El Profe

—Estás un poco empalmado, ¿no? ----dijo la chica con sonrisa burlona.

Tragué saliva y respiré profundo antes de responder. Ari se había equivocado del todo. No estaba un «poco empalmado», estaba «super» empalmado, a punto de reventar para ser exactos.

—Oh, no… —me excusé—. Es que estos pantalones me van un poco justos.

—Ya, claro… —sonrió pícara—. ¿No será que te empalmas porque te gusto, aunque solo sea un poquito?

La jovencita me estaba vacilando a todas luces. Aquella chica no gustaba «solo un poquito» a nadie. Cualquiera que la conociera tenía por fuerza que estar loco por ella.

—Pues claro que me gustas, Ari… —repuse con sinceridad—. Pero tú tienes novio, ¿no?

—Sí, ya lo sabes…

—Chovi… —dije con extrañeza—. Vaya mote raro, ¿qué significa?

—No es un mote, es su apellido. Es así como le empezaron a llamar sus amigos y así le hemos terminado llamando todos, hasta su propia hermana.

—Ah, ya veo…

—Sí…

—¿Y qué plan tenéis? ¿Vais a casaros, tener niños, compraros una casa?

—Ni idea… vete a saber… de momento nos conformamos con follar juntos… Lo demás lo iremos viendo.

Joder con la chica. Si las chavalas de su generación eran así de claritas, no me quería plantear la idea de divorciarme y tener que volver al mercado. Se me iban a comer vivo.

—Eh… —no sabía qué más decir, aquel charco en que se había metido nuestra conversación no era para un tío de mi edad. Por fin pensé en una salida—. ¿Y Eva?

—¿Qué pasa con Eva?

—Quiero decir que si tiene novio.

—Sí… bueno, no… nada fijo… Se lo pasa bien con unos y con otros…

—Qué bien, ¿no…? —dije y el silencio volvió a instalarse en el cuarto.

De pronto, Ari volvió a cambiar de tercio. El corazón se me saltó un latido cuando hizo la siguiente pregunta.

—Tú me tienes muchas ganas, ¿verdad?

Joder... Vaya si le tenía ganas. ¿En qué lo habría notado? Aquella chica era una lumbreras, pensé con sorna.

—¿Yo, ganas…? ¡Qué va…! —negué mintiendo como un bellaco—. ¿Por qué lo preguntas?

—Lo digo por lo del otro día… —prosiguió—. Mira que hacerme un truco de magia para metérmela en mitad de un orgasmo, cuando yo no podía decir si quería o no…

—Bueno… —busqué una excusa rápida—. Tú te lo habías pasado bomba, yo también tenía derecho, ¿no?

Se rascó la nariz antes de contestar.

—Ya, pero eso no te justifica. En el salón te había dicho que tu pollón era demasiado grande, que me daba cosa que pudieras hacerme daño.

—¿Acaso te dolió?

—Pues… no… —reconoció—. Pero, ¿me la metiste entera?

—Entera…

—Joder… ¿Tan grande tengo el… ese… para que me quepa tanto dentro?

—Pues ya ves, parece que sí.

—De todas formas, no llegaste a moverte, si lo hubieras hecho, tal vez sí me habría dolido…

—No creo, estabas tan húmeda que se entraba y salía de tu chochito con facilidad.

¡Menuda conversación para una tarde de domingo!, me decía. No solo me alucinaba, sino que elevaba mi erección hasta niveles jamás alcanzados con otra mujer, incluida Paula. No sabía si Ari lo estaba buscando o si ese tipo de temas los trataban así, tan sin pudor, los chavales de hoy.

De todas formas, yo era de los que aprendía con rapidez, y poco a poco me iba sintiendo en mi salsa.

*

—¿Te puedo hacer una pregunta… íntima? —le dije sin pensármelo dos veces, siendo yo el que cambiaba de tercio en esta ocasión. Si había que jugar a su juego, pues adelante.

—Puedes preguntar… Pero no te aseguro que te vaya a responder.

Carraspeé y me lancé a la piscina.

—Debajo de esos mini shorts… ¿llevas braguitas?

Ari abrió los ojos, semi espantada.

—Pues no… pero no me digas que se ve algo.

Se inclinó hacia adelante para mirarse entre los muslos.

—Solo un poco, no mucho… —sonreí guasón—. Por eso te lo he preguntado.

Cuando levantó la mirada, ella también sonreía.

—¿No eres un poco mirón tú?

—Sí… pero solo un poco.

—Ya se te ve… cuarentón y viejo verde, menudo partidazo de tío.

—Y con un buen pollón… —le recordé—. Tú misma lo dijiste.

—Eso sí, mira, te lo tengo que reconocer.

Dudé si darle una vuelta de tuerca a la situación. ¿Por qué no?, me dije. Ir un poco más allá tampoco era tan grave teniendo en cuenta hasta dónde había llegado.

—¿Me dejas que te aparte a un lado la tela del pantaloncito entre los muslos? Es por ver lo que hay debajo —le solté sin parpadear.

Con una sonrisa de oreja a oreja se fingió enfadada.

—¡Serás guarro!

Se tapaba la cara, como si se sintiera avergonzada. Yo estaba seguro de que fingía, que se lo estaba pasando en grande vacilando al viejo profe. Aunque tampoco era necesario, teniendo en cuenta que ya nos habíamos dado unos restregones entre los dos y que nos habíamos visto sin ropa. Aunque, desde su punto de vista, aquello no había sido «sexo, sexo», así que tal vez no me dejara llegar más lejos.

—¿Qué más te da? —insistí—. No voy a ver nada que no haya visto antes, como tú dijiste esta mañana.

—Pues sí que me da… porque después de mirar, querrás tocar.

—Te prometo que no…

—Ya, ¿y quién se lo cree…?

Me puse en cuclillas y la miré de frente entre los muslos.

—Pero, ¿qué haces? —rió ruborizada, y esta vez sí que lo estaba de verdad.

—Mirarte como un viejo verde.

Seguía riendo sin poder parar. Después concedió:

—Bueno, está bien, te dejo mirar, pero tú no apartas la tela, la aparto yo…

—Vale… —acepté sin nada que perder.

Ari se retiró hacía un lado la tela que intentaba cubrir su entrepierna sin conseguirlo. Ante mí apareció su rubio y ralo vello púbico. La vulva mostraba un granate subido, y entre los labios se notaba una humedad que rezumaba desde el interior. Estaba claro: Yo podía estar empalmado, pero ella no estaba menos cachonda.

Sin decir nada, estiré una mano y acaricié suave el valle de su vulva, separando los bordes ligeramente. Ari se mordía el labio en silencio mirándome rozarla.

—No toques… —se quejó.

—No toco, solo es un roce.

—Ya… y una mierda…

—Te lo juro…

—Si serás cabrito…

Pensé que me apartaría la mano, pero cerró los ojos y suspiró. Estaba disfrutando.

—Precioso… —le susurré sin miedo a que me cortara.

—¿De… verdad…? —interrogó—. ¿No lo dices por decir?

—Te lo prometo… ¿No lo has mirado nunca con un espejo, como en las pelis?

—No, nunca…

—Pues deberías…

Me eché hacia atrás y me puse en pie, tirando de una de sus manos para que ella también se levantara.

Cuando estuvo a mi lado, Ari temblaba como una hoja.

—¿Qué vas a hacerme? —me preguntó temerosa.

—Solo quiero que bailemos.

—¿Solo?

—Sí, solo…

—Bueno, si no es más que eso…

La abracé y la llevé al ritmo de una música que existía únicamente en nuestra imaginación. Con las manos le apretaba las nalgas y la atraía contra mi polla, que debía sentirla a la altura del ombligo.

No le debió agradar el contacto en esta ocasión.

—No, para…

—Ssshhh… —le decía yo al oído sin permitirla retroceder.

Seguíamos bailando, ahora mis manos en sus caderas.

—Déjame ver tus tetitas, Ari, me muero por verlas de nuevo.

—Ni de coña… Que ya te estás pasando. Ya las has visto antes en el baño. Eres un guarro, ya lo sabía, tenía que haberle hecho caso a Eva…

—Esta mañana no te quejabas tanto.

—Sí, pero esta mañana estaba engañada… Ahora ya sé lo que eres, me lo ha contado mi amiga.

Joder, iba a tener que mantener unas palabras con Eva. ¿Qué diablos le habría contado?

—¿Y qué te ha dicho tu amiga?

—Que no eres trigo limpio. Que embaucas a las chicas, te las tiras, y luego si te vi no me acuerdo.

—De eso nada, yo no soy así…

—Ya, claro, y yo me lo creo…

No estaba para escuchar monsergas, así que le insistí.

—Bueno, bájate el top y ya hablaremos de lo otro.

Ahora aceptó sin rechistar. Se llevó las manos al pecho y sus impúberes tetas quedaron al aire, al alcance de mis manos. Las sobé hasta hartarme con una de ellas, mientras dirigía el baile con la otra, cada vez más pegados.

Ari trató de empujarme de las caderas para alejarme, pero yo sabía que no aplicaba la suficiente fuerza porque estaba muy cerca de rendirse.

—Ari, mírame…

Alzó la mirada. Sus ojos parecían asustados, como abandonados a su suerte. Con las manos le agarré los dos lados de la cara. Luego posé en sus labios un ligero beso. La chica retiraba la boca al principio, pero enseguida claudicó y se dejó hacer. Tras el primer beso hubo un segundo, algo más lascivo esta vez.

—Déjame… —suspiró con mi lengua entre sus labios.

—No te dejo porque no es lo que quieres… —susurré.

—Y una mierda… ya paso de juegos… —protestó—. Si quieres suspenderme, suspéndeme.

Le abrí los labios con los pulgares y entonces me colé en su boca de lleno. Le ardía como un volcán. Con una mano le amasaba las tetas y con la otra la sujetaba de la nuca para que no se echara hacia atrás.

—Joder que buena estás, Ari… —le susurré dentro de la boca—. Y cómo me pones, putilla…

Tembló al escuchar el apelativo, pero no protestó.

Tras intentar liberarse de mi abrazo al inicio del baile, Ari había bajado los brazos y le colgaban a los lados de sus caderas. Estaba casi rendida. Yo la atacaba moviendo mis caderas en un simulacro de follada de pie, aunque nuestras alturas eran muy diferentes al hallarse ella descalza.

—Ari…

—¿Qué…? —jadeó más que habló.

—Te voy a follar…

—No, de verdad… no me folles, por favor…

Aquel ruego mostraba a las claras que podía hacer con ella lo que quisiera, que ya no podía defenderse. Y me la iba a tirar sí o sí. Era nuestro tercer encuentro y las dos primeras veces la ocasión se había frustrado. Esta tenía que ser la vencida.

—Sí, Ari, te voy a follar… Lo necesito y tú también, no me digas que no…

—No quiero, no quiero… —casi gemía—. Si mi novio se entera me mata…

—Pues no se lo decimos. Te follo y nos lo callamos, será nuestro secreto…

—Mmmm… ooohhh… —decía ella mientras le acariciaba la vulva por debajo de los shorts.

Esta vez no se me escapaba, le iba a partir el coño en dos. Y me lo iba a agradecer cuando comenzara a correrse. Ya me encargaría yo de hacer que lo reconociera.

*

Me equivoqué de pleno.

La rubita hizo un quiebro y de pronto todo cambió. Me había estado engañando. Lo que ocurría un momento atrás había sido puro teatro. Ari no estaba rendida ni había perdido el control. Sin mucho esfuerzo se liberó de mí y me empujó hacia atrás con los brazos en mi pecho.

—Vaya profesor cachondo estás hecho… —se burló—. ¿Crees que todas tus alumnas están locas por ti? ¿Qué puedes follártelas con solo chascar los dedos?

—Serás hija de… —me quejé amargamente. Mi erección estaba a punto de reventar.

—Ssshhh, profe… no digas palabrotas —me cortó y soltó una carcajada.

Se volvió a sentar al borde de la cama con las piernas recogidas. Me miraba con guasa. La observé casi enloquecido por las ganas que la tenía. Si no la follaba esa tarde, iba a estar pajeándome durante años recordando aquella escena con la amargura de una batalla perdida contra una mocosa a medio hacer.

No podía permitirlo, tenía que cambiar de estrategia. En un chispazo de lucidez decidí mi siguiente movimiento. Me situé junto a ella y dejé que mis pantalones cayeran a medio muslo. Lo justo para que mi polla quedara liberada y apuntara hacia su rostro. Había admitido que aquel monstruo de carne dura le gustaba, y era el único arma que me quedaba.

Comencé a pajearme con lentitud. Usaba dos dedos en lugar de toda la mano para no ocultar lo que ella miraba con lujuria. La piel de mi aparato subía y bajaba, cubriendo y descubriendo el glande, hinchado y rojo como la grana.

—Menuda polla la tuya… —dijo sonriendo, sin conseguir disimular su inquietud al verla tan cerca de la cara—. Pero si te crees que me impresiona, quítatelo de la cabeza. Ya se me pasó la tontería y ni borracha me la volvería a meter en la boca.

—Ah, ¿no? —la reté y me acerqué aún más a su cara. Ahora mi polla no distaba ni cinco centímetros de sus labios. El «clic-clic» húmedo resonaba en la habitación.

—Ni de coña… no me hace ni cosquillas —susurró y supe que mentía al verla tragar saliva varias veces seguidas.

Seguí con mi paja, siempre de forma lenta. Si aceleraba el ritmo corría el peligro de correrme demasiado pronto y de pringarle la cara sin querer. No podía permitir tal accidente, a riesgo de espantarla y que me mandara a la mierda.

—Vamos, Ari, reconoce que te la comerías con ganas —la vacilé—. Si ya lo has hecho una vez. ¿Qué más te da?

Volví a dar un paso hacia ella y mi glande rozó sus labios. Ari cerró los ojos, apretando mucho los párpados. Pensé que el asunto iba bien.

Mi polla rozaba sus labios de un lado a otro con la guía experta de mi mano. Pensaba que finalmente los abriría y que podría colarme dentro de su boca.

Pero me volví a equivocar.

Ari apoyó las manos en la cama y haciendo palanca se echó hacia atrás. Se movió con soltura sobre el colchón y terminó en la misma posición, pero con la espalda contra el cabecero de la cama.

—Jo-der… —suspiré defraudado.

*

Me había vencido, tenía que reconocerlo. Una puñetera cría me había vacilado de lo lindo… una vez más. Agaché la cabeza y me recoloqué la ropa. A continuación, sin mirarla ni una sola vez, decidí que era hora de escapar de aquel cuarto. Abrí la puerta y, tras salir, la cerré con suavidad para evitar el portazo que me habría gustado dar.

Tras palparme el bulto entre las piernas, comprendí que no podía presentarme de semejante guisa ante sus padres y mi mujer. Así que me dirigí al baño y me refresqué la cara y los brazos hasta que mi erección se redujo a un tamaño presentable.

Por fin, bajé las escaleras hacia el salón y me uní al grupo de adultos que comentaban simplezas sobre la moda actual de la juventud de hoy. ¡Qué sabrían ellos de los jóvenes!, menudos idiotas.

Fin de fiesta​

Me uní a la conversación y participé de aquellas sesudas opiniones de gente mayor y «autorizada» sobre lo que los jóvenes debían y no debían hacer, decir o pensar.

Paula apenas ocultaba sus bostezos y me miraba de tanto en tanto para empujarme a dar por terminada la quedada. Le di un poco de cuerda a la conversación y, veinte minutos después, decidí que era el momento de dar carpetazo a la tarde.

Me disponía a ello cuando, de repente, me quedé pasmado una vez más: Ari había reaparecido a los pies de la escalera. Caminaba tan silenciosa como un gato y ninguno la habíamos oído bajar.

En esta ocasión Ari no esperó a ser preguntada, sino que comenzó a hablar tan pronto nuestras miradas la apuntaron al unísono.

—Es que… —dijo con voz tímida—. Hay otro problema que no entiendo, y estoy segura de que va a caer en el examen.

Miré a Paula, y ella me devolvió una mirada que podría haber matado a la chiquilla. Luego giré la vista hacia Nacho pidiéndole su opinión. Tampoco parecía muy feliz con los acontecimientos. ¿Estaría mosqueado porque sospechaba algo?, me pregunté.

Al cabo, mi amigo decidió conceder.

—Vale, está bien, pero solo una pregunta más —dijo—. Y que sea la última. Tienes que dejar en paz a tu profesor en su día de descanso. ¿Te importa, Carlos?

—No, claro… —respondí yo, mirando a Paula y volviéndome a encoger de hombros. Mi mujer estaba más que cabreada, pero tampoco se atrevió a meter baza en esta ocasión.

Me puse en pie y por segunda vez seguí a la chavala escaleras arriba.

*

Tras cruzar la puerta y cerrarla por dentro con el pasador, Ari volvió a su anterior posición en la cama, la espalda contra el cabecero.

Se había cruzado de brazos y sonreía burlona. Seguía con su vacile, que parecía entusiasmarla sobremanera. Y el juego recomenzó donde se había quedado minutos antes. Yo dudaba de si jugaba a provocarme y a dejarme al final sin nada o si lo que hacía era para evaluar mi resistencia y mi deseo por ella.

—¿Qué pretendes, Ari? —le dije con malas pulgas—. ¿Quieres aclararte de una vez?

Ella amplió su sonrisa, pero no dijo una palabra.

Y entonces me cansé de sus gilipolleces.

Me dejé caer sobre la cama y gateé hacia su posición. Mientras lo hacía, me desabroché el pantalón y me deshice de él y de los bóxer con los pies. Cuando la tuve a mi alcance, le tiré de las piernas y la acosté todo lo larga que era.

Le acerqué la cara e intenté plantarle un beso en los labios. Ella volvió a esquivarme con un giro de cabeza. Había sido un movimiento leve, sin embargo. Pensé que si volvía a intentarlo, lo conseguiría.

Y no me equivoqué.

*

Le sujeté la cabeza por el cuello y volví a las andadas. Ella se dejó besar, sin abrir la boca en un principio. Finalmente conseguí que lo hiciera y con mi lengua entré en su interior como con un ariete. Ari, por mucho que se resistiera, no podía disimular los jadeos dentro de mi boca, cuando con su lengua se introducía dentro de mí con ansiedad.

Estaba cachonda como una perra y esta vez no la iba a dejar escapar.

Nos comimos mutuamente durante unos minutos, mientras con mi polla al aire percutía contra sus muslos, intentando que su calentura fuera subiendo de grados. Era una estrategia como cualquier otra. Y parecía funcionar. Su aliento ahora quemaba. Sus gemidos iban subiendo de nivel, además, y tenía que afanarme para que no escaparan al exterior, so pena de que los tres del salón la escucharan a pesar de la distancia que había entre nosotros.

—Estás que ardes, hija de tu madre… —le suspiré entre beso y beso.

—Eres un cerdo… Ni se te ocurra tocarme las tetas.

Lo decía más como una invitación que como una advertencia. Y subí una mano para abrazarlas y amasárselas, que era en realidad lo que pretendía. Ari se encogía mientras le pellizcaba los pezones y, peligrosamente, iba abriendo las piernas debajo de mí.

—¿Así es cómo quieres que «no» te las toque?

—Así… así… no… me las… toques… ni se te ocurra…

Llegado el momento, tuve la sensación de que si no daba el siguiente paso, iba a correrme sobre su ropa y todo habría terminado, y eso me gustaba más bien poco. Con un resto de atrevimiento, bajé la mano libre y agarré mi polla. La dirigí entre sus piernas y no tuve que hacer mucho esfuerzo, simplemente apoyarla entre sus labios por la abertura del short y empujar suavemente. Su vagina se la tragó con ansia hasta que mis pelotas rozaron su culo.

—¿Qué… coño… estás haciendo…? —dijo al sentir que le entraba algo extraño en el bajo vientre.

—¿Tú qué crees…? —la vacilé.

—Hijo de puta… me la has metido… —decía con los ojos apretados y arqueando el cuello hacia adelante.

—Sí… ufff… te la he metido, ¿a qué te gusta?

—Y una… mierda… ooohhh… sácala, joder… no… no te muevas… así… joder… no… aaahhh… hostia… hostia… no… sí…

La tenía dentro, me la estaba follando por fin. Ahora era yo quien mandaba.

—Si apenas me muevo… solo un poco para que la sientas…

—Cabronazo… saca ese monstruo de ahí… —susurró sin mucha fuerza y con un suspiro tembloroso.

—Y una mierda… La tienes dentro, Ari… y es lo que querías, si no, no me habrías vuelto a buscar… Mira como entro y salgo… tu coño hierve y está empapado… Mira cómo te follo… adentro… afuera… adentro… afuera…

Me movía lentamente, con metidas profundas y rítmicas.

—Uffff…. —bufaba la chica cuando mi polla tocaba fondo.

—Dime que te gusta… zorrita… —le retaba.

—Y una mierda… —gemía más que hablaba.

Y ya no esperé más, comencé a culearla con locura. Mi polla rozaba la entrepierna de tela de su pantaloncito. Me iba a señalar la piel, pero no me importaba, follarme aquel coñito era un sueño y ahora estaba haciéndolo realidad, mientras su dueña aún fingía no desearlo.

—Me estás follando, profe, me estás follando… qué cabronazo…

—Sí, Ari, te estoy follando… Ya no aguantaba más… No seas mala y abre más las piernas… Así… muy bien… toma…

—Ay... ay... ay… —replicaba ella.

Le levanté las piernas hasta situar sus pies enfundados en los calcetines rosa mirando al techo. Ari, mientras decía que «no», había abrazado mi cuello con sus manos y la espalda se le encorvaba hacia adelante por el calambre de placer que mi instrumento le provocaba entre los muslos.

—Dime Ari, ¿Qué notas? Ahora la tienes toda dentro, ¿la sientes?

—Cabrón… —suspiraba—. Sí… Mmmm… es como si me hubieras metido un autobús… pedazo de cerdo…

Seguía culeándola sin piedad.

—Despacio, despacio… —pedía.

—Vale, tranquila, que te la meto poco a poco, te lo prometo.

Pero pasaba de mi promesa y la embestía subiendo la velocidad hasta que llegué a un empotramiento absoluto. El colchón gruñía con mis embestidas. Ari había dejado de quejarse y bufaba con el ritmo que le marcaba mi mete saca.

—Ahh-ahh-ahh... —gruñía al compás de mis embestidas.

—¿Te folla así tu novio?, ¿eh? ¿Te folla así tu Chovi? —dije jadeante.

—Puto profe… —gemía enfadada consigo misma por dejarse follar—. Joder, no… no… él es más suave… Podrías follar más lento, cerdo, me vas a desfigurar el coño con ese pollón y mi novio se va a dar cuenta… Como se entere, te mato, hijo de p…

Me incorporé un poco, le tomé un pie embutido en el calcetín rosa y me metí varios dedos en la boca, sin dejar de embestirla como un poseso.

Estaba casi a punto. Sabía que a ella tampoco le faltaba mucho, pero quería dilatar el tiempo porque iba a ser difícil llevarme a aquella mocosa al huerto una vez más. En cuanto me corriera, nuestra historia se habría acabado.

—¿Te vas a… correr? —me dijo de pronto, reaccionando.

—Aún no… me falta un poco…

—Pero no llevas condón, pedazo de cerdo… —tenía cara de susto. Y esta vez iba en serio.

—No… pero tranqui, te la saco y me corro en tus tetitas.

—No, espera, para…

—¿Qué…?

—Quiero que te corras dentro. Si no, me voy a quedar a medias.

—Jajaja —me burlé—. ¿No decías que no querías? Menudo putón estás hecha.

—Serás hijo de puta… Calla de una puñetera vez y soluciona el problema, joder…

—¿Y qué hago? —pregunté atolondrado.

—Pues qué vas a hacer, ¿además de viejo eres idiota…? ¡pues ponerte un condón, subnormal…!

Paré las embestidas y le dije compungido:

—No tengo ninguno, ¿tienes tú?

—Joder, profe, eres un capullo… —se quejó. En el rostro como la grana llevaba impresa la señal de un orgasmo inminente, pero contenido—. Espera, aparta…

No entendía como podía mostrar semejante autodominio, hacía unos segundos estaba a punto de correrse como una cerda, la cara contraída por el hormigueo que le subía por el vientre…

Miró en algunos de los cajones de su mesilla y, al no encontrar lo que buscaba, se tiró de los bajos del mini short y se dirigió hacia la puerta.

—¿Dónde vas? —tragué saliva asustado.

—Pues a por condones… —susurró cabreada—. Se me han acabado los míos, voy a buscar en la habitación de mis padres. Como no tengan me voy a cagar en tus…

—¿¡Qué!? —me estremecí—. No jodas… ¡no, espera…!

Pero ya era tarde, Ari había abierto la puerta y se perdía por el pasillo de la primera planta.

Me tapé como pude y asomé la cabeza. Desde el salón llegaban las voces de la conversación de Paula con los padres de la jovencita. Parecía que la charla era fluida, aunque el que más hablaba era Nacho, para variar.

*

No tardó Ari más de un minuto en regresar. Entró en la habitación a la carrera y se arrodilló a mis pies. Tras rasgar con los dientes el sobre color plata, me colocó el condón con maestría.

—Te está muy justo, tu polla es más grande que la de mi padre, pero es lo que hay.

Respiraba agitada, estaba loca por volver a la cama, el orgasmo contenido luchaba por explotar.

Pero a mí me rondaba otra cosa.

—¿Por qué no me la chupas un poco? Lo haces de maravilla.

—Ni de coña, vamos al lío que no tenemos toda la tarde.

Tiró de mí, se puso en la misma posición de antes y ella misma levantó sus piernas hacia el techo.

—Ahora… venga… métemela despacio, que vaya pollón que tienes, profe…

Dirigí la punta de mi polla entre sus labios vaginales y volví a entrar dentro de ella hasta que mis pelotas tocaron la vulva. Y de nuevo comencé a embestirla de forma salvaje.

La cosa iba in crescendo, nuestros gemidos los ahogábamos comiéndonos la boca para evitar ser oídos. El lento, pero creciente orgasmo se avecinaba a toda velocidad.

Cuando Ari comenzó a botar sobre la cama y a mover las piernas de forma descontrolada, yo aún no había llegado al punto de no retorno. La muy putilla lo había alcanzado antes que yo. La sujeté como pude para evitar ruidos sospechosos y la miraba a los ojos, que se le habían quedado en blanco. Con una mano le tapaba la boca para ahogar sus gritos.

—Joder… joder… —gemía entre mis dedos—. Me corro… cabrón… no pares… dame… dame… no pares… joder, fóllame, profe… no pares, joderrr…

Aguanté los largos segundos que duraron sus espasmos y después me dejé llevar. Mi corrida dentro del condón comenzó a fluir con sacudidas de un placer que hacía años que no sentía al echar un polvo.

Ari debió de renacer ante mis acometidas desesperadas y volvió a correrse.

—Joder… síiii… joder…. —gritaba la putilla—. Dame… más… dame… no pares…

Cuando la tormenta pasó, nos quedamos como muertos. Yo encima de ella y ella desmadejada con sus uñas aún clavadas en mis nalgas. Más tardé comprobé que sus arañazos las habían dejado marcadas con líneas rosadas que iba a tener que mantener ocultas a mi esposa si no quería tener lío en casa.

—¡Vaya polvazo! —le susurraba al oído con la respiración agitada—. ¡Ha sido el polvo del siglo!

—El polvo del siglo de tu put… mad… —se quejaba ella, pero en susurros y acariciándome el pelo con una mano y apretando mi polla con la otra.

Era delicioso sentirse así, tan unidos por el placer. Un placer que me había costado conseguir, pero que había merecido la pena el esfuerzo, a tenor de la mirada de paz de Ari, que observaba el techo de forma serena con los ojos semi cerrados aún.

*

EVA

Después de comer con mi madre y las amigas que habían venido a visitarla, me encerré en mi cuarto. Había dado la excusa de tener un examen al día siguiente y eso me permitió liberarme de aquellas pesadas, que no paraban de hacerme la pelota por ser una chica joven y guapa, además de tener las ideas claras sobre lo que quería hacer con mi vida.

En realidad no era así, pero yo explicaba mi vida futura como influencer en las redes sociales y ellas me escuchaban con la baba colgando. «Viejas pelmas y aburridas», me decía mientras les explicaba cómo se conseguían seguidores en ********* o Tiktok.

Tras cerrar mi habitación por dentro, lo que menos hice fue ponerme a estudiar. El tontaina de don Carlos había aceptado aprobarnos sin dar ni chapa, y yo no estaba dispuesta a perder más tiempo con una asignatura a la que odiaba.

Así que, sin mucho más que hacer, me dediqué a stalkear a mis nuevos seguidores de ********* para aceptar a los «normalitos» y bloquear a los pajilleros y pesados de todo tipo.

Tras la limpieza general, me entretuve en grabar un video para Tiktok. No estaba muy inspirada, así que grabé dos minutos de la primera chorrada que se me ocurrió y la colgué sin revisarla demasiado. Total, a diferencia de lo que presumía ante las amigas de mi madre, mis seguidores no llegaban a cinco mil, por lo que decepcionarlos alguna vez con contenido mediocre tampoco era para echarse a llorar.

Cuando empecé a aburrirme sin nada más que hacer, pensé en llamar a Ari. Quizá ella también tendría ganas de salir, ahora que la tarde se nos había quedado libre gracias a nuestro querido profesor.

Cogí el móvil de la mesilla y vi como un pequeño sobre caía al suelo. Me puse en pie de golpe. Lo que había caído era un regalo que Chovi me había encargado que le entregara a su novia por la mañana y que yo había metido en la funda del móvil para no olvidar el recado.

Había estado en casa de Ari casi dos horas pero, con el lío que se había armado con el profesor, lo había olvidado del todo. Y conociendo a mi hermano, me iba a montar una buena bronca. Le quería un montón, pero tenía que reconocer que a veces se comportaba como un pedazo de animal. Tenía que hacérselo llegar a Ari como fuera antes de que Chovi se enterara de mi olvido.

Marqué a toda prisa el móvil de mi amiga y no respondió. Fuera de cobertura. Qué extraño, pensé. Esperé diez minutos y volví a llamarla. Nada. Cada vez más nerviosa le envié varios mensajes de wasap seguidos. Era un truco que utilizábamos para las urgencias. En lugar de un bip-bip de aviso, cinco o seis seguidos significaban «responde rápido, es urgente».

Volví a esperar varios minutos, pero Ari no llegó ni a recibirlos. ¿Tendría el móvil apagado? Durante todo el tiempo que había vigilado su chat, mi amiga había estado fuera de línea, así que empecé a plantearme que quizá se había quedado sin batería y ni se había dado cuenta.

No podía quedarme sin hacer nada. Tenía que pasar a la acción. Cogí el regalo de Chovi —un anillo de baratija, pero muy bonito, y un verso bobo pero romántico— y me lo metí en un bolsillo. Luego salí de la casa avisando a mi madre que volvería pronto.

La casa de Ari estaba a tan solo trescientos metros de la mía, en un recinto privado de chalets de lujo que se podía recorrer caminando sin temor a ser atropellada por algún loco del volante o asaltada por algún violador salido. Saludé con la mano a los guardias de seguridad que pasaban de ronda en su vehículo y estos me devolvieron el saludo. Con uno de ellos había tenido cierta «amistad personal» no hacía mucho y había confianza.

No corrí, pero anduve a paso rápido y en seguida me planté ante la casa de Ari. Me colé por la puerta del jardín, que nunca cerraban durante el día, y luego entré en la vivienda por el ventanal del salón.

Saludé con un «hola» de pasada y solo Laura me devolvió el saludo levantando una mano. Ari y yo entrábamos y salíamos cada una de la casa de la otra de forma continua y sin dar explicaciones, así que a nadie le extrañó que anduviera por allí.

Subí las escaleras a saltitos y me planté ante la puerta de su habitación. Recordaba la reprimenda de don Carlos, que me había echado en cara que no tuviera la deferencia de llamar a las puertas antes de entrar. Pero estaba ante la puerta del dormitorio de mi mejor amiga, ¿qué podría estar mal si pasaba sin avisar? Si no quería que la molestasen, ya se encargaría ella de echar el pestillo de seguridad.

Sin más, empujé la puerta y me quedé mirando al interior.

La imagen que me encontré me dejó tan alucinada que me convertí de inmediato en estatua de sal.

*

CARLOS

De repente, un ruido en la entrada del cuarto nos sorprendió. Volvimos la cabeza al unísono y vimos abrirse la puerta. A punto estaba de saltar de la cama cuando descubrí a una Eva que al vernos se quedó como congelada. Los ojos los tenía abiertos hasta casi salírsele de las órbitas.

Tras unos segundos de pasmo, Eva comenzó a blasfemar.

—¡Mecagüenlaputa! —soltó enfurecida y alucinada—. ¿Pero se puede saber qué hacéis otra vez?

Pero Ari no se arredró esta vez ante la imprecación de su amiga, que más parecía su jefa por el mando que ejercía sobre ella.

—Eva, por tu padre, ¿te importa entrar y cerrar con pestillo? Y calla para que no nos oigan los de abajo, no me jodas…

—Pero… —dije yo aún jadeante, aunque ahora por el susto—. ¿Por qué no está echado el pestillo de la puerta? ¿No estaba cerrada antes?

—¡Y yo qué sé…! —se quejó la rubia.

De pronto recordé que Ari había ido a buscar condones. Estaba claro que al volver estaba tan cachonda que se había olvidado de asegurarla.

Me levanté y comencé a vestirme. Ari no tuvo más que estirarse el minishort, que no había necesitado quitarse para que la follara.

—¿Qué hago con el condón? —pregunté inocente tras quitármelo y hacerle un nudo.

—Dame, ya lo tiro yo… —dijo Ari y, tomándolo de mi mano, lo metió en un cajón de la mesilla.

Eva nos miraba a ambos con ojos de alucinada, yo abrochándome el cinturón, Ari estirando la colcha de la cama, que había quedado totalmente desordenada. El ceño fruncido de la morena anunciaba tormenta. Su posición en jarras era la guinda que culminaba el pastel de su enfado.

—¿Se puede saber qué ha pasado aquí?

Sentí ganas de reír, pero pude controlarlas. Menuda pregunta, ¿es que le quedaban dudas?

—¿No está claro? —me burlé, aunque débilmente—. Pues que Ari se ha puesto cachonda y me la he tenido que follar.

—Serás cabrón… —se quejó Ari tirándome una almohada—. Aquí el único cachondo has sido tú, que si no me abro de piernas me las rompes.

Eva bufaba viéndonos bromear.

—Pero, por dios, Ari… ¿No habíamos hablado de esto? —la acusó su amiga—. ¿Tú te crees que me gusta ver cómo le pones los cuernos a mi hermano?

Ari pareció arrugarse.

—Ha sido sola una vez… —se disculpó—. Y no va a volver a ocurrir, te lo juro…

—Ya, eso se lo cuentas a otra…

La miré un tanto ofuscado y decidí utilizar un ataque como la mejor defensa.

—No te jode la Evita… —le dije de malos modos pero sin alzar la voz—. Me la pones en bandeja y luego, cuando la chica se calienta, le echas la bronca…

—Tú cállate… —replicó airada—. Esto no va contigo.

—Ah, ¿no? —sus palabras me habían cabreado de lo lindo—. ¿Y con quién va? Porque yo solo veo a un tío en esta habitación, aparte de vosotras. Y resulta que este tío es el que va a poneros buenas notas porque le habéis hecho chantaje.

Eva frunció el ceño ante mi ataque, pero no respondió.

—¿No será que estás celosa? —le solté de repente. Que se jodiera, iba a vacilarla igual que a Ari, y si tenía que follármela, me la follaría también. Aunque tendría que ser otro día, Ari me había dejado la próstata vacía para bastantes horas.

La rubia había vuelto al borde de la cama y a su postura favorita, y nos miraba discutir con una sonrisa.

—¿Qué coño dices? —se quejó Eva, ahora sin bajar el volumen—. ¿Yo celosa… de ti…? Eres un cabrón, pero si te crees que soy tan tonta como esta vas dado. A mí no me folla un idiota como tú…

—Ah, ¿no? —el volumen de mi voz también iba en aumento—. ¿Y a ti quien te folla? Porque si no te gusto yo, quizá es por Ari por la que estás celosa… ¿Eres torti, zorrita?

La sangre se le subió a la cara. Se la veía a punto de blasfemar. Pero cuando iba a contestar, dos golpes en la puerta la detuvieron.

La habíamos fastidiado. Los grititos de la discusión debían de haber llegado hasta la planta baja y alguien más educado que Eva —a tenor de los golpes de llamada en lugar de intentar entrar a degüello— había subido a ver qué pasaba.

Tragué saliva y me giré, decidido a salir de la habitación.



La pillada​



Al abrir la puerta me encontré con Nacho. La cerré tras de mí a toda prisa y me hice el despistado, intentando alejarme camino de las escaleras.

—Se acabaron las clases por hoy… —dije tembloroso, pero el me sujetó por un brazo.

Había alargado el cuello intentando ver el interior mientras yo salía de la habitación y no sabía cuánto habría visto.

—¿Qué pasa ahí dentro que se oye tanto griterío? —dijo con malas pulgas.

Continuará...
 
—¿Griterío? —repliqué atragantándome con mi propia saliva.

—Sí, griterío… Y hace unos momentos parecían gemidos, ¿no estarías…?

La tripa empezó a soltárseme. Me estaba literalmente cagando de miedo.

—Venga, Nacho, Nachete, ¿no pensarás…?

—¡Joder…! —su cara se iba enrojeciendo por instantes—. Ahí dentro estáis solos Ari y tú… y cuando paso camino del baño de mi habitación oigo cosas raras… ¿Qué quieres que piense?

Me iba empequeñeciendo por segundos. Aquel día de celebración de la amistad iba a acabar en tragedia. Y Nacho me doblaba en altura y en músculos. La paliza que me iba a dar si se enteraba de que me había tirado a su hija iba a doler.

Y corría el peligro de que lo averiguase porque, además, mi silencio era más que elocuente.

—¿Me vas a decir qué pasaba ahí dentro hace un momento o voy a tener que entrar a preguntarle a Ari?

—No jodas, Nacho… —fue lo único que pude decir.

Mi amigo me hizo un quiebro y, cuando iba a coger la manilla de la puerta, esta se abrió desde dentro.

Cerré los ojos, esperando la primera bofetada. Pero en lugar de ello, una voz dulce detuvo la escena.

—Hola, Nacho, ¿qué tal…?

Aquella voz era la de Eva. Me giré y la vi, su cara enmarcada en la pequeña ranura que había abierto entre la puerta y el marco. Debía de haber estado escuchando nuestra conversación y había decidido intervenir… en mi favor, por suerte. Los botones desabrochados de su blusa y su pelo revuelto insinuaban algo que Nacho empezaba a intuir.

Mi amigo, sobrecogido por la sorpresa y, sin duda excitado, tragó saliva como yo unos segundos antes y balbuceó.

—Ho…hola… Eva… ¿puedo entrar para hablar con Ari?

Si aquel tipo entraba dentro de la habitación, tal vez no picaría el anzuelo y la verdad se destaparía. Fue lo que imaginé que estaría pensando Eva. Y acerté de pleno, porque ella volvió a improvisar.

—Uy, Ari no está aquí, señor director… —le dijo con picardía—. Se fue hace rato al baño y no ha vuelto. Y yo me estaba probando algunas faldas de tu hija… Estoy en braguitas, así que si entras me voy a poner muuuuyyyy colorada…

Los ojos de deseo de Nacho eran más que evidentes. Mi amigo estaba loco por aquella chica, y se le notaba de lejos. Menudo putero el muy cerdo.

—Ahora voy a cerrar, si no te importa, cariño… —concluyó Eva con una caída de ojos dignos de la mejor actriz.

—No… claro, claro…

Cuando la puerta se cerró, mi amigo tiró de mí y me llevó hasta su cuarto casi en volandas. Cuando pensé que me iba a echar la bronca del siglo, Nacho me sorprendió con una salida de las suyas.

—¡Qué cabrón! —soltó con una carcajada—. ¡Te has follado a Eva!

—Eh… yo… —tartamudeé.

—Venga, no me jodas, Carlitos… cabronazo… Te la has follado, pero bien… Menuda cara de gustazo se le nota a la muy zorra… ¡Si serás hijo de…! —hablaba más para sí que para mí—. Tú, el mosquita muerta, ¡te has follado al pibón del colegio! ¡Me cago en tus muelas…! Yo llevo detrás de ella desde que cumplió los veinte la muy puta y llegas tú y te la follas en semanas. Porque esta no es la primera vez, no seas cabrón… que a mí no me engañas… que te la estás tirando desde que llegaste al colegio… no te creas que soy tonto… ¡Hijo de tu madre…!

Y soltó otra carcajada que tuvo que oírse desde todos los rincones de la casa.

—Pero, joder, ¿no dices nada…? —insistió ante mi silencio.

—Bueno… yo… —balbuceé y, respirando profundo, intenté venirme arriba—. Pues sí, tío, me la he follado, lo reconozco…. —mentí de forma descarada—. Esta es la tercera vez… Pero es que no puedo aguantarme, la chavala está tan buena que me vuelve loco. Y ella es un zorrón de cuidado, así que cuando la pillo a solas, pues que me pongo burro y… que se la clavo… ¡Qué le voy a hacer! Soy así de cabronazo…

Mi amigo no paraba de reír. De vez en cuando me daba cachetadas en la espalda, código de ánimo entre machirulos.

—¿Y qué…? —me empujaba a darle explicaciones—. Cuenta, cuenta… ¿Tiene el coño apretadito…? ¿Y de jugoso va bien, no? Si se le ve que es muy puta la cabrona, por mucho que se haga la digna. Venga, dime, lo tiene calentito, ¿no?

—Hirviendo, Nacho, hirviendo… —respondí por no permanecer callado de nuevo.

De pronto se puso serio y cambió de tercio.

—Tienes que ayudarme —dijo con el gesto contraído, haciendo que el susto volviera a mi cuerpo.

Me arrugué más que cuando me descubrió ante la puerta de Ari y me hice el despistado.

*

—¿De qué… cojones hablas…? —farfullé.

—Pues de metérsela, ¿de qué va a ser, cabronazo…? —soltó el sinvergüenza—. Tienes que volver al cuarto de Ari y convencer a Eva de que me deje clavársela. Seguro que si se lo pides tú, me deja follarla como a la zorra que es…

—¿¡Qué!? —mis piernas ya no podían temblar más.

—Pues eso, tío… —insistía, y cuando Nacho insistía era como un ciclón—. Como tienes confianza con ella, le cuentas cualquier cuento y la convences para que se me abra de piernas. Llevo tanto tiempo pajeándome pensando en ella que voy a reventar. Te juro que te lo agradeceré de por vida. Palabra de amigo.

Le miré desconcertado.

—Pero… ¿cómo hago yo eso…? —me quejé—. ¿Qué coños le digo?

—No sé… tú eres el profesor… piensa en algo, yo qué sé… —cavilaba a toda prisa—. Le prometes un sobresaliente en el examen de mañana… O mejor en el final… lo que sea… A esa tía se le da tan mal tu asignatura que por un «sobre» seguro que hasta me regala las bragas. Ah, y le dices que yo follo como los ángeles, que la voy a despatarrar para una temporada de lo a gusto que se va a quedar… Ya sabes, lo que sea, esas cosas de tíos…

Las salidas se me iban cerrando. ¿Cómo iba a convencerle de que se dejara de chorradas? Tenía que decirle algo y por fin tuve una idea.

—Y… ¿Ari…? —como idea era una mierda, reconocía, pero fue lo único que se me ocurrió.

El muy salido, inasequible al desaliento, buscó la forma de esquivar mi excusa.

—Bueno, eso es fácil, la esperas a la puerta del baño y, cuando salga le cuentas otro cuento… Que la llama su madre o lo que se te ocurra… Tú eres un mago de las palabras. Solo el tiempo necesario para que me folle a su amiga aquí, en mi cuarto… No quiero deshacer la cama de mi hija y que se dé cuenta de que he puesto a su amiga con las piernas mirando al techo… jajaja.

¡Pedazo de asqueroso! El muy cerdo estaba convencido de que su plan era infalible. Me pedía que fuera a Eva y le dijera «anda, nena, vete a follar con Nacho que te lo vas a pasar en grande». Luego que fuera a su hija con el cuento de «mamá te llama», sin que la madre supiera de qué iba la vaina. El muy perro estaba tan caliente que ensartaba una gilipollez con otra y se creía lo que decía a pies juntillas.

Y a mí me temblaban cada vez más las canillas, y trataba de buscar salidas dialécticas para sus truculentas ideas.

Pero Nacho era un tío de ideas fijas y difícil de convencer. Mucho más con el calentón que llevaba. Así que cuando me tomó de un brazo y me sacó de la habitación para arrancar su plan, deseé que se me tragara la tierra.

Veía a cámara lenta el recorrido del pasillo que separaba la habitación principal del resto de la casa. Al final del mismo, se giraba hacia la derecha y se enfilaba hacia el corredor donde se encontraba la habitación de Ari. Sudaba como un pollo en el asador cuando nos plantamos ante la puerta del cuarto de la chica.

Recé a todos los santos conocidos. Aquello no podía estar pasando. Pero no había solución, estaba a punto de suceder. Y se iba a liar una gorda. No sé qué le iba a decir a Eva, pero el follón estaba más que asegurado.

Nacho empuñó el pomo de la puerta para abrirla… pero una voz por la espalda le retuvo. Mis oraciones habían sido escuchadas.

—Hola, papá… —Ari caminaba semidesnuda y con los pies descalzos. Lo único que la separaba de mostrarse desnuda por completo era una gran toalla rodeando su cuerpo—. ¿Te importa si paso a mi cuarto?, me estoy cogiendo frío.

Suspiré aliviado. Miré a Nacho que había cambiado el gesto de lujuria por otro de congoja. «Se acabó, hermano», pensé, y esta vez fui yo quien le tomó a él del brazo.

—Gracias, papá… —dijo la rubita cuando aparté a su padre de delante de la puerta de la habitación. Luego se coló dentro, haciendo ruido al correr el pestillo de seguridad para que quedara claro que no admitiría injerencias.

El suspiro que lancé para mis adentros podría haber hecho temblar la casa.

Segundos más tarde, bajábamos las escaleras al unísono, mi brazo sobre sus hombros. No le decía nada, pero con el abrazo lo decía todo. «Tranquilo, hermano, si el Karma está de tu parte, terminarás tirándotela algún día».

Aunque en el fondo estaba seguro de que no lo conseguiría. Eva era mucha Eva. Y aunque las dos chicas parecían una pareja de zorritas, la que se llevaba la palma era Ari. Eva se mostraba como la chica más estrecha del colegio y no había manera de llevarla al huerto, por mucho que pareciera lo contrario.

Asuntos de Daddy​

Al llegar a la planta baja, la mirada que me echó Paula era más que clara: «se hace tarde. Vámonos de aquí antes de que me enfade».

Unos minutos después, tras los parabienes y los abrazos de despedida, mi mujer y yo circulábamos en el Volvo camino de nuestra casa. No habíamos dicho una palabra desde que salimos del chalet de Nacho y Laura.

Hasta que Paula se decidió a hablar.

—¿Qué habéis hecho tanto tiempo en el cuarto de Ari? —dijo con aire de mosqueo—. Subiste para un rato y se os han ido casi dos horas.

Al parecer, no había sido solo Nacho el mosqueado por la tardanza. En este caso, sin embargo, tenía claro desde el inicio cómo escabullirme.

—Joder, no me hables… —puse voz de profesor devoto—. Es que estas chicas tienen el coco cerrado. Para hacerle entender algo hay que dedicarles horas. Y ni así…

—¿Cómo que «chicas»? —resaltó el plural y me miró de reojo—. ¿No estabas solo con Ari?

Ahora no me temblaba la voz como cuando tuve que disculparme ante Nacho.

—No, qué va… Estaban Ari y Eva, las dos… —mentí con seguridad—. Son inseparables, ya te habrán contado… Para lo bueno y, sobre todo, para lo cabezotas…

—¿Eva estaba con vosotros? —Paula frunció el ceño, parecía no creerlo.

—Sí, Eva… La chica ha llegado algo después, pero era la más peleona y la que peor entendía las explicaciones, ¿por qué?

Miraba a Paula por el rabillo del ojo intentando averiguar que se le pasaba por la cabeza.

—No sé… —replicó—. No la hemos visto llegar, al menos yo…

Mi respuesta fue la obvia:

—Bah, ya sabes… esas dos entran y salen de la casa sin dar los buenos días… Y lo mismo cuando Ari va a la casa de Eva… Seguro que se ha colado por el balcón y no ha dicho nada… Ni os habréis enterado.

—Sí, eso dice Laura —reconoció y solté un nuevo suspiro interior, llevaba varios aquella tarde—. Que son como hermanas gemelas… y que se mueven por la casa como fantasmas. Al único que consiguen controlar es a Chovi, el hermano de Eva, y no siempre… Están hartos de oírles follar en el cuarto y no saber ni por dónde ha entrado el chaval…

Solté una carcajada para descargar la tensión e intenté cambiar de tema.

—¿Quién le va a echar un polvito a mi princesa en cuanto lleguemos a casa? —propuse poniendo mi mano en su muslo y rogando para que ese día me pusiera una excusa; llevaba las pelotas vacías y las iba a pasar canutas si ella quería guerra. La edad no perdonaba.

—Mira, cielo… hoy estoy cansada —se disculpó y sonreí para mí. El Karma estaba conmigo—. Pero si tienes ganas te puedo hacer una mamadita… Así dormirás relajado.

Le solté una excusa tonta del tipo «si no disfrutamos los dos, me guardo el cartucho para cuando tengas ganas» y seguí conduciendo soñando con la paja que me iba a caer aquella noche recordando el polvazo que le había echado a la hija de mi mejor amigo. El sinvergüenza de Nacho.

*

El lunes pasó de largo sin mayores novedades.

Lo único reseñable fue que Ari y Eva entregaron sus exámenes en blanco sin ningún pudor. Blasfemando por lo bajo, rellené cuanto pude para justificar la nota prometida. Unos exámenes sin respuestas y con un notable alto podrían llamar la atención de cualquiera que los revisara.

Por la noche Paula seguía sin ganas de sexo. En el baño, mientras me duchaba, cayó la segunda paja del día pensando en Ari y en su coñito caliente. La tercera en realidad, si contábamos la que me había hecho por la mañana durante el recreo en un baño del colegio. Aunque esta se la había dedicado a otra de las amigas de las dos chicas, mintiéndome a mí mismo.

A la mañana siguiente, Paula me sorprendió durante el desayuno.

—El domingo me dejé el pareo en casa de Nacho y de Laura.

—¿Qué?

—Pues eso, hijo, que estás en la inopia —me había pillado pensando en Ari mientras desayunábamos—. Mi pareo, ese que me regaló mi madre y que le costó un ojo de la cara. Lo llevé el domingo para el día de piscina. Así que tenemos que recuperarlo antes de que vayamos a casa de mis padres con un pareo diferente y mi madre se dé cuenta.

—Bueno, no pasa nada, se lo pido a Nacho y que me lo traiga al colegio.

—Nacho está de vacaciones… —dijo mirándome como si fuera tonto—. Se ha cogido unos días que le debían y no vuelve hasta el lunes. Me lo ha dicho Laura. ¿No lo sabías?

—Ni idea…

—Los tíos siempre igual… Todo el día juntos y no os enteráis de nada.

—Oye… —me defendí—. Que yo no estoy todo el día con Nacho. Bastante tengo con aguantar a mis alumnos como para tener que estar detrás de él… Y, vale, si está de vacaciones, pues esperamos al lunes y ya está…

—Ni de coña, no me arriesgo a que se pierda. En esa casa entran jardineros y todo tipo de operarios sin control… Ni de coña dejo yo el pareo para que me lo roben.

—Joder, ¿y qué quieres que haga? —dije y comprobé que ya tenía prevista mi pregunta.

Al parecer, como buena fémina, lo había preparado todo, de modo que yo solo tenía que seguir sus órdenes.

—Es fácil —explicó con tono autoritario—. Lo he hablado con Laura y lo tiene localizado. El día que vayas a ir, por si tienen que salir, lo deja en una tumbona de la piscina. Tu solo tienes que entrar al jardín y cogerlo. No necesitas ni llamar.

—¿Y cómo entro al jardín? —aquello sonaba raro.

—Pues empujando la puerta de fuera. Nacho y Laura solo la cierran por la noche. Durante el día la tienen abierta para que entren y salgan los operarios del jardín, la piscina y todo ese rollo de nuevos ricos.

—Ah, vaya… —tuve que admitir que lo tenían todo pensado. Aun así, no quise darle la razón, necesitaba objetar algo, y así lo hice—. Pues yo hoy no puedo y mañana casi que tampoco…

—Pues el jueves… Ya hablo yo con Laura para que no saque el pareo ni hoy ni mañana…

Y no admitió contrarréplica.

*

El jueves por la tarde salí puntual tras sonar el timbre de final del día. Ari había pasado toda la clase distraída. Despreocupada por no tener problemas para aprobar, no se molestaba en disimular que emitía un directo de Tiktok mientras yo me desgañitaba con el resto de alumnos de ambos sexos.

Lo de Eva había sido incluso más descarado. Aquella tarde ni apareció por el aula. Y no era la primera vez. La muy idiota me lo iba a poner difícil para darle un notable a poco que el claustro de profesores notara sus ausencias durante mis clases. Pedazo de boba, de qué le valía ser la mayor de mis alumnos con sus veintidós añazos. De seguir así la iba a cagar y me iba a arrastrar con ella.

Subí a mi coche y me dirigí hacia la casa de Nacho y Laura. Me había hecho el sueco los dos días anteriores, pero ya no podía dar más largas a mi mujer. Entré en la urbanización del «super chalet» y aparqué en la acera a unos cien metros de la casa.

Me planté ante la puerta del jardín, que se hallaba entornada, y la empujé sin problemas. El vaticinio de mi mujer había sido correcto. La puerta de entrada al recinto estaba abierta y el pareo se veía sobre la espaldera de una de las hamacas junto a la piscina.

Me acerqué hacia ella y cogí la prenda. Mientras lo hacía miré hacia la casa. Imaginaba que no habría nadie en ella, pero descubrí una señal que me hizo pensar lo contrario. El viento había tirado de uno de los visillos y lo había hecho volar por fuera del ventanal del salón, así que estaba claro que se hallaba abierto.

De hecho, me había parecido ver a alguien moverse en el interior, a pesar de que el sol de la tarde convertía al ventanal en un espejo. En efecto, me dije, si la puerta del salón está abierta, por fuerza tiene que haber alguien en casa.

Así que me decidí a saludar.

Soñaba con tomarme un buen copazo del ron añejo de mi amigo Nacho. Ese sería el mejor relajante tras un largo día con los cabeza-dura de mis alumnos, ya fueran chicos o chicas.

*

Según cruzaba el jardín hacia la casa, una sombra volvió a moverse por el fondo del salón. Esta vez, sin embargo, creí apreciar a quien pertenecía.

Y me quedé petrificado.

¡Su puta madre!

Continuará...
 
No podía creer a mis propios ojos. Y me temía que no iba a poder entrar de buenas a primeras a saludar sin meterme en un nuevo lío. Tenía que acercarme con sigilo.

Cuando estuve tras la pared, al borde del ventanal, asomé un ojo y comprobé que no me había equivocado: Una Eva con el uniforme del colegio, la camisa suelta y las tetas al aire, bailaba una danza delante del sillón donde se veía a un hombre que la miraba de frente, de espaldas a mí.

Ese hombre no podía ser otro que… ¡Joder, por supuesto que era Nacho!

El muy cerdo bebía de un vaso de licor con hielo y fumaba un habano mientras miraba al bellezón de Eva, quien se metió las manos bajo la falda y, con femenino vaivén, se despojó de las bragas y se las tiró a mi amigo, acertándole de lleno en la cara.

Nacho lanzó una risotada y, atrapándolas con una mano, las olió con lujuria antes de meterlas en el bolsillo de la camisa. Estaba claro que Eva le estaba haciendo un striptease al muy cerdo… Sin duda había seguido atacando desde la escena del domingo por la tarde en el cuarto de su hija. Y al final se había salido con la suya. Se iba a tirar a Eva, a pesar de mi incredulidad.

Tenía que reconocer que me había quedado impactado. La belleza de Ari era la leche, en todos los sentidos. Pero el sensual encanto de la morena, con su piel tostada y sus formas más hechas, de más mujer, me estaban poniendo cachondo perdido. Joder con el puñetero Nacho, se veía que no había perdido sus habilidades de ligón de nuestra juventud.

Debía de haberse envalentonado al considerar que Eva no era tan inaccesible como él se pensaba. Se había tragado que me la estaba follando y, tras mi trola, se había lanzado hacia ella con toda la caballería. La chica, por lo que podía ver, había entrado al trapo del muy zorro sin cortarse ni un pelo. La muy «digna» de Eva no era más que otro putón desorejado.

Sabía que estaban hablando, oía sus voces. Pero no podía entender y ver al mismo tiempo. O asomaba un ojo o una oreja, pero no ambas cosas a la vez. Así que decidí poner el oído a ver que se decía allí dentro.

—¡Así me gusta mi guarrilla! —decía Nacho y reía a carcajadas—. La putilla de papi se desmelena… jajaja.

—¿Te gusta así, papi? —replicaba ella jugando con la camisa y la falda a un «te lo enseño, me lo tapo»—. ¿Qué te gusta más, mis tetitas con los pezones hinchaditos o mi chochito rasurado?

—Ay, mi amor, de ti me gusta todo… —replicó Nacho enfebrecido—. Pero espera a que me los coma para poder responderte… jajaja.

—¿Y qué más…? —apuró Eva.

—¿Qué más qué…?

—Pues ya sabes… eso…

—Ah, sí… por supuesto, guarrilla… puedes contar con las cuatro entradas para ti y tus amigos en el concierto de esos gilipuertas que tanto te gustan…

—No les llames gilipuertas, papi…

Adivinaba, a pesar de no verlo, el gesto de nena buena de Eva, con el labio inferior hacia afuera. Ahora lo veía claro. La muy zorra se las había dado de estrecha hasta que había aparecido pasta de por medio. O entradas, que para el caso era lo mismo, porque en el colegio se comentaba que estaban totalmente agotadas y que cada una costaba más de trescientos pavos en la reventa.

—Vale, pues no les llamo gilipuertas, si tú no quieres… Pero que sepas que son unos gilipuertas... Jajaja.

Nacho no se conformaba con tenerla comiendo de su mano, necesitaba humillarla. Y estaba seguro de que los más de mil pavos de las entradas no iban a acabar en un simple despelote de la chica.

—Y… de lo otro… ¿qué? —preguntó ella.

—¿Qué de qué…? —se le veía a Nacho disfrutar del placer del vacile.

—Pues de lo otro… papi… que te haces el despistado…

Nacho lanzó una nueva carcajada.

—Ah, sí, lo de los quinientos pavos para las copas… Bueno, vale, pues también para mi sugarbaby… Pero todo a su tiempo… primero ven aquí y hazme eso que me has prometido…

Lo que me había supuesto se confirmaba. Aquel «papi» por aquí, «papi» por allá, venía a cuento de su contrapartida: la «niña sugar». Se habían juntado el hambre con las ganas de comer. Y tal vez la muy zorrita ya tenía otros «papis» o, al menos, los había tenido hasta llegar a Nacho. Menudo putón verbenero la que parecía una estrecha.

Alejé la oreja para aplicar el ojo, teniendo en cuenta que ya no se les oía hablar. Y me encontré con lo que esperaba. Eva se había arrodillado a los pies de Nacho y se la chupaba con dedicación total. Mi amigo la cogía de la melena y movía la cabeza de la chica adelante y atrás soltando berridos de león lujurioso.

—Augggg… joder cómo me pones, jodía guarra…

Aproveché que estaban ocupados para cambiar de posición. Y ahora podía ver y escuchar a la vez.

—¡Pero que puta eres…! —le gritó entusiasmado Nacho—. Yo loco por ti y tú a tan poca distancia. Si no es por mi buen amigo Carlos, no te habría conseguido follar en la vida. Le debo una a ese gilipollas.

El apelativo que me había dedicado me cabreó de lo lindo. No podía hacer mucho, sin embargo, pero algún día se lo iba a devolver con creces al muy cerdo.

—Slurrrpppp… Slurrrpppp… —se oía absorber a la chica mientras el cerdo de mi amigo le follaba la boca elevando las caderas desde el sillón con una saña que daba repelús.

—Dale, putilla, dale… que vas de puta madre… —le espetó el cerdo de Nacho a la chavala.

—No me llames putilla… —pareció quejarse la chica dejando de chupar.

—Vale… —río Nacho—. Pues no te llamo putilla, querida «putilla».

Remarcó la palabra con objeto de humillar. Y a fe que lo consiguió. Eva se echó hacia atrás y le retó con la mirada.

—Como vuelvas a llamarme putilla me largo…

Pero Eva no sabía con quién se jugaba los cuartos. No lo sentí por ella, que se creía muy «empoderada» y no era más que una engreída insustancial, pero tan poco se merecía lo que ocurrió a continuación.

Nacho le arreó una bofetada y luego la tiró del pelo.

«¡Plas!»

—Joder, ¿qué haces? —dijo casi cayendo de culo por el impacto.

—Yo te llamaré putilla y lo que se me ponga en las pelotas, ¿te enteras? —le increpó mientras ella se ponía la mano en la cara magullada—. Si no te gusta te vas con tu puta madre. Y de paso le preguntas si eres hija mía, que no me extrañaría. Porque a todas las zorras de esta urbanización me las he ido tirando una por una. A tu madre la primera.

La expresión de estupor no le desaparecía de la cara a Eva. Pero cuando el cerdo de Nacho le tiró del pelo, la chica agachó la mirada y volvió a chupar sumisa y resignada.

«Chavala domada —me dije—. Puto Nacho de los cojones. Por mi padre que te los cortaba por hijo de puta…».

La escena se demoró unos instantes. Justo hasta que Nacho estuvo a punto de correrse. En ese momento le tiró de nuevo del pelo y se la quitó de encima.

—Espera, espera, guarrilla… —le espetó Nacho—. Deja de mamar que todavía no quiero pintarte la cara de blanco. Chupas que te cagas, pero cada cosa a su tiempo.

A continuación la puso a cuatro patas y, sin quitarle la falda, se la levantó por encima de las caderas y se escupió en las manos.

Se ensalivó la polla que, aun siendo corta en longitud, era gruesa como la de un caballo. Aquello tenía que doler, me dije. Luego ensalivó la entrepierna de Eva y, sin más dilación, le clavó la dura carne de una forma tan brutal que Eva se quejó de dolor.

—Ayyyy…. Joderrr…

—A callar, zorra, mira que te quedas sin concierto… —le replicó Nacho y le arreó un azote en el culo que resonó por toda la casa.

—Jo-der… cabrón…

La tomó de la melena y comenzó a cabalgarla sin piedad, con una rudeza y malas maneras que harían temblar al alma más fuerte.

—Jajaja… toma, putilla… Esto te pasa por zorrón… A ver si aprendes de mi Ari, que solo folla con su novio, no como tú que tienes el coño como la boca del metro. Toma, toma, toma… jódete, puta…

Nacho cabalgaba aquel cuerpo de diosa y la chica se dejaba hacer apretando los dientes. Se había vendido al diablo y lo estaba pagando con creces. De pronto, Nacho elevó la cabeza y miró a un punto frente a él, al tiempo que hacía un comentario que me extrañó.

—¿Qué tal salgo así? —dijo como si fuera un vaquero sobre un potrillo salvaje—. ¿Quedo guapo?

Una voz queda me llegó de fondo.

—De puta madre… Menudo putón la niña… Y tú estás que te sales… Dale fuerte que esta tiene aguante aunque lo disimule…

¡No me jodas! Aquella voz me había resultado conocida. Rodé sobre la hierba y me coloqué en mejor posición. Enseguida descubrí a quien pertenecía la voz y no me había equivocado.

¡Era de Laura, la mujer de Nacho!

Me quedé tan alucinado que apenas podía moverme. Porque Laura no solo había hablado, sino que tenía algo en sus manos que enseguida reconocí. La muy zorra manejaba una cámara de video y grababa todo lo que su marido hacía con la boba de Eva.

¡Estaba filmando la escena! Y disfrutaban tanto el uno como el otro: la mujer grabando y el marido humillando a la jovencita a cambio de un puñado de euros.

La escena me estaba revolviendo el estómago, pero me mantuve inmóvil, más porque no me descubrieran que por ver como acababa la escenita entre los tres.

Cuando el cerdo de Nacho le sacó la polla a la chica y se la acercó a la cara, mientras Laura aproximaba la cámara para tomar un primer plano de la corrida, decidí que era un buen momento para escabullirme sin ser descubierto. La iba a poner fina a la pobre, con aquel instrumento que se gastaba mi amigo, y no me apetecía para nada quedarme a verlo.

Unos segundos más tarde huía del lugar en mi coche a toda pastilla, el pareo de mi mujer tirado por el suelo del asiento delantero.

Aquello había sido demasiado. Una escena que había visto más de una vez en vídeos porno, en directo me había revuelto el estómago. Un regusto amargo me daba vueltas en la boca y amenazaba con hacerme vomitar.

Una charla entre amigos​

Traté de olvidar lo que había visto en aquella casa y con el paso de los días las imágenes se me iban velando en la mente, por suerte. Aquella tarde era de viernes y no me apetecía irme para casa cuando se acabaron las clases. En parte porque sabía que Paula había salido de compras con su madre y que les darían las tantas. Mantener a solas una sesión de Netflix no me parecía el mejor planazo del día.

Entré en la cafetería donde solíamos desayunar y me dirigí hacia la barra. Pedí una cerveza y unos panchitos y, tras el primer trago, vi que en un extremo alguien me hacía señas. Se trataba de Ari, que se hallaba entre el ángulo muerto del final de la barra y una columna, y era difícil de descubrir si no sabías que estaba allí.

Ari hacía señas para que me acercara y, aunque me hice el despistado por unos instantes, al final decidí que no podía dejarla con la palabra en la boca. Me acerqué y me ofreció una banqueta vacía al lado de la suya. La chica se había sentado con las piernas cruzadas y el muslo que mostraba por debajo de la falda tableada era suficiente excusa para empalmarse sin remedio.

Al menos para un viejo verde, como ella me había llamado.

—¿Qué tal, profe? —me dijo a modo de saludo.

—Bien, ¿y tú? —repliqué—. No te he visto hoy por clase.

—¿Para qué…? —sonrió y estuve de acuerdo con ella.

Picamos de mis panchitos al unísono, hablando solo con las miradas. Sus ojos azul oscuro eran como dos ascuas que me quemaban.

—¿Cómo es que estás sola? —le dije para que no me mirara de aquella manera—. ¿Hoy no viene Chovi a recogerte?

—Sí, tenía que haber venido —replicó con la boca llena de panchitos—. Pero me ha llamado para decirme que tardará un rato. Se le ha complicado un trabajo que está haciendo con unos colegas en la universidad.

—Ah, ¿entonces Chovi va a la universidad?

—Sí, el muy capullo es un empollón… Lo mismo que yo… —soltó y comenzó a reír con su risa cristalina.

Me moría por proponerle que volviéramos a vernos. Que repitiéramos lo que habíamos hecho en su casa dos domingos atrás. Pero no me atreví. Por más ganas que la tuviera, era mejor dejarla en paz. Tenía su novio, sus estudios, sus planes de futuro. Si yo tuviera una hija como ella, no me gustaría que llegara un gilipollas como yo a fastidiarle la vida.

—¿Y qué tal Eva? —pregunté para que mis pensamientos se apartaran de Ari.

—No sé —aseguró dudosa—. Hace días que está como despistada. Nos vemos muy poco.

—¿No vas a ir con ella al concierto?

—Ah, sí, el concierto… Pues imagino que sí. Me dijo que había conseguido entradas para nosotros tres y otro amigo, pero no sé nada más. Espero que no sea una trola. ¿Pero por qué sabes tú lo del concierto?

—Oh, por nada… —simulé indiferencia dando un trago a mi botella—. Lo he oído comentar a gente de clase. Dicen que Eva es una suertuda y que está forrada. Hay algunos que también han pillado entradas por lo visto, y están dudando si van a asistir o si las van a revender.

—Sí… —dijo ella con nuevos panchitos entre los dientes—. Por lo que pagan es para pensárselo.

Una idea cruzó por mi cabeza, y pensé que era el momento de soltarla, a pesar de que pisaba terreno minado.

—Oye, Ari… —tragué saliva antes de proseguir—. ¿Sabes si Eva ha hecho alguna vez sexo por… dinero?

—¿Qué…? —preguntó abriendo mucho los ojos.

—Pues eso —le aclaré—. Dinero por dejarse… ya sabes…

—Ostrás, profe… —se la notaba alucinada—. ¿Me estás preguntando si Eva es… puta…?

—Joder, no… ya sé que no lo es… —me atragantaba al hablar—. Me refiero a que…

—Venga, profe, no intentes arreglarlo… —me cortó—. Tú quieres saber si Eva es puta porque en ese caso estarías encantado de tirártela pagando lo que te pidiera, ¿me equivoco?

—Joder, no… no es eso… por supuesto que no…

—¿Entonces…? —Se echó hacia atrás en la banqueta y se recolocó la falda para taparse un muslo que pedía caricias a gritos—. ¿Lo dices porque te lo ha inspirado el viento…?

Y se echó a reír.

—No… —volví a intentar retomar el tema—. No me refiero a puta, puta…

Ari abrió mucho los ojos de nuevo y esperó a que acabara la frase.

—… Sino, no sé… quizá alguien que la patrocine, que la ayude en los estudios… ese tipo de cosas, ya sabes…

—Ah… vale… Te refieres a si es una sugar baby, ¿no?

Moví la cabeza sin afirmar ni denegar.

Pssí… algo así podría ser… sugar como-se-llame, pero no puta… eso no, por favor…

Ari se rascó la coronilla como si cavilara. Luego hizo un comentario que no me sorprendió.

—Pues no lo sé… pero ahora que lo dices, a veces la he visto con un tío mayor… Por lo menos treinta y cinco o más… Así como tú, digamos…

Me estaba llamando viejo y lo recalcaba para que no me quedaran dudas.

—Y el caso es que cuando va con el tío, luego maneja pasta… —explicó reflexiva.

—Ah, vaya… —puse expresión de comprender.

—Pero nunca lo había pensado… —prosiguió—. ¿Tú qué opinas? ¿No te habrás enterado de algo que yo no sepa?

—Pues… —volví a simular indiferencia y mentí descaradamente—. Pues no, no es por nada… pero se me ha ocurrido con el rollo ese de las entradas del concierto.

—Ya…

—Aunque con la pasta que os sacáis en *********, a saber…

—Bah, no te creas… —desmintió—. Hace tiempo que no sacamos un euro. Nos falló lo tuyo y los fans se dan de baja en masa cuando no subes contenido.

—Joder con las redes sociales… —le di la razón.

Ari se me acercó y me puso una mano en la rodilla. Seguía con su cantinela.

—Confiesa, --profe susurró--, tú estás coladito por Eva y te mueres por tirártela. No mientas. Y me vas a pedir que te ayude, ¿me equivoco?

Su sonrisa era de lo más lascivo. Fui a soltar una nueva disculpa, pero ella me cortó en seco.

—No… tranqui… no pasa nada… —dijo—. Si es normal… No tengo ni un solo amigo que no quiera tirársela. Así que no te cortes… Si es eso lo que quieres, tú dímelo y yo hablo con ella para que me diga por cuanto estaría dispuesta a follar contigo. En plan sugar baby, no como puta, por supuesto. Palabra de honor que no se entera nadie más.

Iba a responderle que no se le ocurriera hablar del tema con Eva, cuando saltó de la banqueta.

—Mira, ahí está Chovi. Te dejo, profe, y gracias por la coca-cola…

Y a saltitos felices se alejó y se abrazó a su chico, aplicándole un morreo de los de lengua y saliva. La muy «sinvergüenza» me dejó con la palabra en la boca y con una invitación a su coca-cola de la manera más sutil. Pero no me importó lo más mínimo, Ari era un regalo para los sentidos y los diez minutos de charla con ella valían eso y más.

*

Me quedé en el rincón y pedí otra cerveza. Añadí un sándwich para cenar de paso. Ari y su chico se habían sentado en una mesa del fondo y charlaban y hacían manitas sin parar.

Cuando terminé, pedí la cuenta. Mientras pagaba vi a Chovi salir a la calle con el móvil en la oreja y un cigarro en la mano libre. Me levanté de la banqueta y pensé en pasar por el baño antes de irme para casa. Las tres cervezas que me había tragado pedían salir a gritos.

Cuando iba a entrar en el baño de los hombres, la puerta del de las chicas se abrió de forma repentina. En el hueco apareció Ari con sonrisa pícara. Me encantó verla de nuevo, pero me estremecí al comprender que Chovi estaba a pocos pasos de nosotros.

Sin decir una palabra, Ari tiró de mi brazo y me coló en su baño. Me hizo una seña con un dedo en los labios y luego se arrodilló ante mí, no sin antes asegurar la puerta por dentro. Esta vez no quería sorpresas, al parecer. Me miraba y sonreía con una sonrisa de oreja a oreja.

No podía creer lo que iba a suceder a continuación, pero estaba más que claro.

En unos segundos Ari me había bajado el pantalón y los bóxer y chupaba de mi verga como si le fuera la vida en ello. Lo hacía con su gracia habitual y me miraba fijamente con su mirada burlona. «¿Te lo estás pasando bien, ¿eh, profe?», parecían decir sus ojos sin hablar.

Y yo me apoyaba en la pared y la dejaba hacer sin ponerle una mano encima. Sentía pánico de que la magia se evaporara si la tocaba un solo pelo.

Aquella mamada fue la más corta de la historia. Probablemente no llegué al minuto. Avisé a Ari con gestos desesperados para que se la sacara de la boca, pero ella se la introdujo más adentro.

Me corrí en su garganta sin poderlo remediar. Fue un orgasmo corto, pero intenso. Los nervios de la situación no daban para más.

Enseguida la chica estaba escupiendo sobre el lavabo los restos de mi leche y aclarándose la boca con agua del grifo. Luego se metió un cicle en la boca y volvió a mirarme con la mirada de sorna con que solía hacerlo. Se había vuelto a poner el dedo en los labios pidiendo silencio mientras yo me abrochaba el pantalón.

Iba a salir del baño, cuando se volvió hacia mí.

—Ah, por cierto… —susurró—. El otro día… ya sabes… el del polvo…

Asentí con la cabeza ansioso por oírla terminar.

—Pues eso… que me follaste de maravilla… —rió con las mejillas arreboladas por la vergüenza—. Si no fuera porque tengo novio y le quiero mucho, a lo mejor repetía… quien sabe…

Tuve que toser para no atragantarme y ella me dio un cachete cariñoso en la mejilla.

Sin más, abrió con cuidado y en segundos se había esfumado hacia el exterior. Chovi la esperaba a la salida del baño y tuve que esconderme tras la puerta a toda prisa.

—¿Dónde coño estabas? —le dijo enfadado—. Llevo buscándote un buen rato…

—Joder, hijo, ¿pues dónde voy a estar? —le respondió ella sin ningún remilgo—, pues cambiándome la compresa. Es que los tíos tenéis mucha suerte y no os dais cuenta de que las chicas tenemos necesidades, jobar…

—Al menos no apagues el teléfono, joder…

—Es la batería, cariñín, que se me ha acabado para variar. A ver si me regalas un iPhone de los buenos, porque con mi móvil tan viejo ya ves…

En mi escondite sudaba acojonado. Había estado de un pelo que nos pillara y me había librado de milagro. Resoplé aliviado y volví a encerrarme en el interior.

Cuando me decidí a salir un par de minutos después, ni Ari ni Chovi estaban ya por allí.

Continuará...
 

Mensajes buenos… y malos​

La mañana del lunes sucedió un imprevisto que me dejó helado y con mal sabor de boca. Durante el recreo, Eva se me había acercado y me había llevado hacia un rincón donde nadie pudiera oírnos.

—¿Se puede saber qué coños le ha contado a Ari?

—¿Contado? —me extrañé y no necesité fingir que no entendía de lo que me hablaba.

—Joder, no se haga el tonto, so cerdo…

Me aclaré la garganta y le pedí calma con una mano en el brazo para que bajara el tono. No podía tolerar que una alumna me hablara de aquella manera. Pero mucho menos podía dejar que otros la escucharan cuando lo hacía.

—A ver, Eva, no sé de qué estás hablando… —le dije como se le habla a un niño enrabietado—. Pero si me lo cuentas seguro que tiene una explicación…

Aspiró profundo y bajó el tono, pero no el contenido de su acusación.

—Le ha dicho a Ari que soy puta y que follo por dinero…

—¿¡Qué…!?

Joder, Ari había cumplido su promesa y, creyendo que estaba loco por tirarme a Eva, le había ido con el cuento de nuestra conversación en el bar.

—Pues eso, que soy una zorra y que me dejo follar por pasta…

Traté de sofocar la fuga de sangre que manaba de la herida abierta entre los dos. ¿Qué otra cosa podía hacer?

—No, Eva, yo no le he dicho eso a Ari… Quizá me haya entendido mal…

Pero volvió a sus ataques.

—¿Y entonces qué le ha dicho para que me pregunte cuanto le cobraría por dejarme follar…? ¡Es usted un cerdo, que lo sepa!

No sabía cómo responder a aquello, quizá era buena idea sincerarse.

—Mira, Eva, no te enfades… Ya sabes que yo, como profesor, puedo entenderos a los chicos y chicas de tu generación… —iba improvisando y ella esperaba impaciente el final de mi discurso—. Ari y yo estábamos hablando del tema de las «sugar baby»…

La cara se le puso colorada como un tomate. Había metido el dedo en la llaga. Yo lo sabía, pero ella no sabía que yo lo sabía.

—… Que si esto, que si lo otro… pues no sé, salió tu nombre… Pero no por nada especial, te lo prometo —seguí con mi tono conciliador—. Además, le aseguré a Ari que una «sugar baby» no es una prostituta, que ella no lo tenía tan claro… igual que hacer una mamada no es sexo, sexo… Vosotras mismas lo dijisteis. Y yo estoy de acuerdo…

Me miraba con cara de no estar creyéndose nada.

—¿Y entonces, qué pasa? ¿Es que usted quiere que yo sea su «sugar baby»?

Joder, me estaba metiendo en un jardín de mil demonios. A ver cómo conseguía salir de él.

—Oh, no… por supuesto que no… —tartamudeé—. Era una suposición… Solo le decía a Ari que si alguna vez querías ser una «sugar baby», que no me parecería tan raro… Que lo que hagas con tu cuerpo es cosa tuya…

Eva se iba calmando, y yo comenzaba a respirar aliviado.

—¿Y por qué me poníais a mí como ejemplo y no a ella?

Tragué saliva. A ver qué respondía a aquello.

—Pues… no sé… tal vez porque ella tiene novio… vete a saber…

Eva me apuntó con un dedo.

—Pues entérese que ni por todo el oro del mundo me acostaría con usted, ¿me oye? Y esto no se queda aquí, que lo sepa…

Parecía que la chica volvía a enfurruñarse y yo volvía a temblar.

—Joder, Eva, no me hagas esto… —me había conseguido acojonar del todo. Había jugado con fuego y estaba a punto de quemarme—. Te juro que te subo la nota otro punto y que hablo con el de la clase de «Materiales» para que te apruebe, aunque sea con un cinco pelón. Es la única que te queda para aprobar todo en los finales.

—¿«Materiales»? —preguntó pensativa.

—Te lo juro…

—Pues vale, pero que no se vuelva a repetir…

—Hecho… pero no te enfades… —dije antes de que se diera la vuelta y se alejara.

Suspiré aliviado y la vi acercarse hacia su grupo de amigas. Daba saltitos de felicidad, me había vuelto a manipular, y de paso podía contar con aprobar todo el curso.

Por mi parte, me acababa de librar de otro lío por los pelos. A ver cómo me las apañaba ahora con Rubén, el profesor de Materiales. Aunque sabiendo lo viejo verde que era el tipo, se me ocurrían un par de trucos para convencerle.

Si lo sabría yo…

*

Aquella misma noche, Paula y yo mirábamos el móvil en la cama, cada uno en su lado. Yo había leído las noticias, había revisado el correo personal —todo spam— y estaba a punto de abrir Tiktok para reírme un rato con los vídeos de gatos que tanto me divertían.

Justo en ese momento entró el primer mensaje de wasap.

DESCONOCIDO: Hola, profe…

Me quedé en suspenso. ¿Quién sería aquel desconocido que me hablaba con tanta confianza?

CARLOS: Quién eres?

DESCONOCIDO: Adivina, adivinanza…

CARLOS: Venga, déjate de bromas que no son horas.

DESCONOCIDO: Y si te digo que soy una chica muy guapa y rubita y que te hace cositas en los bares?

Joder, no podía ser otra que Ari. ¿Pero cómo había conseguido mi número de móvil?

CARLOS: Ari???

DESCONOCIDO: Jajaja… y quien creías, Elsa Pataki?

Salí de wasap y actualicé la agenda para que la palabra «desconocido» saliera de mi pantalla. Solo con verla ya asustaba. Luego volví a la app de mensajería.

CARLOS: Se puede saber quién te ha dado mi número?

ARI: A ver si adivinas de nuevo… Es un chico alto, moreno, de muy buen ver para su edad…

Estaba claro, la jodida niña lo había sacado del móvil de su padre.

CARLOS: Venga, Ari, déjate de juegos. Son las doce de la noche. Mañana tienes clase a primera. Y no vas bien en esa asignatura.

ARI: Bah, el profe de esa asignatura es un tío. Si le hago un juego de manos como te hice a ti, seguro que me pone matrícula…

Me fastidió el comentario. Saber que Ari podría utilizar su cuerpo como arma, y no porque yo le hubiera gustado al menos un poco, me producía un ataque de cuernos que se me hacía insoportable.

CARLOS: Eso no lo digas ni en broma.

ARI: Jajaja… Te has puesto celoso?

Me había pillado infraganti. La mocosa era más lista de lo que parecía. Y más atrevida, a pesar de que aseguraba que quería a su novio por encima de todo.

Miré a Paula que observaba fijamente su móvil. Por un momento tuve miedo de que me viera chatear con alguien a esa hora y me preguntara. Pero no me pareció probable. Ella también chateaba con alguien, por lo que pude despreocuparme.

CARLOS: No, no estoy celoso…

Mentía descaradamente.

CARLOS: Pero no son horas. Sal de línea y mañana hablamos.

ARI: Anda, no seas malo… dime algo bonito antes de cortar.

CARLOS: Joder, Ari, que te digo que no son horas.

ARI: Pues hasta que no me digas algo bonito no cuelgo el chat. Si quieres cortar, lo haces tú.

Fingí rendirme. Tenía que acabar aquella conversación.

CARLOS: Vale, te diré algo bonito: eres muy guapa y tienes un tipo estupendo.

ARI: Jajaja… que soso ha quedado eso. Como se nota que eres cuarentón.

CARLOS: Oye, oye, que no soy cuarentón. Acabo de cumplir los cuarenta nada más.

Era mentira, pero confiaba en que ella no lo supiera.

CARLOS: Además, tú como lo dirías, so lista?

ARI: Pues lo diría en plan: Estás que te rompes de buena y tu body me pone muy burro… jajaja…

No pude evitar la risa y se lo transcribí en varios emoticonos.

CARLOS: Jajaja…

ARI: Vaya, te has reído por fin.

CARLOS: Bueno, pues ya está dicho, ahora a dormir…

ARI: Espera, espera… que ahora me toca a mí.

CARLOS: Cómo que a ti?

ARI: Pues eso, que tengo que decirte algo bonito… A ver, déjame pensar.

Tardó unos segundos en volver a escribir. Y cuando lo hizo me sacó los colores sin poder remediarlo.

ARI: En plan: tienes una polla que te mueres y follas de puta madre… Qué te parece?

Mi erección no tardó en aparecer. Mi polla palpitaba literalmente. Metí una mano bajo el pijama mirando de reojo a Paula y seguí tecleando solo con la otra mientras me tocaba con sumo cuidado para que mi mujer no se diera cuenta.

ARI: No dices nada? No te ha gustado?

Entonces decidí ir más lejos. La chica me había puesto cachondo y no podía dejarla escapar así como así. «Rectificar es de sabios», me dije.

CARLOS: Es que estoy pensando una cosa…

ARI: Qué cosa?

CARLOS: Pues que no tengo ni idea de con quien estoy hablando.

ARI: Ah, no? Y con cuantas tías buenas has follado en los últimos días? Tu mujer no vale, está un poco pasada. Si yo no fuera Ari, cómo sabría que nos hemos enrollado?

Le di un giro a la tuerca a ver si conseguía algo.

CARLOS: Podrías ser Eva, ella también lo sabe.

ARI: Serás cerdo, no me jodas que te la has tirado? Tú capaz y ninguno me lo cuenta… Cuánto te ha cobrado al final la muy zorra?

CARLOS: Que no, Ari, que no voy por ahí. Con Eva no ha pasado nada ni va a pasar. Yo hablo de ti, que puedes ser ella y estarme vacilando. Aunque hay una forma de saber si eres tú o no con total seguridad…

ARI: Ah, sí, y cuál?

CARLOS: Enviándome una foto.

ARI: Menudo cerdo estás tú hecho… Seguro que te la quieres cascar a mi costa… jajaja.

CARLOS: Bueno, pues hasta nunca, «desconocida».

ARI: Espera, espera…

Un breve paréntesis y enseguida:

ARI: «Imagen»

En una fracción de segundo, la foto de Ari apareció en mi móvil. Venía con sorpresa: La chica se había subido la camiseta y me enseñaba las tetas. A cambio, la cara estaba cubierta y no se la podía identificar. Sabía que era ella de sobra, pero me daba la oportunidad de seguir con el juego.

CARLOS: No me vale esta foto. Las tetas estupendas, pero fotos así las hay en Internet a montones. Yo quiero una en la que se te vea la cara.

ARI: De eso nada, primero tú.

CARLOS: Yo?

ARI: Tú, sí… Y que se te vea algo…

Miré a Paula. Seguía chateando con quien fuera. Se la veía muy concentrada, así que no me corté e hice una foto del bulto de mi pantalón por encima de la sábana. Luego se la envié a Ari.

CARLOS: «Imagen»

CARLOS: Qué te parece?

ARI: Una mierda, aquí solo se ve sombra, pero no se ve nada jugoso.

CARLOS: Pues si quieres algo más, te quiero ver enterita.

La siguiente foto tardó unos segundos en llegar. Ari estaba de pie ante un espejo, totalmente desnuda.

ARI: Te toca… jajaja.

*

Sabía que lo que hacíamos Ari y yo se llamaba Sexting, pero nunca lo había probado. Ahora comprendía lo morboso que podía ser. El único problema era que no podía llegar muy lejos, con Paula a un metro y pico de mí. Por suerte nuestra cama era de dos por dos, si no ya habría sospechado algo.

Volví a mirarla y me di cuenta de que fruncía el ceño. Algo de lo que estaba hablando por el chat no le estaba gustando.

—¿Todo bien? —le dije por ver si averiguaba la causa de su mala cara.

—Sí, todo bien… —replicó sin mirarme.

—¿Con quién chateas?

—Trabajo, ya sabes… ¿Y tú?

—Sí, lo mismo, puto trabajo… —aseguré.

—Pues eso, que los cabrones no descansan en ningún momento.

—Ya te digo… Bueno, me voy al baño, que lo mío va para rato. A ver si descargo mientras tanto.

—Vale, yo corto enseguida…

Una vez en el baño, lo primero que hice fue bajarme los pantalones y sacarme una fotografía que envié de inmediato a Ari.

CARLOS: «Imagen»

La chica tardó en reaccionar a mi mensaje.

ARI: Vaya mierda de polla me mandas. El otro día la tenías más dura.

Vaya, a la señorita no le gustaba mi aparato, no te fastidia. Hice lo que haría un buen político: echarle la culpa a ella.

CARLOS: Eso es porque lo que tú me mandas no me la pone.

ARI: Y qué quieres? Que me haga un dedo y que te lo pase?

Me gustó la propuesta.

CARLOS: Muy buena idea…

Esperé unos instantes y entonces llegó su siguiente mensaje. Esta vez no era una foto, sino un video corto en el que se la veía pajearse con una mano. De fondo se veía claramente su cara, esta vez no se escondía.

ARI: Ahora tú… Y la quiero bien dura…

Me la meneé mirando su grabación y enseguida la tuve como a ella parecía gustarle. Grabé un vídeo de diez segundos y se lo envié.

CARLOS: Y ahora?

ARI: Ahora genial… Creo que puedo correrme si me pajeo con esta visión.

Entonces se me ocurrió una idea mejor.

CARLOS: Y si hacemos una video call?

ARI: Jajaja… Qué quieres, que nos la casquemos a la vez?

CARLOS: Por qué no, debe de ser la hostia! Tú lo has hecho alguna vez?

ARI: Joder, claro, pero con mi novio, no con un desconocido que seguro que saca capturas de pantalla y luego las vende.

CARLOS: Imposible. Si saco capturas y las paso al que echan a la puta calle es a mí.

Ari salió de línea unos segundos. Temí haberla perdido por ir demasiado lejos. Pero me equivocaba, porque enseguida entró su video llamada.

—Hola, profe, ¿dispuesto a pajearte en vivo y en directo?

—Yo sí —respondí—. ¿Y tú, dispuesta a hacerte el mejor dedo de tu vida?

—No creo que sea el mejor, pero con que sea aceptable me conformo.

—Pues vamos a ello…

—Sí, vamos…

Nos pajeamos al unísono durante unos minutos. De vez en cuando alguno de los dos decía una guarrada y el otro le correspondía con algo más fuerte.

—Pero qué pollón tienes, profe… —decía Ari—, ¡cómo me pones!

—Pues tu almeja no es para menos. A ver, ábretela para que la vea.

Entre bobadas y risas nos fuimos viniendo arriba hasta que llegó el momento culmen.

—A ver, profe, estoy que ya no aguanto. ¿Te queda mucho? Porque si me toco un poco más me voy a correr sin poder evitarlo.

—¿Me puedes dar un par de segundos?

—Sí, pero date prisa, porfa… que no puedo más…

Me la meneé tan rápido como pude hasta que ya no había vuelta atrás. Se lo hice saber a Ari con un gruñido.

—Me voy… joder… me voy…

—Y yo… vamos… profe… a la vez…

Y los dos nos corrimos como bestias. El orgasmo no fue para tirar cohetes, pero la experiencia había sido más que excitante. Oía a Ari respirar agitada al otro lado de la línea, con los dedos húmedos pero con el resto de su cuerpo limpio. Yo, en cambio, había regado mi vientre con semen caliente y pegajoso.

—Buena corrida, ¿eh, profe?

—De puta madre… —le respondí—. Pero ahora sí que toca dormir. Venga, vamos a cortar.

Era el momento de tomar el control y recobrar la cordura.

—Y que sepas que esto no puede volver a ocurrir —añadí.

—Vale, profe, tranqui, que ha sido solo por casualidad. Te prometo que nunca más…

—Vale, Ari, hasta mañana. Y no se te ocurra mirarme y reírte en clase, que tus colegas enseguida pillan las indirectas.

—Jajaja… te lo prometo.

La videollamada terminó y me quedé mirando el móvil. Le había dicho que lo que había pasado esa noche no podía volver a ocurrir, y no lo había dicho en vano. El riesgo de que aquello se convirtiera en un serio problema era más que evidente.

Tenía que tomar una decisión y lo hice sin pensar. Apreté el icono del número de Ari en la agenda telefónica y pulsé la tecla «bloquear». Repetí la operación dentro de wasap y en pocos segundos Ari era historia.

Al menos ciber-historia.

*

Volví a la cama después de limpiar los destrozos de la corrida. Justo salía del cuarto de baño de la habitación cuando Paula doblaba la cabeza y el móvil se le caía de la mano. Se había quedado dormida mientras miraba el aparato.

Me acerqué hacia ella y cogí el iPhone. Era el momento de dejarlo en su mesilla y taparla para que siguiera durmiendo.

Pero entonces descubrí algo que no esperaba.

Y un latigazo de pánico me recorrió el estómago.

En la pantalla se veían varios mensajes de wasap en blanco. Al estar bloqueado el aparato, el mensaje no se podía leer. Pero sí, sin embargo, se podía observar el nombre del remitente de los mensajes:

NACHO DE LAURA: «Privado. Desbloquee el sistema para leer el mensaje»

NACHO DE LAURA: «Privado. Desbloquee el sistema para leer el mensaje»

NACHO DE LAURA: «Privado. Desbloquee el sistema para leer el mensaje»

Miraba el móvil con ojos incrédulos y alucinados.

Paula había estado chateando con el cerdo de Nacho mientras yo lo hacía con su hija.

¿De qué cojones tenían que hablar aquellos dos? Mi mujer había protestado lo indecible porque no quería acudir a la casa de mi amigo. Afirmaba odiar a aquel tipejo que se había intentado aprovechar de ella.

Entonces, si tanto le odiaba, ¿Por qué coños chateaba con él?

Por suerte o por desgracia, no iba a tardar en saberlo.

Continuará...
 
Mira que todos los personajes tienen lo suyo, pero los peores son Nacho y Laura que no quiero ni imaginarme las perversiones que hacen con Eva y seguramente con más alumnos y Eva, que es una calientapollas de cuidado.
Mi tocayo haría bien en alejarse con o sin Paula, otra que también es poco recomendable.
 

¿Es mejor no saber?​

Pasé la noche sin dormir un solo instante. Me preguntaba una y otra vez qué habrían hablado entre ellos. Nacho había presumido ante Eva de haberse tirado a todas las mujeres decentes del vecindario. Y yo le creía muy capaz de haberlo hecho.

El problema es que Nacho y Laura habían sido vecinos nuestros durante bastante tiempo, antes de que Nacho empezara a prosperar y se mudara al chalet de la zona pija.

¿Qué coño había entre ellos? ¿O todo era fruto de mi imaginación?

No lo parecía, sin embargo, al menos los mensajes eran reales. Y la conversación entre ellos había durado mucho tiempo. Al menos el mismo que la de Ari conmigo.

Necesitaba leer la conversación completa. El único problema era que para hacerlo tendría que violar la privacidad de Paula. Y eso suponiendo que consiguiera hackearle su móvil, ya que las claves las guardábamos celosamente y ninguno conocía la del otro.

El martes amaneció sin que hubiera llegado a una conclusión. Lo único que se me ocurría era hablar francamente con mi mujer, aunque era una idea que no me convencía del todo. Si notaba que me ocultaba algo, íbamos a tener una bronca monumental. Y yo la amaba como el primer día, no quería que nuestra historia acabara por culpa de aquel hijo de su madre.

*

Los días fueron pasando y pronto llegó el sábado. Durante la semana fui buscando la manera de no cruzarme con Nacho. No sabía que le diría en caso de que se empeñase en que desayunáramos juntos, mirándole a los ojos y pensando en los mensajes que había intercambiado con mi mujer. Me temía a mí mismo, corría el riesgo de no poder contenerme y acabar a bofetadas con él.

Aquel sábado, sin embargo, amaneció tranquilo en nuestra casa. Era el día de la semana que solíamos dedicarnos Paula y yo en exclusiva, siempre que podíamos. Así que me levanté temprano y me fui a comprar churros y chocolate para desayunar en familia.

Mientras saboreábamos los churros, multitud de preguntas se me iban agolpando en la cabeza, sin conseguir darles rienda suelta. Tenía que decir algo al respecto del chat con Nacho, pero no tenía ni idea de por dónde empezar. Así que, a la espera de la ocasión oportuna, me conformaba con hablar de las típicas bobadas sobre el «plan del día», el «pronóstico del tiempo» y otras obviedades parecidas.

Al final, fue ella la que encontró un tema de conversación más profundo.

—El curso escolar no tardará en terminar.

—Sí, ya queda poco… —confirmé.

—¿No tienes ganas de coger las vacaciones?

—Ufff, vaya si tengo. ¿y tú?

—Bueno, a mí me queda algo más… hasta agosto no me tocan, ya sabes. Los profesores tenéis suerte… ¡dos meses de vacaciones pagadas, quién pudiera…!

Sabía que quería decirme algo, pero no terminaba de soltarlo. Tuve que animarla a hablar para que entrara en el tema.

—Venga, Paula, que nos conocemos… ¿En qué estás pensando?

Respiró profundo antes de responder.

—Verás… he pensado que quizá… —comenzó Paula—. No sé… es una idea… no te enfades…

La miré esperando que se arrancara con la parte sustancial. No me esperaba nada bueno.

—…Pues he pensado que tal vez podríamos irnos a la casa de Málaga en cuanto termine el curso… Yo podría trabajar en la delegación sur de la empresa y tú podrías pasar el verano buscando trabajo en lo tuyo de verdad…

—¿Cómo…? —dije y no fingía la sorpresa. En verdad me había quedado pasmado.

—Pues eso… Que podríamos volvernos a Málaga. Allí vivimos mejor, ya lo sabes. Poco a poco, eso sí… sin agobios…

La miré sin creer lo que escuchaba.

—Joder, Paula, no tenía ni idea de que tuvieras tantas ganas de volverte para allá. En tu empresa se van a pensar que estás loca, pidiendo traslados de Málaga a Madrid y viceversa cada pocos meses.

—Pues ya ves… Vivir en Madrid ya no es lo que era. Y la vida en el sur es más tranquila… Aparte de que allí tenemos amigos, y en Madrid ya no nos quedan ni conocidos…

—Eso sí… —tuve que reconocer.

La conversación se alargó durante una hora. Notaba la pasión con la que mi mujer insistía para que nos volviéramos a Málaga. A mí no me desagradaba del todo la idea, la atmósfera de aquella ciudad era adictiva, pero las oportunidades laborales en mi profesión eran menores que en la capital. Por otro lado, tampoco es que en Madrid hubiera tenido muchas oportunidades hasta el momento. Apenas un par de entrevistas sin ningún resultado.

Finalmente lo dejamos en tablas, prometiéndonos que lo pensaríamos por separado y volveríamos a hablar del asunto en unos días.

No tenía ni idea entonces de que aquella conversación era tan solo la punta de un iceberg que iba a dejarme congelado en pocas horas.

*

El domingo por la noche, Paula se acostó temprano. Tenía que madrugar al día siguiente y se encontraba cansada del trajín del fin de semana. Yo, sin embargo, me quedé en el salón para ver terminar una película que habíamos empezado juntos y que me había enganchado. Los lunes no tenía clase hasta bien entrada la mañana y me podía permitir el lujo de trasnochar.

Serían sobre las once y media cuando entró la primera llamada. Mi móvil se hallaba en silencio para no molestar a Paula con los potenciales pitidos del aparato y solo el parpadeo luminoso me avisó de que alguien estaba intentando contactarme.

Miré la pantalla y el que llamaba era Nacho. «Joder, vaya horas… —me dije—. ¿Qué coños querrá? Que se vaya a la mierda, ya hablaremos mañana».

Pasé de él. No me apetecía interrumpir la película que estaba llegando a un fin apoteósico y que me tenía en ascuas.

No habían pasado ni cinco minutos cuando entró la segunda llamada.

Me enfurecí. Tentado estuve de bloquear su número para que dejara de molestar. Lo dejé pasar, sin embargo, no quería decidir algo así en caliente, y puse el móvil boca abajo para que no me molestara la luz de la pantalla.

La tercera llamada llegó tres minutos más tarde.

Y entonces perdí los nervios. Cogí el aparato y a punto estuve de lanzarlo por la ventana, que en esos momentos se encontraba abierta. Pude contenerme a tiempo y decidí apagarlo, de esa manera no lo destrozaría por culpa de aquel gilipollas.

Pulsé el botón de apagado e iba a confirmar la acción, pero antes de hacerlo entró el primer mensaje de wasap. Sobre la pantalla de inicio pude ver aparecer los primeros mensajes de una conversación que me iba a dejar tiritando.

NACHO: Te has follado a mi Ari, hijo de la gran puta!!!!

NACHO: No te escondas, al menos da la cara, cacho cabrón!!!!

El móvil se me cayó de las manos y rodó por el suelo. Lo miraba desde la altura aterrorizado, temía quemarme si lo recogía.

¿Quién cojones le habría ido con el cuento a Nacho sobre mi aventura con su hija? ¿Habría sido la misma Ari? Sabía que si se enteraba se iba a armar una buena, pero los gritos que daba por escrito eran mucho peor que lo que había imaginado.

Al cabo opté por responder, mejor eso que esperar a que se presentara en la puerta de casa gritando como un poseso y dando un espectáculo ante los vecinos.

CARLOS: Por dios, pero qué dices? Eso es falso… Quién coño te ha contado esa gilipollez??

La respuesta era obvia, aunque hasta ese momento ni se me había ocurrido.

NACHO: Me lo ha dicho Eva, cabronazo, no lo niegues… El domingo que me contaste la milonga de que te la habías tirado a ella, era a mi hija a quien te habías follado, mal amigo, cacho cabrón!!!

En realidad yo no le había contado nada, había sido él el que se había hecho la idea equivocada al presentarse la morena en la puerta de la habitación. El resto de la película era cosa suya, no mía, pero no podía decirle eso.

CARLOS: Y te crees lo que dice una zorrita como Eva en lugar de creerme a mí???

NACHO: No me jodas, Carlos, al menos sé un hombre y admítelo. Cuando te coja te voy a matar, y da gracias que no se lo vamos a contar a Chovi, si no él te rajaría de arriba abajo y te echaría a los perros. Pedazo de cerdo cabrón!!!

CARLOS: Espera, Nacho, escúchame, coño…

NACHO: Y una mierda, no quiero oír tus gilipolleces, cerdo!!! Y ni se te ocurra volver por el colegio o te tiro por la ventana!!! Ya te llegará el finiquito por correo!!!

Me estaba acojonando de lo lindo. Sin embargo, al mismo tiempo, me iba cabreando a toda velocidad. Nacho, el machirulo que había intentado aprovecharse de Paula, me insultaba como si yo fuera un depravado. Sin contar con lo que le había visto hacer a la boba de Eva por unas miserables entradas a un concierto.

La sangre se me fue subiendo a la cabeza y, aunque me había hecho el propósito de no meter a mi mujer en la conversación, al final no pude contenerme.

CARLOS: Me llamas cerdo a mí, pedazo de cabrón??? A mí??? El cerdo lo eres tú, que lo sepas, y el mal amigo también!!!

NACHO: Qué coños dices…???

Se le notaba fuera de juego, era el momento de atacar.

CARLOS: Soy yo el que debería haberte estrangulado cuando Paula me contó lo que intentaste hacerle en la discoteca la última noche que salimos juntos las dos parejas!!!

NACHO: No sé de qué me hablas, estás borracho o qué?

Había dejado de poner signos de interrogación a pares, eso anunciaba que recogía velas. O eso creía yo, idiota de mí.

CARLOS: No, no estoy borracho, cabronazo!!! Aquella noche en el baño intentaste aprovecharte de mi mujer!!! Y menos mal que llegó la tuya para evitarlo, si no hubieras sido capaz de cualquier cosa… Pedazo de cabrón!!!

NACHO: No me jodas!!!

No entendí la respuesta, de modo que volví a la carga.

CARLOS: Sí, pedazo de cerdo. La pobre se quedó traumatizada por tu culpa y al día siguiente comenzó a hacer los planes para irnos a Málaga… Menudo cabronazo y mal amigo eres. Tenía que haberte partido la crisma y no lo hice, así que si me he follado a tu hija, te jodes, que al menos ella se lo ha pasado de puta madre conmigo, asqueroso!!!

La respuesta de Nacho esta vez tardó en llegar.

NACHO: Es eso lo que te ha contado la furcia de tu mujercita? Qué me quise aprovechar de ella?

El insulto a Paula me enfureció hasta tal punto que me puse a escribir barbaridades a lo loco. No llegué a pulsar el botón de envío. Su siguiente mensaje llegó antes.

NACHO: Pues que sepas que fue ella, la muy puta, la que me llevó al baño muriéndose de ganas de comerme los huevos. No al revés, pedazo de cornudo!!!

CARLOS: Serás cabrón!!! Te voy a matar, te juro que te mato, cabronazo!!!!

NACHO: Espera, míralo tú mismo si no te lo crees, gilipollas.

Me eché a temblar, ¿Qué coños se traía entre manos?

NACHO: «Imagen»

El siguiente mensaje no era de texto, sino una fotografía. Tan solo con verla, la sangre se me congeló en las venas. El móvil a punto estuvo de volver a rodar por el suelo.

En la imagen se veía a una Paula mucho más joven. Se hallaba de rodillas en el cubículo de un baño. Seguramente el de la discoteca de aquella noche. Un hombre al que no se le veía la cara le hacía una foto desde arriba mientras mi mujer le comía el rabo con una devoción que nunca había visto en sus ojos. La zorra no podía disimular que la estaba gozando mientras sorbía de aquel chupachups, corto y grueso: La polla de Nacho, sin duda.

Y sonreía.

Seguramente era una sonrisa para la foto. Se zampaba el rabo de mi amigo y posaba al mismo tiempo. ¡La muy puta se lo estaba pasando cañón!

NACHO: Quieres más? Pues ahí va otra…

La segunda foto no se hizo esperar. Y casi termina de rematarme.

NACHO: «Imagen»

En ella se veía la misma escena, pero con una Paula regada de semen por toda la cara. Se veía que los latigazos de Nacho habían sido numerosos, porque había pocas áreas de su rostro que no estuvieran cruzadas de la lefa blanca y espesa de mi amigo. La lengua de mi mujer le salía de la boca a la busca de algún lefazo que relamer.

Nacho, por su parte, mostraba la polla flojeando mientras con una mano le levantaba la cara a Paula por la barbilla para que saliera a la perfección en la foto. Y a fe que lo había conseguido.

El alma se me vino a los pies. Y me dio por gritar mucho más aún. Si aquello hubiera sido una conversación telefónica, me habrían escuchado todos los vecinos del barrio.

CARLOS: Me cago en tus muertos, cabrón!!! Te voy a matar!!!

Y el tipo decidió cachondearse.

NACHO: Pues tengo unas cuantas fotos más. Si te las paso seguro que no te da tiempo a matarme, te mueres del infarto. Menudo zorrón tienes en casa, y tú creyendo que tu chica es una bendita, pedazo de gilipollas!!!!

CARLOS: Por qué no vienes aquí y me lo dices a la cara, cabrón!!!

NACHO: Jajaja… A que jode que se te follen a la familia, cornudo??? Pero yo no pienso moverme de mi casa. Si quieres venir, aquí te espero. No te creas que te tengo miedo, payaso!!!

CARLOS: Ya te pillaré, ya, por mucho que te escondas pienso encontrarte. Me cago en tus muertos!!!

Comenzaba a desvariar, lo reconocía, pero por supuesto que no iba a ir a buscarle a aquellas horas. ¿De qué me habría servido enfrentarme a él cara a cara? La realidad era la que era, no había solución posible. Si Paula era un putón, darme de bofetadas con Nacho no lo iba a arreglar.

Aun así necesitaba decir la última palabra.

CARLOS: Y el día que te coja vas a vomitar sangre como un cerdo. Te juro que te mato y como envíes esas fotos a alguien te remato hasta hacerte picadillo!!

Eran palabras de loco. Y pretendía que fueran las última por aquella noche.

Pero Nacho aún no había terminado conmigo. Se estaba guardando su mejor baza.

NACHO: Solo las fotos…? Entonces no te importa que pase el resto...? Jajaja...

CARLOS: Qué…?

*

Me quedé de piedra. ¿Qué quería decir? ¿Tenía algo más? Y como un idiota, volví a preguntar:

CARLOS: De qué coños hablas???

Nacho debía de estar pasándoselo en grande, a pesar de saber que había mancillado a su querida hijita.

NACHO: Digo que tengo algo mejor, lo quieres ver?

Comencé a temblar. Y no pude responder a esa pregunta porque me estaba temiendo lo peor. Y lo peor se hizo realidad a los pocos segundos.

NACHO: Ahí te va…

NACHO: «Vídeo»

Dudé si ver o no el vídeo que acababa de llegarme. Sospechaba que iba a doler, pero no imaginaba cuánto. Finalmente le di al play y un cuchillo de hielo me desgarró el corazón.

La escena se desarrollaba en el «super chalet» de Nacho. En el mismo salón donde mi amigo había humillado a Eva días atrás. Los muebles, sin embargo, eran otros. El paso del tiempo los había cambiado. Y ese paso del tiempo se veía en la cara de Paula, que mostraba la misma juventud que en las fotos de la discoteca.

Mi mujer se hallaba en cuatro. Se encontraba totalmente desnuda y las tetas le colgaban y se bamboleaban al ritmo de unas sacudidas brutales del hombre que la estaba follando desde atrás. Ese hombre, por supuesto, era el cerdo de Nacho con bastantes años menos.

La que grababa la escena con una cámara de vídeo de la época no era otra que Laura. No se la veía, pero se le escuchaban los comentarios despectivos hacia Paula, cuya expresión era al tiempo de sufrimiento por la humillación a la que la sometían, y de gozo por el polvo que la estaba echando el hijo de puta de mi amigo —examigo ya— Nacho.

—Joder —decía Laura—. Pero no se puede ser más puta… Jajaja. No te jode que se vuelve a correr el muy zorrón. Y ya van tres veces… Menudo polvo la estás echando, marido…

—Jajaja —decía él— a esta zorra le gusta más una polla que a un tonto un pirulí.

Paula cerraba los ojos con fuerza mientras los espasmos la mataban de gusto. Nacho no paraba de follarla por la espalda, al tiempo que la tiraba del pelo y hacía el numerito de la doma que le había visto hacer con Eva días atrás.

—¿Qué tal se me ve? ¿Estoy sexy? —decía el muy cabrón embistiendo con furia.

Golpes constantes en el culo y en las tetas hacían temblar a Paula… pero de gusto. Cada vez que sonaba un «¡plas!» en alguna zona de su cuerpo, mi mujer se estremecía y se mordía el labio denotando el calambrazo de placer que la había recorrido.

—¡No me jodas! —volvía a intervenir Nacho—. Pero no es solo que sea muy puta, es que hay que ver el pedazo de chocho que tiene la guarra… Mira, mira, ven aquí, saca este coñazo para que se vea bien…

La cámara avanzaba por el lateral de Paula y tomaba un primer plano de la polla de mi examigo perforando un coño tan conocido para mí.

—Joder, es que chorrea de ganas el muy putón… —opinaba Laura—. ¿Por qué no te la follas por el culo? Seguro que se muere por que la des por ahí… Mira, mira, que carita pone la guarra… eso es que sí, venga, clávasela en el ojete, marido, que nos vamos a reír un rato.

Nacho, sin embargo, desengañaba a su mujer.

—Lo siento, querida, ya lo he intentado. Pero esta zorra tiene el culo virgen y mi polla es demasiado gorda y no le entra. Pero déjamela a mí, que se lo voy a agrandar con unos plugs que me han regalado, y te aseguro que en pocas semanas esta se traga mi polla por ese culito como está mandado…

Y se echaban a reír desvergonzados.

El vídeo avanzaba con humillaciones parecidas durante unos minutos más, aunque se notaba que habían cortado parte del metraje. El final, sin embargo, se podía ver sin cortes. Y daba tanto asco como morbo, a pesar de todo.

Nacho se había acercado a Paula, que se encontraba de rodillas ante él. La tenía agarrada por el pelo y se pajeaba como un poseso. Si Paula intentaba apartar la cara, Nacho se la volvía con un fuerte tirón, a lo que mi mujer siempre respondía con un «auuu» de dolor.

Cuando Nacho comenzó a correrse en la cara de Paula, el zoom de Laura no se hizo esperar. Los latigazos de leche de Nacho surcaban su rostro, su nariz, sus ojos y, finalmente su boca.

—Joder, marido, haz que abra la boca la muy puta, que se va a librar de tragarse un buen lefazo.

Nacho le pegaba entonces un tirón de pelo extra y Paula, obediente, abría los labios y sacaba la lengua. Un par de latigazos le caían dentro de la boca y Nacho la obligaba a tragar.

—Traga, zorra… jajaja… traga…

Y Paula tragaba y… al final de la corrida… sonreía.

Justo en ese instante la grabación terminaba, aunque se adivinaba que la versión completa proseguía, a saber con qué imágenes vergonzantes más.

Estaba alelado y me costó reaccionar. La respiración me faltaba, el corazón me latía a doscientos o más. Estaba a punto de derrumbarme y dejarme morir.

Pero conseguí reponerme con tan solo pensar que tenía que volver a insultar a Nacho, que pensaba matarle cualquier día, que vigilara sus espaldas. Ese tipo de cosas que dice un hombre humillado y que necesita venganza.

Había arrojado el móvil sobre el sillón y ahora lo volví a coger. Lo desbloqueé con ánimo de retomar la disputa con Nacho, pero cuando abrí el wasap, el muy cobarde había salido de línea.

Me eché a llorar sin remedio.

Aunque en mi mente comenzaba a germinar una idea.

Continuará...
 
Bueno, ya te he contestado allí y aquí voy a resumir más.
Siendo todos como son , para mí los peores son Nacho y Laura y espero que no tocayo se haga con algún vídeo comprometedor para hundirlos.
Por otra parte Paula y el deben hablar seriamente y que está le explique lo que hizo.
En cualquier caso lo de él tampoco tiene mucha justificación, así que lo mejor es que los 2 vuelvan a Málaga, lejos de todos estos.
Por cierto, allí se me olvidó decir que Eva es una chivata lamentable.
No se salva ninguno.
 
Estoy de acuerdo en una cosa, todos son de lo peor, pero la Evita es un personaje para echarla de comer aparte. Es más peligrosa que una piraña en un orinal...
 

¿Es mejor no saber?​

Pasé la noche sin dormir un solo instante. Me preguntaba una y otra vez qué habrían hablado entre ellos. Nacho había presumido ante Eva de haberse tirado a todas las mujeres decentes del vecindario. Y yo le creía muy capaz de haberlo hecho.

El problema es que Nacho y Laura habían sido vecinos nuestros durante bastante tiempo, antes de que Nacho empezara a prosperar y se mudara al chalet de la zona pija.

¿Qué coño había entre ellos? ¿O todo era fruto de mi imaginación?

No lo parecía, sin embargo, al menos los mensajes eran reales. Y la conversación entre ellos había durado mucho tiempo. Al menos el mismo que la de Ari conmigo.

Necesitaba leer la conversación completa. El único problema era que para hacerlo tendría que violar la privacidad de Paula. Y eso suponiendo que consiguiera hackearle su móvil, ya que las claves las guardábamos celosamente y ninguno conocía la del otro.

El martes amaneció sin que hubiera llegado a una conclusión. Lo único que se me ocurría era hablar francamente con mi mujer, aunque era una idea que no me convencía del todo. Si notaba que me ocultaba algo, íbamos a tener una bronca monumental. Y yo la amaba como el primer día, no quería que nuestra historia acabara por culpa de aquel hijo de su madre.

*

Los días fueron pasando y pronto llegó el sábado. Durante la semana fui buscando la manera de no cruzarme con Nacho. No sabía que le diría en caso de que se empeñase en que desayunáramos juntos, mirándole a los ojos y pensando en los mensajes que había intercambiado con mi mujer. Me temía a mí mismo, corría el riesgo de no poder contenerme y acabar a bofetadas con él.

Aquel sábado, sin embargo, amaneció tranquilo en nuestra casa. Era el día de la semana que solíamos dedicarnos Paula y yo en exclusiva, siempre que podíamos. Así que me levanté temprano y me fui a comprar churros y chocolate para desayunar en familia.

Mientras saboreábamos los churros, multitud de preguntas se me iban agolpando en la cabeza, sin conseguir darles rienda suelta. Tenía que decir algo al respecto del chat con Nacho, pero no tenía ni idea de por dónde empezar. Así que, a la espera de la ocasión oportuna, me conformaba con hablar de las típicas bobadas sobre el «plan del día», el «pronóstico del tiempo» y otras obviedades parecidas.

Al final, fue ella la que encontró un tema de conversación más profundo.

—El curso escolar no tardará en terminar.

—Sí, ya queda poco… —confirmé.

—¿No tienes ganas de coger las vacaciones?

—Ufff, vaya si tengo. ¿y tú?

—Bueno, a mí me queda algo más… hasta agosto no me tocan, ya sabes. Los profesores tenéis suerte… ¡dos meses de vacaciones pagadas, quién pudiera…!

Sabía que quería decirme algo, pero no terminaba de soltarlo. Tuve que animarla a hablar para que entrara en el tema.

—Venga, Paula, que nos conocemos… ¿En qué estás pensando?

Respiró profundo antes de responder.

—Verás… he pensado que quizá… —comenzó Paula—. No sé… es una idea… no te enfades…

La miré esperando que se arrancara con la parte sustancial. No me esperaba nada bueno.

—…Pues he pensado que tal vez podríamos irnos a la casa de Málaga en cuanto termine el curso… Yo podría trabajar en la delegación sur de la empresa y tú podrías pasar el verano buscando trabajo en lo tuyo de verdad…

—¿Cómo…? —dije y no fingía la sorpresa. En verdad me había quedado pasmado.

—Pues eso… Que podríamos volvernos a Málaga. Allí vivimos mejor, ya lo sabes. Poco a poco, eso sí… sin agobios…

La miré sin creer lo que escuchaba.

—Joder, Paula, no tenía ni idea de que tuvieras tantas ganas de volverte para allá. En tu empresa se van a pensar que estás loca, pidiendo traslados de Málaga a Madrid y viceversa cada pocos meses.

—Pues ya ves… Vivir en Madrid ya no es lo que era. Y la vida en el sur es más tranquila… Aparte de que allí tenemos amigos, y en Madrid ya no nos quedan ni conocidos…

—Eso sí… —tuve que reconocer.

La conversación se alargó durante una hora. Notaba la pasión con la que mi mujer insistía para que nos volviéramos a Málaga. A mí no me desagradaba del todo la idea, la atmósfera de aquella ciudad era adictiva, pero las oportunidades laborales en mi profesión eran menores que en la capital. Por otro lado, tampoco es que en Madrid hubiera tenido muchas oportunidades hasta el momento. Apenas un par de entrevistas sin ningún resultado.

Finalmente lo dejamos en tablas, prometiéndonos que lo pensaríamos por separado y volveríamos a hablar del asunto en unos días.

No tenía ni idea entonces de que aquella conversación era tan solo la punta de un iceberg que iba a dejarme congelado en pocas horas.

*

El domingo por la noche, Paula se acostó temprano. Tenía que madrugar al día siguiente y se encontraba cansada del trajín del fin de semana. Yo, sin embargo, me quedé en el salón para ver terminar una película que habíamos empezado juntos y que me había enganchado. Los lunes no tenía clase hasta bien entrada la mañana y me podía permitir el lujo de trasnochar.

Serían sobre las once y media cuando entró la primera llamada. Mi móvil se hallaba en silencio para no molestar a Paula con los potenciales pitidos del aparato y solo el parpadeo luminoso me avisó de que alguien estaba intentando contactarme.

Miré la pantalla y el que llamaba era Nacho. «Joder, vaya horas… —me dije—. ¿Qué coños querrá? Que se vaya a la mierda, ya hablaremos mañana».

Pasé de él. No me apetecía interrumpir la película que estaba llegando a un fin apoteósico y que me tenía en ascuas.

No habían pasado ni cinco minutos cuando entró la segunda llamada.

Me enfurecí. Tentado estuve de bloquear su número para que dejara de molestar. Lo dejé pasar, sin embargo, no quería decidir algo así en caliente, y puse el móvil boca abajo para que no me molestara la luz de la pantalla.

La tercera llamada llegó tres minutos más tarde.

Y entonces perdí los nervios. Cogí el aparato y a punto estuve de lanzarlo por la ventana, que en esos momentos se encontraba abierta. Pude contenerme a tiempo y decidí apagarlo, de esa manera no lo destrozaría por culpa de aquel gilipollas.

Pulsé el botón de apagado e iba a confirmar la acción, pero antes de hacerlo entró el primer mensaje de wasap. Sobre la pantalla de inicio pude ver aparecer los primeros mensajes de una conversación que me iba a dejar tiritando.

NACHO: Te has follado a mi Ari, hijo de la gran puta!!!!

NACHO: No te escondas, al menos da la cara, cacho cabrón!!!!

El móvil se me cayó de las manos y rodó por el suelo. Lo miraba desde la altura aterrorizado, temía quemarme si lo recogía.

¿Quién cojones le habría ido con el cuento a Nacho sobre mi aventura con su hija? ¿Habría sido la misma Ari? Sabía que si se enteraba se iba a armar una buena, pero los gritos que daba por escrito eran mucho peor que lo que había imaginado.

Al cabo opté por responder, mejor eso que esperar a que se presentara en la puerta de casa gritando como un poseso y dando un espectáculo ante los vecinos.

CARLOS: Por dios, pero qué dices? Eso es falso… Quién coño te ha contado esa gilipollez??

La respuesta era obvia, aunque hasta ese momento ni se me había ocurrido.

NACHO: Me lo ha dicho Eva, cabronazo, no lo niegues… El domingo que me contaste la milonga de que te la habías tirado a ella, era a mi hija a quien te habías follado, mal amigo, cacho cabrón!!!

En realidad yo no le había contado nada, había sido él el que se había hecho la idea equivocada al presentarse la morena en la puerta de la habitación. El resto de la película era cosa suya, no mía, pero no podía decirle eso.

CARLOS: Y te crees lo que dice una zorrita como Eva en lugar de creerme a mí???

NACHO: No me jodas, Carlos, al menos sé un hombre y admítelo. Cuando te coja te voy a matar, y da gracias que no se lo vamos a contar a Chovi, si no él te rajaría de arriba abajo y te echaría a los perros. Pedazo de cerdo cabrón!!!

CARLOS: Espera, Nacho, escúchame, coño…

NACHO: Y una mierda, no quiero oír tus gilipolleces, cerdo!!! Y ni se te ocurra volver por el colegio o te tiro por la ventana!!! Ya te llegará el finiquito por correo!!!

Me estaba acojonando de lo lindo. Sin embargo, al mismo tiempo, me iba cabreando a toda velocidad. Nacho, el machirulo que había intentado aprovecharse de Paula, me insultaba como si yo fuera un depravado. Sin contar con lo que le había visto hacer a la boba de Eva por unas miserables entradas a un concierto.

La sangre se me fue subiendo a la cabeza y, aunque me había hecho el propósito de no meter a mi mujer en la conversación, al final no pude contenerme.

CARLOS: Me llamas cerdo a mí, pedazo de cabrón??? A mí??? El cerdo lo eres tú, que lo sepas, y el mal amigo también!!!

NACHO: Qué coños dices…???

Se le notaba fuera de juego, era el momento de atacar.

CARLOS: Soy yo el que debería haberte estrangulado cuando Paula me contó lo que intentaste hacerle en la discoteca la última noche que salimos juntos las dos parejas!!!

NACHO: No sé de qué me hablas, estás borracho o qué?

Había dejado de poner signos de interrogación a pares, eso anunciaba que recogía velas. O eso creía yo, idiota de mí.

CARLOS: No, no estoy borracho, cabronazo!!! Aquella noche en el baño intentaste aprovecharte de mi mujer!!! Y menos mal que llegó la tuya para evitarlo, si no hubieras sido capaz de cualquier cosa… Pedazo de cabrón!!!

NACHO: No me jodas!!!

No entendí la respuesta, de modo que volví a la carga.

CARLOS: Sí, pedazo de cerdo. La pobre se quedó traumatizada por tu culpa y al día siguiente comenzó a hacer los planes para irnos a Málaga… Menudo cabronazo y mal amigo eres. Tenía que haberte partido la crisma y no lo hice, así que si me he follado a tu hija, te jodes, que al menos ella se lo ha pasado de puta madre conmigo, asqueroso!!!

La respuesta de Nacho esta vez tardó en llegar.

NACHO: Es eso lo que te ha contado la furcia de tu mujercita? Qué me quise aprovechar de ella?

El insulto a Paula me enfureció hasta tal punto que me puse a escribir barbaridades a lo loco. No llegué a pulsar el botón de envío. Su siguiente mensaje llegó antes.

NACHO: Pues que sepas que fue ella, la muy puta, la que me llevó al baño muriéndose de ganas de comerme los huevos. No al revés, pedazo de cornudo!!!

CARLOS: Serás cabrón!!! Te voy a matar, te juro que te mato, cabronazo!!!!

NACHO: Espera, míralo tú mismo si no te lo crees, gilipollas.

Me eché a temblar, ¿Qué coños se traía entre manos?

NACHO: «Imagen»

El siguiente mensaje no era de texto, sino una fotografía. Tan solo con verla, la sangre se me congeló en las venas. El móvil a punto estuvo de volver a rodar por el suelo.

En la imagen se veía a una Paula mucho más joven. Se hallaba de rodillas en el cubículo de un baño. Seguramente el de la discoteca de aquella noche. Un hombre al que no se le veía la cara le hacía una foto desde arriba mientras mi mujer le comía el rabo con una devoción que nunca había visto en sus ojos. La zorra no podía disimular que la estaba gozando mientras sorbía de aquel chupachups, corto y grueso: La polla de Nacho, sin duda.

Y sonreía.

Seguramente era una sonrisa para la foto. Se zampaba el rabo de mi amigo y posaba al mismo tiempo. ¡La muy puta se lo estaba pasando cañón!

NACHO: Quieres más? Pues ahí va otra…

La segunda foto no se hizo esperar. Y casi termina de rematarme.

NACHO: «Imagen»

En ella se veía la misma escena, pero con una Paula regada de semen por toda la cara. Se veía que los latigazos de Nacho habían sido numerosos, porque había pocas áreas de su rostro que no estuvieran cruzadas de la lefa blanca y espesa de mi amigo. La lengua de mi mujer le salía de la boca a la busca de algún lefazo que relamer.

Nacho, por su parte, mostraba la polla flojeando mientras con una mano le levantaba la cara a Paula por la barbilla para que saliera a la perfección en la foto. Y a fe que lo había conseguido.

El alma se me vino a los pies. Y me dio por gritar mucho más aún. Si aquello hubiera sido una conversación telefónica, me habrían escuchado todos los vecinos del barrio.

CARLOS: Me cago en tus muertos, cabrón!!! Te voy a matar!!!

Y el tipo decidió cachondearse.

NACHO: Pues tengo unas cuantas fotos más. Si te las paso seguro que no te da tiempo a matarme, te mueres del infarto. Menudo zorrón tienes en casa, y tú creyendo que tu chica es una bendita, pedazo de gilipollas!!!!

CARLOS: Por qué no vienes aquí y me lo dices a la cara, cabrón!!!

NACHO: Jajaja… A que jode que se te follen a la familia, cornudo??? Pero yo no pienso moverme de mi casa. Si quieres venir, aquí te espero. No te creas que te tengo miedo, payaso!!!

CARLOS: Ya te pillaré, ya, por mucho que te escondas pienso encontrarte. Me cago en tus muertos!!!

Comenzaba a desvariar, lo reconocía, pero por supuesto que no iba a ir a buscarle a aquellas horas. ¿De qué me habría servido enfrentarme a él cara a cara? La realidad era la que era, no había solución posible. Si Paula era un putón, darme de bofetadas con Nacho no lo iba a arreglar.

Aun así necesitaba decir la última palabra.

CARLOS: Y el día que te coja vas a vomitar sangre como un cerdo. Te juro que te mato y como envíes esas fotos a alguien te remato hasta hacerte picadillo!!

Eran palabras de loco. Y pretendía que fueran las última por aquella noche.

Pero Nacho aún no había terminado conmigo. Se estaba guardando su mejor baza.

NACHO: Solo las fotos…? Entonces no te importa que pase el resto...? Jajaja...

CARLOS: Qué…?

*

Me quedé de piedra. ¿Qué quería decir? ¿Tenía algo más? Y como un idiota, volví a preguntar:

CARLOS: De qué coños hablas???

Nacho debía de estar pasándoselo en grande, a pesar de saber que había mancillado a su querida hijita.

NACHO: Digo que tengo algo mejor, lo quieres ver?

Comencé a temblar. Y no pude responder a esa pregunta porque me estaba temiendo lo peor. Y lo peor se hizo realidad a los pocos segundos.

NACHO: Ahí te va…

NACHO: «Vídeo»

Dudé si ver o no el vídeo que acababa de llegarme. Sospechaba que iba a doler, pero no imaginaba cuánto. Finalmente le di al play y un cuchillo de hielo me desgarró el corazón.

La escena se desarrollaba en el «super chalet» de Nacho. En el mismo salón donde mi amigo había humillado a Eva días atrás. Los muebles, sin embargo, eran otros. El paso del tiempo los había cambiado. Y ese paso del tiempo se veía en la cara de Paula, que mostraba la misma juventud que en las fotos de la discoteca.

Mi mujer se hallaba en cuatro. Se encontraba totalmente desnuda y las tetas le colgaban y se bamboleaban al ritmo de unas sacudidas brutales del hombre que la estaba follando desde atrás. Ese hombre, por supuesto, era el cerdo de Nacho con bastantes años menos.

La que grababa la escena con una cámara de vídeo de la época no era otra que Laura. No se la veía, pero se le escuchaban los comentarios despectivos hacia Paula, cuya expresión era al tiempo de sufrimiento por la humillación a la que la sometían, y de gozo por el polvo que la estaba echando el hijo de puta de mi amigo —examigo ya— Nacho.

—Joder —decía Laura—. Pero no se puede ser más puta… Jajaja. No te jode que se vuelve a correr el muy zorrón. Y ya van tres veces… Menudo polvo la estás echando, marido…

—Jajaja —decía él— a esta zorra le gusta más una polla que a un tonto un pirulí.

Paula cerraba los ojos con fuerza mientras los espasmos la mataban de gusto. Nacho no paraba de follarla por la espalda, al tiempo que la tiraba del pelo y hacía el numerito de la doma que le había visto hacer con Eva días atrás.

—¿Qué tal se me ve? ¿Estoy sexy? —decía el muy cabrón embistiendo con furia.

Golpes constantes en el culo y en las tetas hacían temblar a Paula… pero de gusto. Cada vez que sonaba un «¡plas!» en alguna zona de su cuerpo, mi mujer se estremecía y se mordía el labio denotando el calambrazo de placer que la había recorrido.

—¡No me jodas! —volvía a intervenir Nacho—. Pero no es solo que sea muy puta, es que hay que ver el pedazo de chocho que tiene la guarra… Mira, mira, ven aquí, saca este coñazo para que se vea bien…

La cámara avanzaba por el lateral de Paula y tomaba un primer plano de la polla de mi examigo perforando un coño tan conocido para mí.

—Joder, es que chorrea de ganas el muy putón… —opinaba Laura—. ¿Por qué no te la follas por el culo? Seguro que se muere por que la des por ahí… Mira, mira, que carita pone la guarra… eso es que sí, venga, clávasela en el ojete, marido, que nos vamos a reír un rato.

Nacho, sin embargo, desengañaba a su mujer.

—Lo siento, querida, ya lo he intentado. Pero esta zorra tiene el culo virgen y mi polla es demasiado gorda y no le entra. Pero déjamela a mí, que se lo voy a agrandar con unos plugs que me han regalado, y te aseguro que en pocas semanas esta se traga mi polla por ese culito como está mandado…

Y se echaban a reír desvergonzados.

El vídeo avanzaba con humillaciones parecidas durante unos minutos más, aunque se notaba que habían cortado parte del metraje. El final, sin embargo, se podía ver sin cortes. Y daba tanto asco como morbo, a pesar de todo.

Nacho se había acercado a Paula, que se encontraba de rodillas ante él. La tenía agarrada por el pelo y se pajeaba como un poseso. Si Paula intentaba apartar la cara, Nacho se la volvía con un fuerte tirón, a lo que mi mujer siempre respondía con un «auuu» de dolor.

Cuando Nacho comenzó a correrse en la cara de Paula, el zoom de Laura no se hizo esperar. Los latigazos de leche de Nacho surcaban su rostro, su nariz, sus ojos y, finalmente su boca.

—Joder, marido, haz que abra la boca la muy puta, que se va a librar de tragarse un buen lefazo.

Nacho le pegaba entonces un tirón de pelo extra y Paula, obediente, abría los labios y sacaba la lengua. Un par de latigazos le caían dentro de la boca y Nacho la obligaba a tragar.

—Traga, zorra… jajaja… traga…

Y Paula tragaba y… al final de la corrida… sonreía.

Justo en ese instante la grabación terminaba, aunque se adivinaba que la versión completa proseguía, a saber con qué imágenes vergonzantes más.

Estaba alelado y me costó reaccionar. La respiración me faltaba, el corazón me latía a doscientos o más. Estaba a punto de derrumbarme y dejarme morir.

Pero conseguí reponerme con tan solo pensar que tenía que volver a insultar a Nacho, que pensaba matarle cualquier día, que vigilara sus espaldas. Ese tipo de cosas que dice un hombre humillado y que necesita venganza.

Había arrojado el móvil sobre el sillón y ahora lo volví a coger. Lo desbloqueé con ánimo de retomar la disputa con Nacho, pero cuando abrí el wasap, el muy cobarde había salido de línea.

Me eché a llorar sin remedio.

Aunque en mi mente comenzaba a germinar una idea.

Continuará...
Hay un giro dramático de los acontecimientos....
 

Donde las dan las toman​


Le di un par de vueltas a esa idea y poco a poco surgió un plan en mi mente. Tras dibujar mentalmente los pasos a seguir, no quise perder el tiempo. La hora no era propicia para esperas. Respiré profundamente y me lancé de nuevo a la batalla.

Lo primero que hice fue enviarle un mensaje para llamar su atención. Necesitaba que volviera a estar en línea.

CARLOS: Dónde estás, cerdo??? No te escondas!! Tengo algo para ti que te va a gustar!! Y que sepas que no solo me he follado a tu nena, sino que me la voy a follar todas las veces que me salga de las pelotas. Sal de tu escondrijo, que te lo voy a demostrar!!!

Miré el reloj, era casi la una de la madrugada. Esperé cinco minutos, pero no me llegaba respuesta.

CARLOS: Pues si te estás durmiendo, deja que te envíe algo, a ver si así te espabilas.

CARLOS: «Imagen»

La primera fotografía que le pasé fue la que Ari me había enviado con las tetas al aire, pero con la cara tapada.

En menos de un minuto, Nacho volvió a estar en línea y entró en el chat.

NACHO: De qué vas, idiota cornudo? Esta no es mi Ari, te crees que soy gilipollas? Fotos como esta las hay a cientos en Internet.

Había mencionado la misma frase que yo le había dicho a Ari durante nuestra conversación, así que me lo había puesto a huevo. Hice una captura de pantalla con el fragmento del chat entre su hija y yo donde se leía la frase escrita por mí. Después se la pasé junto con la segunda fotografía que Ari me había enviado. En ella se le veía perfectamente la cara, además de las dos tetitas de pezones sonrosados.

CARLOS: «Imagen»

CARLOS: «Imagen»

CARLOS: Qué te parece ahora, es tu hija o no?

Había pensado añadir algún apelativo —zorra, putón— como él había hecho con Paula, pero me corté. Ari no se lo merecía. Tener por padre a un cerdo semejante no es algo que se escoge, y la chiquilla no tenía la culpa.

La respuesta de Nacho tras las dos fotos no se hizo esperar.

NACHO: Hijo de puta!!!! Te voy a matar!!!!

Y enseguida mi respuesta.

CARLOS: Espera, tengo más. Las quieres ver?

NACHO: No me envíes nada más si no quieres que te descerraje dos tiros en cuanto te pille!!!

Ignoré su amenaza, por supuesto.

Había grabado la videocall de sexting con Ari para pajearme en el futuro y ahora lo agradecí. La fui pasando y aproveché para hacer algunas capturas de pantalla. Se las envié todas de una vez. No tenía ganas de perder el tiempo.

CARLOS: «Imagen»

CARLOS: «Imagen»

CARLOS: «Imagen»

CARLOS: «Imagen»

CARLOS: Te gustan estas otras? Son sexys, eh?

En una se veía a Ari haciéndose un dedo de forma soez, en otra introduciéndose un pepino al que había enfundado un condón, en otra con un consolador que le perforaba el coño y el culo al mismo tiempo, y en la última el orgasmo final en el que un chorro de squirting volaba por la habitación.

Un nuevo grito silencioso de Nacho llegó por wasap.

NACHO: De donde has sacado esta mierda???? Le has estado mirando el móvil a mi hija???? Pues que sepas que es un delito y que te voy a empapelar!!!

Ciertamente, las fotografías por separado podían haber salido de una sesión de sexo de Ari en solitario, así que no me quedó más remedio que sacarle de su error.

CARLOS: Ni de coña, se las hice yo mismo en directo.

NACHO: Y una polla!!!! No te creo, cabronazo!!!

CARLOS: Pues espera y verás.

Recorté un trozo de la videocall, eligiendo el menos comprometedor, pero donde ella mencionaba la palabra «profe» en varias ocasiones. Mi voz no aparecía en ningún momento para no comprometerme. Era, además, uno de los pasajes más soeces de la videollamada.

CARLOS: «Vídeo»

Y de nuevo llegó un mensaje desgarrador.

NACHO: Hijo de la putísima!!! Te voy a matar!!! Te voy a sacar el corazón y el hígado y me los voy a comer!!! Te mato!!! Me oyes??? Te mato!!!

Ahora era yo el que se reía. Donde las dan las toman, pensé, y era el momento de pisotear al vencido.

CARLOS: Y que sepas que he quedado con ella un día de esta semana para volver a follármela. Es más, me lo ha suplicado. No te imaginas como le gusta chuparme el rabo… Y no sé lo que haré, pero igual te la dejo preñada para que disfrutes de un Carlitos mofletudo… jajaja.

NACHO: Te mato, hijo de putaaaaa!!!!!!!!

CARLOS: Jódete, idiota…!!!

No tenía más que decirle. Además, si lo hacía podía darle una apoplejía, mejor no tentar al diablo. Solo le envié una advertencia final antes de cortar la conversación.

CARLOS: Y no se te ocurra airear los vídeos de mi mujer por ahí si no quieres que haga lo mismo con los de tu hija. Tengo más, y te aseguro que mejores.

La respuesta de Nacho no se hizo esperar, pero mientras llegaban los siguientes insultos apagué el móvil y lo arrojé de malas maneras sobre el sillón.

Era el momento de irse a dormir. Aunque me revolvía el estómago ir al cuarto y acostarme al lado de Paula. La zorra de Paula, para ser exactos. Tras pensarlo un instante, pensé que lo mejor sería dormir en el mismo sillón donde había arrojado el móvil. Tomé un cojín para utilizarlo como almohada y lo coloqué en un extremo.

Y cuando me iba a tumbar para coger el sueño, oí el sollozo.

*

Me giré asustado y descubrí a Paula mirándome desde el umbral del salón. Solo vestía un ligero camisón veraniego y se abrazaba a sí misma como si tuviese frío. Las lágrimas le surcaban el rostro de forma incontenible.

—¿Qué haces aquí? —le dije atolondrado—. ¿Cuánto tiempo llevas mirando?

Paula no respondió a mi pregunta, sino que me hizo otra a mí:

—¿Era con Nacho con quien estabas chateando, verdad?

Tragué saliva. A pesar de que no había sido una conversación de viva voz, iba a ser muy difícil mentirla. Así que ni lo intenté.

—Sí, era con él con quien hablaba.


La hora de las verdades​


Acompañé mis palabras con un mohín de disgusto. Verla frente a mí me estaba causando una terrible angustia. La mujer a la que amaba me había engañado y de la peor manera posible: mostrándose como una auténtica puta, y dejándose grabar para que no quedara duda.

—Me voy a un hotel —dije de malos modos—. Voy a prepararme algo en una maleta… Ya hablaremos de todo lo que ha pasado cuando vuelva para recoger el resto.

Me dirigí hacia el pasillo, pero Paula se interpuso en mi camino.

—Ese hijo de puta te ha enviado alguna grabación, ¿me equivoco?

Quise hacerle un quiebro, pero me sujetó con las dos manos. La tenaza sobre mis antebrazos era tan fuerte que sentí un escalofrío. Bajé la cabeza y no dije nada.

—¿Qué más te ha dicho?

Estaba enfadado y nervioso, hablar con Paula podría acabar mal. Era mejor que me fuera y así se lo dije.

—Paula, es mejor que me vaya… No es el momento… Mañana lo hablamos más tranquilos…

Pero mi mujer era testaruda y no se rendía.

—Tú no te vas de aquí hasta que me expliques qué te ha dicho ese cerdo. ¿Te ha dicho la verdad o te ha enseñado las imágenes solo para jodernos?

No entendía a qué se refería. No necesitaba más que ver las fotos o el vídeo para estar jodido. ¿Qué otra cosa podría haber añadido?

—Joder, Paula, lo he visto todo… o casi todo. Pero lo suficiente para no querer volver a verte en la vida. Déjame irme antes de que no pueda contenerme…

Alguna lágrima se me empezaba a escapar. La mujer a la que tanto quería y por la que habría dado la vida era una vulgar furcia. Y no podía hacer nada por evitar odiarla y, lo que era peor, sentir asco, un asco irrefrenable.

Tenía que salir de allí como fuera. Mientras miraba las imágenes unos minutos antes, había sujetado las ganas de vomitar a duras penas. Pero ahora, si no me iba pronto, iba a comenzar a expulsar todo lo que tuviera en el estómago.

—Deja que me vaya —le repetí.

—Ni hablar… —insistió—. Tú no te vas de aquí hasta que escuches la verdad. La mía, no la de ese cerdo. Luego haz lo que te dé la gana.

—Déjalo, por dios… —rogué.

—Te dejaré, pero después de que me hayas oído… —A cabezota no la ganaba nadie, tenía que reconocerlo.

Finalmente dejé que tirara de mí y que me sentara en el sillón. Tomó asiento a mi lado y se limpió las lágrimas con el dorso de la mano.

*

Paula me miró unos instantes. Las lágrimas se le iban secando en las mejillas. Se limpió los restos ante de comenzar a hablar, y lo hizo en un tono firme, pero dulce.

—Para empezar, esas imágenes que has visto, sean las que sean, no son lo que parecen.

Me enfurecí al oír estas palabras. ¿Qué coño estaba diciendo? ¿Qué aquella mujer no era ella?

Pareció leerme el pensamiento.

—Sí, la mujer que aparece en ellas soy yo. Pero lo que se ve no es del todo cierto.

—¿Qué… qué quieres decir…? —titubeé—. ¿Qué han retocado las imágenes para poner tu cara? ¿Me crees tan idiota?

—No, no es eso lo que quiero decir —me corrigió—. En efecto, soy yo la que se come los rabos o la que se deja follar como una puta. También soy yo la que se deja embadurnar por el semen de ese puerco. En eso no te ha mentido el muy cabrón.

—¿Entonces…? —cada vez entendía menos.

—En lo que te ha mentido es en porqué se tomaron esas imágenes.

Me quedé en silencio. La miraba confundido. Ella, seria, me escrutaba la mirada con serenidad, con firmeza, con la fuerza de una mujer de bien, de una sola pieza. ¿Cómo podía tener tanto cinismo?, me preguntaba.

Aun así la dejé seguir con sus explicaciones.

—La verdad te la voy a contar yo, y si no me crees, cuando acabe te dejaré la puerta abierta para que te vayas cuando quieras.

Tragué saliva. Se agolpaban las confesiones en aquel domingo negro. Aunque en la práctica ya casi fuera lunes. El reloj de pared del salón marcaba las dos de la mañana.

*

Paula mantenía la firmeza en su mirada cuando comenzó un relato que a la postre lo cambiaría todo.

—Seguro que recuerdas lo que pasaba en nuestra casa antes de decidir irnos a Málaga.

—Por supuesto —confirmé. No sabía a qué venía aquello, pero preferí no plantear la duda.

—Tú habías perdido el trabajo al quebrar tu empresa. Yo no ganaba lo suficiente para pagar todos los gastos y al mismo tiempo afrontar la hipoteca. Llevábamos cinco años en esta casa después de comprarla y estábamos al borde del desahucio. Corríamos el peligro de tener que dormir en la calle, si no ocurría un milagro.

Miraba a mi mujer con ojos alucinados. Recordaba aquellos años negros con total claridad, pero seguía sin entender a qué venía rememorar todo eso ahora. No obstante, de nuevo me forcé a permanecer en silencio.

—De pronto te surgió la oportunidad de ir a Málaga. Te habían ofrecido un nuevo trabajo, aunque con un salario inferior a tu anterior puesto. Hicimos números, pero las cuentas no salían. Teníamos que pagar allí un alquiler, vender la casa de Madrid en un plazo super corto antes del desahucio… Era imposible encajar el rompecabezas. Todo parecía estar en nuestra contra.

»Si te hubieran pagado la indemnización por el despido, al menos podríamos haber aguantado algún tiempo. Pero los plazos judiciales se alargaban y sabíamos que la indemnización tardaría meses, tal vez años. Por ese lado no había salida. Como no la tenía el pedir ayuda a nuestra familia. Ellos no tenían las cantidades que necesitábamos. Estábamos jodidos lo miráramos por donde lo miráramos.

—Espera, Paula —me decidí por fin a cortarla—, si quieres terminar de amargarme la noche lo estás haciendo genial. Si vas a ir al grano, dímelo… Si no, prefiero irme cuanto antes.

—Espera. Ahora llega lo importante —me contestó con brusquedad y yo volví a callar—. Después de intentar solucionar el rompecabezas, descubrimos que nos bastaría con una cantidad de dinero para encajar todas las piezas. Era una cantidad importante, pero no exagerada. Fuimos al banco, pero no hubo manera, el lastre de la casa era demasiado grande. Nos habíamos pasado al comprar una vivienda tan cara al pensar que el futuro nos sonreía.

Hizo un inciso para sonarse la nariz con un pañuelo de papel. Luego prosiguió.

—Y entonces apareció el «encantador» de tu amigo Nacho. Menudo hijo de su madre, un encantador sí que era, pero de serpientes… Él sabía cómo estábamos, pero no nos ofreció ayuda a pesar de que a él las cosas le iban cada vez mejor. Esperaba que nosotros se lo pidiéramos. Y tú, orgulloso y cabezota hasta la muerte, te negaste a hablar con él. Así que lo hice yo…

»Sí, no pongas esa cara, me rebajé a pedirle ayuda a tus espaldas. Fui a su casa y el muy hijo de puta, después de jugar conmigo a la «amistad incondicional», me concedió la ayuda… Pero no gratis, sino a cambio de algunos favores. Laura también participó en la conversación, y yo no entendía como podía estar mezclada en las porquerías que me exigía su marido a cambio del dinero.

Tragué saliva. Creía que empezaba a comprender. Aunque esperaba que aquello no fuera un puñetero cuento.

—Sí, querido —prosiguió Paula—. La cantidad que te expliqué que me había dejado una amiga no venía de tal amiga, sino de Nacho y Laura. Los muy cerdos habían dado con un filón de oro grabando porno casero a personas desesperadas como yo y vendían las grabaciones en múltiples plataformas de Internet. Tenían mucho éxito, sobre todo por la facilidad de tu querido amigo para humillar ante la cámara a la idiota que cayera entre sus manos.

El llanto volvió a los ojos de Paula y yo me estremecí. Lo que me estaba contando era imposible que fuera un invento. Era demasiado truculento para serlo.

—Y tú qué creías que tu buen amigo estaba teniendo un éxito arrollador en su profesión… ¡Ja! ¿De verdad te has tragado que como subdirector de un colegio de tercera podría manejar tantísimo dinero como maneja?

De pronto me vino a la cabeza la escena de Eva con Nacho y su mujer grabando. Sexo por dinero. Grabaciones de porno casero. Humillación a las zorras a las que se tiraba ante la cámara. Las piezas empezaban a encajar con un clic sonoro. Lo que decía Paula no era más que otro capítulo de lo mismo que había visto con mis propios ojos.

Paula aún no había terminado, así que la seguí escuchando.

—Participé en las grabaciones, algunas de ellas sesiones de fotos como la de la discoteca, y Nacho me pagó lo que habíamos acordado. Para mí era todo, el asunto estaba zanjado y así se lo hice saber. Conmigo no iba a contar más.

»Pero el hijo de su madre comenzó a acosarme. Me insistía en que quería más, que mi imagen vendía de maravilla y que no podía dejarle tirado. Así que comencé a meterte prisa para que aceptaras el trabajo en Málaga y que nos mudáramos cuanto antes. Mucho más cuando me amenazó con enviarte los vídeos si no accedía a seguir grabando.

—¿Vídeos, en plural? —dije temblando. Hasta el momento creía que había solo uno.

—Sí, fueron tres, ¿por qué lo dices? ¿Cuántos te ha enviado?

—Da igual, no quiero saber nada más de esa mierda —farfullé—. Pero hay algo que no entiendo.

—¿Qué es lo que no entiendes?

—En el vídeo se te ve disfrutar como una zorra. Te corres varias veces y sonríes mientras te llenan la cara de semen. Yo diría que te lo estás pasando de puta madre.

Paula volvió a sonarse la nariz antes de proseguir.

—No seas idiota, ¿es qué te crees todo lo que ves? —murmuró—. La sonrisa de las zorras del porno es fingida, lo mismo que los orgasmos. Eso es parte del trabajo, no seas crío. Hasta que no cobras la pasta no puedes dejar de sonreír. Solo con el dinero en la mano puedes mandarles a tomar por culo. Y no quiero ni pensar en las pobres que viven de ello, que no pueden dejar de sonreír ni siquiera entonces.

Asentí con la cabeza. Y le hice un gesto para que continuara.

—Y ahora llegamos al presente. Cuando de nuevo te quedas sin trabajo y nos volvemos a Madrid. Yo no quería, ¿recuerdas? Tenía miedo de que el pasado volviera y que tú te enteraras de todo. Y encima te reencuentras con ese cerdo y te ofrece un trabajo de profesor. Creí morirme. Te insistí en que no lo aceptaras, ¿recuerdas?, pero no me hiciste caso.

»En cuanto comenzaste a trabajar para él, el diablo volvió a colarse en nuestra casa. Que sepas que Nacho y Laura llevan insistiéndome para que volvamos a grabar casi desde que volvimos. El domingo que pasamos en su casa no dejaron de presionarme entre los dos cada vez que tú desaparecías. Y hace pocas noches me asedió a través de wasap amenazándome con pasarte los vídeos. Le dije que lo pensaría, con tal de retardar su amenaza. Mi idea era convencerte de irnos de nuevo a Málaga, como te dije ayer, y esperar que el miserable se olvidara de nosotros. Pero el hijo de puta no parece haber querido esperar y al final nos ha jodido de forma definitiva. ¿Por qué coños lo habrá hecho? Entregarte las grabaciones le ha jodido el negocio al no poder continuar con su chantaje.

Un pinchazo de culpa se me clavó en el estómago. Ella no podía saberlo. Pero si el asunto había estallado era por mi culpa. Si yo no hubiera tenido el lío con Ari, nada de esto estaría pasando. Nacho, Laura, incluso mi mujer, podían ser unos hijos de su madre, pero yo era el mayor cerdo de todos. El que había provocado el terremoto con mi lujuria hacia la hija de Nacho.

Si tras aquella confesión no conseguía perdonar a mi mujer, por muy zorra que apareciese en las imágenes, el título de «hijo de puta mayor del mundo» me lo iba a merecer… y con mayúsculas.

—Es mejor que no pienses más en eso —dije para desviar la atención de mi mujer. Si seguía elucubrando, podría llegar a enterarse de la verdad, y eso si habría supuesto el final entre los dos—. A saber cómo funciona la cabeza de semejante depravado. Estamos cansados, ¿te parece que nos vayamos a la cama? Mañana con el día lo veremos todo desde otra perspectiva. Al menos yo no tengo que madrugar, me acaban de despedir… una vez más.

Paula se limpió por enésima vez la nariz y asintió con una sonrisa triste.

—Vale —dijo—. Vámonos a dormir, y no dejes de abrazarme esta noche, por favor, te necesito más que nunca.

Continuará...
 

Epílogo​


Por supuesto, nos trasladamos a Málaga, y lo hicimos en un tiempo record. Alejarnos de Nacho lo antes posible era la única manera en que pudiéramos perdonarnos el uno al otro. Yo a ella por la aberración cometida al prestarse a un juego tan degradante. Y ella a mí por obligarla a entrar en él por culpa de mi orgullo.

En ningún momento le mencioné mi aventura con Ari. Y recé para que no la descubriera.

Paula consiguió que la admitieran en su anterior puesto en la oficina de la delegación sur. Aún no lo habían cubierto y la recibieron con los brazos abiertos. Yo, por mi parte, comencé la búsqueda de un nuevo trabajo acorde con mi profesión.

Para apoyar en los gastos domésticos, alquilamos la casa de Madrid. La vida en Málaga, por otra parte, era realmente deliciosa, a pesar de que el apartamento que habíamos comprado cuando la economía nos sonreía era más bien pequeño. No nos importaba, sin embargo, y a las pocas semanas la relación entre Paula y yo entró en aguas tranquilas.

La paz había vuelto a nuestro hogar.

*

Había un punto negro en esta vida «feliz», sin embargo. Y es que echaba de menos a Ari. Cuando pensaba en ella, intentaba cortar el paso a mis pensamientos, que en la mayoría de los casos eran lascivos. Pero ni así conseguía olvidarla.

Una noche, cuando Paula abandonó el libro que leía y se dio la vuelta en la cama para comenzar a dormir, tomé mi móvil y busqué las imágenes de la chica. Tras revisar las fotos de la noche de sexo a distancia, pulsé el play de la grabación de la videollamada. Llevaba puestos los auriculares, de modo que Paula no podía escuchar cómo Ari me pedía más y yo le ronroneaba palabras soeces para obligarla a ir cada vez más lejos.

Sin haberlo pretendido, mi mano libre se coló bajo el pijama y abrazó mi polla, que a esas alturas se había inflamado tanto que amenazaba con asomarse por la cinturilla del pantalón.

Comencé a pajearme lentamente, sin prisa, quería saborear el momento. Mientras veía a Ari evolucionar al otro lado de la pantalla, la piel de la verga subía y bajaba de forma rítmica, proporcionándome un placer indescriptible. Aquella mocosa me la ponía dura como nadie lo había conseguido jamás.

Finalmente vencí la tentación como en tantas otras ocasiones. Necesitaba liberarme como fuera de la obsesión por la hija de Nacho. Aunque cada vez me costaba más.

Saqué la mano del pantalón y busqué las noticias deportivas. Era una forma como cualquier otra de luchar contra mi adición por aquella rubita de ojos azules. Mientras repasaba los titulares, silbó un mensaje de wasap. Entré en la app para leerlo y sonreí al ver el típico chiste de machirulos que me llegaba de uno de los grupos de amigos.

Iba a volver a las noticias cuando mis ojos se centraron en un nombre de la agenda que parecía llamarme a gritos: «Ari hija Nacho». Luché contra la tentación durante varios segundos. Tenía que salir de wasap como fuera antes de que…

Pero esta vez no lo conseguí. Entré en el chat de la chica y observé los últimos mensajes entre los dos. Los que habíamos intercambiado la noche del Sexting, antes de que decidiera bloquearla para evitar un enfrentamiento con Nacho que, a la postre, se había terminado produciendo.

No lo dudé un instante. Pulsé la opción de desbloqueo y enseguida aparecieron un sin número de mensajes provenientes de Ari. En todos decía algo parecido: «Pero por qué no me contestas?». O «Por qué me bloqueas? Qué te he hecho para que me trates así?»

Fui pasando los mensajes hasta llegar a los últimos, que databan de pocos días atrás. En ellos Ari me comentaba que su padre le había explicado que Paula y yo nos habíamos mudado a Málaga de improviso, sin avisar, por unos problemas familiares que no podían esperar. Pero Ari me preguntaba si aquello era cierto o si era un invento de su padre para excusarme por haber desaparecido de sopetón, sin informar siquiera en el colegio.

En este comentario, leí un mensaje subliminal: De ninguna manera Nacho estaba dispuesto a contarle a su hija que yo le había enviado nuestras conversaciones y sus fotos. Podía estar tranquilo, Nacho parecía cumplir las condiciones de guerra fría entre los dos. Sus fotos por las mías, a ninguno nos interesaba el escándalo. Era una noticia genial.

Estaba absorto en los antiguos mensajes de Ari, tratando de luchar contra un sentimiento de culpa insoportable, cuando de pronto entró uno nuevo.

ARI: Joder, por fin apareces. No te da vergüenza bloquear a las amigas?

¡Menuda putada! Al desbloquear a Ari y leer sus mensajes, la chica me había descubierto en línea y volvía al ataque. Por un momento maldije mi decisión.

Pero al mismo tiempo, un escalofrío me recorrió el cuerpo por entero. Era una sensación placentera, más parecida a dicha que a culpa por saberme pillado infraganti.

Y mis dedos teclearon por sí solos, sin haber recibido una orden desde mi cerebro:

CARLOS: Hola, Ari.

*

Había sido una temeridad por mi parte. Había subestimado la hora que era —un viernes a las doce y media de la noche, la hora de comenzar a vivir de los chavales—, y Ari se me había colado en el móvil sin esperarlo. Idiota de mí.

Aun así, me sentía más que complacido por tenerla al otro lado de la línea, tal vez con poca ropa, tal vez deseando que le dijera lo guapa que estaba si deseaba enviarme alguna foto.

ARI: Y una mierda “hola”. Me vas a tener que explicar muchas cosas, que te piras sin avisar, me bloqueas y si te he visto no me acuerdo. Lo mismo exactamente que me advirtió Eva de ti.

Tenía que parar el aluvión de quejas. No era sensato levantar polvaredas. Así que opté por mentirle.

CARLOS: No hay nada que explicar. Es lo que te dijo tu padre. Se nos presentó un asunto jodido en Málaga y tuvimos que salir pitando.

ARI: Cojonudo… Y mi sobresaliente se fue a la mierda con el nuevo profesor. Un cinco pelón y gracias… jajaja.

Los emojis riendo a carcajadas mostraban que no estaba para nada enfadada. Esos pequeños dibujitos consiguieron relajarme, quizá podría mantener una conversación tranquila con ella. Eso sería más que genial.

Miré de reojo a Paula y comprobé que seguía dormida como un angelito, así que estábamos los dos solos: Ari y yo, de nuevo.

CARLOS: Bueno, y qué más te cuentas, qué tal Chovi?

ARI: Bah, Chovi como siempre, aparece, me echa un par de polvos de esos que ni te enteras y vuelve a largarse con sus amigotes. Estoy hasta la coronilla de él.

Un sudor frío me recorrió la espalda. No sabía discernir si era solo casualidad que introdujera temas de sexo nada más empezar la conversación.

CARLOS: Bah, no será para tanto.

Intentaba quitarle hierro al asunto.

ARI: Qué si, que sí, Carlos, que te lo juro… Que no me hace ni caso… Que estoy más caliente que una plancha. Que me paso el día haciéndome dedos con tus fotos para poder relajarme…

Mi polla no pudo por menos que dar un salto dentro del pijama ante aquel comentario.

CARLOS: Joder, Ari, no digas esas cosas, que uno no es de piedra.

ARI: Ya… me lo imagino... jajaja. Y qué tal tú con tu mujer, folláis mucho? Que suerte tiene la jodía, tenerte cerca con ese pollón que dios te ha dado.

Un nuevo impulso hizo que el asta de mi bandera se marcara claramente bajo la sábana. Le puse una revista encima por si Paula se daba la vuelta en algún momento y abría los ojos.

Por otro lado, me preguntaba cuánto sabría ella de las aventuras de sus padres con mi mujer. Porque de que conocía algo de sus negocios sucios no me cabía duda. Era mucha casualidad que ella y Eva se dedicaran a hacer algo tan parecido con la grabación y publicación de vídeos subidos de tono.

Más seguro era el refrán que rezaba: «de casta le viene al galgo».

CARLOS: Por dios, Ari, contente, no ves que esto no puede ser. Tú misma lo dijiste, solo soy un viejo verde.

ARI: Sí, claro que sé que solo eres eso… Pero eres un viejo verde que echa unos polvos que me tiemblan los empastes… jajaja.

La muy caliente de Ari me estaba poniendo frenético. Y parecía que solo estaba empezando.

ARI: Y que sepas que mientras estamos hablando, me estoy haciendo un dedo de campeonato… Ufff… qué cachonda me has puesto, cabroncete… Tengo dos dedos en el coño y mi botoncito está que revienta…

¡Joder con la niña! ¿Pero por qué diablos la habría desbloqueado? ¿Se podía ser más guarra…? Pero, claro, a mí me estaba poniendo de los nervios, y estaba tan feliz por ello que la noche iba a acabar mal.

ARI: No dices nada? No te imaginas cómo me lo estoy haciendo?

Lo pensé un instante y al final concluí que mi autocontrol se podía ir a la mierda.

CARLOS: No, no me lo imagino. Por qué no me envías una foto?

Era genial lo que estaba pasando. Porque en mi cabeza nacía una idea malvada que Nacho iba a tener que sufrir, por cerdo.

ARI: «Imagen»

La fotografía de Ari era brutal. Era imposible verla y no desear masturbarse. Y mi mano voló por debajo del pijama a seguir con la faena que había abandonado unos minutos antes.

CARLOS: Joder, Ari, como me pones, chiquilla…

ARI: Ah, sí? Y cómo te pongo?

CARLOS: No me vaciles, por tu padre. Si no fuera porque estás tan lejos te iba a buscar ahora mismo.

A Ari le pareció gracioso lo que acababa de decir.

ARI: Jajaja… Y, si me pillaras, que me ibas a hacer…?

CARLOS: Si te pillara…? No querrás saber lo que haría si te pillara… por zorra…

ARI: Sí, sí que quiero saberlo… dímelo, anda…

CARLOS: Joder, niña, si te pillara te iba a follar tan fuerte que te iba a romper el coño. Ibas a estar sin poder sentarte en una semana.

La respuesta de Ari no se hizo esperar.

ARI: Sigue, por dios, estoy a punto de correrme.

CARLOS: Pues grábate un video cuando te corras, quiero verte. Si no, no te digo nada más.

ARI: Ahora mismo lo grabo, pero tú empieza.

Y me lancé sin freno.

CARLOS: Si pudiera cogerte, te iba a echar el polvo más guarro de tu vida, por puta. Te iba a romper no solo el coño, sino también el culo.

Iba dosificando los mensajes para que no tuviera que esperar mucho tiempo hasta el siguiente.

CARLOS: Y te iba a dar de hostias en el culo y en las tetas para joderte lo más posible. Te iba a poner rojo todo el cuerpo a base de hostias.

ARI: Y qué más?

Joder, la chica tenía un aguante de la leche. A ver qué se me ocurría ahora.

CARLOS: Y después me iba a correr en tu puta boca. Y te iba a llenar los ojos de lefa, de esa que escuece si te entra dentro.

ARI: Ufff, como me pones, profe... Y qué más?

Joder con la cría, ¿aún quería más?

CARLOS: Y te iba a escupir en la boca para que te tragaras mis lapos.

ARI: Guau, ese ha sido bueno... Y qué más me harías?

¡Su puta madre! ¿Cómo podía llegar tan lejos una chavala de su edad?

CARLOS: Y te iba a hostiar la cara hasta que pidieras clemencia.

ARI; Y qué más?

¿Aún más? ¡No me lo podía creer!

CARLOS: Y lo iba a grabar todo para poder pajearme el resto de mi vida.

Y por fin llegó el final. Por suerte, me dije, porque no se me ocurrían mayores barbaridades de las que ya había dicho.

ARI: Jodeeeer, me corro, me corro, cabronazo…

El video con la corrida no tardó en llegar. Pude comprobar que usaba dos móviles, uno con el que grababa y un segundo con el que seguía chateando.

ARI (mensaje de voz): Ufff… vaya corrida… ha sido la leche! Qué pena que no estés aquí, te iba a hacer la mamada de tu vida. Y me iba a tragar tu leche hasta la última gota… Cómo me pones, profe, que pedazo de puta haces que me sienta…

CARLOS: Ufff, pues no tienes ni idea de cómo me pones tú a mí, guarrilla…

ARI: Pues ya tienes mi video, ahora pajéate tú con él y grábate que quiero ver cómo escupe ese pollón que me mata solo con verlo.

Así lo hice y apenas tardé unos segundos en poner perdida la cama, el pijama y el móvil. Fue una corrida apoteósica y acompañada de la mayor expulsión de semen que recordaba. Tuve que esforzarme para limpiarlo todo a conciencia antes de proseguir la conversación.

Antes de eso, le había pasado a Ari el vídeo con mi explosión.

CARLOS: «Video»

ARI: Joder, profe, si me echas eso en la boca me muero ahogada… jajaja…

*

Ari esperó paciente a que volviera a conectar. Y a partir de ese momento, la charla bajó de nivel, más calmados los dos tras los orgasmos compartidos.

ARI: Qué tal?

CARLOS: Un 20/10.

ARI: Solo? Jajaja… Lo mío ha sido un 100/10.

CARLOS: Jajaja.

Tras esto, la conversación cambió de rumbo.

ARI: Sabes, Chovi y yo estamos pensando ir una semana de vacaciones por algún lugar de playa. Como no tenemos mucha pasta, creo que tendremos que quedarnos por España.

Decidí meter a Nacho en la conversación, por tirarle de la lengua a su hija.

CARLOS: Pídele pasta a tu padre, parece que tiene mucha.

ARI: Ni de coña, a ese que le den por saco, es un puto tacaño.

CARLOS: Anda, mujer, no será para tanto.

ARI: Ya te digo. Pero bueno, lo que se me estaba ocurriendo sobre la marcha era irnos a Málaga, si a ti no te parece mal…

Un calambrazo me recorrió los testículos. Ari volvía a atacar. Y a mí me encantaban sus ataques, una vez liberado de culpa.

Aun así, tenía que disuadirla. Mi vida con Paula se había tranquilizado, mejor no ponerla en peligro.

CARLOS: Málaga no está mal, pero no es nada barata.

ARI: Bueno, en ese caso igual sí que le pido a mi padre algo de pasta. Pero me tienes que prometer una cosa.

«Uy, uy, uy…», me dije.

CARLOS: Qué cosa?

ARI: Que vamos a poder vernos aunque solo sea una vez y que me vas a echar un polvo como el que me echaste en casa de mis padres.

¿Quién dijo que pasados los cuarenta solo tienes pólvora para un disparo? Mi polla volvía a cargarse a toda velocidad. Bendita chavala que me estaba volviendo a una segunda juventud.

CARLOS: Ostras, Ari, si me lo pides así te juro que no te echo uno, sino dos o tres…

ARI: Jajaja… Te tomo la palabra, no me vengas luego con excusas…

Respiré profundo. Ni de coña le iba a poner excusas… A aquella chavala me la iba a follar pero bien, aunque solo fuera por joder a sus puñeteros padres.

*

Tan pronto como acabó la conversación, con planes para volver a hablar y ajustar nuestras agendas, me cambié al chat de Nacho. Con sumo cuidado, había recortado los trozos de conversación con Ari que me interesaban. Omitía los pasajes donde se hablaba de Málaga, de pedirle dinero y temas sensibles parecidos. También hice algunos recortes de la sesión de sexo de minutos antes.

Y entonces le envié los recortes a Nacho de una tacada.

CARLOS: «recorte»

CARLOS: «recorte»

CARLOS: «recorte»

CARLOS: «recorte»

Y luego le di la puntilla:

CARLOS: Ya te lo advertí. Me voy a follar a tu hija hasta que le salga el rabo por la boca. Y ella me va a dar las gracias por romperle el chochito, HDP… Le voy a dejar el coño que no va a poder sentarse en seis meses. No te preocupes, que ya te enviaré imágenes para que no te pierdas nada.

Esperé unos instantes hasta ver aparecer el primer mensaje de Nacho.

NACHO: HIJO DE PUTAAAAAA!!!!!!!!!!!

CARLOS: Y no te preocupes por tu reputación, en cuanto recopile algunos videos a través de Eva y de tu hija (de esos en que haces cochinadas con menores de edad) , me voy a dar una vuelta por la Guardia Civil para que ellos se encarguen de sacarle brillo... jajaja.

Tuve que sujetar la carcajada que me subía por el estómago para no despertar a Paula. Luego bloqueé a mi antiguo amigo y apagué el móvil. Lo de los vídeos había sido un farol, pero ya me podía imaginar a Nacho y a Laura haciendo las maletas y salir corriendo hacia el aeropuerto.

Lucía una amplia sonrisa en el rostro mientras cogía el sueño. Aquella noche iba a ser la más plácida en muchos meses.

FIN
 
Bueno, pues hicieron lo que tenían que hacer.
Pero sinceramente espero que ese par de depravados y malas personas paguen las barbaridades que hacen con los menores.
 
Bueno, pues hicieron lo que tenían que hacer.
Pero sinceramente espero que ese par de depravados y malas personas paguen las barbaridades que hacen con los menores.
En realidad no son menores, en el primer capítulo se aclara que se trata de un centro de FP de grado superior y que los alumnos son todos mayores de dieciocho. Esperemos que no haya chicos/as más jóvenes de esa edad en otros estudios y, si los hubiera, que Nacho y su mujer no se hayan atrevido a hacer locuras. Sería para meterles en la cárcel y tirar la llave.
 
Hola, buenas noches.

Buen relato, con sus partes de sexo y sus partes turbias. Echaré de menos ese encuentro final entre el protagonista y Ari, pero bueno.

Saludos y gracias

Hotam
 
PRÓLOGO


La historia que voy a contaros tuvo lugar mientras trabajaba en un centro privado de Formación Profesional. Fueron solo unos meses, pero la experiencia no podré olvidarla mientras viva. Imposible es olvidar unos acontecimientos que hicieron tambalearse mi matrimonio, mi vida y mi reputación.

Para quien le resulte desconocido el escenario, le diré que lo bueno de trabajar en un centro de estudios de FP de grado superior es que las jovencitas ya tienen más de dieciocho años. De hecho, bastantes de ellas cuentan los veinte o los sobrepasan.

Lo malo es que, si das clases como yo hacía en un centro privado dirigido por monjas, las chicas aún visten uniforme colegial como si siguieran en la edad del pavo. Y, claro, trabajando entre feromonas femeninas enfundadas en faldas tableadas —que enseñan más muslos de los que tapan— y camisas blancas con corbata —a juego con las medias hasta la rodilla—, no podía evitar mantenerme empalmado casi toda la jornada laboral.

Esto me hacía llegar a casa como un toro bravo. Paula, mi mujer, llevaba una temporada que no se creía que saliéramos a polvo diario —por lo menos— y que a veces la empotrara en el mismo recibidor de la casa, sin dejarla llegar al dormitorio.



*



Aunque un poco tarde, dejadme que me presente. Me llamo Carlos A., y no soy profesor, maestro, ni nada que se le parezca. En realidad soy Ingeniero Industrial. Lo que pasa es que en aquella época una fusión de empresas me había pillado descolocado y acabé en la calle con un talón que, no por ser jugoso, era menos humillante. Después de dedicarle diez años a una multinacional de campanillas, me encontraba en la cola del paro, como tantos otros de mis compañeros.

Por cosas del Karma o por puro azar, resultó que poco después de mi despido me reencontré con Nacho, uno de mis mejores amigos desde la tierna infancia y uno de los mayores puteros que he conocido jamás.

Nacho trabajaba en un centro de estudios religioso como subdirector. De director, en realidad, porque la monjita que presidía el consejo del colegio era un carcamal que solo ejercía de figurante, mientras mi amigo soportaba el peso del día a día del centro. Esto le permitía a Nacho llevar un tren de vida que era de envidiar.

Al conocer mis problemas laborales, Nacho me ofreció un puesto como profesor sustituto. En esas circunstancias, y aunque al principio me resistí, no pude por menos que aceptar la propuesta de mi amigo.

La asignatura que me adjudicó Nacho fue la de matemáticas, y algunas horas sueltas en las de física y dibujo. De esta manera, le ayudaba a ponerle un parche al agujero que le había producido la jubilación anticipada del anterior profesor hasta que encontrara un recambio definitivo.

—Será solo por seis meses, hasta que acabe el curso escolar, te lo prometo —me había asegurado mi amigo—. Para esa fecha ya habré conseguido un nuevo profesor con mayor vocación que la tuya.

—Seis meses y ni un día más —le había advertido yo con una sonrisa.

—Por supuesto, Carlitos, no te preocupes. Tú de momento ponte a la faena y prepara a mis chicas para que al menos aprueben, aunque sean con un cinco pelón, que las muy bobas solo piensan en follar y el que paga el pato ante el ministerio por el bajo rendimiento somos el colegio y yo mismo.

Cuando hablaba de «yo mismo», se refería al bonus que llevaba asociado el éxito o fracaso escolar de sus alumnas —que doblaban en número a los alumnos masculinos—. Y cuando decía que las muy bobas «solo pensaban en follar», me daba por preguntarme cómo sabría él en lo que pensaban las chicas. Y prefería no ahondar en el tema, mejor no estar al tanto de a qué se dedicaba el gran playboy en su tiempo libre, encontrándose entre tanta jovencita.

Total, que allí me hallaba yo aquella mañana de mayo, mientras las chicas —la gran mayoría— y los chicos —apenas media docena— reflexionaban sesudamente sobre las preguntas que les había puesto para el examen mensual.

Miraba a los examinados, sobre todo a las alumnas, desde mi mesa frente a la clase y de vez en cuando me veía obligado a cambiar de postura para evitar que mi paquete se pasara de llamativo. Pocas semanas atrás, mientras el frío apretaba, al menos los leotardos tapaban aquellos muslos imberbes. Ahora que el calor comenzaba a aparecer, los leotardos se habían esfumado, las faldas se habían ido acortando, y era imposible mirar hacia otro lado que no fuera la parte inferior de las mesas donde los muslos asomaban en todas las posiciones imaginables, mostrando bajo las faldas más braguitas de las que hubiera deseado.

Cuando ya pensé que me iba a ser imposible mantener la entereza, el timbre de fin de la clase resonó martilleante, liberándome de la esclavitud de las visiones pecadoras. Un segundo antes me había casi rendido y estaba dispuesto a correr hacia el baño a meneármela desesperado.

Por fortuna el timbre llegó antes.

La mayor culpable de mi desesperación había sido Sonia, una empollona delgaducha que solía sentarse en la primera fila. La chica llevaba todo el examen cruzando y descruzando las piernas y enseñándome lo que había al final de sus finos muslos: un tanga que no llegaba a cubrir la piel y los rizos que se suponía que debería de tapar. Estaba seguro de que la chica había sido puesta allí por sus compañeros para mantener mis ojos ocupados durante el examen y poder copiar a sus anchas.

Un viejo truco sacado de la película Instinto básico.

Y a fe que lo habían conseguido. No me había movido de mi asiento ni un solo segundo, con tal de no perderme aquel libidinoso paisaje. Ese día Paula, mi mujer, iba a llevarse un polvo de campeonato. Si no lo remediaba nadie, en el recibidor de nuestra casa iba a arder Troya, porque a la habitación no creía que pudiéramos llegar con el ardor que me quemaba entre las piernas.


***




EL RESULTADO DEL EXAMEN


Dos días después, tras entregar las notas del examen, se desencadenó el melodrama que habría de hacerme bajar a los mismísimos infiernos.

La mayoría de la gente encaja bien los resultados. A todos nos ha pasado que nos cateen un examen cuando estudiábamos, y lo hemos llevado como hemos podido. Son las reglas del juego y nos ayudan a madurar. Pero aquella chica, Ari, no había dejado de lloriquear desde el momento en que le había comunicado su nota.

Y, lo peor de todo, una vez se hubo vaciado la clase, última del día, Ari y su amiga Eva seguían en la última fila, murmurando entre ellas y mirándome de reojo de cuando en cuando.

Eva había aprobado por los pelos, así que tampoco tenía mucho de qué presumir. Pero la veía esforzarse en consolar a su amiga, sin por lo visto conseguirlo. Cuando dirigían sus miradas hacia mí, cuchicheando, yo me hacía el despistado y miraba hacia otro lado. Ari movía la cabeza negando lo que fuera que Eva le decía y yo empezaba a impacientarme.

Sin saber cómo acabar con aquello, decidí simular que leía un libro de texto a la espera de que ellas se fueran primero. No quería dejarlas a solas por si el asunto que las mantenía allí fuera algo tan grave que, como su profesor que era, me obligara a entrar en escena.

No parecía, sin embargo, que tuvieran intención de marcharse, se diría que pensaran quedarse a dormir allí mismo.

Quince minutos después de finalizar la clase, observé movimiento entre las chicas. Eva se levantaba de su pupitre y se dirigía sin titubeos hacia mí.

Mi mesa se hallaba sobre una plataforma de unos diez centímetros por encima del resto de la clase. Por ello, al plantarse la joven frente a mí, parecía más baja de lo que en realidad era, alrededor del uno setenta.

Eva se situó en una posición erguida, las manos a la espalda, las piernas unidas y los pies en «V». Una postura que se me antojó infantil. Un ligero y continuo movimiento de cadera hacía volar ligeramente su falda hacia uno y otro lado de forma constante. Sus ojos burlones y su media sonrisa se habían quedado fijos en mí. Y se mantenía callada.

—¿Querías algo, Eva? —le dije tras un angustioso minuto de silencio. Ari nos miraba desde su pupitre con ojos enrojecidos. Se había metido las manos unidas entre los muslos y su imagen se asemejaba a la de un cervatillo asustado.

—Si, profesor…

La voz de Eva sonaba melosa y suave. Estaba claro que iba a pedirme algo.

—Ya os he dicho que podéis llamarme Carlos —repliqué amistoso—. No sois niñas de primaria.

—Pues eso, Carlos —se corrigió—. Quiero hablarte de mi amiga Ari.

Se giró hacia ella y la chica del fondo no movió ni un músculo. Parecía haberse quedado congelada.

—Como le digo es por mi amiga Ari —repitió Eva volviendo a hablarme de usted—. Usted la ha suspendido y se encuentra desolada.

—Vaya, ¿y no puede venir ella a hablar por sí misma? —repliqué, esta vez menos amistoso—. Por cierto, Ari se ha llevado un cuatro y medio, pero tú has aprobado por los pelos. Tu cinco coma uno no es para tirar cohetes.

—Sí, pero bueno, al menos yo he aprobado y mis padres no me castigarán, que no es su caso… —carraspeó—. Pero de lo que quiero hablarle no es de eso.

—Ah, ¿no? —me extrañé. No sabía por dónde iban los tiros, así que esperé a que terminara su diatriba.

—No… —Volvió a girarse hacia su amiga haciendo volar su falda de colegiala. Ari abrió mucho los ojos, adiviné que Eva estaba a punto de soltar una bomba—. Lo que yo quiero es explicarle por qué Ari no ha podido hacer un examen mejor.

Me costaba tragar saliva. Aquella escena la había visto yo en más de un video de Internet. Y el final acababa con menos ropa de la que todos llevábamos en ese momento. Cambié de posición para que mi paquete no se mostrara tan evidentemente crecido, aunque no estuve muy seguro de haberlo conseguido.

—Tu… dirás… —fue lo único que conseguí articular.

La chica tomó aire y soltó el mensaje que llevaba preparado.

—Ari no ha podido estudiar más para el examen porque está enamorada de usted. Tanto le ama que no le resulta posible concentrarse.

Soltó y se quedó mirándome tan sonriente como si no hubiera roto un plato en su vida.

—¿¡Qué!? —El aire se solidificó a mi alrededor y se negó a entrar en mis pulmones por unos segundos. Mi corazón se saltó un latido. Aquella frase sonaba a excusa barata, pero era imposible que no te calara muy adentro. Al menos muy adentro de la entrepierna.

—Pues eso, profe… perdón… Carlos… —insistió Eva—. Que Ari está por usted y no hay manera de que se concentre. Por más que estudie, a la hora del examen no consigue recordar lo que ha estudiado.

Estaba claro. Todas las señales iban dirigidas hacia el mismo punto. En cualquier momento me iba a proponer alguna «cochinada» a cambio de las cinco décimas que le faltaban para el aprobado raspón.

Apostaba lo que fuera sin miedo a perder.

Lo que no tenía muy claro era cual debería ser mi respuesta.


Continuará...
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