Ésta es la historia de cómo conseguí tener una relación con una de las féminas con las que estuve fantaseando durante toda mi adolescencia. El pibón del instituto. Pretendida por muchos, pero al alcance de muy pocos. Nada fue como yo había imaginado y aunque no pude hacer con ella ni la mitad de lo que hubiera deseado, tuve una recompensa bastante placentera. No doy más detalles de momento para no estropear la sorpresa, esta historia tiene un giro de guion que nunca hubiese imaginado que pudiera pasar.
Sarita, esa musa que durante tres años fue mi pareja, es un monumento. A mí me atrajo desde la primera vez que la vi y nunca pensé que me daría una oportunidad. Es delgada, no tiene ni un gramo de grasa, estatura normal 1,60m, pelo castaño tirando a rubio. Un culo redondo, precioso, que ensancha las caderas y destaca en esa figura esbelta. Sin embargo, es un culo infravalorado. Esas nalgas merecerían mucha más atención de la que provocan, pero es que no pueden competir con sus tetas. Es lo que más destaca de ella: unas tetas descomunales. Empezaron a crecerle pronto, yo creo que primero dieron el estirón sus tetas y luego lo dio ella. En la época del instituto, cruzarse con ella en el pasillo te alegraba la mañana. Aunque discreto, siempre ha llevado escote. Sarita es dulce, sonriente y bastante introvertida. Sus rasgos siempre le han hecho aparentar menos años de los que tiene, al contrario que su pecho. A los 25 años, según cómo se maquillase podía aparentar 5 o 6 años menos sin problema. Y sus tetas, sin embargo, eran ya unas tetas de mujer desde que empezó la pubertad.
Soñaba con hacerle el amor. Sí. A Sarita se le hace el amor, no se le folla. Alguna vez, en la adolescencia, intenté acercarme a ella y pero no me hacía caso. Bueno, era algo que daba por imposible. Diez años después, sin buscarlo, se obró el milagro una noche de fiesta que la encontré trabajando de camarera.
Apenas había cambiado. Seguía siendo una diosa. Aunque su cuerpo estaba ya más proporcionado. Era toda una mujercita. Yo estaba con varios amigos y cuando me tocó pedir ronda aproveché para saludarle. Al pagar me cobró un gin-tonic de menos, dijo que me invitaba y me lanzó una sonrisa muy coqueta. Os juro que en ese momento tuve ya una erección de caballo. Así, sin más. Es que es sobrenatural.
Aprovechando la oportunidad, llevé los tragos a mis amigos y les dije que tenía trabajo. Entendieron. Fui a sentarme en la barra, para hacerle compañía. Ahora me fijé en su outfit: vestía unos vaqueros ajustados que le hacían un culo mejor de lo que yo recordaba y una camiseta de tirantes con un escote bastante atrevido. Pude contemplar el canalillo interminable que se formaba y creo que en algún momento me pilló mirándole el tetamen.
Hablamos de trivialidades, de en qué punto vital estaba cada uno. Me aclaró que trabajaba en el bar los fines de semana, que como ya sabía, había estudiado periodismo y trabajaba en un medio de tirada local en condiciones precarias. Le pedí que me dejase leer algo que hubiese escrito. Dudó un momento, se metió en la recámara y salió con un periódico.
Por lo visto, se encargaba de las crónicas deportivas de los deportes de invierno. Vivíamos en una ciudad de montaña, rodeados de pistas de esquí, así que no era tan raro. Yo mismo practiqué snowboard compitiendo a nivel internacional en categorías inferiores. Cuando me fui a estudiar fuera no me quedó más remedio que dejarlo atrás.
Leí las crónicas y, aunque obviamente le iba a regalar los oídos fuesen como fuesen, lo cierto es que no estaban nada mal. Eran crónicas muy directas, sin abusar de los clichés y frases hechas que se suele ver en este tipo de redacciones. Por supuesto yo exageré y haciéndome el sorprendido le dije:
-No sabía que habías practicado esquí tú también...
-¿yo? Nunca, que va.
-No me times, Sarita, que para explicar tan bien hace falta conocer los deportes por dentro.
El cumplido tuvo el efecto deseado. Agradeció mis palabras sin poder evitar sonrojarse y, para mi regocijo, se le marcaron momentáneamente los pezones. Joder y qué grandes eran, me moría de ganas de echarles el guante.
La noche se fue acabando, mis amigos se fueron sin molestar (no sin predicar antes en el grupo de WhatsApp lo que me proponía hacer). Sarita no tardó en decirme que iba a recoger. Se alegraba de verme y le había encantado la conversación, pero no podía entretenerse más. Le ofrecí mi ayuda para recoger con la esperanza de jugar la prórroga y aceptó como si estuviera esperando esa propuesta.
Entré en la barra y me encargué de pasar una bayeta y cargar las cámaras que me indicó. Hice varios viajes al almacén para traer cajas de refrescos. Le indiqué que casi había terminado y volví a entrar al almacén. Sarita me siguió sin darme cuenta y cuando fui a coger una caja de coca colas me cortó el paso. Volvieron a marcarse esos botones en la camiseta así que no tuve dudas de lo que significaba: dejé la caja en el suelo, la acerqué a mí y nos besamos. Fue un beso largo, sin prisas. Al separarnos le confesé que llevaba años deseando ese beso. Ella respondió que pensaba que era un capullo de los que solo van a lo que van y que por eso nunca me hizo caso, pero que sabía que en realidad eran prejuicios sin fundamento.
La abracé y le dije: te podría abrazar 40 años seguidos. Sí, tienes razón, lo que dije estaba fuera de lugar. Tan pronto como salieron mis palabras me di cuenta de que el comentario era gratuito. Pero es que no sabía qué hacer. Me moría de ganas de quitarle la ropa y tener sexo con ella, pero no era lo único que quería. Como ya he comentado antes, siempre me gustó.
Nos volvimos a besar, esta vez con más pasión. Como si fuera el primer beso de nuestra vida. Empecé a masajearle el culo y cuando me dio la sensación de que ya había pasado un tiempo prudencial para no parecer lascivo, le agarré la teta izquierda. Noté como se excitaba y a la vez se ponía tensa. Amasaba, incapaz de abarcar con mi mano la que, sin duda, era la teta más grande que había manoseado. El pezón parecía querer atravesar la tela. Lo agarré con dos dedos y cuando verifiqué su tamaño me estremecí. Poco a poco, se empezó a mostrar incómoda. Algo le rallaba. Me contuve con mucho esfuerzo y alejé mis zarpas del tesoro. No dijo nada, pero agradeció el gesto. Le acaricié la mejilla con mucha ternura y salimos del hechizo. Le propuse dar un paseo, para que viera que no pasaba nada si no iba a más. Cerramos y salimos cogidos de la mano, como dos enamorados. Cada poco parábamos a besarnos. Tantos años anhelando que sucediese que ahora solo quería que no acabase, me daba miedo que nos despidiésemos y no volviese a repetirse nunca.
Se moría de sueño. Pero para mi tranquilidad, me propuso vernos al día siguiente. Si me acercaba al bar un rato antes del cierre me invitaría a un trago y luego podríamos alargar un rato, esta semana ya no tendría que ir más al bar y podría trasnochar. La acompañé un trecho de camino a casa y nos despedimos. Le besé el cuello y al apartarme volví a encontrarme sus pezones tiesos. Ella también lo notó y se tapó un poco con el brazo. Sabía que era algo tímida pero siempre pensé que tendría bastante experiencia y no estaría tan cohibida. Tan pronto como llegué a casa me tumbé en la cama y abrí su Insta en el móvil. Tuve que hacerme un tremendo pajón para descargar y seguidamente, quedarme dormido.
Continuará...
Sarita, esa musa que durante tres años fue mi pareja, es un monumento. A mí me atrajo desde la primera vez que la vi y nunca pensé que me daría una oportunidad. Es delgada, no tiene ni un gramo de grasa, estatura normal 1,60m, pelo castaño tirando a rubio. Un culo redondo, precioso, que ensancha las caderas y destaca en esa figura esbelta. Sin embargo, es un culo infravalorado. Esas nalgas merecerían mucha más atención de la que provocan, pero es que no pueden competir con sus tetas. Es lo que más destaca de ella: unas tetas descomunales. Empezaron a crecerle pronto, yo creo que primero dieron el estirón sus tetas y luego lo dio ella. En la época del instituto, cruzarse con ella en el pasillo te alegraba la mañana. Aunque discreto, siempre ha llevado escote. Sarita es dulce, sonriente y bastante introvertida. Sus rasgos siempre le han hecho aparentar menos años de los que tiene, al contrario que su pecho. A los 25 años, según cómo se maquillase podía aparentar 5 o 6 años menos sin problema. Y sus tetas, sin embargo, eran ya unas tetas de mujer desde que empezó la pubertad.
Soñaba con hacerle el amor. Sí. A Sarita se le hace el amor, no se le folla. Alguna vez, en la adolescencia, intenté acercarme a ella y pero no me hacía caso. Bueno, era algo que daba por imposible. Diez años después, sin buscarlo, se obró el milagro una noche de fiesta que la encontré trabajando de camarera.
Apenas había cambiado. Seguía siendo una diosa. Aunque su cuerpo estaba ya más proporcionado. Era toda una mujercita. Yo estaba con varios amigos y cuando me tocó pedir ronda aproveché para saludarle. Al pagar me cobró un gin-tonic de menos, dijo que me invitaba y me lanzó una sonrisa muy coqueta. Os juro que en ese momento tuve ya una erección de caballo. Así, sin más. Es que es sobrenatural.
Aprovechando la oportunidad, llevé los tragos a mis amigos y les dije que tenía trabajo. Entendieron. Fui a sentarme en la barra, para hacerle compañía. Ahora me fijé en su outfit: vestía unos vaqueros ajustados que le hacían un culo mejor de lo que yo recordaba y una camiseta de tirantes con un escote bastante atrevido. Pude contemplar el canalillo interminable que se formaba y creo que en algún momento me pilló mirándole el tetamen.
Hablamos de trivialidades, de en qué punto vital estaba cada uno. Me aclaró que trabajaba en el bar los fines de semana, que como ya sabía, había estudiado periodismo y trabajaba en un medio de tirada local en condiciones precarias. Le pedí que me dejase leer algo que hubiese escrito. Dudó un momento, se metió en la recámara y salió con un periódico.
Por lo visto, se encargaba de las crónicas deportivas de los deportes de invierno. Vivíamos en una ciudad de montaña, rodeados de pistas de esquí, así que no era tan raro. Yo mismo practiqué snowboard compitiendo a nivel internacional en categorías inferiores. Cuando me fui a estudiar fuera no me quedó más remedio que dejarlo atrás.
Leí las crónicas y, aunque obviamente le iba a regalar los oídos fuesen como fuesen, lo cierto es que no estaban nada mal. Eran crónicas muy directas, sin abusar de los clichés y frases hechas que se suele ver en este tipo de redacciones. Por supuesto yo exageré y haciéndome el sorprendido le dije:
-No sabía que habías practicado esquí tú también...
-¿yo? Nunca, que va.
-No me times, Sarita, que para explicar tan bien hace falta conocer los deportes por dentro.
El cumplido tuvo el efecto deseado. Agradeció mis palabras sin poder evitar sonrojarse y, para mi regocijo, se le marcaron momentáneamente los pezones. Joder y qué grandes eran, me moría de ganas de echarles el guante.
La noche se fue acabando, mis amigos se fueron sin molestar (no sin predicar antes en el grupo de WhatsApp lo que me proponía hacer). Sarita no tardó en decirme que iba a recoger. Se alegraba de verme y le había encantado la conversación, pero no podía entretenerse más. Le ofrecí mi ayuda para recoger con la esperanza de jugar la prórroga y aceptó como si estuviera esperando esa propuesta.
Entré en la barra y me encargué de pasar una bayeta y cargar las cámaras que me indicó. Hice varios viajes al almacén para traer cajas de refrescos. Le indiqué que casi había terminado y volví a entrar al almacén. Sarita me siguió sin darme cuenta y cuando fui a coger una caja de coca colas me cortó el paso. Volvieron a marcarse esos botones en la camiseta así que no tuve dudas de lo que significaba: dejé la caja en el suelo, la acerqué a mí y nos besamos. Fue un beso largo, sin prisas. Al separarnos le confesé que llevaba años deseando ese beso. Ella respondió que pensaba que era un capullo de los que solo van a lo que van y que por eso nunca me hizo caso, pero que sabía que en realidad eran prejuicios sin fundamento.
La abracé y le dije: te podría abrazar 40 años seguidos. Sí, tienes razón, lo que dije estaba fuera de lugar. Tan pronto como salieron mis palabras me di cuenta de que el comentario era gratuito. Pero es que no sabía qué hacer. Me moría de ganas de quitarle la ropa y tener sexo con ella, pero no era lo único que quería. Como ya he comentado antes, siempre me gustó.
Nos volvimos a besar, esta vez con más pasión. Como si fuera el primer beso de nuestra vida. Empecé a masajearle el culo y cuando me dio la sensación de que ya había pasado un tiempo prudencial para no parecer lascivo, le agarré la teta izquierda. Noté como se excitaba y a la vez se ponía tensa. Amasaba, incapaz de abarcar con mi mano la que, sin duda, era la teta más grande que había manoseado. El pezón parecía querer atravesar la tela. Lo agarré con dos dedos y cuando verifiqué su tamaño me estremecí. Poco a poco, se empezó a mostrar incómoda. Algo le rallaba. Me contuve con mucho esfuerzo y alejé mis zarpas del tesoro. No dijo nada, pero agradeció el gesto. Le acaricié la mejilla con mucha ternura y salimos del hechizo. Le propuse dar un paseo, para que viera que no pasaba nada si no iba a más. Cerramos y salimos cogidos de la mano, como dos enamorados. Cada poco parábamos a besarnos. Tantos años anhelando que sucediese que ahora solo quería que no acabase, me daba miedo que nos despidiésemos y no volviese a repetirse nunca.
Se moría de sueño. Pero para mi tranquilidad, me propuso vernos al día siguiente. Si me acercaba al bar un rato antes del cierre me invitaría a un trago y luego podríamos alargar un rato, esta semana ya no tendría que ir más al bar y podría trasnochar. La acompañé un trecho de camino a casa y nos despedimos. Le besé el cuello y al apartarme volví a encontrarme sus pezones tiesos. Ella también lo notó y se tapó un poco con el brazo. Sabía que era algo tímida pero siempre pensé que tendría bastante experiencia y no estaría tan cohibida. Tan pronto como llegué a casa me tumbé en la cama y abrí su Insta en el móvil. Tuve que hacerme un tremendo pajón para descargar y seguidamente, quedarme dormido.
Continuará...