He decidido publicar el primero de mis relatos aquí con un seudónimo diferente al que solía utilizar en otra página. Es una historia breve, contada de manera rápida y dinámica sobre los días previos de la boda de la protagonista, relatada en primera persona. En este relato he metido un poco de todo (filial, maduro, dominación e infidelidad a raudales). No os asustéis hasta pasados cinco minutos.
La boda (semen de toro).
No sé por qué he salido desnuda a la terraza. En cualquier momento alguien de mi familia podría levantarse y descubrirme. Quizás ha sido porque he madrugado con ganas de sentir la vulnerabilidad de mi cuerpo.
Recibo el frescor de la mañana recostada en la tumbona. El sol comienza a dar tímidas muestras de su fuerza pero, mientras tanto, mi piel se eriza a causa del frío que aún permanece a ras de suelo. Mis pezones son los primeros en avisar.
Mi padre aparece sin ser consciente de mi presencia. Camina descalzo hasta el borde de la terraza regalándome una visual perfecta de su espalda trabajada. Lleva un cigarro en la mano y, al igual que yo, también está completamente desnudo. Quizás le pase lo mismo que a mí.
Es enorme, musculoso, el más alto del cuerpo de bomberos que capitanea desde hace una vida. Se sobresalta al verme, tal y como descubro en sus ojos, pero no es por nuestra desnudez, sino por ese cigarro que juró que jamás volvería a besar. Se lamenta, pero no se esconde y le da una calada.
Ninguno decimos nada. Nos observamos en silencio, midiéndonos. Se apoya hacia atrás, en la barandilla. Su pene cuelga laxo sobre sus testículos. Es grande, muy grande, me sorprende.
Se está preguntando qué hago así en su terraza, obscenamente exhibida, sin el pudor que caracteriza a mi familia. Yo estoy pensando lo mismo. Baja la mirada hasta mi sexo y da una nueva calada con los ojos del que está acostumbrado a protegerlos del humo.
No cubro mi desnudez, más aún, abro ligeramente las piernas para indicarle que no me amedrenta. Me enorgullezco de mi felonía. Vestigios de una hija rebelde.
Camina hacia mí y se planta a mis pies. Otra calada y una mirada que no se aparta de mi sexo. No es descaro ni reproche, sino curiosidad.
Le devuelvo el gesto y mantengo el pulso, mirando su polla con interés. Es grande, es gorda y lo más curioso, es bonita. Lo mío sí es descaro. Cae flácida sobre sus huevos. Desde aquí parecen más gordos, de toro.
Da otra calada. Está pensando en cómo justificar ese cigarro y los que han venido antes que él. Ese vicio que nunca dejó, oculto tras un engaño que nunca se fue. Antes de que diga una palabra, me incorporo quedando sentada a un palmo de su polla.
La posición aparenta invitarlo a algo. Él duda, estático, observando sin comprender del todo.
Sin saber por qué, tomo su polla y me la meto en la boca. Quizás porque es la más grande que he visto nunca o, a lo mejor, porque me siento atraída por su cuerpo, el cuerpo de un toro.
Se la chupo hasta ponérsela bien dura. En ningún momento hace amago de apartarse, pero tampoco reacciona. Con la templanza del veterano capitán forjado en otro tipo de incendios, da una nueva calada que retiene en sus pulmones durante más tiempo del necesario. Lo suelta con lentitud cuando yo lo suelto a él, haciendo que las volutas asciendan aleatorias formando extrañas figuras por encima de su cabeza.
Me recuesto y mi cuerpo reacciona solo. Mis pezones yerguen al cielo y mi coño brilla más que antes de incorporarme. Abro las piernas en una invitación a algo que ni yo misma sé lo que es.
Mi padre me mira y mira su cigarro. Todavía queda más de medio pitillo y no quiere desperdiciar lo poco que le queda de su oscuro placer. Lo mueve entre sus dedos unos segundos antes de arrodillarse entre mis piernas. Una última calada antes de depositarlo con cuidado junto a mí. Enseguida se volverán a ver.
Exhalo el aire cuando noto acomodar la punta de su polla en la entrada de mi coño. Entra suavemente y, con leves envites, consigue alojarla entera, hasta que sus huevos dan contra mi ano. Después, comienza a follarme.
El polvo es rápido y tenso, tanto como el miedo a que nos pille mi madre. Tengo que pegar mi boca a su cuello para amortiguar los gemidos que no puedo contener. Cuando mi padre empieza a correrse, me come la boca ahogando sus mugidos. Eyacula abundantemente. En varias ocasiones separa su cuerpo para mirar su polla entrando y saliendo de mí. Me gusta ver ese pedazo de miembro penetrarme.
Al acabar, recupera su cigarro. Ya solo queda una colilla inservible de su pecado y me lo muestra con un pequeño gesto de complicidad. Conminándome a mantener su secreto.
—Me encanta tu polla —susurro antes de que salga de mí—. Deberías hacer una copia de seguridad.
Se oye ruido dentro de la casa. Mi madre se ha levantado por fin y mi padre desaparece dentro dispuesto a deshacerse de la prueba de su delito. Ahora entiendo esa predilección por los chicles de menta. Yo entro algo después, cuando oigo el agua de la ducha correr.
— . —
Después de desayunar vuelvo a casa de mi novio. En realidad la casa es de los dos, pero él fue quien la compró y yo aún no vivo a tiempo completo. Echamos un polvo antológico. Estaba realmente cachonda y deseaba tener su semen dentro de mi coño, con el de mi padre.
—Estás guapísima con esas bragas —me dice.
—Son de mi madre.
Le veo excitarse al momento. He querido decir que me las compró ella, pero él entiende lo que no es.
—Joder, Eva, eso… me pone.
Le sigo el rollo.
—Lo sé —digo en su oído—, por eso las he cogido mientras se duchaba.
Para mi sorpresa, no quiere volver a follarme con ellas. En su lugar me las pide y las coge con la ilusión de un niño el día de reyes. Sonrío cuando las huele delante de mí. Decido seguir jugando.
—¿Sabes? Ella no deja de preguntar por ti cada vez que me ve. —No es del todo mentira pero, de nuevo, llega a la conclusión equivocada.
—No me jodas, quieres decir que…
—Que todos tenemos debilidades y fantasías ocultas, y las de mi madre se ven a la legua.
Nos quedamos abrazados, besuqueándonos. La conversación solo gira en torno a ella. A mí, por alguna razón, me da placer. Quizás sea por verlo tan salido.
— . —
La cena en familia es extraña. Miro a mi novio, excitada al sentir el semen de mi padre todavía entre mis muslos. Lo que más me pone es saber que ni él ni mi madre intuyen nada. Esta noche tenemos la cena de cortesía que se ofrece a los novios antes del banquete. Mis suegros también están.
Al ser nosotros los protagonistas de la boda, ocupamos la presidencia de la mesa. A mi lado, mi padre y mi suegro. A mi novio lo flanquean mi madre y la suya. Se comporta como el hijo bueno y yerno perfecto. De repente, me resulta excitantemente morboso poder tener el semen de su padre en mi coño, junto con el de ellos dos.
Roberto, mi futuro suegro, es un hombre normal, muy normal, en absoluto deseable o encantador. Se está pasando toda la noche soltando comentarios que deberían ser graciosos, al menos para mí, pero que no pasan de ser patéticos intentos por hacerse el interesante. Mi padre, a mi lado, guarda la compostura como si lo de esta mañana nunca hubiera pasado. No me mira raro, no dice nada que no sea necesario y no pierde su imagen de cabeza de familia ausente. Me encanta que sea así.
Mi suegro no sabe callar. Termino por apoyar el codo en la mesa y poso la barbilla sobre la palma de mi mano, mirándolo fijamente. Humedezco mis labios tomando mi tiempo.
—Eres realmente encantador, Rober. Me alegra mucho formar parte de tu familia, en serio.
Lo digo con la mayor de las segundas intenciones y él, como no puede ser de otro modo, lo capta de esa manera. Realmente cree que me está embelesando. Es curioso cómo un perdedor como él, puede llegar a pensar que es un hombre irresistible con una simple frase amable.
Con hombres de ese tipo, una mujer solo debe mantenerse callada para acabar follada en menos de lo que tarda en encenderse un portátil. Hombres activos a los que hay que frenar continuamente. De los que te tocan la mano y, si no la retiras, piensan que lo siguiente es tocar tu rodilla. Y, si tampoco hay freno, la mano irá al muslo y enseguida bajo la falda. Sin importar que en unos días me vaya a convertir en la mujer de su propio hijo.
Sin embargo, le dejo avanzar sin barreras. Solo la presencia de mi padre, frente a él, le coarta para no ir demasiado lejos.
Frente a mí, mi novio, me hace pequeños gestos privados indicándome que su noche con mi madre está siendo muy productiva. El infeliz está confundiendo su amabilidad y, por qué no decirlo, su debilidad por el yerno ideal, con un velado interés más allá de la relación suegra-yerno. Está pensando que ambos tontean cuando, en realidad, ella solo se lo pasa bien con su conversación y sus chistes. Loli, su madre, es la tonta que no se entera.
Acaba la cena y salimos a por los coches. Estamos todos menos mi suegro.
—Perdonad, tengo que ir al baño.
Al llegar a los aseos lo veo en el de caballeros. Sin hacer ruido me cuelo dentro y me quedo mirándolo, con la espalda en la pared y la vista fija en la zona donde tiene sus manos. Tarda en darse cuenta de lo que pretendo pero al final, se gira con la bragueta abierta y me la enseña. Tal y como pensaba es normal tirando a escasa, pero se muestra orgulloso. Sentir mi mirada en su polla hace que se le levante. La menea para terminar de ponerla dura y, el deseo de su semen dentro de mí, mezclado con el de su hijo y mi padre, me hace soltar un jadeo.
Empujo la puerta del primer cubículo y me subo la falda, de espaldas a él. Cuando ve mis bragas a medio muslo se queda en shock y duda.
—No se si será el alcohol o esa cara de vicioso que me vuelve loca, pero estoy cachonda y necesito follar. Sé que mañana me voy a arrepentir así que, no dejes que me lo piense dos veces.
Da igual que sea la novia casadera de su hijo. Mis curvas, mi culo y los labios de mi coño le hacen perder el conocimiento. Tal vez hasta piensa que vamos a formar algo parecido a una pareja a distancia. Una especie de amor platónico.
Tal como pensaba, no dura más de 50 segundos. Eso sí, se corre abundantemente. Al girarme, lo freno cuando quiere besarme. —No—. Se queda turbado. El muy idiota piensa que hemos conectado.
—Eso solo se lo permito a mi novio —aclaro.
Lo acepta como un gesto de honestidad que me honra. Se pone firme, correspondiendo con la misma lealtad. Casi le veo chocar sus talones y afirmar con un golpe seco de cabeza. Una actitud, por mi parte, que va a respetar como buen caballero.
Decido seguir el rollo y le pongo una mano en el pecho.
—Tú eres muy especial en mi nueva etapa como parte de tu familia. Y éste es el sello que quiero guardar de ti —digo con una mano en el vientre donde alojo su semen.
Se le hincha el pecho. Dicen que la diferencia entre un caballo y un hombre es que éstos no se cagan en los desfiles. Él está a punto de hacerlo.
El momento es tan emotivo que casi me hace vomitar. Sin embargo, sigo clavando la estocada más hondo.
—No sé por qué pero… me pone imaginar que llevo unas bragas de tu mujer. Me excita tener algo de la zorra con la que te acuestas cada noche. Cada vez que pienso en ti follando con ella me entran calores.
Le brillan los ojos. Por una parte está emocionado de mis celos; por otra, le acongoja la imagen que tengo de él. Sé que hace años que ellos dos no chingan. Aparece en su cara el rubor de la verdad escondida detrás de una mueca que trata de ser la imagen de un gentleman empotrador.
—Dame media hora y…
—Qué dices, idiota, ni se te ocurra tratar de que se las quite. ¿Eres bobo? —Intenta excusarse, pero no le doy tregua—. Vamos a dejar esto como lo que es. No lo estropees.
Ya no me interesa seguir hablando con él y lo despacho enseguida.
—Sal tú primero, por si acaso.
—Todavía no he meado.
—Ni lo vas a hacer. Estamos tardando mucho y se van a mosquear.
Obedece, como ya sabía que haría. Pobre patético perdedor que baila al son de la primera que le menea la polla.
Al volver con los demás veo a mi novio riendo con mi madre. La pobre no sabe la de pajas que su yerno se hace con ella, ni las que se hará. Mi padre, chaqueta en mano, espera taciturno, como es habitual en él. Loli, en su mundo, se apoya del brazo de su marido.
Roberto disimula como un mal actor de cine de espías, carraspeando y hablando de chorradas que no vienen a cuento, dejando patente lo mindundi que puede llegar a ser; nada comparable a mi padre que observa silencioso mientras desenvuelve un chicle y se lo lleva a la boca. Apenas intercambia alguna mirada conmigo. Ambos tenemos claro lo que ha significado el polvo de esta mañana y hasta dónde llega.
Mi novio y su padre, pletóricos de energía, intentan convencer al resto para ir a bailar. Los dos van a lo que van, pero a mí no me apetece tener que aguantar a mi suegro por mucho que me ponga ver a mi amor mover la colita por mi madre.
Sé fehacientemente que para tipos como Roberto, el polvo no ha acabado en el baño. En lo sucesivo intentará convencer a su mujer para que nos inviten a su casa o se hará en encontradizo para quedar conmigo.
Si no fuera porque su semen me pone los pezones como piedras, empezaría a lamentar lo que acabo de hacer en el aseo.
—En serio, no me apetece —digo—. Id vosotros si queréis.
—Es que si no vienes tú… —protesta mi novio.
Lo hace por compromiso. Está encantado de que le deje vía libre con mi madre, aprovechando para meter fichas e intentar conectar, buscando algo más que el beneplácito de una suegra con su yerno.
Su padre también se opone y sus motivos son los mismos, pero conmigo.
Mi padre se ofrece a llevarme con él a casa. Todavía tengo mi habitación allí y mañana puede venir mi novio a buscarme. No es de los que les gusta bailar y da licencia a mi madre para continuar sin él.
—No, en serio.
Veladamente queda implícita la proposición de otro polvo en la tranquilidad de mi dormitorio (o el suyo). Nada empalagoso; sudor, gritos y semen en un polvazo rápido sin carantoñas ni mierdas de esas, pero capta mi rechazo con la flema que le caracteriza. Así que asiente con una caída de ojos y no insiste. Roberto tiene tanto que aprender de él.
El pobre no deja de dar brinquitos y hacer pases como si supiera bailar. Incordiando a su mujer que no comprende su insistencia por seguir la fiesta. La pobre Loli.
Al final, cada uno a su casa. Nos despedimos allí mismo las tres parejas. Cuando Roberto se acerca a besarme me dan ganas de susurrarle en el oído algo del tipo:
“Quiero que sepas que, si me caso con Mario, es solo para estar cerca de ti. Nunca olvidaré lo que ha pasado en el baño y solo espero haberme quedado embarazada para tener algo realmente nuestro”.
Pero justo cuando voy a empezar a decirlo, mi suegra se pega a mí y me abraza.
—Ay, chiquilla, vas a ser la novia más guapa del mundo.
Me achucha, me da dos besos y me acuna, felicísima por mí y por su hijo al que adora.
—Gracias, Loli, y también voy a ser la nuera más afortunada del mundo. Me alegro de haber compartido este día con los padres de mi novio. Nunca se me va a olvidar.
Le cojo de las manos y me quedo mirándola fijamente para dar más fuerza a mis palabras. De reojo, me fijo en su marido que lo ha entendido a su manera y sonríe ladino. Idiota.
La abrazo para que solo ella oiga lo que voy a susurrar en su oído.
—Tienes un hijo fantástico. Y lo digo en todos los sentidos, que no veas la potencia que tiene cuando estamos a solas. Ya me entiendes.
Loli se separa con una sonrisa picarona, complacida por la confidencia y por saber que su hijo alegra mis noches como el incapaz de su marido nunca ha sabido hacer con las suyas.
Ya en nuestra casa, el polvo con Mario es apoteósico. Me folla sin dejar de oler las bragas de esta mañana. Yo le sigo la perversión y dejo que me hable de todas sus fantasías con mi madre. Esta noche me hago pasar por ella, pero le obligo a que me folle desde atrás, igual que su padre en el aseo. Me da morbo y, de nuevo, la mezcla de sémenes en mi coño me excita.
—¿Sabes? —digo al acabar el polvo— cuando te he visto entre mi madre y la tuya te he imaginado con ellas…
Veo levantar una ceja entre divertido e intrigado.
—¿Qué dices? ¿Con las dos? ¿Mi madre también?
—Qué quieres, me da morbo. También yo tengo mis fantasías.
No discute. En su lugar sonríe y me sigue la corriente. A él también le gustan mis rarezas. Volvemos a besarnos y le cuento que me pone imaginarlo lamiendo los pezones de ambas, con una teta en cada mano. Al final, hacemos un trato imaginario en el cual, si yo me lo hago con mi madre, él se lo hace con la suya. Nos reímos a brazo partido. Qué raritos somos.
— · —
Roberto ha aparecido a la puerta de mi trabajo, como temía. Viste con vaqueros ajustados y zapatillas deportivas, como si se creyera un chaval. No se da cuenta de que es un viejo de sesenta y tantos apestando a perfume que tira para atrás. Esos anuncios de hombres están haciendo mucho daño a caducos como él.
Está apoyado en su coche, como si fuera el protagonista de una peli.
—¿Qué coño haces en mi trabajo, eres imbécil?
Le dejo descolocado. La resaca no ha servido para que despierte a la realidad, todavía cree que entre los dos hubo algo especial.
—Solo he venido a traerte un pequeño regalo. —Intenta disimular como si fuera algo banal, pero los dos sabemos que no lo es—. No lo abras delante de Mario, ¿vale?
—Eres idiota, de verdad. —Me llevo tres dedos al puente de la nariz—. Mira, ayer se me fue la pinza mucho. No sabes la vergüenza que he pasado esta mañana y todavía no sé cómo se lo voy a explicar a Mario.
Le cambia la cara, ha perdido el color.
—¿Contar?
—Me voy a casar con él ¿Recuerdas? No voy a empezar nuestro matrimonio con una mentira. Y nada menos que después de ponerle los cuernos con su propio padre. ¿Tú no se lo has dicho a Loli?
Boquea. Se le acaba de caer el mundo encima. Si alguno se entera de lo suyo conmigo puede darse por acabado. El mayor de los bochornos y la más cruel de sus tragedias. Reprimo una sonrisa, pero es la única forma que se me ocurre para tenerlo atado en corto. El muy estúpido no sabe mantener las formas, como mi padre. Él sí que sabe manejar las situaciones comprometidas. Un buen polvo en el momento justo en la situación idónea. Pocas palabras y todo perfectamente entendido.
—No digas eso, mujer. ¿Sabes las consecuencias que traería?
Asiento, pero no hago concesiones. No voy a dejar que este panoli me agobie. Que es solo un polvo, joder. Al final, hago como que me convence… por el momento.
Se empeña en que me quede el regalo pese a mi renuencia y lo abro en el coche. Es una caja perfectamente empaquetada con un papel muy elegante.
Dentro hay unas bragas y otra cajita más pequeña. Sonrío, sé que son las que llevaba Loli ayer. Lo que habrá tenido que hacer para conseguirlas sin que su mujer se dé cuenta. En la cajita hay un anillo que me deja con la boca abierta. No, decididamente no es un “pequeño regalo”, es un anillo de compromiso de la hostia, y es el más bonito que he visto en toda mi vida. Me lo pongo y me emociono. Casi me da pena haber sido tan brusca con él.
Arrugo la frente, sé que no me lo puedo quedar y me da pena porque es realmente precioso. Conduzco hasta mi casa con él puesto y tardo en salir del coche hasta que me lo quito. Vuelvo a meter todo en la caja y la envuelvo tal y como estaba, excepto al anillo, que lo escondo en la guantera.
Encuentro a Mario leyendo en el salón.
—Toma, esto es para ti.
Le doy el paquete que acaba de regalarme su padre.
—¿Qué es? —pregunta.
—No sé, ábrelo —contesto juguetona.
Se le ilumina la cara al ver las bragas que hay dentro.
—No me jodas que son de tu madre —dice oliéndolas.
Sonrió picarona ahondando en su error.
—Uff, Eva, esto me pone a cien.
—¿Quieres follarme con ellas?
—Prefiero guardarlas para mis pajas.
Me sorprende que no me pida que me las ponga, pero acepto complacida.
—Menéatela delante de mí, nene. Venga, déjame ver cómo te pajeas oliendo las bragas. —En mi cabeza formo la frase “de tu madre”.
Obedece contento de pajearse frente a mí con lo que cree que es de mi madre y, durante el tiempo que dura, me llama por su nombre y me insulta cosas que me ponen a cien. Yo no me puedo contener y termino pajeándome delante de él. En mi mente le veo follándose a su propia madre. Si ella supiera… si ambos supieran…
—Las pienso llevar conmigo el día de nuestra boda. Qué morbo comer al lado de tu madre con ellas en mi poder.
Le abrazo y nos besamos. Los dos estamos calientes aunque por distintos motivos. Me mira con detenimiento, admirándome, como si no me conociera.
—Te quiero. —Lo dice de veras—. Todavía no me creo que compartas la fantasía conmigo. Cualquier otra estaría enfadadísima.
—Cualquier otra no tiene las perversiones que tenemos nosotros. No puedo enfadarme contigo por que desees a mi madre cuando a mí misma me da morbo fantasear con la tuya… contigo —remato.
—¿En serio te pone que folle con ella?
Asiento con la cabeza haciendo recorridos largos de arriba a abajo.
—Sería capaz de hacer cualquier cosa por veros juntos. Incesto madre-hijo, uffff.
Sé que en su cabeza se están formando las innumerables fantasías a las que siempre me negué. Como aquella vez que quería que me vistiera de puta e hiciera la calle; negociando con clientes a los que descartaría, previa negociación infructuosa, mientras él vigila desde la distancia.
—Uff —dice por fin; y yo sonrío por dentro. Por primera vez está sopesando la idea en serio. El morbo tannn fuerte.
En otra ocasión planteó que me dejara follar por un negro. A Mario le da morbo la infidelidad consentida. Verme abierta de piernas mientras un desconocido me da de lo lindo con su enorme polla. Me lo propuso en forma de broma, y yo me negué de la misma manera.
— · —
El día antes de la boda voy a casa de mis padres. Me vestiré allí, así que llevo lo necesario para salir preparada. Antes, paso por casa de mis suegros.
Roberto me recibe en la puerta con una sonrisa. Me hace pasar y noto cómo me repasa el culo cuando me adelanto.
—Loli viene ahora —me dice.
Saco un sobrecito pequeño y se lo entrego antes de que ella aparezca.
—No puedo aceptar esto, Rober. —Utilizo el apodo con la clara intención de buscar la cercanía.
Es el anillo que me regaló. Él no lo coge y se empeña en que lo tenga, cerrando mi mano sobre él. Es carísimo, se ha gastado una fortuna sin ninguna contraprestación. Aun así, imbuido en su papel de amante bohemio, se empeña en que me lo quede como muestra de algo que no me interesa lo más mínimo. Al final, acepto complacida. Tenía ilusión por quedármelo y me fastidiaba que me hubiera dejado devolvérselo. La verdad es que luce divino en mi dedo.
Al día siguiente, después de llegar de la peluquería, donde también me maquillan, me coloco el vestido con ayuda de mi madre. Ella está emocionadísima, más que yo. Me mira cuando estoy delante del espejo y se contiene las lágrimas. Cuando me deja sola, entra mi padre y se queda mirando. Tiene las manos en los bolsillos y me repasa de arriba a abajo.
—Hija, eres realmente preciosa. Sin duda vas a ser la más bonita de la boda.
Lo dice sin segundas intenciones, con la emoción contenida de un padre orgulloso. Nos quedamos mirando y me sobrevienen los recuerdos de nuestro polvo. Él corresponde con una pequeña sonrisa cómplice, pero no hace mayor amago y eso me gusta, que sepa guardar las formas y quedarse en el lugar exacto.
—¿Te molestaría si te pidiera que me des tus bragas?
Lo dice en tono neutro, como el que pregunta la hora. Es una petición educada, pero franca.
—Claro que no —asiento complacida.
No hace falta que me explique nada. Él se conforma con sus fantasías y con algo tan pueril como la prenda que cubre mi coño para realizarlas. Fetiche dorado de los tíos. Meto las manos bajo mi vestido y las saco con dificultad por los pies. Los zapatos de tacón hacen que se me traben y mi padre me ayuda a sujetarme. Cuando las recoge de mis propias manos, evita olerlas, lo cual agradezco. Aunque sé que lo hará en la intimidad de sus pajas. Las pliega con esmero y se las guarda en el bolsillo poniendo todo el cuidado que representan.
Le sonrío y él me devuelve el gesto con un encogimiento de hombros. «Es mi fantasía», viene a decir.
—Yo te pediría que me regalaras tu polla —bromeo—, pero no puedo dejar que mamá se quede sin ella.
Me devuelve la sonrisa cómplice. Lo veo cavilar y me guiña un ojo.
Me deja sola con la esbelta imagen de mi reflejo en el espejo. Me giro a uno y otro lado. Sí, soy una chica preciosa, por eso los tíos se vuelven tan locos por mí. Los minutos pasan y mi madre no termina de volver, raro. Subo al piso de arriba, en silencio.
Los gemidos solo se oyen cuando pego la oreja a la puerta de la habitación de mis padres. Están follando. La abro con sigilo y veo el culo musculado y poderoso de mi padre subiendo y bajando entre las piernas de mi madre. Ella ahoga sus gritos como hice yo, clavando su cara en el cuello de su marido.
Él muge de placer, intentando amortiguar su vozarrón. Lo que más me llama la atención es la enorme polla que penetra una y otra vez el coño de mi madre y los huevos que golpean contra su ano. Desde aquí parecen gordísimos. Me muerdo el labio inferior al imaginarme en la misma posición unos días atrás, tal y como está fantaseando él. Mario no la tiene tan grande ni mete esos arreones que tambalean a mi madre como una marioneta adelante y atrás. Por no hablar de don “50 segundos” Roberto, ese pobre infeliz.
Llegamos a la boda en el coche de mi padre. Él conduce y mi madre va a su lado con una sonrisa floja en la cara. Me hace sonreír a mí también.
Al bajar, susurro en su oído.
—Tienes varios mechones fuera de lugar y tu vestido está arrugado.
Le castigo con una mirada picarona y ella se ruboriza adivinando mis intenciones.
—Ay, calla, boba.
—Venga, mamá, que no somos niñas. Papá y tú… —vuelvo a susurrar— os ha dado un calentón, ¿o qué?
Se endereza, pero no se atreve a responder. Le doy con la cadera a la vez que la atraigo hacia mí. La tengo cogida por el brazo. Mi padre viene caminando por el otro lado y no nos oye. Al final, me mira y no aguanta la risa. Ambas compartimos la confidencia como adolescentes. Ya está todo dicho entre nosotras.
—Me lo tienes que contar —le digo antes de entrar, flanqueado por ambos. Mi madre asiente como una niña traviesa que posee un secreto que le quema.
Me encantará tener esa charla con ella.
Mi madre se adelanta y me quedo del brazo de mi padre. Le atraigo hacia mí. En comparación conmigo es enorme, un toro; el más corpulento de todo su departamento. Ahora mismo me gustaría volver a tener su semen en mi coño. Aprieto su mano y le miro a los ojos. Él me devuelve la mirada de orgullo y es cuando veo el pañuelo de su solapa. Sonrío al descubrir que son mis bragas y él me hace un guiño. Entrelazo mis dedos con los suyos.
En el altar me espera Mario con su madre. La pobre está a punto de llorar de la emoción. Se sujeta en su hijo que la sostiene del brazo. Mi novio me guiña un ojo al llegar hasta él y me pregunto por qué. Nos conocemos muy bien para saber que me quiere decir algo. Lo veo enseguida. El pañuelo de su solapa, al igual que mi padre, ha utilizado unas bragas. Dan el pego para cualquiera que no sepa lo que yo sé. Le devuelvo el guiño y la sonrisa. El pobre no sabe que en realidad son las de su madre y me excita.
—¿Y ese anillo? —me pregunta en un susurro.
—Me lo regaló mi abuela. Me lo quité al morir ella porque me la recordaba mucho. Ahora que me uno a ti, he decidido ponérmelo de nuevo. Quiero que me recuerde lo que gano al casarme contigo.
Le veo emocionarse. Ya se lo pagaré con mamadas. Aunque su padre haya sido más espléndido conmigo en un arrebato, que él durante todo el noviazgo.
Al acabar la ceremonia, todo son bendiciones, incluido Roberto que se acerca con una sonrisa emocionada al verme con su anillo en mi dedo. Sé que para un enamorado errante como él, es decir, un pánfilo, esto supone una especie de matrimonio etéreo-platónico en diferido.
Me acerco a su oído.
—Siento mucho haber sido tan borde contigo el día que viniste a mi trabajo. Estaba muy nerviosa.
Él se apresura a quitar hierro, haciendo que todo quede olvidado.
—Quiero que sepas que llevo las bragas que me diste de tu mujer —le digo para complacerle.
Se aparta de mí. Me tiene cogida de cada mano y me observa con ojos de gatito de arriba a abajo. La emoción le embarga tanto que en ese momento no es capaz de decir una palabra.
—Eres… preciosa —dice por fin—. Simulo sentirme complacida como si nunca me lo hubiera dicho nadie.
En el banquete me levanto para ir al baño y le pido a mi madre que me acompañe. La atosigo nada más salir del comedor.
—Mamá, tú has follao —le digo a bocajarro.
—Shhh, ay, calla, nena. —Se carcajea por lo bajo y se pone colorada.
No le doy tregua y entramos a los aseos conmigo tirando del brazo.
—Ay, pues… tu padre, chica. Que lleva unos días de un fervor…
Reímos juntas. Ya sé yo de dónde viene ese fervor, pero me hago la tonta y le obligo a que se explaye. Bien sabe ella que nada llega porque sí. No dejo de insistir hasta que suelte prenda.
—Yo creo que hay alguna chica nueva por su trabajo y… claro.
—Se desahoga contigo.
Mi madre lo corrobora encogiendo los hombros.
—Mira, a mí mientras que lo que tenga que dar me lo dé a mí…
—¿Y qué tal es? En la cama, digo. Follando. —Me gusta ser soez con ella, provocarla.
—Ay, nena, pero qué vergüenza. Que es tu padre.
—Venga, mamá, que somos mayorcitas y estas cosas nos interesan a todas, cuenta.
Duda y se pone colorada, pero es un secreto que le quema en la boca.
—Pues fenomenal. Tu padre está muy bien… por ahí abajo.
—Que la tiene grande, vamos —le chincho— ¿Cuánto?
Ella se ríe y se tapa la boca. Yo insisto y separo los dedos índices una distancia algo por debajo de lo que tuve dentro de mí. Ella, tal y como yo deseaba, me corrige y coloca los suyos delante de los míos, pero varios centímetros por encima. Volvemos a estallar en carcajadas.
—Mario… —digo mostrando una separación mucho menor (solo utilizo una mano).
Ella abre los ojos y se lamenta por mí, pero de nuevo, con una sonrisa picarona, forma el diámetro de la polla de mi padre.
—Joder, mamá. Ya solo hace falta que me digas que papá te folla durante horas.
—Horas, no, pero está dale que te pego un buen rato. Pero que mucho, mucho.
—¿Cuánto mucho?
—Puessss —duda—, dos o tres muchos.
—Dos o tres polvos seguidos. Qué cabrón. No tendrás una foto.
Se pone seria y se aparta algo de mí.
—Ay, nena, cómo voy a tener una foto de la polla de tu padre, por Dios.
Levanto una ceja, escéptica. —Venga, mamá, no te hagas la tonta. Que todas hemos recibido fotopollas de nuestras parejas. Y de las que no lo son, también.
Se pone colorada. La he pillado y se da cuenta. Yo sonrío.
—Seguro que tienes por ahí alguna de papa con la polla dura. Venga, enseña.
—Calla, anda, calla. Que no, o sea, que no. Y encima de tu padre. Anda que…
Se ruboriza porque siente vergüenza de que le haya pillado. Ella siempre tan casta y tan piadosa, se le ha visto el plumero.
—Bah, qué tontería. Una polla solo es una polla. Mira, te enseño la de Mario.
Se escandaliza y se tapa la cara cuando saco el móvil, pero no puede evitar echar un vistazo cuando se lo planto delante. Curiosidad femenina, qué le vamos a hacer.
Abre la boca y se sorprende. La polla de Mario no es como la de mi padre ni de lejos.
—Vaya, pobrecito —me consuela—. Con lo guapo que es.
—Y lo mucho que le quiero —apostillo—. Me tiene loquita.
—Ay, sí. Y es tan bueno. No se me ocurre mejor novio para ti. Vais a ser muy felices.
—Aunque no será por su polla. —Reímos como dos vecinas cotillas.
Antes de salir del baño la retengo del brazo.
—Espera, acabo de recordar que necesito algo.
Ella me mira inquisitiva.
—Necesito tus bragas —le digo.
Abre la boca incrédula y me explico antes de que pueda negarse.
—Es una historia un poco larga, pero —me llevo tres dedos al puente de la nariz, como si me costara decir lo que tengo en mente, arrepentida— le prometí a un amigo que, el día de mi boda, le regalaría mis bragas. —La miro de reojo, ella me observa atenta— No pienses cosas raras, solo es parte de una promesa, sin mayores consecuencias. El caso es que no puedo aparecer delante de Mario sin ellas esta noche. Necesito que me dejes las tuyas.
—Ay, nena, pero…
—Porfa mamá, eres la única a la que puedo pedírselas. —Pongo ojos de gatito herido y ella se derrite por su hija única.
Se las quita delante de mí y le ayudo a sacárselas. Sonrío cuando las veo de cerca. Son las que llevaba esta mañana cuando mi padre se la montó como una perra en su habitación. Llevan impreso el penetrante olor que rezuma su semen.
—¿Y qué quieres? —se excusa con la cara roja como un tomate.
Yo la abrazo y la beso con fuerza.
—Me encanta —le digo, y lo hago de veras—. Cuando folláis es que todo va bien entre vosotros, que os queréis, que mi mundo sigue intacto y nada se tambalea. Soy muy feliz sabiendo que papá y tú todavía os amáis así.
Levanto sus bragas delante de nuestras caras y las beso.
—¿Hay algo más bonito que tener la prueba del amor de las personas que más quiero?
En realidad es puro morbo el que siento, pero a mi madre le emocionan mis palabras y me besa.
—Ay, mi niña, qué buena eres.
Me acaricia el pelo y me pasa la mano por la mejilla.
—Pues sí, tienes razón, póntelas, en ellas está lo más bonito de tu padre y de mí.
Me cuesta no soltar un gemido de placer lascivo. Sus bragas guardan la lefa de mi padre y la humedad su coño. Me las pongo delante de ella en un momento morboso para mi y emotivo para ella. ¿Hay algo más bonito que se pueda compartir entre una madre y una hija?
Volvemos al banquete, alegres y risueñas como dos colegialas unidas en sentimental simbiosis. Mi novio viene a recibirnos y besa a mi madre en cada mejilla. Ella y yo intercambiamos una mirada y nos sonreímos. Pobrecito Mario.
—Papá —digo. Y le beso en cada mejilla como Mario a ella.
Mi madre arruga el ceño entre la turbación y el juego que nos traemos ambas.
—Esto es para ti —dice mi padre cuando nos quedamos a solas.
Es un paquete alargado envuelto en papel de regalo. Lo abro como suelo hacer, sin romper el envoltorio. Descubro lo que hay dentro y le miro complacida. Él me devuelve la mirada feliz, pero también aliviado al ver mi semblante risueño.
Lo que estoy sosteniendo en mi mano es un molde de su polla, de su enorme y erecta polla. Lo guardo en su estuche y le abrazo. No hay más palabras ni más gestos. No hacen falta.
—Se me ocurrió hacerlo el día de la terraza —dice refiriéndose a nuestro polvo—. Iba a ser un regalo para tu madre, pero después de lo que me has pedido esta mañana…
En el banquete, Roberto sigue en su papel de amante secreto que cree que sabe guardar su posición, poniendo poses de película de espías y gestos fingidos que se ven a la legua. Para tenerlo calladito le lanzo breves miradas cargadas de intención y que crea que correspondo. En ocasiones, al mirarnos, toco su anillo como seña secreta y él se hincha como un palomo, orgulloso.
—Acompáñame —le pido en un susurro.
Salgo al aseo y veo por el rabillo del ojo que él lo hace después. En el de caballeros no hay nadie así que me cuelo dentro y me meto en uno de los compartimentos. Me saco las bragas antes de que llegue y le hago señas para que se meta conmigo.
—Toma —le digo—. Las he tenido toda la mañana antes de cambiarlas por las que me diste de tu mujer. Quiero que las tengas tú.
Veo su cara, emocionado. Adivino que es el mejor regalo que le podía hacer.
—Esto significa mucho para mí —dice. Cierro los ojos evitando una arcada.
Se las lleva a la cara y las huele.
—Dios, huelen a tí en esencia pura. Es… —vuelve a oler— el placer divino.
Se pone firme.
—Las guardaré para siempre, ¿me oyes?
Asiento intentando parecer emocionada y le cojo de las manos.
—Es lo más lejos que podemos ir. Lo que pasó aquella noche debe quedar allí guardado. Un secreto exclusivamente nuestro. Lo entiendes, ¿verdad?
Se vuelve a poner firme como si la duda le ofendiera.
—Por supuesto, ambos nos debemos a Loli y a Mario. No podemos hacerles daño, no se lo merecen.
—Exacto —digo emocionada, como si sus sabias palabras hubiesen adivinado mis impenetrables pensamientos.
Después, le quito el pañuelo del bolsillo de la solapa y coloco mis bragas bien dobladas para que den el pego.
—No sabes el placer que me da que las lleves hoy así. A la vista, pero invisibles a todos.
Y es estrictamente cierto. Se emociona de nuevo (todavía más) y se le hincha el pecho. Me muerdo los labios para no reír. De vuelta al comedor, hay un momento en el que coincidimos los seis. Mario, yo y nuestros padres. Mamá y yo no llevamos bragas. Ambas, junto con las de Loli, están en las solapas de los chicos. Vuelo a sentir calor entre las piernas. Necesito follar con Mario, ya.
La celebración se alarga más de lo necesario, como suele suceder y, en todo ese tiempo, he bailado con todos. La sensación del aire entre mis muslos libres bajo el vestido es indescriptible, sobre todo cuando me hacen girar como una peonza y mi vestido coge algo de vuelo.
Por fin vamos a la habitación, está en el mismo hotel donde hemos hecho la celebración. Al entrar al cuarto, me levanto el vestido mostrando mi coño a Mario.
—He ido todo el día sin bragas, como te gusta.
Le veo resoplar. Me encanta tenerlo encendido. Me desnudo, pero mantengo los zapatos, medias, liguero y corpiño que muestra hasta el nacimiento de mis pezones. Mi nuevo marido me coloca el tocado del pelo quedando un pequeño velo sobre mi peinado.
Dejo el regalo de mi padre sobre la cama. He vuelto a envolverlo como estaba y conmino a que lo abra. Cuando lo hace, su cara de extrañeza me hace sonreír.
—Lo he comprado por internet. Quiero que lo estrenemos hoy, el día de nuestra boda.
—¿No es demasiado grande? —sonríe.
Niego con la cabeza empezando a reír.
El polvo ha estado a la altura de una noche como la de hoy. Al acabar, nos caemos sudados el uno junto al otro. Él sujeta el dildo con una mano, divertido por lo bien que nos ha funcionado. Le he hecho follarme con él mientras me daba por el culo con la suya.
—Espera —digo haciéndome con el móvil.
Nos hacemos un selfie con la polla de mi padre en medio de nosotros dos. Todavía brilla de la humedad de mi coño y de la saliva de él. Lo que más me calentaba era cuando se la hacía chupar para lubricarla. Me lo imaginaba arrodillado frente a mi padre, chupando su gran falo erecto como un esclavo sumiso; el peaje por follarse a su hija única.
Sin que me vea, le envío la foto a mi padre. Sé que le hará ilusión, y será mi madre quien disfrutará las consecuencias. Después, continuamos besuqueándonos antes de caer dormidos, abrazada a él desde atrás. Le quiero tanto.
Más tarde, oigo el sonido de un mensaje. Enciendo la pantalla y veo una foto que me ha enviado mi madre. Parpadeo para enfocar bien. Mi padre, completamente empalmado, aparece en ella. Al final ha sucumbido a enviarme una fotopolla de su marido, orgullosa. Pulso reenviar y selecciono el contacto de mi padre.
«Me lo acaba de enviar tu mujer. Ya sé lo que te ha puesto así. Que lo disfrutéis», escribo.
—¿Qué haces? —pregunta Mario.
—Wasapeo con mi madre.
—Pregúntale si lleva bragas —bromea.
Me giro y le doy un pico.
—¿Y la tuya, llevaba bragas hoy?
Sonríe.
—Eso no lo sé.
—Me puso muy caliente verte bailando con ella. Os imaginaba desnudos, con sus tetorras contra tu pecho.
—¿Cuánto de caliente? —dice sobándome una teta.
—Tanto que, si follaras con ella, haría cualquier cosa que me pidieras.
Aquel trato que hicimos en bromas la otra noche, vuelve a resurgir. Y él sabe que lo estoy diciendo de veras. Por segunda vez, desde que surgió la idea, veo que lo está pensando en serio.
—¿Follarías? —insisto—, con tu madre, digo. ¿Lo harías?
—Uff, nena —se pasa la mano por la barbilla—, solo por verte de puta hablando con viejos salidos…
Deja la frase en el aire y yo tomo nota.
Ya se me ocurrirá algo.