Lilith Duran
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- 10 Oct 2025
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La noche fue mala, Leticia no había dormido bien. Estuvo inquieta, dándole vueltas a la… discusión, o mejor dicho, el debate que tuvo con su marido la noche anterior, porque apenas tuvieron un breve cruce de palabras.
Aprovechó que Unai no estaba en casa, su hijo había salido con sus amigos a las fiestas del pueblo y no llegaría hasta las tantas. Por lo que, después de un tiempo meditando eso que le picaba por dentro durante tantos años, se envalentonó a pedírselo a su marido de una vez por todas.
Tal vez, si fuera de otra manera, si esa timidez que se apoderó de ella desde su nacimiento no estuviera presente, se lo hubiera planteado diez años atrás. Sin embargo, no se armó de valor hasta que vio de cerca los cincuenta.
Ahora estaba en la cocina, eran las siete de la mañana y removía su café como si aquello le sirviera de algo. Miraba con resignación el buen paisaje desde su quinto piso que siempre la relajaba, aunque no servía de nada, puesto que la negación de su marido, todavía le dolía.
El sonido de unas llaves al meterse en la ranura, la hizo girar la cabeza y que los bucles de su pelo rizado ondeasen en un baile rítmico. Desde la cocina podía ver la entrada a su casa y allí, observó que se abría la puerta para dejar paso a su hijo del todo borracho.
—¡Coño, mamá! —sus ojos se abrieron del todo y trató de cerrar la puerta sin dar un golpe. Lo consiguió a duras penas— ¿Es muy tarde? —reformuló la pregunta— ¿O pronto?
—No, Unai. Son las siete y algo, me he levantado porque no podía dormir.
Dio unos pasos torpes hacia la cocina, aunque con cierto sentido. El joven se introdujo en esta y abrió la nevera, pretendiendo devorar lo primero que encontrase.
—¿Quieres que te haga algo para desayunar? —casi podía oler el tufo a ron que traía en su boca y… también en la camiseta blanca poblada de manchas.
Unai no era un borracho, ni siquiera bebía de normal, solo en fiestas. Cuando iba con sus amigos a pasar el rato solo se pedía refrescos y eso, Leticia lo sabía. Era un chico bueno y amable, algo extrovertido, cosa que no heredó de su madre, y que esta, agradeció incontables veces desde su niñez.
—No, mamá… —algo similar a un hipo brotó de su garganta— No te quiero molestar.
—Tranquilo, tienes la tortilla que no acabamos ayer. ¿Te pongo un trozo?
Unai cerró la nevera, viendo el plato de tortilla que señalaba su madre sobre la encimera de mármol. Oteó con ojos golosos lo que para él, en ese momento, era un manjar de dioses. Cuando dio el primer paso, su madre alzó la mano.
—Espera, hijo. Te la caliento un poco. —la atolondrada cabeza del joven, le advirtió sabiamente que era lo mejor— Siéntate, anda. Seguro que estás cansado.
—Agotado, mamá, no lo sabes bien. Pero estoy aprovechando estos veranos universitarios, que luego cuando trabaje…
—Te queda mucho para eso. —Leticia oprimió el botón del microondas y se dio la vuelta para observarle, el tufo a ron se había disipado o, tal vez, la mujer se acostumbró— ¿Buena noche?
Asintió, dando un mordisco a un pan duro que había del día anterior. La mujer negó con la cabeza, porque, de vez en cuando, Unai era demasiado impulsivo.
El microondas la avisó de que su trabajo había concluido y Leticia le dejó en la mesa el plato a su único hijo. Se sentó a su lado, con la taza de café enfriada; sin embargo, casi era mejor, porque el calor de ese verano estaba siendo duro.
—¿Quedó rica? —preguntó la mujer viendo que el joven cogía con los dedos la comida— Espera, que te doy unos cubiertos…
—¡No, no…! —cortó con un pómulo inflado y los dedos manchados— Tranquila, mamá. Vete a dormir si quieres.
—No voy a poder, una vez que me despierto… —el chico engullía y su madre le miraba abobada, recordando el motivo real de su desvelo.
—¿Para qué te despiertas tan pronto? Por mí que no sea, eh. Tranquila, que yo llego, como algo y a la cama de un salto. —su hijo hizo un gesto semejante a saltar a la piscina y por poco le sacó una sonrisa, no esa que ponía siembre, casi fingida, sino una real. No lo consiguió.
—Nada, cosas mías… —quería dejarlo como estaba, pero olvidó la insistencia de su vástago con par de copas.
—¿Qué cosas?
—Nada… —hizo un gesto con la mano para dejarlo pasar, aunque Unai, continuaba mirándola con atención— Un tema con tu padre, nada más.
—¿Por qué no me lo cuentas?
—¡No, no, no! —soltó al borde de la vergüenza.
Se levantó de la silla, queriendo irse para que su pequeño no la volviera a preguntar por semejante asunto. Dejó la taza de café en el fregadero y miró de nuevo por la ventana, como si en aquellas vistas obtuviera algo, aunque lo que consiguió, fue escuchar otra vez a Unai.
—Que no tengo diez años, mamá. He escuchado de todo a mi edad, ¡cuéntamelo anda…! —su tono extrovertido siempre la azuzaba. Se dio la vuelta, notando el aire caliente, empezando a pasar por su corto pijama de verano.
—Es algo… personal…
—¿Sexual?
Se llevó la mano entre sus menudos senos, haciendo que ambos se separasen en la pequeña camiseta de tirantes que usaba para dormir. Su gesto se torció, suponiendo que, tal vez, el bobo de su marido le hubiera contado algo a su hijo.
“¡Es imposible!”, se chilló para sus adentros, sintiendo que la rojez poblaba su rostro y le daba una pista inequívoca a quien la mirase que, la pregunta de Unai, había dado en el clavo. Con unos ojos adormilados y mascando la preciada tortilla, aguardaba la contestación.
—¿Cómo sabes eso? —Leticia estaba preocupada y apretó la camiseta entre sus dedos.
—Sin más… —alzó los hombros con total indiferencia y cogió otro cacho de tortilla. Cuando se lo metió en la boca, habló con torpeza— De dinero vamos bien y os lleváis guay, o eso veo yo. —tragó con fuerza para seguir— Si no es eso, lo único por lo que puede discutir una pareja, es por el sexo. ¿A papá no se le levanta?
—¡Unai! —exclamó la mujer con el ceño fruncido, escuchando lo que su mente le decía: “¡ojalá fuera eso!”.
El muchacho se quedó mirándola con la borrachera que portaba y Leticia sabía que no podía esperar una disculpa. Dio par de pasos con los pies desnudos, sintiendo ese frío en las baldosas que le quitaba el calor de la noche. Cuando pudo, se sentó otra vez en la silla.
—No es lo que dices, pero es sobre eso. Pero no quiero que…
—Entonces… —cortó con un tono normal, como si estuvieran charlando del tiempo— ¿Por él o por ti?
—Unai, que no te pienso contar nada sobre eso. —estaba asombrada por el descaro de su hijo y su timidez, la hacía ruborizarse mucho más, quería huir de allí.
—¿A quién se lo vas a contar? Mamá, eres ultra vergonzosa y no creo que hables ni con tus amigas de esto. Tal vez con tu hermana, pero ahora no está. Cuéntamelo que yo no digo nada, incluso igual se me olvida mañana cuando despierte… Bueno… esta tarde.
Un cacho de tortilla se le quedó colgando del labio y esa imagen, con la cara partida debido a la borrachera, le dio cierto impulso a Leticia para soltar lo que le dolía. Era una mala idea, eso estaba claro desde el comienzo; sin embargo, por primera vez en su vida, Unai era un buen confidente, puesto que era cierto… igual ni se acordaba en unas horas.
—Por los dos. —apenas fue un susurro que nació en sus labios.
—¿El qué? —ella le miró con curiosidad— Cuéntame más, dame detalles. ¡Ay, mamá…! ¿Te lo voy a tener que sacar con tenazas?
—Es que no es algo que tengas que saber… —trató de mirar a otro lado, pero Unai viró su cabeza para buscar el contacto de sus ojos azules.
—Todo lo que hayas hecho con papá, yo también lo he hecho… —se rio solo y Leticia no lo entendió hasta que puntualizó— Bueno, yo con papá no he hecho nada, eh. Con otras, sí.
Soltó una carcajada que hubiera despertado a cualquiera, pero no a Roberto, que era una marmota cuando cogía el sueño. Bien lo sabía Leticia, que siempre se encargó de las noches en las que Unai era todavía un bebé y no dormía.
La mujer se mordió el labio, a la vez que, con una mano oculta bajo la mesa, apretaba su corto pantalón de verano. Se sintió realmente azuzada, de la misma manera que con su madre cuando le decía que le contase uno de sus problemas. Ella ya no estaba y esa confianza, se había ido al garete el día que murió; sin embargo, con Unai… notó algo parecido.
—Le pedí algo y no quiso. Ese fue el tema, fin. Ya puedes ir a dormir. —Unai era obediente, siempre lo fue, pero no atendió esa última petición de su madre.
—¿Qué le pediste para que no quisiera? No creo que sea muy raro, no tienes pinta de que te gusten cosas demasiado bizarras. ¿Te mola azotar a papá? —aquello la hizo volverse un tomate y apretó los labios hasta convertirlos en una fina línea blanca.
—¡Unai, no digas eso! —el joven se rio de manera etílica al ver a su madre con esa cara.
—¿Entonces?
—¡Uf…! —resopló para tratar de sentirse mejor, aunque era muy difícil, su desazón estaba en la garganta y trababa de salir— Le pedí una cosa y ya. Hijo, creo que es suficien…
—¿Qué cosa? —la normalidad e insistiendo de Unai la estaba perturbando.
—Una.
—¿Cuál?
La voz de su único vástago se le metió en el cerebro igual que una aguja al rojo vivo tratando de explotar un globo de aire. El vientre se le removió y el café trataba de emerger por la misma boca que entró.
Se notó fría, al borde de la congelación, hasta que los dedos de los pies, se le agarrotaron igual que garras por semejante momento de vergüenza. La mirada de Unai seguía encima de ella, pidiéndola más detalles, que sacase todo lo que tenía dentro. Su lengua se movió sola y no la pudo detener.
—Le pedí… —un segundo de silencio en el que Unai se impacientó.
—¿Qué?
—Una…
—¿Qué?
—¡Una paja! —la voz salió en un tono más alto por sus finos labios y sus ojos azules se clavaron en su hijo— ¡Le dije que se hiciera una paja mientras le miraba!
—¿¡QUÉ!?
El chico tenía el último trozo en la mano, que se le partió a la mitad durante esos inacabables segundos en los que contemplaba a su madre con una ceja levantada y el rostro contraído de asombro.
Leticia se levantó de la misma, sabiendo que aquello fue una pésima idea y tuvo ganas de que un agujero en la tierra la tragase para la eternidad. Se tapó el rostro, notando el calor que portaba en los pómulos y la sequedad que se apropió de su garganta.
—No sé para qué digo nada… —era un pensamiento en voz alta y se dio la vuelta para pedir de la mejor de las formas a su hijo que se fuera— Unai, vete a…
—¿Por qué dijo que no?
Su pequeño la cortó por milésima vez, con ese rostro algo beodo y una mueca de normalidad que Leticia no entendía. Normal, a su modo de ver las cosas, debería estar rojo de vergüenza por tratar un tema de ese calibre con su madre; sin embargo, Unai no era igual que ella.
—No lo entiendo —acabó por decir el chico.
CONTINUARÁ...
Aprovechó que Unai no estaba en casa, su hijo había salido con sus amigos a las fiestas del pueblo y no llegaría hasta las tantas. Por lo que, después de un tiempo meditando eso que le picaba por dentro durante tantos años, se envalentonó a pedírselo a su marido de una vez por todas.
Tal vez, si fuera de otra manera, si esa timidez que se apoderó de ella desde su nacimiento no estuviera presente, se lo hubiera planteado diez años atrás. Sin embargo, no se armó de valor hasta que vio de cerca los cincuenta.
Ahora estaba en la cocina, eran las siete de la mañana y removía su café como si aquello le sirviera de algo. Miraba con resignación el buen paisaje desde su quinto piso que siempre la relajaba, aunque no servía de nada, puesto que la negación de su marido, todavía le dolía.
El sonido de unas llaves al meterse en la ranura, la hizo girar la cabeza y que los bucles de su pelo rizado ondeasen en un baile rítmico. Desde la cocina podía ver la entrada a su casa y allí, observó que se abría la puerta para dejar paso a su hijo del todo borracho.
—¡Coño, mamá! —sus ojos se abrieron del todo y trató de cerrar la puerta sin dar un golpe. Lo consiguió a duras penas— ¿Es muy tarde? —reformuló la pregunta— ¿O pronto?
—No, Unai. Son las siete y algo, me he levantado porque no podía dormir.
Dio unos pasos torpes hacia la cocina, aunque con cierto sentido. El joven se introdujo en esta y abrió la nevera, pretendiendo devorar lo primero que encontrase.
—¿Quieres que te haga algo para desayunar? —casi podía oler el tufo a ron que traía en su boca y… también en la camiseta blanca poblada de manchas.
Unai no era un borracho, ni siquiera bebía de normal, solo en fiestas. Cuando iba con sus amigos a pasar el rato solo se pedía refrescos y eso, Leticia lo sabía. Era un chico bueno y amable, algo extrovertido, cosa que no heredó de su madre, y que esta, agradeció incontables veces desde su niñez.
—No, mamá… —algo similar a un hipo brotó de su garganta— No te quiero molestar.
—Tranquilo, tienes la tortilla que no acabamos ayer. ¿Te pongo un trozo?
Unai cerró la nevera, viendo el plato de tortilla que señalaba su madre sobre la encimera de mármol. Oteó con ojos golosos lo que para él, en ese momento, era un manjar de dioses. Cuando dio el primer paso, su madre alzó la mano.
—Espera, hijo. Te la caliento un poco. —la atolondrada cabeza del joven, le advirtió sabiamente que era lo mejor— Siéntate, anda. Seguro que estás cansado.
—Agotado, mamá, no lo sabes bien. Pero estoy aprovechando estos veranos universitarios, que luego cuando trabaje…
—Te queda mucho para eso. —Leticia oprimió el botón del microondas y se dio la vuelta para observarle, el tufo a ron se había disipado o, tal vez, la mujer se acostumbró— ¿Buena noche?
Asintió, dando un mordisco a un pan duro que había del día anterior. La mujer negó con la cabeza, porque, de vez en cuando, Unai era demasiado impulsivo.
El microondas la avisó de que su trabajo había concluido y Leticia le dejó en la mesa el plato a su único hijo. Se sentó a su lado, con la taza de café enfriada; sin embargo, casi era mejor, porque el calor de ese verano estaba siendo duro.
—¿Quedó rica? —preguntó la mujer viendo que el joven cogía con los dedos la comida— Espera, que te doy unos cubiertos…
—¡No, no…! —cortó con un pómulo inflado y los dedos manchados— Tranquila, mamá. Vete a dormir si quieres.
—No voy a poder, una vez que me despierto… —el chico engullía y su madre le miraba abobada, recordando el motivo real de su desvelo.
—¿Para qué te despiertas tan pronto? Por mí que no sea, eh. Tranquila, que yo llego, como algo y a la cama de un salto. —su hijo hizo un gesto semejante a saltar a la piscina y por poco le sacó una sonrisa, no esa que ponía siembre, casi fingida, sino una real. No lo consiguió.
—Nada, cosas mías… —quería dejarlo como estaba, pero olvidó la insistencia de su vástago con par de copas.
—¿Qué cosas?
—Nada… —hizo un gesto con la mano para dejarlo pasar, aunque Unai, continuaba mirándola con atención— Un tema con tu padre, nada más.
—¿Por qué no me lo cuentas?
—¡No, no, no! —soltó al borde de la vergüenza.
Se levantó de la silla, queriendo irse para que su pequeño no la volviera a preguntar por semejante asunto. Dejó la taza de café en el fregadero y miró de nuevo por la ventana, como si en aquellas vistas obtuviera algo, aunque lo que consiguió, fue escuchar otra vez a Unai.
—Que no tengo diez años, mamá. He escuchado de todo a mi edad, ¡cuéntamelo anda…! —su tono extrovertido siempre la azuzaba. Se dio la vuelta, notando el aire caliente, empezando a pasar por su corto pijama de verano.
—Es algo… personal…
—¿Sexual?
Se llevó la mano entre sus menudos senos, haciendo que ambos se separasen en la pequeña camiseta de tirantes que usaba para dormir. Su gesto se torció, suponiendo que, tal vez, el bobo de su marido le hubiera contado algo a su hijo.
“¡Es imposible!”, se chilló para sus adentros, sintiendo que la rojez poblaba su rostro y le daba una pista inequívoca a quien la mirase que, la pregunta de Unai, había dado en el clavo. Con unos ojos adormilados y mascando la preciada tortilla, aguardaba la contestación.
—¿Cómo sabes eso? —Leticia estaba preocupada y apretó la camiseta entre sus dedos.
—Sin más… —alzó los hombros con total indiferencia y cogió otro cacho de tortilla. Cuando se lo metió en la boca, habló con torpeza— De dinero vamos bien y os lleváis guay, o eso veo yo. —tragó con fuerza para seguir— Si no es eso, lo único por lo que puede discutir una pareja, es por el sexo. ¿A papá no se le levanta?
—¡Unai! —exclamó la mujer con el ceño fruncido, escuchando lo que su mente le decía: “¡ojalá fuera eso!”.
El muchacho se quedó mirándola con la borrachera que portaba y Leticia sabía que no podía esperar una disculpa. Dio par de pasos con los pies desnudos, sintiendo ese frío en las baldosas que le quitaba el calor de la noche. Cuando pudo, se sentó otra vez en la silla.
—No es lo que dices, pero es sobre eso. Pero no quiero que…
—Entonces… —cortó con un tono normal, como si estuvieran charlando del tiempo— ¿Por él o por ti?
—Unai, que no te pienso contar nada sobre eso. —estaba asombrada por el descaro de su hijo y su timidez, la hacía ruborizarse mucho más, quería huir de allí.
—¿A quién se lo vas a contar? Mamá, eres ultra vergonzosa y no creo que hables ni con tus amigas de esto. Tal vez con tu hermana, pero ahora no está. Cuéntamelo que yo no digo nada, incluso igual se me olvida mañana cuando despierte… Bueno… esta tarde.
Un cacho de tortilla se le quedó colgando del labio y esa imagen, con la cara partida debido a la borrachera, le dio cierto impulso a Leticia para soltar lo que le dolía. Era una mala idea, eso estaba claro desde el comienzo; sin embargo, por primera vez en su vida, Unai era un buen confidente, puesto que era cierto… igual ni se acordaba en unas horas.
—Por los dos. —apenas fue un susurro que nació en sus labios.
—¿El qué? —ella le miró con curiosidad— Cuéntame más, dame detalles. ¡Ay, mamá…! ¿Te lo voy a tener que sacar con tenazas?
—Es que no es algo que tengas que saber… —trató de mirar a otro lado, pero Unai viró su cabeza para buscar el contacto de sus ojos azules.
—Todo lo que hayas hecho con papá, yo también lo he hecho… —se rio solo y Leticia no lo entendió hasta que puntualizó— Bueno, yo con papá no he hecho nada, eh. Con otras, sí.
Soltó una carcajada que hubiera despertado a cualquiera, pero no a Roberto, que era una marmota cuando cogía el sueño. Bien lo sabía Leticia, que siempre se encargó de las noches en las que Unai era todavía un bebé y no dormía.
La mujer se mordió el labio, a la vez que, con una mano oculta bajo la mesa, apretaba su corto pantalón de verano. Se sintió realmente azuzada, de la misma manera que con su madre cuando le decía que le contase uno de sus problemas. Ella ya no estaba y esa confianza, se había ido al garete el día que murió; sin embargo, con Unai… notó algo parecido.
—Le pedí algo y no quiso. Ese fue el tema, fin. Ya puedes ir a dormir. —Unai era obediente, siempre lo fue, pero no atendió esa última petición de su madre.
—¿Qué le pediste para que no quisiera? No creo que sea muy raro, no tienes pinta de que te gusten cosas demasiado bizarras. ¿Te mola azotar a papá? —aquello la hizo volverse un tomate y apretó los labios hasta convertirlos en una fina línea blanca.
—¡Unai, no digas eso! —el joven se rio de manera etílica al ver a su madre con esa cara.
—¿Entonces?
—¡Uf…! —resopló para tratar de sentirse mejor, aunque era muy difícil, su desazón estaba en la garganta y trababa de salir— Le pedí una cosa y ya. Hijo, creo que es suficien…
—¿Qué cosa? —la normalidad e insistiendo de Unai la estaba perturbando.
—Una.
—¿Cuál?
La voz de su único vástago se le metió en el cerebro igual que una aguja al rojo vivo tratando de explotar un globo de aire. El vientre se le removió y el café trataba de emerger por la misma boca que entró.
Se notó fría, al borde de la congelación, hasta que los dedos de los pies, se le agarrotaron igual que garras por semejante momento de vergüenza. La mirada de Unai seguía encima de ella, pidiéndola más detalles, que sacase todo lo que tenía dentro. Su lengua se movió sola y no la pudo detener.
—Le pedí… —un segundo de silencio en el que Unai se impacientó.
—¿Qué?
—Una…
—¿Qué?
—¡Una paja! —la voz salió en un tono más alto por sus finos labios y sus ojos azules se clavaron en su hijo— ¡Le dije que se hiciera una paja mientras le miraba!
—¿¡QUÉ!?
El chico tenía el último trozo en la mano, que se le partió a la mitad durante esos inacabables segundos en los que contemplaba a su madre con una ceja levantada y el rostro contraído de asombro.
Leticia se levantó de la misma, sabiendo que aquello fue una pésima idea y tuvo ganas de que un agujero en la tierra la tragase para la eternidad. Se tapó el rostro, notando el calor que portaba en los pómulos y la sequedad que se apropió de su garganta.
—No sé para qué digo nada… —era un pensamiento en voz alta y se dio la vuelta para pedir de la mejor de las formas a su hijo que se fuera— Unai, vete a…
—¿Por qué dijo que no?
Su pequeño la cortó por milésima vez, con ese rostro algo beodo y una mueca de normalidad que Leticia no entendía. Normal, a su modo de ver las cosas, debería estar rojo de vergüenza por tratar un tema de ese calibre con su madre; sin embargo, Unai no era igual que ella.
—No lo entiendo —acabó por decir el chico.
CONTINUARÁ...