El cursillo

xhinin

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25 Jun 2023
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Hace unos meses mi chico, al que había conocido en un trabajo en el que las cosas no me iban nada mal, me confesó que se había liado con mi jefa (nuestra jefa) y que follaba tan bien y estaban tan encantados que iban a hacer todo lo posible porque aquello les funcionara mejor que había funcionado lo nuestro. Vamos, yo pensé que él no quería más que ascender (es un trepa), pero no iba a quedarme en la empresa para convertirme en la cornuda oficial viéndole ascender de tan honrosa manera, así que busqué un nuevo trabajo.

A pesar de un buen currículum profesional, me decidí por un trabajo mucho más normalito que los anteriores, de cualificación y sueldo bastantes bajos, pero que me permitían tener tiempo libre para hacer lo que quisiera, que normalmente era estar con amigos e intentar asimilar que mis esfuerzos en una relación durante cinco años no habían servido para nada.
El jefe de personal de la empresa, al comprobar mi currículum, me hizo varias entrevistas para analizar mis perspectivas de trabajo y la posibilidad de acceder a nuevos puestos en la empresa, y poco tiempo después me ofreció un puesto de trabajo al que, sinceramente, no pude negarme, ya que no sólo había conseguido mejorar la oferta económica, sino también las condiciones de trabajo y todo ello pudiendo mantener todo aquello que ahora me importaba a nivel personal.

El puesto era, en realidad, parte de su trabajo, ya que él adquiriría más responsabilidades. Trabajar con Andrés me hacía bastante ilusión. Se había portado genial conmigo desde que entré en la empresa, de hecho, hacía que el trabajo allí fuera realmente llevadero, al tener detalles que en ningún otro trabajo habían tenido conmigo: me sentía escuchada, valorada, respetada…

Era un tipo algo mayor que yo pero bastante atractivo, tanto que pensar en su mujer me producía hasta envidia, mucho más cuando mi mente soñolienta me mandaba alguna historia de él y alguna de las compañeras de trabajo, en la cual yo moría de celos.
Siempre he tenido este tipo de sueños, en los que tipos de mi entorno, a los que admiro y respeto, que me atraen y que sé que son deseados por algunas de mis compañeras, tienen relaciones sexuales en las que yo no entro y que me gustaría protagonizar.

Al aceptar yo su propuesta, él aceptó de forma definitiva la propuesta que la empresa le había hecho, teniendo los dos que pasar por un periodo de formación fuera de la ciudad, concretamente en la capital, con todos los gastos pagados por la empresa (tanto el curso como la estancia en un hotel). Reconozco que la idea me excitaba, ya que sería la oportunidad perfecta para intimar algo más con él, aunque que estuviera casado lo hacía prohibido para mi.
Cuando Andrés se ofreció a que nos fuéramos en su coche no pude decirle que no.

Vino a recogerme temprano, después de comer, a la misma puerta de mi piso. Llevaba un polo rosa, bastante fino, que hacía que se intuyeran perfectamente sus pectorales masculinos, bien formados, y sus pezones erectos coronándolos; una barriguita nada flácida y un pantalón vaquero que, tal como comprobé más tarde, resaltaba sobre todo su trasero, que según había confesado en broma alguna vez conmigo, era la parte de su cuerpo que más le gustaba a las mujeres.

La verdad es que, pese a la informalidad de su vestir, estaba mucho mejor de lo que yo le había visto en el despacho, con su traje, y es que ya se le veía bastante morenito (se acercaba el verano) y, a pesar de la situación, tenía una cara mucho más descansada e ilusionada que en otras ocasiones. Incluso la gran sonrisa que siempre mantenía su rostro, rodeada por su barba y acompañada a los lados por dos bonitos hoyuelos en sus mejillas, era aquel día más brillante.

Comprobé, al sentarme en el coche, que bajo su cuello nacía algo de vello (cosa que me encanta en un hombre), para, sin intención alguna, fijarme a continuación en lo gordo que se le veía el paquete, entre dos muslos macizos, embutidos en las patas del pantalón.

Pasamos el viaje hablando, sonriendo, bromeando, hasta que la conversación nos llevó a explicarnos nuestras historias sentimentales: yo le conté lo mío y él me contó que se había separado hacía unos seis meses y que creía que en parte había sido por su dedicación al trabajo, por lo que había decidido cambiar la situación (de ahí que yo cogiera parte de sus responsabilidades), aunque no creía que hubiera reconciliación con su mujer. Poco a poco fue aportando datos: me contó que, al no haber tenido hijos, se veían poco, y entendí que, cada vez que se encontraban, tenían sesiones de sexo bastante intensas, de hecho, por lo que me dijo, al ser los dos bastante fogosos, eso era en realidad lo que más echaba de menos de la relación, aunque hasta hacía poco no se había sentido capaz de mantener relaciones con otras mujeres. Así que, después de casi dos meses casi sin verla, estaba “muy necesitado”.
 
Hace unos meses mi chico, al que había conocido en un trabajo en el que las cosas no me iban nada mal, me confesó que se había liado con mi jefa (nuestra jefa) y que follaba tan bien y estaban tan encantados que iban a hacer todo lo posible porque aquello les funcionara mejor que había funcionado lo nuestro. Vamos, yo pensé que él no quería más que ascender (es un trepa), pero no iba a quedarme en la empresa para convertirme en la cornuda oficial viéndole ascender de tan honrosa manera, así que busqué un nuevo trabajo.

A pesar de un buen currículum profesional, me decidí por un trabajo mucho más normalito que los anteriores, de cualificación y sueldo bastantes bajos, pero que me permitían tener tiempo libre para hacer lo que quisiera, que normalmente era estar con amigos e intentar asimilar que mis esfuerzos en una relación durante cinco años no habían servido para nada.
El jefe de personal de la empresa, al comprobar mi currículum, me hizo varias entrevistas para analizar mis perspectivas de trabajo y la posibilidad de acceder a nuevos puestos en la empresa, y poco tiempo después me ofreció un puesto de trabajo al que, sinceramente, no pude negarme, ya que no sólo había conseguido mejorar la oferta económica, sino también las condiciones de trabajo y todo ello pudiendo mantener todo aquello que ahora me importaba a nivel personal.

El puesto era, en realidad, parte de su trabajo, ya que él adquiriría más responsabilidades. Trabajar con Andrés me hacía bastante ilusión. Se había portado genial conmigo desde que entré en la empresa, de hecho, hacía que el trabajo allí fuera realmente llevadero, al tener detalles que en ningún otro trabajo habían tenido conmigo: me sentía escuchada, valorada, respetada…

Era un tipo algo mayor que yo pero bastante atractivo, tanto que pensar en su mujer me producía hasta envidia, mucho más cuando mi mente soñolienta me mandaba alguna historia de él y alguna de las compañeras de trabajo, en la cual yo moría de celos.
Siempre he tenido este tipo de sueños, en los que tipos de mi entorno, a los que admiro y respeto, que me atraen y que sé que son deseados por algunas de mis compañeras, tienen relaciones sexuales en las que yo no entro y que me gustaría protagonizar.

Al aceptar yo su propuesta, él aceptó de forma definitiva la propuesta que la empresa le había hecho, teniendo los dos que pasar por un periodo de formación fuera de la ciudad, concretamente en la capital, con todos los gastos pagados por la empresa (tanto el curso como la estancia en un hotel). Reconozco que la idea me excitaba, ya que sería la oportunidad perfecta para intimar algo más con él, aunque que estuviera casado lo hacía prohibido para mi.
Cuando Andrés se ofreció a que nos fuéramos en su coche no pude decirle que no.

Vino a recogerme temprano, después de comer, a la misma puerta de mi piso. Llevaba un polo rosa, bastante fino, que hacía que se intuyeran perfectamente sus pectorales masculinos, bien formados, y sus pezones erectos coronándolos; una barriguita nada flácida y un pantalón vaquero que, tal como comprobé más tarde, resaltaba sobre todo su trasero, que según había confesado en broma alguna vez conmigo, era la parte de su cuerpo que más le gustaba a las mujeres.

La verdad es que, pese a la informalidad de su vestir, estaba mucho mejor de lo que yo le había visto en el despacho, con su traje, y es que ya se le veía bastante morenito (se acercaba el verano) y, a pesar de la situación, tenía una cara mucho más descansada e ilusionada que en otras ocasiones. Incluso la gran sonrisa que siempre mantenía su rostro, rodeada por su barba y acompañada a los lados por dos bonitos hoyuelos en sus mejillas, era aquel día más brillante.

Comprobé, al sentarme en el coche, que bajo su cuello nacía algo de vello (cosa que me encanta en un hombre), para, sin intención alguna, fijarme a continuación en lo gordo que se le veía el paquete, entre dos muslos macizos, embutidos en las patas del pantalón.

Pasamos el viaje hablando, sonriendo, bromeando, hasta que la conversación nos llevó a explicarnos nuestras historias sentimentales: yo le conté lo mío y él me contó que se había separado hacía unos seis meses y que creía que en parte había sido por su dedicación al trabajo, por lo que había decidido cambiar la situación (de ahí que yo cogiera parte de sus responsabilidades), aunque no creía que hubiera reconciliación con su mujer. Poco a poco fue aportando datos: me contó que, al no haber tenido hijos, se veían poco, y entendí que, cada vez que se encontraban, tenían sesiones de sexo bastante intensas, de hecho, por lo que me dijo, al ser los dos bastante fogosos, eso era en realidad lo que más echaba de menos de la relación, aunque hasta hacía poco no se había sentido capaz de mantener relaciones con otras mujeres. Así que, después de casi dos meses casi sin verla, estaba “muy necesitado”.
Me gusta pero tiene un fimal?
 
He de reconocer que algunos de los detalles que me dio me sacaron los colores (aunque debo reconocer que, a pesar de todo, fue bastante discreto en sus explicaciones), pero me lo tomé a broma, agradecida por el hecho de que me hubiera elegido para esas confidencias, lo que me hizo sentirme bastante cómoda.

Llegamos a la ciudad por la noche y nos dirigimos al hotel y, allí, tuvimos el primer contratiempo del viaje: resulta que al inscribirnos pensaron que la s de Andrés era una a y nos habían preparado una habitación para “las dos”. Pedimos que nos buscaran otra habitación libre, pero no hubo manera (un congreso nacional se celebraba ese mismo fin de semana en la zona), así que, después de mucho cabilar, y de que Andrés me convenciera, cogimos la llave de la habitación.

Al estar roto el ascensor (se ve que escogimos el hotel mejor preparado de toda la zona) Andrés cargó con las dos maletas y empezó a subir con brío, yo fui quedándome algo rezagada, disfrutando de la visión de su trasero y su espalda trabajando y de la situación que podría propiciar más de un encuentro “distinto” con él. Llegó un momento en que se separó, llegando antes que yo a la habitación. Al entrar en ella ya se había quitado el polo que llevaba y entraba al baño, seguramente para refrescarse.

A pesar de no tener un cuerpo de escándalo, me resultaba muy atractivo (muy masculino) y la idea de tenerlo así, cerca, a mi alcance, semidesnudo me ponía realmente nerviosa, sobre todo al pensar que, al verlo él tan natural, la cosa se repetiría más de una vez. Salió del baño con el torso aún empapado, se puso el polo de nuevo que, con la humedad, se pegó a su cuerpo, dejando intuir sus formas con facilidad.

Le observé sin ningún tipo de tapujo o vergüenza, y, sin tener claro si se había dado cuenta o no, me dijo que saliéramos a cenar, a lo que no pude negarme, ya que mi barriga comenzaba a sonar con más frecuencia de lo habitual.

La cena se desarrolló de una forma muy natural: hablamos de todos los temas, matizamos historias que ya nos habíamos contado, reímos…

Al volver tocaba dormir ya que al día siguiente comenzaríamos el curso bien temprano. Tras cerrar la puerta de la habitación mi compañero comenzó a desvestirse, de espaldas a mi, y yo cogí mi pijama para hacer lo mismo en el baño.

Parece que fui demasiado rápida, o él se entretuvo de más, porque justo al salir me lo topé de frente, quitándose los pantalones, dejando a la vista todo su paquete. Pensé que se había incomodado, pues paró, pero, tras unos segundos, terminó de quitárselos. Yo intenté no fijarme, pero, la verdad, aquel paquete redondito y bien lleno en el que se notaba perfectamente el pene carnoso y grueso, no me dejaba evitar mirarle de reojo. Tardó poco en meterse en la cama y, con la sábana cubriéndole hasta la cintura se quitó los slips, que dejó en el cajón de su mesilla.

Tardó poco en dormirse, pero a mi me costó bastante: no paraba de mirarle con los ojos entornados, mientras imaginaba cómo sería acariciar esos pectorales, perfectos y velludos, esos hombros y esos brazos que parecía haber trabajado en un gimnasio siendo más joven, esa barriga que, ahora, tendido, se había convertido en planicie recia y dura e imaginando su polla y sus huevos (que a juzgar por lo que había visto eran bastante gordos), relajados entre sus piernas.

A la mañana siguiente fue él quien me despertó, ya que yo, nerviosa y vigilándole, había pasado casi toda la noche en blanco. Acababa de ducharse, y la imagen de su cuerpo aún húmedo, únicamente cubierto por una toalla, me dio bastante morbo.

Me senté en la cama, mientras él, de espaldas a mí, en el otro lado de la habitación, se quitaba la toalla para empezar a vestirse. Su culo, tal como el presumía, era bastante bonito (o al menos así me lo parecía, aunque he de reconocer que cada vez era más consciente de lo caliente que me ponía): pequeñito, alto, redondo y prieto.

No podía creer que aquella situación estuviera despertando mis más íntimos deseos, aquellas fantasías que siempre había tenido, pero que cada vez eran menos habituales. Entré al baño una vez que me había asegurado de que él ya llevaba puesta la ropa interior (otro slip que parecía marcar mucho más su masculina anatomía), y allí no pude resistir acariciar mi sexo. Hacía muchísimo tiempo que no me sentía tan caliente.
Me desnudé, sin dejar de acariciarme, y me metí en la ducha. Me acariciaba con deseo, con ganas, imaginando que era su mano la que recorría mi cuerpo. Apretaba mis piernas, intentando parar, cuando, de repente, oí la puerta del baño: mi corazón se aceleró aún más pues solo podía ser él y me pillaría en tan deshonrosa faena, pero poco después volvió a salir del baño.

Lógicamente, aquello me cortó el rollo.
 
He de reconocer que algunos de los detalles que me dio me sacaron los colores (aunque debo reconocer que, a pesar de todo, fue bastante discreto en sus explicaciones), pero me lo tomé a broma, agradecida por el hecho de que me hubiera elegido para esas confidencias, lo que me hizo sentirme bastante cómoda.

Llegamos a la ciudad por la noche y nos dirigimos al hotel y, allí, tuvimos el primer contratiempo del viaje: resulta que al inscribirnos pensaron que la s de Andrés era una a y nos habían preparado una habitación para “las dos”. Pedimos que nos buscaran otra habitación libre, pero no hubo manera (un congreso nacional se celebraba ese mismo fin de semana en la zona), así que, después de mucho cabilar, y de que Andrés me convenciera, cogimos la llave de la habitación.

Al estar roto el ascensor (se ve que escogimos el hotel mejor preparado de toda la zona) Andrés cargó con las dos maletas y empezó a subir con brío, yo fui quedándome algo rezagada, disfrutando de la visión de su trasero y su espalda trabajando y de la situación que podría propiciar más de un encuentro “distinto” con él. Llegó un momento en que se separó, llegando antes que yo a la habitación. Al entrar en ella ya se había quitado el polo que llevaba y entraba al baño, seguramente para refrescarse.

A pesar de no tener un cuerpo de escándalo, me resultaba muy atractivo (muy masculino) y la idea de tenerlo así, cerca, a mi alcance, semidesnudo me ponía realmente nerviosa, sobre todo al pensar que, al verlo él tan natural, la cosa se repetiría más de una vez. Salió del baño con el torso aún empapado, se puso el polo de nuevo que, con la humedad, se pegó a su cuerpo, dejando intuir sus formas con facilidad.

Le observé sin ningún tipo de tapujo o vergüenza, y, sin tener claro si se había dado cuenta o no, me dijo que saliéramos a cenar, a lo que no pude negarme, ya que mi barriga comenzaba a sonar con más frecuencia de lo habitual.

La cena se desarrolló de una forma muy natural: hablamos de todos los temas, matizamos historias que ya nos habíamos contado, reímos…

Al volver tocaba dormir ya que al día siguiente comenzaríamos el curso bien temprano. Tras cerrar la puerta de la habitación mi compañero comenzó a desvestirse, de espaldas a mi, y yo cogí mi pijama para hacer lo mismo en el baño.

Parece que fui demasiado rápida, o él se entretuvo de más, porque justo al salir me lo topé de frente, quitándose los pantalones, dejando a la vista todo su paquete. Pensé que se había incomodado, pues paró, pero, tras unos segundos, terminó de quitárselos. Yo intenté no fijarme, pero, la verdad, aquel paquete redondito y bien lleno en el que se notaba perfectamente el pene carnoso y grueso, no me dejaba evitar mirarle de reojo. Tardó poco en meterse en la cama y, con la sábana cubriéndole hasta la cintura se quitó los slips, que dejó en el cajón de su mesilla.

Tardó poco en dormirse, pero a mi me costó bastante: no paraba de mirarle con los ojos entornados, mientras imaginaba cómo sería acariciar esos pectorales, perfectos y velludos, esos hombros y esos brazos que parecía haber trabajado en un gimnasio siendo más joven, esa barriga que, ahora, tendido, se había convertido en planicie recia y dura e imaginando su polla y sus huevos (que a juzgar por lo que había visto eran bastante gordos), relajados entre sus piernas.

A la mañana siguiente fue él quien me despertó, ya que yo, nerviosa y vigilándole, había pasado casi toda la noche en blanco. Acababa de ducharse, y la imagen de su cuerpo aún húmedo, únicamente cubierto por una toalla, me dio bastante morbo.

Me senté en la cama, mientras él, de espaldas a mí, en el otro lado de la habitación, se quitaba la toalla para empezar a vestirse. Su culo, tal como el presumía, era bastante bonito (o al menos así me lo parecía, aunque he de reconocer que cada vez era más consciente de lo caliente que me ponía): pequeñito, alto, redondo y prieto.

No podía creer que aquella situación estuviera despertando mis más íntimos deseos, aquellas fantasías que siempre había tenido, pero que cada vez eran menos habituales. Entré al baño una vez que me había asegurado de que él ya llevaba puesta la ropa interior (otro slip que parecía marcar mucho más su masculina anatomía), y allí no pude resistir acariciar mi sexo. Hacía muchísimo tiempo que no me sentía tan caliente.
Me desnudé, sin dejar de acariciarme, y me metí en la ducha. Me acariciaba con deseo, con ganas, imaginando que era su mano la que recorría mi cuerpo. Apretaba mis piernas, intentando parar, cuando, de repente, oí la puerta del baño: mi corazón se aceleró aún más pues solo podía ser él y me pillaría en tan deshonrosa faena, pero poco después volvió a salir del baño.

Lógicamente, aquello me cortó el rollo.
Ufff me quedo con ganas de más
 
Al terminar mi ducha cogí una toalla y me envolví en ella. Mi mente calenturienta quería corresponderle: me dirigí hacia mi cama y, no sin cierto pudor, me quité la toalla frente a él.

Estaba de espaldas, pero mi excitación creció, sabía que él me estaba viendo, que podía disfrutar de mi desnudo, como yo había disfrutado antes del suyo. Busqué en mi maleta, con más tranquilidad de lo habitual, la ropa interior: primero me puse las bragas, rojas, de tela finita, de esas que lo dejan ver todo, pero sin poseer ninguna característica especial más que resaltar, sintiendo cómo cubrían mi sexo, después busqué tranquilamente el sujetador, también rojo y semitransparente.

Me dí la vuelta, haciéndole creer que tenía que volver al baño, para que me viera totalmente (por detrás y por delante). Eso sí, lo hice como si no estuviera en la habitación, aunque con el rabillo del ojo veía como su mirada me seguía. Él carraspeó y yo, entonces, le miré, descubriendo que empezaba a tener una erección, algo que hizo que se sintiera cortado de verdad, intentando darse la vuelta antes de que yo me diera cuenta, haciendo como que tenía que recoger algo.

Terminé de vestirme y, cuando estuve lista, salimos de la habitación de camino al curso. En el ascensor se respiraba cierta tensión, pero con una sonrisa pícara, él la rompió, abriendo un poco la blusa que llevaba puesta y diciendo:

- Me gusta el conjuntito que te has puesto hoy.

Yo, lógicamente, supe que se refería a mi ropa interior, así que bajé la mirada ligeramente azorada, pero en mi cara una sonrisa cómplice le hizo ver que todo aquello me estaba gustando, más de lo que yo misma hubiera podido imaginar.

Pasamos toda la mañana echándonos miradas cómplices y sonriendo como adolescentes, yo busqué momentos para acercarme a él (en los descansos, sobre todo), sin conseguirlo, soñando con acariciarle, con desnudarle, excitándome a cada momento. Llegó la hora de la comida y, celosa, observe como se sentaba con otras dos compañeras a los lados.

Me puse frente a él y, conforme empezaba a tontear con ellas, intentaba demostrarle que estaba allí delante, incluso llegué a tocar con mi pie su paquete, pero no conseguí que, siquiera, me mirara, a pesar de lo sonriente que se mostraba con ellas dos. No hubo avances en toda la tarde, claro, avances conmigo, porque con ellas estaba de un subidito…. Aquello me hacía desesperar, aumentando mis celos y, de una forma incomprensible, mi excitación.

Al llegar a la habitación llegó la explicación: “he quedado con gente para cenar, luego nos vemos”, dijo como si yo fuera una estatua en la habitación y saliendo por la puerta tras ducharse y perfumarse como un señorito.

Los vi alejarse del hotel a los tres bien agarraditos, sonriendo, disfrutando, él en el centro, entre la rubia y la pelirroja que le habían estado tirando los tejos durante todo el día, mientras yo me moría de celos, consciente de que mi cuerpo lo anhelaba. Intenté acariciarme, excitarme, pero el cabreo era tan grande, la frustración era tanta, que, a pesar de todo, no lo conseguí, así que decidí echarme a dormir para que el día pasara lo antes posible.

Me desperté cuando llegó. Estaba totalmente empapado en sudor, lo que hacía que su camisa se pegara a su cuerpo que yo admiré entornando los ojos, disimulando que le observaba. Me encantaba ver su pelo húmedo, pegado al cuello sonrosado. Se desnudó allí mismo, frente a mi cama, sin darse la vuelta, creyendo que yo dormía, por lo que me recreé con tranquilidad en su desnudo, brillante por el sudor. Creo que incluso me sonrojé cuando por fin se despojó de su ropa interior y descubrí que tenía un pene más largo y grueso que el de mi ex, y que sus testículos eran más redondos, incluso más varoniles. Él me miraba desde los pies de mi cama, sin pudor ninguno, cuando yo, creyendo que no podría resistir tirarme a por él, abrí mis piernas para ver si le hacía reaccionar. Fue entonces cuando su pene comenzó a ponerse morcillón, él no intentó taparse (no había porqué), pero tampoco tuvo la intención de aprovecharse de la situación, aunque más tarde se acercara lentamente, ya que yo, con el movimiento, había dejado mi pecho (llevaba un pijama muy amplio) al descubierto, sin querer. Él, que estaba algo borracho, cogió la sábana, levantándola suavemente, observó mi cuerpo y, sonriendo, me tapó, mientras yo notaba como mi pecho izquierdo, seguramente al sentirse observado, parecía haberle saludado endureciéndose. Andrés se levantó y, tras exponer sus encantos frente a mi cara durante unos segundos (seguramente sin intención, aunque consiguiera que me derritiera de deseo) se marchó a ducharse.

Mientras oía como el agua rozaba toda la piel que a mi me hubiera encantado poder lamer, decidí quitarme la sábana y las bragas, dejando todo mi sexo al aire, para que el pudiera taparlo de nuevo, pero mi decepción fue mayúscula cuando me di cuenta de que, sin ni siquiera haberse dado cuenta, apagó la luz y se echó, desnudo, sobre la cama.

A la mañana siguiente fui yo quien despertó primero, fue un verdadero placer, pues no recordaba que él estaba totalmente desnudo sobre la cama. Yacía boca abajo, pero, con las piernas abiertas, se veían claramente sus testículos, lo que hacía que la piel que los recubría se viese totalmente redonda. Al andar recordé que yo también me había quedado desnuda, al menos de cintura para abajo. La visión de sus testículos y el roce de mis piernas con mi sexo (el roce que yo procuré mientras andaba, procurando que él no se diera cuenta, por si estaba mirándome igual que había hecho yo la noche anterior) me excitó bastante. No obstante, yo no soy mujer de solitarios, así que tomé una ducha y después, envuelta en una toalla, pero sin esperanzas de nada más, me acerqué a él para despertarle. Se había movido, imagino que al oír el agua, pues se había cubierto con su sábana, sin poder disimular una erección matutina.

Cuando se despejó un poco volví a mi cama (la que más alejada estaba del baño) para vestirme, ahora sin intención de provocarle. Él tardó bastante en incorporarse y comenzar a moverse. Se puso algo de ropa interior y se metió al baño, no sin antes preguntarme si necesitaba entrar, pues iba a arreglarse la barba. Yo, a los diez minutos, empecé a tener ganas de orinar y, como no había cerrado la puerta y el retrete estaba suficientemente escondido del lavabo entré pidiéndole permiso antes.
 
Hola, buenas noches.

Bien, bien, me está gustando, eso sí, se están resistiendo... ambos quieren, pero como que prefieren que el otro dé el primer paso, ¿no?

Saludos y gracias

Hotam
 
Levanté ligeramente mi falda, no sin trabajo, pues era bastante ajustada, y bajé mis braguitas hasta las rodillas, cuidando que no se viera nada. En el momento de limpiarme me di cuenta de que no había papel higiénico, así que le pedí que me lo acercara. Él lo buscó en un armario pequeño que había bajo el lavabo y cogiendo un trozo, lo colocó en su mano, se acercó a mí y me secó. Yo no lo esperaba, por lo que coloqué la mano en su pecho velludo en una reacción que simplemente buscaba apartarlo, pero al notar su mano delicadamente tras el papel puse las manos de nuevo en la taza del water, esclava de nuevo de mis sensaciones. ¿Cómo podía lograr excitarme de aquella manera? ¿Lo hacía adrede? ¿Tal poder tenía sobre mí? Sonreía con picardía, y tras secarme bajó la mano para tirar el papel, la subió rozándome el sexo con el dorso de su mano que, lentamente fue girando para acariciar con la yema de sus dedos mi coñito, que iba a humedecerse de nuevo de un momento a otro. Noté como me ruborizaba, como mis pechos se endurecían. Abrí los ojos mientras me mordía el labio inferior de la boca, descubriendo su paquete justo a la altura de la mirada: o la tenía de nuevo morcillona o era más grande de lo que yo había visto en realidad. Abrí mis piernas lentamente, dejándole claro que estaba dispuesta a todo, que volvía a tenerme totalmente rendida a sus pies (en realidad a sus manos, de un tacto fino y conocedoras a la perfección del trabajo que me estaban haciendo), pero volvió a desconcertarme, pues, totalmente serio, volvió al lavabo a terminar con su tarea.
No estaba dispuesta a que todo aquello quedara así: me vestí de nuevo y me acerqué a él.

Allí hacía demasiado calor. Su espalda, recia y musculosa, digna de un buen nadador, estaba totalmente brillante por el efecto del sudor. Yo me acerqué y comencé a masajearla, a besarla empezando por sus riñones. Él parecía no inmutarse, arreglando aún su barba con la espuma y la cuchilla, totalmente concentrado. Decidí entonces retirarme un poquito atrás, subí ligeramente mi falda y me quité las bragas a su lado, mientras él me miraba con picardía pero sin dejar su tarea. A continuación, comencé a lamer el centro de su espalda desde abajo hasta su cuello. El gusto salado de su piel me estaba poniendo a cien. Le mordí, incluso, varias veces, aunque parecía no hacerle gran efecto, mientras comenzaba a meter la mano bajo su slip para acariciar ese culo recio que estaba deseando como nunca. Me pareció ver alguna sonrisa en su cara, por lo que me atreví a bajarle un poco el slip, que, aunque también blanco, en esta ocasión era más ajustado, eso sí, sólo lo bajé por atrás, simplemente para acercar a sus redondos glúteos mi lengua y mi respiración ansiosa. Mi mano acariciaba fuertemente mis labios vaginales.
Él dejó la cuchilla y se aclaró la cara para darse la vuelta y observarme con picardía, comprendiendo entonces que había conseguido su propósito: encenderme hasta que me convirtiera en su esclava. Subí mis manos hacia sus pectorales, recios como el resto de su cuerpo y coronados por dos pezones bastante anchos (pero sin llegar a ser desagradables), con aureolas anchas y de un color sonrosado muy apetecible. Volvió a darse la vuelta, para comprobar si había quedado bien, y yo, en poco tiempo, volví a acariciar con una mano su culo, pero esta vez quise ir más lejos y, desde atrás, busqué sus testículos, para acariciarlos con las yemas de mis dedos. Creo que nunca he vuelto a tener en mis manos unos tan gordos (o al menos no he vuelto a tener esa sensación nunca más). Noté cómo su piel, sus pezones, se erizaban conforme yo lo acariciaba, pero yo no quería conformarme con aquello, quería tenerlo totalmente para mí, así que busqué su mano y, dándole la vuelta, la acerqué a mi sexo para que comprobara que mi ser había quitado toda resistencia.

A pesar de su musculatura sus caricias eran suaves y delicadas, su piel era totalmente perfecta. Yo estaba ya rendida a él y ahora se aprovechaba realmente de la situación, mostrándose como un auténtico caballero, a pesar de la erección que tenía.
Le desnudé.

El pellejo de su pene recubría su glande, aunque por lo erecto que se mantenía parecía querer descubrirse por si solo. Su verga, bastante gruesa, era más apetecible, y, sinceramente más larga que la de mi ex, sin llegar a rozar la bestialidad.

Le arrastré hasta su cama y le tendí en ella, bocarriba, totalmente entregado a mi y yo, aún vestida (aunque con la falda totalmente recogida en la cintura) comencé a lamerle como una perra: primero los pezones, volviendo a estremecerle de placer, después la barriga y más adelante lamiendo sus ingles, su pubis, hasta colocar mi boca en la punta de su pene, bajando la piel que recubría su cabeza con mi lengua y mis labios. Nunca antes había tenido una cabeza tan grande en mi boca. Recorría con mi lengua todo su glande, lamiendo lentamente, buscando el agujero de su polla, rodeando con mis labios aquel pedazo de carne que, poco a poco se endurecía, mientras gemía.

De repente cogió mi cabeza y me subió hasta su cara para darme un primer beso en la boca, un beso que me desarmó de nuevo, pues a la vez consiguió meter un dedo en mi vagina (no me preguntéis cómo) y yo, presa de una pasión animal que nunca antes había experimentado, volví a repetir la misma acción de antes, ahora de una forma mucho más apasionada: fui bajando por su barbilla barbuda, por su nuez, con pequeños lametones, para pasar a ser más salvaje en sus pezones. Sus pechos, carnosos, eran mucho más firmes de lo que yo había imaginado. Creo que le di varios mordiscos en la barriga, buscando su ombligo, para después bajar a su pubis.

No quise llegar al centro aún, así que succioné con dulzura sus ingles y sus huevos. No tenía casi vello en ellos, y parecía no estar depilado, lo que los hacía mucho más suaves. Desde ellos lamí su polla desde la base de los testículos, a lo largo, ahora estaba segura de que era mucho mayor que la de mi ex. Estaba deseando volver a meterla en mi boca, escuchar su voz masculina gimiendo de placer, pero él me paró, para, literalmente, tomarme en peso y tenderme sobre la cama. Después acercó su boca a mi oreja y, después de morder mi lóbulo, me susurró que todavía no.
Me besó y comenzó a bajar, desnudando cada parte de mi cuerpo, acariciando con fuerza mis pechos, lamiendo mis pezones, para buscar después el valle entre mis piernas, repitiendo más o menos lo que yo le había hecho antes. Ofrecí mi sexo depilado a su boca y él supo corresponderme buscando mi clítoris. Yo no pude resistir coger su cabeza entre mis piernas, su cabello, incluso golpearle, mientras me dejaba llevar, totalmente erizada al sentir cómo su lengua y sus labios carnosos me estimulaban.

De repente paró, ambos estábamos sudorosos, pero me encantó abrazar su cuerpo desnudo, húmedo, cuando se colocó sobre mi para penetrarme, no sin antes pedirme permiso con su voz masculina, suave y seductora, cerca de mi oído. No le contesté, al menos con palabras: acerqué mi mano a su polla, endurecida, húmeda y la llevé a la entrada de mi vagina, haciendo que su cabeza acariciara mi raja lentamente. Le gustó el juego, así que se levantó y siguió acariciando mis labios, metiendo entre ellos la punta de su polla, que seguía tan dura como cuando yo se la chupé. Al rato busqué sus testículos con mi mano, haciéndole suspirar lleno de excitación, hasta que decidí colocársela en el sitio exacto, él, lógicamente, la metió en el momento en que comprobó que se la había preparado.
 
Comenzó a penetrar lentamente, con mucha delicadeza, pues a pesar de lo húmeda que yo estaba, su grosor parecía ser demasiado para la abertura que yo tenía. Noté primero su glande, palpitante, orgulloso, más tarde fue entrando poco a poco el resto de su miembro, mientras yo elevaba mis caderas y abría poco a poco mis piernas, hasta que sus testículos, aún gordos y pesados, rozaron mi carnosa vulva.
Fue entonces cuando vino lo bueno: puso cada una de sus manos a uno de los lados de la cama y elevó su tronco, su perfecto y musculado pecho velludo, apoyado en sus fuertes brazos totalmente contraídos por el esfuerzo, para, de repente, comenzar a sacar y meter en mi vagina su picha nervuda y erecta de una forma mucho más enérgica, gimiendo de placer, aumentando poco a poco la velocidad de sus embestidas, mientras yo acariciaba todo su cuerpo. Justo cuando pensaba que iba a correrse, pues sus testículos estaban totalmente contraídos ya (después de casi diez minutos sin parar de bombearme), sacó su miembro y se tendió en la cama. Yo le miraba sorprendida, pues nunca antes nadie me había hecho lo que él acababa de hacerme.
Su respiración era muy fuerte, cansada, pero su mirada me decía que íbamos a seguir.
-Ahora te toca a ti –me dijo-: ponte encima.
Le obedecí, me tenía totalmente sometida. Cogí su pene y lo introduje en mi raja, totalmente abierta ahora.
-Quiero que me cabalgues mientras pellizcas mis pezones, para que no te toques.
Yo comencé a subir y bajar sobre su polla, que empujaba hacia delante dentro de mi cavidad húmeda, chorreante. Sus manos se pusieron sobre mis hombros, acompañadas de una mirada de deseo que nunca antes habían puesto en mí. Después acarició mis pechos, y de ahí bajó a mi vientre, apretando, como intentando buscar su pene en mi interior, para terminar justo en la abertura de mis labios, buscando el clítoris, para volver a estimularlo. Era increíble cómo, sin habernos hablado de sexo, sabía llevarme perfectamente a un estado de locura y pasión que nunca antes había sentido.
-¿Me dejarás correrme dentro?
Mi voz no respondió, pero contraje los músculos de la vagina para ejercer presión sobre su pene, con la idea de que no pudiera sacarlo, y comencé a cabalgar como una salvaje. Los dos gemíamos, él subió sus manos, dejando sus brazos sobre las sábanas, totalmente rendido a mis saltos. Dejé de pellizcar sus pezones y pasé una de mis manos a mi culo, para bajarla hasta dar con sus testículos, totalmente pegados al cuerpo de su pene, a juzgar por lo arrugado que tenía el escroto. Pasé por ellos con la punta de mis dedos y entonces noté el primer chorro de su corrida. Su leche era caliente, densa, abundante. Noté cuatro o cinco disparos de semen, lo normal, mientras él suplicaba que dejara de moverme. Su cuerpo se estremecía y saltaba, estaba totalmente erizado, incluso llegó a levantarme varias veces haciéndome sentir sobre un toro salvaje, pero yo no estaba dispuesta a dejarle.
En uno de sus saltos consiguió desmontarme, pero yo no quería dejar de sobarlo, y, despojada de toda conciencia, secuestrada por un deseo y una pasión nunca antes vivida, agarré de nuevo su pene y lo introduje en mi boca, aunque estuviera manchado de semen. Él intentaba zafarse de mi, a pesar de la excitación que sabía que estaba viviendo, pero yo estaba bien enganchada (incluso creo que le arañe los huevos), sobre todo porque, en realidad, me pedía con su voz que siguiera: los sentimientos peleaban en su interior. Sus gemidos, sus palabras, aumentaban en volumen, así que busqué algo con lo que taparle la boca. No encontré más que sus slips usados que introduje rápidamente, intentando no llamar más la atención en el hotel.
Volvió a correrse en menos de cinco minutos, tragué su semen mientras acariciaba mi sexo húmedo ahora por los jugos que salían de él: los suyos y los míos.
Quise descansar junto a él, después de que terminara de saltar excitado por las caricias que mi mano producían en su glande, abrazados los dos, pues tenía ganas de dormir, pero él comenzó a besarme y volvió a bajar hasta mi entrepierna para seguir estimulándome: utilizaba su lengua y sus dedos con tal maestría que volví a excitarme completamente, aunque ahora las piernas no me respondían para atrapar su cabeza, totalmente extendidas sobre la cama. No podía creer que, tan manchada como estaba por su propio semen, no tuviera reparo en llevarme a mayor placer.
-Me encantan los chochetes tan sonrosaditos,… tan gorditos,… tan depiladitos,… –dijo tomándose unos cinco segundos de descanso, intentando tomar aire, para después seguir con más brío-.
Mi cuerpo no pudo aguantar más y comencé a tener un orgasmo que, al igual que antes había hecho yo con él, no fue el punto final de su trabajo. Sinceramente no sé si fue un orgasmo o varios unidos, pero consiguió que, por primera vez en toda mi vida me corriera de verdad, aunque a pesar de ello no dejara de excitarme.
Terminamos exhaustos, rendidos sobre la cama, sin fuerzas siquiera para abrazarnos, totalmente sudados. El olor de su cuerpo se había vuelto dulce, su cara (y seguramente la mía) mostraba una sonrisa placentera y un brillo especial que le hacía estar más atractivo de lo que nunca me había parecido, con toda su piel brillante por el sudor y sonrosada por la excitación.
-Nunca dejarás de ser mía –me susurró al oído antes de que los dos nos durmiéramos-.
 
Al terminar mi ducha cogí una toalla y me envolví en ella. Mi mente calenturienta quería corresponderle: me dirigí hacia mi cama y, no sin cierto pudor, me quité la toalla frente a él.

Estaba de espaldas, pero mi excitación creció, sabía que él me estaba viendo, que podía disfrutar de mi desnudo, como yo había disfrutado antes del suyo. Busqué en mi maleta, con más tranquilidad de lo habitual, la ropa interior: primero me puse las bragas, rojas, de tela finita, de esas que lo dejan ver todo, pero sin poseer ninguna característica especial más que resaltar, sintiendo cómo cubrían mi sexo, después busqué tranquilamente el sujetador, también rojo y semitransparente.

Me dí la vuelta, haciéndole creer que tenía que volver al baño, para que me viera totalmente (por detrás y por delante). Eso sí, lo hice como si no estuviera en la habitación, aunque con el rabillo del ojo veía como su mirada me seguía. Él carraspeó y yo, entonces, le miré, descubriendo que empezaba a tener una erección, algo que hizo que se sintiera cortado de verdad, intentando darse la vuelta antes de que yo me diera cuenta, haciendo como que tenía que recoger algo.

Terminé de vestirme y, cuando estuve lista, salimos de la habitación de camino al curso. En el ascensor se respiraba cierta tensión, pero con una sonrisa pícara, él la rompió, abriendo un poco la blusa que llevaba puesta y diciendo:

- Me gusta el conjuntito que te has puesto hoy.

Yo, lógicamente, supe que se refería a mi ropa interior, así que bajé la mirada ligeramente azorada, pero en mi cara una sonrisa cómplice le hizo ver que todo aquello me estaba gustando, más de lo que yo misma hubiera podido imaginar.

Pasamos toda la mañana echándonos miradas cómplices y sonriendo como adolescentes, yo busqué momentos para acercarme a él (en los descansos, sobre todo), sin conseguirlo, soñando con acariciarle, con desnudarle, excitándome a cada momento. Llegó la hora de la comida y, celosa, observe como se sentaba con otras dos compañeras a los lados.

Me puse frente a él y, conforme empezaba a tontear con ellas, intentaba demostrarle que estaba allí delante, incluso llegué a tocar con mi pie su paquete, pero no conseguí que, siquiera, me mirara, a pesar de lo sonriente que se mostraba con ellas dos. No hubo avances en toda la tarde, claro, avances conmigo, porque con ellas estaba de un subidito…. Aquello me hacía desesperar, aumentando mis celos y, de una forma incomprensible, mi excitación.

Al llegar a la habitación llegó la explicación: “he quedado con gente para cenar, luego nos vemos”, dijo como si yo fuera una estatua en la habitación y saliendo por la puerta tras ducharse y perfumarse como un señorito.

Los vi alejarse del hotel a los tres bien agarraditos, sonriendo, disfrutando, él en el centro, entre la rubia y la pelirroja que le habían estado tirando los tejos durante todo el día, mientras yo me moría de celos, consciente de que mi cuerpo lo anhelaba. Intenté acariciarme, excitarme, pero el cabreo era tan grande, la frustración era tanta, que, a pesar de todo, no lo conseguí, así que decidí echarme a dormir para que el día pasara lo antes posible.

Me desperté cuando llegó. Estaba totalmente empapado en sudor, lo que hacía que su camisa se pegara a su cuerpo que yo admiré entornando los ojos, disimulando que le observaba. Me encantaba ver su pelo húmedo, pegado al cuello sonrosado. Se desnudó allí mismo, frente a mi cama, sin darse la vuelta, creyendo que yo dormía, por lo que me recreé con tranquilidad en su desnudo, brillante por el sudor. Creo que incluso me sonrojé cuando por fin se despojó de su ropa interior y descubrí que tenía un pene más largo y grueso que el de mi ex, y que sus testículos eran más redondos, incluso más varoniles. Él me miraba desde los pies de mi cama, sin pudor ninguno, cuando yo, creyendo que no podría resistir tirarme a por él, abrí mis piernas para ver si le hacía reaccionar. Fue entonces cuando su pene comenzó a ponerse morcillón, él no intentó taparse (no había porqué), pero tampoco tuvo la intención de aprovecharse de la situación, aunque más tarde se acercara lentamente, ya que yo, con el movimiento, había dejado mi pecho (llevaba un pijama muy amplio) al descubierto, sin querer. Él, que estaba algo borracho, cogió la sábana, levantándola suavemente, observó mi cuerpo y, sonriendo, me tapó, mientras yo notaba como mi pecho izquierdo, seguramente al sentirse observado, parecía haberle saludado endureciéndose. Andrés se levantó y, tras exponer sus encantos frente a mi cara durante unos segundos (seguramente sin intención, aunque consiguiera que me derritiera de deseo) se marchó a ducharse.

Mientras oía como el agua rozaba toda la piel que a mi me hubiera encantado poder lamer, decidí quitarme la sábana y las bragas, dejando todo mi sexo al aire, para que el pudiera taparlo de nuevo, pero mi decepción fue mayúscula cuando me di cuenta de que, sin ni siquiera haberse dado cuenta, apagó la luz y se echó, desnudo, sobre la cama.

A la mañana siguiente fui yo quien despertó primero, fue un verdadero placer, pues no recordaba que él estaba totalmente desnudo sobre la cama. Yacía boca abajo, pero, con las piernas abiertas, se veían claramente sus testículos, lo que hacía que la piel que los recubría se viese totalmente redonda. Al andar recordé que yo también me había quedado desnuda, al menos de cintura para abajo. La visión de sus testículos y el roce de mis piernas con mi sexo (el roce que yo procuré mientras andaba, procurando que él no se diera cuenta, por si estaba mirándome igual que había hecho yo la noche anterior) me excitó bastante. No obstante, yo no soy mujer de solitarios, así que tomé una ducha y después, envuelta en una toalla, pero sin esperanzas de nada más, me acerqué a él para despertarle. Se había movido, imagino que al oír el agua, pues se había cubierto con su sábana, sin poder disimular una erección matutina.

Cuando se despejó un poco volví a mi cama (la que más alejada estaba del baño) para vestirme, ahora sin intención de provocarle. Él tardó bastante en incorporarse y comenzar a moverse. Se puso algo de ropa interior y se metió al baño, no sin antes preguntarme si necesitaba entrar, pues iba a arreglarse la barba. Yo, a los diez minutos, empecé a tener ganas de orinar y, como no había cerrado la puerta y el retrete estaba suficientemente escondido del lavabo entré pidiéndole permiso antes.
Muy buen relato, espero continúe y continúe
 
Al despertar comprobamos que habíamos pasado allí toda la mañana, y a ninguno de los dos nos apetecía volver al cursillo, así que llamamos a los organizadores explicando que nos encontrábamos mal desde la mañana y que sintiéndolo mucho íbamos a volver a nuestra ciudad. Nos pusieron alguna pega, pero prometimos que volveríamos el fin de semana siguiente para asistir a las últimas sesiones, pues el cursillo se iba a realizar en varias tandas por la cantidad de gente que estaba obligada a asistir al mismo.
Los dos nos tuvimos que duchar antes de vestirnos, pero, aunque nos apetecía mucho hacerlo juntos, debido al poco tiempo que nos quedaba al tener que abandonar la habitación, tuvimos que hacerlo por separado, sumidos en el temor de volver a engancharnos y tardar más de la cuenta.
Salimos de la habitación cogidos de la mano, los dos nos sentíamos felices:
-Vamos a ser un buen equipo –dije al salir del hotel-.
Cuando subimos al coche me di cuenta que llevaba puesto un polo parecido al del viaje anterior, de color amarillo, que dejaba notar su cuerpo totalmente, y los mismos vaqueros que hacían que su paquete fuera el más bonito del mundo. Me agaché para morder uno de sus pezones y acaricié su paquete con pasión mientras con la otra mano me acariciaba un pecho.
Él arrancó el coche, yo le miré asombrada, pensando que era más frío de lo que parecía, pero fue entonces cuando me di cuenta de que todo aquello había sido mucho mejor de lo que yo creía:
- Ahora pueden vernos –dijo-. Pararé en el primer motel.
Sonreí y besé su boca anhelando un nuevo polvo.
 
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