Abel Santos
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Algo debe querer Ari, porque lo que es nota ya la ha conseguido... 
Hasta aquí puedo leer... jajaja

Hasta aquí puedo leer... jajaja
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Pues con lo que sabe de ella, más le vale estar callada.Estoy de acuerdo en una cosa, todos son de lo peor, pero la Evita es un personaje para echarla de comer aparte. Es más peligrosa que una piraña en un orinal...
Hay un giro dramático de los acontecimientos....¿Es mejor no saber?
Pasé la noche sin dormir un solo instante. Me preguntaba una y otra vez qué habrían hablado entre ellos. Nacho había presumido ante Eva de haberse tirado a todas las mujeres decentes del vecindario. Y yo le creía muy capaz de haberlo hecho.
El problema es que Nacho y Laura habían sido vecinos nuestros durante bastante tiempo, antes de que Nacho empezara a prosperar y se mudara al chalet de la zona pija.
¿Qué coño había entre ellos? ¿O todo era fruto de mi imaginación?
No lo parecía, sin embargo, al menos los mensajes eran reales. Y la conversación entre ellos había durado mucho tiempo. Al menos el mismo que la de Ari conmigo.
Necesitaba leer la conversación completa. El único problema era que para hacerlo tendría que violar la privacidad de Paula. Y eso suponiendo que consiguiera hackearle su móvil, ya que las claves las guardábamos celosamente y ninguno conocía la del otro.
El martes amaneció sin que hubiera llegado a una conclusión. Lo único que se me ocurría era hablar francamente con mi mujer, aunque era una idea que no me convencía del todo. Si notaba que me ocultaba algo, íbamos a tener una bronca monumental. Y yo la amaba como el primer día, no quería que nuestra historia acabara por culpa de aquel hijo de su madre.
*
Los días fueron pasando y pronto llegó el sábado. Durante la semana fui buscando la manera de no cruzarme con Nacho. No sabía que le diría en caso de que se empeñase en que desayunáramos juntos, mirándole a los ojos y pensando en los mensajes que había intercambiado con mi mujer. Me temía a mí mismo, corría el riesgo de no poder contenerme y acabar a bofetadas con él.
Aquel sábado, sin embargo, amaneció tranquilo en nuestra casa. Era el día de la semana que solíamos dedicarnos Paula y yo en exclusiva, siempre que podíamos. Así que me levanté temprano y me fui a comprar churros y chocolate para desayunar en familia.
Mientras saboreábamos los churros, multitud de preguntas se me iban agolpando en la cabeza, sin conseguir darles rienda suelta. Tenía que decir algo al respecto del chat con Nacho, pero no tenía ni idea de por dónde empezar. Así que, a la espera de la ocasión oportuna, me conformaba con hablar de las típicas bobadas sobre el «plan del día», el «pronóstico del tiempo» y otras obviedades parecidas.
Al final, fue ella la que encontró un tema de conversación más profundo.
—El curso escolar no tardará en terminar.
—Sí, ya queda poco… —confirmé.
—¿No tienes ganas de coger las vacaciones?
—Ufff, vaya si tengo. ¿y tú?
—Bueno, a mí me queda algo más… hasta agosto no me tocan, ya sabes. Los profesores tenéis suerte… ¡dos meses de vacaciones pagadas, quién pudiera…!
Sabía que quería decirme algo, pero no terminaba de soltarlo. Tuve que animarla a hablar para que entrara en el tema.
—Venga, Paula, que nos conocemos… ¿En qué estás pensando?
Respiró profundo antes de responder.
—Verás… he pensado que quizá… —comenzó Paula—. No sé… es una idea… no te enfades…
La miré esperando que se arrancara con la parte sustancial. No me esperaba nada bueno.
—…Pues he pensado que tal vez podríamos irnos a la casa de Málaga en cuanto termine el curso… Yo podría trabajar en la delegación sur de la empresa y tú podrías pasar el verano buscando trabajo en lo tuyo de verdad…
—¿Cómo…? —dije y no fingía la sorpresa. En verdad me había quedado pasmado.
—Pues eso… Que podríamos volvernos a Málaga. Allí vivimos mejor, ya lo sabes. Poco a poco, eso sí… sin agobios…
La miré sin creer lo que escuchaba.
—Joder, Paula, no tenía ni idea de que tuvieras tantas ganas de volverte para allá. En tu empresa se van a pensar que estás loca, pidiendo traslados de Málaga a Madrid y viceversa cada pocos meses.
—Pues ya ves… Vivir en Madrid ya no es lo que era. Y la vida en el sur es más tranquila… Aparte de que allí tenemos amigos, y en Madrid ya no nos quedan ni conocidos…
—Eso sí… —tuve que reconocer.
La conversación se alargó durante una hora. Notaba la pasión con la que mi mujer insistía para que nos volviéramos a Málaga. A mí no me desagradaba del todo la idea, la atmósfera de aquella ciudad era adictiva, pero las oportunidades laborales en mi profesión eran menores que en la capital. Por otro lado, tampoco es que en Madrid hubiera tenido muchas oportunidades hasta el momento. Apenas un par de entrevistas sin ningún resultado.
Finalmente lo dejamos en tablas, prometiéndonos que lo pensaríamos por separado y volveríamos a hablar del asunto en unos días.
No tenía ni idea entonces de que aquella conversación era tan solo la punta de un iceberg que iba a dejarme congelado en pocas horas.
*
El domingo por la noche, Paula se acostó temprano. Tenía que madrugar al día siguiente y se encontraba cansada del trajín del fin de semana. Yo, sin embargo, me quedé en el salón para ver terminar una película que habíamos empezado juntos y que me había enganchado. Los lunes no tenía clase hasta bien entrada la mañana y me podía permitir el lujo de trasnochar.
Serían sobre las once y media cuando entró la primera llamada. Mi móvil se hallaba en silencio para no molestar a Paula con los potenciales pitidos del aparato y solo el parpadeo luminoso me avisó de que alguien estaba intentando contactarme.
Miré la pantalla y el que llamaba era Nacho. «Joder, vaya horas… —me dije—. ¿Qué coños querrá? Que se vaya a la mierda, ya hablaremos mañana».
Pasé de él. No me apetecía interrumpir la película que estaba llegando a un fin apoteósico y que me tenía en ascuas.
No habían pasado ni cinco minutos cuando entró la segunda llamada.
Me enfurecí. Tentado estuve de bloquear su número para que dejara de molestar. Lo dejé pasar, sin embargo, no quería decidir algo así en caliente, y puse el móvil boca abajo para que no me molestara la luz de la pantalla.
La tercera llamada llegó tres minutos más tarde.
Y entonces perdí los nervios. Cogí el aparato y a punto estuve de lanzarlo por la ventana, que en esos momentos se encontraba abierta. Pude contenerme a tiempo y decidí apagarlo, de esa manera no lo destrozaría por culpa de aquel gilipollas.
Pulsé el botón de apagado e iba a confirmar la acción, pero antes de hacerlo entró el primer mensaje de wasap. Sobre la pantalla de inicio pude ver aparecer los primeros mensajes de una conversación que me iba a dejar tiritando.
NACHO: Te has follado a mi Ari, hijo de la gran puta!!!!
NACHO: No te escondas, al menos da la cara, cacho cabrón!!!!
El móvil se me cayó de las manos y rodó por el suelo. Lo miraba desde la altura aterrorizado, temía quemarme si lo recogía.
¿Quién cojones le habría ido con el cuento a Nacho sobre mi aventura con su hija? ¿Habría sido la misma Ari? Sabía que si se enteraba se iba a armar una buena, pero los gritos que daba por escrito eran mucho peor que lo que había imaginado.
Al cabo opté por responder, mejor eso que esperar a que se presentara en la puerta de casa gritando como un poseso y dando un espectáculo ante los vecinos.
CARLOS: Por dios, pero qué dices? Eso es falso… Quién coño te ha contado esa gilipollez??
La respuesta era obvia, aunque hasta ese momento ni se me había ocurrido.
NACHO: Me lo ha dicho Eva, cabronazo, no lo niegues… El domingo que me contaste la milonga de que te la habías tirado a ella, era a mi hija a quien te habías follado, mal amigo, cacho cabrón!!!
En realidad yo no le había contado nada, había sido él el que se había hecho la idea equivocada al presentarse la morena en la puerta de la habitación. El resto de la película era cosa suya, no mía, pero no podía decirle eso.
CARLOS: Y te crees lo que dice una zorrita como Eva en lugar de creerme a mí???
NACHO: No me jodas, Carlos, al menos sé un hombre y admítelo. Cuando te coja te voy a matar, y da gracias que no se lo vamos a contar a Chovi, si no él te rajaría de arriba abajo y te echaría a los perros. Pedazo de cerdo cabrón!!!
CARLOS: Espera, Nacho, escúchame, coño…
NACHO: Y una mierda, no quiero oír tus gilipolleces, cerdo!!! Y ni se te ocurra volver por el colegio o te tiro por la ventana!!! Ya te llegará el finiquito por correo!!!
Me estaba acojonando de lo lindo. Sin embargo, al mismo tiempo, me iba cabreando a toda velocidad. Nacho, el machirulo que había intentado aprovecharse de Paula, me insultaba como si yo fuera un depravado. Sin contar con lo que le había visto hacer a la boba de Eva por unas miserables entradas a un concierto.
La sangre se me fue subiendo a la cabeza y, aunque me había hecho el propósito de no meter a mi mujer en la conversación, al final no pude contenerme.
CARLOS: Me llamas cerdo a mí, pedazo de cabrón??? A mí??? El cerdo lo eres tú, que lo sepas, y el mal amigo también!!!
NACHO: Qué coños dices…???
Se le notaba fuera de juego, era el momento de atacar.
CARLOS: Soy yo el que debería haberte estrangulado cuando Paula me contó lo que intentaste hacerle en la discoteca la última noche que salimos juntos las dos parejas!!!
NACHO: No sé de qué me hablas, estás borracho o qué?
Había dejado de poner signos de interrogación a pares, eso anunciaba que recogía velas. O eso creía yo, idiota de mí.
CARLOS: No, no estoy borracho, cabronazo!!! Aquella noche en el baño intentaste aprovecharte de mi mujer!!! Y menos mal que llegó la tuya para evitarlo, si no hubieras sido capaz de cualquier cosa… Pedazo de cabrón!!!
NACHO: No me jodas!!!
No entendí la respuesta, de modo que volví a la carga.
CARLOS: Sí, pedazo de cerdo. La pobre se quedó traumatizada por tu culpa y al día siguiente comenzó a hacer los planes para irnos a Málaga… Menudo cabronazo y mal amigo eres. Tenía que haberte partido la crisma y no lo hice, así que si me he follado a tu hija, te jodes, que al menos ella se lo ha pasado de puta madre conmigo, asqueroso!!!
La respuesta de Nacho esta vez tardó en llegar.
NACHO: Es eso lo que te ha contado la furcia de tu mujercita? Qué me quise aprovechar de ella?
El insulto a Paula me enfureció hasta tal punto que me puse a escribir barbaridades a lo loco. No llegué a pulsar el botón de envío. Su siguiente mensaje llegó antes.
NACHO: Pues que sepas que fue ella, la muy puta, la que me llevó al baño muriéndose de ganas de comerme los huevos. No al revés, pedazo de cornudo!!!
CARLOS: Serás cabrón!!! Te voy a matar, te juro que te mato, cabronazo!!!!
NACHO: Espera, míralo tú mismo si no te lo crees, gilipollas.
Me eché a temblar, ¿Qué coños se traía entre manos?
NACHO: «Imagen»
El siguiente mensaje no era de texto, sino una fotografía. Tan solo con verla, la sangre se me congeló en las venas. El móvil a punto estuvo de volver a rodar por el suelo.
En la imagen se veía a una Paula mucho más joven. Se hallaba de rodillas en el cubículo de un baño. Seguramente el de la discoteca de aquella noche. Un hombre al que no se le veía la cara le hacía una foto desde arriba mientras mi mujer le comía el rabo con una devoción que nunca había visto en sus ojos. La zorra no podía disimular que la estaba gozando mientras sorbía de aquel chupachups, corto y grueso: La polla de Nacho, sin duda.
Y sonreía.
Seguramente era una sonrisa para la foto. Se zampaba el rabo de mi amigo y posaba al mismo tiempo. ¡La muy puta se lo estaba pasando cañón!
NACHO: Quieres más? Pues ahí va otra…
La segunda foto no se hizo esperar. Y casi termina de rematarme.
NACHO: «Imagen»
En ella se veía la misma escena, pero con una Paula regada de semen por toda la cara. Se veía que los latigazos de Nacho habían sido numerosos, porque había pocas áreas de su rostro que no estuvieran cruzadas de la lefa blanca y espesa de mi amigo. La lengua de mi mujer le salía de la boca a la busca de algún lefazo que relamer.
Nacho, por su parte, mostraba la polla flojeando mientras con una mano le levantaba la cara a Paula por la barbilla para que saliera a la perfección en la foto. Y a fe que lo había conseguido.
El alma se me vino a los pies. Y me dio por gritar mucho más aún. Si aquello hubiera sido una conversación telefónica, me habrían escuchado todos los vecinos del barrio.
CARLOS: Me cago en tus muertos, cabrón!!! Te voy a matar!!!
Y el tipo decidió cachondearse.
NACHO: Pues tengo unas cuantas fotos más. Si te las paso seguro que no te da tiempo a matarme, te mueres del infarto. Menudo zorrón tienes en casa, y tú creyendo que tu chica es una bendita, pedazo de gilipollas!!!!
CARLOS: Por qué no vienes aquí y me lo dices a la cara, cabrón!!!
NACHO: Jajaja… A que jode que se te follen a la familia, cornudo??? Pero yo no pienso moverme de mi casa. Si quieres venir, aquí te espero. No te creas que te tengo miedo, payaso!!!
CARLOS: Ya te pillaré, ya, por mucho que te escondas pienso encontrarte. Me cago en tus muertos!!!
Comenzaba a desvariar, lo reconocía, pero por supuesto que no iba a ir a buscarle a aquellas horas. ¿De qué me habría servido enfrentarme a él cara a cara? La realidad era la que era, no había solución posible. Si Paula era un putón, darme de bofetadas con Nacho no lo iba a arreglar.
Aun así necesitaba decir la última palabra.
CARLOS: Y el día que te coja vas a vomitar sangre como un cerdo. Te juro que te mato y como envíes esas fotos a alguien te remato hasta hacerte picadillo!!
Eran palabras de loco. Y pretendía que fueran las última por aquella noche.
Pero Nacho aún no había terminado conmigo. Se estaba guardando su mejor baza.
NACHO: Solo las fotos…? Entonces no te importa que pase el resto...? Jajaja...
CARLOS: Qué…?
*
Me quedé de piedra. ¿Qué quería decir? ¿Tenía algo más? Y como un idiota, volví a preguntar:
CARLOS: De qué coños hablas???
Nacho debía de estar pasándoselo en grande, a pesar de saber que había mancillado a su querida hijita.
NACHO: Digo que tengo algo mejor, lo quieres ver?
Comencé a temblar. Y no pude responder a esa pregunta porque me estaba temiendo lo peor. Y lo peor se hizo realidad a los pocos segundos.
NACHO: Ahí te va…
NACHO: «Vídeo»
Dudé si ver o no el vídeo que acababa de llegarme. Sospechaba que iba a doler, pero no imaginaba cuánto. Finalmente le di al play y un cuchillo de hielo me desgarró el corazón.
La escena se desarrollaba en el «super chalet» de Nacho. En el mismo salón donde mi amigo había humillado a Eva días atrás. Los muebles, sin embargo, eran otros. El paso del tiempo los había cambiado. Y ese paso del tiempo se veía en la cara de Paula, que mostraba la misma juventud que en las fotos de la discoteca.
Mi mujer se hallaba en cuatro. Se encontraba totalmente desnuda y las tetas le colgaban y se bamboleaban al ritmo de unas sacudidas brutales del hombre que la estaba follando desde atrás. Ese hombre, por supuesto, era el cerdo de Nacho con bastantes años menos.
La que grababa la escena con una cámara de vídeo de la época no era otra que Laura. No se la veía, pero se le escuchaban los comentarios despectivos hacia Paula, cuya expresión era al tiempo de sufrimiento por la humillación a la que la sometían, y de gozo por el polvo que la estaba echando el hijo de puta de mi amigo —examigo ya— Nacho.
—Joder —decía Laura—. Pero no se puede ser más puta… Jajaja. No te jode que se vuelve a correr el muy zorrón. Y ya van tres veces… Menudo polvo la estás echando, marido…
—Jajaja —decía él— a esta zorra le gusta más una polla que a un tonto un pirulí.
Paula cerraba los ojos con fuerza mientras los espasmos la mataban de gusto. Nacho no paraba de follarla por la espalda, al tiempo que la tiraba del pelo y hacía el numerito de la doma que le había visto hacer con Eva días atrás.
—¿Qué tal se me ve? ¿Estoy sexy? —decía el muy cabrón embistiendo con furia.
Golpes constantes en el culo y en las tetas hacían temblar a Paula… pero de gusto. Cada vez que sonaba un «¡plas!» en alguna zona de su cuerpo, mi mujer se estremecía y se mordía el labio denotando el calambrazo de placer que la había recorrido.
—¡No me jodas! —volvía a intervenir Nacho—. Pero no es solo que sea muy puta, es que hay que ver el pedazo de chocho que tiene la guarra… Mira, mira, ven aquí, saca este coñazo para que se vea bien…
La cámara avanzaba por el lateral de Paula y tomaba un primer plano de la polla de mi examigo perforando un coño tan conocido para mí.
—Joder, es que chorrea de ganas el muy putón… —opinaba Laura—. ¿Por qué no te la follas por el culo? Seguro que se muere por que la des por ahí… Mira, mira, que carita pone la guarra… eso es que sí, venga, clávasela en el ojete, marido, que nos vamos a reír un rato.
Nacho, sin embargo, desengañaba a su mujer.
—Lo siento, querida, ya lo he intentado. Pero esta zorra tiene el culo virgen y mi polla es demasiado gorda y no le entra. Pero déjamela a mí, que se lo voy a agrandar con unos plugs que me han regalado, y te aseguro que en pocas semanas esta se traga mi polla por ese culito como está mandado…
Y se echaban a reír desvergonzados.
El vídeo avanzaba con humillaciones parecidas durante unos minutos más, aunque se notaba que habían cortado parte del metraje. El final, sin embargo, se podía ver sin cortes. Y daba tanto asco como morbo, a pesar de todo.
Nacho se había acercado a Paula, que se encontraba de rodillas ante él. La tenía agarrada por el pelo y se pajeaba como un poseso. Si Paula intentaba apartar la cara, Nacho se la volvía con un fuerte tirón, a lo que mi mujer siempre respondía con un «auuu» de dolor.
Cuando Nacho comenzó a correrse en la cara de Paula, el zoom de Laura no se hizo esperar. Los latigazos de leche de Nacho surcaban su rostro, su nariz, sus ojos y, finalmente su boca.
—Joder, marido, haz que abra la boca la muy puta, que se va a librar de tragarse un buen lefazo.
Nacho le pegaba entonces un tirón de pelo extra y Paula, obediente, abría los labios y sacaba la lengua. Un par de latigazos le caían dentro de la boca y Nacho la obligaba a tragar.
—Traga, zorra… jajaja… traga…
Y Paula tragaba y… al final de la corrida… sonreía.
Justo en ese instante la grabación terminaba, aunque se adivinaba que la versión completa proseguía, a saber con qué imágenes vergonzantes más.
Estaba alelado y me costó reaccionar. La respiración me faltaba, el corazón me latía a doscientos o más. Estaba a punto de derrumbarme y dejarme morir.
Pero conseguí reponerme con tan solo pensar que tenía que volver a insultar a Nacho, que pensaba matarle cualquier día, que vigilara sus espaldas. Ese tipo de cosas que dice un hombre humillado y que necesita venganza.
Había arrojado el móvil sobre el sillón y ahora lo volví a coger. Lo desbloqueé con ánimo de retomar la disputa con Nacho, pero cuando abrí el wasap, el muy cobarde había salido de línea.
Me eché a llorar sin remedio.
Aunque en mi mente comenzaba a germinar una idea.
Continuará...
En realidad no son menores, en el primer capítulo se aclara que se trata de un centro de FP de grado superior y que los alumnos son todos mayores de dieciocho. Esperemos que no haya chicos/as más jóvenes de esa edad en otros estudios y, si los hubiera, que Nacho y su mujer no se hayan atrevido a hacer locuras. Sería para meterles en la cárcel y tirar la llave.Bueno, pues hicieron lo que tenían que hacer.
Pero sinceramente espero que ese par de depravados y malas personas paguen las barbaridades que hacen con los menores.
PRÓLOGO
La historia que voy a contaros tuvo lugar mientras trabajaba en un centro privado de Formación Profesional. Fueron solo unos meses, pero la experiencia no podré olvidarla mientras viva. Imposible es olvidar unos acontecimientos que hicieron tambalearse mi matrimonio, mi vida y mi reputación.
Para quien le resulte desconocido el escenario, le diré que lo bueno de trabajar en un centro de estudios de FP de grado superior es que las jovencitas ya tienen más de dieciocho años. De hecho, bastantes de ellas cuentan los veinte o los sobrepasan.
Lo malo es que, si das clases como yo hacía en un centro privado dirigido por monjas, las chicas aún visten uniforme colegial como si siguieran en la edad del pavo. Y, claro, trabajando entre feromonas femeninas enfundadas en faldas tableadas —que enseñan más muslos de los que tapan— y camisas blancas con corbata —a juego con las medias hasta la rodilla—, no podía evitar mantenerme empalmado casi toda la jornada laboral.
Esto me hacía llegar a casa como un toro bravo. Paula, mi mujer, llevaba una temporada que no se creía que saliéramos a polvo diario —por lo menos— y que a veces la empotrara en el mismo recibidor de la casa, sin dejarla llegar al dormitorio.
*
Aunque un poco tarde, dejadme que me presente. Me llamo Carlos A., y no soy profesor, maestro, ni nada que se le parezca. En realidad soy Ingeniero Industrial. Lo que pasa es que en aquella época una fusión de empresas me había pillado descolocado y acabé en la calle con un talón que, no por ser jugoso, era menos humillante. Después de dedicarle diez años a una multinacional de campanillas, me encontraba en la cola del paro, como tantos otros de mis compañeros.
Por cosas del Karma o por puro azar, resultó que poco después de mi despido me reencontré con Nacho, uno de mis mejores amigos desde la tierna infancia y uno de los mayores puteros que he conocido jamás.
Nacho trabajaba en un centro de estudios religioso como subdirector. De director, en realidad, porque la monjita que presidía el consejo del colegio era un carcamal que solo ejercía de figurante, mientras mi amigo soportaba el peso del día a día del centro. Esto le permitía a Nacho llevar un tren de vida que era de envidiar.
Al conocer mis problemas laborales, Nacho me ofreció un puesto como profesor sustituto. En esas circunstancias, y aunque al principio me resistí, no pude por menos que aceptar la propuesta de mi amigo.
La asignatura que me adjudicó Nacho fue la de matemáticas, y algunas horas sueltas en las de física y dibujo. De esta manera, le ayudaba a ponerle un parche al agujero que le había producido la jubilación anticipada del anterior profesor hasta que encontrara un recambio definitivo.
—Será solo por seis meses, hasta que acabe el curso escolar, te lo prometo —me había asegurado mi amigo—. Para esa fecha ya habré conseguido un nuevo profesor con mayor vocación que la tuya.
—Seis meses y ni un día más —le había advertido yo con una sonrisa.
—Por supuesto, Carlitos, no te preocupes. Tú de momento ponte a la faena y prepara a mis chicas para que al menos aprueben, aunque sean con un cinco pelón, que las muy bobas solo piensan en follar y el que paga el pato ante el ministerio por el bajo rendimiento somos el colegio y yo mismo.
Cuando hablaba de «yo mismo», se refería al bonus que llevaba asociado el éxito o fracaso escolar de sus alumnas —que doblaban en número a los alumnos masculinos—. Y cuando decía que las muy bobas «solo pensaban en follar», me daba por preguntarme cómo sabría él en lo que pensaban las chicas. Y prefería no ahondar en el tema, mejor no estar al tanto de a qué se dedicaba el gran playboy en su tiempo libre, encontrándose entre tanta jovencita.
Total, que allí me hallaba yo aquella mañana de mayo, mientras las chicas —la gran mayoría— y los chicos —apenas media docena— reflexionaban sesudamente sobre las preguntas que les había puesto para el examen mensual.
Miraba a los examinados, sobre todo a las alumnas, desde mi mesa frente a la clase y de vez en cuando me veía obligado a cambiar de postura para evitar que mi paquete se pasara de llamativo. Pocas semanas atrás, mientras el frío apretaba, al menos los leotardos tapaban aquellos muslos imberbes. Ahora que el calor comenzaba a aparecer, los leotardos se habían esfumado, las faldas se habían ido acortando, y era imposible mirar hacia otro lado que no fuera la parte inferior de las mesas donde los muslos asomaban en todas las posiciones imaginables, mostrando bajo las faldas más braguitas de las que hubiera deseado.
Cuando ya pensé que me iba a ser imposible mantener la entereza, el timbre de fin de la clase resonó martilleante, liberándome de la esclavitud de las visiones pecadoras. Un segundo antes me había casi rendido y estaba dispuesto a correr hacia el baño a meneármela desesperado.
Por fortuna el timbre llegó antes.
La mayor culpable de mi desesperación había sido Sonia, una empollona delgaducha que solía sentarse en la primera fila. La chica llevaba todo el examen cruzando y descruzando las piernas y enseñándome lo que había al final de sus finos muslos: un tanga que no llegaba a cubrir la piel y los rizos que se suponía que debería de tapar. Estaba seguro de que la chica había sido puesta allí por sus compañeros para mantener mis ojos ocupados durante el examen y poder copiar a sus anchas.
Un viejo truco sacado de la película Instinto básico.
Y a fe que lo habían conseguido. No me había movido de mi asiento ni un solo segundo, con tal de no perderme aquel libidinoso paisaje. Ese día Paula, mi mujer, iba a llevarse un polvo de campeonato. Si no lo remediaba nadie, en el recibidor de nuestra casa iba a arder Troya, porque a la habitación no creía que pudiéramos llegar con el ardor que me quemaba entre las piernas.
***
EL RESULTADO DEL EXAMEN
Dos días después, tras entregar las notas del examen, se desencadenó el melodrama que habría de hacerme bajar a los mismísimos infiernos.
La mayoría de la gente encaja bien los resultados. A todos nos ha pasado que nos cateen un examen cuando estudiábamos, y lo hemos llevado como hemos podido. Son las reglas del juego y nos ayudan a madurar. Pero aquella chica, Ari, no había dejado de lloriquear desde el momento en que le había comunicado su nota.
Y, lo peor de todo, una vez se hubo vaciado la clase, última del día, Ari y su amiga Eva seguían en la última fila, murmurando entre ellas y mirándome de reojo de cuando en cuando.
Eva había aprobado por los pelos, así que tampoco tenía mucho de qué presumir. Pero la veía esforzarse en consolar a su amiga, sin por lo visto conseguirlo. Cuando dirigían sus miradas hacia mí, cuchicheando, yo me hacía el despistado y miraba hacia otro lado. Ari movía la cabeza negando lo que fuera que Eva le decía y yo empezaba a impacientarme.
Sin saber cómo acabar con aquello, decidí simular que leía un libro de texto a la espera de que ellas se fueran primero. No quería dejarlas a solas por si el asunto que las mantenía allí fuera algo tan grave que, como su profesor que era, me obligara a entrar en escena.
No parecía, sin embargo, que tuvieran intención de marcharse, se diría que pensaran quedarse a dormir allí mismo.
Quince minutos después de finalizar la clase, observé movimiento entre las chicas. Eva se levantaba de su pupitre y se dirigía sin titubeos hacia mí.
Mi mesa se hallaba sobre una plataforma de unos diez centímetros por encima del resto de la clase. Por ello, al plantarse la joven frente a mí, parecía más baja de lo que en realidad era, alrededor del uno setenta.
Eva se situó en una posición erguida, las manos a la espalda, las piernas unidas y los pies en «V». Una postura que se me antojó infantil. Un ligero y continuo movimiento de cadera hacía volar ligeramente su falda hacia uno y otro lado de forma constante. Sus ojos burlones y su media sonrisa se habían quedado fijos en mí. Y se mantenía callada.
—¿Querías algo, Eva? —le dije tras un angustioso minuto de silencio. Ari nos miraba desde su pupitre con ojos enrojecidos. Se había metido las manos unidas entre los muslos y su imagen se asemejaba a la de un cervatillo asustado.
—Si, profesor…
La voz de Eva sonaba melosa y suave. Estaba claro que iba a pedirme algo.
—Ya os he dicho que podéis llamarme Carlos —repliqué amistoso—. No sois niñas de primaria.
—Pues eso, Carlos —se corrigió—. Quiero hablarte de mi amiga Ari.
Se giró hacia ella y la chica del fondo no movió ni un músculo. Parecía haberse quedado congelada.
—Como le digo es por mi amiga Ari —repitió Eva volviendo a hablarme de usted—. Usted la ha suspendido y se encuentra desolada.
—Vaya, ¿y no puede venir ella a hablar por sí misma? —repliqué, esta vez menos amistoso—. Por cierto, Ari se ha llevado un cuatro y medio, pero tú has aprobado por los pelos. Tu cinco coma uno no es para tirar cohetes.
—Sí, pero bueno, al menos yo he aprobado y mis padres no me castigarán, que no es su caso… —carraspeó—. Pero de lo que quiero hablarle no es de eso.
—Ah, ¿no? —me extrañé. No sabía por dónde iban los tiros, así que esperé a que terminara su diatriba.
—No… —Volvió a girarse hacia su amiga haciendo volar su falda de colegiala. Ari abrió mucho los ojos, adiviné que Eva estaba a punto de soltar una bomba—. Lo que yo quiero es explicarle por qué Ari no ha podido hacer un examen mejor.
Me costaba tragar saliva. Aquella escena la había visto yo en más de un video de Internet. Y el final acababa con menos ropa de la que todos llevábamos en ese momento. Cambié de posición para que mi paquete no se mostrara tan evidentemente crecido, aunque no estuve muy seguro de haberlo conseguido.
—Tu… dirás… —fue lo único que conseguí articular.
La chica tomó aire y soltó el mensaje que llevaba preparado.
—Ari no ha podido estudiar más para el examen porque está enamorada de usted. Tanto le ama que no le resulta posible concentrarse.
Soltó y se quedó mirándome tan sonriente como si no hubiera roto un plato en su vida.
—¿¡Qué!? —El aire se solidificó a mi alrededor y se negó a entrar en mis pulmones por unos segundos. Mi corazón se saltó un latido. Aquella frase sonaba a excusa barata, pero era imposible que no te calara muy adentro. Al menos muy adentro de la entrepierna.
—Pues eso, profe… perdón… Carlos… —insistió Eva—. Que Ari está por usted y no hay manera de que se concentre. Por más que estudie, a la hora del examen no consigue recordar lo que ha estudiado.
Estaba claro. Todas las señales iban dirigidas hacia el mismo punto. En cualquier momento me iba a proponer alguna «cochinada» a cambio de las cinco décimas que le faltaban para el aprobado raspón.
Apostaba lo que fuera sin miedo a perder.
Lo que no tenía muy claro era cual debería ser mi respuesta.
Continuará...
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