El juego de las apariencias

Smallfinger

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En los pasillos de la tienda de ropa deportiva, Carlos era el rey de la narrativa. A sus 30 años, manejaba una mezcla de experiencia y misterio que cautivaba a las empleadas más jóvenes. Laura, con sus 22 años y una energía eléctrica, era su objetivo principal. Durante meses, el coqueteo no fue sutil. En las reuniones tras el cierre, Carlos lideraba las conversaciones más audaces.

—"El tamaño no lo es todo, pero ayuda a que la historia sea inolvidable", solía decir él con una sonrisa de medio lado cuando el grupo bromeaba sobre medidas. Siempre dejaba caer comentarios sobre "comprar pantalones de una talla más para estar cómodo" o cómo ciertas posiciones eran "complicadas para alguien de su calibre". Laura lo devoraba con la mirada, imaginando que estaba ante un secreto monumental.

Una Cena Cargada de Promesas​

La noche de la cita, la tensión era casi tangible. En el restaurante, tras la segunda botella de vino, la conversación dejó de ser elegante para volverse puramente instintiva.

—"Llevo meses imaginando si eres tan... impresionante como sugieres", susurró Laura, inclinándose sobre la mesa, con las pupilas dilatadas.

Carlos le tomó la mano, apretándola con una fuerza que pretendía proyectar poder.

—"Cariño, las palabras se quedan cortas. Esta noche vas a entender por qué camino como camino".

Al llegar al apartamento, el deseo era un incendio. Laura apenas le dio tiempo a cerrar la puerta antes de lanzarse sobre él. Ella estaba ansiosa, casi desesperada por confirmar el mito que él mismo había creado. Entre jadeos, lo llevó hacia la habitación, empujándolo sobre la cama.

—"Quiero verlo", dijo ella con una respiración agitada, mientras empezaba a desabrocharle el cinturón. "Llevo meses escuchando tus indirectas en la tienda. Muéstrame de qué presumes tanto".

Carlos, en su ceguera narcisista, creyó que su carisma supliría la carencia. Pero cuando Laura, con manos temblorosas de excitación, bajó finalmente su ropa interior, el mundo se congeló.

La erección de Carlos, al máximo de su capacidad, apenas alcanzaba los 7 centímetros. Era una figura diminuta, casi perdida entre sus muslos, que contrastaba grotescamente con la imagen de "macho alfa" que había vendido.

Laura se quedó inmóvil, con las manos aún en el borde del pantalón de él. El silencio no fue romántico; fue un vacío absoluto que duró diez segundos interminables. De repente, el pecho de Laura empezó a sacudirse. No era pasión. Era una risa que intentaba contener y que finalmente estalló como una burla hiriente.

—"¿Esto es? ¿En serio?", preguntó ella, señalando con un dedo índice mientras la carcajada se volvía más histérica. "¿Este es tu 'gran calibre'? ¡Pero si es ridículo!".

Carlos intentó cubrirse, pero ella le apartó las manos, inspeccionando la escena con una crueldad clínica.

—"¡Parece un dedo pulgar! ¡Es como el de un niño pequeño, Carlos! Me has tenido meses escuchando tus estupideces sobre tallas grandes y me encuentro con... esto".
Esta vuelta de tuerca añade un nivel de humillación psicológica y física definitivo. La pérdida total de control de Carlos frente a la mirada de Laura sella su derrota de la manera más cruda posible.

Laura estaba de pie junto a la cama, con la luz de la mesilla incidiendo directamente sobre la anatomía de Carlos. Su risa, afilada como un bisturí, cortaba el aire. Carlos, petrificado, sentía cómo la sangre le subía al rostro en un rubor violento, mientras sus 7 centímetros de orgullo herido se exponían ante la mirada cargada de juicio de la chica.

—"Es que no puedo dejar de mirarlo...", decía ella entre carcajadas crueles, señalando la pequeñez con un gesto de mofa. "Tanta prepotencia, tanto aire de semental en la tienda... ¿y este es tu gran secreto? ¡Si es una miniatura, Carlos! Es casi tierno, como un muñeco".

Carlos intentó articular una defensa, pero las palabras se le trababan en la garganta. La combinación de la adrenalina por la cita, la presión de ser descubierto y, sobre todo, la intensidad de la humillación que Laura estaba vertiendo sobre él, generó un cortocircuito en su sistema nervioso.

Sentía el cuerpo vibrar bajo el peso del desprecio de ella. Laura se acercó un paso más, inclinándose con las manos en las rodillas para observar mejor, como quien mira una curiosidad biológica en un museo.

—"¿De verdad pensabas que podrías hacer algo con esto? Eres un chiste viviente, Carlos. Un pobre hombrecito que..."

En ese preciso instante, mientras ella lo fulminaba con su desdén, el cuerpo de Carlos traicionó lo último que le quedaba de dignidad. Sin que mediara un solo roce, bajo el peso insoportable de la burla y la ansiedad, Carlos eyaculó de forma espontánea y patética. Fue un espasmo involuntario, precoz y ridículo que manchó su propio abdomen ante la mirada atónita de Laura.

El Veredicto Final​

El silencio que siguió fue absoluto, roto solo por el sonido de la respiración agitada de Carlos. Laura se quedó petrificada un segundo, procesando lo que acababa de ocurrir. Luego, su expresión pasó del asombro a una repugnancia total.

—"¿En serio?", susurró ella con una mueca de asco profundo. "¿Ni siquiera te he tocado y ya has terminado? Esto es el colmo de lo lamentable. No solo no tienes nada con qué trabajar, sino que ni siquiera puedes controlarte".

Laura soltó una última carcajada, esta vez teñida de una lástima insultante.

—"Micropene y precoz por humillación... Eres el pack completo de la decepción, Carlos. Ni en mis peores pesadillas imaginé algo tan cutre".

Con un gesto de total desprecio, Laura agarró su bolso.

—"Límpiate, anda. Das pena. No puedo esperar a llegar mañana al trabajo y contarles a todos que el 'gran Carlos' se vino abajo —literalmente— antes de que empezara el partido".

Se dio la vuelta y salió de la habitación sin mirar atrás. Carlos escuchó sus pasos alejándose por el pasillo y el sonido de la puerta principal cerrándose con una firmeza que sentenciaba su vida social en el centro comercial. Se quedó allí, en la penumbra, sintiendo el frío de su propia derrota pegado a la piel, sabiendo que a partir del lunes, su nombre sería sinónimo de la burla más grande de la tienda.
 
Se hace efectivo aquello de " Dime de lo que presumes y te diré de lo que careces" el papel y una barra de bar dan para mucho jajaja
 
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