La edad, con la de nuestros hijos, acentúa más el paso del tiempo.
Mi hija, la única que había tenido en mi matrimonio, acababa de empezar quinto de primaria. Los cambios, para ella, habían sido bastante importantes: su padre y yo nos acabábamos de separar, cosa que, para una niña absoluta fan de un padre que, ahora, casi no se ocupaba de ella, fue algo devastador. Ello unido al cambio de compañeros en el colegio (pues mezclaron los grupos del curso anterior), la preadolescencia y el cambio de maestro, habían forjado en ella unas actitudes que, aunque convencida de que pasaría, me preocupaban.
En cuanto al maestro, estaba siendo toda una sensación en el grupo de madres de la clase. Martínez era un chico de unos treinta, más que guapo, apuesto. Yo no era muy fan de perseguir con la mirada a hombres, y los que eran más jóvenes que yo, sinceramente, no me solían atraer, pero también me había fijado en aquel muchacho, eso sí, con más discreción que las demás.
Solía llevar camisetas, que se ajustaban perfectamente a su cuerpo, trabajado en gimnasio, sin exageración, siendo sus pectorales generosos y sus brazos bastante fuertes. Su piel, no era ni excesivamente clara ni morena, siendo el color un bronce que, cuando se sonrojaba, cosa que era frecuente, daba a su cara una luminosidad que, acompañada por su sonrisilla de medio lado, típica de seductor, rodeada por la barba morena, como su cabello, hacía que todas se humedecieran, al parecer, ligeramente.
Cuando se ponía camisa, solía dejarla algo abierta, lo que dejaba apreciar el vello recortado de su pecho, que, a veces, aparecía totalmente depilado.
Era un chico elegante, con gusto en el vestir, y con unas formas educadas que le concedían el estatus de caballero, sin duda, a pesar de su juventud.
En cuanto al trabajo, había sabido entender perfectamente a cada uno de los chicos que le habían tocado en el grupo, y, salvo casos excepcionales, como el de mi niña, estaban encantados de ir día tras día a clase, en unas edades en que, sinceramente, no era muy corriente este hecho.
Recibí la cita para la entrevista y, por mi parte, confirmé que iría. Suponiendo que el padre de mi hija también la había recibido. Habitualmente era yo quien se ocupaba del aspecto académico y, pese a que supuse que mi ex no se presentaría, dado el cambio que nuestras vidas habían dado, no me hubiera extrañado (e incluso me hubiera gustado) que lo hiciera, pero no fue así.
Llegué con tiempo, pero Martínez me estaba esperando ya. Se levantó para darme la mano que, vestido con aquel polo blanco, al estrecharla, mostró un bíceps bastante atractivo. El polo se le ajustaba perfectamente, dejando que se apreciara su cuerpo apolíneo.
Me pidió que me sentara, mientras él recogía las notas que había preparado para la reunión. Se acercó a por ellas a un mueble bajo que había en la esquina. Su pantalón, un chino, marcaba sus glúteos (prietos, no excesivos) y, al agacharse, bajó ligeramente, dejando ver que llevaba ropa interior blanca, pero sin poder adivinar si era slip o boxer y sin que mostrara más piel que la de la espalda.
Preguntó si debíamos esperar al padre de la niña, pero le dije que, sinceramente, no sabía si acudiría.
Al darse la vuelta cogió una silla, cerca de la del pupitre en que yo me había sentado, para colocarse frente a mí. El polo le quedó recogido justo en la cintura y, al tener las piernas ligeramente abiertas, se apreciaba un paquete bastante agradable, tanto que me lamenté de no haberme arreglado un poco más.
Comenzó disculpándose por haber tardado en citarnos, reconociendo que le estaba costando entender a mi peque. Tras comentarle la nueva situación familiar, comentamos que todo estaba algo conectado: la edad, la situación, que las amigas hubieran caído en el otro grupo…
Él se mostró de acuerdo conmigo, pero indicó que, pese a ello, no podíamos tirar la toalla, reconociendo que no le preocupaba tanto el aspecto académico, en el que no veía problemas, como el emocional.
-Disculpa si me meto donde no me llaman, pero creo que es importante que te lo pregunte, aunque entenderé que no quieras contestarme. ¿Tú cómo te encuentras?
Le miré durante unos segundos, pensando, siendo consciente que era la primera vez que alguien me preguntaba algo así en mucho tiempo.
Mi hija, la única que había tenido en mi matrimonio, acababa de empezar quinto de primaria. Los cambios, para ella, habían sido bastante importantes: su padre y yo nos acabábamos de separar, cosa que, para una niña absoluta fan de un padre que, ahora, casi no se ocupaba de ella, fue algo devastador. Ello unido al cambio de compañeros en el colegio (pues mezclaron los grupos del curso anterior), la preadolescencia y el cambio de maestro, habían forjado en ella unas actitudes que, aunque convencida de que pasaría, me preocupaban.
En cuanto al maestro, estaba siendo toda una sensación en el grupo de madres de la clase. Martínez era un chico de unos treinta, más que guapo, apuesto. Yo no era muy fan de perseguir con la mirada a hombres, y los que eran más jóvenes que yo, sinceramente, no me solían atraer, pero también me había fijado en aquel muchacho, eso sí, con más discreción que las demás.
Solía llevar camisetas, que se ajustaban perfectamente a su cuerpo, trabajado en gimnasio, sin exageración, siendo sus pectorales generosos y sus brazos bastante fuertes. Su piel, no era ni excesivamente clara ni morena, siendo el color un bronce que, cuando se sonrojaba, cosa que era frecuente, daba a su cara una luminosidad que, acompañada por su sonrisilla de medio lado, típica de seductor, rodeada por la barba morena, como su cabello, hacía que todas se humedecieran, al parecer, ligeramente.
Cuando se ponía camisa, solía dejarla algo abierta, lo que dejaba apreciar el vello recortado de su pecho, que, a veces, aparecía totalmente depilado.
Era un chico elegante, con gusto en el vestir, y con unas formas educadas que le concedían el estatus de caballero, sin duda, a pesar de su juventud.
En cuanto al trabajo, había sabido entender perfectamente a cada uno de los chicos que le habían tocado en el grupo, y, salvo casos excepcionales, como el de mi niña, estaban encantados de ir día tras día a clase, en unas edades en que, sinceramente, no era muy corriente este hecho.
Recibí la cita para la entrevista y, por mi parte, confirmé que iría. Suponiendo que el padre de mi hija también la había recibido. Habitualmente era yo quien se ocupaba del aspecto académico y, pese a que supuse que mi ex no se presentaría, dado el cambio que nuestras vidas habían dado, no me hubiera extrañado (e incluso me hubiera gustado) que lo hiciera, pero no fue así.
Llegué con tiempo, pero Martínez me estaba esperando ya. Se levantó para darme la mano que, vestido con aquel polo blanco, al estrecharla, mostró un bíceps bastante atractivo. El polo se le ajustaba perfectamente, dejando que se apreciara su cuerpo apolíneo.
Me pidió que me sentara, mientras él recogía las notas que había preparado para la reunión. Se acercó a por ellas a un mueble bajo que había en la esquina. Su pantalón, un chino, marcaba sus glúteos (prietos, no excesivos) y, al agacharse, bajó ligeramente, dejando ver que llevaba ropa interior blanca, pero sin poder adivinar si era slip o boxer y sin que mostrara más piel que la de la espalda.
Preguntó si debíamos esperar al padre de la niña, pero le dije que, sinceramente, no sabía si acudiría.
Al darse la vuelta cogió una silla, cerca de la del pupitre en que yo me había sentado, para colocarse frente a mí. El polo le quedó recogido justo en la cintura y, al tener las piernas ligeramente abiertas, se apreciaba un paquete bastante agradable, tanto que me lamenté de no haberme arreglado un poco más.
Comenzó disculpándose por haber tardado en citarnos, reconociendo que le estaba costando entender a mi peque. Tras comentarle la nueva situación familiar, comentamos que todo estaba algo conectado: la edad, la situación, que las amigas hubieran caído en el otro grupo…
Él se mostró de acuerdo conmigo, pero indicó que, pese a ello, no podíamos tirar la toalla, reconociendo que no le preocupaba tanto el aspecto académico, en el que no veía problemas, como el emocional.
-Disculpa si me meto donde no me llaman, pero creo que es importante que te lo pregunte, aunque entenderé que no quieras contestarme. ¿Tú cómo te encuentras?
Le miré durante unos segundos, pensando, siendo consciente que era la primera vez que alguien me preguntaba algo así en mucho tiempo.