Aquel era mi primer curso de carrera. Todo estaba siendo muy complicado: no me gustaban las asignaturas, ni me sentía realizado… Lo había dejado todo: la novia de toda la vida, los amigos, marchando a estudiar fuera de la ciudad (aunque saliera y volviera cada día), o los hobbyes (salvo uno: la natación).
No sé, sinceramente, si no la dejé por necesidad física o por él, por el monitor. Le conocía prácticamente desde que empecé en un club de mi ciudad: yo era un niño, y él, si no tenía la mayoría de edad, la cumpliría en unos pocos años, quizá meses. Consiguió, desde un principio, que me sintiera importante, que me sintiera visto y escuchado, podía hablar, escuchaba sus consejos y, normalmente, respetaba las decisiones que tomaba y seguía ahí, como amigo, fuera como fuera, sin reproches.
De hecho, dados los horarios que tenía en la universidad, tenía los entrenamientos ya a última hora de la tarde, casi de noche, y él, aunque a veces entrenaba conmigo, mantenía aquella hora activa solo por mí.
Una de las cosas que más me atormentaba, sinceramente, eran los sueños que llevaba teniendo desde hacía unos meses: en todos, habitualmente, él era el protagonista y, cambiando situaciones y parejas, le imaginaba teniendo sexo con mujeres muy potentes, jóvenes, maduras, de cualquier tipo que me hubiera llamado la atención en los últimos días.
Esos sueños me hacían despertar con erecciones muy potentes con las que, con solo un roce de la mano o de la propia sábana, me corría, a veces, casi sin control. La vergüenza ante la posibilidad de que la familia se pudiera dar cuenta hacía que tratara de ser cuidadoso y que, tratando de controlar, me colocara algún calcetín en la polla con la idea de recoger toda la leche, pero a veces no llegaba y tenía que limpiar, de alguna forma, la lefa que derrochaba.
Pensar que mi polla se levantara delante de él, en el vestuario o mientras entrenábamos, me atormentaba aún más, ya que allí, entre charlas y demás, no teníamos ya pudor alguno de mostrarnos desnudos. Incluso, a veces, hablábamos de las mejoras que veíamos en nuestros cuerpos: él estaba ensanchando los hombros, mejorando su espalda y sus pectorales. Yo, cada día, iba haciéndome más maduro y, trataba de entrenar en casa para ir mejorando.
Aquel día, no me digas porqué, me fijé especialmente en sus abdominales, que parecían algo más definidos de lo habitual, cubiertos por algo de vello que, habitualmente, se depilaba. Se quitó el bañador, de los de slip, lógicamente, frente a mí, mostrándome sus glúteos, bien definidos y gruesos, de hecho, con la ropa de baño, habitualmente, mostraba parte de la raja.
El paquete, sinceramente, estaba también bien proporcionado: se marcaba lo suficiente y dejaba notar su polla, que, con frecuencia, tocaba para colocar cómodamente. El mío, sin embargo, no era gran cosa y eso hacía que, a veces, sin querer, con la intención de comparar, mirara los de otros.
Se dio la vuelta, totalmente desnudo, para seguir hablando conmigo:
…y quiere que follemos con alguien mirándonos.
Yo absorto, como estaba, en sus glúteos y, tras la vuelta, en su polla, algo más larga, gruesa y cabezona que la mía, apretada ligeramente hacia delante por sus pelotas que, al parecer se había depilado, no había escuchado todo lo anterior.
Miré a su cara sorprendido.
Pues eso -dijo mientras yo le miraba-, que le gustaría que folláramos mientras que alguien nos mira, y yo, sinceramente, no quiero hacerlo con alguien que no sea de confianza.
Mi cara debió mostrar toda la inquietud que surgió en mí y, tras una pausa, volvió a hablarme.
Que si te vienes, que he quedado con ella hoy y me gustaría volvérmela a tirar.
Le miré sin saber qué decir, hasta que, su mirada bajó a mi paquete, ya con la ropa interior puesta, en el que mi polla se había puesto morcillona. Apuntó con su dedo y, con una sonrisa pícara, me preguntó de nuevo.
¿Eso es un sí?
Las dudas se agolpaban en mi cabeza y la vergüenza hizo presencia en mi cara. Cuando se dio cuenta del apuro que estaba pasando se volvió para terminar de vestirse. Los slips que se puso, blancos, finos, casi transparentes, permitían poco espacio a la imaginación. Un vaquero y una camiseta ajustada, aparte de los deportivos, completaron su outfit, mientras yo, también me terminaba de vestir.
Mi cabeza seguía dándole vueltas al asunto, sobre todo, pensando que, quizá, todos los cambios que se habían dado en mi vida, fueran porque mis inclinaciones sexuales fueran, realmente otras, y temiendo que, si él lo descubría, pudiera perder a un amigo.
Llegamos al bar en que habían quedado sin que hubiera mucha gente y, apoyados en la barra, nos tomamos la primera cerveza, mientras hablábamos de natación, principalmente. Ella llegó justo cuando estábamos terminando nuestra primera botella y, tras darle un morreo poniéndole la mano en el muslo y acercándola ligeramente a su paquete, pidió una ronda para todos, al comprobar que casi nos habíamos terminado la primera.
La observé con detenimiento: morena, de ojos negros y piel bronceada, delgada, pero con un cuerpo trabajado. No me gustaba la moda de llevar ropa de tallas superiores a la necesaria, pero en ella los pantalones anchos daban algo de morbo: traté de imaginar cómo serían sus piernas altas y sus glúteos, sin llegar a acercarme a la realidad. El top, sin embargo, aunque llevara una rebeca encima, sí dejaba que se apreciaran sus pechos, operados, pero con un tamaño perfecto, ni muy grandes ni muy pequeños. Los pezones se marcaban perfectamente en el centro de aquellas protuberancias que, pese a todo, eran perfectas.
Se le notaba contenta, y, mientras íbamos bebiendo, bailaba y se contoneaba junto a nosotros.
No sé, sinceramente, si no la dejé por necesidad física o por él, por el monitor. Le conocía prácticamente desde que empecé en un club de mi ciudad: yo era un niño, y él, si no tenía la mayoría de edad, la cumpliría en unos pocos años, quizá meses. Consiguió, desde un principio, que me sintiera importante, que me sintiera visto y escuchado, podía hablar, escuchaba sus consejos y, normalmente, respetaba las decisiones que tomaba y seguía ahí, como amigo, fuera como fuera, sin reproches.
De hecho, dados los horarios que tenía en la universidad, tenía los entrenamientos ya a última hora de la tarde, casi de noche, y él, aunque a veces entrenaba conmigo, mantenía aquella hora activa solo por mí.
Una de las cosas que más me atormentaba, sinceramente, eran los sueños que llevaba teniendo desde hacía unos meses: en todos, habitualmente, él era el protagonista y, cambiando situaciones y parejas, le imaginaba teniendo sexo con mujeres muy potentes, jóvenes, maduras, de cualquier tipo que me hubiera llamado la atención en los últimos días.
Esos sueños me hacían despertar con erecciones muy potentes con las que, con solo un roce de la mano o de la propia sábana, me corría, a veces, casi sin control. La vergüenza ante la posibilidad de que la familia se pudiera dar cuenta hacía que tratara de ser cuidadoso y que, tratando de controlar, me colocara algún calcetín en la polla con la idea de recoger toda la leche, pero a veces no llegaba y tenía que limpiar, de alguna forma, la lefa que derrochaba.
Pensar que mi polla se levantara delante de él, en el vestuario o mientras entrenábamos, me atormentaba aún más, ya que allí, entre charlas y demás, no teníamos ya pudor alguno de mostrarnos desnudos. Incluso, a veces, hablábamos de las mejoras que veíamos en nuestros cuerpos: él estaba ensanchando los hombros, mejorando su espalda y sus pectorales. Yo, cada día, iba haciéndome más maduro y, trataba de entrenar en casa para ir mejorando.
Aquel día, no me digas porqué, me fijé especialmente en sus abdominales, que parecían algo más definidos de lo habitual, cubiertos por algo de vello que, habitualmente, se depilaba. Se quitó el bañador, de los de slip, lógicamente, frente a mí, mostrándome sus glúteos, bien definidos y gruesos, de hecho, con la ropa de baño, habitualmente, mostraba parte de la raja.
El paquete, sinceramente, estaba también bien proporcionado: se marcaba lo suficiente y dejaba notar su polla, que, con frecuencia, tocaba para colocar cómodamente. El mío, sin embargo, no era gran cosa y eso hacía que, a veces, sin querer, con la intención de comparar, mirara los de otros.
Se dio la vuelta, totalmente desnudo, para seguir hablando conmigo:
…y quiere que follemos con alguien mirándonos.
Yo absorto, como estaba, en sus glúteos y, tras la vuelta, en su polla, algo más larga, gruesa y cabezona que la mía, apretada ligeramente hacia delante por sus pelotas que, al parecer se había depilado, no había escuchado todo lo anterior.
Miré a su cara sorprendido.
Pues eso -dijo mientras yo le miraba-, que le gustaría que folláramos mientras que alguien nos mira, y yo, sinceramente, no quiero hacerlo con alguien que no sea de confianza.
Mi cara debió mostrar toda la inquietud que surgió en mí y, tras una pausa, volvió a hablarme.
Que si te vienes, que he quedado con ella hoy y me gustaría volvérmela a tirar.
Le miré sin saber qué decir, hasta que, su mirada bajó a mi paquete, ya con la ropa interior puesta, en el que mi polla se había puesto morcillona. Apuntó con su dedo y, con una sonrisa pícara, me preguntó de nuevo.
¿Eso es un sí?
Las dudas se agolpaban en mi cabeza y la vergüenza hizo presencia en mi cara. Cuando se dio cuenta del apuro que estaba pasando se volvió para terminar de vestirse. Los slips que se puso, blancos, finos, casi transparentes, permitían poco espacio a la imaginación. Un vaquero y una camiseta ajustada, aparte de los deportivos, completaron su outfit, mientras yo, también me terminaba de vestir.
- Vente, nos tomamos una cerveza y ya, si eso, vamos viendo.
- ¿Se te levantará si tomas alcohol? -pregunté con inocencia, pues a mi parecía hacerme un efecto poco aconsejable para que se me pusiera tiesa-.
Mi cabeza seguía dándole vueltas al asunto, sobre todo, pensando que, quizá, todos los cambios que se habían dado en mi vida, fueran porque mis inclinaciones sexuales fueran, realmente otras, y temiendo que, si él lo descubría, pudiera perder a un amigo.
Llegamos al bar en que habían quedado sin que hubiera mucha gente y, apoyados en la barra, nos tomamos la primera cerveza, mientras hablábamos de natación, principalmente. Ella llegó justo cuando estábamos terminando nuestra primera botella y, tras darle un morreo poniéndole la mano en el muslo y acercándola ligeramente a su paquete, pidió una ronda para todos, al comprobar que casi nos habíamos terminado la primera.
La observé con detenimiento: morena, de ojos negros y piel bronceada, delgada, pero con un cuerpo trabajado. No me gustaba la moda de llevar ropa de tallas superiores a la necesaria, pero en ella los pantalones anchos daban algo de morbo: traté de imaginar cómo serían sus piernas altas y sus glúteos, sin llegar a acercarme a la realidad. El top, sin embargo, aunque llevara una rebeca encima, sí dejaba que se apreciaran sus pechos, operados, pero con un tamaño perfecto, ni muy grandes ni muy pequeños. Los pezones se marcaban perfectamente en el centro de aquellas protuberancias que, pese a todo, eran perfectas.
Se le notaba contenta, y, mientras íbamos bebiendo, bailaba y se contoneaba junto a nosotros.