El monitor

xhinin

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25 Jun 2023
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Aquel era mi primer curso de carrera. Todo estaba siendo muy complicado: no me gustaban las asignaturas, ni me sentía realizado… Lo había dejado todo: la novia de toda la vida, los amigos, marchando a estudiar fuera de la ciudad (aunque saliera y volviera cada día), o los hobbyes (salvo uno: la natación).

No sé, sinceramente, si no la dejé por necesidad física o por él, por el monitor. Le conocía prácticamente desde que empecé en un club de mi ciudad: yo era un niño, y él, si no tenía la mayoría de edad, la cumpliría en unos pocos años, quizá meses. Consiguió, desde un principio, que me sintiera importante, que me sintiera visto y escuchado, podía hablar, escuchaba sus consejos y, normalmente, respetaba las decisiones que tomaba y seguía ahí, como amigo, fuera como fuera, sin reproches.

De hecho, dados los horarios que tenía en la universidad, tenía los entrenamientos ya a última hora de la tarde, casi de noche, y él, aunque a veces entrenaba conmigo, mantenía aquella hora activa solo por mí.

Una de las cosas que más me atormentaba, sinceramente, eran los sueños que llevaba teniendo desde hacía unos meses: en todos, habitualmente, él era el protagonista y, cambiando situaciones y parejas, le imaginaba teniendo sexo con mujeres muy potentes, jóvenes, maduras, de cualquier tipo que me hubiera llamado la atención en los últimos días.

Esos sueños me hacían despertar con erecciones muy potentes con las que, con solo un roce de la mano o de la propia sábana, me corría, a veces, casi sin control. La vergüenza ante la posibilidad de que la familia se pudiera dar cuenta hacía que tratara de ser cuidadoso y que, tratando de controlar, me colocara algún calcetín en la polla con la idea de recoger toda la leche, pero a veces no llegaba y tenía que limpiar, de alguna forma, la lefa que derrochaba.

Pensar que mi polla se levantara delante de él, en el vestuario o mientras entrenábamos, me atormentaba aún más, ya que allí, entre charlas y demás, no teníamos ya pudor alguno de mostrarnos desnudos. Incluso, a veces, hablábamos de las mejoras que veíamos en nuestros cuerpos: él estaba ensanchando los hombros, mejorando su espalda y sus pectorales. Yo, cada día, iba haciéndome más maduro y, trataba de entrenar en casa para ir mejorando.

Aquel día, no me digas porqué, me fijé especialmente en sus abdominales, que parecían algo más definidos de lo habitual, cubiertos por algo de vello que, habitualmente, se depilaba. Se quitó el bañador, de los de slip, lógicamente, frente a mí, mostrándome sus glúteos, bien definidos y gruesos, de hecho, con la ropa de baño, habitualmente, mostraba parte de la raja.

El paquete, sinceramente, estaba también bien proporcionado: se marcaba lo suficiente y dejaba notar su polla, que, con frecuencia, tocaba para colocar cómodamente. El mío, sin embargo, no era gran cosa y eso hacía que, a veces, sin querer, con la intención de comparar, mirara los de otros.

Se dio la vuelta, totalmente desnudo, para seguir hablando conmigo:

…y quiere que follemos con alguien mirándonos.

Yo absorto, como estaba, en sus glúteos y, tras la vuelta, en su polla, algo más larga, gruesa y cabezona que la mía, apretada ligeramente hacia delante por sus pelotas que, al parecer se había depilado, no había escuchado todo lo anterior.

Miré a su cara sorprendido.

Pues eso -dijo mientras yo le miraba-, que le gustaría que folláramos mientras que alguien nos mira, y yo, sinceramente, no quiero hacerlo con alguien que no sea de confianza.

Mi cara debió mostrar toda la inquietud que surgió en mí y, tras una pausa, volvió a hablarme.

Que si te vienes, que he quedado con ella hoy y me gustaría volvérmela a tirar.

Le miré sin saber qué decir, hasta que, su mirada bajó a mi paquete, ya con la ropa interior puesta, en el que mi polla se había puesto morcillona. Apuntó con su dedo y, con una sonrisa pícara, me preguntó de nuevo.

¿Eso es un sí?

Las dudas se agolpaban en mi cabeza y la vergüenza hizo presencia en mi cara. Cuando se dio cuenta del apuro que estaba pasando se volvió para terminar de vestirse. Los slips que se puso, blancos, finos, casi transparentes, permitían poco espacio a la imaginación. Un vaquero y una camiseta ajustada, aparte de los deportivos, completaron su outfit, mientras yo, también me terminaba de vestir.

  • Vente, nos tomamos una cerveza y ya, si eso, vamos viendo.
  • ¿Se te levantará si tomas alcohol? -pregunté con inocencia, pues a mi parecía hacerme un efecto poco aconsejable para que se me pusiera tiesa-.
Sonrió, cogiéndome por el cuello mientras salíamos y, tras cerrar, dejar mis cosas en mi coche, y salir hacia el centro, pensé que una de las compañeras del club tenía razón: no era tanto por que fuera guapo, sino por la simpatía malota que derrochaba.

Mi cabeza seguía dándole vueltas al asunto, sobre todo, pensando que, quizá, todos los cambios que se habían dado en mi vida, fueran porque mis inclinaciones sexuales fueran, realmente otras, y temiendo que, si él lo descubría, pudiera perder a un amigo.

Llegamos al bar en que habían quedado sin que hubiera mucha gente y, apoyados en la barra, nos tomamos la primera cerveza, mientras hablábamos de natación, principalmente. Ella llegó justo cuando estábamos terminando nuestra primera botella y, tras darle un morreo poniéndole la mano en el muslo y acercándola ligeramente a su paquete, pidió una ronda para todos, al comprobar que casi nos habíamos terminado la primera.

La observé con detenimiento: morena, de ojos negros y piel bronceada, delgada, pero con un cuerpo trabajado. No me gustaba la moda de llevar ropa de tallas superiores a la necesaria, pero en ella los pantalones anchos daban algo de morbo: traté de imaginar cómo serían sus piernas altas y sus glúteos, sin llegar a acercarme a la realidad. El top, sin embargo, aunque llevara una rebeca encima, sí dejaba que se apreciaran sus pechos, operados, pero con un tamaño perfecto, ni muy grandes ni muy pequeños. Los pezones se marcaban perfectamente en el centro de aquellas protuberancias que, pese a todo, eran perfectas.

Se le notaba contenta, y, mientras íbamos bebiendo, bailaba y se contoneaba junto a nosotros.
 
Pese a que se acercaba a los dos, casi a partes iguales, era más frecuente que se acercara a la boca de mi amigo, que, aunque intentaba darle algún pico, no lograba conseguirlo. Ella, no obstante, sí le lamía y mordía la oreja, comentándole cosas que, por lo que parecía, le estaban poniendo bien cachondo, a juzgar por cómo, de vez en cuando, algo se movía en su paquete.

Estaba extasiado en su entrepierna cuando se levantó del taburete y, sin mediar palabra, me cogió de la mano para llevarme al baño. Me hizo entrar con él y, desabrochándose la cintura y abriéndose la bragueta, se bajó ligeramente el vaquero y la ropa interior para sacársela: tal como había pensado, la tenía morcillona, pero eso no evitó que meara.

Yo, nervioso, sin saber muy bien qué hacer, me la saqué también, quizá más por camaradería que por otra cosa y, aunque con gente alrededor y el ruido del bar sabía que me costaría, conseguí orinar también.

- Al final, ¿qué? -dijo mientras me la miraba-.
- No sé.
- Te estás poniendo cachondo, tío -me la miré después de que lo dijera, algo apurado-, no me hagas desaprovechar la oportunidad. Está muy cachonda y tu también le gustas.
- Es que no sé: no tengo claro si me van los tíos -dije avergonzado, sin terminar de creerme que estuviera confesando algo así y sin dejar de mirar su cara, pese a no encontrar en su expresión ningún tipo de repulsión o sorpresa-.
- Con que no me la metas, puedes hacer conmigo lo que quieras -dijo mientras se la sacudía-. ¿Te vienes?

No fui capaz de contestarle, al menos verbalmente, mirándole el nabo mientras se lo sacudía o se lo metía en el slip. Yo también me la guardé y, moviendo mi cabeza ligeramente, afirmé, consiguiendo que sonriera con gusto. Sentía mi polla al andar como si se me fuera a salir de la ropa, y, quizá por las sensaciones, pensaba que todo el mundo era consciente de ello.

Cuando ella nos vió salir, cogió sus cosas y salió del bar. Julián, tras comprobar que había pagado, hizo lo mismo y, casi sin tiempo de reacción, yo también les seguí, fijándome, principalmente, en el movimiento de glúteos de mi amigo, que, con sus vaqueros ajustados, no dejaban prácticamente espacio a la imaginación.

Caminamos dos manzanas hasta que ella, en la puerta de su casa, nos esperó para guiarnos a su piso. Se notaba que no pasaba mucho tiempo en él, y, tras llevarnos al salón, nos hizo sentarnos en los dos tresillos que allí había, preguntando si queríamos otra cerveza. Mis nervios hicieron que afirmara y, poco después, totalmente desnuda, llegó con los botellines en las manos.

Se sentó a mi lado, abriendo las piernas, mostrándole a su macho, sentado en el lateral, su sexo. Sólo había podido admirarla mientras me entregaba la cerveza, aunque, reconozco, no aparté la mirada de su vulva carnosa y depilada. Ahora, en la posición en la que estábamos, sólo veía su piel dorada: las formas de sus pechos, sin poder apreciar sus pezones, debido a que su pelo negro y ondulado había caído sobre el que más cerca tenía, y las formas de sus piernas y glúteos que, en aquella posición, estaban perfectos.

Él la miraba, tocándose el paquete y sin perder detalle de cómo la mano de ella acariciaba su entrepierna, seguramente abriéndose para mostrar su deseo.

No tardaron en terminar su bebida y ella, decidida, se levantó, poniéndose de pie, frente a mi, mirándome con deseo. Él no tardó en levantarse para ponerse a su espalda, comenzando a besar su cuello, poniendo sus manos en sus caderas en un primer momento, para acercar una de ellas hasta su entrepierna, haciendo que sus dedos se perdieran en ella, mientras ella, sin dejar de mirarme, comenzaba a gemir pellizcando sus pezones. Ella, de vez en cuando, cogía su mano y la llevaba de su entrepierna a su boca, lamiendo sus propios frutos.

Tanto mi polla como la de mi amigo se habían enorgullecido con la situación y, mientras ellos gemían, yo no sabía lo que hacer, más que estar allí mirándolos, mientras ellos compartían su excitación conmigo.

Fue entonces, cuando, mirándome, le indicó que se desnudara, para, mientras él lo hacía, acercarse a mí y desnudarme ella misma. Lo hizo sin ponerme de pie, aumentando mi excitación, mordiéndose los labios, acariciando ligeramente mi pecho tras quitarme la camiseta, mi paquete tras bajar los pantalones. Mis caderas se movieron hacia ella una vez que quitó mi ropa interior, mostrando mi erección, deseando que se acercara a acariciarla, para comprobar que no era esa la picha que buscaba.

De nuevo junto a él, de rodillas, a la altura de su polla, que yo nunca había visto dura, agarrándola de la base con fuerza y habiendo retirado el pellejo hacia atrás, comenzó a metérsela en la boca, sin dejar de tocar su entrepierna con la otra mano.

Él se dejó hacer, con las manos en la nuca, mostrando sus pectorales, sus brazos torneados, sus hombros musculosos, mientras su excitación hacía que sus pezones se erizaran y su piel, cada vez más enrojecida, sudara de placer.

Yo, en ese momento, sólo observaba: él mirándome de vez en cuando, para alternar mirándola a ella, disfrutando de la mamada, que parecía no saber ni que yo estaba allí presente, mientras pensaba si, de ser gay o bisexual, sería capaz de comer un nabo de aquella manera. Yo mismo me movía como si fuera mi rabo el lamido, el comido, pero sin intención de tocarme, pensando si la excitación haría que me corriera sin querer, recordando el susurrante pedido que ella me había hecho mientras me desnudaba: “no te corras hasta que te lo diga”.
 
Ella tomó de nuevo la iniciativa y, tumbándose frente a él, en el suelo, boca arriba, abrió sus piernas. Julián se puso de rodillas y, colocando las piernas de ella sobre los hombros, puso una de sus manos en su cadera para, con la otra, coger la polla y ponérsela en el sexo. Una vez que, supongo, aseguró la cabeza de su nabo en su orificio, empezó a meterla, al principio suave, despacio, mientras ella le miraba, más tarde, de forma más profunda, más activa, haciendo que ella perdiera sus sentidos, que gimiera como una posesa, sudando como él.

Yo, desde el sofá, me movía imaginando que era yo el que metía la polla en aquella vagina, mientras ella, con el cuello extendido, en una posición casi imposible, mientras se acariciaba los pechos, trataba, de vez en cuando, mirar hacia mí, mientras mi excitación iba aumentando, pese a que aún no era capaz de cogerme la picha, atormentado por la posibilidad de correrme al mínimo roce.

No tardó la chica en apartarle, suavemente, empujando sus hombros hacía arriba, mientras él, sus deseos, su pelvis, luchaban intentando seguir dentro de ella.

Se sentó en el sofá, con las piernas abiertas, mirándole con más deseo si era posible, y, cuando él se puso frente a ella, mostrándome sus maravillosos glúteos, su espalda perfecta de nadador, cogiéndose con las manos el nabo para volver a metérselo, las manos de la chica taparon su vulva.

-Ya la metiste un buen ratito, ahora cómemelo.

NI corto ni perezoso, mi amigo se colocó, a cuatro patas, poniendo su cara entre sus piernas, comenzando a lamerle el coño mientras ella gemía y se dejaba querer. Aquel culo, masculino y bien trabajado, se convirtió en el punto central de mis miradas, deseando abrirlo con mi manubrio cada vez más endurecido. Mientras, imaginaba su polla, golpeándose en su barriga, cerca de su ombligo, brillando por los flujos de ella y los suyos propios, mientras movía ligeramente las caderas, tratando de darle más y más placer cada vez.

Yo, desde el otro sofá, miraba y concentraba mis esfuerzos en no correrme, pese a que ni siquiera me tocaba el nabo que parecía que iba a romperse con la erección que tenía, sin poder dejar de respirar con ansiedad, de gemir por la excitación. Llegó un momento en que necesité cerrar los ojos, aunque sus gemidos hicieran volar mi imaginación: conseguí bajar ligeramente la excitación, incluso bajando el ritmo de mi respiración incluso.

Al abrir los ojos, la picha del monitor estaba justo frente a mi cara, henchida, dura, brillante por los mismos fluidos que ella misma soltaba. Buscaba entre su ropa, con prisa, resoplante, un condón que enfundarse para penetrarla. Lo encontró poco después y, entonces, ella dio su siguiente indicación.

-Deja que te lo ponga él.

Ambos nos miramos desconcertados. Para mí, seguro, sería la primera vez que tocaba pene ajeno y me excitaba que fueran mis manos masculinas las primeras en tocar su picha, sin saber si realmente dejaría que lo hiciera o no.

-O le dejas que te lo ponga o dejamos de follar -dijo con picardía, comprobando nuestra indecisión-.

Tardó poco en darme el condón y yo, incorporándome ligeramente, le cogí el nabo que, en esos pocos segundos, se había desinflado ligeramente, para meneárselo y conseguir de nuevo una erección que permitiera que el preservativo se pusiera sin problema. Tardé poco en ponerme con las manos (temblorosas) a la obra y, tras colocárselo en la punta del pito y desenrollarlo, él se dirigió como si de una flecha se tratara hasta colocarlo en su coño, que le esperaba totalmente abierto en el otro sofá.

Ella gimió al penetrarla y yo, que tenía el nabo de nuevo morcillón, volvía a empalmarme como un quinceañero al observarles en aquellos menesteres, disfrutando, principalmente de la visión de aquella espalda musculada, de sus hombros y, sobre todo, de sus glúteos que se encogían y relajaban en cada una de sus penetraciones. Las piernas de ella, a los lados, totalmente abierta, permitían que se viera cómo los dedos de sus pies se encogían al empujar él con su miembro en su interior.

Cuando la cogió y, en peso, la giró hacia mí, subiéndola y bajándola, insertándole su miembro, pude admirar aquellos glúteos perfectos que ella tenía, incluso su agujerito, mientras las pelotas de mi amigo, duras como una piedra, sudadas, empujaban una y otra vez. Ella gemía, yo intentaba no tocarme, y él, jadeaba y gemía por el esfuerzo a partes iguales.

Tardó poco en ponerla en el suelo, con cuidado. Quizá el frescor del piso me hubiera hecho bajar el calentón, pero, desde la altura del sofá, viendo sus cuerpos perlados de sudor, él sobre ella con las piernas abiertas mientras la follaba, mientras ella me miraba por encima de sus hombros, mi erección iba a más y mis pelotas se encogían a punto de lanzar mi lefa.

Observaba su espalda, moldeada por las horas de entrenamiento en el agua, sus glúteos que se relajaban y contraían, que acompañaban el movimiento de sus caderas mientras la penetraba, a veces con más intensidad, generando jadeos y haciendo que sus ojos se pusieran en blanco, otras con tranquilidad y cuidado, haciéndola sentir amada.

Tornaron las posiciones poco después, y él, con sus brazos en cruz, la observaba cabalgar su miembro endurecido mientras ella jugaba con la intensidad de su juego, tal como él había hecho antes. Sus pelotas se veían preciosas bajo sus potentes glúteos y, poco a poco, se iban contrayendo. Observar aquellos dos cuerpos tan magníficamente trabajados era una delicia, mientras yo contraía como podía mi pelvis, intentando no correrme, intentando retener mis instintos.

Ella giró la cabeza, en un “pataki” para el que no había cámaras ni alfombra roja y, entre gemidos, me invió a unirme a ellos. No sé cómo tuve fuerzas para incorporarme y acercarme con toda la energía concentrada en mi polla totalmente erecta y derrochando líquido. Me puse de rodillas al lado del monitor, que me había arrastrado a aquella experiencia, mientras ella me cogía la mano y me la ponía en su chochete carnoso.

Mis dedos hurgaron entre ellos, entre sus sexos, sintiendo a veces cómo sus labios se abrían o contraían, cómo su polla salía y entraba en su interior, mientras no dejaba de observarles. Él tendido en el suelo, con los ojos entornados, movía su cuello acompañado por las subidas y bajadas de ella, con los brazos en cruz, mostrando sus sobacos cubiertos ligeramente de vello, contrayendo y relajando sus pectorales, en los que sus pezones se habían endurecido, acompañando con sus abdominales perfectos aquella danza lujuriosa. Ella, por su parte, hacía que sus pechos redondos subieran y bajaran, totalmente entregada a la pasión, con las manos apoyadas entre sus piernas.
 
Fue entonces cuando lo noté, mientras estaba totalmente embriagado de la situación: una mano había entrado y rozaba mis pelotas, para, posteriormente, apretar la base de mi polla, entre los huevos y el ojete. Mi nabo no pudo más que explotar: lancé varios lefazos que mancharon el suelo y cubrieron, en parte, el pecho de mi amigo. Los orgasmos fueron electrizantes, convulsionando todo mi cuerpo, convirtiendo mi cara en el sumum del placer, haciendo que, hasta un rato más tarde, consciente de la situación, avergonzado, no pudiera abrir los ojos para comprobar sus reacciones.

Julián, contra todo pronóstico, me miraba sonriendo, en parte por su contento por mi excitación como camarada, por otro lado, agradecido por estar teniendo aquella experiencia sensual. Mi semen, denso y blanco, se había posado sobre sus pectorales musculados y sudorosos, que se movían con las embestidas que ella misma se estaba dando sobre él. Fue entonces cuando ella, recogiendo con sus manos mis fluidos, se los puso en la boca a mi amigo, manchando ligeramente su boca y sus labios. Él, ni corto ni perezoso, se lamió los labios, en el intento de limpiarse, tragándose ligeramente el semen que acababa de lanzar, haciendo que mi polla volviera a ponerse dura, sin haber dejado de apretar entre mis piernas con sus dedos.

Tras aquello, la muchacha, que saltaba como una diosa sobre su polla, comenzó a acelerar sus movimientos, jadeando con más pasión cada vez, para pedirle que la llevara al final:

-Ahora tu -dijo acercándose para besarle tras volver a ponerle en la boca parte de la lefa que, mezclándose sobre su piel sudada, había caído en su cuerpo-.

Ambos comenzaron el capítulo final de aquella follada, gimiendo como posesos, respirando, entrecortadamente, como podían, mientras sus cuerpos sudados y bien contorneados, se contraían y relajaban acompasadamente. Yo, como un mono, me la meneaba frente a ellos, aunque no la tuviera tan dura como antes.

Los gemidos de él hicieron patente que se estaba corriendo mientras ella, parando la cabalgada, movía ligeramente sus caderas con su polla insertada aún, esperando a que se relajara ligeramente para volver a cabalgarle, haciendo que la sensibilidad de su miembro le hiciera contraerse como nunca antes había visto a nadie, incluso subiendo sus caderas para levantarla ligeramente del suelo mientras ella, apretándose contra él, se mantenía en equilibrio como podía. Lancé entonces, hacia sus sexos, una nueva lefada, menos fuerte que la anterior, que ellos casi no sintieron.

Terminamos los tres, tendidos en el suelo, una vez que él había logrado desembarazarse de ella que, entre nosotros, se masturbaba consiguiendo un orgasmo mientras nosotros respirábamos intentando recuperarnos de la experiencia.

No sé en qué momento, ni cómo, quitó el condón que le había puesto a Julián, y, mirándome, lo exprimió dejando caer su leche en la boca para, posteriormente, besarme y hacerme tragar el semen de mi monitor, sintiendo por primera vez la cremosidad del fruto de una buena polla.

Cogiéndome la cabeza me acercó a su miembro, para pedirme que se lo lamiera y yo, que no había visto un falo tan de cerca, y mucho menos, recién corrido, no dudé en hacerlo mientras él, aún poseído por las sensaciones, brincaba ligeramente dejándose hacer con una sonrisa en la boca.

No me entretuve mucho y, en cuanto pude, me levanté y salí al baño para limpiarme y volver al salón con la intención de vestirme.

Cuando llegué, Julián, con las piernas aún temblorosas, ya estaba de pie. Me pidió que le esperara mientras se refrescaba, dejándome claro que saldríamos juntos. Ella, sin embargo, se había marchado a la cama, desnuda, cubierta aún por el sudor en que la experiencia le había hecho rebozarse, tal como había comprobado al pasar por la puerta de su habitación.

Esperé sentado en el sofá que había ocupado en un principio, ya vestido, hasta que Julián volvió del baño, con la chorra aún morcillona, lo que hizo que no pudiera apartar mi mirada de ella mientras se movía de un lado a otro al andar, al ponerse los slips, levantando una y otra pierna, para terminar subiéndolos a las caderas. La picha se le quedó fuera, así que tuvo que colocársela dentro, ladeada, haciendo que la tela de la ropa interior la marcara perfectamente.

Salimos sin hacer ruido, él sólo con los vaqueros puestos. Fue en el ascensor, mientras yo trataba de no encontrarme con su mirada al estar totalmente avergonzado, cuando comenzó a hablar:

-Gracias, has sido muy generoso.

-¿Eres…? -la pregunta que rondaba mi cabeza no terminó de salir de mi boca, pero él la entendió perfectamente-.

-¿Gay? ¿Bisexual? -me cogió la cara para acercarla a la suya-. No sé exactamente, simplemente disfruto: nunca me han follado, nunca he follado un culo, ni siquiera de mujer, ni he comido una polla, pero no me importa que un tío disfrute o me haga disfrutar, aunque es la primera vez que pruebo lefa de otro. Lo que sí te puedo asegurar es que nunca me he enamorado de un tío: ya veremos más adelante.

Yo bajé la mirada ligeramente, avergonzado y honrado por haber sido mi leche la primera que había probado, pese a que hubiera sido gracias a ella. Y aliviado de saber que no estaba enamorado de mi ni de otro.

Salimos del edificio mientras comenzaba a amanecer, charlando sobre sexualidad (que si no intentara ponerme etiquetas, que disfrutara de lo que fuera pasándome…). Yo agradecía sus palabras y, poco a poco, me iba sintiendo menos raro y, a pesar de que él siguiera sin camiseta, no le veía ya con ansia, como en otras ocasiones, pudiendo recrearme en su cuerpo si me apetecía, con la libertad de no ser juzgado.
 
Fue entonces cuando lo noté, mientras estaba totalmente embriagado de la situación: una mano había entrado y rozaba mis pelotas, para, posteriormente, apretar la base de mi polla, entre los huevos y el ojete. Mi nabo no pudo más que explotar: lancé varios lefazos que mancharon el suelo y cubrieron, en parte, el pecho de mi amigo. Los orgasmos fueron electrizantes, convulsionando todo mi cuerpo, convirtiendo mi cara en el sumum del placer, haciendo que, hasta un rato más tarde, consciente de la situación, avergonzado, no pudiera abrir los ojos para comprobar sus reacciones.

Julián, contra todo pronóstico, me miraba sonriendo, en parte por su contento por mi excitación como camarada, por otro lado, agradecido por estar teniendo aquella experiencia sensual. Mi semen, denso y blanco, se había posado sobre sus pectorales musculados y sudorosos, que se movían con las embestidas que ella misma se estaba dando sobre él. Fue entonces cuando ella, recogiendo con sus manos mis fluidos, se los puso en la boca a mi amigo, manchando ligeramente su boca y sus labios. Él, ni corto ni perezoso, se lamió los labios, en el intento de limpiarse, tragándose ligeramente el semen que acababa de lanzar, haciendo que mi polla volviera a ponerse dura, sin haber dejado de apretar entre mis piernas con sus dedos.

Tras aquello, la muchacha, que saltaba como una diosa sobre su polla, comenzó a acelerar sus movimientos, jadeando con más pasión cada vez, para pedirle que la llevara al final:

-Ahora tu -dijo acercándose para besarle tras volver a ponerle en la boca parte de la lefa que, mezclándose sobre su piel sudada, había caído en su cuerpo-.

Ambos comenzaron el capítulo final de aquella follada, gimiendo como posesos, respirando, entrecortadamente, como podían, mientras sus cuerpos sudados y bien contorneados, se contraían y relajaban acompasadamente. Yo, como un mono, me la meneaba frente a ellos, aunque no la tuviera tan dura como antes.

Los gemidos de él hicieron patente que se estaba corriendo mientras ella, parando la cabalgada, movía ligeramente sus caderas con su polla insertada aún, esperando a que se relajara ligeramente para volver a cabalgarle, haciendo que la sensibilidad de su miembro le hiciera contraerse como nunca antes había visto a nadie, incluso subiendo sus caderas para levantarla ligeramente del suelo mientras ella, apretándose contra él, se mantenía en equilibrio como podía. Lancé entonces, hacia sus sexos, una nueva lefada, menos fuerte que la anterior, que ellos casi no sintieron.

Terminamos los tres, tendidos en el suelo, una vez que él había logrado desembarazarse de ella que, entre nosotros, se masturbaba consiguiendo un orgasmo mientras nosotros respirábamos intentando recuperarnos de la experiencia.

No sé en qué momento, ni cómo, quitó el condón que le había puesto a Julián, y, mirándome, lo exprimió dejando caer su leche en la boca para, posteriormente, besarme y hacerme tragar el semen de mi monitor, sintiendo por primera vez la cremosidad del fruto de una buena polla.

Cogiéndome la cabeza me acercó a su miembro, para pedirme que se lo lamiera y yo, que no había visto un falo tan de cerca, y mucho menos, recién corrido, no dudé en hacerlo mientras él, aún poseído por las sensaciones, brincaba ligeramente dejándose hacer con una sonrisa en la boca.

No me entretuve mucho y, en cuanto pude, me levanté y salí al baño para limpiarme y volver al salón con la intención de vestirme.

Cuando llegué, Julián, con las piernas aún temblorosas, ya estaba de pie. Me pidió que le esperara mientras se refrescaba, dejándome claro que saldríamos juntos. Ella, sin embargo, se había marchado a la cama, desnuda, cubierta aún por el sudor en que la experiencia le había hecho rebozarse, tal como había comprobado al pasar por la puerta de su habitación.

Esperé sentado en el sofá que había ocupado en un principio, ya vestido, hasta que Julián volvió del baño, con la chorra aún morcillona, lo que hizo que no pudiera apartar mi mirada de ella mientras se movía de un lado a otro al andar, al ponerse los slips, levantando una y otra pierna, para terminar subiéndolos a las caderas. La picha se le quedó fuera, así que tuvo que colocársela dentro, ladeada, haciendo que la tela de la ropa interior la marcara perfectamente.

Salimos sin hacer ruido, él sólo con los vaqueros puestos. Fue en el ascensor, mientras yo trataba de no encontrarme con su mirada al estar totalmente avergonzado, cuando comenzó a hablar:

-Gracias, has sido muy generoso.

-¿Eres…? -la pregunta que rondaba mi cabeza no terminó de salir de mi boca, pero él la entendió perfectamente-.

-¿Gay? ¿Bisexual? -me cogió la cara para acercarla a la suya-. No sé exactamente, simplemente disfruto: nunca me han follado, nunca he follado un culo, ni siquiera de mujer, ni he comido una polla, pero no me importa que un tío disfrute o me haga disfrutar, aunque es la primera vez que pruebo lefa de otro. Lo que sí te puedo asegurar es que nunca me he enamorado de un tío: ya veremos más adelante.

Yo bajé la mirada ligeramente, avergonzado y honrado por haber sido mi leche la primera que había probado, pese a que hubiera sido gracias a ella. Y aliviado de saber que no estaba enamorado de mi ni de otro.

Salimos del edificio mientras comenzaba a amanecer, charlando sobre sexualidad (que si no intentara ponerme etiquetas, que disfrutara de lo que fuera pasándome…). Yo agradecía sus palabras y, poco a poco, me iba sintiendo menos raro y, a pesar de que él siguiera sin camiseta, no le veía ya con ansia, como en otras ocasiones, pudiendo recrearme en su cuerpo si me apetecía, con la libertad de no ser juzgado.
 
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