pícara Monique.
A Adrián le encantaba su acento. Pero nunca se lo había dicho. Le gustaba simplemente oírla hablar. Y a ella le gustaba su mirada. Pero a veces se obligaba a mirar a otros sitios cuando hablaba con él porque le parecía demasiado intensa. Le parecía que podía leer lo que estaba pensando. Pasearon durante más de una hora por una playa casi desierta. Todo el mundo estaba almorzando en los restaurantes del resort. Parecía que hubieran reservado la playa para ellos. Era la primera vez que hablaban solos, y se encontraban muy cómodos. No paraban de contarse anécdotas de su pasado, de sus antiguas parejas, con algún toque picante que desataba las risas, historias de sus trabajos, de sus familias. Pero nada de sus parejas. Solo de ellos. Entonces, cuando el sol apretaba más, Monique le dijo a Adrián:
-Aquí va a ser. No aguanto más el calor. Date la vuelta, que me voy a quitar el biquini y a pegarme un chapuzón. Cuando esté en el agua, te doy permiso a unirte a mí. ¡Gírate! -Dijo Monique con voz divertidamente autoritaria.
Adrián no se podía creer lo que acababa de escuchar, y obedeció sin pensar, en shock. Pero cuando se había dado la vuelta, vio un top volando encima de su cabeza y cayendo a un metro frente a él. Tragó saliva y se giró. La vio corriendo en dirección al agua y zambullirse de cabeza. La escena parecía sacada de una película. Y no sabía qué hacer. Hasta que ella lo llamó con la mano:
-¡Está buenísima! ¡Vamos, métete! -Gritó Monique.
Adrián se quitó la camiseta y se tiró al agua ¡Qué magnífica sensación de libertad! La temperatura del mar era increíble, y el agua estaba cristalina. Se podían ver pequeños peces acercarse a sus piernas y estrellas de mar de colores chillones que parecían haber sido colocadas allí a modo de decoración. Entonces Monique gritó:
-¡Dios mío, mira allí en la playa!
Adrián se dio la vuelta asustado y miró. Solo veía una playa kilométrica y salvaje completamente vacía. Entonces, la parte baja del bañador de Monique voló por encima de su cabeza y cayó en la orilla, pero no llegó a la arena. Se giró y lo que vio fue a Monique retorciéndose de risa, señalándolo.
-¡Vaya susto que te he pegado! ¡Qué risa la cara que has puesto! Eso sí, qué poca fuerza tengo. Espero que las olas no se lleven mi bañador. Venga, vamos a bucear. ¡Seguro vemos langostas!
Adrián seguía sin pronunciar palabra. Pero cuando Monique se zambulló no tuvo que imaginar más cómo sería su culo. El agua cristalina lo mostró sin tapujos en todo su esplendor. Y entonces hizo algo inesperado en él. Se quitó el bañador y lo tiró también en dirección a la arena con el mismo resultado. Agua. Pero no le importó. Entonces se sintió invadido por una sensación de libertad nunca sentida antes. Era la primera vez que se bañaba desnudo en el mar. O en una piscina. Y en ese momento entendió el porqué de las playas nudistas. El agua recorría sus ingles y acariciaba su polla, que al momento se puso tiesa. La temperatura del agua ayudaba a ello. Eso, y también ver nítidamente los hermosos pezones de Monique, y su sexo completamente rasurado. Bucearon los dos juntos, casi tocando grandes peces de colores, hasta que un pie de Monique tocó un alga y dio un respingo, huyendo despavorida. Chocó contra Adrián y se abrazó a su cuello:
-¡Algo me ha tocado! ¡Hay algo ahí! ¡Llévame a la orilla! ¡Vamos!
Entonces Adrián, que la tenía abrazada (o mejor dicho, que ella lo estaba casi ahogando), le dijo:
-Monique, tranquila, no es nada. Mira abajo. Solo son algas. Te ha tocado un alga. -Dijo, con voz tranquilizadora. Ella miró y se di cuenta que era cierto, y entonces estalló en una carcajada. Pero seguía abrazada a su cuello. Y él notaba sus firmes pechos apretados contra los suyos, y sus pezones duros como piedras. Y no pudo evitar empalmarse. La erección era tan grande y evidente que tocó a Monique en la pierna.
-No te asustes otra vez. Esto no es un alga. -Dijo Adrián, arrepintiéndose al momento de haber pronunciado esas palabras.
Entonces Monique estalló en otras de esas carcajadas que la caracterizaban. A Adrián le encantaba. Entonces se soltaron. Y Monique dijo:
-Vamos a tomar el sol.
Se dirigieron a la orilla. Y al salir del agua Adrián tuvo cierto pudor por su desnudez. De los bañadores, ni rastro. Las olas se los habían llevado. Solo estaba el top de Monique, sus camisetas y una pequeña mochila con agua, toallas y crema solar.
-Pues con el susto me ha dado un pequeño tirón en el cuello. ¿Eres bueno dando masajes? Seguro que sí. Vamos a tendernos debajo de aquella palmera y me das un masaje de cuello. Y si es de espalda completa, mejor que mejor. Puedes aprovechar y usar la crema solar como aceite. Vamos. -Dijo Monique.
Esa determinación, esa naturalidad con la que ella enfocaba todos los aspectos que se le presentaban, desconcertaba completamente a Adrián. Él, que estaba acostumbrado a tenerlo todo bajo control, no sabía cómo reaccionar a esas decisiones precipitadas. Pero, en el fondo, le gustaba. Y mucho. Le hacía plantearse muchas cosas. Y, por supuesto, no podía decir que no a darle un masaje a ese cuello. Ni a esa espalda. Ni, claro, a ese culo respingón y desnudo que se balanceaba delante de él de forma decidida hacia las palmeras. Se sintió como un perrito faldero. Y no le importó en absoluto. Ese perro podía convertirse en un lobo feroz.
Ella se tendió en la arena y le señaló y explicó exactamente donde le dolía. Entonces se tendió boca abajo y él se sentó en su coxis, poniéndose crema en sus manos. Estaban debajo de una palmera en un lugar intransitado. Empezó a masajearla con cuidado, y poco a poco empezó a aumentar la presión. Se guiaba por la expresión de la cara de Monique y por sus sonidos. Poco a poco bajó a la espalda. Allí se esmeró a conciencia. Sabía lo que se hacía. Le encantaba darle masajes a su mujer. Entonces, decidió dar un paso más. Se desplazó hacia abajo y comenzó con los glúteos. Primero, suave. Después, presionando con sus dedos con mayor presión. Y entonces Monique habló con voz adormecida:
-Ahí no tengo ningún tirón. Pero si crees que es necesario para calmarme el cuello, lo acepto.
-Es totalmente necesario. Hay una conexión directa. Demasiado largo de contar. Te aburrirías. Tú relájate, y déjame a mí.
Adrián siguió un rato, y los gemidos de Monique comenzaron a hacerse cada vez más audibles. Pero a los pocos minutos empezaron a escuchar voces acercándose. Eran un grupo de universitarios escandalosos, con botellas de ron. Se pusieron a jugar al fútbol cerca. Así que tuvieron que interrumpir la sesión. Se levantaron para irse. El problema fue caminar desde allí hasta las cabañas tirándose de la camiseta hasta abajo para taparse lo máximo posible. Pero no fue suficiente como para no escuchar las risas de algunos que se dieron cuenta de sus blancos culos alejándose. En el fondo, les daba totalmente igual. Una vez en sus cabañas, se despidieron con una sonrisa cómplice.
Llegó el atardecer y llegaron Álvaro e Isabel. Y los cuatro se encontraron a las nueve para cenar en el restaurante a pie de playa. Contaron las anécdotas del día: El vuelco de la balsa, el posterior susto, el alga asesina que estuvo a punto de acabar con la vida de Monique, etc., aunque obviaron los detalles íntimos. Pero todos notaron que algo había cambiado. Las miradas no eran las mismas. La cena discurrió en muy buen ambiente, regada con muchas cervezas primero y muchos cócteles de ron después. Entonces un grupo de música tocó en la arena y todo el mundo se sentó o se tumbó cerca. La noche era estrellada y la música invitaba a bailar, así que algunos se lanzaron a mover las caderas. El ron ayudaba. La luna llena hizo su aparición y dio un toque de luz poética e irreal al espectáculo. Una vez concluido, la gente empezó a retirarse. Solo quedaron algunas parejas a pie de orilla viendo la luna reflejada en el plácido mar. Las mínimas olas ayudaban con su rumor a crear el ambiente más relajado todavía, si eso era posible. Al cabo de una hora de risas y confidencias, quedaron solo los cuatro. Ya era muy tarde, pero por nada del mundo querían irse a dormir. Los hombres no hablaban entre ellos. Las mujeres tampoco. Y las parejas tampoco. Todos notaban algo especial. Algo necesario de ser vivido. Así que, entre risas y conversaciones cruzadas, Isabel se levantó y se fue a la orilla, metiendo los pies en el agua. Álvaro hizo lo propio con la excusa de contarle un chascarrillo del trabajo. Y Monique y Adrián continuaron sentados a bastantes metros, y un rato después tumbados mirando el cielo estrellado difuminado por la brillante luz de la luna. Entonces Isabel se giró y vio a su marido semitendido con el codo apoyado en el suelo hablando con Monique, ensimismado. Y entonces cogió a Álvaro de la mano y lo llevó al agua, hasta que les llegó a las rodillas. De nuevo se dio la vuelta y al ver que no les prestaban atención, cogió la cabeza de su compañero de trabajo y le besó en la boca. La luna hizo el resto. No había vuelta atrás. Álvaro le correspondió con tanto ímpetu que hasta sus dientes se tocaron. Ella le daba besos cortos, acercando y alejando sus labios. Y él luchaba por tocar su lengua como fuera, abrazándola cada vez más fuerte. Ella arqueaba su espalda hacia atrás, jugando con él. Y él la agarró por las caderas, apretándola, haciéndole saber el efecto que ella estaba consiguiendo.
Monique sintió algo, se sentó y miró hacia la orilla. El reflejo de la luna en el mar dejaba entrever dos cuerpos unidos en un apasionado beso, y se quedó absorta por la belleza de la imagen. El mismo efecto sufrió Adrián. No existía celos en ninguno de los dos. Entonces, se sentó detrás de ella y posó sus fuertes manos sobre sus hombros, y comenzó a masajearlos. Monique cerró los ojos y dobló la cabeza hacia abajo, dejándose hacer, entregada.
-No me gusta dejar un trabajo sin terminar. Prepárate-. Y dicho ésto le masajeó los hombros y el cuello con firmeza y sensibilidad. Y acercó sus labios a la nuca. Un primer contacto con los labios, una primera descarga eléctrica en Monique. Después, un beso en el cuello. Parte derecha y parte izquierda. Ya que estaba ahí, suave mordisco en el lóbulo de la oreja. Y después, la derecha. Gemido. Comienzo de respiración entrecortada, ansiosa. Y entonces, abrió los ojos. Y vio la mirada de su marido a bastantes metros. Primero, fulgor en los ojos. Después, una sonrisa claramente perceptible. O eso le pareció. Hasta que le vio cerrar los ojos y perderse en un beso profundo con Isabel. Y eso la chocó y la excitó a partes iguales. Es como si ella fuera la que le estuviera besando. Y su marido quien le estuviera tocando ahora mismo su pecho derecho debajo de la camiseta, como estaba sucediendo. Abrió sus piernas. Un tremendo calor interno se apoderó de ella.
Isabel cogió de la mano a Álvaro y le hizo tumbarse en la orilla. Y se tumbó encima de él. Y subió su camiseta y la de Álvaro, y empezó a frotar sus tetas contra su pecho. Y miró de reojo hacia los otros. Y su marido le devolvió la mirada. Sus dos manos sujetaban las tetas de una entregada Monique, con la cabeza hacia atrás apoyada en uno de sus hombros. Estaba pellízcandole los pezones, y las olas rompiendo en la orilla impedían que se escucharan sus calientes gemidos. Sus miradas se mantuvieron fijas en el otro, y finalmente parecieron darse mutuo permiso. Al menos eso es lo que creyeron ver. La distancia era la justa para no ver ni oir perfectamente, pero para imaginar magníficamente. Y siguieron los cuatro, ya desatados, volviendo la mirada de vez en cuando, consiguiendo solo calentarse aún más.
Isabel le bajó entonces el pantalón a Álvaro, y empezó a deslizar su lengua por su polla. Jugaba con la punta, introduciéndola solo un poco en la boca, y con sus dedos rodeaba el anillo de su glande. Ahora las olas eran las responsables de amortiguar los gemidos de Álvaro, claramente entrando en éxtasis. Levantó su cabeza y vio la mirada de su compañera de trabajo fija en sus ojos, con su polla en su boca, con fuego en sus pupilas, y masturbándole totalmente lubricado en saliva.
Mientras, a distancia, Adrián había desplazado el dedo índice de su mano desde el pecho hacia la boca de ella, mientras con la otra mano hacía movimientos en espiral alrededor de su pezón. Una vez humedecido, bajó el dedo hacia el coño y le acarició el clítoris, jugando con él. Y, posteriormente, bajó la otra mano y le introdujo otro dedo en su coño. Ahí no necesitaba lubricación. Ella notaba el placer en cada centímetro de su piel, e intentaba controlar un grito a punto de salir desde lo más profundo de su ser, pero no pudo ser. Cuándo el logró encontrar su punto G, ella se encargó de hacérselo saber con un gemido continuado e incontrolado que ninguna ola pudo tapar.
Ese grito hizo que Álvaro se girara sobre sí y tomara el control de la situación. Puso a Isabel tendida sobre la arena y le bajó la falda. No tuvo que hacer nada más porque no llevaba bragas. Entonces miró a su mujer antes de meter su lengua en otro agujero distinto. Cuando ella vio su cabeza desaparecer en el coño de su amiga, no pudo controlar más su orgasmo y perder el control de su cuerpo en convulsiones espectaculares. Eso se lo perdió Álvaro, cuya lengua comenzó por las ingles, humedeciéndo todo lo humedecible, y haciéndose de rogar. Isabel le apretaba con una mano en su cabeza, pero el tempo lo marcaba él. Sabía que mientras menos al principio, mejor después. Entonces llegó la ayuda. Mientras la lengua rozó por primera vez el clítoris, casi como el roce de unas pestañas, el dedo entró un centímetro, parando ahí. Ella quería más, moviendo sus caderas, apretando con la mano, pero él sabía que le iba a merecer la pena esa sensación ansiosa de necesitar más. Entonces aceleró con la lengua. Y el dedo otro centímetro. Y los labios empezaron a succionar. Y otro centímetro más. Y a chupar más fuerte. Y el dedo tocó el timbre del paraíso. Y las puertas de abrieron de par en par. Y le dejaron entrar, a ese y a otro dedo. Y el clítoris creció y creció. Y los dedos se pararon de repente haciendo una fuerte presión en la parte interior superior de su coño. Y la exhalación del orgasmo sonó como una explosión volcánica, y la lava y los cascotes llegaron hasta la otra pareja.
Mientras tanto, en el otro escenario, al correrse Monique besó con ímpetu la boca de Adrián. Ahora era su turno. Y estaba ansiosa por devolverle el tremendo placer que había sentido. Así que se quitó el tanga y la camiseta, y se puso a cuatro patas, mirando hacia la orilla. "Cariño, mira lo que va a pasar. Va a ser espectacular. Me van a follar y vas a ver el placer en mi cara". Entonces Adrián se desnudó completamente y le metió la polla empalmada en su coño mojado, embistiéndola sin remisión. A cada sacudida ella gritaba tanto que Adrián tenía que controlarse para no correrse. Le agarraba las caderas o las tetas y se la follaba con fuertes sacudidas, como a ella le gustaba, sin medias tintas.
Álvaro miraba entusiasmado como su mujer ponía los ojos en blanco, o eso le parecía, y su cuerpo se movía a cada embestida. Y entonces Isabel tomó el control, tendiéndole en la arena de espaldas y subiéndose a horcajadas en él, ayudándose con una mano para meterse la polla. Y empezó a cabalgarle, viendo como su marido la miraba. Ninguno de los dos podría decir qué le ponía más caliente: si follarse a otra persona o ver cómo se follaban a su pareja. Y decidieron con una simple mirada que la combinación de ambas cosas iba a ser una constante en su vida de pareja, sencillamente porque no podría existir nada mejor para hacerlos completamente felices. Y esa sensación fue la misma que, en ese momento, antes del éxtasis final, sintieron igual los otros dos.
El culo de Isabel se movía tan rápido, rozando su clítoris y sus labios con el bajo vientre de Álvaro, y sintiendo su polla tan profunda, que el grito de Álvaro al sacarla y correrse fuera le hizo sentir unos espasmos incontrolados y perder el control total de sus movimientos. Cuando Adrián y Monique vieron esos fuegos artificiales, aceleraron y gritaron al mismo tiempo, cuando el semen de él se desparramó por la espalda de ella. Los cuatro cayeron derrumbados en la arena.
Y el espectáculo también terminó para la pareja de suecos que estaban debajo de una palmera con la intención original de ver la luna reflejada en el mar.
Los cuatro se metieron en el agua, y las parejas volvieron a su formación original. Se fundieron en un fuerte abrazo debajo del agua, y se besaron apasionadamente, más enamorados que nunca. Ahora sí, los suecos no podían creerse lo que estaban viendo.
Al día siguiente, en el desayuno buffet, los juegos de piernas debajo de la mesa, las sonrisas y los roces de manos involuntarios eran solo un preludio de lo que les esperaba los cuatro días que les quedaban de estas vacaciones. Pero era solo el principio de muchas más vacaciones juntos y muchos más juegos. Pero eso es otra historia.
 
Hola, buenas noches.

Ey, me ha encantado. Así como otras veces veo un poco forzado la apertura "a un nuevo mundo" de ciertos personajes hoy ha sido muy suave, como si no pasase nada.

Saludos y gracias.

Hotam
 
Hola, buenas noches.

Ey, me ha encantado. Así como otras veces veo un poco forzado la apertura "a un nuevo mundo" de ciertos personajes hoy ha sido muy suave, como si no pasase nada.

Saludos y gracias.

Hotam
Interesante tu observación
 
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